Infierno en la Tierra
Tras escapar por los pelos de la persecución, Kaede y Kouta se detuvieron a recuperar el aliento. El aire enrarecido y el eco de sus respiraciones quedaban ahogados por el caos que reinaba a su alrededor. Ambos sabían que aquello no era más que el principio. El virus Beyond, esa plaga incontrolable, se esparcía con una rapidez devastadora, y Ahyma, siguiendo los pasos de Kakuzawa, parecía dispuesto a llevar la catástrofe a cada rincón del mundo.
El reencuentro con Yoshida había sido breve y sombrío, pues la emboscada de los infectados les obligó a tomar decisiones que marcarían sus vidas. Yoshida, sin dudarlo, se sacrificó para salvarlos, haciendo estallar el restaurante en el que se refugiaban. El rugido de la explosión todavía resonaba en las mentes de Kaede y Kouta, mientras corrían por las calles infectadas, las sombras de las criaturas deformadas por el virus cerniéndose sobre ellos.
Lo que antes era una ciudad próspera y vibrante, ahora era un pandemonio. Los infectados, aunque torpes en su primera etapa de metamorfosis, llenaban las calles como una plaga imparable. Lograron evadirlos por poco, esquivando las deformidades que una vez fueron personas. La desesperación les empujaba hacia adelante, hasta que llegaron al edificio gubernamental que Kaede había identificado como su próximo objetivo.
Pero su mala suerte no cesaba. Una nueva horda de bestias los persiguió hasta la entrada, forzando a Kaede a usar sus vectores para destruir la puerta principal, quedando atrapados dentro del edificio. Las pesadas puertas se cerraron tras ellos, sellando su destino. El lobby del edificio era vasto, lleno de pasillos y puertas que parecían extenderse hasta el infinito, proyectando sombras que bailaban con la débil luz de emergencia.
Kouta miró a su alrededor, su frustración evidente. "Genial... como si no fuera suficiente con huir de esas malditas cosas, ahora estamos atrapados en este laberinto."
Sus palabras no pasaron desapercibidas para Kaede, que permanecía callada, perdida en su tristeza. "No puedo creer que él..." murmuró, sus ojos vidriosos, recordando el sacrificio de Yoshida.
Kouta se acercó, intentando reconfortarla. "No puedes culparte. No dejes que su sacrificio sea en vano. Tenemos que detener a ese hijo de puta de Ahyma, de una vez por todas."
Con determinación, Kouta se dirigió a la fuente en el centro del lobby, inspeccionando el escritorio de la recepción. Intentó acceder a las computadoras, pero no tuvo suerte. "Mierda... ya me parecía raro que este lugar esté tan mal iluminado. Necesitamos reiniciar el generador antes de que se agote la energía de emergencia."
Kaede asintió y activó su comunicador. "Shiro, aquí Kaede. ¿Me copias?"
La voz de Shiro resonó a través del dispositivo, su tono serio. "Aquí Shiro. ¿Qué ocurre?"
"Nos emboscaron al llegar. Yoshida... él no lo logró." La voz de Kaede se quebró por un momento, pero se recompuso de inmediato. "Necesitamos información. Estamos atrapados en el edificio gubernamental, y parece que han cortado la electricidad."
Shiro guardó silencio unos segundos, asimilando la pérdida de Yoshida. "Lo siento mucho. Según el localizador, están en el lobby. Las criaturas de Ahyma han cortado la corriente, pero hay un generador en el sótano. Deben restaurar la electricidad para acceder a las computadoras y encontrar la ubicación de la oficina de Kazuo. Allí debería estar la información sobre el laboratorio."
"Entendido. La infección se está extendiendo a una velocidad que ni siquiera puedo entender. Esta ciudad... está condenada."
"Josef y el primer ministro interino Toguro están discutiendo opciones. Deben actuar rápido antes de que tomen una decisión drástica. Te envío las coordenadas del generador. Buena suerte, Kaede."
Kaede cerró la comunicación, el holograma de su visor proyectando un mapa del edificio. "El generador está lejos. Muy profundo en este sitio, pero he marcado el camino más rápido."
