El Androide y el Gigante

Las sombras se apoderaban del orfanato, envolviéndolo en una penumbra asfixiante. Era como si los muros cargaran con los pecados y horrores del pasado, resonando en los pasos de quienes osaban cruzar sus pasillos. Kaede sentía cada susurro como un eco de los fantasmas que la acosaban. No estaba sola en su tormento; Akane también cargaba con el peso de una revelación que destrozaba los fragmentos de su psique: el dueño del orfanato seguía vivo. Y peor aún, había vendido su alma a Ahyma.

En la sala de comunicaciones, el aire era denso. Una tensión inquebrantable envolvía al grupo mientras la voz metálica de Richard Wong resonaba desde los altavoces. Cada palabra estaba cargada de un odio retorcido, como si buscara alimentar la desesperación en sus enemigos.

—Kaede, será un placer arrancarte la vida —dijo Richard, su tono impregnado de una macabra satisfacción—. Has sido una espina demasiado profunda en nuestro plan, pero tu fin está más cerca de lo que crees. ¡Puedo sentirlo! Jajajajaja.

Kaede apretó los puños, conteniendo la furia que burbujeaba en su interior.

—¡No te daré ese maldito gusto, monstruo!

—¡No me compares con ese patético de Kakuzawa! —espetó Richard con desprecio—. Mi ambición va mucho más allá de lo que su mente decrépita podría concebir. Ahyma hizo bien al deshacerse de él. Y tú, Akane... cuando vuelvas a estar frente a mí, lamentarás haber nacido. Yo te mostraré el verdadero significado del terror.

La transmisión se cortó abruptamente, dejando un vacío ensordecedor. En otro lugar del orfanato, Richard se volvió hacia Ahyma, el líder en las sombras, cuyo poder parecía desbordar las fronteras de la razón.

—Ya casi amanece, mi señor —dijo Richard con un deje de nerviosismo—. Si no conseguimos detenerlos...

—Cállate —interrumpió Ahyma, su voz grave y autoritaria—. Los preparativos para nuestra retirada ya están listos. Este disco duro contiene toda la información que necesitamos. Tu única tarea es eliminar a esos Diclonius.

—Ordenaré a Atlas que utilice fuerza letal. Esas criaturas no tienen ni idea de lo que enfrentan. ¡Cairán de rodillas ante nuestra arma definitiva! Jajajajaja.

En el otro extremo del edificio, Akane sentía que el tiempo se escapaba entre sus dedos.

—¡Maldito Richard! Faltan cinco horas... ¡Debemos entrar al laboratorio y encontrar las llaves antes de que sea demasiado tarde!

Un estruendo cortó su planificación.

—¡Lo siento, chicas! —gritó Airi, irrumpiendo en la sala—. Esa cosa nos encontró... y viene hacia nosotras.

Kaede se puso de pie de inmediato.

—¡Aguanten, ya vamos!

Pero antes de que pudieran actuar, el retumbar de pisadas anunció la llegada de Atlas. Su figura colosal emergió de la penumbra, con una mirada que destilaba frío y desprecio. Kaede lanzó sus vectores, pero el gigante ni siquiera titubeó.

—¡Mierda! ¿Qué demonios le pasa a este tipo? —gritó Kazumi.

—¡Corran! —advirtió Airi, esquivando un golpe que destrozó la pared a su lado.

Atlas observó a las chicas con una sonrisa torcida.

—Nada mal para un par de Diclonius insignificantes. Pero no sobrevivirán. Yo soy Atlas, uno de los Hijos del Armagedón. Mis hermanos podrán haber caído, pero yo no seré tan indulgente. Los vengaré con sus vidas.

Kazumi apretó los dientes.

—¡No somos tan débiles como crees!

El combate comenzó con una brutalidad que sacudía los cimientos del edificio. Las chicas se movían con desesperación, esquivando los ataques de Atlas mientras intentaban contraatacar. Sin embargo, su fuerza y resistencia parecían insuperables.

—¡Ese hijo de puta tiene demasiada fuerza! —gritó Airi, jadeando.

