Terror y destrucción

Tras sobrevivir a la emboscada de Richard, gracias a Fei, la suerte no estaba de su lado. Sin poder alcanzarlo, decidieron investigar el lugar. Sin embargo, al encontrar una horrible criatura en los quirófanos, la situación se tornó desesperada. Kaede estaba demasiado débil y Nyu no tuvo más opción que tomar el relevo.

Cuando la oscuridad parecía cernirse sobre ellos, un científico desertor apareció, revelando un torrente de información sobre los horrores que habían tenido lugar en aquella base en los últimos años. Les ofreció una tarjeta para desactivar el misil, pero su suerte se esfumó cuando Yuka, despojada de su humanidad, lo asesinó de forma brutal. Ante la muerte del científico, no les quedó más remedio que enfrentar a la criatura que una vez fue su amiga.

El grupo quedó paralizado ante la grotesca mutación de Yuka. Nyu sintió un poder oscuro surgiendo en su interior, pero los ojos de la bestia la miraban con una ira inconmensurable. Con un andar lento pero firme, la criatura dejó caer baba espesa de su grotesca boca, un presagio de la violencia que estaba por desatarse.

—¡Yuka, no eres un monstruo! —gritó Nyu, su voz resonando con una mezcla de desafío y desesperación—. ¡No dejes que Ahyma te controle!

Yuka se detuvo, luchando internamente, pero el control del virus la mantenía cautiva. Extendió sus garras, preparándose para acabar con Nyu.

En ese instante, Kouta, en un acto de valentía, comenzó a dispararle al cuerpo de la bestia, alejándola de la Diclonius y dejándola algo aturdida.

—¡No trates de razonar con ella, Nyu! ¡Ella ya no es Yuka! —gritó Kouta, su corazón latiendo con fuerza.

—He recuperado mis fuerzas, Nyu. Déjame esto a mí —dijo Kaede, su voz ahora firme y decidida.

—Está bien, ten cuidado. Es muy poderosa —respondió Nyu, sintiendo una mezcla de temor y admiración.

Kaede asumió el control, su cuerpo transformándose mientras su tono de voz se volvía más profundo y autoritario.

—Bien, ¡acabemos con esto, Yuka! —declaró, preparándose para la confrontación—. Debo medirme; si llego a un punto muerto... Lucy podría escapar de mi cárcel mental.

—¿Eres tú, Kaede? —preguntó Kouta, sorprendida por su transformación.

—Sí. Ve al piso de la sala de control y drena el virus del misil. Yo me encargaré de Yuka. No hay tiempo que perder —ordenó Kaede, con una urgencia palpable.

—De acuerdo —asintió Kouta, sintiendo que la presión aumentaba.

Cuando la bestia notó que Kouta se alejaba, trató de detenerlo usando su cola, pero Kaede reaccionó con una velocidad sorprendente, deteniendo la cola con un golpe.

—¡Esto es entre tú y yo, Yuka! ¡Deja a Kouta en paz! —gritó, arrojándola contra la pared con una fuerza feroz.

Enfurecida, la criatura se lanzó hacia la Diclonius con una velocidad devastadora. Pero justo cuando Kaede se preparaba para atacar, Yuka se volvió invisible, haciéndola dudar.

—¡Mierda! —exclamó Kaede—. ¡¿Dónde te escondiste?!

Kouta, en su carrera hacia la salida, encontró su camino bloqueado cuando la cola de Yuka atravesó el suelo justo frente a él. Esquivando ágilmente, realizó una pirueta y vio a Kaede saltar, pero la bestia la golpeó en el aire, cortándole el brazo izquierdo. En un instante, la adrenalina y el miedo recorrieron el cuerpo de Kouta.

—¡Joder, eso estuvo cerca! —murmuró, respirando con dificultad.

—¡¿Eso te gusta?! —gritó Kaede, llena de rabia y determinación.

La bestia, enfurecida, comenzó a regenerar su brazo mutilado, el miembro amputado transformándose en una criatura que se arrastraba, persiguiendo a Kouta con una ferocidad implacable.

—¡Kouta, ten cuidado con su brazo amputado! —advirtió Kaede, sus ojos fijos en la monstruosa forma.

