Capítulo 28
Lograron pasar desapercibidos.
Sumidos en la oscuridad no pudieron ser vistos por las bestias, pero a partir de entonces deberían actuar con cuidado. No tenían forma de iluminarse, el último foco de Yuri empezaba a titilar. Lo apagó como pudo mientras se aferraba al muro de rocas con todas sus fuerzas. Zel trataba de seguir en línea horizontal. Había lanzado una bengala al fondo del acantilado y había desaparecido. No tenían tiempo para buscar el fondo mucho menos para arriesgarse a tanto.
Zel fue el primero en escalar, se asomó al linde del desfiladero y notó que estaban solo. Se sostuvo como pudo, una vez en tierra lanzó una cuerda para ayudar a Yuri. Con ambos en pie, retomar el camino era necesario. Gold hizo ademán de volver a encender su foco, pero él se lo impidió.
—La luz los atrae. —susurró Zel—. Debemos andar a oscuras.
—Tenemos suerte de que el satélite ilumine un poco —lanzó con desgana.
Luego de largo rato, las esperanzas de Yuri se iban al inodoro. A su lado escuchaba el rugir de las bestias, habían incluso rozado con ella. Para su fortuna no osaban a atacarlos. Sus capacidades estaban muy limitadas, algo que agradecían enormemente. Alcanzaban ya la mitad del camino cuando Zel lo notó. Una luz en el horizonte, lejano para ellos y para la ubicación de Anaquil. Los sibilantes habían llegado.
Zel miró a su compañera tomar su arma y recargarla. Tan pronto como estuvieran cerca de Anaquil no solo deberían luchar contra la fauna del planeta, debían hacerlo contra los sibilantes. Zel no dudaba de que se tratara de las mismas personas que estuvieron en Ugen. Ya había probado el sabor de una derrota, no lo volvería a hacer. Si Yuri quería esa nave, la tendría a como diera lugar. Le hizo una seña a Gold para que se agachara. A su lado los narates corrían hacia la luz en una estampida hambrienta. Zel confiaba en que estarían demasiados distraídos para darse cuenta de ellos.
Cuando vio lo necesario empezó a correr al lado de ellos con Gold a su espalda. La fémina, con arma en mano, miraba su alrededor dispuesta a disparar. Observó el horizonte donde las luces blanquecinas llamaban la atención de cualquiera. Varias siluetas se postraban sobre sus cabezas, con alas y un intenso rugido, Gold tragó fuerte.
Cuanto más se acercaban más podían escuchar los gritos. Absolutos, llenaban la oscuridad silenciosa con cada gemido de terror. Podían estar a varias horas lejos de ellos o tan cerca que incluso estarían frente con frente. No lo sabían, las luces se habían apagado en cuestión de segundos y los disparos resonaron por todo el lugar así como los gritos de hombres desesperados y narates hambrientos.
Yuri fijó la vista en su objetivo, entre la maleza que empezaba a notar con cada paso estaba Anaquil, oculta, casi invisible al ojo humano. El navío se había vuelto uno con la naturaleza, pasaba desapercibida para cualquier que no la buscara. No obstante, el punto de encuentro era claro en los dispositivos de Zel, estaba ahí, debajo de un torrente de tierra y roca. Temía que no pudiera volar, después de todo sería su única opción para salir del lugar.
El hombre golpeó con fuerza las rocas sacándolas de su vista. Excavaba de manera tal que deseaba encontrar el final, hasta que se topó con una coraza dura y metálica. La golpeó varias veces con la culata de su arma, el tintinar característico resonaba. Giró alegre por haberlo conseguirlo, y para ver esa misma alegría en los labios de su compañera. Se había dado el tiempo para sentir felicidad, luego de ello retomó la vista a la nave. Debía buscar el panel para abrir la compuerta, estaba en uno de sus laterales, así que, con sus manos, sacando la tierra de su camino, buscó el panel hasta dar con él. Yuri le sostuvo por breves segundos.
—Espera...
—No hay que perder tiempo.
Ella asintió, estaba de acuerdo.
—Yo lo haré —exclamó y pulsó el panel. No reaccionó.
Torció el gesto, temía que estuviese descompuesto. Golpeó tantas veces como pudo producto de la ira.
—¡Basta! ¡Yuri!
No se detuvo hasta que escuchó un sonido proveniente de la nave. Zel contempló el panel activándose, escaneaba la huella dactilar de la mujer y se programaba para abrir la compuerta de entrada.
