26. Sobre el volcán

Zaek

Ariadne no tuvo oportunidad de responder. Kenneth cayó desplomado junto a mi padre qué miraba casi sin expresión el lugar en donde Kenneth había arrojado a mi hermana mayor.

El fuego arde cada vez más haciendo una pared entre medio de nosotros.

—Creo que le va a suceder lo mismo que le pasó a Gissell el día que se convirtió en mi escudo —digo respondiendo a la mirada desconcertada que me da mi hermana—. Él está inconsciente, Ariadne, debemos salir de aquí.

—Pero ¿cómo cruzamos? El fuego se está extendiendo hacia arriba por la enorme brecha —señala lo obvio.

—Hermana, ¿qué diablos te pasa? somos espíritus de Muerte, sólo transfórmate y cruza —ruedo los ojos y me transformo en un espíritu nuevamente. Retrocedo unos cinco pasos y me impulso corriendo para cruzar de un solo brinco a través del fuego, caigo de manera acuclillada justo al lado de Kenneth y me pongo de pie también para darme cuenta de que mi padre otra vez ha desaparecido, los demonios siguen atrapados gritando para ser liberados, pero para este punto la paciencia y el tiempo no están de mi lado.

—Por un infierno, creo que el amor te está volviendo un poco lenta, ¡vamos ya, Ariadne! —grito a la silueta de mi hermana que está del otro lado para que se apure y salgamos de aquí.

Estiro mis manos en dirección a Kenneth y creo una bola magnética gigante que lo cubre y lo hace levantar a la altura de mi rostro, extiendo mi manos a las anteriores burbujas que había hecho y hago que los cadáveres de Pamela y Verónica también bajen y queden flotando junto a mí justo en el momento en que mi hermana cruza y me mira de manera seria.

—¿Dónde está nuestro padre?

—No tengo idea, sabes qué es omnipresente, un momento puede estar aquí y después puede desaparecer... No tengo idea, sólo vámonos, este lugar se cae a pedazos.

Ariadne asiente y entonces comenzamos a correr para salir del bosque en dirección a la orilla del mar. Las tres burbujas vienen siguiéndonos o más bien flotando junto a mí hasta que logramos divisar la salida.

Justo cuando estamos por cruzar el sendero que nos lleva al portal vemos cómo Rachell viene corriendo hacia nosotros. Luce asustada y con tanta paz a la misma vez.

—Oh, por todos los cielos, ¡Rachell! —grita Ariadne al verla y corre a abrazarla.

Para ser honesto mi plan era ir a buscar a Chloë y luego tener que ir si era posible hasta el mismo infierno a buscar a Rachell antes de que se desatara un caos. Ahora simplemente estoy consternado de poder verla en perfectas condiciones.

—¡Lo hice, Ariadne, pude hacerlo! —dice cuando se libera del abrazo. Yo me acerco un poco más escuchando lo que dice—. Lo hice, los destruí o más bien pude pelear. Usé mis dones y me liberé, los encerré en bolas magnéticas y los empuje hacia el mar —señala en dirección al agua—. A todos los demonios que me tenían acorralada.

—Rachell, eso es asombroso, pero ¿cómo? —pregunto—. Quiero decir, sé que puedes hacerlo porque eres una Inconclusa, pero no creí que tuvieras el valor. Yo te hacía ya en estos momentos camino al infierno, literalmente.

—Justo antes de entrar al portal —responde mirándome—. Pensé que iba a morir por segunda vez, que todo estaba perdido, pero pude hacerlo. Sólo dejé de lamentarme y me enfoqué en tratar de sacar la energía que tenía dentro, tal como Giselle me enseñó. Pensé en mis hermanas y en lo mucho que no quiero ir al infierno, así que tomé valor.

—Estoy tan orgullosa —Ariadne la vuelve abrazar y yo sonrío—, pero tenemos que salir de aquí, la isla se está haciendo pedazos.