Yuka apareció repentinamente frente a Kaede, propinándole un fuerte golpe en el vientre. La atrapó con su cola, azotándola contra el suelo repetidamente antes de lanzarla contra una pared de un piso superior.

Mientras tanto, la criatura formada por el brazo amputado alcanzó a Kouta, que luchaba por liberarse de los tentáculos que intentaban atraparlo. Con determinación, cortó los tentáculos con su cuchillo.

—¡No tengo tiempo para esto! —gritó, apremiado por el tiempo.

Kaede, buscando a Yuka, se movió con rapidez, pero la bestia la emboscó, atacando a traición. A pesar de su instinto, logró esquivar el devastador ataque, aunque no sin pagar el precio: un rasguño profundo le cortó el hombro derecho, una marca de la que nunca se olvidaría.

La lucha continuaba, y el eco de sus gritos y el caos del combate resonaban en el hangar, una sinfonía de desesperación y resistencia contra la oscuridad que amenazaba con consumirlos a todos.

Kaede se apoyó contra una columna derruida, jadeante. La oscuridad se extendía a su alrededor, una densa niebla de muerte y desesperación. La sangre resbalaba por su brazo, pero la ignoró. No podía permitirse flaquear.

—Mierda... eso estuvo cerca.

Sus ojos carmesí recorrieron el vacío en busca de su enemigo. La criatura seguía oculta, moviéndose con una habilidad antinatural. Esa maldita habilidad de camuflaje le estaba llevando al límite.

—Debe haber una forma de detectarlo...

Un sonido gutural la interrumpió. Una risa hueca y perturbadora resonó en el aire. Era una carcajada que no pertenecía a este mundo, una burla grotesca que la hizo estremecer. Algo dentro de ella se quebró por un instante, un eco del pasado la golpeó como una bofetada. Esa risa... era la misma que la atormentaba en sus pesadillas. La risa de Ahyma.

Su expresión se deformó en una mueca de ira.

—¡Maldito seas, Ahyma!— rugió, su voz cargada de odio y dolor. —Pagarás por esto. ¡Lo juro por mi vida!

Su furia se manifestó de manera tangible, una onda de energía purpúra explotó a su alrededor, arrancando el suelo, esparciendo escombros como metralla. Yuka, que observaba desde la distancia, se cubrió instintivamente, resistiendo la brutal energía que se expandía como un vínculo de caos.

Mientras tanto, Kouta avanzaba entre las sombras. Su corazón latía con violencia. Cada paso era una losa que lo hundía en la desesperación.

—Kaede... —susurró, el peso de la tragedia reflejándose en su voz. —Joder, ¿cómo terminamos así?

Se aferró al barandal oxidado, su mirada perdida en el combate infernal que se libraba ante sus ojos. No podía permitirse titubear. No ahora. Corrió hasta la sala de control, insertando la tarjeta de identificación con manos temblorosas. Una serie de comandos apareció en la pantalla.

—Joder... hay demasiadas opciones.

Antes de que pudiera decidir, la pantalla parpadeó y una figura emergió en el holo proyector. La máscara blanca y las sombras que danzaban a su alrededor eran inconfundibles.

—¿Creías que no sabíamos lo que planeabas, Kouta?— la voz de Ángelo era un susurro víbora, impregnado de una satisfacción sádica. —Ni tú ni ese traidor de Kawaki podéis burlar la voluntad de mi señor Ahyma.

Un sonido mecánico se escuchó a través del intercomunicador.

—Códigos de lanzamiento introducidos. Veinte minutos para el despliegue del misil. Abriendo compuertas.

El corazón de Kouta se detuvo por un instante.

—¿Qué demonios...?

Ángelo sonrió tras su máscara.

—Es demasiado tarde para ti y para tu querida Kaede. ¡Yuka, muestrale de lo que eres capaz!

La voz del enmascarado retumbó en el aire como una maldición. Kaede sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.

—...Esa voz...

A lo largo del mundo, las señales de internet, televisión y radio se interrumpieron. Un mensaje ominoso reemplazó todo contenido en las pantallas. La voz de Ángelo invadió cada rincón, arrastrando el terror de la población a nuevas profundidades.

En la base del dragón blanco, el pánico se desató como un incendio. Oficiales corriendo de un lado a otro, comunicación colapsada, rostros pálidos de horror.