Con la puerta abierta y las luces reflejándose en el exterior, los narates fueron a su encuentro. Ambos corrieron hacia la entrada y sellaron a medias la compuerta. Aunque una de aquellas bestias logró entrar, Gold revisó con la mirada el lugar sucio y pestilente, buscaba algo que le ayudase a detenerles. Tomó una palanca y la clavó en el animal mientras Zel buscaba la manera de cerrar la entrada por completo, sin embargo nada de lo que hacía parecía funcionar.
—¡Zel! —gritó Gold.
La observó por breves segundos y continuó.
Él tecleaba con prisa en la pantalla holográfica que estaba a un lado, ponía todo su conocimiento de aquellos días en los que introducirse en los sistemas habían sido su pan de cada día. Luego de varios segundos en que las fuerzas de Gold parecían disminuir, las puertas se comenzaron a cerrar. Gold luchaba contra los animales alejándolos como podía hasta que sintió los afilados dientes traspasar su carne generando un intenso dolor que la hacía gritar.
Creía perder su brazo junto con la puerta.
Zel cayó con ella encima al halarla. Se levantó de inmediato y tomó parte de su ropa para hacer una venda alrededor de la herida. Sangraba demasiado, más de lo que pudiera imaginar y el dolor era insoportable para ella. La levantó sosteniéndola por su cintura y emprendió el camino al interior de la nave. Necesitaba con urgencia recostarla, administrar medicamentos que seguramente no encontraría en la nave.
—Olvídalo —gimoteó. Zel no la escucho—. Zel, olvídalo —repitió.
—¡Idiota! no pienso dejar que te desangres —Ella se dejó caer al suelo llevándolo consigo.
—Ahora mismo lo importante es hacer andar esta cosa. Ellos están ahí afuera y vendrán en cualquier momento. Resistiré, te lo prometo, pero debemos comunicarnos con Granier y hacer que se hagan cargo de los sibilantes —espetó, debía hacer que su compañero se centrara en lo mas importante.
La levantó en brazos luego de odiarse por seguirla y no por hacer lo que creía mejor. La vida de ella era más valiosa que la de él o la de cualquier otra persona.
Se movió por el lugar hasta dar con la sala de controles la cual yacía en la oscuridad. Las luces titilantes blanquecinas apenas podían mostrar el gran salón que era, aún más el asiento del capitán exuberantemente adornado de forma tal en que fuera el asiento de un rey. Dejó a Yuri acomodarse sin poder dejar de ver la herida, seguía sangrando a pensar de todo. Sintió una leve caricia en su rostro. Levantó la mirada hacia aquellos ojos decisivos que ansiaba cuidar más allá de ese día.
—Vamos, hay que hacer volar esta cosa ¿no? —Negó—. No te detengas por mí.
—No lo hagas más difícil —agregó él. Ella arrugó el ceño sin comprenderlo, él vio que era así—. Me refiero, a que no te muevas de ahí. Te conozco Yuri Gold, más de lo que imaginas.
Ella le mostró una sonrisa llena de confidencia.
—No me moveré.
Parte de la programación era desconocida para Zel, cada una de las pruebas de fuego que intentaba activar en la nave era inmediatamente sacada de línea. Era como sí, de alguna manera, Anaquil fuera un ser vivo que intentara por todos los medios no ser comprometida. Zel lo intentó varias veces, Yuri lo escuchó frustrarse, decir improperios y golpear el panel. Nada funcionaba, nada lograba habilitar las pantallas ni darles el acceso que requería.
La pantalla se iluminaba cada cierto tiempo con la imagen rectangular donde titilaba la frase: activación de códice incorrecta. Gold la miró por última vez cuando decidió observar por sí misma lo que ocurría. Zel le explicó haciéndola temblar. No eran los únicos en el planeta, era cuestión de segundos para que aquellos que estaban ahí fueran por la nave. Estarían perdidos si se diera el caso. Eran dos personas, con grandes capacidades, sí, pero incapaces de enfrentarse a la cantidad de personas que se encuentran en las naves de un sibilante.
—¡Rayos! —gritó él, frustrado.
Anaquil era una nave difícil de manejar, muy difícil, lo sabía aun con la esperanza de poder tomarla.
El rugir de los narates se escuchó en todo el lugar. Gold desenfundó su arma apuntando hacia la puerta. Los sentía tan cerca, dentro, junto con ellos. Algo imposible pues habían logrado sellar las compuertas y lo único que había entrado sería sus cabezas aplastadas y la sangre que manchaba las paredes.
