Orfanato de las Pesadillas
El viento nocturno cortaba la piel con su frialdad implacable. La guerra no solo se libraba en los campos de batalla; la oscuridad misma parecía abrir grietas por las cuales se filtraban las peores pesadillas. Ahyma, una amenaza palpable y creciente, no era el único enemigo que Kaede debía enfrentar. La sombra de Lucía, junto con su ejército de Diclonius renegados, se cernía sobre el Dragón Blanco, extendiendo el caos en cada rincón, sumiendo a la gente en un abismo de terror cada vez más profundo. No obstante, lo que no sabían era que el verdadero horror se acercaba, una pesadilla de dimensiones inimaginables que pondría a prueba la resistencia y el alma de Kaede y su equipo.
En un rincón oscuro de la ciudad desmoronada, donde las sombras parecían tener vida propia, una figura femenina vestida con un kimono humilde se enfrentaba con feroz determinación a una docena de soldados de aspecto imponente. A pesar de estar rodeada, no mostraba ni un atisbo de miedo. Su voz, grave y llena de ira, cortó el aire como un filo afilado.
—¡¿Dónde está mi hijo, malditos bastardos?! —gritó, cada palabra impregnada de furia y desesperación.
Los soldados, momentáneamente desconcertados por la intensidad de su grito, retrocedieron un paso, abriéndose camino para que una figura encapuchada avanzara con una calma perturbadora. En su costado izquierdo, un símbolo extraño brillaba con una luz dorada: un ojo que parecía observar cada movimiento. La figura levantó lentamente la capucha, revelando un rostro monstruosamente deformado. Su lado derecho era completamente robótico, con un ojo cibernético que brillaba con una luz roja infernal. El lado izquierdo, humano, conservaba un ojo azul inmaculado, y algunos mechones rubios caían desordenados, creando un contraste inquietante.
Akane lo reconoció de inmediato, una oleada de incredulidad recorriéndola como un rayo helado.
—No puede ser... ¡Deberías estar muerto! ¿Cómo es posible que sigas vivo? —preguntó, sus palabras cargadas de horror.
El hombre sonrió, una mueca cruel que apenas escondía su sadismo.
—Los fantasmas del pasado nunca desaparecen, Akane —dijo con un tono frío y despectivo—. Y si te preguntas por tu hijo... digamos que está disfrutando mucho de mi compañía. Pronto tendrá una vida mucho mejor que la que tú podrías haberle dado.
Akane dio un paso atrás, su cuerpo temblando de rabia contenida.
—¡Si le haces algo a mi hijo, te arrepentirás!
Richard, el hombre de las sombras, le dio la espalda con una sonrisa sarcástica y despreciativa.
—Me encantaría quedarme para nuestro emotivo reencuentro, pero tengo otros asuntos que atender, querida. Adiós.
Akane observó impotente cómo se alejaba, sus manos apretadas en un puño lleno de furia. Desesperada, golpeó con fuerza las rejas de su celda, su mente llena de una rabia que solo crecía con cada segundo.
—¡Regresa, maldito loco! ¡Te las pagarás por lo que has hecho!
Mientras tanto, en otro lugar, el aire en la sala estaba cargado de tensión. Josef, con su mirada fría y calculadora, conversaba con Kurama y el resto del grupo acerca de los extraños movimientos en el orfanato abandonado. La noticia de la actividad allí había encendido una chispa de alarma en sus corazones.
—Es sospechoso que haya actividad en ese lugar —dijo Josef, su voz grave—. El orfanato fue clausurado hace años, después de que Kakuzawa desmantelara los planes de Richard.
Kurama asintió con una expresión seria.
—Escuché sobre Richard. Dicen que estaba completamente desequilibrado, tanto que incluso Kakuzawa y su hijo le temían. Antes de mi llegada, él fue mi predecesor en la investigación de los Diclonius.
—Su intelecto era tan impresionante como su locura —respondió Josef, su tono cargado de respeto y miedo al mismo tiempo—. Fue difícil reemplazarlo. Él fue el que diseñó el misil para propagar el virus Diclonius, además de los dispositivos de control mental. Si algo de valor quedó en ese orfanato, podría ser desastroso si cae en manos equivocadas.
Kurama, en un tono grave, continuó.
—Se decía que Richard creía en la fusión de la carne y el metal. Hacía experimentos con Diclonius y humanos para llevar a cabo esa visión. Finalmente, Oda lo sorprendió y ordenó su muerte, pero se lanzó por un acantilado... nunca encontraron su cuerpo.
Nate, que había estado escuchando en silencio, intervino con un destello de comprensión en su mirada.
—Todo esto está empezando a encajar. Ahora entiendo cómo Oda adquirió tanta tecnología avanzada. Richard era un genio creando armas y máquinas.
Josef asintió, su rostro endurecido por la gravedad de las palabras.
—Si Richard sigue vivo y está aliado con Ahyma, eso complicaría mucho las cosas. Kaede, liderarás el equipo. Llévate a Nana, Bando, Noah y Mariko. Necesitamos infiltrarnos en ese orfanato y descubrir qué están planeando.
Kurama, con un gesto decidido, añadió:
—Esta noche, comenzamos el asalto.
La determinación se reflejó en los ojos de Kaede y Nate, quienes respondieron al unísono, sus voces firmes y llenas de resolución.
—¡Sí, señor!
A medida que el equipo se preparaba para la misión, algo atrajo la atención de Kaede. En medio del caos y la tensión, una motocicleta antigua, con el desgaste del tiempo visible en cada rincón, se destacaba en el paisaje. Kaede la observó con un interés intrigante cuando Josef se le acercó, su presencia tan imponente como siempre. La guerra, sin embargo, continuaba esperando.
—Veo que te gusta mi vieja moto —comentó Josef, con una sonrisa nostálgica.
Kaede lo miró, sorprendida.
—¿Era tuya?
—Así es. Hace más de siete años que no la uso. Verla me trae recuerdos... recuerdos de cuando Hitomi se enamoró de mí. Digamos que esta moto fue nuestro cupido.
Kaede esbozó una leve sonrisa, reconociendo la importancia del vehículo.
—Parece que le tienes mucho aprecio.
—Lo tuve, pero las heridas del pasado ya no me permiten manejarla. Quizá es hora de que tenga un nuevo dueño... o dueña.
Con un gesto inesperado, Josef extendió la mano, entregándole las llaves a Kaede. Ella las tomó con asombro, sin estar del todo segura de aceptar.
—¿Estás seguro de esto, Josef?
—Es mejor que la cuide alguien que la aprecie, antes que verla pudrirse entre el polvo. Sé que la tratarás bien. No te entretengo más. Buena suerte, Kaede.
