Amarga Despedida

El laboratorio vibraba con una tensión sofocante. Las luces rojas de emergencia parpadeaban, acompañadas por el monótono sonido de las alarmas. La sombra de la criatura se proyectaba en las paredes destrozadas, deformada por el fuego y la ceniza.

—¡Señor Ahyma! —informó un soldado con la respiración agitada—. Hemos logrado drenar el virus del misil.

Ahyma, de pie frente a una consola iluminada por un resplandor verdoso, giró lentamente la cabeza. Sus ojos destellaron con una mezcla de frío calculador y sadismo.

—Solo queda una cosa por hacer —dijo, acariciándose el mentón—. Llama a Ángelo. ¿Quieres jugar duro, Kaede? —su risa fue un susurro cortante—. Jejejeje... yo también jugaré rudo.

Mientras tanto, en la plataforma de lanzamiento, Kaede apretó con fuerza el mango de su espada, observando la criatura que había sido Yuka. La criatura, deformada y envuelta en una máscara de furia animal, se balanceaba entre gruñidos y alaridos de dolor.

—Tenemos que lanzarla al fuego de los propulsores del misil —dijo Kaede, la voz tensa pero firme—. Su factor re-generativo es casi instantáneo. Es la única forma.

Kouta bajó la cabeza un momento, como si quisiera detener el tiempo con un pensamiento.

—Entendido —respondió con los ojos llenos de determinación—. Solo espero que esto acabe con su sufrimiento... ¡Jamás le perdonaré a Ahyma por convertir a Yuka en esta cosa!

La bestia no esperó más. Con un rugido desgarrador, arremetió contra ellos. Sus garras, afiladas como la traición misma, se dirigieron a la garganta de Kouta. Él se lanzó hacia un lado, disparó dos tiros con su pistola, los proyectiles rebotaron en la piel endurecida de la criatura. Kaede cortó la cola de la bestia con un movimiento veloz de su espada, esparciendo un líquido negro y espeso que chisporroteó al contacto con el suelo.

—¡Maldita sea, se mueve demasiado rápido! —exclamó Kouta mientras recargaba su arma.

Con un alarido furioso, la criatura liberó una onda de energía eléctrica que se expandió como una explosión invisible. Kaede y Kouta salieron disparados hacia atrás, golpeando con fuerza contra la estructura metálica del hangar.

—Cuatro minutos para el despegue del misil. Incrementando la potencia de los propulsores —anunció la computadora con una voz mecánica y desprovista de emoción.

—¡Debemos hacerlo rápido o...! —Kaede se interrumpió, tosiendo sangre.

—¡Yo la distraeré! —Kouta se incorporó con dificultad—. Cuando veas una oportunidad, empújala.

—¡Es peligroso! —gritó Kaede, con la voz desgarrada.

—Lo sé —respondió Kouta, mirándola de frente—. Pero todo esto es mi culpa. Nunca tuve el valor de expresar mis sentimientos, siempre fui un cobarde. Pero ya no más. Debo encarar a mis demonios y mis pecados. Si no lo hago... viviré siempre arrepentido de no haber hecho algo en mi miserable vida.

Un año antes...

La sala de entrenamiento resonaba con el choque de los cuchillos. Kouta se lanzó contra Bando, pero su ataque fue desviado con facilidad. El exagente del SAT lo derribó con un golpe seco en la pierna y lo inmovilizó contra el suelo.

—¡Eres un idiota! —gruñó Bando, presionándolo con una rodilla en la espalda—. ¡Si no te esfuerzas, Kaede va a morir, y tú lo verás desde el suelo, temblando como un niño asustado!

—¡No le digas así! —Kouta forcejeó, sin éxito.

Bando se levantó, encendió un cigarro y lo miró con desprecio.

—¡Si de verdad quieres ayudar, levántate y pelea como un hombre!

Kouta, con los pulmones ardiendo, apretó los dientes. Se levantó tambaleándose, con una chispa de furia en los ojos.

Presente...

—¡Hey, Bando! —gritó Kouta, jadeando, mientras ayudaba a Kaede a ponerse de pie—. Esto aún no termina.

—¡No me digas eso, idiota! —respondió Bando con una sonrisa torcida—. Si vas a hacer algo estúpido, hazlo bien.

Kouta miró a la criatura. No era Yuka. No podía serlo. Con cada paso que daba, su corazón se endurecía.

