Entrada al Infierno Primera parte

El humo acre se levantaba sobre la ciudad de Kamakura, una sombra de lo que alguna vez fue. Edificios en ruinas, vehículos volcados y cuerpos despedazados formaban un paisaje de devastación. Un manto de sangre cubría las calles, como si la ciudad misma hubiera sido sacrificada en algún ritual oscuro. Kaede y Kouta avanzaban entre los escombros, pero sabían que no estaban solos. Las criaturas de Ahyma los observaban, ocultas entre las sombras, vigilantes.

—Nos siguen observando —murmuró Kaede, con los ojos fijos en un callejón oscuro—, pero no nos atacan.

Kouta, tenso, respiraba pesadamente. —¿Qué demonios está tramando Ahyma? Nos tiene en una situación incómoda, pero sigue jugando con nosotros...

Kaede apretó los puños, la ira quemándole las entrañas. —Es cierto. Desde que salimos del edificio, solo nos espían desde la oscuridad. Esto no tiene sentido. —Un destello de furia brilló en sus ojos—. Desearía poder entrar en la mente enferma de ese maldito y entender qué busca. ¿Qué gana con toda esta carnicería?

Kouta asintió, la desesperación calándole en los huesos. —Debemos informar a Nate de inmediato. —Apretó el dispositivo de comunicación—. Nate, aquí Kouta.

La voz de Nate se escuchó lejana, distorsionada por la interferencia. —¿Cuál es su situación?

—Hemos localizado el laboratorio donde se esconde Ahyma —respondió Kouta—, pero no hay rastro de Sagara. Estamos cerca de la entrada, pero... —Vaciló, sintiendo un frío en el estómago—. Nate, están tramando algo grande. El caos en la ciudad es solo el principio. El complejo es más vasto de lo que imaginé. Es como si estuviéramos a las puertas de una ciudad subterránea... Tengo un mal presentimiento, Nate. Incluso estoy temblando.

La señal comenzó a cortarse. —Kouta... Mantén la calma... —La voz de Nate se desvanecía—. Cuidado con...

—¡Nate! —gritó Kouta—. ¡La señal se está cortando!

La llamada se perdió en un chasquido. Kaede y Kouta quedaron en silencio, solos otra vez. Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Nate golpeaba la mesa con frustración. —Mierda... otra vez fallan las comunicaciones.

Mariko se acercó, con una mirada preocupada. —¿Qué ha pasado?

—Kouta y Kaede encontraron el laboratorio de Ahyma —respondió Nate, frotándose la frente—, pero hay demasiada interferencia. Solo podemos esperar que sobrevivan a esta misión.

Mariko entrelazó las manos sobre su pecho, susurrando una plegaria silenciosa por ellos. Afuera, el cielo ennegrecido por el humo parecía mudo a sus súplicas.

Kaede y Kouta continuaban su marcha, alcanzando un punto de control militar. Pero la escena ante ellos era un espectáculo macabro. Cuerpos mutilados yacían desparramados, las huellas de una masacre despiadada. La sangre cubría el suelo como un río oscuro, las caras de los soldados congeladas en expresiones de terror.

Kouta apartó la vista, con el estómago revuelto. —Dios... estas cosas han devastado la ciudad en un tiempo récord. —Sus ojos se clavaron en los restos—. Pobre gente... No merecían morir así.

—Lo peor es que bloquean nuestro camino —dijo Kaede, mirando los vehículos destrozados que obstaculizaban el paso—. No tenemos tiempo para rodear todo esto.

Kouta la miró. —¿Vas a usar tus poderes?

Kaede arqueó una ceja. —¿Alguna idea mejor?

—Eso podría atraer a esas cosas...

Kaede suspiró. —Si fuera así, ya nos habrían atacado. Ahyma nos está dejando pasar. —Extendió sus brazos, y con un esfuerzo visible, utilizó su telequinesis para despejar los escombros. Pero el esfuerzo la dejó débil, comenzando a toser.

—¿Estás bien? —preguntó Kouta, preocupado.

—No te preocupes —murmuró Kaede, secándose el sudor de la frente—. Sigamos.