—Y es rápido... Esto no será fácil —respondía Kazumi.

A pesar de las heridas y el cansancio, las chicas no se rendían. Cada golpe resonaba como un tambor de guerra, cada movimiento era una danza de supervivencia. Pero Atlas seguía en pie, implacable. El orfanato, con sus paredes derrumbadas y ecos de desesperación, se había transformado en una grotesca arena de combate, donde el amanecer no prometía salvación, sino el inicio del fin.

Será un placer poner fin a tu vida, Kaede —escupió, su tono goteando veneno—. Has causado demasiados problemas, y tu final está más cerca de lo que crees. Puedo sentirlo.

Su risa macabra llenaba el aire.

Kaede, con una furia apenas contenida, respondió:

¡No te daré ese gusto, monstruo!

Pero Richard no había terminado.

No soy como ese viejo decrepito de Kakuzawa, mi ambición es mucho mayor. Ahyma hizo bien al deshacerse de él. Y tú, Akane... cuando te vuelva a ver, desearás nunca haber nacido.

La amenaza se cernía en el aire, pesada y oscura. Richard desconectó los altavoces, dirigiéndose a su superior, Ahyma, que permanecía imperturbable, observando los últimos momentos de su sádico plan.

Ya casi amanece, lord Ahyma. Si no los derrotamos pronto... —comenzó Richard, pero fue interrumpido por el tono gélido de su superior.

No digas lo obvio —murmuró Ahyma con calma inhumana—. Ya he preparado todo para nuestra fuga. Lo importante ahora son esas otras Diclonius.

Richard sonrió con desdén.

Atlas usará fuerza letal contra ellas. Aunque dudo que tengan alguna oportunidad contra nuestra última creación. Pronto se arrodillarán ante el arma mutante definitiva.

En el otro lado, el grupo luchaba contra el tiempo y la desesperación. Akane apretaba los dientes, las horas se escurrían como arena entre sus dedos.

Solo faltan cinco horas para que amanezca. Tenemos que movernos rápido.

Airi, su compañera, interrumpió con tono de urgencia.

¡Tenemos que cortar la comunicación! ¡Viene hacia nosotras!

Kaede se tensó, la adrenalina comenzaba a fluir.

¡Resistan, ya vamos! —gritó, mientras sus vectores golpeaban con furia, pero su enemigo no era fácil de derribar.

Atlas, un ser monstruoso, los acechaba con su fuerza titánica. Su piel gris y sus ojos rojos brillaban con una malevolencia que parecía inhumana.

Nada mal para un par de Diclonius sin valor —se burló con una sonrisa cruel—. Soy Atlas, uno de los Hijos del Armagedón, y vengaré a mis hermanos caídos.

Las palabras de Kazumi cortaron el aire:

¡Nosotras no somos tan débiles como crees!

Pero Atlas no se dejó intimidar. Con un salto sobrehumano, atacó con una fuerza brutal. Cada golpe era como una embestida de pura destrucción. El suelo se resquebrajaba bajo su poder, y las dos chicas apenas lograban esquivar, aunque no sin sentir los estragos de su ataque.

Ese monstruo es increíblemente rápido, —jadeó Airi, con el sudor corriendo por su frente—. Y su fuerza es descomunal.

Atlas, riendo de manera salvaje, las acechaba como un depredador.

Este es solo el comienzo.

Mientras tanto, en la azotea, Bando y Nana habían sido sorprendidos por otro miembro de los Hijos del Armagedón, Ares. Un ser cubierto por una capa, su cuerpo metálico relucía en la penumbra, con ojos mecánicos rojos que brillaban con una luz siniestra.

No les enseñaron a no entrometerse en asuntos ajenos? —su voz, fría como el metal, se deslizó por el aire antes de atacar.

Nana y Bando apenas lograron esquivar, pero Ares era un enemigo distinto. Con su cuerpo cubierto de un metal impenetrable, parecía invulnerable.

Mis armas no le hacen nada —gruñó Bando, mientras Nana bloqueaba otro ataque con sus vectores. Ares, inmune a las balas, no dejaba de reír.