—Lo siento, Yuka —dijo en un susurro, mientras levantaba el cuchillo—. Esta vez... no voy a huir.

El rugido de la criatura sacudió el hangar mientras Kouta se lanzaba hacia el abismo.

Bando encendió un cigarrillo, la llama titilante proyectando sombras en su rostro endurecido. —¿Quieres? ofreció, su voz un eco de sus propias batallas.

—¿Por qué no? Kouta aceptó, inhalando el humo denso que lo envolvía en una neblina de desasosiego. Al compartir aquel momento, sintió cómo la carga de sus secretos se desvanecía, aunque solo un poco. Cada calada era un paso hacia la redención, una lucha compartida con alguien que también había enfrentado las profundidades oscuras de la Diclonius.

—Bien, comencemos, anunció Kaede, su voz llena de determinación, como un faro en la tormenta que amenazaba con consumirlos. —Sí, respondió Kouta, con la resolución que le quedaba.

El joven disparó su arma, atrayendo la atención de la bestia. Pero la criatura, ágil como una sombra, se abalanzó hacia él con una velocidad sobrenatural. En el instante crítico, Kaede lanzó un golpe con sus vectores, pero el monstruo esquivó, burlándose del esfuerzo. —Mierda, casi... murmuró, su frustración palpable.

—Dudo que funcione el mismo truco dos veces contra Yuka. La tensión crecía, como el aire antes de una tormenta, mientras la enorme bestia atacaba a Kouta con su cola. Kaede, en un acto de desesperación, atrapó la extremidad con todas sus fuerzas, girando con la fuerza de un huracán hasta que la criatura fue despojada de su ataque.

Sin embargo, su victoria fue efímera; al impactar contra una pila de metal, la bestia lanzó una ola eléctrica de furia, golpeando a la Diclonius y arrojándola al suelo, aturdida y vulnerable. —¡Kaede! gritó Kouta, su voz ahogada en la desesperación.

—¡Cuidado! replicó ella, pero el peligro era inminente. La bestia se lanzó a por Kouta, quien se defendió con su porra eléctrica y, con un último impulso de coraje, hundió su cuchillo en el pecho de la monstruosa figura. La hoja se quebró en dos, como sus esperanzas.

—Mierda, su piel parece de piedra... Grrrr... ¡Yuka, si aún estás allí, tienes que reaccionar! ¡Tú no eres una bestia! La desesperación teñía su voz mientras disparaba con precisión desesperada, pero la criatura lo capturó, su mano gigante cerrándose en torno a él como un garfio que asfixiaba.

—¡No! Kaede gritó, sus ojos ardiendo con determinación. —¡Mira bien cómo vas a matar a la persona que tanto amas, humana! La voz de Ahyma resonó desde las sombras, burlándose de su agonía.

—¡Detente! Yuka, aún presente en algún rincón de su ser, luchaba contra el tormento, pero el miedo se apoderaba de Kouta. La presión aumentaba, su respiración se volvía un lujo en peligro de extinción.

—¿Este es mi fin? ¿Qué tan bajo he caído? Las dudas lo envolvían como un sudario, pero en el fondo de su ser, la reina Diclonius buscaba su espada, su herida brotando sangre, el símbolo de su fragilidad.

—No... ¡No voy a perder de nuevo a un ser querido! ¡Ya no! Con un grito feroz, Kaede cortó el brazo de su enemigo, un rayo de luz en la oscuridad.

Kouta cayó al suelo, tosiendo, cuando se dio cuenta de que Kaede había desencadenado algo dentro de ella; su furia era como una tormenta incontrolable. La transformación la envolvía en un aura aterradora, sus heridas comenzaban a cerrarse en un espectáculo inquietante.

—¿Qué rayos eres en realidad, Kaede? La duda y la admiración se entrelazaban en su mente.

Kaede se lanzó hacia la bestia, como un proyectil de venganza. Con un golpe certero, atravesó el grueso brazo de su enemigo, pero la criatura regeneró su otra extremidad, lanzando a Kaede por los aires. Con una acrobacia digna de una guerrera, ella rebotó de la pared, dirigiéndose hacia el monstruo con una furia renovada.

—Computadora: 3 minutos para el lanzamiento del misil. La advertencia resonó como un gong en la penumbra.