El camino los llevó a través de la ciudad devastada, sus recuerdos dolorosamente vívidos en cada esquina. Finalmente, llegaron a una zona boscosa, y algo en el aire cambió. El paisaje, aunque destruido, evocaba memorias de tiempos más tranquilos.

Kouta rompió el silencio, su voz teñida de melancolía. —Recuerdo este lugar. Venía aquí con mi padre y mi hermana para alejarnos del caos de la ciudad... solía dibujar estos árboles. —Sonrió, aunque de forma amarga—. Al principio eran terribles, pero con el tiempo, mejoré.

Kaede miró los árboles, su mente viajando a su propia infancia. —Yo también me refugiaba bajo ellos... Sus sombras eran mi único consuelo en esos días. —Su mirada se oscureció—. Pero ahora, no puedo evitar sentir que todo eso es solo un eco distante de un tiempo que jamás volverá.

El ambiente pesaba sobre ellos, como una premonición, mientras avanzaban hacia el corazón de la pesadilla.

El bosque, envuelto en la niebla, se extendía ante ellos, como un lienzo oscuro manchado de sombras. El viento helado cortaba la piel de Kaede mientras ajustaba su visor, escaneando el paisaje en busca de la estructura perdida. El peso del tiempo y los recuerdos malditos parecían aplastarla.

—¿En serio? ¿Qué tiene de raro eso? —Kaede habló, su tono frío, pero su cuerpo tenso. Había algo en este lugar que la inquietaba.

Kouta, con la mirada perdida en el horizonte, respondió tras un largo silencio, su voz quebrándose entre la memoria y la duda.

—Era muy niño... pero recuerdo que no eran bomberos quienes atendieron el incendio. Había soldados, vestidos de blanco, con cascos que parecían sacados de una pesadilla, como astronautas armados hasta los dientes. Helicópteros rondaban la zona, buscando algo... o a alguien. Desde lo alto del acantilado, vimos la lluvia apagar las llamas, pero la columna de humo seguía brotando de entre los escombros, como si el fuego se hubiera aferrado al alma de esa casa.

Kaede frunció el ceño, la incomodidad creciendo en su pecho.

—¿Soldados? ¿Por qué no habías mencionado esto antes?

Kouta bajó la mirada, sus ojos oscuros, llenos de sombras.

—Nos corrieron de la zona antes de que pudiéramos acercarnos más. Kanae estaba aterrorizada, y la verdad... no volví a pensar mucho en eso. Hasta ahora.

—¿Recuerdas dónde ocurrió? —La voz de Kaede era cortante, pero detrás de su pregunta había algo más, una urgencia que no podía esconder.

—Creo que sí... Déjame intentar recordar el camino.

Avanzaron en silencio, mientras los árboles que una vez fueron testigos de su inocencia infantil se alzaban ahora como espectros sombríos. Kouta, con una ligera sonrisa que contrastaba con el entorno, habló.

—Por un momento pensé que no encontraría el lugar...

—Tienes buena memoria, Kouta —Kaede le devolvió una mirada rápida, su expresión seria, pero con una chispa de admiración que apenas asomaba entre sus palabras.

Se detuvieron al borde del acantilado, observando el vasto bosque que se extendía a sus pies. Kaede activó su visor, y la tecnología escaneó cada rincón del paisaje, en busca de algún vestigio que el tiempo no hubiera devorado. Pero entonces, algo más la golpeó.

—¡Ah! Mi... mi cabeza... —El dolor estalló en su mente como un relámpago negro. Una voz familiar, sucia y burlona, susurró desde las profundidades.

"La oveja pródiga ha vuelto... Nadie puede escapar de su pasado... Por más que lo intentes..."

Kaede se tambaleó, pero mantuvo su compostura, aunque sus pensamientos eran un caos.

—Kaede, ¿estás bien? —Kouta la observó, la preocupación latente en sus palabras.

—Sí... solo fue un dolor repentino —mintió. En su mente, la voz resonaba, burlándose de su esfuerzo por escapar de un pasado del que ya no quedaban cadenas físicas... pero algo más, algo mucho peor, seguía atado a ella.

Llegaron a las ruinas de la casa. La naturaleza había reclamado lo que el fuego no había destruido. Ramas se enredaban entre los escombros carbonizados, y el aire era pesado, cargado con el olor a descomposición y olvido. Kaede no podía dejar de sentirlo... algo, o alguien, los observaba desde la penumbra.

