07:Fanta y Doritos

Eli ajustaba su delantal detrás de la barra del restaurante, su expresión neutral mientras repasaba mentalmente las órdenes. El murmullo de las conversaciones de fondo, el tintineo de platos y cubiertos, y el aroma de la comida eran parte de su rutina diaria, tan familiares como el cansancio constante que lo acompañaba. Desde la muerte de su hermana, Alexia, había tenido que asumir la responsabilidad de su vida y de la casa. Sus padres, atrapados en su propio mundo de negocios en Nueva York, lo habían dejado prácticamente solo. Claro, había llamadas esporádicas, transferencias bancarias para asegurarse de que no le faltara nada, pero en lo que realmente importaba el apoyo emocional, el consuelo ,Eli estaba solo.
Mientras limpiaba una mesa, el sonido de la puerta del restaurante abrió un nuevo capítulo de su día. Al levantar la vista, su corazón dio un pequeño brinco. Miguel y Tory habían entrado. Miguel, siempre con esa mezcla de seguridad y bondad en su andar, y Tory, manteniendo una mirada firme pero distante. Claramente no se sentía cómoda con la situación, pero era difícil saber si era por Eli o por algo más.
Miguel lo vio enseguida y se acercó con una sonrisa relajada.
—¡Eli! ¿Cómo va eso? —dijo con el entusiasmo que lo caracterizaba, llamándolo por su antiguo apodo.
Eli dejó la bandeja a un lado y le devolvió una sonrisa más contenida. —Miguel. Aquí, ya sabes, sobreviviendo.
Tory, por su parte, permaneció unos pasos más atrás, mirando hacia un costado, claramente incómoda. Su cuerpo estaba tenso, y Eli notó cómo sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su chaqueta. No había hostilidad en su actitud, pero tampoco cercanía.
—¿Qué tal el trabajo? —preguntó Miguel, intentando mantener la conversación ligera.
Eli se encogió de hombros. —Lo de siempre, nada emocionante. —Le lanzó una mirada rápida a Tory, quien ni siquiera lo miraba—. ¿Qué tal ustedes?
—Nos tomamos un descanso del drama. —Miguel hizo una pausa, y luego añadió con una sonrisa ladeada—. Aunque eso parece imposible con todo lo que pasa últimamente.
Tory finalmente rompió su silencio. —¿Podemos pedir algo? —preguntó, su tono neutral pero impaciente.
Eli asintió y tomó nota de lo que querían sin mucho más que decir. La interacción había sido breve y algo incómoda, especialmente con Tory actuando como si el aire en el lugar fuera pesado. A pesar de todo, Miguel intentaba mantener el ambiente relajado, pero Eli sabía que no todos los días eran para sonrisas.
Tras atenderlos, Eli se lanzó de nuevo a la rutina. El trabajo ayudaba a mantener su mente ocupada, pero en cuanto terminaba su turno y se encaminaba a su solitario apartamento, los pensamientos volvía a inundarlo. El dolor de perder a Alexia, su hermana mayor, siempre estaba ahí, como un peso que nunca desaparecía del todo. Él había sido su cómplice en la vida, su confidente. Ella había sido su mundo durante mucho tiempo, y ahora que no estaba, Eli se sentía perdido.
Esa noche, después de una jornada agotadora, Eli llegó a casa. El pequeño apartamento estaba oscuro y frío, y el silencio lo recibía como un viejo amigo indeseado. Se dejó caer sobre el sofá, mirando por la ventana hacia la calle, donde las luces de la ciudad parpadeaban como estrellas lejanas. Sus padres no habían vuelto desde el funeral de Alexia, y aunque a veces era mejor estar solo, la soledad también lo consumía.
Se levantó y fue directamente a su habitación. Apenas se desvistió antes de caer rendido en la cama. Cerró los ojos y, como siempre, la imagen de Alexia apareció en su mente. Al principio, eran recuerdos felices: risas, bromas compartidas, su voz cálida alentándolo cuando todo parecía perdido. Pero esa noche, esos recuerdos se torcieron.
En sus sueños, Alexia estaba ahí, pero su figura era difusa, envuelta en sombras. Caminaba hacia él, pero cuanto más se acercaba, más se distorsionaba su rostro, como si estuviera atrapada en una especie de neblina. Eli intentaba hablarle, pero sus palabras eran un eco vacío.