Kouta suspiró. "Será mejor que nos demos prisa. Quién sabe qué horrores nos esperan en la oscuridad."
Avanzaron por los pasillos, con la tensión apoderándose de cada paso. Las sombras parecían moverse a su alrededor, como si las criaturas acecharan en cada esquina. Mientras más se adentraban en el edificio, más evidente se hacía la magnitud de la masacre que Ahyma y sus bestias habían desatado. Cadáveres destrozados cubrían el suelo. Sangre, vísceras y miembros cercenados formaban un paisaje grotesco, un testimonio del horror que había arrasado el lugar.
Kouta se acercó a uno de los cuerpos, que yacía boca abajo en un charco de sangre oscura. Al girarlo, su rostro se desfiguró en una mueca de asco. El cadáver tenía el rostro completamente derretido, una masa amorfa donde alguna vez hubo facciones humanas.
"Joder..." murmuró Kouta, incapaz de apartar la mirada del horror que sostenía en sus manos.
Kaede, a su lado, apretó los puños. Sabía que esto era solo el principio.
Kouta respiró profundamente, el hedor a carne podrida y sangre seca inundaba sus sentidos mientras observaba el cadáver con el rostro derretido a sus pies. "Dios mío... esto es peor de lo que imaginé", murmuró, su voz apenas un eco en el vasto silencio del edificio.
El sonido metálico de algo cayendo interrumpió el momento, una lata de pintura rodaba lentamente hacia ellos, su eco reverberando en el pasillo. El corazón de Kouta dio un vuelco, y tanto él como Kaede se tensaron, poniéndose en alerta. La luz parpadeante del pasillo revelaba una figura entre las sombras, que parecía materializarse con cada destello. Pero no estaba sola. Otros tres aparecieron tras ella, cada uno más deformado que el anterior. Protuberancias grotescas sobresalían de sus cuerpos, desfigurando sus formas humanas. Algunos tenían más de dos ojos, dientes demasiado largos y afilados, y garras que parecían hechas de hueso desgarrado.
Los ojos de esas cosas brillaban con una intensidad antinatural, y sus respiraciones erráticas llenaban el aire. Uno de ellos, una monstruosidad deforme y jadeante, dio un paso al frente, su voz áspera y cavernosa rompió el silencio. "Pensé que habíamos acabado con todos los lugareños..."
Kaede, sorprendida, apenas pudo contener su repulsión. "¿Esa cosa... habló?" murmuró, incrédula.
"Sí, y parece que tiene hambre", respondió Kouta, su voz tensa. "Esto no pinta bien."
La segunda criatura, con una sonrisa retorcida, la observó con avidez. "No es humana. Es una Diclonius", siseó con placer. "Perfecto, otra para devorar. La carne de tu especie es tan dulce... mucho mejor que la de esos sucios humanos".
Las criaturas comenzaron a moverse, agarrando tubos y escombros del suelo, pero un sonido agudo reverberó por el aire. Kaede sintió un dolor punzante en su cabeza, sus vectores inutilizados. "¡Maldita sea! Ese sonido otra vez..." gruñó, apretando los dientes.
"¡Maten a los dos!", gritó la primera criatura, y la embestida comenzó. Kouta disparó con precisión, alcanzando las piernas de los monstruos, haciendo que tropezaran. Kaede, sin perder tiempo, aprovechó el caos para golpear a una de las criaturas en la cara, el crujido de huesos resonando en el aire. Pero se levantaron rápidamente, lanzando ácido y objetos contundentes. Kouta esquivó por poco, mientras Kaede corría por la pared, propinando una patada devastadora a una de las criaturas, rompiéndole el cuello.
A pesar de las heridas, las bestias no caían fácilmente. Una de ellas atacó a Kouta con un tubo oxidado, y él, al tropezar, apenas pudo evitar un golpe mortal rodando por el suelo y desenvainando su cuchillo. Se defendió frenéticamente mientras Kaede, rodeada por las criaturas, miraba desesperada cómo aquel al que había destrozado el cuello comenzaba a mutar aún más, su cuerpo deformándose en una abominación aún más grotesca. Tentáculos brotaron de su pecho, sus garras se alargaron, y su piel escamosa se endureció como una armadura ósea.
