09. Plumas

Zaek

—¿Hablamos más tarde? Creo que necesitaré una distracción de las investigaciones que debo hacer —le digo a Giselle cuando estaciono a las afueras de su casa. Después de insistir un rato logré convencerla para que me dejara traerla.

—Ya tienes mi número, llámame cuando quieras, igual no creo que hoy duerma temprano también tengo tarea que hacer —responde mientras se quita el cinturón y yo asiento.

—Está bien.

—Está bien —repite y se acerca para darme un beso en la mejilla que me toma por sorpresa ya que giro mi rostro sin querer y nuestras narices chocaron suavemente—. Yo... lo siento, no debí.

—No, está bien —le sonrío y veo como el calor sube a sus mejillas—. Tranquila.

—Que ridícula me siento —ríe recostándose en el asiento y aprieta su mochila sobre su estómago—. ¿Alguna vez alguien te ha dicho que tienes los ojos muy azules?

Aprieto mis labios y niego.

—No que yo recuerde.

—Pues son muy azules, parecen hasta irreales —dice ahora viéndome un poco más seria.

—¿Tú crees? —la miro con la misma seriedad—. Pues... Yo soy muy real.

—Lo sé —suspira mirando a sus manos—. Es solo que me han pasado cosas tan extrañas las últimas semanas y ahora no puedo evitar pensar que...

—¿Qué?

—Que no todo es lo que parece siempre.

—Pues algo de razón hay en eso, no siempre el mundo es color de rosas, Giselle.

—Dímelo a mí —sonríe de lado.

—Es lo que estoy haciendo, al menos que seas un producto de mi imaginación y esté hablando solo —bromeo y ella abre la puerta del auto saliendo.

—Tal vez la que sigue imaginando después de tanto tiempo soy yo —dice inclinándose por la puerta—. No hagas caso de lo que diré a continuación, pero creo que hay un poco de Zaek en ti y me gusta lo que veo —no digo nada porque no sé qué responder a eso—. Esperaré tu llamada, Ezequiel —Es lo último que dice y cierra la puerta mientras se aleja por la entrada hasta su casa.

—¡¿Qué diablos?! —digo pasándome la mano por el rostro

¿Será que debo decirle?

—No —niego—. No, ella no debe saber que soy yo.

Serían demasiadas cosas que explicar y temo que tal vez no llegue a soportarlas.

—Mantén el plan en marcha y todo saldrá bien, Zaek —digo mirándome por el retrovisor y luego frunzo el ceño—. ¡Y deja de hablar solo, maldita sea! —miro por la ventana polarizada y veo que Giselle no está, así que esa es mi señal para irme a casa, enciendo el auto y arranco.

Una vez que mi auto está estacionado, bajo con mi mochila al hombro y saco las llaves del departamento mientras camino por la recepción hasta el ascensor.

Todo está muy callado, lo cual me parece extraño ya que siempre hay unos cuantos vecinos por ahí y ahora no hay ni la sombra de ellos, excepto por la recepcionista y el portero que me abrió las puertas cuando entré.

El ascensor se abre y está vacío, aprieto el botón de nuestro piso y las puertas se cierran. Me hago en una esquina y a medida que voy subiendo el ambiente se vuelve más pesado y más frío que de costumbre, como si toda la tranquilidad se esfumara como humo.

Mi celular comienza a sonar cuando el ascensor se abre y lo saco de mi bolsillo para ver el nombre de Ariadne brillar en la pantalla. Contesto mientras camino hasta el departamento.

—Dime.

—¡Debes venir a casa ya mismo, pero rápido! —dice con tono chillón.

—¿Qué? —digo confundido y veo la puerta de nuestro departamento abierta.

Un fuerte olor a carbón me llega de golpe. Camino hasta entrar del todo y quedar a espaldas de Ariadne y Jehiel.

—Hay algo que debes ver —dice mi hermana y yo cierro la llamada.

—Lo veo —aviso y ambos se giran a verme—. ¿Qué demonios...? —digo tirando la maleta al suelo y abriéndome espacio por el lugar.

—Pues eso es exactamente lo que pasó —responde Jehiel, serio—. Demonios.

Plumas negras y grises de toda clase de tamaños vuelan por el lugar, no hay rincón que no esté cubierto de ellas. Y al parecer antes de ser arrojadas fueron quemadas, por eso todo el lugar tiene un olor bastante desagradable.