Un nuevo rugido. Zel miró a su compañera. Con arma en mano, caminó sigiloso hasta las puertas de la sala principal. A su lado, el panel para abrirlo aguardaba por él. Yuri estaba frente a él. Asintió. Esperaba a que se abriera.
Ambos se movieron temerosos de encontrar el narate. Nada. Estaba vacío. Las luces titilaban, el crujido del cableado sobre sus cabezas sacaba chispas. No había nada más que ellos dos y el ensordecedor sonido que los atrapó y los arropó. Gold gritó de horror cuando fue atrapada, la oscuridad, sea lo que sea que estuviera ahí, la llevaba consigo mientras desgarraba su carne. Zel disparó varias veces hasta que su arma se atascó. Sacó la navaja de su funda, trataba con todas sus fuerzas recuperarla. Yuri se retorcía en las garras de lo que sea que la tuviera. Sintió sus dedos enrojecerse y sangrar cuando intentó de sostenerse del suelo.
Zel la tomó de los brazos halándola con fuerzas hacia él, pero poco podía hacer, luchaba contra algo más fuerte que él. Un golpe la sacó de sus cabales. El mundo orbitaba a su alrededor entre que la voz desgarradora de Gold resonaba a lo lejos de manera en que estuviera en algún otro lugar. Intentó levantarse, luchar con aquello pero volvió a caer de bruces cuando otro golpe le hizo chocar contra la pared. Quedó inconsciente.
—¡¡Zel!!
Zel abrió los ojos al escuchar que lo llamaban, su vista estaba distorsionada. Apenas podía reconocer a alguien hasta ver el rostro de Yuri nuevamente y sus ojos llenos de alegría por verlo. Frunció el ceño convencido de que ella se encontraba en las garras de quien la estaba llevando, sin embargo se encontraba ahí, frente a él con una sonrisa llena de dicha por verlo abrir los ojos. Ella llamó a alguien e inmediatamente el lugar se llenó de luces. Las pantallas se encendían. Mapas de navegación, de la estructura de la nave y de la situación fuera de ella les envolvía.
Él rozó con sus dedos el rostro de Gold quien sentía nostalgia con tan solo sentirle. Cerró sus ojos por breves segundos para luego erguirse frente a él. Había estado por largo tiempo acuclillada a su lado, esperaba porque él despertara.
—Bienvenido de vuelta —murmuró—. No sabes cuánto ansiaba mostrarte esto —exclamó.
—¿Mostrar? —inquirió.
A un lado, lejos de ellos como una intrusa que les daba tiempo para asimilar todo, la imagen holográfica de una joven menuda con la cabellera negra cubriendo parte de su rostro y sus azulados ojos tomándolos por completo hasta su esclerótica aguardaba por una orden.
—¿Quién es?
—Mi nombre es Ilu, soy la inteligencia artificial de Anaquil, en pocas palabras, soy Anaquil aunque me gusta verme como una identidad aparte.
Yuri negó sonreída.
—Tampoco pude entenderlo la primera vez que lo dijo —comentó.
—Capitana un grupo se acerca. Deberé encender el escudo. En el estado actual de la nave puede que sientan el rebote debido a las fallas en ciertos sistemas que están en reparación. —Anunció.
—Los sibilantes —masculló Zel levantándose—. Si pudiéramos volar de una vez no tendrías que activar ningún escudo.
—Ya lo intentamos. Hay una gran falla que Ilu ha estado reparando. El armamento es muy viejo, pero si es necesario debes usarlos, Ilu.
—Entendido.
Zel contempló el sitio. Distinto a la sala de paneles principales y navegación donde antes se encontraban, parecía una zona alterna. Miró a su compañera inquieto por todo y por no saber qué había ocurrido.
—Te debo una explicación —farfulló encogida de hombros—. Por ahora no puedo decir mucho, también me deben una explicación.
—Entiendo, esto nos sobrepasa ¿No es así? —confesó angustiado.
Ella lo confirmó aunque la sonrisa y entereza en su rostro hablaban de algo que él aun no entendía y que esperaba saber tan pronto como salieran del planeta.
Un estallido les hizo volver a la realidad. Las pantallas mostraban el grupo del que Ilu hablaba. Estaban ahí, y harían lo posible por tomar la nave costara lo que costara.
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