09:Autoestima


Desde pequeña, Samantha Larusso siempre había sentido el peso de las expectativas sobre sus hombros. No eran simplemente las responsabilidades comunes de una niña en crecimiento, sino la presión constante de ser "la hija mayor", la heredera de la reputación y el legado de los Larusso. Su padre, Daniel, la miraba con esos ojos llenos de esperanza y orgullo, como si ella fuera la clave para mantener intacto el negocio familiar, el nombre Larusso, y todo lo que él había logrado.

—Sam, tú tienes lo necesario para llevar este negocio a nuevas alturas. Tienes talento, tienes mi apoyo... y cuando llegue el momento, quiero que lo lideres.

Estas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez. Desde temprana edad, Sam había sido moldeada para ser perfecta. Y parte de esa perfección, para sus padres, incluía encontrar al chico perfecto. Miguel Díaz había llegado como una especie de salvación para la narrativa que Daniel y Amanda querían construir para ella. Un chico educado, con una buena moral, inteligente y con una ética de trabajo admirable. Además, compartía el mismo interés por los negocios que Daniel siempre había querido inculcar en Sam.

Amanda, aunque más sutil en sus expectativas, también era clara.

—Sam, Miguel es todo lo que una chica podría desear. Te mereces alguien así... alguien que te apoye y te cuide.

Las palabras de su madre, en lugar de calmarla, solo añadían más peso a la carga. Ella sabía que sus padres veían a Miguel como el chico ideal para mantenerla enfocada, para que su vida siguiera el camino que ellos consideraban correcto. Pero el problema era que Sam, a pesar de sus esfuerzos, nunca había podido atrapar a Miguel de la manera en que sus padres esperaban. Desde el primer beso que compartieron hasta los momentos en los que intentaron ser algo más, Sam siempre sintió que había algo que faltaba. Miguel nunca estuvo completamente allí con ella, emocionalmente. Había una distancia que Sam no sabía cómo cerrar, una barrera invisible que la desesperaba.

La última conversación que tuvieron fue el golpe final.

—Ya me cansé de esto. ¡No quiero estar con vos porque esto es lo que siempre pasa! ¡Siempre estamos peleando, siempre estás insegura, siempre te sentís menos! ,¡yo no quiero estar en una relación así!.

Esas palabras perforaron el corazón de Sam como una daga. Era la confirmación de todo lo que ella temía, todo lo que sus inseguridades le susurraban en las noches solitarias: "No eres suficiente. Nunca lo serás". Se sintió derrotada, traicionada por sus propias emociones, como si todo lo que había construido a su alrededor se derrumbara en un instante.

Y lo peor de todo, era la situación con Tory.

La idea de que Miguel y Tory compartieran casa la envenenaba por dentro. Sabía que Miguel y Tory tenían su propia historia, y aunque Miguel había sido claro con ella sobre que no quería nada con Sam, eso no eliminaba el dolor. Cada vez que pensaba en Tory, sentía una rabia fría en su interior. ¿Cómo podía Tory, alguien a quien siempre consideró problemática estar más cerca de Miguel de lo que ella jamás estuvo?

Pero esa era la verdad ,Tory tenía algo que Sam nunca había tenido: la capacidad de ser ella misma sin que las expectativas la aplastaran. Y eso era lo que más la atormentaba. Mientras Sam luchaba contra la imagen de perfección que sus padres querían para ella.

Sam, por el contrario, estaba atrapada. Frente a sus amigos, a la gente de la secundaria, mostraba una fachada arrogante y caprichosa. Era la "niña de papi", la chica popular que todos conocían, y que pocos realmente entendían. Esa imagen era su escudo. Usaba su clasismo como una barrera para esconder su fragilidad, su miedo constante a no ser suficiente, a no estar a la altura de lo que sus padres querían. ¿Y cómo podían no querer a alguien como Miguel para ella? Él era todo lo que Sam deseaba ser: fuerte, decidido, y libre de las cadenas emocionales que la ataban.

En las reuniones familiares, el tema de Miguel surgía a menudo, a veces de manera directa, otras de forma velada.

