Oscuro Amanecer
El aire estaba cargado de un hedor ferroso, denso e insoportable. La atmósfera vibraba con la resonancia de gemidos, gritos y un eco constante de dolor que se aferraba a las paredes metálicas de la sala. Kurama y Josef se encontraban al borde de una encrucijada fatal: convencer a Kaede de que los ayudara o enfrentar solos el abismo que se cernía sobre ellos. Pero el destino era cruel. Ahyma, el ser cuya sombra nunca llegaba tarde, ya había fijado sus ojos en su próxima víctima.
La noticia llegó como un disparo directo al corazón de Kaede: Mayu había sido secuestrada. El furor desatado en sus ojos superó cualquier límite. No había espacio para la razón ni la diplomacia. Nana sintió lo mismo; su respiración se volvió errática y sus vectores invisibles comenzaron a ondear como cuchillas al viento. Ambas sabían lo que significaba. Ahyma no tenía piedad. Nunca la había tenido.
La visión fue más que suficiente para quebrarlas. Ahí, frente a ellas, se desplegó la cruel orquestación de Ahyma: Mayu, con el cuerpo encadenado, obligada a presenciar una escena depravada. Kouta y Yuka se fundían en un acto de pasión desbordada, sus cuerpos entrelazados de forma que rozaba lo grotesco. La mirada de Yuka estaba llena de una malicia antinatural, una sonrisa torcida que no pertenecía a la mujer que Kaede había conocido.
—¡Ahyma, te juro que te voy a matar!— rugió Kaede, sus vectores luchando por liberarla de las criaturas que la inmovilizaban.
Los grilletes que la mantenían atada eran más que acero; eran una extensión de las criaturas que se aferraban a su carne. Cada vez que intentaba liberarse, las garras de los monstruos se enterraban en su piel, arrancando jirones de carne y dejando manantiales de sangre sobre el suelo. El dolor era intolerable, pero la rabia eclipsaba todo.
—¿Te duele, Kaede?— La voz de Ahyma llegó desde las sombras, gutural y burlona. Su figura, alta y esquelética, emergió de la penumbra con sus ojos carmesí brillando como carbones encendidos. —¿Lo sientes? Esa impotencia. Ese nudo en la garganta que no puedes tragar. Lo mismo que sintieron aquellos que suplicaron por sus vidas mientras los hacías pedazos. ¿Lo recuerdas?—
—¡Cállate! ¡Cállate, maldito!— gritó Kaede con voz quebrada. Las lágrimas se deslizaban por su rostro, mezclándose con la sangre que manaba de sus cortes. No podía apartar la vista de la escena frente a ella.
—¡Oh, pero mírala!— exclamó Yuka, con una risa cortante. Su voz sonaba distante, como si alguien más hablara a través de su boca. —¿Te duele ver a Kouta amarme así? Lo siento, Kaede. Siempre has sido una sombra. Una mancha que nunca quiso desaparecer.—
Los ojos de Kaede se abrieron de par en par, llenos de una rabia infinita. Su cuerpo tembló mientras sus vectores ganaban fuerza, cortando el aire con la furia de un huracán invisible.
Bando, quien observaba la escena desde la distancia, apretó los dientes con tanta fuerza que un crujido resonó en su mandíbula.
—Esto... esto es demasiado— masculló con una mezcla de horror y asco. —¡Ahyma, eres un monstruo! No solo matas, sino que rompes sus mentes hasta que no queda nada.—
—¿Un monstruo?— dijo Ahyma con una sonrisa torcida. —Tú lo dices como si no fueras parte de todo esto, Bando. ¿Cuántas veces destruiste vidas con tus propias manos? No soy el monstruo. Soy el redentor.—
Una detonación rompío la tensión. La cabeza de Ahyma se inclinó hacia un lado. Un proyectil había sido disparado desde la penumbra. Un lanzamisiles. El cohete surcó el aire con un rugido ensordecedor. Ahyma levantó la mano, atrapándolo a pocos centímetros de su rostro.
—¡Patético intento!— rugió mientras la energía del proyectil se condensaba en su palma. —¡Así de fácil es detener sus pequeñas rebeliones!—
Pero un segundo disparo. Una bala solitaria, certera, impactó el misil que Ahyma sostenía, detonándolo de forma violenta. La explosión fue tan poderosa que su cuerpo fue lanzado contra la pared, donde el impacto dejó un cráter profundo. Trozos de su piel se deslizaban como ceniza al viento, exponiendo carne negra y palpitante debajo.
Desde la otra esquina, una silueta emergió entre el humo. Era Josef. Su rostro estaba endurecido por la determinación. Con el arma humeante en la mano, su mirada se encontró con la de Ahyma.
—¡Por aquí, rápido! No tenemos mucho tiempo— gritó Josef a Kaede y los demás.
Los gritos de las criaturas resonaron a su alrededor. Las sombras comenzaron a moverse. Kaede, agotada, cayó de rodillas mientras el mundo a su alrededor se distorsionaba. Apenas sintió el momento en que Bando la levantó y la llevó hacia el vehículo de escape.
—¡No intentes quitarle eso de la cabeza!— advirtió Kurama cuando vio a Kaede mirando a Kouta, cuyo cuerpo yacía inmóvil con la criatura aferrada a su cráneo. —Si lo haces, podrías matarlo.—
Kaede cerró los ojos, y en su mente se desató la batalla de voces. Lucy, feroz y cruel, la azotaba con palabras de desprecio, incitándola a rendirse al odio. Nyu, en contraste, gimoteaba con la dulzura de una niña perdida, suplicándole que no cediera a la oscuridad. Cada susurro era un latigazo en su conciencia, cada palabra, un golpe en su voluntad. La voz de Lucy era cruel, implacable, mientras que la de Nyu lloriqueaba con miedo.
—¿Creíste que eras fuerte? Eres patética— susurró Lucy.
—No... yo... los protegeré— dijo Kaede, antes de perder la conciencia.
Las últimas palabras que escuchó antes de sumirse en la oscuridad fueron las del médico, pero en su mente resonó la voz de Lucy, burlona y cruel: "Mira cómo te arrebatan hasta la última gota de control." La impotencia se apoderó de ella como una garra helada en el pecho, incapaz de mover un solo músculo mientras la negrura la devoraba por completo.
—¡No la dejen morir! ¡Hagan lo que sea necesario!—
Kaede abrió los ojos con esfuerzo, enfocándose lentamente en el techo blanco e impoluto que se extendía sobre ella. Su cuerpo se sentía pesado, como si estuviera sumergida en un lodo invisible. El zumbido constante de las máquinas médicas acompañaba el latido irregular de su corazón.
—Mayu...—murmuró, su voz rota y seca.