—Hemos llegado —dijo Kouta, su voz suave, pero con una sombra de temor.

Kaede no respondió de inmediato. El sudor frío recorría su frente, su cuerpo temblaba a pesar de su intento de mantener la calma.

—¿Estás bien? —insistió Kouta—. Estás actuando raro desde que llegamos aquí.

—Es solo... estoy cansada. El combate contra Yuka me dejó más agotada de lo que pensaba. Será mejor que investiguemos rápido.

Mientras Kaede inspeccionaba la entrada, Kouta intentó abrir la puerta. Estaba bloqueada. La empujó con todas sus fuerzas, gruñendo mientras movía la caja que obstruía el paso. Al fin, la puerta se abrió con un crujido que resonó en la quietud sepulcral del lugar.

Dentro, las manchas negras del incendio aún se aferraban a las paredes como cicatrices, un recordatorio silencioso de una tragedia que se negaba a ser olvidada. Pero Kaede sentía que había algo más, algo enterrado bajo las cenizas y los restos... algo que estaba esperando ser descubierto.

Kouta recorrió el interior devastado de la casa con una mezcla de asombro y temor. Las sombras que proyectaban los restos carbonizados de los muebles conferían una atmósfera fúnebre al lugar, casi como si el pasado agonizante aún respirara en aquellas paredes. "Wow, es más grande de lo que pensaba," murmuró, pero su voz se perdió en la quietud sofocante de la estancia.

Kaede, por su parte, avanzaba con pasos decididos hacia las escaleras, aunque un miedo ancestral se agitaba dentro de ella, mucho más profundo que cualquier enfrentamiento anterior. Nyu, su otra mitad, lo percibió al instante.

—Kaede, algo está mal aquí... estás temblando. Tu corazón late como si algo estuviera por desmoronarse —la voz de Nyu resonó en su mente, cargada de preocupación.

—Es como si... algo enterrado en lo más profundo de mi ser estuviera surgiendo, algo que mi mente bloqueó hace años. Pero, ¿qué fue? —susurró Kaede, más para sí misma que para Nyu.

Mientras Kouta continuaba su exploración, algo llamó su atención: marcas en el suelo, profundas, como si un hacha hubiera caído repetidamente allí. Se inclinó para examinarlo mejor, sintiendo que su estómago se tensaba al notar las manchas oscuras en la pared.

—¿Sangre? —murmuró, aunque estaba reseca y vieja, manchando las ruinas de una tragedia pasada.

Arriba, Kaede llegó al segundo piso, pero apenas puso un pie en el corredor, una visión irrumpió en su mente como un torrente de recuerdos reprimidos. Risitas de niños. "Venga, si no vienes, te perderás el atardecer." Las voces eran infantiles, inocentes, pero entonces el fuego y los gritos ensordecieron todo, y el mundo a su alrededor ardió en llamas, devorando aquellas imágenes de felicidad. Las siluetas... siempre esas siluetas detrás del fuego.

Cayó de rodillas, un dolor agudo perforando su cabeza, mientras sus venas se oscurecían con una negrura antinatural. El horror se materializó frente a ella, y lo sintió antes de verlo: una sombra con ojos rojos como brasas encendidas se deslizó detrás de ella, tomando su hombro con dedos fríos y gélidos.

—Bienvenida a casa, Kaede —susurró la sombra con una voz cargada de malicia.

Una boca grotesca se abrió, mostrando colmillos largos y chorreantes de saliva, pero antes de que pudiera reaccionar, un grito escapó de su garganta.

Kouta, alarmado, subió las escaleras apresurado, encontrándola en el suelo, temblando y con lágrimas en los ojos.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con urgencia, ayudándola a ponerse de pie.

—La sombra... otra vez... —murmuró Kaede, mirando sus brazos, notando que las venas negras habían desaparecido tan rápido como habían aparecido.

—¿Estás bien? —insistió Kouta, buscando respuestas en su rostro pálido.

—No... no es nada. Quizás el estrés... Será mejor que nos vayamos.