—No sé cómo dejaste que se escapara, Sam —le decía su madre, más en broma que en serio, pero cada palabra la hería como si fuera una recriminación directa.

Daniel, por su parte, parecía más interesado en mantener a Sam enfocada en el negocio. A él no le importaba tanto la relación en sí, pero veía en Miguel una influencia positiva para ella. Sabía que si Miguel estaba en la vida de Sam, ella se mantendría firme, enfocada en el futuro que él deseaba para ella. Pero Daniel ignoraba lo más importante: Sam estaba luchando consigo misma, con sus inseguridades, sus miedos, y la sensación constante de que nunca iba a ser lo que sus padres querían.

Cuando estaba sola en su habitación, Sam se permitía ser vulnerable. Se miraba al espejo y veía a una chica rota. Su reflejo la observaba con ojos vacíos, ojos que no reconocían la imagen que proyectaban. Se sentía atrapada entre lo que sus padres querían, lo que Miguel nunca sería para ella, y lo que realmente deseaba pero nunca se atrevía a admitir. A veces, se preguntaba si alguna vez podría ser feliz o si siempre estaría intentando cumplir las expectativas de los demás.

Pero en la secundaria, esa vulnerabilidad desaparecía. No podía permitirse mostrar debilidad, no frente a sus compañeros, y mucho menos frente a Tory. Su relación con Tory era tensa, una fachada de amistad mantenida por apariencias, pero Sam no podía ignorar el acuerdo que Tory tenía con Miguel. Sabía que había algo entre ellos, y aunque Tory intentara actuar como si no fuera importante, Sam lo sentía como una amenaza constante.

—¿Por qué Tory? —se preguntaba una y otra vez—. ¿Qué tiene ella que yo no?

Era una pregunta que nunca obtenía respuesta, y cada vez que la hacía, se hundía más en su propio abismo de inseguridad. Sam había aprendido a vivir con esa sensación de vacío, llenándola con pequeñas victorias superficiales en la escuela, donde su actitud altiva y su mirada crítica mantenían a todos a raya. Pero por dentro, el vacío seguía creciendo, alimentado por la certeza de que nunca sería suficiente, ni para Miguel, ni para sus padres, ni siquiera para ella misma.

Sam se encontraba sentada en el gimnasio, sus pensamientos enredados una vez más en Miguel, Tory, y en todo lo que había estado sintiendo últimamente. Moon, como siempre, estaba a su lado, tratando de hacerle ver la realidad, aunque cada palabra parecía rebotar contra las paredes que Sam había construido en su mente.

—Sam, te lo dije mil veces —Moon suspiró, frustrada—entre Miguel y Tory no hay nada. Son amigos, nada más. Tienen un trato porque sus padres lo decidieron, pero no es como si estuvieran enamorados o algo así. Ninguno de los dos quiere estar en esa situación.

Sam frunció el ceño, cruzando los brazos con una mezcla de enojo y duda. Miraba a Moon, pero no la escuchaba del todo. En su cabeza, la narrativa siempre era la misma: Tory y Miguel, juntos en la misma casa, compartiendo más tiempo del que debería ser permitido. Y para Sam, ese hecho era como una daga en el pecho. No podía aceptar que no hubiera algo más entre ellos, algo que se escondiera detrás de las miradas, de las palabras que no se decían.

—No sé cómo podes estar tan segura —respondió Sam, su tono cargado de irritación—. Tory siempre ha jugado a dos puntas, Moon. Estoy segura de que tiene algo con Robby y, mientras tanto, sigue enredada con Miguel. No puedo creer que no veas lo obvio.

Moon suspiró, intentando no perder la paciencia. Sabía que Sam estaba cegada por su obsesión, por ese amor no correspondido que la estaba destruyendo desde dentro. Desde que Miguel había dejado claro que no quería una relación con ella, Sam se había convertido en una versión más amarga de sí misma, una persona que se ahogaba en inseguridades, pero que no quería admitirlo. Moon intentaba ayudarla, pero sentía que sus esfuerzos caían en saco roto.

—Sam no entendes nada... —Moon buscó las palabras con cuidado, sabiendo que cualquier cosa que dijera podría desencadenar otra explosión emocional—. Tory no quiere nada con Miguel. Ya me lo dijo mil veces. Ella está lidiando con su propio caos, y ese trato los tiene atrapados a los dos.