—¡Mierda! ¡Kaede, date prisa y lanza a Yuka al fuego! Kouta gritó, pero la bestia no cedía. Cada golpe que Kaede asestaba al monstruo la debilitaba, su propia esencia se desgastaba en la batalla. El sudor y la sangre se mezclaban, mientras ella luchaba contra su propio cuerpo, que comenzaba a sucumbir ante el poder que invocaba.

—¡No dejaré que te hagan daño! la voz de Kaede resonó como un eco de su propia determinación, una promesa en medio de la tempestad.

Kaede: No, no ahora... ¡Mierda!

La bestia, en su furia desatada, lanza potentes patadas hacia Kaede. Ella esquiva ágilmente, pero la cola de la criatura la impacta, arrojándola peligrosamente cerca del fuego devorador. Con una rapidez inquietante, la bestia regenera sus brazos y se lanza hacia ella como un depredador en su último salto mortal.

Ahyma: ¡Este será tu fin, Kaede!

Kaede: ¡No lo creo!

En un acto de pura desesperación, la reina Diclonius reúne sus fuerzas, sus vectores golpeando el pecho de la bestia una vez más, haciéndola caer, gritando de dolor al ser consumida por las llamas voraces que carbonizan su carne y coraza. Al mismo tiempo, el misil, preparado para el despegue, empieza a desprenderse de sus ataduras, liberando a Kaede y Kouta de su inminente destrucción.

Ambos se apartan, observando cómo el misil se eleva, un oscuro presagio en el cielo que explota en una brillante estela, iluminando el horizonte como un nuevo sol que da inicio a una cacería.

El resplandor iluminó el cielo como un latido de luz en la penumbra. Josef, junto a Nana y Alma, contempló el destello con expresiones de gravedad. El silencio tenso los envolvía, cargado de una presión invisible que pesaba sobre sus hombros.

—De nuevo, estuvimos al borde del abismo —dijo Josef, rompiendo el silencio con una voz ronca.

—Espero que... estén bien —murmuró Nana, apretando sus manos con nerviosismo.

—Ese brillo marca el inicio de nuestra cacería —afirmó Alma con una firmeza escalofriante—. No podemos permitir que el desgraciado se salga con la suya.

Josef asintió, con los ojos clavados en el horizonte. —Debemos continuar. Solo Sagara nos dirá dónde demonios se esconde Ahyma. El tiempo de esta ciudad se está agotando.

Mientras tanto, Kaede y Kouta se entrelazaron de manos, él ayudándola a levantarse. El contacto entre ambos parecía frágil pero decidido.

—¿Estás bien? —preguntó él con preocupación sincera.

—Sí, solo... me siento algo mareada —respondía Kaede, tambaleándose un poco.

Pero su breve respiro fue interrumpido por la aparición de Yuka. Su figura emergió de entre las sombras, marcada por el sufrimiento. Su cuerpo carbonizado emanaba un hedor a carne chamuscada, y sus ojos estaban llenos de ira y dolor. Antes de que pudieran reaccionar, la criatura lanzó su cola hacia ellos con una velocidad endiablada, despojándolos de sus armas.

—¡No puede ser! ¡Sigues con vida! —exclamó Kouta, incrédulo.

La bestia avanzó lentamente, cada paso resonando como el eco de un tambor de guerra. Dentro de la mente de Yuka, su conciencia luchaba desesperadamente por emerger, mientras Ahyma tomaba el control absoluto.

—Jajaja... —la risa de Ahyma se filtró a través de la boca de Yuka—. Al final, serás testigo de cómo tu amado y tu rival de amores encuentran su fin... en mis manos, o más bien, en las tuyas. Jajaja.

—¡Detente! —gritó Yuka desde el fondo de su ser, pero su voz era un susurro atrapado en la tormenta de su propia mente.

Kouta sintió el aire escapársele de los pulmones, atrapado por la presión invisible que la criatura ejercía sobre él.

—¿Es este tu final? ¿Has caído tan bajo? —se burló Ahyma, cada palabra como una daga en el orgullo de Kouta.

Kaede observó la escena con los ojos llenos de desesperación. Los recuerdos se agolparon en su mente. No, no iba a perder a otro ser querido. No otra vez. No mientras pudiera luchar.

—¡No... ¡No voy a perder de nuevo a alguien querido! ¡Ya no! —bramó Kaede con una determinación feroz.