Kaede subió a la moto, encendiendo el motor con un rugido ensordecedor que rompió el silencio pesado del lugar. Al ponerse el casco negro, aceleró con fuerza, adelantándose al convoy.
El orfanato se encontraba en el límite entre Kamakura y los restos destrozados de Tokio. Mientras avanzaba por los caminos desolados, Kaede observó las gigantescas murallas de acero y plomo que se alzaban para contener la radiación que todavía emanaba de la zona. Al llegar a las cercanías del orfanato, la atmósfera se volvió densa, opresiva.
Bajó de la moto con cautela, pistolas en mano y una linterna que iluminaba el oscuro sendero. Mientras avanzaba, los árboles, deformados por la contaminación, creaban sombras grotescas y figuras espeluznantes que parecían vigilarla.
—Este lugar es aterrador. Nunca imaginé que Kamakura ocultara algo así —murmuró Kaede para sí misma, antes de escuchar el sonido de su comunicador.
—Kaede, ¿me escuchas? —la voz de Josef resonaba, tranquila, pero grave.
—Fuerte y claro.
—Esa área fue abandonada rápidamente tras la explosión en Tokio debido a la radiación, pero lograron descontaminarla... o eso dijeron. Los árboles, las plantas y algunos animales nunca se recuperaron del todo. Y el orfanato... se negó a evacuar, por órdenes de Richard y Kakuzawa. Aunque las noticias decían que habían evacuado. No hace falta decir que eso fue una mentira más para encubrir sus atrocidades. Ve con cuidado. Cambio y fuera.
Kaede apretó los dientes mientras avanzaba. Algo dentro de ella, una sensación visceral, le indicaba que no estaba sola.
—Ellos están aquí. Lo siento... aunque no sean de mi especie, puedo sentirlo.
Aceleró el paso, corriendo por un sendero estrecho y rodeado de árboles torcidos que parecían observarla. Sin que Kaede lo supiera, mutantes acechaban desde las copas de los árboles, mientras cámaras escondidas en las rocas seguían cada uno de sus movimientos. Cuando llegó a su destino, su respiración se detuvo por un instante al contemplar el tamaño del edificio frente a ella.
—Dios mío... este lugar es enorme —murmuró, perpleja.
Poco después, el resto del equipo llegó a su lado. Al igual que ella, quedaron impresionados por la inmensidad del orfanato, una estructura de siete pisos con una imponente torre de reloj que se erguía como un faro sombrío sobre las ruinas.
—Así que este es el orfanato... —dijo Bando, con una mezcla de asombro y desagrado—. Debe ser un laberinto ahí dentro. No será fácil encontrar nuestro objetivo.
—Ya saben el plan —intervino Mariko—. Entramos, localizamos el objetivo y lo sacamos. Si encontramos a Sayer, lo capturamos. No hay margen de error.
Lo que no sabían era que Richard los observaba desde sus cámaras, con una sonrisa retorcida en el rostro mientras saboreaba un vaso de vino tinto.
—Oh, Mariko Kurama... querida... pronto sufrirás el mismo destino que tu madre —murmuró, su risa resonando en la penumbra.
Bando, siempre vigilante, notó una ventana abierta en el tercer piso.
—Miren, ahí. Podemos entrar por esa ventana.
—Te ayudaré a subir primero —ofreció Nana—. Usaré mis vectores.
—Gracias, Nana.
Kaede dirigió su atención a Airi y Kazumi, que se quedaban vigilando.
—Airi, Kazumi, mantengan los ojos abiertos. Vigilen que no lleguen refuerzos de Sayer. Buena suerte.
Airi asintió con firmeza.
—Daremos lo mejor de nosotras.
Kazumi, visiblemente preocupada, añadió:
—Tengan cuidado ahí dentro. No sabemos lo que podría estar esperándonos.
Bando fue el primero en entrar. Dentro, el orfanato se revelaba en toda su decadencia. Los pasillos eran largos y oscuros, iluminados únicamente por la luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas rotas. Un olor penetrante a formol aún impregnaba el aire, dándole al lugar una atmósfera aún más macabra.
—Jamás había visto un lugar tan aterrador —dijo Bando, en voz baja—. Ni siquiera en mis peores días en el SAT tuve que enfrentar algo como esto.
Nana, a su lado, examinó el entorno con inquietud.
—¿Aquí traían a niños, adultos... y Diclonius? No puedo imaginar lo que hacían en este lugar.
—Debemos separarnos —ordenó Kaede—. Este sitio es demasiado grande. No cubriremos suficiente terreno si nos mantenemos juntos. Manténganse en contacto.
El grupo asintió, y Kaede avanzó sola, llegando a una sala de archivo abandonada. El lugar estaba en ruinas, con gabinetes volcados y papeles esparcidos por todas partes. Mientras revisaba los documentos, descubrió registros de experimentos con sangre y máquinas. Las imágenes que encontró la dejaron helada. No pudo contener las lágrimas.
—¿Cómo pudieron hacer esto? Esa gente... debieron sufrir tanto...
De pronto, sintió una presencia detrás de ella. En un movimiento instintivo, desenfundó su arma y apuntó hacia la entrada. Para su sorpresa, allí estaba él.
Ahyma.
—¿No te enseñaron a no hurgar donde no debes? —dijo Ahyma, su voz goteando con burla—. Me alegra ver que no te has olvidado de mí. Dime, ¿cómo está tu amado Kouta? ¿Sigue durmiendo como el bello durmiente?
Kaede apretaba los puños, la rabia vibrando en cada una de sus palabras.
—¡Por eso estoy aquí, maldito! —le gritó con una furia palpable, sus ojos brillando en la penumbra. —¡Esto no va a quedar así, te lo juro!
Ahyma sonrió, una mueca distorsionada por la luz espectral que entraba a la habitación, tornándolo aún más monstruoso. Su voz, afilada como una cuchilla, se deslizó como veneno.
—¿De verdad crees que puedes huir de tu pasado? —respondió con una calma perturbadora—. Eres tan ingenua. No importa cuánto corras, tus víctimas siempre estarán ahí, sus rostros te perseguirán hasta que te hundas en la locura. Haces gala de una moral hipócrita, Kaede, pero ¿acaso has olvidado que fuiste tú quien arruinó la vida de Kouta? Eres igual a mí. Un monstruo, solo que niegas aceptarlo.
Las palabras de Ahyma golpearon como martillos. Kaede trataba de mantener el control, pero la verdad se agitaba en su interior como un enjambre de insectos.
—¡Cállate! —gritó, su voz quebrándose bajo el peso de sus propios recuerdos—. ¡No somos iguales! ¡Tú pagarás por lo que le hiciste a Kouta!