—Alexia... —murmuraba, desesperado por escuchar su voz de nuevo.
Pero ella no respondía. Sus ojos lo miraban fijamente, llenos de una tristeza que Eli no podía entender. De repente, la escena cambió. Ya no estaban en su casa, sino en el hospital, el lugar donde ella había pasado sus últimos días. El dolor en su pecho se intensificó, y la sensación de impotencia lo abrumó. Había sido incapaz de salvarla, incapaz de hacer algo.
—Es tu culpa, Eli —escuchó una voz, baja pero firme. Y aunque sabía que no era verdad, en su sueño no podía sacudir esa sensación de culpa.
—¡No! ¡No es mi culpa! —gritaba en el sueño, su respiración acelerándose, pero las sombras seguían envolviéndolo.
La figura de Alexia comenzó a desvanecerse, sus rasgos cada vez más irreconocibles. Eli intentó correr hacia ella, pero sus piernas no respondían. Estaba atrapado, inmóvil, viendo cómo su hermana desaparecía frente a él una vez más.
Finalmente, despertó con un sobresalto, empapado en sudor, su respiración agitada. Se llevó una mano al pecho, tratando de calmarse. El reloj marcaba las tres de la madrugada, y el silencio de su habitación era casi ensordecedor. Se levantó lentamente, dirigiéndose al baño para mojarse la cara, pero al verse en el espejo, no pudo evitar preguntarse si realmente era culpa suya. ¿Podría haber hecho algo diferente? ¿Podría haberla salvado?
El vacío en su estómago lo hacía sentir más solo que nunca.
Eli no podía quedarse en su apartamento. Después de la pesadilla con Alexia, el aire se sentía sofocante, como si las paredes estuvieran cerrándose sobre él. Se puso un abrigo y salió al frío de la noche. Caminaba sin rumbo, las calles vacías reflejando la luz de los faroles, y su aliento formaba pequeñas nubes de vapor en el aire helado.
La caminata lo ayudaba a despejarse, aunque no podía escapar de los pensamientos sobre su hermana. El dolor siempre estaba ahí, como un viejo fantasma que lo seguía a todas partes, recordándole constantemente la pérdida.
Después de un rato, sus pasos lo llevaron hasta una gasolinera. Las luces brillaban intensamente en contraste con la oscuridad de la calle, y el lugar estaba vacío, excepto por una figura que reconoció de inmediato. Tory estaba junto a la puerta de la tienda, su postura rígida y su mirada perdida, como si estuviera sumida en sus propios pensamientos. A pesar de su apariencia siempre dura y fría, esa noche parecía más agotada de lo habitual, con ojeras marcadas bajo sus ojos.
Tory lo vio antes de que él pudiera evitarla. Sus ojos se estrecharon un poco al notar su presencia, pero no había hostilidad en su expresión, solo una curiosidad mezclada con esa frialdad característica.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, sin molestarse en suavizar el tono.
Eli se encogió de hombros, deteniéndose frente a la puerta. —Caminando. No podía dormir.
Tory lo estudió por un momento, y aunque normalmente habría hecho algún comentario sarcástico o desinteresado, esa noche pareció percibir que algo no estaba bien en él.
—Estas en la mierda —comentó, sin rodeos. —¿Queres algo de comer? ,¿una bebida?
Eli negó rápidamente con la cabeza. —No tengo dinero como para comprar algo.
Ella rodó los ojos, claramente irritada por su respuesta. —No te estoy preguntando si tenes dinero, Eli. Te estoy preguntando si queres algo de comer o beber.
Eli se sintió incómodo. A pesar de la situación, su orgullo seguía siendo un obstáculo. —No voy a aceptar. De verdad.
Tory suspiró, harta de su resistencia. No dijo nada más y entró a la tienda de la gasolinera sin esperar una respuesta. Unos minutos después, salió con una Fanta y un paquete de Doritos. Le lanzó la botella a Eli, quien la atrapó por reflejo, sorprendido.
—Ahí tienes —dijo ella, tendiéndole los Doritos—. Ya te lo compré. No tienes que decirme que sí.
Eli la miró, desconcertado por el gesto. Tory, que siempre había sido tan fría, rara vez mostraba preocupación por los demás. Y aunque su actitud seguía siendo dura, había algo en la forma en que lo miraba, como si supiera lo que estaba pasando por su cabeza, o al menos, lo entendiera en parte.
