Riporld
Las castas más altas de la ciudad se reunían en un solo lugar: el hogar de Velikoj Mirov.
Era una de esas noches en que la nobleza de Riporld se vestía y compartían con uno de los suyos la entrada a la sociedad plural.
Marian se movía por la habitación haciendo que el servicio la siguiera con cuanto paso daba. Entre cortinas de gaza, paredes de tonos cálidos, ventanas que daban hacia el jardín de la casa y un trío de mujeres que intentaban vestirla y peinarla para la ocasión, la joven cumpliría sus ansiados quince años. Una vida entera había esperado por el momento pues, según las costumbres, a esa edad eran presentadas ante las altas esferas de Riporld.
Se le otorgaría el permiso debido para actuar dentro de las cortes donde su padre formaba parte y, además, podría gozar de un banco con dinero a su nombre. Lujos y condiciones de las cuales carecía hasta ese momento, pero si bien aquello sonaba tentador para cualquier dama, la razón de su emoción no era esa.
Ella podía tener derecho de hablar sin que nadie se opusiera, a tomar lo que por derecho le pertenecía; la sensación de poder hacer lo que deseara la mantenía motivada. Por largos quince años Marian había aprendido a obedecer, ser cortés, educada, mantener sus emociones bajo perfil y ser una dama ante la sociedad y ante el desventurado hombre que quisiera tomar su mano. Aunque esa no era la motivación de la muchacha, había tenido cuanto pretendiente pudiese, jamás había visto a nadie como un posible candidato al igual que su padre. Agradecía que los estándares de Velikoj Mirov fueran tan altos como para no dejar que cualquiera tomara su mano. Era su hija y ser hijo de Mirov representaba más de lo que imaginaban.
Velikoj Mirov tenía una mirada penetrante que hacía palidecer a quien se pusiera en su camino. Su rostro cuadrado tenía las marcas de los años, pero sus ojos se mantenían recios dada su historia en el mundo de La Avanza, el complejo sistema de seguridad que resguardaba todas las ciudades del planeta azul y el Sistema.
Él abrió las puertas de la habitación de par en par, el bullicio que se escuchaba en la sala común donde el servicio atendía a todos los invitados se escuchaba en todo su esplendor. Marian salió del cuarto de traje donde se había mantenido con su nana Kalisa.
—¡Padre! —exclamó feliz.
Dio vueltas sobre sí para que él la viera por completo.
Velikoj sonrió gozoso de ver a su pequeña hija ataviada en un traje turquesa. El vestido entallaba la figura de la chica mientras sus cabellos castaños caían como bucles sobre sus hombros.
—Marian —dijo consolador.
Tomó asiento sobre la ostentosa cama y posó sus brazos sobre sus muslos. Observaba con alegría y dicha a la joven que, con emoción, sostenía la falda de su vestido.
—Mi pequeña crece más rápido de lo que quisiera.
—Aun es una niña, mi señor —razonó Kalisa con una voz segura, antigua como el mundo—. Sin embargo a esta edad creen poder hacer lo que deseen. —lanzó con tono serio.
—¡Puedo hacerlo! —Resopló la joven cruzada de brazos.
Kalisa le envió una mirada desaprobatoria e hizo que la chica bajara la mirada.
—Por favor, nana, Marian puede hacer lo que guste desde ahora. Aunque conservando el respeto por sus mayores y sus enseñanzas —siseó.
Marian fijó aquellos ambarinos ojos en Velikoj. Era esa una mirada que tanto recordaba a los de su madre y era la razón por la que Mirov podía llegar a ser tan estricto como blando con aquella chica. Su recuerdo le perturbaba y le hablaba como el viento ligero de forma gentil.
—Vamos, es hora de salir.