Ahyma rió, una carcajada amarga que resonó en el silencio mortal de la sala.
—¿No somos iguales? —se burló, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿Olvidas que tú también hiciste cosas horribles? Tú jugaste con la vida de ese chico. Tú arrancaste de su mundo todo lo que amaba, tal como yo lo hago ahora. Al menos yo no escondo lo que soy, Kaede. Mientras tú te sigues envolviendo en esta ridícula moral humana. ¡Es patético! Tu especie es débil, son ellos quienes han destruido el mundo con su codicia y sus miserias. Pero eso se va a acabar. Cuando mi visión se cumpla, todos estarán bajo una sola voluntad: la mía.
Kaede temblaba de ira, pero también de confusión. Algo en las palabras de Ahyma resonaba más allá de su odio.
—Un mundo donde todos sean tus esclavos no es un paraíso, es un infierno —replicó, tratando de aferrarse a lo que quedaba de su cordura—. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? ¿Por qué me atacas? Hay algo que nos conecta, lo sé.
Ahyma se acercó un paso, la luz de la luna delineando su rostro con sombras grotescas, su sonrisa cada vez más sádica.
—Tú lo sabes, Kaede. No puedes escapar de ello. Kakuzawa te mintió. Tus verdaderos padres... Bueno, ellos eran insignificantes, débiles. Yo los conocía, y como todos los demás, no valían nada. Por eso los eliminé.
El cuerpo de Kaede se tensó. Un grito de furia emergió desde lo más profundo de su ser.
—¡Maldito monstruo! —gritó, con la pistola temblando en su mano—. ¡Pagarás por lo que hiciste!
Antes de que pudiera disparar, un dolor agudo le atravesó el abdomen como una puñalada. Gritó de agonía, cayendo de rodillas, mientras Ahyma retrocedía, alejándose con una sonrisa cruel.
—No olvides mis palabras, Kaede. Nos volveremos a ver.
Su risa resonó en la sala vacía, mientras Kaede se retorcía en el suelo, incapaz de entender lo que acababa de pasar. El dolor la consumía, pero la ira era aún más intensa.
—¡Vuelve aquí, maldito! —gritó, pero su voz se quebró en la soledad.
Después de que Ahyma desapareciera, Kaede intentó levantarse, mareada, pero terminó vomitando. El lugar a su alrededor era un caos, la oscuridad se cernía sobre ella. Todo le daba vueltas.
—¿Qué demonios fue eso? —jadeó, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—No fuiste la única que sintió el dolor —la voz de Lucy resonó en su mente, grave y ominosa—. Ese dolor... vino de nuestros riñones.
—Nyu... —dijo otra voz, más suave y perdida—. Algo me dice que tenemos una parte de él.
—¡Cállate! —gruñó Lucy—. Ese loco está jugando con nosotras. No lo subestimes, Kaede. No seas imprudente o tomaré el control de tu cuerpo. A la fuerza.
La oscuridad que envolvía el lugar parecía hacerse más densa, casi tangible. Kaede, aún jadeando, trataba de mantener el control sobre sus pensamientos mientras la voz de Lucy resonaba en su cabeza, siempre desafiante.
—Ya lo veremos, Lucy —murmuró, apretando los dientes—. Pero no es momento para discutir. Debo contactar a Bando.
Activó su comunicador con manos temblorosas. La primera reacción de Bando al escucharla fue inmediata.
—¿Qué demonios pasa? Te escuchas agitada —dijo él, con la voz tensa.
Kaede respiró hondo antes de responder.
—Me encontré con Ahyma —soltó, su tono cargado de una mezcla de furia e impotencia—. Ese maldito... No sé cómo lo hizo, pero me sometió sin siquiera tocarme. Algo me hizo... algo que aún no entiendo. Necesito un respiro, Bando. Cuando termines conmigo, habla con las demás. Cambio y fuera.
—Ese desgraciado está jugando con nosotros —escupió Bando, su voz impregnada de odio—. Entonces es cierto, está aquí.
—Ah, casi lo olvido. Encontré unos documentos. Estos experimentos... Son una locura. Tómate tu tiempo, pero debemos seguir investigando. Necesito descansar antes de continuar. Cambio y fuera.
Bando maldijo en voz baja mientras Kaede cerraba la comunicación.
—Les enviaré un mensaje a las demás. Espero que no sea demasiado tarde —murmuró.
En ese preciso momento, el mensaje llegó a Nana, quien exploraba el primer piso. Sus manos sudaban mientras ajustaba su agarre sobre el arma. El ambiente era sofocante, cargado de una sensación de peligro inminente.
—Genial... —murmuró Nana para sí misma, aunque su tono estaba cargado de miedo—. Nuestro objetivo está cerca, pero la puerta principal está sellada. Podría romperla, pero... no quiero llamar la atención.
Los pasillos a su alrededor parecían más angostos con cada paso, y el olor metálico de la sangre la envolvía. Algo familiar en el aire le erizó la piel.
—Ese olor... —dijo, casi temblando—. No puede ser...
Bajó las escaleras lentamente, sus pasos resonando en los azulejos azules como ecos de una pesadilla. Al llegar al final, un pasillo se extendía frente a ella, interminable, con luces parpadeando sobre docenas de puertas. Algunas estaban abiertas. Un horror indescriptible la aguardaba al final.
Nana se detuvo en seco al ver una sala abierta, transformada en un quirófano improvisado. La sangre bañaba las paredes y el suelo, y lo que una vez fueron seres humanos y Diclonius estaban colgados como carne, sus cuerpos abiertos en canal, retorcidos en posiciones macabras. Su mente gritaba en horror, pero sus labios permanecieron sellados.
Una Diclonius, aún viva, gimió pidiendo ayuda. Nana retrocedió, pero sus movimientos lentos llamaron la atención de algo más. Escuchó pasos, pesados y monstruosos. Se escondió en un casillero cercano, su corazón latiendo a un ritmo frenético.
Desde su escondite, observó con terror cómo una criatura de musculatura descomunal, vestida con un traje de carnicero cubierto de mutaciones, se acercaba. Su rostro estaba cubierto por una bolsa de plástico, y solo un ojo enfermizo asomaba por la abertura.
—¡Otra vez fastidiando, maldita Diclonius! —rugió la criatura—. ¡Ya me tienes harto!
—¡Por favor, ayúdame! —gimió la Diclonius, mientras la criatura desenvainaba un enorme cuchillo de carnicero.
—¡Cállate! —gritó, y de un solo golpe, le cortó la cabeza. La sangre salpicó por todas partes, incluso en el casillero donde Nana se escondía.
La cabeza decapitada rodó hasta detenerse a los pies de otra figura, cubierta con una gran capa que sólo dejaba al descubierto una cabeza robótica.