—Pero ¿qué hay de Tessabeth? ¿Lograron acabar con ella?

—Kenneth la arrojó al fuego que salía de la tierra, no sé qué carajos pasó —respondo yo y comienzo a caminar nuevamente hacia la salida con ellas detrás de mí y las tres burbujas magnéticas flotando—. Y no tenemos tiempo de averiguar qué fue, si salimos de aquí tal vez sepamos que pasó ya que nuestro padre también desapareció.

—¿Cuál es el plan? —pregunta Rachell.

—El plan es que tú y Ariadne salgan de aquí y se lleven a ellos con ustedes —señalo a los cuerpos—. Deben ir al castillo y ponerse a salvo—corro hasta la puerta portal y la abro viendo en el interior el Inframundo—. Ariadne, informarles a todos que la situación está bajo control y-

—No —Ariadne me interrumpe—. No te voy a dejar aquí solo, Rachell puede llevarlos al castillo, yo me quedo contigo.

—Ariadne...

—Ya dije que no voy a ir, somos un equipo, Zaek —ella voltea a ver a Rachell y le da un asentimiento—. Por favor, llévalos, sigue el sendero y llegarás al castillo, los chicos ya están allí, ponte a salvo.

—Mi pobre hermana —Rachell pasa su mano encima de la burbuja que tenía a Verónica y de inmediato su rostro se entristece—. Está bien, los veo en el castillo —dice cruzando. Al estar encerrados en una bola magnética Rachell tiene la capacidad de poder dominar el movimiento de esta y tranquilamente hacer que las burbujas la sigan cuando camina—. Tengan cuidado —es lo último que dice cuando Ariadne cierra la puerta y voltea a verme.

—Sólo quedamos tú y yo hermano, es hora de acabar con esto —dice señalando al volcán que para este punto está rodeado de humo negro.

—Para ser sincero siempre hemos sido tú y yo —respondo con una sonrisa y comienzo a correr—. Andando.

Al llegar a las faldas del volcán de lo primero que me percato y veo que mi hermana también es que pequeños hilos de lava comienzan a descender hasta llegar a tocar mis botas.

Si hacemos una comparación parecen delicadas gotas de lluvia cayendo a través del parabrisas de un auto cuando ha dejado de llover.

Un grito.

Eso nos pone alerta y reconozco de inmediato a la propietaria del mismo. Dejo salir aire por mi boca, sé que no respiro, pero fue más bien como un impulso automático que tuve al sentir el alivio ya que la chica sigue viva después de todo.

—Es Chloë —susurra Ariadne mientras toca mi hombro.

—Lo sé.

Comenzamos a trepar al volcán, escalando y tratando de evitar tocar los hilos de lava que caen, a medida que vamos subiendo mucho más gruesos se vuelven los hilos.

Ni siquiera recuerdo la última vez que hice una escalada cómo esta. Trato de aferrarme a las paredes rocosas del volcán y trepar sin hacer demasiado ruido, Ariadne ya va un poco más arriba que yo, ya que es más pequeña y ligera.

—¡Basta! Nooo, te lo ruego por lo que más quieras, no me mates.

Esa es Chloë, aún a la distancia que me encuentro puedo oírla llorar y puedo sentir su miedo sin siquiera poder verla. Ariadne comienza a escalar en dirección a la izquierda en vez de seguir subiendo por donde vamos, al parecer está girando alrededor del volcán, yo comienzo a seguirla sin entender qué hace, cuando reanuda el camino de regreso en dirección hacia arriba veo por qué lo hizo; El camino que estamos tomando era el lado por el que se estaba desbordando la lava y justo ahora nos encontramos en el lado opuesto.

Cuando llegamos a la cima quedamos justo detrás de Rhino y Moss. Están parados de espalda y también puedo ver cómo Chloë está sentada en una silla de madera atada de manos y piernas, las mejillas rojas y el cabello pegado por todo su rostro ya que está sudando a mares y no la culpo, está sentada a orillas de un volcán en erupción.