Marian respiró hondo, hizo un leve gesto hacia su nana quien la besó en la frente y susurró a su oído una frase que siempre había escuchado en la voz de la anciana: «Qué Elaysa cante a tu alrededor». Había leído y escuchado de la boca de sus tutores la historia tras ese nombre: Elaysa. Una sirena de aguas superficiales de un planeta olvidado; una mítica sirena al que el amor la abandonó y la deshonró. Sabiendo su historia, no entendía por qué su nana colocaba en las manos de un simple ser mitológico toda su confianza, aún más cuando el único dios en el cual creían en Riporld y en todo el planeta era: Lomus, un animal grande con la forma similar al de un lobo que podía convertirse en una sombra.
Sin dar más chance a pensar sobre ello, la joven tomó su camino al lado de su padre quien la esperaba paciente. Él contemplaba a la niña que alguna vez tuvo entre sus brazos y que ahora otorgaba su mano como una dama de sociedad. Mirov no podía estar más orgulloso del trabajo que había hecho Kalisa, de las enseñanzas de sus tutores: Emeral Blan y Rod Seren y de la increíble alumna que podía ser su hija. Aun así, había algo más que lo mantenía preocupado.
No confiaba en la parsimonia de la cual se regodeaba los líderes de Riporld, mucho menos de los gobernantes de Zaga, el planeta azul. Más allá de la atmósfera de aquel planeta había un mundo que él había visto desde sus escasos doce años y que deseaba que ella no conociera, pero sabía que el deseo era poco.
Al sentir la piel suave de los delgados dedos de Marian sobre los propios, él alargo una sonrisa nostálgica. Trató de cambiar sus pensamientos cuando ella levantó la mirada para verlo rozagante, llena de la dicha y la entereza que la caracterizaban. Mirov sentía la fuerza de la pequeña en sus ojos, solo por esa razón creía que ella sería capaz de aguantar el duro entrenamiento que la esperaba tras aquel día.
Si llegara a haber un día más.
El festín empezó con la tan ansiada aparición de Marian a orillas de los peldaños por donde bajaría. Un silencio se mantuvo en el salón cuando la joven comenzó a descender escalón por escalón con su mano alrededor del brazo de su padre y las miradas de los presentes en la pareja. Tanto mujeres como hombres mantenían la vista en aquella niña con rostro dulce pero altivo. Una mirada distinta comparada con la de su padre.
Su camino siguió hasta verse en el centro del salón donde un cuarteto empezó a tocar una melodía embriagante y padre e hija se movieron por el lugar al son de la música.
—Papá, ¿te encuentras bien? —preguntó.
Velikoj solo asintió con la cabeza. Sin duda alguna ella no lo creyó, pero no hizo ademán en insistir.
Con la primera sonata terminada, comenzó instantáneamente otra en la cual el resto de los invitados se unieron a la pista de baile.
A unos escasos veinte centímetros de la pista, Rod Seren observaba el baile entre los Mirova. Sentía plenitud con solo mirarlos pues si algo había visto en ellos era ese cariño sincero y fraterno que no creyó alguna vez ver en Velikoj.
Seren lo conoció hacía treinta años atrás cuando rozaba el límite del espacio y era tan atrevido como sigiloso; estuvo presente cuando los lazos de Amara Rigther y él se unieron, cuando le otorgaron tan distinguible insignia a Mirov y cuando la pequeña Marian nació.
—Si la sigues mirando de esa forma pensaran que tu afecto va más allá de la de un tutor —comentó un hombre de rostro fino y piel marmórea.
Sus cabellos rubios caían sobre sus hombros hasta su cintura, pero su mirada era tan turbia como el vaso en su mano.
—Mi afecto por Marian Mirova es incuestionable, señor Gagnt —resopló él mosqueado.
Gagnt sonrió pleno y consciente de su ofensa.
—Pues el mío si puede ser cuestionado —lanzó sin prudencia alguna.
Seren lo observó irritado. Gagnt se desencantaban por cuanta joven viera. Era sabido que mantenía a su lado a féminas de diversas edades, pero su honorabilidad no era cuestionada por todo lo que hacía por La Avanza. Ni siquiera Mirov podía atreverse a hablar demás y tal como sus más fieles soldados le habían hecho ver, no invitarlo sería una muestra de descortesía y ofensa que Gagnt pudiera usar en su contra.