Pero Sam no quería escucharlo. En su mente, todo era parte de un plan, de una conspiración que ella no lograba entender del todo, pero que sentía como real. Sabía que Tory había tenido algo con Robby en el pasado (según ella) y estaba convencida de que seguía jugando con ambos. Lo peor era que, cada vez que veía a Tory, sentía una mezcla de envidia y desprecio que no podía controlar. Tory era todo lo que Sam no era: fuerte, independiente, y, sobre todo, libre de las expectativas que la ahogaban día a día (según ella).

La amistad que mantenía con Tory era solo de apariencias. Ambas lo sabían, aunque ninguna se atrevía a decirlo en voz alta. Era una especie de tregua incómoda, un acuerdo tácito para mantener la paz en el grupo, aunque por dentro ambas estaban conscientes de la tensión que había entre ellas. Tory, en particular, había aceptado desde el principio que Sam la rechazaba, más por envidia que por razones reales. Entendía que Sam la miraba con recelo por estar vinculada a Miguel a través de ese trato familiar, y aunque Tory no lo había pedido ni lo deseaba, sabía que Sam no lo entendía.

Tory había intentado explicarle en varias ocasiones que ella no tenía la culpa de lo que sucedía, que fue su madre quien había acordado todo con los padres de Miguel. Ellos habían creído que un futuro matrimonio entre Miguel y Tory sería lo mejor para ambas familias. Unirían negocios, intereses, y sobre todo, reputaciones. Pero Tory no quería eso. Lo último que deseaba era estar atada a un futuro que no había elegido.

—Sam es demasiado melodramática —le había dicho Tory a Robby en una ocasión, durante una de esas conversaciones privadas que solían tener—. No entiende que yo tampoco quiero nada de esto. No tengo la culpa de lo que mi madre decidió con los padres de Miguel.

Robby se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir. Él conocía a Sam desde hacía años, y sabía lo complicada que podía ser. Sabía que en el fondo, Sam solo estaba rota por dentro, atrapada entre las expectativas de su familia y sus propios sentimientos. Pero también sabía que, mientras no resolviera sus problemas internos, Sam seguiría proyectando su frustración en los demás, especialmente en Tory.

Mientras tanto, Sam no podía evitar sentir una rabia silenciosa cada vez que veía a Tory y Miguel juntos, incluso aunque no hubiera nada romántico entre ellos. La imagen de ellos compartiendo la misma casa, hablando, riéndose en esos momentos de intimidad que nunca compartiría con Miguel, la consumía. Se había obsesionado con esa idea, y aunque Moon intentara calmarla, Sam seguía viendo a Tory como una amenaza.

—No puedes confiar en ella, Moon —dijo Sam con un tono seco, mirando a su amiga con seriedad—. Tory está jugando con Robby y Miguel. Lo sé. No puedo dejar que siga haciéndolo.

Moon la miró con tristeza, sin saber ya qué decir para hacerla entrar en razón. Sabía que Sam estaba proyectando su propia inseguridad en Tory, pero también sabía que no había mucho que pudiera hacer al respecto. Sam estaba tan atrapada en su propio dolor, en sus propias dudas, que cualquier intento de ayudarla parecía inútil.

—Sam, por favor, deja de pensar en eso —le rogó Moon suavemente—. Tory no está interesada en Miguel. No lo está. Lo único que quiere es librarse de esa situación. Si realmente fueras su amiga, lo entenderías.

Sam apretó los labios, pero no respondió. Sabía que Moon tenía razón en el fondo, pero su orgullo no la dejaba admitirlo. En su corazón, seguía viendo a Tory como el obstáculo que la separaba de Miguel, la chica que, de alguna manera, siempre estaba un paso por delante de ella, incluso cuando no lo intentaba.

Y así, con esa mezcla de resentimiento y tristeza, Sam seguía adelante, manteniendo la fachada de seguridad y arrogancia que le permitía sobrevivir en la secundaria. Pero por dentro, seguía siendo esa chica rota y vulnerable, luchando por encontrar su lugar en un mundo que parecía exigir más de lo que ella era capaz de dar.

