Capítulo VI: Gaia

Las corrientes de agua eran intensas y la golpeaban con tanta fuerza como si intentarán llevársela a las profundidades. Por más que Vasiliki pataleaba, terminaba hundiéndose más y más. Intentaba respirar durante los segundos que salía a la superficie, pero el río no tardaba en volverla a hundir. Poco a poco su vista se oscurecía mientras una burbuja de aire escapaba de sus labios.

En Bootes.

—¡Mamá! ¡Belén y yo iremos a darnos un baño al río!— dijo una niña de cabello rojo rizado.

—¿Por qué no fueron cuando el sol aún brillaba más en el cielo?— cuestionó la mujer a cargo de ese refugio a quien todos los niños llamaban Madre.

—Lo que pasa es que entonces no sentíamos ganas de darnos un baño— La mujer de cabello negro frunció el ceño tras escuchar esas palabras.

—Muy bien, pueden ir, tengan cuidado, no se atrevan a cruzar el río que divide a nuestro pequeño Bootes con el reino Virgo— Ambos niños asintieron y fueron a sus habitaciones a buscar lo necesario para asearse.

Una vez encontraron lo que necesitaban, salieron corriendo hacia la gran puerta de Bootes, allí encontraron a los guardias quienes  sin preguntar nada les abrieron la puerta, ya era costumbre que esos dos salieran a bañarse antes de que el sol se ocultara completamente, al llegar al río se dispusieron a bañarse.

—Nell, hermana, el agua está un poco fría— respondió el niño de cabello rojo y rizado.

—Entonces apresúrate, no quiero volver a enfermarme por estar mucho tiempo en el agua— Tardaron unos cuantos minutos en terminar de bañarse, Belén y Nell estaban por empezar a cambiarse cuando pudieron divisar la pequeña figura que flotaba en el río.

—¡Alguien se ahogó! —grito Belen mientras señalaba el cuerpo en el río.

—¡Tenemos que sacarla! —respondió Nell, temerosa de que también los arrastrará a ellos. Sin embargo, ambos se lanzaron al río.

En esta parte las aguas corrían con un poco menos de violencia por lo cual les fue menos difícil el poder llegar hasta donde estaba, al tenerla se dispusieron a nadar hasta la orilla, lo que les resultó un tanto difícil al estar nadando mientras cargaban a alguien que estaba inconsciente.

Al estar fuera del agua, dejaron recostada en el suelo a la niña que aparentaba ser un año mayor que ellos.

Tenía el cabello largo y negro, su piel era clara, cejas negras y delgadas, nariz pequeña y respingona, algo que resaltaba en su cuello era un collar de plata con un dije esmeralda en forma de hoja de albahaca.

—Oye, Nell, ¿crees que esté viva?— La de ojos azules se acercó hasta la inconsciente y colocó su dedo cerca de la nariz de esta, aún respiraba.

—Está viva— afirmó  por lo que el pequeño suspiró  de alivio —¿Qué haremos con ella?— Preguntó dudoso el contrario.

—¿Todavía preguntas que haremos? ¿Acaso  no es obvio? La llevaremos hasta Bootes, mamá sabrá cuidar de ella— Los de cabello rojo se dispusieron a cambiarse y ponerse ropas secas, cuando terminaron, escondieron bajo las ropas de la niña el collar que ella tenía, después cada uno tomó un brazo de la infante  y lo pusieron encima de sus nucas, así podrían llevarla ambos hasta el refugio.

Tardaron muchos minutos hasta que finalmente llegaron, tocaron la inmensa puerta del pequeño pueblo Bootes, los guardias lo miraron extrañados de que trajeran con ellos a alguien más, por lo que preguntaron.

—¿Quiénes son ustedes? —cuestionó el guardia, frunciendo el ceño.

—¡Vamos, Macario! ¿No nos reconoces?

—Diganme algo que solo los Katsaros sabrían —Se puso a la defensiva.

—A ti te gusta Madre —respondió Belén con lentitud, para luego sonreír de forma traviesa.

Macario parpadeó un par de veces, su rostro comenzo a ponerse rojo como el cabello de los niños.

—Entren de una vez, antes de que cambie de opinión —gruño, apartándose para abrir la puerta.