"Esto tiene que ser una maldita broma", gruñó Kaede, tratando de mantener la calma.
"¡No te preocupes por mí!", gritó Kouta, mientras esquivaba otro ataque. "¡Encárgate del grandote!"
Kaede, atrapada entre dos de las criaturas, golpeó con furia, pero estas eran más resistentes de lo que esperaba. Mientras tanto, Kouta logró subirse sobre la espalda de su atacante, clavando su cuchillo y rompiendo el arma improvisada de la bestia. Con un golpe certero, destrozó su cabeza, esparciendo fragmentos de hueso y tejido putrefacto por el suelo. La criatura convulsionó antes de desintegrarse lentamente en un charco viscoso.
"Maldita sea", jadeó Kouta, recuperando el aliento. "Esas cosas no paran de joder."
Las criaturas restantes, al ver caer a su compañero, rugieron furiosas, sus cuerpos mutando a un ritmo aterrador. Tentáculos, garras y escamas crecieron aún más, deformando sus figuras en abominaciones aún más monstruosas.
"¡Esto no se va a quedar así!", aulló una de ellas, lanzándose hacia Kaede.
Kaede no pudo evitar una sonrisa oscura. "¿De verdad creen que pueden conmigo? No tengo intención de contenerme con seres tan repugnantes como ustedes."
Con una destreza feroz, sacó un bastón eléctrico y comenzó a golpear brutalmente a las criaturas, sus movimientos ágiles y certeros, recordando las lecciones de su pasado como bailarina exótica. Sin embargo, los tentáculos de las bestias se movían con rapidez, intentando alcanzarla. Kaede ejecutaba acrobacias para esquivarlos, recordando las advertencias de sus compañeras Airi y Kazumi sobre el arte de moverse en combate.
"¡Kaede, cuidado!" gritó Kouta, cuando una de las criaturas intentó atacarla por la espalda. Sin pensarlo, Kouta disparó una ráfaga de balas, aturdiendo momentáneamente a la criatura. Kaede aprovechó el momento, destrozándole el cuello con una patada brutal.
El sonido que inhibía sus vectores se desvaneció con la muerte de la criatura. Sin piedad, Kaede desató el poder de sus vectores, cortando a sus enemigos en pedazos, aunque la batalla había dejado sus cuerpos cansados y llenos de tensión.
Kouta la miró con preocupación. "Esto no está bien, Kaede. Estas cosas ya no son simples bestias. Son inteligentes."
"Lo sé", respondió Kaede, secándose el sudor de la frente. "El virus está evolucionando. Arakawa tenía razón. Pero no sé cuál es su límite."
"No quiero estar aquí cuando lo descubramos", dijo Kouta, mirando hacia las sombras. "Vámonos."
Antes de que pudieran moverse, más criaturas surgieron de los ductos y pasillos oscuros.
"¡Corre!" gritó Kaede.
"¡Debemos llegar al generador!", respondió Kouta, mientras ambos corrían hacia lo desconocido, perseguidos por horrores más allá de la imaginación.
Ambos jóvenes avanzaban por el sendero carmesí que parpadeaba en su holovisor, la presión del miedo pulsando en sus venas, pero las bestias continuaban acechando, inquebrantables en su caza. Sin otra opción, se adentraron en un salón sombrío, la luz temblando como una vela a punto de apagarse. Kaede invocó sus vectores, levantando escombros y restos de muebles para bloquear el paso, creando una barricada que apenas les daría un respiro. Al final, se desplomaron en el suelo, el cansancio atrapándolos en un abrazo gélido.
—Hijos de perra —murmuró Kouta, la ira y la frustración burbujeando en su interior—. Esos cabrones son demasiado rápidos.
—Así es —respondió Kaede, respirando con dificultad—. Será mejor que sigamos adelante.
Mientras exploraban el espacio, una puerta al fondo les prometía otro pasillo. Ambos escudriñaron con cautela, listos para un ataque inminente.
—Parece que no hay nadie —dijo Kaede, su voz teñida de desconfianza.
—Eso parece —asintió Kouta, la tensión corriendo como un río por sus venas—. Pero no bajemos la guardia. Esos bastardos son como hienas, acechando a su presa en el momento más vulnerable.