—Ariadne, cierra la puerta —digo señalándola y ella lo hace poniéndole el seguro—. ¿Cómo pudieron dar con nosotros tan rápido? ¿Y por qué llenar el lugar de plumas? —tomo una que se encontraba en el sofá y pateo con el pie todas las que están en mi camino.

—Es ella, Zaek —responde Ariadne caminando hasta mí—. Claramente Tessabeth nos está mandando un mensaje.

—Qué está de vuelta y sabe lo que estamos haciendo —continúa Jehiel mientras da vueltas por todo el lugar.

—Y ahora con mucha más razón debo cuidarla —los miro—. No puedo dejar que Tess le haga daño a Giselle

—Estamos de acuerdo con eso, pero ¿cómo? ni siquiera han entablado una amistad oficial —Ariadne se cruza de brazos—. Apenas y se hablan.

—Hermano, si vas a hacer algo mejor empieza —me dice Jehiel—. Esa loca está por ahí en algún lado recuperada, con más fuerzas y más ganas de destruir lo que no pudo lograr aquella noche —camina hasta mí y pone una mano en mi hombro—. Así que si tienes que estar pegado a la espalda de Giselle todo el día para cuidarla más te vale hacerlo ya.

—Me dijo que me parecía a Zaek —confieso mirando hacia los ventanales

—¿Y? —Ariadne bufa—. Eres Zaek, eso no tiene nada extraño.

—¿Qué acaso no lo entiendes, hermana? —la miro—. Aún sigue creyendo que fui real, que fuimos reales.

—Somos reales, Zaek.

—Pero no en este mundo, Ariadne, los espíritus de Muerte y los demonios —señalo a Jehiel para enfatizar mi punto—, no salen de la nada de la cabeza de una pobre chica que cayó en coma.

—¿Qué es lo que quieres decir? —Jehiel me mira de forma acusadora—. ¿No estarás pensando en contarle todo o sí? —me quedo en silencio—. ¡Por un infierno! —grita alejándose de mí—. Estás pensando en hacerlo, le quieres contar todo.

—Pensar en eso no significa que vaya a hacerlo, Jehiel.

—Pero la idea pasa por tu mente y no debería.

—Zaek, entiende que decirle a Giselle quiénes somos, decirle que fue lo que en verdad vivió cuando cayó en coma y también que es lo que verdaderamente pasó aquella noche cuando Tessabeth casi la mata va mucho más lejos de lo que una humana puede soportar —me dice Ariadne con tono desesperado.

—¿Piensas que no lo sé? ¿Por qué crees que me mordí la lengua y la dejé ir con la idea de que solo soy alguien que se parece a "Zaek"? —hago comillas en lo último.

—Es lo mejor, por lo menos ahora —dice tomándome la mano—. Si hay alguien que puede salir bien librado de esto eres tú.

—Entiende que no solo es por lo de Tess —la miro—. Estoy enamorado de una humana. ¿Entiendes lo jodido que es eso?

—Me gusta un demonio, así que sé lo que es.

—¡Oye! —le grita Jehiel.

—No, tú al menos lo puedes tener para la eternidad contigo en cambio yo-

—¡Hey! —me interrumpe—. Una combinación perfecta es rara en un mundo imperfecto...

Mi hermana me suelta la mano para darme un corto abrazo.

—Ariadne, estoy bien —le digo una vez que se aparta.

—Sé que lo estás —me guiña un ojo—, si no fuera así, podría sentirlo.

—Cállate, niña rosita —bromeo al ver su atuendo rosa y le revuelvo el cabello. Camino hasta Jehiel que está con los brazos cruzados, pero luce más tranquilo que hace unos minutos—. Tú y yo vamos por una salida de chicos como en los viejos tiempos, es necesaria justo ahora —saco las llaves de mi auto del bolsillo y el hace lo mismo con las suyas.

—¡No, no, no, no, no, no, no! —Ariadne corre hasta nosotros y pone una mano en el pecho de cada uno—. ¿Quién diablos piensan ustedes que va a limpiar este lugar? —Jehiel y yo nos miramos.

—¡Zafo! —gritamos los dos a la misma vez y Ariadne rueda los ojos.