—¿Kaede? ¡Kaede, estás despierta!—exclamó una voz familiar desde un rincón. Mayu corrió hacia ella, sus ojos llenos de lágrimas y alivio—. ¡Por fin!
Kaede trató de moverse, pero su cuerpo se negó a responder. Sintiendo la calidez de la mano de Mayu aferrándola con suavidad, la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué día es hoy? —preguntó con la voz aún rasposa—. ¿Dónde están los demás?
Mayu desvió la mirada, incapaz de sostenerla.
—Has estado en coma durante una semana—dijo con la voz temblorosa—. Yuka y los demás están con un hombre que se hace llamar J... pero Kouta... él está en peligro. Algo... algo se ha aferrado a su cerebro. No hemos podido hacer nada para ayudarlo.
El mundo de Kaede se fracturó con esas palabras. Los recuerdos la asaltaron: el rostro de Ahyma deformado por una sonrisa maliciosa, las sombras del parque tragándolo todo, la desesperación en los gritos de Yuka. La ira la atravesó como una cuchilla.
—¡Ese maldito monstruo!—gritó, aferrando la mano de Mayu con demasiada fuerza.
—¡Kaede, me haces daño!—chilló Mayu, luchando por soltarse.
El remordimiento golpeó a Kaede de inmediato. Aflojó su agarre y cerró los ojos, tragándose la rabia y la impotencia.
—Lo siento... lo siento, Mayu—susurró—. Llama a los doctores. Necesito moverme.
Mayu asintió y salió corriendo por el pasillo, dejando tras de sí el eco de sus pasos.
Horas después, Kaede se encontró frente a Kurama y Mariko en una sala de reuniones fría y sin alma. La tensión flotaba en el aire como niebla. Kurama la miró con la misma expresión inquebrantable de siempre.
—¿Qué quieres, Kurama?—preguntó Kaede con la voz cortante como una navaja.
—Lucy—respondió él, con el rostro imperturbable—. Mi superior quiere hablar con ella. Es sobre Kouta... y sobre Ahyma.
Kaede entrecerró los ojos. Había aprendido a reconocer la mentira en las palabras de Kurama.
—¿Y por qué debería confiar en ti?—replicó con un tono cargado de desdén.
Desde las sombras, una tercera voz se alzó, interrumpiendo la discusión.
—Porque si no lo haces, Kouta morirá—dijo Josef, saliendo de la penumbra con una sonrisa lánguida—. Lo que tenemos aquí no es solo un parásito. Se ha fusionado con su sistema nervioso. Sacarlo sin más lo matará.
El silencio que siguió fue tan afilado que podía cortar la piel. Kaede miró a Josef, el ceño fruncido por la duda y el odio.
—¿Y por qué debería creerte? ¿Cuántas veces he escuchado eso antes?—escupió.
Josef se acercó un paso más, con la confianza de alguien que ya había ganado la partida.
—Porque esta vez, la muerte de Kouta no será una opción—dijo—. Si nos ayudas, podrás salvarlo. Si no, su destino ya está sellado.
El rostro de Kaede se endureció como piedra. Cerró los ojos por un instante, dejando que la rabia burbujeara bajo la superficie.
—De acuerdo—dijo al fin—. Pero si me traicionan, los haré pedazos, uno por uno.
En una cámara subteránea, donde la penumbra era la única señora, una figura se movía con elegancia calculada. La frialdad del aire hacía que la respiración pareciera más pesada. De las sombras, emergió una mujer con el cabello azabache y una cicatriz que cruzaba su hombro izquierdo. Sonrió con malicia, los ojos brillando con una chispa de maldad.
—La Reina ha caído—informó Gretel, con una voz rasposa y segura—. Fue humillada frente a todos. Una caída que nunca olvidará.
La figura en la oscuridad soltó una carcajada grave y gutural.
—Perfecto—respondieron los labios invisibles—. Su era está terminando. Ahora es nuestro turno.
Desde las sombras, ojos incandescentes se abrieron, observando con hambre el mundo que pronto reclamarían. La figura se inclinó hacia adelante, las llamas azules reflejándose en su mirada.
—Cuando llegue el momento—dijo con la voz cargada de promesa—, la Reina se arrodillará ante mí.
El sonido de cientos de criaturas siseando llenó la habitación. Serpientes, o algo peor, se agitaban en la oscuridad, ansiosas por el festín prometido.
El silencio opresivo de la sala de reuniones fue roto por el eco de unos pasos firmes. La tensión era palpable, el aire cargado de expectativa y resentimiento. Los ojos de Kaede, fríos como el acero, se posaron en Anna desde la distancia. Su mirada era una mezcla de desdén y cautela, una chispa de recuerdos amargos que no podía borrar. Ante ella, la figura de Anna evocó el momento en que, convertida en una aberración grotesca, le había arrancado los brazos. Ahora, esa memoria se entrelazaba con una rabia latente y un temor que Kaede intentaba ocultar.
En el centro de la sala, Josef se levantó de su asiento, el peso de los años reflejado en sus ojos cansados pero decididos. Su voz resonó con una firmeza inquebrantable.
—En aquellos tiempos, era joven e inexperto para enfrentar tal caos —comenzó, recorriendo con la mirada a cada uno de los presentes—. Pero ahora estoy más decidido que nunca a acabar con esta locura. Ahyma ha causado suficiente daño. Y ahora que ella ha regresado... su tiranía debe llegar a su fin.
Todos en la sala guardaron silencio. Los líderes estaban presentes: Arakawa, flanqueado por Alma, Nana y Mariko, mientras que Kurama, Bando y Nate protegían a Shirakawa. Cada uno de ellos había visto el horror con sus propios ojos y sabían que no había lugar para la duda.
—Desde la fundación de esta organización —continuó Josef—, mi objetivo ha sido la paz y la prosperidad para ambas especies. Pero en las últimas semanas, esa paz se ha desmoronado. Algo se ha desatado desde las profundidades de las instalaciones de la familia Kakuzawa: una amenaza que supera con creces a los Diclonius. La llamamos la Plaga.
—¿La Plaga? —preguntó Nana con el ceño fruncido—. ¿A qué te refieres con "poder de infección"?
Josef intercambió una mirada con Kurama, quien asintió y dio un paso al frente.
—Las criaturas que acompañan a Ahyma —explicó Kurama con tono grave— no siempre fueron así. Eran humanos. La infección ocurre al entrar en contacto con sus tentáculos o su sangre. La mutación es rápida e impredecible. Es mucho peor que la infección de los Diclonius.
—¿Y cómo se detiene? —preguntó Arakawa, sus ojos entrecerrados con escepticismo—. ¿Existe alguna manera de evitar la infección?