—Vaya temperamento, Pluto —dijo la voz metálica de Ares—. Deberías aprender a controlarte. Sabes que el amo no tolera que matemos sus experimentos.
Pluto gruñó, irritado.
—Lo sé, lo sé. ¡Pero esta maldita me estaba volviendo loco!
Ares se adelantó, y de repente, atacó con una velocidad inhumana. Pluto bloqueó el golpe con su hacha, revelando un aguijón metálico que sobresalía de su cola, semejante a la de un escorpión. Nana contenía la respiración, aterrorizada, mientras observaba la escena desde su escondite.
—Si el amo se entera de esto, no moveré un dedo para salvarte —advirtió Ares, con una voz gélida—. Esta es tu última advertencia.
Pluto gruñó en respuesta, recogiendo la cabeza cortada y clavando su hacha en ella antes de marcharse con Ares. Nana permaneció inmóvil, temblando hasta que la tensión en el aire disminuyó. Solo entonces se atrevió a salir de su escondite, con las piernas tambaleándose.
Corrió hacia la salida del sótano y activó su comunicador, su voz temblando.
—Chicos, chicos, ¡es urgente! ¿Me escuchan?
Kaede respondió casi al instante.
—Nana, ¿qué sucede? Te escuchas muy asustada.
—No estamos solos —jadeó Nana—. Ahyma tiene guardias rondando el lugar, y no son humanos. Tienen un poder... abominable.
La voz de Bando resonó en la comunicación, llena de frustración.
—Como si las cosas no pudieran empeorar...
Mariko se unió, su tono grave.
—Nana, escucha bien. Si los ves de nuevo, no los enfrentes. No sabemos de qué son capaces.
—Entendido... —murmuró Nana, todavía temblando—. Tengan cuidado, todos ustedes.
En las profundidades de la prisión subterránea, Akane trabajaba con determinación para abrir su celda. Usó un tenedor, modificándolo en una llave improvisada. Al abrir la puerta, los guardias no notaron su escape, pero las cámaras sí.
—Voy por ti, hijo mío —susurró Akane, mientras comenzaba a correr por los pasillos oscuros.
Desde una sala de vigilancia, Richard la observaba en las pantallas con una sonrisa siniestra.
—Sigue siendo tan astuta como siempre —dijo con un tono sarcástico—. Pero si cree que saldrá con vida de este lugar, está muy equivocada.
Ahyma, en las sombras, lo miró sin emoción.
—Por ahora, no nos importa. Que se divierta. Si se cruza con alguno de los Hijos del Armagedón, ya sabrá su destino.
Richard sonrió.
—Como ordenes, mi señor.
La atmósfera se carga con el hedor a podredumbre y desesperación cuando Akane, visiblemente asustada, se enfrenta al extraño hombre que la persigue. La penumbra apenas permite distinguir su rostro, pero el sonido de las cucharas resonando en sus manos es suficiente para helar su sangre.
—¿Qué rayos es ese sujeto? —murmura Akane entre jadeos, tratando de entender qué es lo que la acecha.
El hombre, envuelto en una oscuridad que parece más densa que la noche misma, sonríe de una manera retorcida.
—Akane... ¿Qué haces fuera de tu jaula? —su voz es áspera, como si cada palabra fuese un fragmento de metal oxidado—. No debiste haber escapado. Te llevaré de vuelta, por las buenas... o por las malas.
Akane da un paso atrás, sintiendo cómo la desesperación la oprime. Su voz tiembla de rabia y miedo.
—¡No volveré a ese maldito lugar! ¡Dime dónde está mi hijo!
El hombre inclina ligeramente la cabeza, su sonrisa se ensancha de manera grotesca.
—Tu hijo... ahora es parte de nosotros. Él tuvo algo que yo nunca tuve: un hogar, una familia. Y eso... me llena de envidia —la tristeza en su tono no hace más que aumentar el horror que Akane siente—. Pero ahora vendrás conmigo, y si no es por las buenas...
Con un gesto rápido, el hombre hace resonar las cucharas, produciendo un ruido que parece controlar a las enormes cucarachas que devoran los cuerpos en descomposición cercanos. Las criaturas vuelan en dirección a Akane, como depredadores hambrientos.
—...Será por las malas.
Akane siente el pánico crecer, el sonido de las alas de las cucarachas es ensordecedor. Corre, adentrándose en un pasillo angosto hasta que se lanza dentro de un elevador de comida, apenas escapando. Sin embargo, su perseguidor no es tan fácil de eludir. Lo ve flotar, su cuerpo grotesco deslizándose por el aire, como un espectro. Justo cuando cree que todo está perdido, Akane choca violentamente contra alguien más.
—¡Qué rayos! —exclama una voz femenina—. ¿Quién eres tú?
—¡Por favor, ayúdame! —Akane apenas puede respirar.
Frente a ellas, el hombre las alcanza, y ahora Kaede puede verlo bien. El ser flota, las cucarachas revoloteando a su alrededor como una manifestación viva de la peste. Algo en él irradia una amenaza que no pertenece a este mundo.
—Vaya, al fin nos encontramos, Reina Diclonius —murmura el ser, su voz es el eco de algo podrido y olvidado.
Kaede se prepara, sabiendo que está frente a una criatura más allá de lo que ha enfrentado antes.
—Tú no eres humano... —susurra, sus vectores preparándose para el combate.
—Mi nombre es Nesuferit —responde él con un tono bajo, venenoso—. Soy uno de los Hijos del Armagedón. Represento la peste, la enfermedad, la plaga... Y tú, Reina, no podrás proteger a esta mujer.
Kaede frunce el ceño, su furia interna palpita en cada fibra de su ser.
—Si la quieres, vas a tener que pasar sobre mi cadáver.
Sin más, usa sus vectores para destruir el techo, bloqueando el paso y aprovechando para escapar junto a Akane.
El aire se volvía más denso y asfixiante con cada segundo que pasaba, el ambiente cargado de muerte y violencia. Akane, temblorosa, apenas podía sostenerse en pie frente al ser que había destruido su vida.
—¡Deja a mi hijo, maldito! —gritó, su voz quebrada por el terror.
Frente a ella, Ahyma permanecía impasible, una figura envuelta en sombras y poder. El esposo de Akane, con la desesperación de un hombre que ya no tiene nada que perder, lanzó su cuerpo contra el enemigo.
—¡¿Qué es lo que quieren?! —bramó el hombre, su rostro desfigurado por el odio—. ¡Dejad a mi familia en paz, malditos!
Ahyma apenas lo observó, su mirada oscura como pozos sin fondo. Richard, el secuaz al servicio del demonio, sonrió con deleite.