Antes de partir, Kaede lanzó una última mirada al cuarto oscuro y ruinoso, sus ojos cargados de una tristeza inexplicable. Había algo en ese lugar, algo enterrado en lo más profundo de sus recuerdos que aún la atormentaba.

El camino de regreso fue silencioso, pero el peso de lo ocurrido seguía presente. Cuando llegaron a su destino, Kaede bajó del vehículo y miró hacia el antiguo orfanato, sintiendo un nudo en la garganta. Era un lugar cargado de memorias, de dolor y de pérdidas.

—Nunca pensé que volvería a pisar este lugar —murmuró, la voz quebrándose con una mezcla de emociones.

—Tampoco yo —añadió Kouta, compartiendo la misma sensación.

Kaede, queriendo honrar el pasado, sugirió llevar una ofrenda antes de entrar al laboratorio.

—¿Me ayudarías a recoger algunas flores? —preguntó.

Kouta asintió, sin dudarlo.

—Por supuesto. ¿Para quién serán?

—Pronto lo sabrás.

Encontraron algunas flores silvestres, de un rosa suave, y Kaede las tomó con cuidado.

—Son perfectas, Kouta. Ven, sigue mis pasos. El altar no está lejos.

Kouta, curioso, la siguió hasta un viejo árbol cerca del orfanato.

—¿Recuerdas cuando nos conocimos? Me viste cerca de este árbol —dijo Kaede, su voz quebrándose un poco mientras se arrodillaba frente al altar improvisado.

Kouta asintió, sin palabras, mientras la observaba.

—Aquí enterré a mis dos primeros amigos. Un perrito... y a Yumiko, una niña que también sufrió demasiado. Ambos se fueron por culpa del odio y la crueldad de este mundo...

Antes de que pudiera continuar, Kouta posó su mano en su hombro, brindándole un apoyo silencioso. Los ecos del pasado resonaban con una intensidad oscura, y el viento soplaba, arrastrando consigo el dolor de los recuerdos no enterrados.

El viento frío silbaba entre los árboles mientras Kaede y Kouta se acercaban al rincón olvidado del bosque. Allí, ocultas bajo una fina capa de musgo, reposaban las tumbas de los amigos de Kaede, aquellos que habían compartido su soledad y dolor en tiempos oscuros. Kaede se detuvo frente a las piedras, el peso del pasado aplastándola. Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro antes de que siquiera pudiera evitarlo.

Kouta, en silencio, le ofreció el ramo de flores que había recogido. Mientras ella colocaba la ofrenda, él cerró los ojos y murmuró una breve oración, como si tratara de comunicarse con los espíritus olvidados que habitaban ese lugar.

—Ha pasado tanto tiempo, chicos... —susurró Kaede, su voz temblorosa, rota por los recuerdos—. Pero... he vuelto. Han ocurrido cosas que jamás imaginé, como sacadas de una pesadilla.

Su mirada se desvió hacia Kouta. Un amago de sonrisa se dibujó en sus labios.

—Este es Kouta, la persona que me salvó de mí misma. Me alegra haberlo encontrado, igual que a ustedes. Ahora tengo una nueva familia... pero necesito de su fuerza. La fuerza para acabar con la amenaza que se cierne sobre todos nosotros.

Al posar su mano sobre la fría piedra, un viento extraño comenzó a soplar. Hojas secas danzaban en el aire, llevándose con ellas algo más que el silencio. Kouta la observaba en silencio, sintiendo que, de algún modo, los espíritus de Yumiko y el pequeño perro seguían a su lado, protegiéndola.

—¿Estás lista? —preguntó Kouta.

Kaede se limpió las lágrimas y asintió con firmeza, aunque en su pecho latía el eco de una tristeza antigua, como una herida que nunca cerraba del todo.

—Sí, Kouta. Vámonos.

Se alejaron de las tumbas, dejando atrás los fantasmas del pasado. El orfanato apareció frente a ellos, clausurado y envuelto en cintas de advertencia, un monumento silencioso a los horrores que Kaede había vivido. La estructura destartalada se erguía imponente, como si esperara pacientemente su retorno. El viento, ahora más fuerte, hacía crujir las ventanas tapiadas, dándole al lugar un aire lúgubre y aterrador.