—El virus Diclonius ofrece inmunidad parcial —respondió Kurama—, pero el virus Beyond, como lo hemos denominado, se adapta rápido. Si sigue evolucionando, podría superar esa inmunidad.
Los rostros de todos en la sala se tornaron sombríos. El sonido de un golpe fuerte rompió el silencio. Anna había golpeado la mesa con el puño, sus nudillos sangrando por el impacto.
—¡Ese bastardo mató a mi madre! —gritó entre sollozos, sus ojos desbordando furia—. ¡Lo mataré con mis propias manos!
Kaede se levantó, su largo cabello rosa ondeando con suavidad. Caminó hasta Anna y, para sorpresa de todos, la abrazó. La joven se estremeció bajo su contacto, los sollozos se volvieron más intensos.
—Perdóname por lo que te hice —dijo Kaede en voz baja—. No puedo cambiar el pasado, pero te prometo algo: Ahyma pagará por todo. No estarás sola en esto.
Un susurro de asombro recorrió la sala. Kaede nunca había mostrado afecto de esa manera. Los ojos de Shirakawa se entrecerraron con una mezcla de curiosidad y recelo.
—¿Cómo piensas detenerlo, Josef? —preguntó Shirakawa, rompiendo el silencio—. Necesitamos algo concreto.
—Kaede —respondió Josef con firmeza—. Ella es la clave.
Las miradas se clavaron en Kaede, que bajó la cabeza, sintiéndose expuesta. Los rostros de todos parecían exigir una respuesta.
—¿Yo? —murmuró Kaede—. No sé si puedo hacerlo.
—Tú eres el eslabón perdido —insistió Josef—. El virus de los Diclonius corre por tus venas en su forma más pura. Llevas el legado de todas las reinas que te precedieron. Nadie más tiene ese poder. Es por eso que Kakuzawa siempre te temió.
Kaede se quedó en silencio. Los recuerdos de sus enfrentamientos con Kakuzawa se agolparon en su mente.
—A partir de ahora —anunció Josef, levantándose de su asiento—, todos ustedes comenzarán un entrenamiento intensivo. Cada uno de ustedes liberará su verdadero potencial. Esta vez, no permitiré errores.
En un callejón de Kamakura, la lluvia caía con furia. Bajo la tenue luz de un farol, un joven encapuchado observaba el ir y venir de la multitud. Vestía una gabardina raída que apenas ocultaba su torso desnudo, marcado por cicatrices. Sus ojos ambarinos seguían con atención a un vendedor ambulante.
—Disculpa, ¡pero esto me lo llevo! —dijo antes de arrebatar un par de panes y correr entre la multitud.
Los gritos de persecución no tardaron en seguirle, pero el joven se desvaneció en un callejón. Al otro lado de la pared, se quitó la capucha, revelando una larga cola de caballo y una marca en su frente: una cicatriz en forma de círculo, el recuerdo de un dispositivo de control.
—Espero que esto le guste a la abuela —murmuró para sí mismo.
Caminó hasta una pequeña casa cerca del puerto. Una anciana Diclonius lo recibió con una sonrisa cariñosa.
—¡Noah, siempre causando problemas! —rio la anciana—. Jejeje, eres igual de travieso que cuando eras niño.
Noah sonrió, dejando los panes sobre la mesa.
—No cambiaré, abuela. No mientras ellos sigan buscando cómo controlarnos.
Las sombras de la noche se extendían por el callejón, apenas interrumpidas por la lóbrega luz de un farol parpadeante. La lluvia caía en una sinfonía constante de golpeteos húmedos contra el pavimento. El ládron retrocedía, los ojos desorbitados, la respiración entrecortada por el pánico.
—¡¿Qué demonios eres?! —gritó con el arma en alto, el dedo tembloroso en el gatillo—. ¡¿Por qué mis balas no te tocan?!
Frente a él, la figura de Noah se erguía con una serenidad inhumana. La lluvia se deslizaba por su rostro, pero su mirada permanecía fija en el ládron, fría e implacable. De sus espaldas emergían las sombras de sus vectores, brumosos e indistintos, pero palpablemente amenazantes.
—Soy un Diclonius —respondió Noah con voz grave, cada palabra un eco de sentencia—. Y tú... tú eres solo otra escoria que se aprovecha de los débiles.
El brillo carmesí de sus ojos se intensificó mientras los vectores se movían con una violencia desatada. Un impacto invisible golpeó al ládron con una fuerza brutal. Su cuerpo fue lanzado contra la pared, donde cayó como un saco de carne sin voluntad, inconsciente y humillado.
—Pero al menos —agregó Noah, con fría determinación—, no soy un asesino como tú.
De la penumbra emergió una mujer, sus ojos llenos de gratitud y alivio. Aún temblorosa, se acercó con pasos inciertos, sosteniendo un pequeño fajo de billetes.
—¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! —dijo con voz entrecortada—. Toma este dinero, es lo mínimo que puedo hacer para agradecerte.
Noah la observó por un instante, su expresión impasible. Luego, negó con la cabeza.
—Guárdelo, señorita. Necesita ese dinero más que yo. Solo tómelo como un aviso. No pase de nuevo por este lugar.
La mujer asintió rápidamente, su rostro bañado en una mezcla de lluvia y lágrimas.
—Lo haré, lo prometo.
La mujer se alejó con pasos apresurados, sus ojos lanzando una última mirada de agradecimiento antes de perderse en la lluvia. Noah la siguió con la mirada por un momento antes de agacharse y recoger los cuchillos que los ladrones habían dejado atrás. Las hojas relucieron con un destello de luz pálida antes de ser guardadas bajo su abrigo.
De repente, una televisión encendida en el escaparate de una tienda atrajo su atención. La pantalla mostraba la imagen de un hombre de mediana edad, elegante y autoritario, que ofrecía una entrevista en vivo. A su lado, una joven de cabellos rosas y ojos vacíos miraba hacia el horizonte con fría serenidad.
—Kaede... —susurró Noah, paralizado—. Es ella... la chica que vi en la caverna.
Sus pensamientos se nublaron por una sensación de irrealidad. La figura de Kaede en la pantalla se superponía con la memoria de aquella presencia que había sentido hace tiempo. Algo dentro de él se removió, un sentimiento tan profundo como inquietante.
Pero no tuvo tiempo de procesarlo. Al girar en la esquina, vio a dos figuras que caminaban bajo la lluvia. La primera era un hombre alto, envuelto en una gabardina negra que goteaba con el agua. Su rostro estaba en sombras, pero sus ojos, ocultos tras unas gafas oscuras, parecían observarlo. Junto a él, una joven de cabellos largos y negros, vestida con un vestido blanco con bordados dorados, caminaba con calma, como si el frío no la afectara.