—Sí, mi señor —murmuró Richard—. Su hijo me interesa para mis experimentos.
Los ojos de Akane se encontraron con los de Ahyma, y lo que vio en su rostro la hundió aún más en el abismo del miedo. Esos ojos... eran los de una criatura que había abandonado toda humanidad, que encontraba deleite en la destrucción. Mientras Akane lloraba, su esposo se liberó de los hombres que lo sujetaban, lanzándose desesperado contra Ahyma.
Pero el destino fue cruel. Uno de los tentáculos del demonio se movió con una velocidad inhumana, dividiendo el cuerpo del hombre en dos, bañando las paredes en sangre y vísceras. El grito de Akane rasgó el aire, una mezcla de horror y desesperación.
—¡Nooooooooo! —su voz se quebró, ahogada por el llanto mientras su hijo lloraba a su lado.
Ahyma, con una calma perturbadora, observó la escena antes de encender un cigarro.
—Eso les pasa a los que se atreven a desafiarme. —Sus palabras eran afiladas como cuchillas—. Más te vale que obedezcas, humana, si no quieres ser la siguiente. No querrás terminar como tu esposo... ¿o sí?
Akane, temblando de ira y dolor, escupió en la cara del demonio. Su respuesta fue rápida: una bofetada brutal que la lanzó al suelo, mientras sus hombres la arrastraban hacia un vehículo.
Desde la distancia, mientras su hogar ardía en llamas, reducido a cenizas, Akane se sentía vacía, devastada.
—Así es como llegué aquí —susurró con voz apagada—. Mi secuestro pasó desapercibido. Nadie vino a buscarnos, los asesinatos y secuestros continúan, pero... descubrí algo más. Quien orquestó mi secuestro fue Richard Wong. El bastardo no murió, sigue con vida.
Kaede escuchaba en silencio, su mente procesando la impactante revelación. El regreso de Richard complicaba las cosas más de lo que ya estaban.
—Cuando creía que todo no podía empeorar más... —murmuró Kaede—. Si el que te secuestró es Ahyma, eso significa que estamos enfrentándonos al mismo monstruo que provocó el incidente de Tokio. Debemos detenerlo. ¿Sabes dónde podrían estar?
Antes de que Akane pudiera responder, el sonido perturbador de cucarachas llenó el aire. Un enjambre de las repulsivas criaturas las rodeó, y de entre ellas emergió Nesuferit, el portador de la peste, chocando sus cucharas de una manera que helaba la sangre.
—Nadie puede huir de nosotros —anunció Nesuferit, quitándose la gorra y mostrando su rostro decrépito. Sus ojos, negros como el abismo, eran los de una cucaracha, vacíos, carentes de humanidad.
Akane lo observó fijamente, una sensación extraña de reconocimiento atravesándola.
—Esos ojos... esas facciones... —murmuró con incredulidad—. ¡Tú eres Vincent! Responde.
Kaede miró sorprendida.
—¿Conoces a esta criatura?
Nesuferit sonrió con una mueca grotesca.
—Cómo olvidarte, Akane... fuiste la única que me aceptó, que aceptó a mi familia... a mis cucarachas.
—No puede ser... —susurró Kaede, con el ceño fruncido.
—No es ningún truco —afirmó Akane, su mirada llena de horror—. Aunque ya no sea humano, reconozco a Vincent. Creí que nunca volvería a verte tras el cierre del orfanato.
Nesuferit soltó una carcajada amarga.
—Las casualidades no existen, Akane. Es el destino el que nos reúne. Mi vida no cambió desde que te vi por última vez. Siempre fui rechazado por los humanos, pero siempre amado por las cucarachas, mi única familia. Lord Ahyma me ha mostrado el verdadero camino, la evolución. Y tú, Kaede, no entiendes el poder que rechazas.
Kaede apretó los dientes, sus vectores preparados.
—¡Eres un idiota por aceptar ese poder y renunciar a tu humanidad solo por venganza!
Nesuferit extendió sus alas gigantescas, hechas de la misma materia grotesca que sus cucarachas, su cuerpo deformado, pero lleno de una energía oscura.
—El chico que conociste, Akane, está muerto. Y tú, Kaede... sentirás el poder de la verdadera evolución.
Con un rugido, Nesuferit se lanzó hacia Kaede, pero ella saltó, usando sus vectores para esquivar el embate. El combate estalló, brutal y rápido, cada golpe resonando en la inmensa biblioteca.
Pero algo no estaba bien. Kaede, pese a su fuerza, no lograba cortar a la criatura.
—¿Por qué no puedo dañarlo...? —murmuró entre jadeos, frustrada.
Nesuferit emergió de los escombros, ileso, su sonrisa más perturbadora que nunca.
—Mi cuerpo está diseñado para soportar tus ataques. He evolucionado más allá de lo que podrías imaginar.
Desde la sala de control, Richard y Ahyma observaban, sus miradas llenas de una mezcla de orgullo y anticipación.
—Nesuferit superará a Kaede —dijo Richard, confiado—. Cada miembro de los Hijos del Armagedón ha alcanzado un poder único y devastador.
Ahyma, sin apartar la vista de la pantalla, murmuró:
—No subestimes a Kaede, Richard. Nos ha sorprendido antes. Debemos vigilarla muy de cerca.
Kaede jadeaba, su cuerpo agotado, sus pensamientos caóticos mientras intentaba encontrar una salida. "Maldita sea... ¿Qué hago ahora?" murmuró, su voz tensa, rota.
Nesuferit, el grotesco ser con una risa perversa, la observaba con sus ojos de insecto, llenos de malicia. "Kaede, cuando menos lo esperes, serás el alimento de mi familia. Jajajajaja."
Desesperada, Kaede utilizó sus vectores para arrojarle todo lo que encontraba a su alrededor. Sillas, mesas, fragmentos de estanterías. Todo lo que volaba hacia Nesuferit se hacía añicos bajo las garras afiladas del monstruo. Entonces, con un gesto de su mano, Nesuferit ordenó a su ejército de cucarachas atacar. Las criaturas negras y repugnantes llenaron el aire, invadiendo el espacio en oleadas implacables. Kaede, con el sudor perlándole la frente, trataba de repeler el enjambre, pero cada vez se sentía más sobrepasada.
"¡Malditos insectos! ¡Fuera de mi camino!" gritó, su voz quebrada por la desesperación. Con una explosión de rabia, desató todo su poder vectorial, creando un remolino de energía que destrozó a las cucarachas en un chasquido. Pero el costo fue alto. Cayó de rodillas, exhausta, con una tos seca que le cortaba la respiración.