Kaede activó su holovisor, el zumbido familiar de la IA llenando el aire mientras escaneaba el entorno.
—He encontrado un nuevo camino, Kouta. Vamos.
—Sé que no es el mejor momento para esto, pero... —su voz se quebró, inquietud y tristeza entrelazadas en su mirada.
Kaede se detuvo, sintiendo la carga emocional que lo envolvía. Volteó hacia él, su rostro reflejando seriedad.
—Escucha bien, Kouta. No te voy a mentir. Mariko y yo hemos estado juntas desde hace poco. Me ha tratado bien, y ha sido una gran ayuda. Aunque, para ser honesta, al principio no nos llevábamos bien.
Recordó su primer encuentro, el oscuro impulso de acabar con ella y su padre como parte de un pasado lleno de rencores.
—¿Y qué te detuvo? —preguntó Kouta, su voz temblando con curiosidad.
Kaede alzó la vista hacia el techo, un suspiro pesado saliendo de sus labios.
—Tus palabras, Kouta. Lo que le dijiste a Nana cuando te reveló nuestra naturaleza. Dijiste que no éramos monstruos ni armas, que éramos iguales a ustedes. Que ni siquiera estos cuernos nos separan de los demás. Nos enseñaron que podemos forjar nuestro propio camino.
Una luz de determinación brilló en sus ojos mientras continuaba.
—Alguien más, alguien especial, me dijo lo mismo después de ti.
—¿Aiko? —la pregunta salió de sus labios como un susurro.
—Así es. Ustedes me han demostrado que no debo seguir las órdenes de mi otro yo. Juntos, humanos y Diclonius, podemos coexistir en paz. Josef y Nana me lo mostraron.
La conexión con Mariko se había profundizado a través de las adversidades, entrenaron codo a codo, compartiendo el peso del dolor. Cada vez que Ahyma le causaba un quebranto, Mariko estaba a su lado, instándola a no caer en la trampa de su opresor, enseñándole los secretos de sus vectores, salvándose mutuamente en el camino tortuoso de la supervivencia.
—No es de extrañar que hayan formado un vínculo más allá de la amistad. Todo se ha vuelto un caos desde que apareció ese tipo —dijo Kouta, su voz amarga—. Y Lucía no se queda atrás; enemigos por todas partes.
—Así es —respondió Kaede, la tristeza en sus ojos contrastando con la luz de su voz—. Pero a su lado, me siento feliz. Sin embargo, el pasado me persigue, y hay cosas que nunca podré olvidar. Agradezco haber vivido esos momentos.
Kouta se rió, una mezcla de ira y alegría surgiendo de su pecho, contento de que su amiga encontrara felicidad, pero incapaz de silenciar su propio tormento.
—No sé qué pensar, Kaede. Una parte de mí se siente furiosa por no poder olvidarte, y otra está feliz de saber que estás bien y no con alguien tan problemático como yo.
Ambos chicos avanzaban por el sendero marcado en rojo que parpadeaba en su holovisor, sintiendo el aliento caliente de las bestias a sus espaldas. No había opción: la única salida era un atajo hacia un salón oscuro y desolado. Kaede, en un impulso desesperado, extendió sus vectores, bloqueando el camino con objetos contundentes, mientras el agotamiento los derribaba al suelo, jadeando de la carrera que apenas habían logrado sobrevivir.
—Hijos de perra... esos cabrones son demasiado rápidos —masculló Kouta, su voz cargada de rabia y frustración.
—Así es —respondió Kaede, enderezándose con determinación—. Será mejor que sigamos adelante.
Mientras exploraban, sus ojos se posaron en una puerta que conducía a un pasillo aún más tenebroso. Kaede examinó el lugar, su corazón latiendo en un tamborileo frenético.
—Parece que no hay nadie aquí —dijo ella, con un aire de cautela.
—Eso parece, pero no bajemos la guardia. Esos bastardos son como hienas, esperando a que su presa esté indefensa —advirtió Kouta, su instinto agudo, siempre listo para el peligro.
Kaede activó de nuevo su holovisor, la IA escaneando el lugar en busca de un nuevo camino.