—Así que aquí viviste... —dijo Kouta, observando la decrepitud del edificio—. Curioso que esté tan cerca de la casa que se incendió.

Kaede lo miró, su rostro cargado de amargura.

—Este lugar nunca fue tranquilo. Solo fue otro infierno. No solo por ser diferente... Me di cuenta de que incluso entre los humanos se destruyen entre ellos, se humillan, se torturan hasta que no queda nada más que locura.

Kouta asintió lentamente, sus ojos se ensombrecieron con los recuerdos de su propia infancia.

—Lo sé. Los padres de Yuka me miraban como si fuera una desgracia para la familia. Siempre murmuraban a mis espaldas, culpándome de la muerte de mi tío. Me encerraban cuando había visitas... Me trataron como a un loco. Al final, me encerraron en un manicomio. Sólo Yuka me visitaba, me daba las medicinas cuando los ataques de pánico y el estrés postraumático me devoraban. La mirada vacía... la famosa mirada de las mil yardas. Es la mirada de alguien que ha visto la guerra, que ha sido torturado.

Kaede bajó la cabeza, sus puños apretados de furia contenida.

—Pero eso es el pasado, Kaede. Ahora tenemos un deber —dijo Kouta, con una firmeza que intentaba calmarla.

—Tienes razón... —respondió ella, pero las palabras de Ahyma regresaron a su mente, como un eco venenoso. "Nadie puede huir del pasado. Tarde o temprano, volverá por ti."

—¿Qué? —preguntó Kouta, notando la tensión en su rostro.

—Nada... solo... ¿Sabes dónde está la entrada? —respondió Kaede, intentando desviar la conversación.

Kouta asintió. —Sí, está cerca de aquí. Es una vieja bodega militar, un lugar enorme que iba a ser el epicentro del proyecto Diclonius, antes de que fuera abandonado. El encargado era Richard... ese bastardo.

Kaede apretó los dientes. —Pagará por lo que le hizo a Akane y a Yahiko.

Finalmente, llegaron a la bodega. Era un edificio enorme, con estructuras a medio construir y una sensación de abandono que envolvía todo el lugar. Pero algo no encajaba.

—Hay luces encendidas... —susurró Kaede, sus ojos entrecerrados.

—Alguien estuvo aquí. Debemos tener cuidado —advirtió Kouta, mientras avanzaban con cautela hacia la entrada.

El lugar estaba desolado, salvo por un tanque de guerra oxidado que descansaba en el centro del recinto. El silencio era opresivo, y cada paso resonaba como un eco siniestro en la inmensidad del lugar.

—Buscaré por las paredes, quizá haya algo oculto —dijo Kaede, mientras Kouta inspeccionaba el tanque, notando un compartimiento extraño en una de las ruedas.

El pasado y el peligro se sentían más cercanos que nunca.

El aire era pesado, denso con una tensión que parecía envolver cada rincón de las instalaciones abandonadas. Kouta, con el ceño fruncido, se acercó a un compartimento oculto en el tanque oxidado. "Mmm, esto se ve extraño...", murmuró, su voz un susurro en la penumbra. Su mano, temblorosa, tocó un botón oculto bajo la superficie corroída del metal. "Encontré algo".

Kaede se volvió hacia él, sus ojos brillando bajo la luz tenue que se filtraba desde las luces que no deberían estar allí. "¿Qué cosa encontraste?"

Kouta la miró, una sombra oscura sobre su rostro. "Velo por ti misma".

Kaede se acercó, sus pasos resonando en el vacío a su alrededor. Al ver el botón, una mueca de desconfianza cruzó su rostro. "¿Eso es lo que creo que es?"

Kouta asintió, su rostro tenso. "Así es".

Kaede exhaló, su respiración temblando. "No sé si es una trampa o no, pero no tenemos tiempo que perder."

Kouta miró el botón y, sin dudarlo, lo presionó. El silencio fue roto por el sonido chirriante de una alarma, y luces amarillas comenzaron a parpadear alrededor de ellos. Un barandal metálico emergió de las sombras, rodeándolos, mientras el suelo bajo sus pies comenzó a descender lentamente.