Nesuferit la observaba desde las sombras, una sonrisa retorcida deformando su rostro. "¿Qué pasa, Reina Diclonius? Parece que tu propio poder está comenzando a devorarte. ¿Acaso te has debilitado tanto?"
Dentro de la mente de Kaede, una voz resonó. Lucy, la parte más cruel y violenta de su ser, se burlaba. "¡Eres una estúpida, Kaede! ¡Si sigues así, nos matarás a las tres!"
Nyu, la más compasiva de sus alter egos, intentó intervenir, aunque ella también estaba debilitada. "Kaede, por favor, escúchala. No seas imprudente... este enemigo no es como los demás."
"¡Cállense!" gruñó Kaede, sus manos temblorosas mientras intentaba levantarse. "Lo siento, Lucy... Pero esta vez, soy yo la que tiene que ganar."
Con una determinación renovada, Kaede se puso de pie, aunque la vista le fallaba y el mareo amenazaba con hacerla caer. Desde la distancia, Akane gritaba con desesperación: "¡No te rindas, Kaede!"
Nesuferit se regodeaba en su triunfo, su voz rasposa llenando el aire. "Es inútil, Akane. Gracias al poder que Lord Ahyma me ha concedido, soy más fuerte que nunca. Mi familia, mis amadas cucarachas, han devorado a muchos humanos... y Diclonius. Y tú, Kaede... serás la siguiente."
La joven Diclonius, rodeada de aquellos insectos repulsivos, se dio cuenta de que estaba en una situación desesperada. El líquido viscoso que cubría su cuerpo le dificultaba mover sus vectores. Sentía cómo la esperanza se desvanecía, mientras Richard y Ahyma observaban desde la sala de control.
"Richard," comentó Ahyma con frialdad, "Nesuferit tiene el control absoluto. Kaede no tiene ninguna posibilidad. Pero no la subestimemos aún."
Richard asintió con una sonrisa siniestra. "Todo ha salido como lo planeamos, Lord Ahyma. Nesuferit acabará con ella pronto."
Nesuferit lanzó un último ataque, su grotesca forma moviéndose con una velocidad inesperada. Golpeó a Kaede en la espalda, enviándola a estrellarse contra las estanterías, destrozándolas en el impacto. Akane gritó su nombre, pero sus palabras se ahogaban en la sangre y el polvo.
"¿Y así piensas vencer a Ahyma?" Nesuferit se acercó lentamente. "Eres patética. No salvaste a nadie, como no pudiste salvar a ese chico."
Las palabras perforaron a Kaede como cuchillas. "No... no voy a permitir que alguien más sufra por mi culpa." Con esfuerzo, se levantó, temblando por el dolor.
Lucy apareció ante ella, sonriendo con su habitual crueldad. "Déjame libre, Kaede. Te daré todo el poder que necesitas para ganar."
Pero Kaede negó con la cabeza. "No... esta vez, lo haré a mi manera."
Y entonces, con una velocidad deslumbrante, Kaede se lanzó contra Nesuferit. El monstruo apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando recibió un puñetazo brutal, estrellándose contra una pared. El sonido del impacto resonó por todo el lugar, haciendo que incluso los que estaban fuera se giraran, alarmados.
Nesuferit emergió de entre los escombros, enfurecido, su cuello roto. Con un movimiento grotesco, lo volvió a colocar en su lugar, como si nada hubiera pasado. "Vaya... finalmente te pones seria. Pero este golpe me dolió... y ahora estoy furioso."
Con un rugido ensordecedor, Nesuferit se lanzó hacia Kaede. La batalla continuaba, una danza macabra de muerte y desesperación, mientras el grotesco ser desplegaba su verdadera forma, su cuerpo deformado por la monstruosa evolución que Ahyma le había concedido.
El viento rugía mientras la tormenta se desataba con furia sobre el campo de batalla. Las gotas de lluvia caían pesadamente sobre Kaede, empapando su cabello y limpiando la extraña baba que cubría su cuerpo y vectores. Herida y agotada, Kaede respiraba con dificultad, sus músculos temblaban por el esfuerzo. Frente a ella, Nesuferit, una monstruosidad grotesca, erguía su forma retorcida, su cola de escorpión balanceándose amenazadoramente.
—¡Vincent, ya basta! —gritó Akane desde la distancia, su voz temblando de desesperación—. ¡No dejes que esos malditos te sigan usando!
Kaede, con los ojos entrecerrados, escupió una maldición, tratando de mantener su postura a pesar del dolor que recorría su cuerpo.
—Así que esta es tu forma verdadera —gruñó con rabia, levantando la mirada hacia su enemigo—. Pero no te tengo miedo, maldito demonio.
Nesuferit soltó una carcajada que resonó entre los escombros y la lluvia. Sus ojos brillaban con un odio primigenio, su voz gorgoteando de satisfacción.
—Deberías tenerlo, Kaede. Lo que ves ante ti es la auténtica evolución. Cuando mi aguijón perfore tu carne, esta pelea terminará y tú serás solo un recuerdo borroso.
La lluvia arreciaba, golpeando la piel de Kaede, limpiando sus heridas pero también exponiendo su fragilidad. Su cuerpo estaba al límite, los vectores debilitados por el cansancio, pero aún se negaba a ceder. Lucy, la sombra que habitaba dentro de ella, susurraba, exigiendo ser liberada.
—¡Estás perdiendo el tiempo, Kaede! —la voz de Lucy resonó como un eco siniestro en su mente—. ¡Esa criatura es mucho más fuerte de lo que imaginas! Si no me dejas tomar el control, ¡las tres moriremos!
—¡Cállate! —gritó Kaede, su voz rota por el cansancio—. No te necesito para ganar esto.
Pero mientras se enfrentaba a Nesuferit, la criatura sonreía, exponiendo su boca plagada de dientes deformes. Sus palabras eran como veneno, goteando con desprecio.
—No somos tan diferentes, Kaede —dijo con voz rasposa—. Ambos somos monstruos. Yo lo fui antes de ser transformado en esta forma... siempre lo he sido. Los humanos me miraban como si fuera una plaga, simplemente porque cuidaba de mi familia... mis amadas cucarachas. Y tú, Akane, ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas cómo me encontraste? Jugaba con ellas, en medio de la podredumbre y el olvido, mientras el mundo nos despreciaba a ambos.
Akane, con lágrimas en los ojos, trató de contener el llanto. A pesar de la oscuridad en la que Vincent se había hundido, una parte de ella aún veía al niño que alguna vez cuidó.
—Vincent... —susurró con dolor—. Nunca quise dejarte. No quise abandonarte.