Su espada brilló con una intensidad cálida antes de cortar el brazo de la bestia de un solo tajo. Kouta cayó al suelo, tosiendo y recobrando el aliento. Pero cuando la miró, vio algo diferente en Kaede. Su cuerpo emitía un ligero humo, y sus heridas comenzaban a cerrarse lentamente.

—¡Interesante! —dijo Ahyma con una fascinación perturbadora—. Parece que nuestro pequeño pacto empieza a surtir efecto.

Las heridas de Kaede seguían cerrándose, recordándole a Kouta aquella vez en que ella lo había curado tras el ataque de Kurama.

—Es como aquella vez... ¿Qué eres, Kaede? —preguntó Kouta, con una mezcla de asombro y temor.

Sin responder, Kaede lanzó un grito y se lanzó hacia la bestia. El impacto fue brutal, como un meteorito golpeando la tierra. La criatura intentó resistir, usando su otro brazo para frenar la acometida, pero la espada de Kaede atravesó su carne. La bestia regeneró su brazo perdido y la golpeó, enviándola a volar. Pero Kaede, con una agilidad sobrehumana, usó sus vectores invisibles para impulsarse contra la pared y rebotar con fuerza.

Se lanzó como un proyectil, estrellándose contra el pecho de la bestia y creando un cráter en su torso. La criatura soltó un rugido que retumbó en todo el recinto.

—Tres minutos para el lanzamiento —anunció una voz robótica desde los altavoces—. Incrementando la potencia de los propulsores.

—¡Mierda, Kaede, apresúrate y lanza a Yuka al fuego! —gritó Kouta con urgencia.

La bestia intentó golpearla con ambos brazos, pero Kaede, usando sus vectores invisibles, arrancó su espada del cuerpo de la criatura y la balanceó con una precisión quirúrgica. Los brazos de la bestia fueron destrozados, dejando a la criatura aún más furiosa. Pero Kaede sintió algo más: su cuerpo comenzó a consumir energía a un ritmo descontrolado. La sangre brotó de su nariz y su visión se tornó borrosa.

—No... ¡No puedo ceder ahora! —se dijo a sí misma, sus pensamientos retumbando como un tambor de guerra.

Sus ojos se enfocaron en la bestia, la sangre corriendo por su cara. Con un rugido final, se preparó para lanzar el golpe decisivo, sabiendo que el tiempo se acababa y que su cuerpo estaba al borde del colapso.

—Espera, Kouta. Pero el chico no se detuvo. La mirada en sus ojos se intensificó, atrapada por una chispa de esperanza y horror. —Sus ojos... son los de Yuka.

La bestia, atormentada, parecía querer pronunciar palabras que nunca llegarían a ser escuchadas. Las lágrimas brotaron de sus ojos, una impotente súplica que desgarró el corazón de Kouta mientras tomaba su mano con fuerza. —Te lo prometo, Yuka, ese maldito pagará por lo que te hizo.

—Yuka... Las palabras de Kaede eran un eco de desesperación. —Lamento profundamente todo lo que has sufrido. No sé qué puedo hacer para que me perdones...

Con un gesto tembloroso, Yuka unió las manos de ambos, uniendo sus destinos en un último acto de amor. Aquel gesto dejó a Kaede petrificada, su corazón en un puño al darse cuenta de que ni siquiera su relación con Mariko había estado exenta de secretos. —No sé qué decir, Yuka... Lo siento tanto.

La criatura, en un acto de desesperación, tomó el arma de Kaede y la presionó contra su propio pecho. —No... No, por favor, no nos pidas esto. Debe haber una forma de devolverte a la normalidad. ¿Verdad, Kaede? Arakawa es una gran científica, quizás...

—Kouta, tranquilízate. La Diclonius se alejó, dejando a los dos solos en un abismo de tristeza.

—Yuka... Kouta, con lágrimas brotando de sus ojos, se despidió del cuerpo que una vez había sido su compañera. —Gracias por estar siempre a mi lado. Si llegas a ver a mi hermana y a mi padre en el más allá, diles que estoy bien. Que estoy bien...

El chico lloró desconsoladamente, sus lágrimas empapando el frío cuerpo de Yuka, mientras ella lo abrazaba por última vez. Con una voz que sonaba distante y monstruosa, susurró: —Te... amo, Kouta...