Sin más, las puertas fueron abiertas y ambos niños entraron, caminaron por las calles de aquel pequeño pueblo, tardaron otros minutos en llegar el refugio, el cual estaba situado en medio del pueblo, al llegar tocaron las puertas y estás fueron abiertas.

—Cadie, ¿dónde  está mamá?— preguntaron cansados.

—Está en la enfermería atendiendo a los otros niños— contestó una joven de cabello rubio y ojos verdes.

—¿Quién es ella?— interrogó.

—No lo sabemos, la encontramos en el río — Sin más se dirigieron hacia el lugar que anteriormente les había mencionado, tardaron unos pocos minutos en recorrer los pasillos color beige, al llegar a la enfermería fueron hasta donde estaba mamá.

—¿Quién es esta niña?— preguntó Madre, no recordaba haber visto a esa niña en el pueblo, además estaba en un estado bastante lamentable.

—No lo sabemos, la encontramos en el río, necesita ayuda y no creemos que sea mala.

—Por favor,  mamá, cúrala, cuando despierte le pueden preguntar quién es y de dónde viene— sugirió el pelirrojo, la mujer suspiró  hondo y les dijo.

—Bien, cuidaremos de ella, ahora tráeme esos trapos limpios y un poco de agua, Belén, y tú Nell, ve a traer un poco de tu ropa para cambiarla antes de que enferme.

En lo que Nell traía la ropa seca, Belén regreso con trapos y agua, al ver que le cambiarían la ropa, salió de la enfermería para que su hermana y Madre pudieran continuar con el trabajo.

Mientras limpiaban el rostro de la niña, Madre logro notar algo alrededor de su cuello. Su mano tembló ligeramente al sostener aquél collar de plata con un dije de esmeralda en forma de una hoja de albahaca.

—Esto... —murmuró para sí misma y un escalofrío recorrió toda su espalda, sabía que lo había visto antes, estaba muy segura. Pero no sabía dónde.

Dejó el collar en su lugar, tratando de ignorar las preguntas que comenzaban a surgir en su mente. Pensó que cuando la niña despertará podría encontrar respuesta a su duda.

Ambas pudieron ver el deplorable estado en el que estaba, la niña ante sus ojos tenía un color muy pálido y estaba un poco más flaca de lo que alguien podría estar normalmente, cuándo terminaron de limpiarla, la vistieron con la ropa que había traído la Katsaros.

Una vez terminaron, madre la cargó en sus brazos y la llevo a una habitación desocupada que estaba al lado de las habitaciones de Nell y Belen, la recostó en la cama limpia y después salieron del lugar para dejarla descansar.

Esa noche, Madre se quedó despierta yendo a revisar de vez en cuando la fiebre de la pequeña, tenía muchas preguntas y necesitaba respuestas. Cuando el sol salió, ella junto a los hermanos Katsaros fueron a visitarla.

Al entrar a la habitación se encontraron con la niña despierta quejándose por la intensa fiebre, rápidamente la mujer se apresuró a enviar a ambos chicos a traer trapos limpios y agua para intentar bajarle la fiebre

—Señora, ¿qué  me pasa?— preguntó la niña entre quejidos de dolor.

—Tranquila, no te muevas tanto, tienes mucha fiebre, nosotros te ayudaremos para que mejores— Ante esa respuesta, la contraria simplemente asintió, algo le decía que la mujer no era una mala persona.

—¿Cómo te llamas?

—No lo sé— respondió la niña. Esas palabras dejaron pensando a Madre.

—No te preocupes pequeña, cuando mejores te podemos ayudar a encontrarte un nombre— Los dos hermanos regresaron lo más rápido posible, madre tomó  uno de los trapos y lo humedeció para después colocarlo en la frente de la pelinegra.

—Belén,  ve a la enfermería y dile a Selene que traiga un poco de la poción medicinal para quitar la fiebre— dijo,  por lo que el nombrado inmediatamente fue e hizo lo que le pidió la mujer que años atrás les había permitido vivir en el  refugio.