—¡Es tarde para disculpas! —rugió Nesuferit, su voz transformándose en un alarido monstruoso mientras su cuerpo volvía a mutar, creciendo aún más grotesco. Su cuello se alargaba, su piel se rasgaba para revelar una serie de nuevas extremidades que brotaban de su torso. Una cola gigante se arqueó hacia el cielo, amenazante y letal—. El Vincent que conociste está muerto. Ahora soy la plaga, el azote de esta tierra. Y tú, Kaede, serás mi próximo trofeo.
Kaede tragó saliva, sintiendo el peso de la lucha sobre sus hombros, pero se negó a rendirse.
—¡No importa lo que seas! —gritó, con un hilo de sangre corriendo por su boca—. ¡Voy a detenerte!
Sin previo aviso, Nesuferit se lanzó hacia ella con una velocidad inhumana. Su aguijón zumbó en el aire, buscando la carne de Kaede. Pero ella, usando lo poco que le quedaba de fuerza, esquivó el ataque, sus vectores lanzando escombros hacia el monstruo. Cada impacto resonaba en la tormenta, pero Nesuferit seguía avanzando, su risa macabra cortando el aire como una hoja afilada.
—Eres débil, Kaede —murmuró mientras la embestía una y otra vez—. Nunca pudiste proteger a nadie. No a Kouta, no a tus amigos... ni siquiera a ti misma.
Las palabras de Nesuferit la golpearon como un mazazo. Los recuerdos de su pasado, de sus errores, la inundaron. Pero en lugar de sucumbir a la desesperación, algo dentro de ella despertó. No era Lucy, no era Nyu. Era ella misma, Kaede, decidida a no dejar que sus fallos la definieran.
—¡Ya basta! —rugió, lanzándose hacia Nesuferit con una furia renovada—. ¡No voy a permitir que nadie más sufra por mi culpa!
Los dos se enfrentaron de nuevo, chocando con una fuerza titánica mientras la lluvia caía sobre ellos, el sonido del metal y la carne resonando en la desolada escena. Akane, observando desde lejos, sabía que el final de esta batalla sería decisivo... pero no sabía para quién.
—Por favor, Vincent... —murmuró Akane, su voz apenas audible bajo la tormenta—. Detente, antes de que sea demasiado tarde.
La batalla había alcanzado un punto crítico. Kazumi, con el ceño fruncido y la ansiedad trepando por su piel, no podía contenerse más. "Esos dos tienen una fuerza considerable, debemos ayudarla, no podrá sola," susurró con urgencia, observando cómo Kaede luchaba con una ferocidad casi inhumana.
"¡No seas imprudente!" replicó Airi, su tono afilado y firme. "Si lo hacemos, atraeremos su atención. Llamarán a los refuerzos, y todo estará arruinado... Matarían a nuestro objetivo."
Kazumi maldijo en silencio, la impotencia brotando en su pecho. "Mierda... Vamos, Kaede..."
Mientras tanto, Kaede optaba por una estrategia desesperada: usando la manecilla del reloj como una espada improvisada, buscó perforar el exoesqueleto que cubría a Nesuferit. Pero la criatura, burlona, demostró una astucia feroz. Con una risa gutural y desquiciada, detuvo el ataque con un movimiento rápido de su cola. "Jajajaja, mis reflejos son mejores que los tuyos, niña tonta. ¡Ahora toma esto!" En un giro rápido, arrancó la manecilla de las manos de Kaede y la lanzó con fuerza.
Kaede apenas logró esquivarla, y la enorme manecilla quedó clavada en la torre cercana, el eco del metal resonando en el campo de batalla. Jadeando, su mente corría. Tiene que haber un punto débil... Si es como una cucaracha, su primera forma era gomosa... pero ahora... El exoesqueleto que lo cubría parecía impenetrable, pero debía encontrar una forma de perforarlo y alcanzar su corazón.
Nesuferit la observaba con un desprecio venenoso, su voz cargada de crueldad. "A estas alturas, cualquiera de mis enemigos ya estaría muerto. Eres la primera que me hace liberar mi poder absoluto. Pero... quiero ver la genocida que destruyó Kamakura."
Kaede apretó los dientes. "No verás esa forma. Esta pelea aún no ha terminado. Alguien me espera. ¿Dónde está Sayer? ¿O tendré que acabar contigo para obtener respuestas?"
"Sabes lo que debes hacer, Diclonius," respondió Nesuferit, su tono casi canturreante, como un sádico juego infantil.
Kaede sacó dos pistolas de aspecto inusual. "Bueno... llegó la hora de usar las armas que me dio Nate."
Nesuferit, al verla apuntar, comenzó a reír mientras desplegaba sus alas. "¡¿Pistolas láser?! ¿De verdad crees que eso será suficiente para detenerme?" Pero cuando disparó, Nesuferit se detuvo en seco. El enjambre de cucarachas que lo rodeaba comenzó a desmoronarse, y su coraza se agrietó bajo el impacto de los disparos. "¡¿Qué rayos fue eso?!"
Kaede sonrió apenas, los ojos encendidos por una determinación oscura. "Así que esto es lo que Josef ha estado fabricando..."
Nesuferit rugió. "¡No importa! ¡La Hermandad no puede ser derrotada! ¡Esta guerra ya está escrita, y yo seré el vencedor!"
Desde lejos, Akane observaba con desesperación, su voz quebrada por la angustia. "¡No mueras, Kaede!"
El rostro de Nesuferit se retorció de odio y locura. "¡Esto ha terminado! ¡El fin de ustedes ha llegado!"
Kaede, con sus manos temblando por el cansancio, lo enfrentó. "No entiendes... No todos son como tú. Alguien me enseñó eso. Alguien me mostró que no todo es odio. Y esa persona me espera."
Nesuferit, con una furia creciente, atacó nuevamente. "¡Cállate! ¡Todos ustedes son iguales, un fallo de la creación! ¡Deben morir!"
En medio del caos, Nesuferit logró golpearla con su aguijón. Un veneno oscuro comenzó a extenderse por el cuerpo de Kaede, paralizando su brazo. Ella retrocedió, jadeante, sintiendo el frío de la muerte acercándose. "No... puedo sentir mi brazo..."
Nesuferit se acercó lentamente, con una roca enorme en mano, listo para aplastarla. "¡Este es tu fin, Reina Diclonius!"
Pero Kaede no había terminado. En un último acto de resistencia, sus dedos encontraron una de las pistolas. Todo sucedió en cámara lenta. Akane gritó, rogando no ver lo inevitable. "¡No quiero ver!"
Nesuferit rugió. "¡Muere, Kaede!"
