05. Invitaciones
Zaek
Y como había sucedido horas atrás, me he quedado todo este rato, pero ahora recostado en una silla en el balcón de mi habitación viendo la ciudad.
No es como si tuviera este panorama todos los días en el castillo. Supongo que es algo tonto solo quedarse allí, pero...
¿Qué más podría hacer?
He vivido por siglos y son contadas con mi mano las veces que he visto los amaneceres aquí en la tierra. Justo ahora ya ha pasado la salida del sol y los autos en la carretera me hacen saber que un nuevo día ha empezado para la ciudad.
—Ya no hay más nada que ver —digo poniéndome de pie y entrando a mi habitación. Cierro la puerta del balcón y bajo las cortinas.
Ciertamente la luz y yo aun trabajamos en nuestra amistad, así que por el momento la evitaré.
—¡Jehiel! ¿¡Es en serio!? —escucho la voz de mi hermana gritar con emoción y luego siento una pequeña corriente de adrenalina en mi pecho y sé que no soy yo el que está agitado.
—No —niego con la cabeza—. No debe ser algo malo... —intento convencerme sin éxito—. Carajo.
Salgo de la habitación y los veo besándose en la sala. Hago mi habitual mueca de desagrado y veo varias bolsas de papel color blanca a un costado de ellos en el piso, tomo rápidamente una y la abro.
—¿Qué...? —digo sacando el contenido.
—¡Celulares! —grita Ariadne y yo me giro a verla—. Y no solo eso, también hay tabletas, laptops y cámaras digitales —añade emocionada—. ¡No tengo ni la menor idea de que sean o para que sirvan, pero Jehiel nos trajo a los tres! ¿No es genial?
—Hermano —dice tomando una bolsa del suelo y me la da—, todo lo tuyo es de color gris.
—Que considerado —me pongo una mano en el pecho y finjo limpiar una lágrima—. Te amo, Jehiel Adams —imito la voz de Ariadne y ella me rueda los ojos.
—Las mías son las doradas y las de Ariadne las rosas —dice aguantándose una carcajada.
Saco de mi bolsa una caja pequeña y la abro.
—Así que esto es un celular, ¿y porque tiene esta manzana? —pregunto viéndola.
—Es la marca que los fabrica, así mismo con la tablet y la laptop y todo lo demás que compré, excepto la cámara digital —explica y yo finjo interés solo asintiendo. Me siento en el sofá y empiezo a revisar el contenido de mi bolsa.
¿Acaso estas vanas cosas materiales son dignas de emoción?
—Zaek, hermano, ¿no me digas que creías que eso era todo? —cuestiona Jehiel con una pizca de diversión yo lo miro arqueando una ceja.
—¿No lo es?
—¡No lo es! —grita Ariadne todavía emocionada—. Es algo que hace que lo perdone por comprarme todo rosado y que lo ame solo un poco más —sonríe y yo la imito.
—Piensa rápido —Jehiel mete una mano en el bolsillo de su pantalón y me arroja unas llaves, las tomo en el aire y las miro algo sorprendido.
De esto si soy consciente y de esto sí puedo emocionarme solo un poco, aunque por dentro siento aquella emoción que Ariadne tenía segundos atrás.
—Nos compró autos, a los tres —dice mi hermana mostrando sus llaves y luego Jehiel saca las de él.
—Wow, hermano esto es... —digo sonriendo.
—Eres una perra maldita y amargada, pero no podría jamás no tenerte en mis planes, Zaek —Jehiel me mira—. Eres mi hermano, si caemos, caemos los dos, si vencemos lo haremos los dos —ríe—. Y si tengo un suegro super lleno de dinero, lo menos que puedo hacer es invertir muy bien en sus hijos ya que es lo mejor que pudo darme en confianza.
—Eres un idiota —digo abrazándolo y él ríe, escucho el sonido de algo y nos separamos para ver a Ariadne con su celular rosa.
—¿Qué? Si voy a aprender a usar esto, empezaré por las fotos —dice mostrándonos la imagen—. Que tiernos se ven, un demonio y un espíritu de muerte compartiendo un abrazo.
—Algo que no escuchas a diario —digo separándome de Jehiel.
—¿Y bien? ¿Qué hacemos aquí?, vamos, unos autos nos esperan —Jehiel abre la puerta del departamento y salimos detrás de él.