Minutos más tarde, una mujer de cabello rubio y lacio, ojos grises y piel clara entró junto a Belen , ella traía en sus manos un pequeño vaso con un líquido verde oscuro, el cual desgraciadamente no tenía un buen olor, la de cabellos ondulados tomó el vaso y ayudó a que la enferma tomara un poco de la poción, Nell y Belén  esperaban que la infanta hiciera una expresión de asco, ya que ellos ya habían probado de esa poción, la cual debido a que estaba hecha a base de distintas plantas tenía un sabor un tanto amargo , pero grande fue la sorpresa de ambos al ver que aquella niña no hacía ninguna expresión de asco, era como si ya estuviera familiarizada con el sabor.

Después madre envió a que hicieran un poco de sopa de pollo para alimentarla, y una hora después un plato repleto de caldo de delicioso pollo con verduras fue llevado hasta la habitación de la de cabellos negros.

Las horas fueron pasando, pero la fiebre tardó en bajarle.

Dos días después la fiebre se le quitó, pero estuvo un día completo en descanso, al cuarto día finalmente se le permitió salir de la habitación, después de desayunar, Nell y Belén la ayudaron a escoger un nombre para ella.

—¿Qué te parece “Melanie”?  Te queda muy bien por tu cabello y ojos negros— Sugirió el chico.

—Idiota, ¿se te olvida que madre se llama así?— habló la pelirroja.

—Entonces, ¿“Cadie”?— Volvió a proponer el de ojos azules

La niña negó con la cabeza.

—No me gustan... Quiero un nombre relacionado con la tierra o las plantas.

Los hermanos se miraron, Belén recordó algo.

—¿Geia? Madre nos dijo que es el nombre de la primera diosa de la tierrra.

La pequeña levantó la mirada, sus ojos brillaron de emoción.

—Me gusta... Ese será mi nombre —Tocó una gladiola blanca, por alguna razón sintió consuelo al hacerlo.

Ambos niños recordaron cuando la que ahora se llamaba Geia bebió la poción para la fiebre, por lo que decidieron preguntarle porqué  no hizo alguna expresión de asco.

—Oye, Geia, nosotros más de una vez hemos bebido la poción para fiebre y nuestra reacción de asco siempre ha sido la misma, pero ¿por qué tú no hiciste esa expresión? —cuestionó Nell.

—No lo sé, de cierta manera el sabor me pareció muy familiar, tal vez anteriormente ingerí esa poción en más de una ocasión y terminé acostumbrándome al sabor un poco amargo —Hizo una breve pausa al recordar que hasta ese momento seguía sin acordarse de nada de su pasado, eso de alguna manera le preocupaba.

—Pero cambiando de tema, ¿podrían  mostrarme el pueblo?— Los miró   sonriente para que no notaran que ue por un momento se sintió triste.

—Claro, madre dijo que si querías conocer el pueblo podíamos mostrártelo— Cada uno tomó una de las manos de Geia y salieron del jardín, cruzaron los pasillos del gran castillo que tenían como orfanato, llegaron a la entrada, abrieron la puerta y salieron.

Geia veía asombrada el pequeño pueblo, las calles y casas estaban hechas de piedras blancas. Cada rincón del lugar despertaba una extraña sensación de familiaridad, pero que cuando intentaba recordar algo, solo encontraba un doloroso vacío.

—¿Pasó algo? ¿Estás bien? —preguntó Nell.

Gaia asintió de forma lenta.

—Sí... Es solo que... Todo me parece familiar pero no sé de dónde y eso me frusta.

Belén le dedicó una sonrisa amable.

—A lo mejor viviste antes cerca de aquí, eso explicaría como llegaste al río.

Gaia negó con la cabeza, si eso era verdad, ¿por qué no recordaba nada de Bootes? ¿por qué se sentía lejos de casa? Pero aún más importante, ¿por qué sentía una creciente sed de venganza en su corazón?

Mientras continuaban su recorrido, varios niños los saludaban mientras corrían jugueteando entre ellos.

—¡Hola, Nell! ¡Hola Belén! —exclamaban con emoción, pero al ver a la niña desconocida, sus ojos se llenaban de curiosidad por ella.

Poco tiempo después, los tres se acercaron a una tienda de dulces y compraron uno para cada uno. Después siguieron mostrándole el resto de las tiendas, incluso la llevaron a la parte menos frondosa del bosque que rodeaba al pueblo.

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