—Por favor, no se moleste, aun cuando sea así se trata de la hija de Velikoj Mirov —sonrió audaz—. Nadie quiere meterse con el general, nadie que tenga cuatro dedos de frente se enfrentaría al más insigne perro de La Reina —dijo mordaz—. Lo que me lleva a preguntar ¿Por qué él, que ostenta tan distinguido titulo, el más importante de La Avanza yace aquí? Riporld es un bonito lugar, pero... Amoria es una ciudad exquisita. Mucho mejor que Riporld para cuidar de una niña y para educarla —comentó.
—Tomamos decisiones según nuestros gustos y conveniencias, señor Gagnt —zanjó Seren—. Por otro lado, cuando La Avanza necesite de Mirov, sabrán donde buscar. No es necesario que esté a los pies de La Reina para hacerse notar —zanjó.
Había dado justo en el blanco y se marchó lejos de él.
Gagnt no pudo evitar sonreír. Quiso poner en duda al tutor sin lograrlo, al contrario, Seren había puesto los puntos sobre las íes con una rapidez que se dignó a elogiar.
La noche avanzó rápido y sin contratiempos. Entre risas estreundosas, el sonido embriagante del cuerpo de música y los bailarines moviéndose de un lado a otro; la fiesta se encontraba en su punto álgido.
Mirov se dedicaba a observar a los presentes desde una mesa rectángular donde Emeral Blan, una mujer de cabellos crespos y piel negra envuelta por el aroma de una copa de vino y Han Lion, un hombre de ojos bravíos y sonrisa encantadora, lo acompañaban.
Habían conversado con toda calma de cuanto tema pudiera servirse en la mesa: de los logros de su hija, los elogios recibidos de cuánto hombre y mujer la rodeaba; de los problemas en el norte de Riporld hasta de los abanderados en la ciudad que ya empezaban a molestar y los Sibilantes. No había un día ni un lugar en que ellos no formaran parte del cuadro de temas escogido por los nobles o por sus soldados.
Para Lion no eran más que hombres y mujeres que se mantenían fuera de la legalidad del sistema y hacían cuanto acto deprochable les saliera en el camino, eran extraño a su modo y La Avanza debía manejarlos constantemente.
—Haces de luces —dijo en tono convencido—. Sé lo que te digo, Blan, los sibilantes tienen sus trucos y no bastará con una flota el terminar de exterminarlos. Son demasiados, cuando estuve bajo el mando de Forfeller estuvimos mucho tiempo tras uno de ellos y no sabamos aun cómo es que lograron salirse con la suya.
La mujer resopló contradictoria, ahincó su brazo de la mesa y se inclinó hacia el hombre con toda intención de intimidarlo.
—¡Solo hace falta coraje y valentía! El resto es cuestión de tonterías. Si crees que son invencibles, pues lo serán; hay muchas formas de hacer que caigan solo que La Avanza está muy ocupada en tonterías como ejércitos perdidos, vida más allá de esta galaxia y la perdida de la Tierra.
Han se rio sarcástico, mientras ella arqueó la ceja sin dar un paso atrás. Observó a Mirov por la comisura de sus ojos, esperaba que se pronunciara, en cambio encontró un carcajeo de su parte, pleno y consciente de lo estipulado entre ambos. Estaba de acuerdo. Los sibilantes eran hombres de trucos, sucios, pero trucos al fin. La Avanza por el contrario parecía temerosa cuando de ellos se trataba. Negó con suavidad.
—El ingenio del hombre y el coraje de una mujer —espetó. Tomó de los hombros a ambos contemplando las dudas entre ellos—. Es lo único necesario, a mi parecer.
—Usted siempre tiene una respuesta imparcial; algún día tendrá que estar de acuerdo conmigo —exclamó petulante el soldado.
Se levantó de la mesa contemplando su campo de acción y, con copa en mano, espetó un brindis a nombre de la tan reconocida familia
—Con el permiso de mi general, sacaré a bailar a su hija.