—Yo también te amo, Yuka... El dolor en su voz era palpable, y, en un acto de desesperación, tomó la espada de Kaede, colocándola sobre el pecho de Yuka. La tristeza lo envolvió mientras gritaba, un grito desgarrador que resonó en la oscuridad, llenando el aire con un lamento que Kaede escuchó, sus ojos cerrándose mientras las lágrimas brotaban por los recuerdos de tiempos más felices en la humilde posada familiar. Con una furia contenida, golpeó la pared, dejando un agujero como reflejo de su tormento interno.

Kouta se acercó, entregándole su espada. —Lo siento mucho, Kaede... Pero no es momento para lamentaciones. Debemos volar este maldito lugar. Podemos ser sigilosos, pero si prefieres entrar disparando, no te culpo.

—Quiero acabar con todos esos hijos de puta. El chico sintió el peso de la tristeza mientras dejaba atrás el cuerpo de Yuka. Pero, en ese instante, una presencia oscura interrumpió su duelo.

Ángelo apareció, su mirada fija en el cuerpo sin vida de Yuka. —Qué emotivo encuentro, pero, aunque ya no estés con nosotros, Yuka, tu cuerpo aún puede sernos útil.

Las palabras de Ángelo reverberaron en la sala, como un eco de un pasado que nunca podría escapar. —El pasado siempre volverá a ti, Kaede, tarde o temprano. Como un fantasma, lleno de dolor y odio. Y ese odio está muy cerca de ti.

Sin embargo, el ambiente era inquietantemente silencioso; ya no se escuchaba el ruido de los soldados. Kouta frunció el ceño, la tensión palpable. —Algo no anda bien, todo está demasiado tranquilo.

—Lo sé, debemos mantenernos alerta. Esto podría ser una trampa.

—Ya no tenemos nada que perder. Solo nos queda seguir adelante y volar este maldito lugar.

Al llegar a la entrada de las instalaciones, Kouta activó el elevador con una tarjeta desgastada. —No sabemos qué nos espera en la sala principal, pero estamos listos. Todos confían en que saldremos triunfantes de esto.

—Lo sé, pero tengo mis dudas. También tengo miedo.

—Yo también tengo miedo, Kaede. Es lo que nos hace humanos. La carga del miedo y la incertidumbre me quita el sueño. Pero tal vez esto sea un castigo divino de los dioses.

—Quizás. Pero nosotros decidimos nuestro propio destino. Vamos, Kouta. Es hora de acabar con esto.

—Bien.

Con determinación, Kouta seleccionó el botón de la sala principal, el corazón de ambos latiendo con fuerza, acelerados por la adrenalina.

Al llegar, un pasillo blanco se extendía ante ellos, cables colgando del techo y luces LED iluminando el suelo. Corrieron hacia la puerta, utilizando de nuevo la tarjeta de Kawaki.

Al abrirse, la habitación se reveló en toda su magnitud: un vasto espacio con paredes cubiertas de hexágonos brillantes que pulsaban con colores erráticos, y en el centro, tres pilares sostenían una computadora central controlada por una IA.

—Así que este es el núcleo de este lugar... Kaede miró a su alrededor, inquieta. —Esto tiene muy mala pinta. Si esto lleva años aquí abajo, no quiero imaginar qué planeaba Kakuzawa.

Ángelo se encontraba en la cima de los pilares que sostenían la ominosa computadora central, su figura oscura recortándose contra las luces intermitentes de la sala. Una risa fría y sardónica llenó el aire, resonando con un eco inquietante.

—Estaba destinado a ser tu castillo, Kaede —declaró, su voz desprovista de emoción.

Kouta, con su arma firme en mano, le apuntó con rabia.

—¿Qué demonios estás diciendo? —exclamó, la desesperación y la incredulidad ardiendo en su pecho.

—¿Aún sigues anhelando mi muerte por lo de Akane y su hijo? —Ángelo sonrió con desdén—. Por favor, supéralo. A los traidores solo les espera la muerte y la deshonra. Además, estamos en tu castillo.

—No sé de qué hablas —respondió Kouta, confundido.

Ángelo, disfrutando de su desdicha, continuó, su tono envenenado.

—Oda tenía grandes planes para ti, Kaede. Tú no serías solo la reina de los Diclonius, sino también la diosa.

Su risa se volvió fría y dura.