—Gracias —murmuró, sin saber qué más decir.
Tory abrió su propia lata de Red Bull y dio un sorbo, apoyándose contra la pared de la gasolinera. No parecía tener prisa por irse, ni la típica incomodidad que se esperaba de una situación así.
—¿Qué te pasa? —preguntó de repente, su voz más suave que de costumbre.
Eli dudó por un momento. No era de los que se abrían fácilmente, y menos con alguien como Tory. Pero algo en esa noche fría, en la soledad que ambos parecían compartir, lo hizo sentirse un poco más vulnerable.
—Pesadillas —confesó finalmente. —Con mi hermana.
Tory no hizo ningún comentario, no dijo algo como "lo siento" o "debe ser duro". En lugar de eso, simplemente asintió, como si entendiera sin necesidad de palabras.
—Las noches son una mierda —dijo después de un rato, mirando hacia la carretera vacía. —Siempre suelen ser las peores...
Eli la observó, sorprendido por la franqueza en sus palabras. Tory era una de las pocas personas que parecía estar rota por dentro, pero lo escondía bajo una capa de indiferencia. Esa noche, sin embargo, esa capa parecía más delgada, como si ambos, por una vez, estuvieran en el mismo nivel.
—Sí —fue todo lo que pudo responder Eli.
Ambos quedaron en silencio, compartiendo una incomodidad que, extrañamente, se sentía menos pesada que la soledad que cargaban por separado.
Tory lo miró de reojo.
—Tampoco puedo dormir —confesó ella, su tono neutro. Era la primera vez que lo admitía en voz alta frente a alguien que no fuera ella misma. —¿Te parece si damos una vuelta?
Eli vaciló por un segundo, pero la sensación de estar atrapado por sus pensamientos en casa lo convenció. No tenía nada mejor que hacer y, además, Tory había sido extrañamente amable esa noche.
—Sí, claro —dijo, subiendo al auto sin pensarlo demasiado.
El silencio entre ambos era cómodo. Tory condujo sin rumbo fijo, dejando que el viento frío de la noche entrara por la ventana mientras el auto avanzaba por calles vacías y oscuras. No había música, solo el zumbido del motor y el sonido de sus respiraciones en la quietud de la madrugada.
Después de un rato, Tory rompió el silencio.
—No sabía que tenías una hermana —dijo, sin mirarlo, pero su tono no era indiferente, más bien cauteloso, como si no quisiera tocar una fibra demasiado sensible.
Eli tragó saliva, sus dedos jugando con el envase de la Fanta que Tory le había comprado.
—Tenía. Falleció hace dos años.
Tory giró su cabeza rápidamente, sus ojos se abrieron con sorpresa, pero su expresión rápidamente se suavizó, tornándose seria.
—Lo siento, Eli. No quería sacar el tema...
—No pasa nada —interrumpió él, con una sonrisa amarga en los labios. —Ya estoy acostumbrado. Es algo que... no desaparece, pero te acostumbras a la sensación.
La incomodidad inicial de Tory se desvaneció, aunque su rostro seguía mostrándose serio. No le gustaba cuando la gente decía que se "acostumbraba" a ese tipo de dolor, pero entendía lo que quería decir. A veces la vida simplemente te obligaba a cargar con un peso, y te hacía creer que, al no llorar todos los días, estabas bien.
—¿Cómo fue...? —preguntó en voz baja, casi como si no quisiera preguntar, pero al mismo tiempo necesitaba saberlo.
Eli tomó aire profundamente, como si cada palabra que iba a decirle fuera a costarle energía. Pero algo en la atmósfera lo hizo querer compartirlo. Tal vez porque Tory había sido tan directa, sin lástima. Tal vez porque esa noche en particular lo hacía sentir más vulnerable.
—Se llamaba Alexia. Tenía tres años más que yo. Siempre fue la fuerte, la que hacía todo bien. Vivía conmigo... ya que mis padres se mudaron a Nueva York hace años por trabajo, y no quería dejarme solo. Trabajaba en una agencia de publicidad, y ahí conoció a un chico.
Tory asintió, escuchando atentamente.