—Ya tengo listo el nuevo camino, Kouta. Vamos.
Kouta se detuvo, inquieto, un pesado silencio envolviendo su mente.
—Sé que es un mal momento para hablar de esto, pero...
—¿Ocurre algo? —preguntó Kaede, notando la tristeza en su mirada.
—He escuchado rumores de parte de Mayu, Nana y los demás... sobre ti y Mariko. ¿Qué son en realidad?
Kaede se detuvo, su expresión volviéndose seria, profunda como un abismo oscuro.
—Escucha bien, Kouta. No te voy a mentir. Mariko y yo llevamos un tiempo en una relación. Ella ha sido un pilar para mí, y aunque al principio no nos llevábamos bien, el pasado ha cambiado todo.
No podía olvidar su primer encuentro, la oscuridad que casi la llevó a eliminarla junto a su padre por viejas rencillas.
—¿Y qué te detuvo? —preguntó Kouta, su voz teñida de curiosidad y sorpresa.
Kaede alzó la mirada hacia el techo, respirando profundamente.
—Fueron tus palabras, Kouta. Las que le dijiste a Nana cuando ella reveló nuestra verdadera naturaleza. Dijiste que no somos monstruos ni armas, que somos iguales a ustedes, que estos cuernos no nos definen. Hay quienes creen en nuestra capacidad de forjar nuestro propio camino.
Y luego mencionó a otra persona especial, a quien había conocido después de él.
—¿Hablas de Aiko? —preguntó Kouta.
—Así es. Ustedes me han mostrado que no debo seguir las órdenes de mi otro yo. Que podemos construir un lugar donde humanos y Diclonius puedan coexistir. Josef, junto con Nana, me lo han demostrado.
Recordó el momento en que Mariko fue designada como su compañera, cómo habían entrenado juntos después de que Ahyma le implantara el parásito, dejándolo en coma. Mariko había visto su coraje, había sido su apoyo, salvándola en las emboscadas, así como ella la había salvado a ella.
—Es normal que hayan formado un vínculo más allá de una simple amistad. Todo se ha vuelto un caos desde que apareció ese tipo. Y Lucía no se queda atrás. Los enemigos parecen brotar de la nada.
—Así es —respondió Kaede—, pero estar a su lado me hace feliz. Aunque hay sombras del pasado que aún atormentan mi mente, agradezco cada experiencia vivida.
Al oírla, Kouta soltó una risa amarga, un cruce de emociones en su interior, entre la ira y el alivio.
—No sé qué pensar, Kaede. Una parte de mí está enfadada porque no he logrado olvidarte, y otra se alegra de que hayas encontrado a alguien que no te cause problemas.
—¡Kouta! —exclamó Kaede, la voz temblando entre la desesperación y el horror.
—No. Esta vez no seré el débil del grupo —respondió él con una determinación feroz, empuñando el cuchillo que brillaba con la luz mortecina de sus lámparas.
Con un corte preciso, la hoja desgarró el tentáculo que amenazaba con aplastarlos, y la criatura, enfurecida, comenzó a retorcerse en agonía. A cada disparo, el eco del arma resonaba como un lamento de muerte, haciendo que Kaede contuviera la respiración, atónita ante la transformación de su compañero.
Kouta sintió un torrente de recuerdos que lo abrumaban: cada vez que había huido de sus problemas, cada momento en que no había podido proteger a aquellos que amaba. Esta vez sería diferente.
—¡Escuchadme, malditas bestias! —gritó, su voz resonando en la oscuridad como un grito de guerra.
El alarido de la criatura se convirtió en un lamento agonizante mientras caía, su cuerpo desgarrado por los disparos. A su alrededor, los otros infectados, en un último esfuerzo por acabar con ellos, se lanzaron sobre Kaede, cuya ira se había encendido por el sufrimiento de Kouta. Con movimientos precisos y letales, comenzó a desmembrar a los seres grotescos que se abalanzaban sobre ella, cada corte una liberación de su rabia contenida.
Una vez que la calma se asentó en la sala, Kaede se acercó a Kouta, quien intentaba presionar su herida en el hombro.