El corazón de Noah se aceleró. Sin necesidad de razón, supo que algo en esas personas no era humano. Bajó la cabeza y se apartó rápidamente para dejarlos pasar, pero no pudo evitar sentir el escalofrío que le recorrió la columna.
—¿Quién diablos era ese tipo? —murmuró, sin atreverse a mirar atrás—. Esos ojos... no eran humanos.
Mientras las figuras se alejaban, Noah permaneció en la acera, observándolos hasta que se desvanecieron en la niebla de lluvia. Un presentimiento oscuro se instaló en su pecho, un vaticinio de tragedia por venir.
El eco de la voz de Noah resonó en la habitación como un grito desesperado que cortaba el aire.
—¡Hermanita!
Kaede, inmóvil, sintió que el mundo se detenía. Parpadeó, incapaz de procesar lo que veía frente a ella.
—¿Pero qué... cómo...? —balbuceó, su mente atrapada entre la incredulidad y el miedo.
Noah la envolvió en un abrazo que desbordaba una mezcla de alivio y desesperación. La rigidez de Kaede era palpable, incapaz de reaccionar ante la intensidad del momento.
—¡Te he extrañado tanto! ¿No me recuerdas?
Kaede retrocedió un paso, aún buscando sentido a la aparición de su hermano.
—¿Cómo es posible que hayas sobrevivido?
Noah la soltó, aunque sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar.
—Después de tu enfrentamiento con Anna, ese viejo bastardo me encerró de nuevo. Cuando todo en la isla estalló en el caos, alguien me liberó. Estaba desesperado. La cosa en mi frente... se rompió cuando me golpeé contra una piedra mientras escapaba. Encontré una balsa por pura suerte, pero casi muero de hambre antes de que una mujer llamada Hitomi me rescatara en la costa.
Josef, que había estado observando en silencio, finalmente intervino con una voz grave y cargada de melancolía.
—Hitomi era mi esposa. Una Reina Diclonius como tú, Kaede. Una de las más poderosas. Fue ella quien usó todo su poder para sellar a Ahyma, pagando el precio con su cuerpo, que se deterioró hasta que ya no pudo sostenerse en pie.
Kaede asintió con solemnidad, sintiendo un peso extraño en el pecho.
—Lo lamento mucho, Josef. Algo parecido me ocurrió cuando intenté usar todo mi poder... sentí cómo mi carne se derretía.
—Es lo que ocurre cuando no se tiene el entrenamiento necesario —continuó Josef con tono sombrío—. Pero tus vectores tienen algo único, Kaede. Corroen las células de Ahyma, lo que podría ser nuestra única ventaja... si aprendes a controlarlos sin destruirte a ti misma en el proceso.
Kaede cerró los ojos, sopesando las palabras. El silencio apenas duró un momento antes de que Bando irrumpiera en la habitación, jadeando como si hubiera corrido una maratón.
—¡Josef, noticias urgentes!
La atención de todos se centró en él.
—Hablaron de más muertes en Kamakura. Diclonius asesinados de formas... indescriptibles. Además, alguien está saqueando campamentos militares y robando armas de alto calibre.
Josef apretó los puños y miró las imágenes que Bando había enviado a su dispositivo. Las fotos mostraban cadáveres reducidos a esqueletos, la carne consumida por un ácido potente. Kaede miró sobre su hombro, el horror reflejado en su rostro.
—Es repugnante... ¿Qué clase de monstruo pudo hacer esto?
Josef permaneció en silencio, analizando las imágenes.
—No tengo idea. Pero esto no es una broma. Parece que enfrentamos algo mucho peor que cualquier cosa que hayamos visto antes.
El grupo cayó en un tenso silencio, el peso de lo que estaba por venir comenzando a asfixiar la atmósfera.
—Kaede —dijo Josef finalmente—. Ve con Bando. Nate los está esperando. Necesitamos aliados ahora más que nunca, y espero que puedas mantener tus diferencias a un lado.
Kaede asintió, decidida, mientras Bando murmuraba algo sobre lo rápido que estaban cambiando las cosas.
Una hora después, ambos llegaron al club nocturno de Nate. Allí, una mujer se presentó ante ellos. Era una Diclonius, pero lo que más llamó la atención de Kaede no fueron sus características físicas, sino el uniforme provocativo de enfermera que vestía.
—Soy Kazumi —dijo con una sonrisa descarada—. Me imagino que son amigos de Josef.
Kaede arqueó una ceja.
—¿Por qué estás vestida así?
Kazumi soltó una risita.
—Es mi uniforme de trabajo. Soy stripper, pero también sé luchar. Nate cree que la seducción y el erotismo son armas poderosas, y no puedo decir que esté equivocado.
Bando observó el letrero luminoso y las sombras de las figuras que danzaban tras la puerta. Su mandíbula se tensó.
—No suelo frecuentar estos lugares —murmuró, su voz áspera como siempre—. Pero en fin... entremos.
Kaede lo siguió en silencio, sus ojos inspeccionando el entorno al cruzar el umbral. La música resonaba, un ritmo hipnótico que se mezclaba con el ruido de las conversaciones apagadas y el tintineo de copas. Sobre los escenarios elevados, bailarinas humanas y Diclonius realizaban movimientos que desafiaban la física, girando en los tubos de acero con una gracia inquietante. Había algo perturbador en la escena, pero también fascinante.
—Se mueven increíblemente bien —comentó Kaede en voz baja, más para sí misma que para Bando.
Una voz jovial cortó la tensión del momento.
—¡Bienvenidos! —exclamó un hombre desde una mesa cercana—. Soy Nate, comediante astuto y, para las mujeres, el mejor amante.
Kaede levantó una ceja, mientras Bando apenas reprimía una mueca.
—Lamento el retraso, pero ya saben lo que ha pasado. —Nate se inclinó hacia ellos, con un brillo perspicaz en los ojos—. He traído lo que prometí: armas de alto calibre, diseñadas específicamente para enfrentar a esas criaturas.
Depositó un maletín sobre la mesa y lo abrió, revelando un arsenal de pistolas, rifles y cargadores de diseño vanguardista.
—Estas armas están equipadas con tecnología avanzada. Josef me encargó fabricarlas hace años, para cuando Ahyma regresara.
—Espero que hagan la diferencia —gruñó Bando, inclinándose para inspeccionar las balas relucientes—. Ni siquiera un hacha y las balas de Kurama lograron dañarlos.
—Eso es porque te enfrentaste a monstruos de alto rango —intervino Nate, con tono serio por primera vez—. Las clases bajas pueden ser eliminadas con amputaciones, pero los de rango alto requieren algo más... específico. Estas balas no solo perforan exoesqueletos, sino que explotan al contacto, dispersando esquirlas. Sin embargo, deben usarlas con moderación. Son extremadamente escasas.