—Alex —continuó Eli, casi escupiendo el nombre. —Un tipo con dinero, de esos que creen que el mundo gira a su alrededor solo porque pueden comprarlo todo. Nunca me gustó. Desde el principio me dio mala espina, pero Alexia estaba enamorada. Ya sabes cómo es eso... cuando estás ciego por alguien. Lo defendía todo el tiempo.
—¿Y qué pasó? —Tory lo miró con los ojos entrecerrados, como si ya supiera que lo que venía no iba a ser agradable.
Eli suspiró, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento. —Era un controlador. No me di cuenta al principio, y creo que Alexia tampoco. Al principio todo parecía perfecto, ¿sabes? Regalos, viajes, cenas caras... pero luego se volvió más posesivo. Controlaba lo que hacía, con quién hablaba. Y cuando ella se dio cuenta, quiso dejarlo.
Tory apretó el volante, la tensión en sus nudillos era evidente.
—¿Y él no lo aceptó? —preguntó, aunque la respuesta era obvia por el tono de Eli.
Eli negó con la cabeza. —No. Él la quería para él, como si fuera una de sus pertenencias más preciadas. El día que ella intentó terminarlo, él simplemente... la mató.
Tory sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Eli no derramó ni una lágrima, pero la dureza en su rostro hablaba de un dolor profundo que aún lo carcomía. Se lo imaginaba soportando ese peso todos los días, sin poder hacer nada al respecto.
—Lo siento —dijo ella en voz baja, y aunque esas dos palabras le resultaban insuficientes, no encontraba nada más que pudiera decir.
Eli se encogió de hombros, su mirada perdida en el parabrisas.
—No es tu culpa. Y créeme, ya no me duele tanto como antes. Es solo que... bueno, simplemente está ahí. No importa cuánto intentes superarlo, nunca te deja del todo.
El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Ambos, a su manera, estaban lidiando con las sombras de su pasado, con demonios que aún se colaban en sus pensamientos cuando menos lo esperaban.
—Si yo hubiera estado más atento... tal vez podría haberla salvado —murmuró Eli, más para sí mismo que para Tory.
Ella lo miró de reojo, con una mezcla de tristeza y frustración, pero no dijo nada. Sabía que no había palabras suficientes para aliviar ese tipo de culpa, y tampoco intentaría decir algo que sonara vacío.
En cambio, Tory simplemente condujo, dejando que el frío de la noche los envolviera, sin intentar llenar el vacío con palabras inútiles.
La noche seguía fría mientras Eli y Tory iban en el auto de la rubia. La luz artificial contrastaba con la oscuridad del cielo, y la suave brisa del mar se mezclaba con el olor a gasolina. Después de hablar sobre la muerte de Alexia, Eli sentía el peso de la conversación aplastando su pecho. No era algo que compartiera con muchas personas. En realidad, no se lo había contado a casi nadie desde que pasó. Hablar con Tory le hacía sentir una extraña mezcla de alivio y vulnerabilidad, como si finalmente alguien pudiera entender una pequeña parte de su dolor.
—¿Qué fue de Alex? —preguntó Tory con voz tranquila, pero firme.
Eli desvió la mirada, sus manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta. Esa era la pregunta que más odiaba, la que siempre lo hacía sentir impotente. Un silencio se extendió entre ellos, roto solo por el sonido lejano de las olas chocando contra la costa. Eli finalmente se atrevió a hablar.
—Sigue libre —respondió Eli, su voz cargada de una frustración que intentaba ocultar. —Después de todo lo que hizo... sigue viviendo su vida como si nada hubiera pasado.
Tory frunció el ceño, una expresión de incomprensión y rabia comenzando a formarse en su rostro.
—¿Qué? —respondió, su tono más frío de lo normal. —¿Cómo es posible que siga libre después de lo que le hizo a tu hermana?
Eli se encogió de hombros, sintiéndose pequeño y débil al tratar de explicar algo que, a su parecer, era indefendible.
—Mi familia no tenía el dinero para contratar un buen abogado —dijo con amargura. —Mis padres están en Nueva York, y yo me quedé con todo aquí. La policía... hicieron lo que pudieron, pero el caso no se movió. No había suficientes pruebas. Alex tiene poder, conexiones, dinero. Sabía cómo manipular todo a su favor. Siempre lo supo.
Tory se quedó callada, mirando el horizonte. Sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de incredulidad y furia contenida.