Lucía cerró los puños.

—Ese maldito enmascarado otra vez.

Jazmín apretó los dientes.

—Nos supera en poder. Lo he enfrentado antes y siempre es un paso adelante.

Gretell se cruzó de brazos.

—Por su culpa, nuestras misiones han sido un desastre.

Mientras, en Kamakura, el general Genshin ajustó su comunicador.

—¡Josef, dime que estás viendo esto!

—Esos bastardos lo tenían planeado. Voy a contactar a la base, organizaremos una reunión inmediata. ¡Nate, responde!

El intercomunicador crepitó. La voz de Nate llegó entrecortada.

—Mierda, Josef, esto es un puto desastre.

De repente, otra llamada se coló en la frecuencia. Era Kouta.

—¡Nate, llama a Shiro de inmediato!

—¡Kouta! ¡Arakawa, llama a Shiro!

—¡Voy!

Los ojos de Josef se afilaron.

—¿Qué demonios pasa ahora?

—¡Ahyma lo tenía planeado! ¡Ese misil esparcirá el virus Beyond! Necesito filtrar la carga, pero no creo poder detener el lanzamiento.

—¿Y Kaede?

—¡Luchando contra Yuka! No sé cuánto más pueda aguantar. ¡Debemos darnos prisa!

En la sala de control, Shiro se sentó frente al terminal.

—¡Kouta, conecta el comunicador a la terminal!

Cada segundo contaba. La sombra de la destrucción se cernía sobre ellos. El misil seguía en cuenta regresiva.

Mientras tanto, Kaede se lanzó contra Yuka con una fiereza salvaje. Pero la criatura sonrió. Su cuerpo emitió un destello eléctrico antes de disparar una descarga devastadora. Kaede apenas esquivó, sintiendo la energía chisporrotear en el concreto destrozado.

Se limpió la sangre del labio y escupió.

—No me lo esperaba... pero no te equivoques, maldita. No me dejaré vencer tan fácilmente.

El tiempo se agotaba. La batalla continuaba.

Y el reloj seguía su marcha hacia el juicio final.

Shiro dejó escapar una maldición, sus dedos temblaban al teclear frenéticamente. "Hijos de puta, jamás había visto un sistema de seguridad tan intrincado. Esto es un jodido fortín, similar a los que utiliza el gobierno."

Nate respondió con un tono sombrío. "Supongo que lo obtuvo de Kazuo."

"Quizá yo pueda ayudar," intervino Genshin, su voz grave resonando como un eco en la sala. "Si los códigos son parecidos, no debería ser un problema. Te pasaré la información en cuanto pueda."

Kouta, agitado y consciente del inminente desastre, exigió. "Espero que no tarden, el temporizador sigue su marcha."

La bestia, Yuka, alzando una viga de acero con una fuerza que desafiaba la lógica, se la lanzó a Kaede. Con un reflejo que era tanto instintivo como entrenado, la Diclonius partió el objeto en dos, los trozos clavándose en la pared con un golpe sordo. Pero Yuka se había esfumado, y Kaede, perdida en la confusión, gritó. "¿A dónde te has escondido, Yuka?"

El silencio fue interrumpido por un ataque traicionero; la cola afilada de la bestia la empaló en el hombro derecho. Un grito de dolor se escapó de sus labios mientras la sangre manaba, tiñendo su espada en un rojo visceral. "¡No permitiré que le hagas daño a Kouta! No me importa si destrozas mi cuerpo; no te dejaré pasar."

Con una explosión de rabia, Kaede invocó su poder. Objetos volaron a su alrededor, un tornado de desespero alimentado por sus vectores.

Mientras tanto, en la Casa Blanca, el presidente Johnson se encontraba en un mar de caos. La ansiedad y el miedo inundaban el lugar, su administración tambaleándose ante la inminente guerra.

Un agente irrumpió en la sala, su rostro pálido. "¡Presidente Johnson!"

"¿Qué ocurre?" El presidente frunció el ceño. "Espero que sea importante."

"Hemos recibido informes de que el caos proviene de Kamakura."

"¿De nuevo? ¡¿Pero qué demonios sucede en esa maldita ciudad?!" Su mente recordó el reciente incidente en el faro, donde hasta el general Marshal había sido solicitado para intervenir.