Kaede observó las armas en silencio, pero su mirada parecía estar perdida en otro pensamiento. Finalmente, levantó la vista.
—Nate... ¿podrías enseñarme a hacer lo que hacen las chicas aquí?
El silencio que siguió fue casi tangible. Nate y Bando intercambiaron miradas, boquiabiertos, sin palabras.
Mientras tanto, en un orfanato en ruinas, Ahyma caminaba por los corredores en penumbra, acompañado por Saya. Las paredes carcomidas por el tiempo susurraban los ecos de un pasado olvidado. Llegaron finalmente a una sala donde un hombre demacrado, con un brazo mecánico y modificaciones cibernéticas en su rostro, aguardaba entre la penumbra.
—Ha pasado mucho tiempo, Richard Wong —dijo Ahyma, su tono gélido.
Richard levantó la vista lentamente, su ojo mecánico brillando débilmente.
—Así es, mi señor Ahyma. Es irónico que ese idiota de Oda te haya liberado al final. Mi plan era usar a Noso para infectar a todos y liberarte, pero esa maldita Kaede lo arruinó todo.
—Eso es irrelevante. —Ahyma dejó caer una pequeña caja sobre la mesa frente a Richard. Al abrirla, el hombre sonrió al ver la cabeza de Kakuzawa.
—Un trofeo hermoso —murmuró, con una chispa de locura en sus palabras—. Pero yo también tengo algo para ti.
Guiándolo hacia un sótano oculto, Richard reveló un laboratorio lleno de cápsulas de conservación. Seis figuras permanecían inmóviles en su interior, flotando en un líquido verdoso.
—¿Crees que puedan soportarlo? —preguntó Ahyma, observando con interés.
—Eso lo descubrirás pronto —respondió Richard con una sonrisa torcida—. Yo mismo participaré en el proceso.
La conversación se interrumpió cuando Saya giró de golpe, su mirada fija en una figura que los observaba desde las sombras: una Diclonius de aspecto imponente, completamente desnuda, pero con el rostro cubierto por un casco.
—Amo Ahyma —dijo Saya, con voz fría—, tenemos compañía.
Ahyma la observó con curiosidad, levantando una mano para calmar a Saya.
—Nunca pensé que uno de los tuyos vendría a mí, sabiendo lo que hago con tu especie.
—Busco una cosa —respondió la Diclonius con voz firme—. Quiero tu poder. Para matar a Lucy.
Ahyma sonrió, su expresión cargada de malicia.
En el complejo subterráneo, Kaede caminaba por un pasillo oscuro, perdida en sus pensamientos, hasta que se encontró con Mariko. La joven se sonrojó de inmediato, evitando la mirada de Kaede.
—¿Sucede algo? —preguntó Kaede, extrañada por su actitud.
—No... no es nada. —Mariko desvió la mirada, jugueteando con sus dedos—. Solo quería agradecerte por salvarme. Nunca imaginé que...
—No necesitas agradecerme. —La voz de Kaede era suave, pero su mirada estaba cargada de resolución—. A pesar de mi pasado, estoy decidida a limpiar mi nombre y salvar a Kouta.
Mariko contemplaba con intensidad el rostro de Kaede, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y ternura.
—Myu... ¿qué significa él para ti? —preguntó en voz baja—. Cuando Ahyma lo manipuló, vi algo en tus ojos... una rabia, un dolor que nunca antes había visto.
Kaede apartó la mirada, su voz temblorosa al responder:
—Ese chico... es la razón de mi transformación. A pesar de que maté a su padre y a su hermana, él me perdonó. Me declaró su amor, Mariko. Yo también lo amo. Solo deseaba una vida tranquila a su lado, formar una familia. Nunca quise ser una Diclonius.
Mariko alargó la mano y tomó la de Kaede, transmitiendo un calor reconfortante.
—No estás sola, Myu. Sé que la gente te mira raro, pero eso puede cambiar. Además, siempre me tendrás a mí.
Kaede forzó una sonrisa, agradecida por la empatía de Mariko.
—Gracias, Mariko. De verdad. Solo desearía poder llevarme mejor con tu padre... pero me cuesta perdonarlo por casi matar a Kouta.
La mirada de Mariko se oscureció, recordando su propio pasado.
—Te entiendo. Pero a veces, hay que dejar ir el odio. Él también carga con un pecado que no ha podido borrar. Mi madre... murió protegiéndome de él cuando intentaba cumplir con su deber.
Kaede se quedó en silencio, sorprendida por la confesión.
—No sabía eso...
Mariko suspiró, la voz quebrada por una mezcla de dolor y aceptación.
—Lo odié, como tú. Por abandonarme, por lo que hizo. Pero él no es malo, Kaede. Me lo demostró cuando me protegió... de ti, y de los soldados de Kakuzawa.
Ambas caminaron hacia el balcón, donde el atardecer teñía el horizonte de tonos rojos y dorados. Por un momento, el mundo parecía menos cruel.
Kaede rompió el silencio, con un tono decidido.
—Hemos sufrido mucho, Mariko. Pero si Josef tiene razón, si nuestras especies pueden vivir en paz... lucharé para hacer ese sueño realidad.
Mariko sonrió, sus ojos brillando con un destello de esperanza.
—Siempre he soñado con ser bailarina profesional. Me encantaría que vinieras a verme practicar. Sería importante para mí.
Kaede asintió con suavidad.
—Claro que sí. Estoy segura de que lo lograrás, Mariko.
Mariko la abrazó de repente, dejando que las lágrimas fluyeran. Kaede correspondió al gesto, sosteniéndola con calidez.
Mientras tanto, en otra parte del complejo, Anna se encontraba sentada frente a Alma y Noah, sus ojos reflejando culpa.
—La verdad... no sé mucho sobre él. Mi padre y mi hermano eran muy reservados con sus proyectos.
Alma cruzó los brazos, exasperada.
—Lo que me resulta increíble es cómo lograron capturarlo. Cuando lo enfrenté, me humilló. Y yo soy una de las Diclonius más poderosas.
Noah intervino, su tono más reflexivo.
—Fue gracias a la abuela Hitomi. Ella era una Reina Diclonius. Josef me contó que su poder fue lo único capaz de contener a Ahyma. Pero ahora... ha regresado. Y si su poder ha evolucionado con el tiempo, podría alcanzar el nivel de un dios.
Anna bajó la cabeza, susurrando con voz rota:
—Lamento tanto lo que mi familia ha causado. No quería esto... Ahora, por mi culpa, hay un monstruo suelto.
Alma la miró con dureza, pero sus palabras fueron sorprendentemente suaves.
—No cargues con la culpa de otros. Tú no tuviste nada que ver con esto.