—¿Y tus padres no hicieron nada? —preguntó ella, la incredulidad en su voz cada vez más evidente.
—Lo intentaron —contestó Eli, recordando los meses caóticos después de la muerte de Alexia. —Mi padre estaba devastado, y mi madre... bueno, se encerró en su dolor. Nadie sabía qué hacer. Todo se volvió un desastre y, cuando tratamos de levantar un caso, ya era demasiado tarde. Alex se salió con la suya.
La rabia en los ojos de Tory era palpable, y Eli se dio cuenta de que su propio tono había adquirido un tinte de resignación. Era una herida que nunca sanaría, una cicatriz que se llevaba con el tiempo. No había justicia para Alexia, y eso era algo que Eli había aprendido a aceptar a regañadientes.
—Entonces él sigue ahí afuera, viviendo su vida, sin ninguna consecuencia... —Tory lo miró con una mezcla de enfado y algo que Eli no pudo identificar. Su mandíbula estaba apretada, y por un segundo pensó que podía romper el volante entre las manos si seguía apretando con tanta fuerza.
—Exacto. —Eli asintió, sintiendo un peso en su pecho que nunca parecía desaparecer del todo. —No hay justicia para personas como nosotros, Tory. No cuando alguien como Alex está involucrado.
Tory frenó el auto de golpe, la arena de la playa levantándose en una nube ligera mientras ambos eran sacudidos hacia adelante. Eli, atónito, se agarró al asiento.
—¿Qué haces? —preguntó, su voz temblorosa y confundida. Todavía estaba procesando lo que acababa de contarle sobre Alexia, y ahora Tory, con su reacción explosiva, lo había sacado de ese trance.
Tory no respondió de inmediato. Se bajó del auto con una rapidez que Eli no esperaba, su rostro tenso, cargado de una ira contenida que él no había notado hasta ahora. Mientras caminaba hacia la orilla, sacó su celular del bolsillo y comenzó a teclear furiosamente. Eli salió del auto detrás de ella, la brisa fría del mar chocando contra su rostro, despejando un poco el entumecimiento emocional que sentía desde que comenzó a contar la historia.
—¿Qué estás haciendo? —insistió, pero ella no respondió de inmediato.
Eli la siguió, el eco de las olas llenando el aire entre ellos. El frío de la noche se sentía más intenso, y el viento arrastraba pequeñas partículas de arena que hacían difícil concentrarse.
—¿Tory? —repitió, más impaciente ahora, alcanzándola mientras ella se detenía en seco, mirando el mar oscuro frente a ellos.
—No puede ser así, Eli —dijo con los labios apretados, su voz grave. —No puede ser que ese tipo esté suelto después de lo que le hizo a tu hermana. Es una locura.
Eli parpadeó, sorprendido por la intensidad en su tono. Tory no era el tipo de persona que mostraba emociones fuertes, al menos no así, pero ahora estaba viendo una faceta completamente diferente de ella.
—Lo sé —admitió, rascándose la nuca, incómodo. —Pero no tuvimos el dinero suficiente para un abogado que realmente pudiera hacer algo. El sistema... ya sabes cómo es. Alex tenía poder, contactos. Nosotros solo... bueno, no teníamos nada.
Tory apretó los puños. Sus ojos, ahora fijos en él, mostraban una mezcla de enojo y algo más, algo más profundo que Eli no podía identificar del todo.
—Eso es una mierda, Eli. Una completa mierda.
—Sí, pero... ¿qué podemos hacer? —dijo Eli, frustrado por la impotencia de todo. —Ya pasó. No hay nada que hacer. Lo intentamos...
Tory negó con la cabeza. —No, no pasó. No puede pasar. Mi papá... —dijo, levantando el celular frente a él— es abogado. No el tipo de abogado barato que tienes que contratar porque no te queda otra opción. Él puede ayudar. No voy a dejar que Alexia sea solo un recuerdo mientras ese tipo sigue caminando por ahí como si nada.
Eli se quedó paralizado. La ira en la voz de Tory era palpable, pero lo que más lo desconcertaba era lo rápida que había reaccionado. No entendía qué estaba haciendo, y mucho menos por qué Tory se estaba tomando este asunto tan personalmente.