Abajo, la situación era igual de desesperada. Atlas, desencadenando su verdadera forma, mutó frente a los ojos de Airi y Kazumi. Su cuerpo se deformó en algo grotesco: patas de araña emergieron de su espalda, su musculatura creció de manera bestial, y de su pecho emergió un parásito con una boca repleta de dientes afilados, protegiendo su corazón. Era una visión de pesadilla.

¡Acabaré con ustedes sin piedad! —rugió la monstruosidad, su voz resonando en los oídos de las chicas como una sentencia de muerte.

Airi apenas pudo contener su miedo.

Esto no pinta nada bien, Kazumi.

Pero Kazumi, apretando los puños, respondió con determinación.

No tenemos opción, luchamos o morimos.

En medio del caos, Kaede, Mariko y Akane corrían hacia el campo de batalla, sabiendo que el destino de sus compañeros y quizás del mundo entero dependía de esa confrontación. Las criaturas los rodeaban, el aire estaba impregnado de muerte, y la luz del amanecer aún parecía muy lejana.

El campo de batalla estaba cubierto por el hedor de la muerte y el caos. Ahyma, imponente como un dios oscuro, observaba el desastre desde la seguridad de su sala de control. Las once pantallas, iluminadas por los siniestros logotipos de la Plaga, brillaban con una intensidad fría y deshumanizante.

Ahyma, con una voz que resonaba como un eco distante en las mentes de sus seguidores, habló:

"¡Escuchen bien, hermanos míos! Lo que han presenciado no es más que una prueba. Este es solo el comienzo. Cada uno de ustedes tiene un papel vital en la evolución auténtica que estamos construyendo. Nada podrá detenernos ahora."

Señaló un símbolo en particular: una salamandra, en cuyo centro se veía una figura Diclonius con un casco.

" serás su líder. Guiarás a nuestros hermanos mientras yo trabajo en las sombras, construyendo el edén definitivo."

El Diclonius, reverente, asintió. "Sí, mi señor. No le fallaré."

Ahyma se giró hacia Saya, quien se arrodillaba a su lado. "Tú serás su mano derecha."

"Como usted desee", murmuró ella con un tono gélido.

Mientras tanto, lejos de los oscuros planes de Ahyma, Kazumi se tambaleaba, ensangrentada y herida por la reciente explosión. Su cuerpo temblaba por el dolor y el esfuerzo. Ares observaba con una sonrisa cruel.

"Tu resistencia es admirable, pero inútil. Atlas desatará su poder y nada podrá detenerlo."

Airi y Kazumi se preparaban para una última batalla desesperada contra Atlas, cuyos ojos brillaban con un destello asesino. "Ríndanse," gruñó, sus patas de araña chisporroteando con una extraña sustancia. "Mis esporas están listas para explotar, no tienen ninguna posibilidad."

Kazumi se limpió la sangre del rostro, sus ojos llenos de furia.

"¡No voy a rendirme! ¡Voy a luchar hasta el final!"

A su lado, Airi asintió, su determinación igual de férrea.

"Siempre me levantaré, sin importar cuántas veces me derribes."

Atlas los atacó con una furia ciega. Su segunda cabeza escupió una sustancia viscosa sobre ellas; Kazumi esquivó por poco, pero Airi no tuvo tanta suerte. El líquido se adhirió a su piel, y al intentar quitárselo, explotó en una onda de dolor que dejó su cuerpo cubierto de ampollas.

"¡¿Estás bien?!", gritó Kazumi.

"Solo es un rasguño...", respondió Airi, pero la expresión de dolor en su rostro traicionaba sus palabras.

Atlas, disfrutando del sufrimiento de las Diclonius, lanzó una serie de ataques explosivos, sus patas creando un círculo mortal a su alrededor. Las chicas se protegieron con sus vectores, pero el impacto las arrojó violentamente contra las paredes destrozadas del edificio.

"Tiene que haber una forma de detenerlo", murmuró Airi, luchando por ponerse de pie.