No lejos de allí, en el laboratorio, Arakawa estudiaba el cuerpo de una criatura mutante. Sus hallazgos la llenaban de un terror que apenas podía contener.
—Esto no puede ser... —murmuró, horrorizada—. La mutación sigue activa. La criatura está muerta, pero su sangre... sigue viva.
De repente, la sangre comenzó a moverse, transformándose en tentáculos que reptaban hacia ella.
—¡Josef! —gritó por el comunicador—. La sangre puede regenerar a la criatura... ¡Necesitamos destruirla antes de que sea tarde!
El caos se desató en el laboratorio cuando los tentáculos comenzaron a atacar. Kaede llegó justo a tiempo, usando sus vectores para destruir a la criatura. Pero el peligro estaba lejos de terminar.
Josef observó con preocupación.
—Kaede, tus vectores pueden erradicar esta infección. Pero si queremos sobrevivir, necesitaremos más Reinas.
El eco de esa responsabilidad resonó en la mente de Kaede mientras el atardecer, antes pacífico, se teñía de sombras ominosas.
La risa de Jazmín resonó como un eco macabro entre las ruinas. Su voz, cargada de una mezcla de arrogancia y locura, era un reflejo de la devastación que dejaba a su paso.
—¿Creen que eso podrá detenerme? ¡Ja, jajaja! ¡Vamos, chicas, por aquí! —gritó mientras lideraba a sus compañeras a través del caos.
Kaede llegó al lugar, su respiración pesada por la carrera, solo para encontrarse con un escenario que superaba sus peores pesadillas. Los restos de los soldados caídos yacían desparramados, y el olor a sangre y cordita impregnaba el aire.
—¿Pero qué demonios ha pasado aquí? —preguntó Mariko, su rostro mostrando una mezcla de incredulidad y repulsión.
—Esto no lo hicieron esas criaturas comunes —replicó Nana, su mirada fija en el horizonte—. Fue un Diclonius extremadamente poderoso.
Un soldado, tambaleándose y cubierto de heridas, confirmó sus sospechas.
—En efecto, era una Diclonius ... pero diferente a ustedes.
Kaede dio un paso adelante, su voz firme a pesar de la tensión.
—¿Lograste verla?
—Sí —respondía el hombre mientras temblaba—. Era una chica de cabello azul, con un cuerpo musculoso y cuernos mucho más largos que los suyos. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices, tanto en el rostro como en el pecho.
La descripción hizo que Alma se pusiera visiblemente nerviosa. Nana, siempre atenta, no tardó en notarlo.
—¿Te pasa algo, Alma? —preguntó con un dejo de preocupación.
Alma bajó la mirada, como si las palabras fueran un peso que la aplastaba.
—La Diclonius que atacó ... es una de mi antiguo grupo de amigas. Su nombre es Jazmín.
El silencio que siguió a su revelación fue denso, cargado de sorpresa y tensión. Kaede avanzó, su mirada inquisitiva clavada en Alma.
—¿Conoces a las responsables de esto?
—No estoy completamente segura —contestó Alma, tragando saliva—. Pero según la descripción del soldado, es muy probable que se trate de ella. Jazmín y yo formamos un grupo de élite de Diclonius hace años, antes de que tú llegaras a la isla.
La voz de Alma se volvió un susurro cargado de recuerdos amargos.
—Fuimos sometidas a experimentos destinados a potenciar nuestros vectores. Querían convertirnos en guardaespaldas élite para Kakuzawa. Pero había un problema. Nuestra líder, Lucía, era extremadamente rebelde. Cuando llegaste, mostró un interés enfermizo en ti. Querió matarte para convertirse en la nueva Reina de los Diclonius.
La tensión aumentó al escuchar el nombre de Lucía. Nana frunció el ceño, mientras Bando se cruzaba de brazos, visiblemente irritado.
—Si Jazmín es realmente la responsable de esta carnicería —continuó Alma—, deben haber escapado cuando Ahyma provocó su desastre.
—¿Y qué hacemos ahora? —gruñó Bando, interrumpiendo el momento.
Antes de que nadie pudiera responder, el celular de Bando sonó. Contestó de mala gana.
—¿Qué?
La voz de Josef se escuchó al otro lado de la línea.
—Chicos, hay un nuevo ataque cerca de su ubicación. ¡Vayan rápido! Los militares no están aguantando.
Kaede apretó los puños, la frustración ardiendo en sus ojos.
—Joder, son rápidas. ¡No perdamos tiempo!
Cuando llegaron al campamento militar, la escena era un infierno. Las Diclonius masacraban sin piedad, y los gritos de los soldados moribundos llenaban el aire. En el centro del caos, Jazmín observaba todo con una sonrisa torcida.
—¡Nada podrá detenernos! ¡El mundo será nuestro! —vociferó, su voz cargada de una ferocidad desquiciada.
Gretel, una de sus compañeras, se inclinó hacia ella, sus ojos destellando un brillo siniestro.
—Siento una presencia. Hay varios Diclonius acercándose, entre ellos, una Reina.
Jazmín esbozó una sonrisa letal.
—Si es ella, qué estúpida por venir.
El enfrentamiento no tardó en estallar. Alma fue la primera en avanzar, enfrentándose a sus antiguas amigas. Jazmín la recibió con una sonrisa cargada de desprecio.
—Ha pasado mucho tiempo, vieja amiga.
—Lo mismo digo —replicó Alma, sus vectores extendiéndose como sombras letales.
La batalla comenzó con una ferocidad que hizo que el suelo temblara. Jazmín demostró una fuerza sobrehumana, deteniendo los vectores de Alma con facilidad. Kaede intentó atacar, pero Jazmín interceptó su vector con una mano desnuda.
—¡¿Cómo pudo ver mi vector?! —exclamó Kaede, incrédula.
Jazmín sonrió con sadismo.
—Mis ojos han sido entrenados para detectar sus movimientos. ¡No son rivales para mí!
Con un movimiento brutal, Jazmín golpeó a Kaede, enviándola contra el suelo con una fuerza devastadora. Nana y Mariko avanzaron, pero Alma las detuvo.
—¡No se metan en esto! —gritó, su voz cargada de desesperación.
En la distancia, un dron observaba todo. Richard, junto a Ahyma, seguía cada detalle del enfrentamiento.
—Estas Diclonius podrían sernos útiles —murmuró Ahyma con una sonrisa siniestra—. Pero por ahora, disfrutemos del espectáculo.
El caos continuó, mientras el viento levantaba polvo y hojas alrededor de Jazmín, quien se erigía como una fuerza imparable. La batalla apenas había comenzado.
Kaede y Alma se encontraban frente a Jazmín, una figura imponente cuya presencia irradiaba un poder casi tangible. La tensión en el aire era sofocante, cargada con la mezcla de incertidumbre y miedo que ambas intentaban ocultar tras sus expresiones endurecidas. Alma habló primero, su voz firme pero cargada de cautela.