Se debe estar derritiendo.

¿No matarte? —le dice Moss riendo.

—¿Por qué nos pides eso? —sigue Rhino.

—Le quitas todo lo divertido —comenta Moss al acuclillarse hasta quedar a la altura de las piernas de Chloë.

—Nos dieron estrictas órdenes de arrojarte al volcán en cuanto este comenzara a hacer erupción —dice Rhino señalando cómo ya el volcán está en eso—, pero sinceramente ese no es nuestro estilo, Moss y yo somos demonios castigadores. Torturamos lenta y dolorosamente a nuestras víctimas y tú no serás la excepción.

Moss se pone de pie y le da un golpe tan fuerte a Chloë que su labio empieza a sangrar y ella a su vez llora con más fuerza.

—¿Qué mejor que darte un pequeño baño de lava antes de arrojarte, ¿Te apetece la idea? —le dice Moss pasando sus dedos por la pierna de la chica, Chloë llora tratando de no moverse. La silla está tan cerca de la orilla que probablemente si realiza un movimiento brusco caiga de espaldas hacia el centro del volcán.

Eso es todo. Ya no puedo seguir escuchando, vuelvo a ver a mi hermana y señalo a Moss con mi barbilla y ella siente. Ambos somos visibles otra vez.

Toco el hombro de Rhino y este voltea con una sonrisa burlona que desaparece justo en el momento en el que se percata de que soy yo. Estrello mi mano izquierda en toda su mejilla haciéndolo tambalearse hacia un lado y caer de bruces al suelo.

—¡Eres la escoria más despreciable que he visto en todos mis siglos de existencia! —grito caminando hasta él—. Y créeme que disfrutaré mucho haciendo esto.

—¿Haciendo qué, hijo de la Muerte? ¿Matarme? ¿En serio? —dice mirándome con una sonrisa burlesca.

—Creo que no pierdo nada con intentarlo —me abalanzo sobre él lanzando golpes a diestra y siniestra.

Son pocos y torpes los intentos que tiene para golpearme y cuando lo hace realmente no logra nada, tanto es el enojo que tengo que literal puedo sentir como una pequeña y diminuta pizca de dolor comienza a aparecer en mis nudillos a medida que lo golpeo una y otra y otra vez.

No sé qué ha pasado, pero dejó de pelear, dejó de moverse, el estúpido novio de mi hermana mayor dejó de luchar. Me detengo y lo veo. Está bañado en un líquido verde que sale de las heridas de su rostro magullado.

Me pongo de pie mirando mis manos y vuelvo a ver a Ariadne. Ninguna expresión pasa por el rostro de mi hermana, sé que vio la escena y sé también que Moss corrió con la misma suerte porque Ariadne está cubierta en ciertas partes del rostro de un líquido verde igual al de mis nudillos.

—Es hora de irnos —dice seriamente y se arrodilla para comenzar a desatar a Chloë quien llora de manera desconsolada, una vez liberada abraza a mi hermana y yo volteo a ver a un lado de ellas.

Moss también está tirado de la misma manera que Rhino.

¿Acaso matamos demonios?

Camino hasta el cuerpo inerte de Rhino y lo pateo hasta que comienza a rodar lentamente a la orilla del centro del volcán, luego doy otra patada a su espalda y cae. Su cuerpo comienza a ser hundido por la lava y arrastrado hasta el fondo. Camino hasta Moss y hago lo mismo.

Miro a ambas chicas y sonrío sin mostrar mis dientes, sacudo mis manos tratando de deshacerme del líquido verde, me quito rápidamente mi chaqueta y se la extiendo a Chloë para que se cubra ya que se encuentra en una pijama sucia y rota.

—Gracias —susurra entre lágrimas y toma la prenda con manos temblorosas mientras Ariadne le ayuda a ponérsela.

Con suma calma, finalmente puedo decir—: Hora de ir a casa.

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