Ese mismo día ,unas horas más tarde

Tory estaba apoyada contra el lavamanos, su rostro pálido y los ojos entrecerrados delataban una noche de excesos. Había salido, otra vez, buscando una vía de escape a todo lo que la rodeaba, y el alcohol, como siempre, fue su refugio. No era la primera vez que aparecía en la escuela con una resaca monumental, y tampoco sería la última. Sabía que la gente la miraba, murmuraba sobre sus ojeras y su aspecto desaliñado, pero no le importaba. Todo eso le daba igual.

Sam entró al baño con pasos decididos, y sus ojos se clavaron en Tory al instante. Ahí estaba, como siempre, la chica que parecía ser su tormento personal, vestida con el uniforme de la escuela que compartían, pero con una actitud totalmente contraria a la de Sam. Mientras Tory llevaba la pollera gris, la camisa blanca arrugada y un saco gris con bordes rojos que parecía haber visto días mejores, Sam estaba impecable en su uniforme azul, perfectamente arreglada. Todo en Sam gritaba perfección, mientras que Tory parecía un desastre ambulante.

Pero lo que más la enfurecía no era el estado físico de Tory, sino lo que representaba. "¿Cómo alguien como ella?", pensaba Sam una y otra vez. ¿Cómo era posible que esa chica desarreglada, siempre con esas horribles ojeras y su actitud de no importarle nada, fuera la que tuviera la posibilidad de casarse con Miguel?.Y no solo eso, sino que además, aparentemente, se daba el lujo de salir con Robby al mismo tiempo. La injusticia de la situación la quemaba por dentro.

Sam no pudo evitar soltar un comentario envenenado, su voz cargada de sarcasmo y resentimiento.

—¿Noche complicada con Miguel, Tory? —dijo, cruzándose de brazos mientras se apoyaba contra la puerta del baño—. Parece que no te fue muy bien anoche, ¿verdad?

Tory levantó la vista lentamente, con una mezcla de hastío y desdén. Su cabeza latía con fuerza debido a la resaca, y lo último que necesitaba en ese momento era tener una conversación con Sam. Pero, al mismo tiempo, la provocación de Sam era demasiado obvia como para ignorarla. Estaba harta de los celos de Sam, harta de que todo girara en torno a Miguel, como si su vida y sus decisiones estuvieran siempre a la sombra de lo que Sam creía o quería. Así que, en lugar de tratar de calmar las cosas, decidió empujarla aún más.

—Ah sí, ¿Miguel? —respondió Tory con un tono cansado, pero provocador, revoleando los ojos mientras trataba de disimular su malestar físico—. No recuerdo muy bien. Anoche fue todo muy...rudo ,¿me explico?. —Una sonrisa apenas perceptible apareció en su rostro mientras observaba la expresión de Sam endurecerse.

Tory sabía exactamente lo que estaba haciendo, y no le importaba. Estaba jugando con el fuego de la inseguridad de Sam, sabiendo que cada palabra ambigua, cada insinuación, solo la haría enfurecer más. No es que Tory quisiera realmente enojarla, pero a veces era la única manera de lidiar con la constante presión de Sam y su perfeccionismo.

Sam, por su parte, apretó la mandíbula, sintiendo cómo su ira aumentaba. La provocación de Tory había dado en el blanco, y aunque sabía que no debía dejar que le afectara, no podía evitarlo. Esa chica siempre lograba sacar lo peor de ella, haciéndola sentir insignificante, desechada, como si no fuera suficiente para Miguel... ni para nadie.

—Debes estar muy orgullosa, ¿no? —Sam escupió las palabras, dando un paso más cerca de Tory—. Jugar a dos bandas, con Miguel y Robby. ¿No te cansas de arruinarle la vida a la gente? ,porque créeme, si lo que queres es hacerme la vida imposible, lo estás logrando.

Tory dejó escapar una pequeña risa sarcástica, ladeando la cabeza. El dolor de cabeza era insoportable, pero ver a Sam tan alterada le daba un toque de diversión a la mañana.