"¿Tendrá que ver con esa gente con cuernos?"

"Lo dudo," el agente negó con la cabeza. "El tiempo del mensaje no parecía ser de ellos."

A medida que se acercaba a la ventana, su comunicador emitió un pitido, la pantalla mostrando un número desconocido. "Este número no pertenece a ningún país."

"No debería contestar," advirtió el agente, pero Johnson, incapaz de resistir la tentación, se acercó.

Al presionar el botón, un holograma distorsionado se materializó, revelando una figura ominosa. "Es muy grosero no contestar a llamadas importantes," la voz resonó como un eco en la sala.

"¿Quién demonios eres y cómo conseguiste mi número?" la incredulidad manaba de su voz.

"Me llamo Ahyma," respondió la figura. A medida que pronunció su nombre, la imagen se aclaró, impactando al presidente y su agente.

"¿Qué clase de brujería es esta?" murmuró el agente.

"He oído hablar de ti, pero pensé que eras solo un mito," musitó Johnson, sus pensamientos invadidos por el terror. "Nunca creí que existieras, y menos que me hablaras directamente. ¿Qué quieres?"

"Puedo detener el lanzamiento del misil," Ahyma ofreció, una sonrisa siniestra dibujándose en su rostro. "Pero a cambio, deseo algo."

"¡No negocio con terroristas!"

"Por favor, no seas hipócrita," replicó Ahyma, su voz llena de desdén. "Con tal de salvar tu propio trasero, venderías tu alma al mismo diablo. Todos ustedes son iguales, se ven como dioses ante la gente ignorante."

Un escalofrío recorrió la sala mientras la figura continuaba. "El miedo se ha convertido en su cadena, pero ¿qué pasaría si alguien decidiera usarlo contra ustedes?"

"¿Qué ganan con esto?" demandó Johnson, temblando.

"Solo quiero ver arder el imperio que ustedes han construido con años de opresión. Escucha, Johnson, ¿no eres un hombre de negocios?"

"¿Y eso qué tiene que ver?"

"Te propongo un trato: puedo cancelar el lanzamiento y hacerte parecer el héroe típico de la historia." La sonrisa de Ahyma se amplió. "Pero a cambio, quiero materiales y un territorio específico."

La atmósfera se tornó pesada, cada palabra cargada de amenaza. En ese momento, el destino del mundo pendía de un hilo, tejido por las ambiciones de un ser infernal.

Los gruñidos de Johnson se entrecortaban con su respiración agitada, como el rugido de una bestia acorralada. Sus ojos destilaban furia y desesperación cuando escupió las palabras con veneno:

—Hijo de puta... esto no terminará bien.

La voz de Ahyma reverberó en la habitación como un eco serpenteante, impregnada de un veneno sutil e implacable.

—No puede rechazar mi oferta, presidente. Es un regalo que incluso las potencias más ambiciosas temerían desaprovechar. Y si aún se aferra a su orgullo... tengo mis métodos para hacerlo entrar en razón. No querrá ver el lado oscuro de mi especie.

El sudor frío resbaló por la frente de Johnson. Su voz, quebrada entre incredulidad y terror, apenas fue un murmullo.

—¿De qué carajos está hablando?

Ahyma soltó una carcajada arrastrada, como una niebla oscura deslizándose entre las grietas del mundo.

—Subestima el poder de mi linaje. Esta forma que ve, humano, no es más que una ilusión, una máscara. Pero mis sirvientes... ellos pueden mostrarle la verdadera naturaleza de mi sangre. Tal vez su asistente, o su leal mascota, no sean quienes usted cree.

Johnson sintió que el aire se volvía denso, pegajoso, como si una sombra invisible se filtrara en cada rincón de la habitación. Tragó saliva, negó con la cabeza.

—Solo dice tonterías...

—¿Mentiras? —La risa de Ahyma se tornó un eco abismal, como si brotara de las entrañas mismas del infierno—. Dígaselo a los cuerpos de aquellos que murieron en mis manos... o a los que están a punto de transformarse en Plaga si no decide pronto. Quizá el depredador que se esconde entre ustedes ya esté merodeando su oficina en este instante.