—Supongo que solo tú lo harás, amor mío —Jehiel la besa en la frente y yo beso su mejilla.

—Qué todo quede impecable, hermanita.

—Son unos babosos —dice mientras nos lanza unos cojines del sofá que caen al piso y varias plumas vuelan en el aire. Jehiel y yo salimos del lugar entre risas.

—Nos va a salir caro lo que acabamos de hacer —digo una vez que entramos al ascensor.

—¿Me lo dices o me lo preguntas? —ríe—. Claro que nos va a ir mal cuando se desquite, pero por ahora sé a dónde debemos ir.

—¿A las pistas de autos? —digo adivinando y él asiente.

❁❁❁

Ariadne

—Cuando encuentre la manera de matar a esos idiotas...

No puedo creer que de verdad se fueron y me dejaron a mí la tarea de limpiar este desastre.

Dos golpes en la madera me hacen cerrar la boca. Me levanto del suelo con una bolsa de plumas y veo a Kenneth bajo el umbral de la puerta arqueando una ceja.

—¿Qué diablos pasó aquí? Apenas salí del elevador sentí el terrible olor.

¿Cómo puedo mentir sobre esto?

—Fue una broma que se salió de control. Si. Eso fue.

No me cree. Kenneth observa el lugar una vez más antes de señalar los cristales.

—Deberías ventilar el departamento. ¿Quieres que abra las ventanas?

Lo había intentado minutos atrás, pero no había tenido éxito, por eso tuve que abrir la puerta del departamento.

—Por favor —no quiero sonar desesperada, pero creo que quizás fallé un poco.

Kenneth se quita la maleta de los hombros y la deja sobre uno de los sofás junto al libro que tenía en la mano. Fue imposible no mirar la portada. Una sonrisa se me escapó.

El viento de la ciudad comenzó a soplar con más ganas cuando por fin pudo entrar al lugar para llevarse consigo un poco del mal olor. Kenneth volvió a verme y sacudió sus manos.

—Listo.

—¿Te gusta Shakespeare?

Mi rápida pregunta lo tomó desprevenido.

—¿Qué?

Señalé el libro.

—Estás leyendo Otelo.

Kenneth se acercó hasta el sofá y tomó el ejemplar en manos. Reconozco un libro que ha sido leído muchas veces cuando lo veo. Muchas de sus páginas tenían separadores, la tapa lucía desgastada y agrietada por algunas esquinas y sus páginas bastante viejas.

—¿Qué piensas? —cuestiona tomándome ahora por sorpresa a mí.

—¿De qué?

—De mí, leyendo Shakespeare. ¿Crees que es por obligación o placer?

Lo miré unos segundos, contemplando su sedoso cabello dorado perfectamente recortado.

—Eres un chico bastante callado y en lo poco que hemos interactuado también he notado que eres reservado. Podrían ser esas las cualidades de un fanatico de las tragedias, pero quizás no, ya que también te desviaste del camino para ayudar a alguien en apuro. Así que... No lo sé.

"Te juro que es mejor ser engañado que sospecharlo una pizca" —cita el libro y yo asiento.

Oh, así que es por placer.

"Te lo ruego, háblame en la lengua de tus propios pensamientos..." —respondí de regreso otra cita del mismo libro y una diminuta sonrisa pintó su rostro. Sus ojos son de un lindo color celeste cielo y no lo había notado antes.

—¿Estudias algo relacionado a la literatura? —Kenneth tomó su maleta—. Te vi esta mañana caminando por mi facultad.

—Sí, Filosofía —respondí al verlo caminar a la salida.

—Yo estudio Lingüística con énfasis en Literatura Inglesa —Antes de alejarse del todo me dio una rápida mirada desde la puerta—. Y si, me gusta Shakespeare, ¿que amante de las letras no adora con devoción por lo menos una de sus obras? —finalizó y salió del lugar.

Así que Otelo es para Kenneth lo que Romeo y Julieta es para mí. Fue curioso, nunca pensé que conocería a alguien que leyera a Shakespeare por ''devoción'' y no obligación.

Si, Kenneth era reservado, pero parecía ser interesante, tenía mucho sin conocer a alguien así.

Al estar sola volteé a ver los cristales abiertos y negué con una media sonrisa antes de seguir recogiendo las plumas. 

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