—Sam, te lo dije mil veces —contestó Tory, su tono ahora más serio, aunque seguía con la misma ironía—, no tengo nada con Miguel. Lo que sea que pase entre él y yo, o entre él y nuestros padres, no es asunto tuyo. Y sobre Robby... bueno, eso tampoco es tu problema. Pero si te gusta creer que estoy en el medio de todo, adelante, pensa lo que quieras. —Se encogió de hombros, como si realmente no le importara en absoluto.

Sam, completamente furiosa, cerró los puños a su costado, luchando por no explotar. Las palabras de Tory no ayudaban, y lo que más le dolía era que había algo de verdad en ellas. Sabía que el trato entre Tory y Miguel no era algo que ellos dos hubieran elegido, pero eso no hacía que el dolor de verla tan cerca de él fuera menos intenso. Y la insinuación sobre Robby solo hacía que la herida fuera más profunda. ¿Acaso Tory no se daba cuenta de que estaba destruyendo a las dos personas más importantes para ella?

—¿Por qué siempre tenes qué ser tan... fría? —dijo Sam, su voz quebrándose ligeramente—. ¿Es qué no te importa nada? ,todo lo que haces, cada decisión que tomas, afecta a los demás. Y ni siquiera te importa. Te pasas la vida escondiéndote detrás de esa máscara de indiferencia, pero yo sé lo que estás haciendo, Tory.

Tory la miró por un momento, y aunque su primera reacción fue reírse de lo melodramática que sonaba Sam, algo en su expresión la detuvo. Sabía que Sam estaba mal, más allá de su típico clasismo y arrogancia. Había un dolor genuino detrás de todo eso, una vulnerabilidad que Tory no podía ignorar del todo. Pero incluso con esa pequeña chispa de empatía, no pudo evitar responder con dureza.

—No me escondo de nada, Sam —dijo Tory, su tono ahora más firme—. Solo intento sobrevivir, igual que tú. Si no entendes eso, entonces tal vez deberías mirarte en un espejo antes de juzgarme.

Con esas palabras, Tory se enderezó, sintiendo que había dicho lo suficiente por ahora. Ignorando el tambaleo en sus piernas y el martilleo en su cabeza, se dirigió hacia la puerta del baño. Sabía que esta conversación no había terminado, pero por el momento, no tenía más energía para seguir lidiando con Sam y sus dramas.

Sam la observó marcharse, su pecho lleno de rabia y frustración. Cada vez que intentaba confrontar a Tory, sentía que terminaba siendo la débil, la derrotada. Tory siempre tenía esa manera de darle la vuelta a todo, de hacer que Sam se sintiera pequeña y equivocada, incluso cuando estaba segura de que ella era la que tenía razón.

Cuando la puerta del baño se cerró detrás de Tory, Sam se quedó sola, mirando su reflejo en el espejo. Se veía perfecta, como siempre. Pero por dentro, todo era caos. Un caos que no sabía cómo detener.

Sam salió del baño con el corazón en llamas, tratando de calmarse mientras caminaba por los pasillos de West Valley. Cada paso que daba parecía aumentar la presión en su pecho. Hablar con Tory siempre la dejaba agotada emocionalmente, y lo peor era que sentía que nunca lograba nada. Tory, con su indiferencia y actitud desenfadada, siempre lograba desarmarla, y eso solo intensificaba sus inseguridades.

Entró en el aula, su rostro serio, pero sus ojos escaneaban la habitación en busca de una cosa: Miguel.
En cuanto lo vio, su estómago dio un vuelco. Allí estaba él, agachado junto a Tory, que tenía la cabeza entre las manos. Miguel sostenía un vaso de agua en una mano y unas pastillas en la otra, ofreciéndoselas a Tory con una expresión de preocupación. Era una escena simple, una de esas que cualquiera pasaría por alto, pero para Sam era mucho más que eso. Para ella, era la imagen de una pareja completamente enamorada, una pareja que, con el tiempo, terminaría casándose.

Sus celos se apoderaron de ella al instante. ¿Por qué tiene que ser así?, pensaba. ¿Por qué Miguel tiene que estar siempre ahí para ella?