Tory no esperó ni un segundo para apretar la llamada, su celular pegado a la oreja mientras la voz de su padre resonaba del otro lado. Eli la observaba con incredulidad, su mente tratando de procesar lo que estaba a punto de suceder. Todo lo que había aprendido sobre la vida en esos dos últimos años le decía que no existían soluciones fáciles, y mucho menos justicia para su hermana. Sin embargo, la determinación de Tory era palpable, y aunque él nunca lo admitiría, una pequeña parte de él sentía una chispa de esperanza.
—¿Papá? —Tory habló con un tono más formal, el que reservaba para las pocas veces que tenía que interactuar con su padre. —Necesito hablar contigo... sí, ahora mismo.
Eli se inclinó hacia adelante, sus manos temblorosas descansando sobre sus rodillas mientras escuchaba la conversación. No podía dejar de preguntarse si todo esto no era más que una especie de sueño, o si simplemente Tory estaba actuando impulsivamente.
—Es sobre algo serio —continuó ella, su voz bajando un poco, como si no quisiera que Eli escuchara demasiado. —Hay un tipo... alguien que... mató a la hermana de un amigo. Y está libre. ¿Puedes hacer algo?
Eli sintió un nudo formarse en su garganta. Todo se sentía demasiado rápido, demasiado irreal. Había pasado dos años convencido de que Alex se había salido con la suya, de que nunca habría consecuencias. Pero ahí estaba Tory, hablando con su padre, tratando de cambiar las cosas. Parte de él quería detenerla, decirle que no valía la pena, que nada iba a cambiar, pero otra parte... otra parte quería ver a Alex pagar.
—Sí, te envío los detalles más tarde —dijo Tory, con una mirada fija en la carretera oscura que se extendía frente a ellos. —Gracias, papá. En serio.
Cuando colgó, el silencio llenó la playa. Tory dejó el celular en su bolsillo y se pasó las manos por el cabello, soltando un largo suspiro. Eli seguía en estado de shock, sin saber qué decir.
—Tory... —empezó, su voz temblorosa— No tenías que hacer eso. No quiero que te metas en algo tan complicado.
Ella giró hacia él, sus ojos oscuros y serios. —No me importa. No voy a dejar que alguien como Alex se salga con la suya, Eli. No después de lo que le hizo a tu hermana
Eli la miró fijamente, sintiendo una mezcla de gratitud y miedo. Era la primera vez que alguien realmente hacía algo por él en todo ese tiempo. Desde la muerte de Alexia, todo el mundo había tratado de consolarlo con palabras vacías, pero nunca con acciones concretas. Nadie se había ofrecido a ayudar. Nadie, excepto Tory.
—Pero... ¿y si no funciona? —preguntó Eli, su voz apenas un susurro.
Tory entrecerró los ojos, su tono inquebrantable. —Va a funcionar, Eli. Mi padre es uno de los mejores abogados que existen. Y créeme, si hay una manera de hacer que Alex pague por lo que hizo, la encontrará.
Eli se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Una parte de él todavía se negaba a creer que esto pudiera ser real, pero otra parte... otra parte se aferraba a esa pequeña chispa de esperanza. La posibilidad de justicia para su hermana, por muy pequeña que fuera, era algo que no podía ignorar.
—Gracias —murmuró finalmente, su voz cargada de emociones.
Tory lo miró de reojo, una leve sonrisa en sus labios. —No tienes que agradecerme. Nadie merece vivir con ese tipo de dolor, Eli. Y tú... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas—, mereces que alguien haga algo por ti, aunque sea una vez.
La playa se quedó en silencio por unos momentos más. Eli observó el horizonte oscuro, las olas del mar apenas visibles desde la distancia. Aunque el dolor por la pérdida de su hermana seguía presente, por primera vez en mucho tiempo, sintió algo diferente. Algo que no había sentido desde hacía años: una posibilidad, por mínima que fuera, de que las cosas pudieran cambiar.
Ambos caminaron hacia el auto de la rubia ,Tory arrancó el auto de nuevo, pero antes de ponerlo en marcha, giró hacia él una última vez. —Vamos a resolver esto, Eli. No estás solo en esto.
Eli asintió en silencio, sin palabras para expresar todo lo que sentía en ese momento. Mientras el auto se deslizaba por la carretera, el frío de la noche seguía presente, pero por primera vez, no lo sentía tan agobiante.
Ame escribir este cap :")
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