—Controlarías estas instalaciones en secreto para crear un gran ejército de Diclonius. Ese viejo te iba a utilizar, a fecundarte para engendrar descendientes más fuertes. Pero subestimó al destino. Creía que todo lo tenía bajo control gracias al poder cognitivo de Anna, pero el destino es caprichoso, por eso el nombre de María para esta IA.

Kaede, enfurecida, apretó los dientes.

—No te atrevas a tocar a Kouta.

—Podría acabar con él —respondió Ángelo, con un aire de diversión retorcida—, pero quiero verlos sufrir un poco más. ¿Sabes? No somos tan diferentes, tú y yo. Al final, somos monstruos con sed de sangre. Los humanos son igualmente monstruos, aunque frágiles, incapaces de poseer poderes, pero su intelecto maquiavélico es fascinante.

Su mirada se endureció, el desprecio goteando de sus palabras.

—El odio y el rencor son parte de su ADN, pero pronto quedará en el olvido cuando mi señor Ahyma logre su cometido. No se preocupen, dejaremos unos pocos vivos para nuestro zoológico personal. Ese era el plan de Oda: gobernar junto a ti, la nueva especie dominante.

Kouta, incapaz de contener su ira, apretó el gatillo.

—¡Ya estoy cansado de escuchar tus tonterías!

Los disparos resonaron en la sala, pero Ángelo, con un gesto despectivo, desvió los proyectiles usando su poder telequinético.

—Disfruto tu desesperación, mentiroso. Me pregunto, ¿cuántas veces has mentido?

Kaede, su voz temblando de furia, exigió explicaciones.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Oh, Kaede, eres tan ingenua. ¿Acaso no entienden que no pueden huir de su pasado? Es clave en esta vida; por más que corran, siempre los alcanzará de un modo u otro. Sus pecados siempre estarán a su lado, como sanguijuelas, chupando cada gota de su sucia sangre.

La risa de Ángelo era un eco de la locura.

—¡Ya será tarde para ustedes! Nunca encontrarán la paz en lo que quede de sus miserables vidas. ¡Nosotros somos la representación de sus pecados, y ahora pagarán las consecuencias de sus actos!

De los otros pilares, aparecieron los enmascarados Alfa y Omega, cayendo ante Kouta y Kaede. La tensión llenó el aire, ambos se pusieron en guardia.

—Genial, otro enmascarado más —dijo Kouta, mientras Kaede fruncía el ceño.

—Así que tú también fuiste perseguido por uno de ellos —replicó Kaede.

—Esa vez tuvieron suerte de escapar, pero esta vez nada ni nadie los ayudará —se burló Ángelo, disfrutando del momento.

—¡Prepárate, Kouta! —ordenó Kaede, apretando los puños.

La voz de Ángelo se deslizó entre ellos como un veneno.

—Es interesante cómo los humanos se tapan con máscaras para ocultar su verdadero yo. ¿No tienes ganas de ver quiénes son los que están detrás de esas máscaras?

Kouta disparó sin dudar hacia Alfa, pero Omega lo cubrió, creando un escudo a partir de su carne. Alfa, no dispuesto a dejarlo ir, lanzó tentáculos hacia Kouta, quien apenas logró esquivarlos.

—¡Pagará por eso! —gritó Kaede, enfurecida.

Con determinación, usó sus vectores para arrancarle los pies a Omega, pero el enemigo, de forma grotesca, utilizó sus manos como pies, acercándose hacia ellos de manera perturbadora. Kouta, cegado por la ira, le disparó en el pecho varias veces.

—¡Muere, miserable! —gritó, desbordando rabia mientras el eco de la batalla resonaba en las profundidades de aquel lugar maldito.

Cuando la esperanza de que Alfa había sucumbido se convirtió en un susurro, un giro macabro del destino reveló que el monstruo aún respiraba. Regenerando sus extremidades desgarradas, lanzó un ataque fulminante con un impulso psíquico, propulsando a Kouta y Kaede por los aires como si fueran marionetas descontroladas.

Alfa, en una danza grotesca, transformó su brazo derecho en una espada hecha de hueso y carne, lanzándose hacia Kaede en un salto desmesurado, buscando aplastarla. Pero ella, rápida como un rayo, rodó y, con un movimiento preciso de sus vectores, cortó al monstruo por la mitad.