Lo que para Sam parecía una escena romántica, para los demás no era más que un amigo preocupándose por una amiga que claramente había tenido una noche difícil. Miguel no mostraba ningún gesto fuera de lo normal, pero Sam lo interpretaba todo a través del filtro de su propia inseguridad. No podía ver más allá de lo que sentía, y lo que sentía era una mezcla tóxica de celos, rabia y desesperación.

Tory levantó la vista brevemente, sus ojos aún pesados por la resaca, pero en ellos había un brillo de gratitud. Miró a Miguel, agradecida por su gesto, aunque internamente se sentía agotada. Estaba harta de la constante tensión entre Miguel y Sam, de estar atrapada en medio de algo que nunca quiso.

Después de tomar las pastillas y beber un sorbo de agua, Tory vio a Sam parada en la puerta, observando la escena con una mirada que no pudo pasar por alto. Ah, genial, pensó. Otra vez este triangulo de mierda. Tory, aunque no lo decía en voz alta, estaba agotada de ser el centro de los celos de la castaña.Ni siquiera había hecho nada para ganarse ese lugar. Si por ella fuera, Miguel y Sam podrían resolver sus problemas lejos de su vida. Pero la realidad era otra, y ella siempre quedaba en el medio.

Tory desvió la mirada de Sam hacia Miguel. Sabía que Miguel había cortado lo poco que tenía con Sam hacía ya un tiempo, pero también sabía que eso no había sido suficiente. Sam seguía aferrada a él como si su vida dependiera de ello, y mientras Miguel no tomara una postura más firme, esta situación no haría más que empeorar.

Así que, aprovechando el momento, se inclinó hacia Miguel y le susurró al oído:

—Después tenes que hablar con Sam.

Miguel la miró con una mezcla de sorpresa y resignación. Sabía que Tory tenía razón. Él había intentado dejar las cosas claras con Sam, pero claramente no había funcionado. Sam seguía enamorada de él, y eso complicaba todo. Miguel no quería herirla, pero también entendía que tenía que ser más firme si quería que las cosas finalmente cambiaran.

Sam, desde la distancia, vio el pequeño intercambio entre ellos, y su corazón se hundió aún más. ¿Qué le estará diciendo?, pensó. ¿Están planeando algo? Cada vez que Miguel y Tory estaban juntos, su mente se llenaba de dudas, y el dolor que sentía por la posibilidad de que ellos dos tuvieran algo más la consumía.

Mientras Miguel se enderezaba, miró a Sam por un segundo, y en ese instante, Sam sintió una mezcla de esperanza y temor. ¿Hablaría con ella? ,¿Le diría lo que quería escuchar? ,¿O la dejaría de lado una vez más?.Lo que Sam no sabía era que, lejos de buscar reconquistarla, Miguel tenía en mente otra conversación, una que posiblemente la heriría más de lo que ella estaba preparada para aceptar.

Mientras Sam tomaba asiento en el aula, su mente no dejaba de darle vueltas a la situación. Era una mezcla entre la furia por la cercanía de Tory y Miguel, y la esperanza de que, tal vez, finalmente Miguel se acercara a ella con algo más que palabras de despedida.

Pero al fondo de su ser, Sam sabía la verdad. Sabía que Miguel no estaba interesado en ella, y aunque intentaba convencerse de lo contrario, esa realidad la golpeaba con fuerza cada vez que veía cómo Miguel trataba a Tory. No era solo el trato; era lo que representaba. Tory, a pesar de todos sus defectos, estaba en una posición que Sam nunca podría alcanzar: compartiendo casa con él, viviendo en su mundo de una manera que Sam solo podía soñar.

Y mientras la clase comenzaba, la mente de Sam seguía atrapada en esa vorágine de pensamientos. Sabía que el día no acabaría bien, porque en el fondo, siempre que Miguel y Tory estuvieran cerca, su corazón seguiría roto.

Cuando la campana sonó al final de la clase, Sam apenas pudo concentrarse en lo que la profesora había estado diciendo. Durante toda la hora, había lanzado miradas furtivas hacia Miguel y Tory, observando cada gesto, cada intercambio de palabras. Sus pensamientos giraban en torno a esa escena que no podía borrar de su mente: Miguel cuidando de Tory. Era injusto. Eso era lo que más la irritaba. ¿Cómo alguien como Tory, con su vida desastrosa y sus problemas constantes, podía tener el cariño de Miguel, mientras ella, la hija perfecta, no?