"Ya lo sé. Su segunda cabeza... ahí está su corazón", dijo Kazumi. "Si logramos destruirlo, será su fin."

Con una determinación feroz, ambas se lanzaron al ataque. Los vectores de las chicas chocaron contra las patas de Atlas en una explosión que rompió todas las ventanas del recinto, el suelo temblando bajo la intensidad de la batalla.

Atlas retrocedió, sorprendido. "Impresionante... pero necesitarán más que eso para derrotarme."

El combate se intensificó, y en el clímax de la lucha, los vectores de Airi y Kazumi comenzaron a evolucionar. Airi sintió una fuerza oscura recorrer su cuerpo, sus vectores volviéndose más gruesos y poderosos. Kazumi observó con asombro cómo los suyos se alargaban, afilándose como cuchillas mortales.

"¿Qué me está pasando?", susurró, sintiendo el poder fluir a través de sus cuernos.

Atlas gruñó, impresionado. "Así que esta es su verdadera evolución..."

Ambas Diclonius, sincronizadas en una danza de muerte, lanzaron su ataque final. Kazumi se lanzó hacia la segunda cabeza de Atlas, mientras Airi utilizaba sus vectores para cubrir su avance. Con un grito de esfuerzo sobrehumano, Kazumi destrozó la boca de la criatura, exponiendo su corazón. Atlas rugió de furia, su poder explosivo alcanzando niveles peligrosos.

"¡Ahora, Airi!", gritó Kazumi, su ojo izquierdo destrozado por un último ataque desesperado de Atlas.

Airi, cegada por la rabia, lanzó una ráfaga de vectores que atravesaron las patas de la bestia y perforaron su corazón. Atlas soltó un alarido desgarrador antes de colapsar en un charco de sangre y mucosa.

Ahyma observaba desde su sala de control, incapaz de contener su furia.

"Esto debe ser una broma..."

Ares miró a su señor, incrédulo. "Imposible... ¿Cómo pudieron derrotar a Atlas?"

Con la bestia abatida, el cuerpo de Kazumi se derrumbó junto a Airi. La batalla estaba ganada, pero a un precio terriblemente alto.

El aire en el patio central estaba cargado de tensión, el eco de los pasos resonando en el vacío. Kaede y las demás avanzaban con cautela, cada latido ensordeciéndolas, el sudor frío deslizándose por sus pieles. Cuando las puertas se abrieron con un chirrido agudo, la visión que las aguardaba era un preludio de pesadilla: cuerpos amarrados en postes, inconscientes, y Ares, imponente, en el centro, una figura de poder monstruoso, aguardando su llegada.

—Bienvenida, Reina de los Diclonius —dijo Ares, su voz gélida, casi metálica—. He esperado este momento, nuestro enfrentamiento inevitable.

Akane lo reconoció al instante, su estómago se retorció en una mezcla de asco y terror. La voz de Ares, o más bien de Issei, era un eco de su pasado, uno que había intentado enterrar.

—Tiempo sin verte, Issei —murmuró con veneno en cada palabra—. Aunque veo que ya no eres el mismo.

Ares soltó una risa amarga, desgarradora, mientras su mirada sombría se posaba en ella.

—Issei está muerto —respondió con una frialdad cortante—. Ahora solo queda Ares. ¿Creíste que podrías escapar de tu destino? Los Hijos del Armagedón nunca dejan una tarea a medias. Ahora, enfrentaré a las tres Diclonius que tanto se aferraron al patético Kakuzawa.

Con un movimiento brutal, Ares arrojó el cuerpo de Nana hacia Mariko y Kaede. Apenas pudieron atraparla cuando empezó a despertar, tambaleándose en los brazos de sus compañeras.

—¿Dónde estoy? —susurró Nana, aún desorientada—. ¿Qué ha pasado?

Mariko, con la mandíbula apretada, miró a Ares con odio.

—Ese monstruo te capturó. Ahora quiere enfrentarnos, pero... no es como nada que hayamos visto antes.

—Nos derrotó a mí y a Bando... con una facilidad... —Nana intentaba recobrar fuerzas, pero el recuerdo de la derrota reciente aún la atormentaba.