—Sigue mis pasos, Kaede. No podemos permitirnos fallar.
Kaede asintió, esforzándose por ignorar el dolor que palpitaba en su cuerpo tras el enfrentamiento anterior. Cerca de ellas, Nana y Mariko observaban la escena con el corazón acelerado.
—Nunca había visto a Lucy dudar tanto en atacar —murmuró Nana, incapaz de apartar la vista de Jazmín.
Mariko, con un gesto de preocupación en su rostro, respondió en un susurro:
—No es cualquier oponente... Jazmín no solo tiene fuerza, sino que anticipa cada movimiento. Nunca pensé que una Diclonius pudiera adaptarse de esta manera al combate.
Desde la distancia, Alice, con una sonrisa burlona, observaba la escena.
—¿Esto les parece sorprendente? —se mofó—. Apenas está utilizando el veinte por ciento de su poder. Alma y Lucy no tienen ninguna oportunidad.
Alma tensó los músculos, lista para atacar.
—Debemos mantener la calma —advirtió, sin apartar la mirada de su adversaria—. Ya te advertí de lo que son capaces estas tipas. Yo iré primero. Cuando encuentres una apertura, ataca con todo lo que tengas.
Kaede, aún jadeante, intentó disimular su incomodidad.
—De acuerdo... pero esa última patada casi me destroza.
En su mente, la voz familiar de Lucy resonó con amargura.
"Déjame libre, Kaede. Por tu obstinación, esta lunática podría matarnos a todas."
Pero Nyu, la parte más compasiva y dócil de su fragmentada psique, intervino:
"Tu poder no será suficiente. Necesitamos trabajar juntas, Kaede."
Kaede apretó los dientes, sus pensamientos un torbellino de ira y dudas.
—No dejaré que causes más problemas —espetó en voz baja.
Lucy respondió con desdén.
"Como quieras, estúpida."
Antes de que pudiera meditar más, Alma se lanzó contra Jazmín, sus vectores iluminando el aire como látigos invisibles. El enfrentamiento fue inmediato y brutal. Los golpes de Jazmín eran precisos, sus movimientos una combinación de fuerza devastadora y agilidad calculada. Alma apenas lograba mantenerse a la altura, mientras Kaede buscaba una oportunidad para atacar.
—Recuerda —dijo Jazmín con una voz fría, casi burlona—, conozco todos tus movimientos. Fuimos entrenadas para lo mismo: proteger al rey y la reina. No importa si peleas cuerpo a cuerpo o con vectores, nada funcionará contra mí.
Alma gruñó con frustración.
—¡Eso lo veremos!
Cuando Kaede intentó intervenir, Jazmín anticipó su movimiento y desvió su ataque con una facilidad insultante. Kaede sintió cómo los vectores de su oponente la impactaban, lanzándola como una muñeca de trapo contra los árboles cercanos. El crujir de las ramas resonó en el aire mientras su cuerpo caía al suelo.
—¿Eso es todo? —rió Jazmín, sus ojos brillando con un sadismo desenfrenado—. ¿Así de bajo ha caído la reina? ¿Dónde quedó tu poder? ¡Te mostraré el verdadero significado de nuestra raza!
Con un rugido ensordecedor, el poder de Jazmín se desató, un tornado de fuerza que azotó el terreno a su alrededor. Mariko y Nana, boquiabiertas, apenas podían creer lo que veían. Cuando Alma intentó contraatacar, Jazmín la detuvo con un movimiento rápido, estrellándola contra el suelo con tal fuerza que el impacto rompió la tierra.
—¡Esto es imposible! —exclamó Mariko—. ¡Nadie ha podido repeler vectores de esta manera!
Nana, tambaleándose hacia atrás, murmuró:
—Es un monstruo...
Kaede, herida pero desafiante, luchó por levantarse. Sus ojos, llenos de furia y dolor, se encontraron con los de Jazmín, quien simplemente sonrió.
—Eres más resistente de lo que pensé, pero sigue siendo inútil.
Kaede apenas escuchó las palabras mientras su cuerpo cedía al agotamiento y al dolor. Cayó inconsciente, su última visión fue la de Jazmín alejándose, riendo triunfante.
En las sombras, Ahyma observaba con indiferencia, sus ojos brillando con una luz siniestra.
—Un resultado esperado —dijo con desdén—. Aunque debo admitir que tenemos competencia. Richard, asegúrate de que todo esté listo para el primer asalto.
—No se preocupe, amo Ahyma. Todo está preparado —respondió Richard, inclinándose.
La derrota de Kaede era evidente, pero en el hospital de la base, mientras miraba su reflejo en el espejo roto, su furia comenzaba a transformarse en algo más oscuro. Una determinación peligrosa se encendía en sus ojos.
"No puedo fallar otra vez."
La habitación estaba envuelta en una penumbra opresiva. Kurama avanzó con pasos firmes, deteniéndose frente a la puerta de Kaede. La madera parecía más pesada de lo normal, como si contuviera el peso de todos los silencios compartidos y los gritos reprimidos. Respiró hondo antes de empujarla.
Kaede estaba sentada junto a la ventana, su silueta recortada contra el frío resplandor de la luna. No volteó cuando él entró; su mirada estaba clavada en algún punto distante del horizonte, perdido entre los fantasmas de su mente.
—Espero no interrumpir tus reflexiones —dijo Kurama, rompiendo el silencio con cautela.
Kaede no se movió. Su voz llegó como un susurro afilado:
—¿Qué quieres, Kurama?
—Vine a hablar contigo, Lucy.
Finalmente, Kaede giró el rostro hacia él, sus ojos cargados de una mezcla de ira y dolor.
—No me llames así. Llámame Kaede. Ese nombre solo me recuerda... a ella.
Kurama asintió lentamente.
—De acuerdo. Kaede... Sé que nuestra relación no ha sido fácil. La muerte de Aiko Takeda, el asesinato de Kisaragi... Pero te estoy agradecido. A pesar de todo, me has dejado lo único que me importa en esta vida.
Kaede se levantó con lentitud, enfrentándolo con la misma intensidad que un filo al descubierto.
—Mariko me dijo lo de tu esposa. Que estuviste al borde de la locura. Recuerdo cómo te retorcías de agonía cuando nos enfrentamos. Pero también deberías agradecerle a Kouta.
Kurama arqueó una ceja.
—¿Por qué a él? ¿Qué hizo ese chico para influirte tanto?
Kaede exhaló con cansancio, como si cada palabra fuera una herida abierta.
—Me hizo ver que no era un monstruo. Pero Lucy... Lucy me manipuló, me llevó a hacer cosas que todavía me atormentan. Todo... por un malentendido.