—Joder, tu herida es profunda. Debemos curarte —dijo, su preocupación palpable.
—No te preocupes. Esto no es nada. Solo necesito inyectar adrenalina para aguantar el dolor. ¿Y tú? —preguntó él, con la voz grave.
—Solo un rasguño. Comparado contigo, esto es nada.
—¿Aún tienes tu poder curativo? —su mirada se volvió seria, como si temiera la respuesta.
Kaede dudó, sintiendo el peso de su propia fragilidad.
—No lo sé. Ha pasado tanto tiempo sin usarlo... no sé si mi cuerpo pueda soportarlo.
—Esa vez estaba muriendo, pero esta vez no creo que necesites usar todo tu poder para curar esta simple perforación. Esto me impide usar mi brazo izquierdo —dijo, con la determinación asomando tras el dolor.
Kaede tomó aire, sintiendo la presión de la responsabilidad en sus hombros.
—Está bien, lo intentaré. Pero primero, saca esa cuchilla de tu hombro.
Con un gesto tembloroso, Kouta se sacó lentamente la cuchilla, y la sangre brotó como un río oscuro, manchando el suelo. Kaede se acercó, dejando que su aura vectorial envolviera a Kouta mientras comenzaba a curar su herida, recordando el incidente en el faro. La conexión entre ellos creció en ese instante, aunque el miedo a lo que había fuera de esa sala amenazaba con romper la burbuja de seguridad que habían creado.
Al terminar, se sintió un poco mareada, y Kouta la abrazó, sosteniéndola para evitar que cayera. En su abrazo, Kaede sintió una calidez que había anhelado, un destello de esperanza en medio de la oscuridad.
—Al menos no te sentiste tan mal como aquella vez —dijo Kouta, intentando aligerar la atmósfera.
—Lo sé, pero debo mantenerme fuerte. Si no, mi otra yo saldría de la prisión mental donde la encerré —respondió, su voz temblando.
—¿Hablas de Lucy, cierto? —preguntó él, su mirada preocupada.
—Desde el incidente en el barrio de ricos, no tuve más remedio que encerrarla. Sé que tarde o temprano regresará. No puedo flaquear; todos estamos en peligro.
Una risa amarga escapó de sus labios.
—Parece que también le gustas a esa hija de perra.
—¿Por qué lo dices? —Kouta frunció el ceño, confuso.
—Unas horas antes del evento de beneficencia hablé con ella. Quería saber cuál era su verdadera meta. Al principio pensé que solo era una alucinación, pero luego logré verla. Ahora entiendo lo que Ahyma decía: no nos diferenciamos en nada de los humanos.
Kouta sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar la revelación de Kaede.
—Genial, le gusto a las locas. Primero Lucía, y ahora Lucy. ¿Qué tengo yo que las atraiga?
—Jajaja, aparte de tu amabilidad y buenos sentimientos, te cargas un gran paquete —respondió Kaede, sus ojos brillando con un toque de complicidad.
Kouta se sonrojó, mirando hacia otro lado, incómodo pero divertido.
—Será mejor que sigamos adelante. No quiero que esas cosas vuelvan —dijo, intentando desviar el tema. —¿Te sientes mejor?
—Claro, gracias por preguntar. Estar en tus brazos me hace sentir mejor. Gracias.
—De nada. Eso es lo que hacen los amigos, ¿cierto? Hacer sentir bien a quienes aprecian.
Kaede asintió, sintiendo el peso de sus palabras. Cuando se separaron y reanudaron su camino, un suspiro de tristeza se escapó de sus labios al ver la figura de Kouta alejarse, como una sombra entre la oscuridad que se cernía a su alrededor.
Kouta: Maldita sea, este lugar es un monstruo de concreto. ¿Cuánto se ha despilfarrado de nuestros impuestos para construir semejante fortaleza?
Kaede: No olvides, Kouta, que innumerables almas fueron despojadas de sus tierras para erigir esta Kamakura moderna. En cada rincón del mundo, las grandes empresas y gobiernos llaman a esto "progreso".
Kouta: ¿A qué precio? Millones han quedado sin hogar, obligados a abandonar su tierra, forzados a vagar en busca de un nuevo refugio.