Ares observaba la escena con una sonrisa maliciosa en sus labios.

—No se preocupen por los otros. Solo duermen. Aunque ustedes... No tendrán tanta suerte.

Ares levantó su capa, revelando su verdadera forma, y el horror en los rostros de las Diclonius fue palpable. Ya no quedaba rastro del hombre que alguna vez fue Issei. Su cuerpo era ahora una amalgama grotesca de metal, seis brazos armados hasta los dientes, su torso humano mutilado y reducido a una caricatura de lo que una vez fue. Era una bestia de metal, una abominación nacida del sacrificio de su propia humanidad.

—Eres una bestia... —susurró Akane, el desprecio rezumando de sus palabras—. Ni siquiera mereces ser llamado humano.

—La humanidad es una debilidad —Ares respondió con una arrogancia cruel—. He vendido mi carne y mis huesos por poder, y la recompensa ha sido... más que satisfactoria. —Su risa resonó como una sierra chirriante contra el metal—. ¡Con este poder, puedo conquistar naciones! El amor, la compasión... solo son cadenas que impiden alcanzar la verdadera grandeza.

Kaede lo miraba con furia contenida, sus puños apretados hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

—Eres un necio. Yo nunca pedí ser un monstruo. Todo lo que quiero... es una vida tranquila con aquellos a quienes amo.

—¿Amor? —Ares escupió la palabra como si fuera veneno—. Ese sentimiento insignificante es lo que te hará caer. No lo entenderás hasta que lo pierdas todo.

Mariko, con la mirada sombría, asintió ante las palabras de Kaede.

—Ya no tienen salvación, Kaede. Ellos eligieron este camino. Un camino oscuro y lleno de sangre. El mismo camino que casi nos consume a ti y a mí. Pero juntas, podemos acabar con ellos.

Nana, aún recuperándose, apretó los dientes y se levantó, tambaleante pero determinada.

—Tienen razón. Ya no son humanos. Son monstruos... Y debemos detenerlos antes de que sigan matando a más inocentes.

Kaede inhaló profundamente, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros. Sus ojos centellearon con una mezcla de rabia y resolución.

—Gracias... ¿Están listas, amigas?

—No hace falta preguntar —respondió Nana con una sonrisa amarga.

—Estamos listas —añadió Mariko, firme.

—¡Escúchame bien, Ares! —gritó Kaede, su voz resonando en el patio—. ¡Tengo un asunto pendiente con tu amo, y ni tú ni nadie podrá detenerme!

Ares esbozó una sonrisa torcida.

—Solo uno quedará en pie. Y seré yo. ¡Vamos, Diclonius, mis armas ansían tu sangre!

Con un rugido mecánico, Ares activó su armadura, protegiendo lo poco que quedaba de su cuerpo humano. Las tres Diclonius atacaron, pero fueron repelidas por una barrera telequinética que las lanzó por los aires como muñecas rotas. Ares, sin perder tiempo, desató su arsenal, un brazo lanzallamas envolvió el campo en llamas, pero Nana logró protegerlas con sus vectores.

—No podemos acercarnos —gritó Nana, el sudor empapando su frente—. ¡Necesitamos otra estrategia!

Mariko, con los dientes apretados, lanzó una mirada decidida a sus compañeras.

—Usaré todos mis vectores. ¡Cuando lo vea distraído, ataquen!

El campo de batalla se llenó de energía cuando Mariko desató su poder, atacando con todas sus fuerzas. Pero Ares, siempre un paso adelante, levantó un escudo telequinético que desvió el ataque. Kaede y Nana aprovecharon la oportunidad para atacar desde los flancos, pero Ares las vio venir y disparó con balas antitanque desde una de sus armas montadas, obligando a Kaede a arrancar una pared y usarla como escudo.

—¡Ese patético escudo no las protegerá para siempre! —se burló Ares, mientras avanzaba con sus cuchillas giratorias.