"Maldita sea..." murmuró Kaede mientras su estómago se retorcía al bajar. Una voz fría y sintética resonó a través del sistema de altavoces. "Estimados visitantes, por su seguridad, manténganse en el centro de la plataforma mientras llega a su destino. No se acerquen a los bordes."

Kouta tragó saliva. "Dios... lo que leí era verdad. Esta iba a ser la instalación más avanzada de todas."

Descendieron en un pozo sin fondo, siete pisos bajo tierra. Al llegar, las puertas se abrieron hacia un corredor frío, iluminado por luces que zumbaban débilmente. A lo lejos, una pequeña caseta de guardia se asomaba, mientras un segundo elevador los esperaba como un monstruo mecánico dormido.

Kaede observó con una mezcla de asco y fascinación. "Joder... Si esto es solo el principio del laboratorio, no quiero imaginarme el resto."

La voz sintética volvió, su tono clínico y deshumanizado resonando en la sala vacía. "Sean bienvenidos a las instalaciones de Neo Ark. Estas instalaciones están equipadas con la tecnología más avanzada de varios países del mundo..."

Kouta tembló ligeramente. "Esa voz me da escalofríos. Supongo que esos bastardos ya saben que estamos aquí."

Kaede asintió con amargura. "Lo más seguro."

Se acercó al otro elevador, pero al intentar activarlo, un pitido agudo indicó que no funcionaba. "Lo sentimos, no tiene autorización. Debe mostrar su credencial para usar este elevador," declaró la computadora. Kaede maldijo en voz baja.

"Tendremos que encontrar una credencial," sugirió Kouta, sus ojos escaneando la oscuridad a su alrededor. "Vamos por acá."

Al abrir una puerta cercana, quedaron boquiabiertos ante el vasto salón que se desplegaba ante ellos. Un puente colgante se extendía frente a ellos, conectando varios pasillos que desaparecían en la oscuridad. A lo lejos, turbinas gigantes giraban en las paredes, alimentando el sitio con energía ininterrumpida.

"Por Dios..." Kaede murmuró, su voz quebrada por la sorpresa. "Nunca imaginé que hubiera un lugar como este... Es casi una ciudad."

Kouta se asomó al abismo bajo el puente y retrocedió bruscamente, el vértigo golpeando su cuerpo como una ola. "Mierda... no me gustaría caer ahí abajo."

"Será mejor que encontremos a Ahyma y destruyamos este lugar de una vez por todas," dijo Kaede con frialdad.

Se adentraron en uno de los corredores, los pasos resonando como ecos de un tiempo olvidado. Al cruzar una puerta corrediza, encontraron un salón lujoso, decorado con adornos de jade y oro que relucían en la oscuridad. Una opulencia macabra en contraste con la desolación de su alrededor.

Kaede se acercó a un acuario adornado. Dentro, peces exóticos nadaban con una calma inquietante. "Wow... Estos peces se venden por una fortuna en el mercado negro. No puedo imaginar que Ahyma haya puesto esto aquí por placer."

Pero cuando sus dedos rozaron el cristal, una alarma ensordecedora estalló a su alrededor. Kouta giró de inmediato, su rostro descompuesto por el miedo. "¡¿Qué demonios ocurre?!"

Kaede retrocedió. "¡No lo sé! ¡Solo toqué el cristal!"

De la pecera, un compartimento oculto se abrió y un líquido rojo oscuro comenzó a derramarse, tiñendo el agua como sangre. Kouta palideció. "Eso no es..."

Kaede tragó saliva, sus ojos fijos en el horror que estaba por desatarse. "Sí, Kouta..."

De repente, algo golpeó el cristal desde dentro. Una, dos, tres veces. Y luego, en un estallido brutal, el acuario se rompió, liberando una criatura grotesca. Un pez monstruoso con brazos descomunales y una cara humana deformada en su frente. Sus escamas estaban cubiertas de púas afiladas, y tentáculos colgaban de su cuerpo como serpientes retorcidas.

"¡Mierda!" Kouta levantó su arma, disparando desesperadamente contra la aberración, pero sus balas apenas parecían ralentizarla. La criatura se movía con una agilidad imposible, sus tentáculos azotando el aire, esquivando cada disparo con movimientos inhumanos.

Y no estaba sola.