La amenaza colgaba en el aire como el filo de una guillotina. Johnson sintió un escalofrío recorrerle la columna. Su mirada errante se posó en la puerta. Un susurro en su mente le decía que ya era demasiado tarde.

Un agente se acercó con cautela, su voz cargada de preocupación.

—¿Está bien, señor?

Pero Johnson ya no escuchaba. Sus manos temblaban cuando desenfundó su arma y la apuntó, el terror reflejado en sus pupilas dilatadas.

—¡Eso es exactamente lo que una de esas cosas diría!

—¡Señor, baje el arma! —suplicó el agente, dando un paso atrás—. ¡No le crea nada a ese bastardo!

Johnson apretó el gatillo. Una, dos, tres veces. El estruendo de los disparos retumbó en la habitación, seguido del sonido sordo del cuerpo desplomándose al suelo. El charco de sangre se expandió lentamente, tiñendo la alfombra de un carmesí oscuro.

La sonrisa de Ahyma se expandió, sus ojos reptilianos destellando con malevolencia.

—Usted decide, Johnson. Salvar al mundo... o condenarlo a una cacería interminable.

Johnson dejó caer el arma, su respiración entrecortada por el pánico.

—¡Está bien! ¡Dígame lo que quiere y terminemos con esto!

Ahyma inclinó la cabeza, complacido.

—Sabía que entendería rápido. No me gustan los juegos innecesarios. Le enviaré una lista a su teléfono personal. Fue un placer hacer negocios con usted.

La comunicación se interrumpió con un zumbido. Johnson, en un arrebato de ira, arrojó una maceta contra la pared, haciendo añicos el holo teléfono.

—¡Maldita seas, Ahyma! —Su voz era un gruñido ronco de rabia contenida—. Se acabaron los juegos. La humanidad debe sobrevivir. No estos monstruos.

En una base secreta, Ahyma se puso de pie con calma, contemplando el cielo nublado a través del ventanal. Una sonrisa afilada curvó sus labios.

Una figura emergió de las sombras. Vestía un traje militar oscuro y una máscara de operaciones especiales. Sus visores, como ojos de camaleón, centelleaban con una inquietante inteligencia.

—Asustaste al presidente —murmuró el desconocido, jugueteando con un cuchillo—. Típico de esos idiotas. Cuando ven algo más fuerte que ellos, tratan de enterrarlo.

Clavó la hoja en la pared, cerca de Ahyma. Pero el líder no se inmutó.

—Nameless. ¿Cómo van las operaciones?

—Sin problemas, mi señor. Aunque el virus Diclonius ha sido una molestia menor. Cuando todo termine, sólo quiero una cosa.

Ahyma lo miró con desdén.

—Tendrás tu venganza. Y nosotros tendremos el mundo. Nada podrá detenernos.

Un soldado irrumpió en la habitación, la voz temblorosa.

—¡Señor Ahyma! ¡Estamos siendo hackeados!

Ahyma frunció el ceño.

—¿Qué dices?

El soldado le mostró la pantalla. La imagen parpadeante de Kouta apareció en la sala de control.

Ahyma sintió un ardor primitivo consumirle las entrañas. Sus dientes se alargaron en colmillos afilados, su mirada oscurecida por la furia.

El soldado tragó saliva.

—Voy a enviar a los hombres...

—¡No! —gruñó Ahyma—. No puedo desperdiciar más soldados. Yuka terminará lo que Richard y Ángelo dejaron inconcluso. He sido demasiado indulgente. Ahora pagaré caro mi error.

A la distancia, una bestia se alzó, sus ojos encendidos con una voluntad asesina. Ahyma envió un único mandato telepático.

—¡Olvídate de Kaede! ¡Ve tras Kouta!

La cacería había comenzado.

El aire olía a metal y cenizas. Kaede entrecerró los ojos, su mirada fija en la bestia que la acechaba desde la penumbra. Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel.

—¿Qué demonios sucede? —espetó, con una voz afilada como navaja—. ¿Acaso tienes miedo de venir a acabar conmigo?

Pero su burla murió en su garganta cuando vio hacia dónde se dirigía la atención de la criatura. Kouta.

—No me digas que...

Un rugido atronador perforó el aire, y la bestia saltó con una velocidad inhumana, sus garras desgarrando la oscuridad en su carrera hacia su presa.

—¡No dejaré que lo toques!