Kaede: Así es. Si no tienes dinero, estás condenado a vivir en la miseria. Lo aprendí en la zona rosa, de manos de Toguro y Asuna...
Ambos, en su lucha por sobrevivir, habían soportado un mundo donde la esperanza era solo un susurro. Incluso Akane y su hijo, atrapados bajo el yugo del maníaco Richard, merecían una tregua, aunque solo fuera un suspiro de paz.
Kouta: Lo mismo deseo... Nadie merece ser arrastrado a este abismo que hemos creado. Pero también somos cómplices, siempre exigiendo sin ofrecer soluciones, mientras nos lavan el cerebro con discursos vacíos y populistas.
Por eso, cualquier imbécil puede llegar al poder. Se creen dioses y, en su arrogancia, desatan un caos que pronto se les escapa de las manos. Para ellos, solo somos piezas desechables, incluso entre ellos mismo se devoran.
Kaede: Quizá... solo quizás, la plaga de Ahyma sea un castigo divino por nuestra soberbia.
Kouta: Si así fuera, los dioses no tendrían derecho a castigar a los inocentes. Se comportan igual que nosotros.
Kaede: Estamos cerca. Es extraño que no nos hayamos encontrado con nada... Esta tranquilidad me inquieta.
Kouta: A mí también. Algo no está bien; no bajes la guardia.
Al descender las escaleras, una sensación helada les atravesó, como si un par de ojos invisibles los estuvieran escudriñando. Se miraron, el temor palpable, y comenzaron a bajar lentamente. En ese instante, el comunicador sonó.
Kouta: ¿Qué demonios? Este número no lo reconozco.
Antes de que pudiera cuestionar más, la pantalla del holo comunicador se encendió de forma repentina, revelando la imagen ominosa de Ahyma. Ambos se pusieron en guardia, enfrentando al monstruo que había desatado el caos en su ciudad.
Ahyma: Jajajaja, debo felicitarlos por llegar tan lejos.
Kaede: ¡Ahyma! ¡¿Cómo demonios lograste entrar en nuestra frecuencia?!
Ahyma: Es fácil cuando tienes los conocimientos adecuados. Pero eso no importa. Es admirable que hayan llegado tan lejos; otros ya habrían tirado la toalla.
Ustedes, junto a Nana, han logrado ganarse mi admiración. Pero tarde o temprano, sus esperanzas se desvanecerán; la infección total del mundo es inevitable.
Kaede: ¡Espero que no le hayas hecho nada a Nana, porque si no...!
Ahyma: Jajajaja, son tan fáciles de provocar. Se creen la gran cosa, convencidos de que su especie es la dominante en este mundo en decadencia. Pero lo que veo es una raza cobarde que se atreve a someter a los demás. No me importa su etnia o sus preferencias sexuales. Al final, solo han demostrado ser miserables que han robado el derecho a gobernar este planeta. Nosotros somos la verdadera evolución.
Kouta: Eres un genocida sin corazón. ¡No permitiré que salgas con la tuya, maldito demonio!
Ahyma: Eso es lo que siempre dice tu especie. Quizás todos seamos demonios, y este mundo es el infierno. El caos que han sembrado los homosapiens desde que aprendieron a caminar solo ha traído conflictos por poder y privilegios.
Y tú, cobarde mentiroso, no tienes derecho a criticarme. La muerte de tu hermana y tu padre fue consecuencia de tu miedo. El amor es un lastre que impide alcanzar la verdadera evolución.
Y tú, Kaede, lo sabes. Has sentido ese dolor, esa traición. Jajajaja.
Kaede: ¡Basta! ¡No tienes derecho a hurgar en nuestras vidas! Eres un monstruo sediento de sangre. Mientras sigamos vivos, nos aseguraremos de arruinar tus planes.
Ahyma: Esto es una guerra de monstruos, y ustedes no pueden negar su verdadera naturaleza. Ustedes me ven como el malo, pero mis métodos, aunque crueles, salvarán al planeta. Si logras sobrevivir, estaré esperándote en el laboratorio subterráneo de Kamakura. Hasta luego.