De las sombras, más bestias emergían del acuario roto, transformándose en horribles abominaciones que se arrastraban hacia ellos con una furia insaciable.

El aire en la sala se tornó pesado, sofocante. Kaede, con el ceño fruncido y los ojos llenos de rabia, miraba fijamente a las bestias acuáticas que se movían con una rapidez aterradora.

—¡Hijos de perra, se mueven rápido! —gritó, mientras apretaba los dientes.

Kouta, aún jadeando por la adrenalina, no apartaba la vista del caos que se desataba frente a ellos.

—¡Cuidado, Kaede! —le advirtió, justo cuando una de las criaturas, con una abominable mezcla de tentáculos y colmillos, se lanzó sobre ella con una ferocidad insaciable.

En un parpadeo, Kouta agarró una silla cercana y, con un grito gutural, la estampó contra la monstruosa cosa que intentaba morder a Kaede. Ella, en un movimiento instintivo, convocó a uno de sus vectores invisibles y aplastó a la criatura, esparciendo sangre negra sobre el suelo.

—Gracias... eso estuvo cerca —jadeó Kaede, su voz grave y contenida.

—Agradéceme cuando acabemos con esto y salgamos vivos de este maldito lugar —replicó Kouta, con la mirada endurecida, su cuerpo tenso y preparado para lo que viniera.

Sin dar tregua, disparó contra otra de las abominaciones que se aproximaba, pero una de las lenguas de las criaturas lo alcanzó, clavándose peligrosamente cerca de su pecho. Un dolor agudo lo atravesó.

—¡Kouta! —gritó Kaede, sus ojos reflejando el pánico contenido.

—¡Maldito! —gruñó él, sacando un cuchillo y, con un movimiento violento, cortó el tentáculo que lo mantenía prisionero. La sangre oscura brotó mientras el joven se tambaleaba.

La furia en Kaede se desbordó. Sus vectores surgieron como látigos invisibles y, en una explosión de rabia, desgarró sin piedad a las criaturas que los rodeaban. Las paredes se mancharon de sangre y vísceras, un hedor nauseabundo llenó el aire, pero su ataque implacable la dejó exhausta, y comenzó a toser con fuerza.

—¡Idiota! —gritó Kouta, furioso—. ¡No te sobreesfuerces! Estoy bien, si no fuera por el traje, me habría perforado el pulmón. Modera el uso de tus poderes o que alguna de tus personalidades tome el control.

Kaede, aún respirando con dificultad, asintió lentamente.

—Dejaré que Nyu se encargue por ahora, pero ya sabes que ella no es tan fuerte con los vectores.

—Me da igual quién seas, Kaede —respondió Kouta con una firmeza inesperada—. Siempre serás esa chica solitaria que conocí hace tiempo, sin importar cuántas personalidades tengas.

Las palabras de Kouta la hicieron vacilar por un momento. Una sombra de vulnerabilidad cruzó su rostro.

—Kouta... —murmuró, apenas audible.

—Será mejor que sigamos adelante —añadió él, cortante, ocultando la preocupación en su tono—. Si realmente quieres cambiar de personalidad, hazlo, pero debemos ser más cautelosos. Esto solo fue una advertencia.

Kaede cerró los ojos por un instante, dejando que Nyu emergiera. Cuando abrió los ojos nuevamente, su expresión era más suave, casi inocente.

—De acuerdo —respondió Nyu con una pequeña sonrisa—, prometo no fallar, nyu.

El cambio era evidente. La chica ahora tenía un aire más gentil, sus gestos eran menos bruscos, casi dulces.

—Se nota mucho tu cambio físico —observó Kouta, su tono más relajado.

—Lo sé, pero es contraproducente... Mi poder se reduce cuando soy yo misma, aunque eso no significa que no pueda defenderme.

La tensión en el ambiente no desaparecía. Atravesaron el umbral hacia una nueva sala, quedándose estupefactos al descubrir un parque interior. Era una extraña contradicción en medio de tanta muerte y horror: un exuberante jardín lleno de vida, aves de plumajes vibrantes volaban de un lado a otro, y en el centro se alzaba una fuente victoriana adornada con figuras de ángeles. Todo se sentía fuera de lugar.