Kaede se lanzó en su camino, su pierna se alzó con una velocidad letal y su talón impactó en el vientre de la criatura con un golpe sórdido. El monstruo se desplomó con un gruñido de dolor.

Mientras tanto, en la sala de control, el sudor perlaba la frente de Kouta.

—¡Maldita sea, se acaba el tiempo!

—¡Ya casi lo tengo! —exclamó Shiro, sus dedos volando sobre el teclado—. Solo quedan dos puertas bloqueadas.

El crujido de vidrio destrozado los sobresaltó. Una sombra irrumpió en la habitación con la furia de una tormenta.

—¡Mierda! —exclamó Kouta, retrocediendo instintivamente—. ¡Es Yuka!

—¡No desconectes el dispositivo! —gritó Shiro, su rostro pálido por el miedo—. Si lo haces, todo habrá sido en vano.

Abajo, en el nivel inferior, Kaede observó la sombra de Yuka deslizándose entre las columnas de luz, un depredador al acecho.

—¡Sal de tu escondite, Yuka! —bramó la Diclonius, su voz reverberando en el recinto—. ¡Enfréntame!

Un grito inhumano fue su respuesta. Yuka emergió de la penumbra, lanzándose sobre ella con la furia de una pesadilla desatada. Kaede esquivó por instinto, su cuerpo moviéndose con una agilidad sobrehumana.

Destellos de energía surcaron el aire, Yuka atacando sin tregua, cada rayo golpeando con una intensidad capaz de desintegrar el acero. Kaede jadeó, sintiendo la presión del combate.

—Debe haber una forma de acabar con ella...

Sus ojos escanearon el entorno. Entonces lo vio: el fuego de los propulsores iluminaba la habitación con un resplandor asesino.

—Bien... creo que tengo un plan.

Con una sonrisa retorcida, giró hacia Yuka.

—Anda, Yuka... ¿No quieres acabar conmigo para quedarte con Kouta?

La bestia rugió de furia. Cayó en la trampa.

Kaede esquivó el golpe con un giro félino, aferrándose a un tubo con sus vectores. Con un impulso brutal, canalizó toda su fuerza en una patada devastadora que impactó el pecho de Yuka. La criatura tropezó, tambaleándose hacia el propulsor encendido.

Sin embargo, su resistencia era feroz. Yuka reaccionó con brutalidad, usando su cola mutada para lanzarla contra la pared. Kaede escupió sangre.

Arriba, en la sala de control, la tensión alcanzó su clímax.

—¡Bien, lo tenemos! —gritó Shiro—. Ahora busca la opción para drenar el contenido del misil.

—¡Lo tengo!

La computadora emitió un pitido mecánico.

—Drenando el contenido del misil. Quedan cinco minutos para el lanzamiento.

Kaede, adolorida, pero implacable, se levantó.

—Bien, Kouta, lo lograste.

Pero en la oscuridad, la pesadilla aún no había terminado.

La bestia se levantó una vez más. Pero algo cambió. Yuka, con la respiración entrecortada, miró sus manos cubiertas de sangre. Algo dentro de ella se resquebrajó. Su mente, corroída por la influencia de Ahyma, se llenó de recuerdos fragmentados. Su infancia. Sus risas con Kouta. Su amor, su odio.

—Yuka... —murmuró Kouta, dando un paso hacia ella—. ¡Por favor, reacciona! ¡No eres una maldita marioneta de Ahyma!

Dentro de su mente, Ahyma se manifestó como una sombra grotesca.

—Te di poder —susurró la entidad, su voz impregnada de veneno—. Lo único que tenías que hacer era matar a Kaede.

Pero Yuka ya no escuchaba. Su rostro, deformado por la mutación, se contrajo en una expresión de agonía y resolución.

—No... —susurró—. No seré tu esclava.

Ahyma rugió, pero su control se quebró. Yuka alzó la cabeza, sus ojos recobrando un brillo humano. Pero la bestia en ella no desaparecería tan fácilmente.

La batalla aún no había terminado.

Kaede se preparó para el enfrentamiento final. El acero de su voluntad se afiló. Había llegado el momento de poner fin a esa pesadilla.

Y solo una de ellas saldría con vida.

https://youtu.be/XjY4UQneD0E


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top