Los estudiantes comenzaron a salir del salón, pero Sam se quedó inmóvil en su asiento, con la mochila descansando sobre sus piernas. Estaba a punto de levantarse cuando notó que Miguel no se movía de su lugar. En lugar de dirigirse hacia la puerta como todos los demás, Miguel se quedó quieto, esperando a que el aula se vaciara.

El corazón de Sam empezó a latir con más fuerza. ¿Iba a hablar con ella? Esa pequeña esperanza de que él dijera algo que aliviara su angustia empezó a crecer, aunque una parte de ella también temía lo peor. Cuando la última persona salió y la puerta se cerró, Miguel caminó hacia ella con pasos lentos, su rostro serio, casi triste.

Sam levantó la mirada, intentando ocultar sus nervios, pero no pudo evitar la sensación de que algo terrible estaba por suceder.

Miguel se mantuvo firme, con los brazos cruzados mientras el silencio del salón se sentía sofocante. Los últimos estudiantes habían salido, dejando solo a ellos dos, y el eco de sus pisadas resonaba todavía en el pasillo. Sam no podía evitar fijarse en cómo Miguel parecía estar agotado, como si esta conversación le estuviera drenando la energía.

Pero cuando Miguel finalmente habló, sus palabras fueron más duras de lo que Sam hubiera imaginado.

—Moon me contó todo —dijo Miguel sin rodeos—. Lo que dijiste en el gimnasio. Tus teorías sobre Tory y Robby, y lo de que Tory está jugando a dos bandos conmigo. Es una locura, Sam. Eso es lo que me preocupa más de todo esto. Estás... estás perdiendo la cabeza con este tema.

Sam sintió como si el aire se le escapara de los pulmones. Su estómago se retorció al escuchar las palabras de Miguel. Moon le contó todo. Su propia amiga había traicionado su confianza, y ahora Miguel estaba ahí, acusándola de ser una demente.

—No... no es verdad... —murmuró Sam, su voz temblando. Trató de mantener la calma, pero su rabia comenzaba a desbordarse—. ¡Moon no entiende nada! ¡Ella no sabe lo que pasa entre Tory y Robby! ¡No sabe cómo se miran, cómo actúan cuando están cerca!

Miguel frunció el ceño, claramente cansado de todo esto. Sam pudo ver el disgusto en su rostro, algo que le dolió más que cualquier otra cosa que hubiera dicho hasta ese momento.

—Sam, tenes que dejar de vivir en esa fantasía —dijo Miguel, su tono más frío ahora—. No hay absolutamente nada entre Tory y Robby, y mucho menos entre Tory y yo. Esa idea de que Tory juega a dos bandos es algo que te has inventado en tu cabeza, porque no puedes soportar la idea de que no todo gira a tu alrededor. Lo siento, pero... es una completa demencia.

La palabra "demencia" retumbó en la cabeza de Sam como un martillazo. No solo la estaba rechazando; la estaba tachando de paranoica, de estar fuera de control. Todo lo que había estado sintiendo, todo ese dolor acumulado, ahora era desestimado como si fuera un producto de su imaginación.

—No es una demencia... —susurró ella, sus ojos llenándose de lágrimas nuevamente, pero esta vez de pura frustración y vergüenza—.¡No lo ves, Miguel! ¡No quieres verlo! ¡Tory está jugando contigo y con Robby! Ella... ella solo quiere destruir todo lo que me importa. Ella siempre ha estado en el medio.

Miguel respiró hondo, claramente buscando paciencia, pero su rostro mostraba que ya no le quedaba mucho. Se agachó un poco, poniéndose al nivel de Sam, sus ojos clavados en los de ella con una intensidad que la desarmaba.