Mirov entrecerró los ojos con la comisura de los labios hacia abajo; era posible que esa imagen hiciera temblar a las personas, sin embargo no a Han. Velikoj alzó su copa y aceptó el brindis, asintió otorgándole el permiso a su subalterno.
Emeral se terminó su copa de un solo tragó y lo estrelló contra la mesa. Se cruzó de brazos y piernas levemente irritada, observaba a Mirova con el entrecejo fruncido.
—Así que solo ingenio y coraje. —Rechistó.
—En otros tiempos, eso era lo único necesario.
—En otros tiempo... Han pasado demasiados años, y ahora incluso los grandes se han desaparecido. Se volvieron polvo, con lo antiguos que son no me extrañaría.
Emeral miró a su alrededor antes de moverse en el asiento. Dejó que sus codos se posaran contra la mesa para observar los grisáceos ojos del general.
—En otros tiempos los sibilantes habrían sido cosa del pasado, pero no lo son. Ahora han obtenido tanto que... —La mujer suspiró abnegada—.Ella no está preparada para esto.
—¿Nunca la entrenaste, Emeral? —inquirió—. Te mantuviste al margen como te pedí.
Ella tragó, la mirada de Mirov refulgió como una estrella en la oscuridad.
—Pude haberle enseñado algo, pero fue poca cosa. Creo tanto como tu que Marian se merece una vida lejos del espacio, sin embargo que los Righter quieran hacer efectivo un simple trato —gruñó—. ¿Es necesario, realmente debes hacerlo?
—Mis planes son todo menos necesario y no hay vuelta atrás, tienen derecho a conocer a un miembro de la familia.
Había una lucha interna dentro de él mientras el mundo a su alrededor lucia feliz y complaciente. Nadie entendía por lo que estaba pasando, ni siquiera su familia más cercana y era mejor así. Conocer los secretos que ocultaba dispondría de un conflicto que ni él ni nadie estaban dispuesto a abarcar, aunque no dudaba de que algún día llegara el momento.
Marian reía con todas las vueltas que Lion le daba, la pequeña dama sentía la dicha y la alegría al lado de aquel hombre. Han solía hace que se escabulleran de sus deberes para tener largas charlas al margen de todos los compromisos de ella y él; conversaciones que iban desde su trabajo como subalterno hasta sus días en los puertos de Riporld donde grandes navíos manejados por La Avanza se reunían.
Uno de los más grandes deseos de Marian era entrar en alguna de aquellas naves interespeaciales. Seren se había mostrado especialmente descriptivo con ellos y Blan le había mostrado muchas imágenes de los diversos tipos que se podían encontrar. Así que aunque alguien se opusiera, ella entraría en uno de ellos. Lion cambió el baile cuando el compás se volvió más suave.
—¿A cuántos has mandado a volar? —preguntó Han.
Marian arrugó el rostro y negó con la cabeza.
—A todos —dijo orgullosa.
Lion se carcajeó ante la ocurrencia de la chica.
—Si sigues así no encontraras a alguien que te aguante —espetó irónico.
—No sé por qué a todos les interesa eso. Incluso varias de las hijas de Savra y Welhich piensa únicamente en ello —exclamó hastiada.
—Es la vida del noble, Marian. Las hijas de la nobleza son criadas para ser esposas amables, serviciales y...
—Caprichosas y tontas a excepción de Cari Trent —continuó victoriosa.
—Cari Trent anduvo por pasos peligrosos, Marian ¿Qué sabemos ahora de ella? Nada —regañó—. No hagas de ella un modelo a seguir, sé tu propio modelo.
—Mi propio modelo me dice que no quiero ser solo una esposa. Lo estuve pensando —Una sonrisa se aproximó a su rostro más no dijo nada.
—¿Qué estás pensando? —inquirió él, curioso.
—Le pediré a mi padre el permiso para ingresar a la Academia Espacial de Riporld —dijo con plena seguridad.
Han aguantó la sonrisa en sus labios. Marian podía llegar a tener el carácter de su padre, pero su entereza, aunque no lo quisiera ver, venía de su madre.