—Este lugar... es hermoso —murmuró Nyu, maravillada por el contraste entre la violencia de antes y la serenidad de la escena.

—Sí, lo es... pero no dejes que te engañe —advirtió Kouta con seriedad.

De repente, una voz fría y cargada de malicia rompió la calma.

—Así es, mi estimado Kouta.

Ambos se tensaron al instante, y Kouta levantó su arma, apuntando hacia los arbustos. La risa que surgió de entre las sombras era siniestra y burlona. Un hombre salió de entre el follaje, caminando con calma. Era él. El infame Richard Wong.

—Richard... —susurró Kouta, con la boca seca.

—No dejen que este hermoso escenario los engañe, chicos. Una gran belleza siempre oculta algo mortal... tal como los animales venenosos. —El científico sonrió con malicia, un colibrí se posó en su mano, bebiendo un líquido rojo que fluía de un pequeño frasco. Era sangre.

Nyu dio un paso atrás, su rostro ahora más serio.

—Este tipo... no es normal. Siento una energía maligna que emana de él.

Kouta apretó la mandíbula, tratando de mantener firme su mano.

—Lo sé. Incluso yo estoy teniendo problemas para controlarme.

Richard continuó con su monólogo, hablando de evolución, de carne y metal, de la sangre de su maestro Ahyma. Sus palabras, impregnadas de locura, resonaban en el jardín como un veneno invisible. Pero Kouta no lo escuchaba. Solo una cosa era clara: el peligro acababa de comenzar, y la lucha por sobrevivir no había hecho más que escalar a nuevas alturas.

El aire en la sala se tornó denso y opresivo, el eco de los pasos de Kouta y Nyu resonaba bajo la amenaza inminente que se cernía sobre ellos. La risa aguda de Richard se escuchaba como un susurro en la oscuridad, un eco enfermizo que resonaba en sus cabezas.

—¡Mierda, son demasiados! —gritó Kouta, con el sudor recorriendo su frente mientras levantaba su arma con manos temblorosas.

Richard, desde las sombras, observaba con una sonrisa sádica, sus ojos brillando con una malicia retorcida.

—¡Mis bellas aves! —exclamó, su voz llena de júbilo y locura—. Es la hora de comer. Jajaja, ya es demasiado tarde para detener el plan de mi maestro.

Y con eso, Richard desapareció en una tormenta de plumas negras, como una sombra desvaneciéndose en la oscuridad. El ruido de sus pasos se apagó, dejando a Kouta y Nyu expuestos a las espantosas criaturas que ahora sobrevolaban sobre ellos. Las aves, que en un principio parecían inofensivas, comenzaron a emitir gritos sobrenaturales, deformándose en abominaciones voladoras, sus cuerpos mutando grotescamente. Las plumas caían como hojas de muerte, mientras sus alas se extendían, revelando afiladas puntas de hueso y tentáculos que se retorcían en el aire.

El caos se desató.

—¡Cuidado, Nyu! —advirtió Kouta, el terror vibrando en su voz—. ¡No dejes que sus picos te toquen!

Nyu, aún con su aspecto delicado, miraba horrorizada las deformaciones que surgían de las aves. Su respiración era rápida, casi frenética.

—¿Qué demonios les pasa a estos pájaros? —gritó, su voz temblorosa mientras intentaba esquivar las abominaciones que se cernían sobre ellos.

Las criaturas parecían más pesadillas encarnadas que simples aves. De sus cuerpos retorcidos salían tentáculos que buscaban atraparlos, mientras sus alas, ahora deformadas, esparcían plumas afiladas como cuchillas que caían sobre los chicos. El silbido de cada pluma cortaba el aire, como si la misma muerte volara con ellas.

Kouta levantó su arma, disparando sin descanso mientras trataba de mantener la calma en medio del infierno que se desplegaba ante sus ojos. Pero las criaturas eran demasiadas. Estaban rodeados. La lluvia de plumas negras caía sobre ellos como una cortina de pesadilla, y la atmósfera del lugar, que alguna vez fue un jardín hermoso, se transformaba en un paraje oscuro y demente.

—Mierda... —murmuró entre dientes—. ¿Qué más puede salir mal?

La respuesta no tardaría en llegar.

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