Kurama la observó detenidamente.
—¿Qué hiciste?
Kaede apartó la mirada.
—Asesiné a su padre y a su hermana. Sus lágrimas... sus súplicas... Nunca pensé que el destino nos volvería a unir. Por eso creé a Nyu, para protegerlo de mí misma. Cada una de mis personalidades... es un sello. Lucy tiene la mayor parte de mi poder, pero Kaede es quien realmente soy.
El silencio que siguió fue denso, cargado de significados ocultos. Finalmente, Kurama habló:
—Ahora entiendo por qué luchabas contra ti misma. Especialmente cuando... cometí mi mayor error. Casi mato a la persona que amas.
Kaede cerró los ojos, los puños apretados.
—En ese momento, sentí una furia tan intensa que mi poder se descontroló. Si no fuera por Kouta... Si no fuera por él, todo habría acabado de otra manera.
Kurama dio un paso hacia ella.
—No te rindas, Kaede. Aún puedes salvar a Kouta. Y al mundo. Lucha contra tus miedos. Haz que esos bastardos paguen.
Kaede permaneció en silencio por un momento. Luego, con un susurro apenas audible, respondió:
—Lo haré.
Esa noche, en la profundidad de sus sueños, Kaede se vio atrapada en un paisaje desolado, un abismo donde el horror era la única constante. Las figuras de sus seres queridos se alzaban como espectros: su perrito Aiko, Kanae, su padre... Todos muertos, sus cuerpos desmembrados flotando en un mar de sangre.
Una figura conocida emergió de la oscuridad. Jazmín, erguida sobre los cadáveres, sonrió con desprecio.
—Eres débil, Lucy. No mereces nada.
Cadenas invisibles la inmovilizaron, obligándola a arrodillarse mientras Jazmín mutaba en la imponente figura de Ahyma.
—No puedes proteger a nadie, Kaede. Ni siquiera a él.
El grito desgarrador de Kouta atravesó el aire, junto con una visión espantosa: Yuka, consumida por la oscuridad, arruinándolo todo. La desesperación de Kaede se transformó en una furia primitiva. Las cadenas se rompieron bajo su poder, y con un grito que desgarró la misma realidad, atacó a Ahyma con todo su ser.
Cuando abrió los ojos, estaba de vuelta en su habitación. Kurama la miraba, sorprendido, mientras las ventanas hechas añicos dejaban entrar el aire gélido de la noche.
Kaede levantó la cabeza con una renovada determinación.
—Vamos al grano, Kurama. Esos bastardos van a pagar.
Kurama la observó con una mezcla de respeto y temor. Había algo diferente en ella, algo más afilado, más peligroso.
Esa noche marcó el comienzo de su transformación, tanto física como mental. Durante meses, Kaede entrenó su cuerpo y su mente, preparándose para la guerra. Pero la realidad la llevó a lugares oscuros.
Cinco meses después, Kaede se ganaba la vida en un club nocturno, bailando bajo el seudónimo de "Nyx". Su figura en el escenario era un contraste brutal con la furia que latía en su interior. Allí, entre las luces de neón y las sombras de su pasado, preparaba su próximo movimiento.
La luz mortecina del camerino iluminaba los rasgos endurecidos de Kaede, mientras Airi la observaba desde la penumbra, sus palabras cargadas de una mezcla de nostalgia y reconocimiento.
—Has cambiado mucho desde la primera vez que te vi —dijo, con una sonrisa apenas perceptible—. Ahora eres más madura.
Kaede, ajustando un mechón de cabello detrás de su oreja, no apartó la vista del espejo. Su reflejo parecía devolvérsela más feroz de lo que ella misma se sentía.
—Gracias por el cumplido —respondió, su tono frío como el filo de una navaja—. Pero debo mantener mi mente enfocada. Cuando él aparezca, no tendré piedad.
Un leve golpe en la puerta interrumpió la conversación, seguido por la entrada de Nate. Su figura proyectaba una sombra alargada en la habitación, y aunque su rostro mostraba las marcas de la edad, su presencia exudaba una inquietante vitalidad. Su cabello corto y meticulosamente peinado contrastaba con los oscuros secretos que parecían arremolinarse detrás de sus ojos.
—Lamento interrumpir su conversación —dijo con voz calmada, pero firme—. Hemos encontrado una posible ubicación de la base de Ahyma.
Kaede se levantó con una elegancia mecánica, la luz tenue delineando su figura con precisión quirúrgica. Su desnudez no era un símbolo de vulnerabilidad, sino de una confianza fría y brutal. Se vistió con movimientos rápidos y eficaces, su mirada clavada en Nate como un depredador que evalúa a su presa.
—Habla.
Nate dio un paso adelante, sus ojos evitando cuidadosamente cualquier distracción.
—Josef ha recibido informes de desapariciones recientes —dijo—. Uno de los nombres que surgió es el de Akane, una vieja conocida tuya.
Kaede frunció el ceño, su atención ahora completamente enfocada.
—Continúa.
—Akane estaba vinculada a un orfanato clausurado hace años. Un lugar donde realizaban experimentos inhumanos. Su director, Richard Wong, era un investigador brillante pero despiadado. Trabajó como la mano derecha de Oda hasta que fue descubierto llevando a cabo pruebas no autorizadas con humanos y Diclonius. Ordenaron su ejecución, pero escapó tras fingir su muerte. Se lanzó desde un acantilado al mar, pero su cuerpo nunca fue recuperado.
Kaede asimiló las palabras de Nate en silencio, sus ojos ardiendo con una intensidad que amenazaba con consumirlo todo.
—¿Qué has averiguado sobre el orfanato ahora?
—Un vigilante reportó actividad reciente en las ruinas. Soldados entrando y saliendo con cajas y armamento pesado. Pero lo más inquietante es que asegura haber visto a Ahyma allí.
El nombre hizo que Kaede apretara los dientes, su voz un susurro cargado de odio.
—Ese bastardo... No he olvidado lo que hizo. Es hora de que pague. Su cabeza será mía.
Al otro lado de la ciudad, en el sótano de un edificio olvidado, Akane despertó con un sobresalto. Sus muñecas laceradas por las cadenas yacían inmóviles mientras un guardia dejaba un plato de comida rancia a sus pies. La oscuridad era su única compañía, pero su furia iluminaba la habitación como un incendio incontrolable.
—¡Malditos! —gritó, su voz quebrada pero firme—. ¡¿Dónde está mi hijo?! ¡¿Dónde está?!
El guardia se giró sin responder, dejando que sus palabras se perdieran en el eco de la opresión. Pero Akane no dejó de gritar, su desesperación convirtiéndose en un grito de guerra en un lugar donde la esperanza era solo un recuerdo distante.
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