—Es verdad. Marian Mirova quiere hacer lo que desee —exclamó a modo de recordatorio—. No es una mala idea, pero aun así debes tener presente algo, chiquilla.
—¿Qué?
—Debes ser capaz de enfrentar tus actos. Y la academia no es para cualquiera, Marian. Si lo permite, no serás la hija del general, solo una recluta más.
Marian hizo de sus labios una mueca.
—¿Y qué? Pretendo ser la mejor recluta que tengan ¡Lo haré! —zanjó.
En la terraza Seren disfrutaba de un vaso de licor que lo calentaba del frío que acechaba la noche. Riporld se caracterizaba por sus prominentes riscos, lugar donde varias de las castas nobles se asentaban. Era el sitio idílico para ellos, un recuerdo de que la cima puede estar tan cerca del fondo, pero a pesar de que Rod lo veía de esa forma, la realidad era que aquel lugar contaba con todos los deseos terrenales de los adinerados. El risco, aquel profundo lugar donde las olas del mar rompían con una fuerza superior, era tan solo un desperfecto en toda la panorámica.
Velikoj se acercó al sujeto, palmeó su hombro dos veces con fraternidad. Para el profesor no era necesario girar. Sabía cuándo él estaba cerca, escuchaba sus pasos, sentía su aroma y su respiración, no había perdido ninguna de sus capacidades.
—Escuché algo de tu conversación —recordó Seren. Sonrió—. Hay mil formas, pero ninguna practicable si deseas salir ileso.
—Es curioso cuando ambos tienen razón. —Musitó.
—Y sin embargo Emeral habló desde la perspectiva de las emociones.
—Es el corazón de ella lo que la hace valiosa, maestro —murmuró, se posó sobre la baranda donde terminaba la terraza y empezaba el peñasco.
—¿Es hora? —preguntó aunque sabía la respuesta.
—Pediré tiempo —resopló.
—¿Cuánto?
—Lo necesario para instruirla mejor. Sé que Emeral no se quedó quieta, que le habrá enseñado a defenderse y Kalisa se lo debe haber permitido; pero debe aprender más —exclamó tajante. Seren sonrió con pesar.
—Necesitarás mucho tiempo y ellos no querrán esperar —susurró—. Debe haber otra manera.
—No la hay —exclamó Mirov—, si la hubiera ya habría hecho algo —rugió—. Por eso debo pedirte un último favor, Seren —murmuró convincente.
Se irguió ante él expectante, aunque por el tono de su voz y la mirada fría en su rostro podía imaginar qué era.
—Acompáñala. Quiero que vayas con ella, no puedo permitirme dejarla sola y para eso nadie mejor que su tutor.
Seren asintió.
—No la dejaré ni un segundo. —zanjó.
Emeral se acercó al dueto con el rostro pálido y el intercomunicador entre sus manos, respiró hondo para que su voz no temblara llena de impotencia. La mirada de Rod sobre ella la descubrió, no hizo falta que dijera más. Le cedió el aparato a Mirov con la ira puesta en sus ojos.
—Estan aquí —murmuró Seren.
Un segundo fue suficiente para Mirov escuchar las instrucciones. Cortó comunicación y se acercó a Blan, apretó su hombro con cariño, ponía toda su entereza en la mirada rabiosa de su compañera de viajes.
—Esten atento.
Terminó por decir.
—Dejame ir contigo —Pidió ella.
—Te necesito aquí —dijo.
Hizo acopio de las peticiones del hombre, Emeral se quedó en el lugar, molesta e intranquila, pero sin poder hacer más que esperar a que el general regresara por sus propios medios.
El aerodeslizador se movió con gran velocidad por el viejo camino, abarcaba en varios segundos el centro de la ciudad. Con los gloriosos jardines de Aveta, lugar donde la nobleza vivía; su vista se fijaba en la cantidad de edificios de pequeña envergadura donde la mayoría de los ciudadanos vivían y comercializaban desde piedras preciosas hasta licores de dulce sabor, una de las cosas por los cuales era conocida la ciudad. Los adoquines de un color turquesa revivían las calles donde mástiles azabaches culminaban con faros luminiscentes y en otros casos estandartes con la imagen de Lomus.