En un instante, Kaede disparó directo al corazón de Nesuferit. La bala láser rompió su coraza, y la criatura soltó un alarido de dolor, su cuerpo retorciéndose. Kaede no dudó. Con una fuerza sobrehumana, sus vectores se activaron, y su puño se hundió en el pecho de Nesuferit, destrozando su corazón. La sangre bañó su cuerpo, fría y pegajosa, mientras la vida se apagaba en los ojos del monstruo.
A lo lejos, Richard observaba con incredulidad. "No... puede ser."
Ahyma, con una calma inquietante, murmuró: "La pelea... ha terminado."
Nesuferit, en sus últimos momentos, susurró entre espasmos de dolor. "¿Cómo... es posible?"
Kaede, agotada, lo miró con una mezcla de desprecio y compasión. "Jamás entenderás lo que es proteger a los que amas."
Y así, el cuerpo de Nesuferit se desplomó en el suelo, su existencia borrada en el frío y sangriento campo de batalla.
Nesuferit miraba, atónito, su último aliento escapando en un murmullo de incredulidad. "No... No es posible... ¿Cómo has logrado vencerme? Me niego a aceptar este destino..."
Kaede permanecía inmóvil, observando el gran agujero en el pecho de Nesuferit. La sangre seguía escurriendo, y podía sentir el latido moribundo del corazón de su enemigo.
"Podrías haber ganado," dijo Kaede, su voz cargada de frialdad, "pero el destino decidió otra cosa."
Nesuferit soltó una risa amarga, sus palabras arrastradas por el dolor. "¿Crees que estás en lo correcto? Lo dudo. Al final, Ahyma ganará esta guerra. Nada puede detener nuestra llegada. Estamos aquí para erradicar el cáncer que ha infectado este planeta... Solo es cuestión de tiempo."
Kaede apretó los dientes, la rabia encendiéndola. "Mientras yo viva, nunca romperán la voluntad de la gente. ¡Ahyma, si me estás escuchando! ¡Iré a por ti y acabaré contigo por todo lo que has hecho!"
Desde las sombras, la voz de Ahyma resonó a través de los altavoces del lugar, cargada de una frialdad cruel. "Ya lo veremos, Kaede."
Kaede, con un último esfuerzo, extrajo su puño del pecho de Nesuferit, destruyendo su corazón en el proceso. El cuerpo de la criatura empezó a derretirse, una marea de sangre y descomposición que se extendía por el suelo. Ella misma, debilitada por el veneno que corroía sus venas, cayó al suelo.
Akane, al ver la escena, ascendió al techo con desesperación, apresurándose para asistir a Kaede. La tomó en sus brazos, notando que aún conservaba un hilo de conciencia, aunque débil y en agonía. "Por favor, resiste..."
En ese momento, la voz de Ahyma volvió a resonar, perturbadora y omnipresente, causando un estremecimiento en todos los presentes. Miraban alrededor, temiendo el próximo ataque de su siniestro enemigo.
"Creo que te subestimé, Kaede. Bravo, bravo," dijo Ahyma con una burla cruel.
Bando frunció el ceño, inquieto. "Esa voz..."
Nana, con un gesto de repulsión, respondió, "Es ese maldito de nuevo. Está jugando con nosotros."
Airi, tensa, preguntó, "¿Qué trama ahora ese loco?"
Ahyma, con una frialdad implacable, continuó, "Te felicito, Kaede, por haber derrotado a uno de los Hijos del Armagedón. Por eso, te concederé una oportunidad más de vivir. Pero para ello, uno de tus compañeros tendrá que arrebatarle el antídoto a otro de los Hijos del Armagedón. Pluto lo lleva. No pueden hacer nada sin mi conocimiento; los tengo bien vigilados. El veneno matará a Kaede en cinco horas."
Una risa malévola resonó. "¿Quién será el héroe que se atreva a enfrentarse a Pluto para salvar a Kaede? El tiempo se acaba. ¿O acaso aman perder en este juego? Jajajajajaja."
Mariko estalló en rabia, su voz cargada de odio. "¡Maldito hijo de perra!"
Nana, con determinación, dijo, "Debo comunicarme con los demás."
Airi, con un rápido asentimiento, dijo, "Vamos, Kazumi. Ayudemos a Kaede."
Kazumi, resoluta, respondió, "Sí."
Juntas, Airi y Kazumi ascendieron al techo utilizando sus vectores, encontrando a Akane sosteniendo a Kaede.
Akane, confundida y alarmada, preguntó, "¿Quiénes son ustedes?"
Kazumi se adelantó. "Venimos a ayudar. Debemos llevar a Kaede a un lugar seguro, y a usted también."
Akane asintió, con una expresión decidida. "Conozco un lugar donde Ahyma quizá no sepa. Síganme."
Los condujo a una mini capilla dentro de la torre del reloj, un refugio sombrío y deteriorado. Acostó a Kaede en el altar, su rostro pálido y la respiración entrecortada.
Akane, mirando a Airi con una mezcla de urgencia y esperanza, preguntó, "¿No tienen forma de comunicarse?"
Airi asintió y comenzó a emitir un mensaje. "Sí, dejemos aviso a todos. ¿Chicos, me escuchan?"
Mariko respondió con frialdad. "Fuerte y claro. ¿Qué demonios ha pasado?"
Akane explicó con voz temblorosa pero firme, "Kaede ha sido herida por el aguijón de uno de los mutantes de Ahyma. Su vida está en riesgo. Deben encontrar a Pluto y quitarle el antídoto antes de que se cumplan las horas que Ahyma ha mencionado. Yo mantendré el veneno a raya tanto como pueda."
Bando, con desdén, preguntó, "¿Quién demonios es usted?"
Akane se presentó. "Soy Akane, la persona que ustedes buscan. Por favor, no pierdan más tiempo y busquen a ese mutante."
Bando, con una mezcla de determinación y frialdad, respondió, "Me encargaré de ese maldito. Además, esa Diclonius y yo tenemos un asunto pendiente. No merece morir de una manera tan estúpida."
Nana intervino, "Vi a Pluto. Mató salvajemente a una Diclonius en el sótano."
Bando asintió, "Dame una mejor descripción del lugar."
Nana respondió, "En una especie de sótano con camas de cirugía. Estoy cerca de donde lo vi por última vez. ¿Quieres que te ayude?"
Bando, preparando sus armas, dijo, "Está bien. Voy para allá. Prepárate, no sabemos de qué es capaz esa criatura. Mis armas están listas para perforar carne esta noche."
Nana, sintiendo el peso del miedo pero también la resolución, respondió, "¡Hagámoslo!"
Mientras Bando corría hacia su destino, Nana se quedó mirando las escaleras del sótano, su cuerpo temblando levemente. Recordó los momentos en que Kaede la había salvado y se armó de valor. "Ahora me toca salvarte a ti, amiga..."
Continuará.
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