El enfrentamiento se volvió una danza de violencia, sangre y fuego. Las tres Diclonius luchaban con todo lo que tenían, pero Ares era una máquina imparable, su risa sádica resonando en el aire mientras las empujaba cada vez más al borde del abismo.

Y entonces, en medio del caos, una voz interior despertó en Kaede. Un eco oscuro, llamándola desde lo más profundo de su ser.

Lucy: Sabes que sin mí no puedes hacer nada, Kaede. Libérame... desata todo mi poder.

Kaede: No importa cuántas veces lo digas, Lucy. No voy a dejarte libre. Harás lo que te plazca y destruirás todo a tu paso.

Lucy: ¿Quieres salvar a Kouta o no, estúpida? ¿O prefieres verlo morir lentamente?

Kaede duda, pero la pregunta de Lucy la golpea en lo más profundo. La mención de Kouta siempre despierta una mezcla de rabia y culpa en su interior.

Kaede: ¿Por qué ese repentino interés en Kouta?

Lucy: ¿Aún no lo entiendes? Parte de nuestro poder ya vive en él desde que usaste tus vectores en su cuerpo. No es completamente humano.

Kaede: ¿Y por qué debo creer en tus pretextos?

Lucy: ¡No es un pretexto, idiota! ¡Tu ceguera no te deja ver lo obvio!

Llenando el espacio con un grito de ira, Kaede sujeta el cuello de Lucy con violencia. Sus manos tiemblan mientras la aprieta, pero la furia que arde en sus ojos se enfrenta al miedo latente de lo que representa Lucy.

Kaede: ¡Basta de acertijos! ¡No te dejaré tocar a Kouta!

Nyu: ¡Las dos, basta!

Kaede suelta a Lucy, quien cae de rodillas al suelo, tosiendo. Pero incluso en su estado vulnerable, una sonrisa maliciosa se dibuja en el rostro de Lucy.

Lucy: Ya resolveremos esto después. Primero, encárgate de esa basura que tienes frente a ti... si es que puedes.

Desde el otro extremo, la monstruosa voz de Ares corta el ambiente con frialdad.

Ares: ¿Qué ocurre, Kaede? ¿Ese es todo tu poder? Esperaba más de ti. Ni siquiera con tus "aliadas" juntas logran hacerme retroceder. Me cuesta creer que hayan derrotado a mis hermanos. Míralo bien, Akane, ya nada puede detenernos. Nosotros somos la verdadera evolución.

Akane: Ustedes no son evolución, son bestias que se alimentan del sufrimiento de inocentes.

Nana: ¡Aún no cantes victoria, maldito!

Con un destello de determinación, Nana dispara desde su prótesis un rayo que impacta en uno de los brazos de Ares, paralizándolo.

Ares: ¡Maldita sea! ¡Mi brazo!

Mariko: ¿De dónde sacaste eso?

Nana: Es una de las nuevas armas que Josef estaba probando. Bando tiene algo similar.

Ares: ¡Vas a pagar por este incordio, niña!

Desatando un ataque brutal, Ares opta por ataques a larga distancia, obligando a Kaede y Nana a replegarse. Con una habilidad sorprendente, el monstruo salta en el aire, disparando con precisión letal, pero Kaede reacciona rápido, lanzando un muro como escudo.

Ares: ¡Eso no será suficiente!

Ares lanza un misil desde uno de sus brazos, creando una explosión devastadora. Mientras las Diclonius se ponen a salvo, Mariko aprovecha el caos para escalar y atacar desde el techo.

Ares: ¡Buen intento!

Con una precisión mortal, Ares usa sus piernas para golpear los vectores de Mariko, repeliéndolos con violencia. Luego la embiste, estrellando su cuerpo contra una pared, llevándola a una sala destrozada.

Nana/Kaede: ¡Mariko!

Apenas de pie, Mariko se arrastra, su cuerpo lastimado. Ares, regodeándose en su superioridad, vuelve a mover su brazo paralizado.

Ares: Al fin, mi brazo vuelve a moverse. Buen intento, pero necesitarán más que eso para matarme.

Kaede: ¡Maldita sea! ¡¿Qué hago?!