La llamada se cortó, dejándolos sumidos en un silencio sombrío, pensamientos turbulentos agitándose en sus mentes.
Kouta: Este tipo me da ganas de golpearlo. Su locura es evidente; nos considera un estorbo.
Kaede: Es cierto, pero hay algo en él que me resulta familiar.
Kouta: ¿Qué quieres decir?
Kaede: No sabría decirlo, pero cuando lo miro, siento una extraña tristeza y lástima. Es como si hubiera algo de mí en él. A veces pienso que podríamos haber sido compañeros de sufrimiento en un experimento. Ese loco de Oda nunca mostró remordimiento por sus acciones.
Kouta: Nana me contó todo. Ese lugar era un infierno para ustedes.
—Mejor avancemos. Esas cosas ya deben estar esperando a que entremos para atacarnos —dijo Kaede, su voz resonando en el silencio opresivo que envolvía el ambiente.
Bajaron lentamente las escaleras cubiertas de un extraño material orgánico, el silencio era tan denso que cada pisada parecía un eco distante. Al llegar al fondo, la luz de una lámpara, alimentada por un generador portátil, iluminaba un espacio vasto que se asemejaba más a una recepción de pesadilla que a un refugio seguro.
—Este lugar es enorme... —musitó Kaede, sus ojos explorando el entorno con desconfianza.
Kouta se acercó al generador, notando que aún no emitía el calor esperado.
—Alguien ha estado aquí hace poco. La lámpara no está caliente al cien. No bajes la guardia.
Kaede se dirigió hacia el generador principal, pero en ese instante, un destello cortante interrumpió el aire. Una mirilla láser le apuntaba directamente a la cabeza.
—¡Kaede, cuidado! —gritó Kouta, advirtiendo el peligro inminente.
—¿Pero qué...? —preguntó, pero su reacción fue instintiva. Sus vectores se desplegaron en un parpadeo, cubriéndola justo a tiempo cuando el disparo resonó, una explosión de sonido en el silencio mortal.
Desde las sombras, un risa estridente brotó, una risa que desbordaba locura y malicia.
—Vaya, es verdad lo que dicen de tu repugnante especie —se burló el desconocido.
Kouta, sin titubear, sacó su arma, apuntando hacia la voz amenazante.
—¿Y si mejor te dejas de tanto misterio y te muestras?
La figura emergió de las sombras, revelando a un hombre de alrededor de cincuenta años, ataviado con un uniforme de jefe de policía, su cola de caballo ondeando con cada movimiento. Era Takemura, el infame jefe de la policía de Kamakura.
—Ya me preguntaba por qué la policía no hacía nada ante los secuestros en la zona rosa. Pensé que te habías escabullido tras la caída de Xi —dijo Kaede, su voz tensa.
—Pude hacerlo —respondió Takemura, con una sonrisa sibilina—, pero Ahyma me dijo que ustedes estaban aquí. ¿Qué mejor forma de vengarme que arruinarles la vida, de la misma manera que ustedes arruinaron mi negocio?
Kouta se adelantó, desafío brillando en sus ojos.
—¿Y qué piensas hacer? Dudo que tu arma pueda dañar a Kaede; incluso tú no podrás hacerme daño.
—Tienes razón. Por eso le pedí ayuda a Ahyma —dijo Takemura, una risa oscura emergiendo de su garganta mientras soltaba su arma.
Una inquietante transformación comenzó a tomar forma. El cuello del jefe se alargó grotescamente, asemejándose al de un gusano. De su abdomen brotaron patas de araña, armadas con cuchillas afiladas. Una espantosa boca se abrió en su torso, repleta de tentáculos, mientras sus brazos crecían desmesuradamente, sus garras de hueso resplandecían con una amenaza palpable.
—Oh, mierda... —susurró Kaede, el horror pintado en su rostro.
—Debo aprender a tener la boca cerrada en estos momentos —murmuró Kouta, sintiendo la adrenalina golpear su pecho.
—¡Nada podrá ayudarlos! ¡Su fin ha llegado! —gritó Takemura, su risa resonando como un eco de locura.
La oscuridad se cernía sobre ellos, y el aire se volvía más denso con cada segundo que pasaba.
Continuará.
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