Sin embargo, cuando la victoria parecía asomarse, Omega irrumpió con una fuerza brutal, estrellando a Kaede contra la pared con un embiste devastador. Desde su posición, Alfa, furiosa y despojada de su forma, unió su parte inferior con una grotesca habilidad, transformando sus brazos en grandes fauces que comenzaron a disparar un chorro corrosivo de ácido.

Kouta y Kaede, en su desesperación, se refugiaron tras las pequeñas estructuras esparcidas por el lugar, esquivando el ataque voraz de Alfa. Pero el monstruo no se detuvo. Dando un salto formidable, se colocó frente a Kouta, intentando devorarlo con sus fauces. El chico, armado con una porra, repelió el ataque, disparando de nuevo y haciendo que el monstruo retrocediera, aunque no sin esfuerzo.

—Admiro su determinación de sobrevivir a nuestros juegos —dijo Ángelo, su voz un susurro siniestro—. Pero por más que los lastimen, lo único que lograrán es incrementar su furia y odio hacia ustedes. Y eso, a su vez, aumentará su poder.

Omega atacó velozmente, golpeando el estómago de Kouta y derribándolo al suelo con un brutal golpe en la espalda.

—¡Kouta! —gritó Kaede, sintiendo la angustia como un veneno en sus venas.

Con un impulso feroz, la reina Diclonius saltó, golpeando a ambos seres con sus vectores y lanzándolos lejos de su compañero.

—¿Estás bien, Kouta? —preguntó, su voz entrecortada por la preocupación.

—Sí, no te preocupes. Joder, esos bastardos pegan duro —respondió él, con una mezcla de alivio y rabia.

—¿Qué ocurre? —se burló Ángelo—. ¿Acaso eso es todo lo que tienen?

Kaede, el fuego de la determinación ardiendo en sus ojos, replicó:

—Debe haber una manera de acabar con ellos.

—Parece que no han aprendido de sus errores —continuó Ángelo, disfrutando de su sufrimiento—. Ustedes reaccionan hostilmente ante lo desconocido, todo por esas máscaras que llevan mis asistentes. Como les dije, el pasado no puede ser borrado; tarde o temprano, volverá a aturdirlos de un modo u otro.

Los enmascarados, Alfa y Omega, lanzaron un ataque coordinado. Pero Kaede y Kouta, aun heridos, reaccionaron con ferocidad. Kaede propinó un fuerte puñetazo a Alfa, el sonido del impacto resonando en la sala, mientras Kouta disparaba certeramente al casco del monstruo, destrozando parte de él y dejándolos aturdidos.

—Mierda, eso me dolió... —murmuró Kaede, observando su mano ensangrentada por el impacto.

Los enmascarados se levantaron, y la mirada de Kaede se encontró con el ojo expuesto de Alfa, un destello de reconocimiento que le heló la sangre.

—Ese ojo... No puede ser —susurró Kouta, el horror asomando en su voz.

—¿Qué pasa, Kouta? —preguntó Kaede, confundida y preocupada.

Alfa, en un estado de shock, pronunció con voz temblorosa:

—El objetivo es... extremadamente hostil. Recomiendo una nueva estrategia, Omega.

—Afirmativo, Alfa —respondió su compañero, el nerviosismo palpable en su tono.

Al voltear a ver a Kaede, ella quedó impactada al encontrar su ojo, sintiendo el peso de una verdad aterradora.

—¿Qué rayos significa esto, Ángelo? —demandó, su voz temblando.

—Vaya, parece que han visto un fantasma —se rió Ángelo, el eco de su risa resonando en el aire—. Como les había dicho, los fantasmas del pasado regresan, buscando venganza por lo que les hicieron.

—No... Esto debe ser uno de tus trucos sucios —replicó Kouta, su incredulidad dibujando líneas de desesperación en su rostro.

—No, Kouta. No es ninguna ilusión —respondió Ángelo, con una sonrisa siniestra.

Los enmascarados se quitaron sus cascos, y al caer al suelo, Kaede y Kouta quedaron petrificados al ver los rostros de las criaturas.

—No... No puede ser —murmuró Kaede, su voz ahogada.

—¿Qué clase de brujería es esta? —preguntó Kouta, su mirada fija en los seres.

—Ha pasado mucho tiempo, hermano —dijo Kanae, su voz helada como el acero.

—¿Qué pasa, cuernos? Parece que en verdad viste a un fantasma —se burló Tomo, su risa resonando como un eco macabro en la oscuridad.

Continuará...

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