La voz de Lucy resuena en su cabeza, un susurro oscuro.

Lucy: Sabes lo que debes hacer, Kaede.

Kaede: ¡No lo haré!

Ares: Qué patéticas... El poder de los Diclonius no es nada frente a la auténtica evolución. Han perdido su naturaleza asesina, su instinto. Son iguales a los humanos que juraron destruir.

Kaede: ¡Y me alegro de no ser como ustedes, monstruos!

Ares: Patética. El odio y la venganza son lo que me da fuerza. Y tú... aún te aferras a ese patético concepto de amor. Kouta... ¿de verdad lo amas? ¿O es solo la culpa lo que te consume?

La Reina Diclonius vacila, impactada por las palabras del enemigo.

Kaede: ¿Cómo sabes todo eso? ¡Responde!

Ares: ¿Quieres la verdad? Tú y Ahyma están conectados de formas que aún no comprendes. Pero cuando lo hagas... te preguntarás si estarás lista para enfrentarlo.

Lucy: ¡Déjame salir! ¡Acabaré con todos de una vez!

Kaede: ¡No! ¡Cállate!

En un arrebato, Kaede comienza a estrangular a Lucy, pero es Nyu quien interviene.

Nyu: ¡Déjala! ¡No vale la pena!

Kaede suelta a Lucy, pero la oscuridad ya ha dejado su marca. Lucy se pone de pie y extiende la mano.

Lucy: Vamos, sabes que me necesitas. O todos aquí morirán.

Con una mirada de resignación, Kaede toma su mano.

Kaede: Más te vale no tocar a mis amigos.

El ambiente cambia, denso y mortal. Nana y Mariko sienten el aura oscura que emana de Kaede.

Mariko: Esa sensación... No puede ser...

Nana: ¿Es posible que...?

Desde la sala de control, Ahyma observa con una sonrisa siniestra.

Ahyma: Richard, prepárate para presenciar el verdadero poder de Kaede.

Los ojos de Kaede brillan con una malicia desconocida. Ya no es Kaede. Lucy ha tomado el control.

Lucy: Ya no soy Kaede... Soy Lucy, tu peor pesadilla.

Ares: ¡Dame tu mejor golpe!

El verdadero enfrentamiento acaba de comenzar.

La pelea se reanuda con una ferocidad que sacude los cimientos de su entorno, y cada golpe reverbera en el aire como un eco de desesperación. Nana y Mariko observan el combate, incapaces de articular palabra, cautivas por la magnitud del enfrentamiento.

—¡Qué poder tienen! —exclama Mariko, sus ojos ampliándose con asombro.

—Lo sé... —responde Nana, sintiendo la tensión palpable entre los contendientes.

A medida que los poderes colisionan, el lugar se transforma en un campo de ruinas. Ares y Lucy, sombras de destrucción, corren por las paredes, desafiando la lógica de la gravedad, mientras Mariko y Nana, como espectadoras impotentes, intentan ayudar. Sin embargo, el imponente Ares demuestra ser un adversario temible, un verdadero monstruo que se niega a ceder ante la determinación de Lucy.

—Vaya, eres fuerte... —declara Lucy, su voz cargada de una mezcla de respeto y diversión—. Me divertiré mucho contigo.

—¡Mariko, cuidado! —grita Nana, el terror pinchando su voz.

En un brutal ataque sorpresa, Ares desata su poder telequinético, arrojando a Mariko contra el campanario, como si fuera un juguete.

—Joder, niña... —murmura Lucy, mirando con impotencia.

Akane, observando desde las sombras, siente el horror de la escena, como si fuera un sueño del que no puede despertar.

—Los poderes de ambos son aterradores... —dice, su voz apenas un susurro.

—Ya hacía tiempo que no me divertía así —rié Ares, la locura brillando en sus ojos—. ¡Vamos, quiero más! ¡Más sangre!

Con un movimiento veloz, Ares lanza su hacha, pero Mariko esquiva el ataque justo a tiempo. El hacha choca contra la campana, desatando un estruendo que destroza la torre en un espectáculo de escombros.