Una vez afuera del edificio veo los tres autos, son del mismo color: negro mate con rines rojos. Ariadne abraza a Jehiel de la emoción.
Varias personas nos miran con una sonrisa y el portero del edificio cuida que nadie se acerque a los autos.
—Jehiel, ¿cómo los conseguiste tan rápido? Digo, ¿estás cosas no llevan tiempo? ¿Desde qué hora saliste de casa? —pregunto tocando el capó de uno de los autos.
—Podría responder tus preguntas o podría usar estas tres horas que quedan para enseñarle a Ariadne a manejar antes de ir con Giselle.
—¡A manejar! ¡Quiero aprender! —grita Ariadne y yo sonrío.
Otras de las cosas que Jehiel y yo hacíamos cuando salíamos del Inframundo era ir a manejar autos de carreras en las pistas de Nascar, allí fue cuando aprendí, él me enseñó. Íbamos cada cierto tiempo cuando el lugar estaba cerrado, tomábamos los autos y competíamos entre nosotros, recuerdo que dejamos de ir a esa pista cuando uno de los trabajadores del lugar llegó antes y vio dos autos "corriendo solos" por la pista, el pobre creyó que estaban embrujados o algo así, honestamente creo que traumamos a ese hombre de por vida.
—Bueno, cariño, primero quita el seguro del auto con el pequeño botón que tiene la llave, el que suena será el tuyo —dice Jehiel y Ariadne hace lo que le indica.
—Va bien, no creo que pueda matarnos en el proceso —comento con sarcasmo y ellos ríen.
Yo quito el seguro de mi auto que es el primero de los tres y justo cuando abro la puerta la escucho.
—¡Oh por Dios!
Aquí vamos...
—Chicos, sabía que tenían dinero, pero ¿tres ferraris? Eso en definitiva no me lo esperé.
—Hola, Cristina —le responde Ariadne con una falsa sonrisa.
—Hola, vecina —le devuelve el saludo—. Y buenos días para Ezequiel y Jehiel ¿Por qué tan callados?
—Pues, nada, solo admiraba esa enorme canasta —Jehiel señala las manos de la chica—. ¿Qué llevas allí, Cris?
Ariadne mira a Jehiel de forma confundida y quizás celosa cuando lo escuchó decirle Cris a Cristina.
—Son las invitaciones de mi fiesta de cumpleaños —la rubia sonríe con más ganas esta vez—. ¿Acaso lo olvidaron?
—¿Cómo podríamos? —digo sarcástico y le sonrío.
—Exacto, ¿cómo podrían? —ríe y saca tres tarjetas blancas decoradas con detalles rosas y nos da uno a cada uno—. Pueden traer solo un invitado cada uno —dice seria.
—Entendido —respondo.
—Listo, amores, los veo luego, esta chica tiene una larga lista de invitados y muchas tarjetas que entregar.
Dicho eso se gira sobre sus tacones de puntas color rojo y se va de largo ondeando su cabellera rubia y larga.
—Supongo que ya no nos quitaremos a esa chica de encima.
—Esa chica es el menor de tus problemas ahora —responde Jehiel recordando lo que dije anoche.
—Más vale que así sea —comenta Ariadne y gira para ir a su auto.
Yo entro al mi auto, bajo las ventanas y lo enciendo, hago rugir el motor con una sonrisa.
—Oh, una cosa más —dice Cristina acercándose a mi ventana tomándome por sorpresa. —Mamá preparará una cena de cortesía para ustedes esta noche. Siente que los ánimos no fueron los correctos ayer y esta es su... —hace una pausa y corrige—. Nuestra forma de disculparnos, y por supuesto que van a ir, ¿no es así?
—Allí estaremos —digo mirándola fijamente y vuelve a sonreír alejándose un poco de la ventana.
—Es el 106 —dice guiñandome un ojo y ahora si se va.
Subo los vidrios del auto y pongo el aire. Jehiel entra por la puerta del copiloto y me mira seriamente.
—Creo que sí será un problema.
—Ya me di cuenta —digo mirando hacia enfrente—, pero yo solo vine aquí por mi chica. Jehiel, no me interesa nadie más.
—Lo sé, hermano.
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