—Escucha, Sam, ya basta. Tory no tiene ningún interés en jugar a nada conmigo ni con Robby. Tiene suficientes problemas como para estar metiéndose en estupideces como esas. Lo que estás diciendo no tiene ni pies ni cabeza. Y sabes qué más?— Miguel se detuvo, su mirada endureciéndose—. La verdad es que todo esto no tiene nada que ver con Tory o con Robby. Todo esto tiene que ver con que vos no podes aceptar que yo no siento lo mismo que sentis vos por mi.

Sam sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. La crudeza de las palabras de Miguel era como un golpe directo a su corazón. Intentó abrir la boca para responder, pero no encontró ninguna palabra que pudiera defenderla. Él tenía razón, aunque doliera admitirlo. Todo lo que había hecho, todas sus teorías, sus celos... todo había sido por su incapacidad de aceptar la realidad.

Miguel no la quería. Nunca la había querido de la manera que ella lo quería.

—Yo... —Sam intentó hablar, pero su voz se quebró—. No puedes entender lo que es esto para mí. Tú no sabes cómo se siente...

Miguel se puso de pie, enderezándose, y negó con la cabeza, su mirada ahora completamente impasible.

—Sí lo sé, Sam —dijo, su voz suave pero firme—. Pero eso no cambia nada. No puedo seguir haciendo esto. No puedo seguir siendo el tipo en el que proyectas todos tus problemas, tus inseguridades. Porque yo no soy la solución a eso, y nunca lo seré.

Sam apretó los puños sobre su regazo, intentando no perder el control. ¿Cómo podía ser tan insensible? ¡Él tenía que entenderlo! Después de todo lo que habían pasado, después de todo lo que ella había hecho por intentar que funcionara. Pero ahora, él estaba ahí, diciéndole que nunca había habido esperanza. Que lo que ellos tenían era nada.

—Miguel, por favor... —dijo, su voz al borde de la desesperación—. No me hagas esto. No puedo soportar verte con ella, no puedo soportar que estés siempre ahí para ella mientras yo... mientras yo me desmorono. No es justo.

Miguel cerró los ojos un momento, como si estuviera absorbiendo lo que acababa de escuchar. Cuando los abrió de nuevo, había una especie de resolución en ellos, una decisión final.

—Lo siento, Sam. Pero esto no es sobre lo que tú crees que es justo o no. Es sobre lo que necesito hacer por mí. Y lo que necesito hacer es... alejarme. De ti. No puedo seguir siendo parte de esto.Vos necesitas a alguien que te quiera de verdad, alguien que te dé lo que estás buscando, pero yo no soy esa persona. Y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ti.

Las palabras finales de Miguel fueron como un disparo al pecho. Alejarse. Quería alejarse de ella. Quería sacarla de su vida, apartarla de cualquier posibilidad de estar juntos. Sam sintió cómo su mundo se desmoronaba, el mismo mundo que había construido alrededor de la idea de que, eventualmente, Miguel cambiaría de opinión, de que podría quererla. Pero eso... nunca iba a pasar.

Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, rodando por sus mejillas, aunque ella intentó limpiarlas rápidamente. No quería que él viera lo rota que estaba. No quería darle esa satisfacción, pero era imposible contener el torrente de emociones.

—No tenes que irte... —susurró Sam, aunque sabía que estaba rogando, que estaba reduciéndose a algo que odiaba ser—. Podemos intentar... podemos...

—No, Sam —dijo Miguel, cortándola de inmediato—. No hay más intentos. Lo que teníamos, si es que alguna vez tuvimos algo, terminó hace mucho. Yo solo no fui claro contigo. Y lamento haber dejado que llegara a este punto. Pero ya no puedo seguir así.

Sam lo miró a los ojos, buscando desesperadamente algún rastro de duda, algo que le dijera que tal vez, solo tal vez, él no estaba siendo completamente sincero. Pero no encontró nada. Miguel ya había tomado su decisión.

—Es mejor que busques a alguien que te quiera, Sam —añadió Miguel, con una tristeza honesta en su voz—.Te mereces eso pero no lo vas a encontrar conmigo.

Y con esas últimas palabras, Miguel se dio la vuelta y salió del salón, dejando a Sam sola, destrozada, y con la sensación de que todo lo que alguna vez había querido, todo lo que había soñado, se desvanecía frente a sus ojos.

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