Al final, el puerto se mostraba imponente con dos edificaciones ostentosas de colores grisáceos, una puerta elaborada en cristal que se abría con la sola presencia de la personas. Mirova dio grandes zancadas por el vacío lugar donde el puente grisáceo se mantenía fijo. Era un día de fiesta en Riporld: El día de las Amtías, cada año el brote de piedras preciosas era mayor durante un solo día, el mismo en que su hija había nacido. Las amtías eran piedras de tonalidad turquesa que resplandecen con solo colocarlas al sol, su difunta esposa los adoraba, pero adoraba aún más saber que el fruto de su vientre nacería un día como aquel.
Mirov contrajo el rostro al encontrar varios navíos de dudosa procedencia en el muelle de Láboras. El hombre cerró sus manos volviéndola puños y comenzó a caminar acortando la distancia.
Un hombre enfundado en un traje de cuero negro, con un cinturón que atravesaba su pecho, zapatos que llegaban a sus pantorrillas y unos ojos negros como la noche, lo observaban sirviéndose de una sonrisa rota que molestaba al general.
Erna Teber era un hombre de muchos años a cuestas, en algún tiempo Mirov lo conoció como un hombre de palabras inocuas, vagas, con la capacidad de vender su alma y probablemente de meterse en cuanto problema surgiera. No dudaba de que ello no hubiera cambiado ni un ápice, sin embargo no podía evitar ver que el hombre frente a él lucía más maduro, quizá por la edad o la mirada que le otorgaba, aun así no dejaba de ser un peligro. Uno que se atrevía a acercarse a su familia más de lo debido.
—¡En otros tiempos, Velikoj "Smog" Mirov, tu y yo estaríamos en la misma mesa comiendo y bebiendo! —Exclamó efusivo—. Pero no son los mismos tiempos, ni las mismas mesas las que alguna vez nos unieron —farfulló, abandonó toda alegría de su voz.
—Podemos comer y beber de la misma mesa siempre que así lo desees, Teber.
Mirov lo observaba sereno, no obstante nada en él estaba tranquilo como quería hacer aparentar.
—Podríamos, pero no es el momento ni el lugar —recalcó. El hombre negó con una media sonrisa en sus labios—. Vayamos a lo que nos concierne ¿Cómo esta ella?
—Como la imaginarás.
—¡Ah! Como la digna hija de Amara...
—Y mía.
—¿Y dónde está? —preguntó él, fijaba su mirada en cuanta pieza se encontraba detrás de Mirov.
—No ha venido conmigo, Teber —comentó—. De hecho, debo pedirte dos cosas.
Teber se cruzó de brazos con una sonrisa burlona en sus labios.
—¿Pedirme dos cosas? Creí que todo había quedado claro.
—Erna...
—¡No! —Lanzó con las manos al aire—. No digas nada, estoy ansioso por saber —Aclaró.
—Necesito tiempo, ella debe prepararse para esto.
—Tuviste el tiempo necesario —zanjó.
—¡Requiero más! —rugió—. Los Righter pueden esperar.
—No —contraatacó—. ¿Algo más?
Mirov sintió el deseo de romper el cráneo del hombre con ambas manos, le sería fácil hacerlo, lo había hecho en tantas ocasiones que no le costaría nada intentarlo, pero había algo contra lo que no podría: La tripulación.
—No se irá de aquí sin el resguardo y protección de Rod Seren —esbozó.
Teber amplió los ojos y resopló.
—Seren no es precisamente alguien que proteja.
—Es más que suficiente.
—Está bien. No pondré en duda tus decisiones, raras y poco fructíferas —esclareció—. Espero que te hayas despedido de ella antes de venir aquí —comentó
Mirov entendió lo que quiso decir, lo que planeaba e incluso lo que sucedería.
Le costó pocos segundos verse entre las edificaciones y notar el humo salir de las inmediaciones a La Aveta. Erna Teber había dado un paso más allá.
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