—Eso estuvo cerca... —suspira Mariko, respirando aliviada.

—Eres el primero que logra defenderse de todos mis ataques —reconoce Lucy, admiración y rabia entrelazadas en su tono.

—Chicas, acabo de descubrir que ese loco tiene poderes telequinéticos —anuncia Mariko, la realidad cayendo sobre ellas como un manto pesado.

—¿Me estás diciendo que, a pesar de estar armado hasta los dientes, tiene poderes? —pregunta Lucy, incrédula.

—Así es. —Nana asiente, recordando el horror de sus encuentros previos—. Entiendo por qué pudo repeler nuestros vectores. Para romper su defensa, debemos luchar a corta distancia. Lo noté cuando me acerqué a él y anulé uno de sus brazos con mi prótesis. La electricidad parece atravesar su barrera.

Ares observa, burlándose de sus intentos de estrategia.

—¿Qué ocurre? ¿Ya se rindieron? —se mofa, sus palabras llenas de desprecio.

—No debemos bajar la guardia si queremos luchar en cuerpo a cuerpo —afirma Nana, un destello de determinación iluminando su mirada.

—Odio trabajar en equipo, pero si quiero salir ganadora de esta pelea, no tengo otra opción —decreta Lucy, su voz firme—. Más les vale no arruinar todo. Solo tenemos una oportunidad, ¿escucharon bien?

—Que mandona eres, Lucy. Pero Kaede ya me había hablado de tu carácter —responde Mariko, una sonrisa irónica en sus labios—. Aún no olvido lo que querías hacerme y cómo dejaste a Nana.

—Acostúmbrate a mí, porque me verás seguido —responde Lucy, su tono desafiante.

—Lo sé, pero ella tiene razón; solo tenemos una oportunidad —añade Nana, el miedo palpitante en el aire.

Las tres Diclonius, unidas en su desesperación, se lanzan contra Ares. Él responde con fuerza bruta, pero la combinación de su fuerza sobrehumana permite que, por un breve momento, logren golpear al monstruo al unísono. Sin embargo, su resistencia es monumental; Ares se protege con un movimiento de brazos que crea una onda expansiva, arrojando a las chicas a los aires como muñecas de trapo.

—¡Eso no será suficiente! —ruge Ares, la confianza marcando cada palabra.

Con un salto brutal, se lanza hacia Nana.

—¡Cuidado, Nana! —grita Mariko, un grito de advertencia que se pierde en el caos.

Ares impacta contra Nana, atrapándola contra la pared con su pie mecánico, un sonido sordo que resuena en la noche. Pero, en un acto de valentía, Mariko y Lucy saltan juntas, golpeando la cara de Ares con una fuerza sorprendente, haciendo que el monstruo se estrelle contra la torre de la campana, destrozando lo que quedaba.

—Ese golpe me dolió más a mí que a él —masculla Mariko, una mueca de dolor en su rostro.

—Lo sé. Es muy duro, el hijo de perra —responde Lucy, su voz tensa.

Cuando la nube de polvo se dispersa, lo que encuentran las chicas les llena de horror: Ares se mantiene en pie, sus ojos ardientes como brasas en medio de la noche. Su armadura, aunque severamente dañada, brilla con un fulgor temible.

—Ya era ridículo que muriera de esa forma —murmura Nana, la incredulidad palpando sus palabras.

—No está mal —dice Ares, una sonrisa cruel marcando su rostro—. Luchan muy bien, pero esto solo es el calentamiento para mí. Solo uno de nosotros quedará en pie.

El viento sopla con fuerza, llevando consigo un presagio de fatalidad. Sus miradas se cruzan con firmeza, y Akane, desde la distancia, comienza a rezar por ellas mientras las nubes pasan velozmente, dejando al descubierto la luna, que ilumina el campo de batalla como un faro de muerte.

Ahyma, observando desde su sala de control, sonríe con malevolencia.

—El fin de este combate está cerca —murmura, su voz llena de anticipación.

Continuará...

https://youtu.be/qtTrfaso0cs

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