Capítulo 24

Mirov observaba la tierra bajo sus pies con el corazón contraído en un sentimiento tan doloroso que a penas y podía mirar al resto. Ver el cuerpo desangrado de su amigo de aventuras lanzado al vacío y la incomodidad de saber que era una bala la que había puesto fin a su vida, lo carcomía. No tenía que hacer averiguaciones ni esperar por nadie para saber que Teber había logrado uno de sus objetivos. Las investigaciones, al final, solo confirmaron lo que él sabía de sobra. Por tratarse de quien fuera había recibido un entierro digno de un civil cualquiera y allí, a cinco metros debajo de sus pies, Velikoj sentía la sangre escocerle.

Kalisa se quedó a varios pasos detrás de él con lágrimas en su rostro y el temor de saber que su niña, la persona que había cuidado hasta sus quince años, podía obtener el mismo destino. Estaba destrozada, afligida, pero en pie. Sabía que Mirov haría lo que estuviera en su poder por conseguirlo aun en las adversidades.

El General miró a su derecha la silueta de aquel soldado que por mucho tiempo había sido su sombra. Strager era una piedra a la cual deseaba aplastar. Se alejó de la anciana con miras al hombre que no variaba su posición ni su mirada severa. Al estar en frente de él lo saludó y aguardó.

—Lamento su perdida —comentó.

Velikoj no se inmutó.

—Tengo entendido que era un hombre de su confianza. Uno de los que desapareció aquel día. Me intriga, y lamento que sea en estas circunstancias ¿Por qué cayó desde una nave reconocida por pertenecer a los sibilantes? —inquirió imponente.

—Si me da su apoyo, General, puedo darle algo que por tanto tiempo han buscado.

Strager se cruzó de brazos, ladeó la cabeza. Bufó.

—Siempre fuiste un pirata —masculló.

—Uno valioso. He allí la razón de mi posición.

El hombre torció el gesto evidentemente asqueado.

—¿Qué necesita?

Velikoj contempló el amplio jardín de flores naturales en rosas pálidos y blancos, la cantidad de pantallas que en el suelo se encontraba y la gramínea verdosa que lo hacía parecer natural. Iba a cambiarlo todo por un manto oscuro lleno de luces blanquecinas.

—Su silencio y algo más —respondió.

Esperó a que Strager respondiera, sin embargo tan solo se devolvió por el mismo camino que había tomado donde un fraguet aguardaba. Una mirada y un asentimiento bastaron para saber que callaría a cambio de su propuesta.

Todos los días recibía de primera mano los avances de Sarasay, estaba optimista no lo podía ocultar más aun cuando estaba frente a un hombre que ansiaba volver al espacio de una vez por todas. Sin embargo, el intercambio de palabras con Strager lo había dejado con un mal sabor de boca. Le iba a dar algo a ese hombre que no esperó ver en algún momento en manos de La Avanza. No tenía idea de qué harían con él, pero si lo buscaban lo único que podía intuir es que deseaban lo mismo. La razón tras la que la mayoría de los sibilantes morían por solo quererlo y es que profesaba poder aun por sobre los Grandes. Uno que les daba la libertad para hacer y deshacer a su antojo. Sabía que muchos no dudarían en hacer con ello lo que más creían conveniente bajo sus propios intereses.

Teber estaba entre ellos, sin dudarlo.

Strager era del tipo que cumplía sus palabras.

Cuando lo conoció supo que estaría bajo su lupa esperando al momento conveniente para entregarlo a La Ilada como un traidor de la misma manera en que él había entregado a Han Lion bajo otros cargos imputados. El titilar de una pantalla a su derecha y el sonido incesante lo sacó de sus pensamientos. La primera imagen que recibió fue lo que había esperado por tanto tiempo. Mirov se levantó del asiento y salió con pasos decididos fuera de la habitación.

Emeral estaba adolorida por la pelea, triste por la muerte de Rod Seren y con sentimientos de culpa por igual. Temió haber sido engañada por él; que el espacio lo hubiera cambiado tanto como para que no fuera más quien una vez conocieron y dudó aun con la evidencia de su estado físico. Contemplar el estado de Girón amarrado, amordazado y golpeado hasta dejarlo al punto de necesitar varias operaciones hizo que sintiera odio por él y cariño por el pasado. Con su muerte se abría una herida que necesitaba escuchar su perdón pero que ya no tendría forma de oír. Miró a Velikoj a su lado con los ojos cristalinos y su rostro severo.

—Hay algo que debo pedirte —dijo Velikoj.

—Lo que sea.

El edificio central de La Avanza en Riporld tenía su lugar en una pequeña isla que comunicaba con el resto de la población a través de una autopista que atravesaba la distancia entre ambos lugares. Alzada cual estandarte de respeto, se componía de cuatro torres interconectadas estrechamente entre sí de un tono blanco con un muro del mismo color. En su centro, el símbolo de La Avanza representada por el ya conocido lobo revoloteaba en un fondo azulado con orillas de color dorado. En su interior Walter Strager caminaba con el rostro compungido y los brazos hacia atrás. Había, en cierto modo, traicionado parte de sus ideales, pero lo valía. Todo sea por servir.

Miró hacia atrás, esperaba no ser visto por nadie y se adentró en una puerta en su lateral. Recibido por una voz artificial, el hombre bajó el nuevo sendero, más angosto que el primero, hasta la entrada a un amplio salón donde diez hombres le esperaban y, detrás de ellos, Mirov y Emeral Blan. Frunció aún más su expresión dura y se dirigió a los hombres. Ocho de ellos, técnicos especializados en la construcción de naves, los otros dos eran pilotos. Les aclaró su situación, qué debían hacer, a quién se reportarían entonces y lo que sucedería si alguno llegase a hacer algún comentario inoportuno. Strager les conocía, su gloriosa Aquelarre estaba en manos de ellos por lo que no dudaba de sus capacidades.

Fijó caminó hacia el general y, ya a su lado, esperó.

—Ya han sido informados —comentó con la vista puesta en el navío que usarían para llegar a su destino—. Confío en que los devolverás a Zaga una vez hayas terminado. Mis hombres no pueden verse expuestos gracias a tu cruzada —aclaró.

Velikoj observó al hombre y asintió con sorna.

—Vendrán de vuelta sanos y salvo —zanjó

—¡Velikoj Mirov! Si por alguna razón debo salir y buscar tu cabeza. Debe saber que lo haré gustoso.

Emeral observaba al par de hombres en sus asientos dudosos del lugar al que se dirigían. Había decidido copilotar hasta el planeta aun cuando uno de ellos se había negado rotundamente. Solo hizo falta que Velikoj se pronunciara para que la dejaran hacer su trabajo.

El lugar de mando era una tumba.

Un silencio incomodo los abrazaba. Fuera de eso bastaría con un par de días para verse en el planeta.

Abel compartía una jarra de cerveza con su amigo de casi toda una vida cuando la última hora de la jornada acababa. Sentados sobre el techo del hangar donde habían pasado los últimos días, ambos observaban un cielo despejado con colores anaranjados, púrpuras y toques de azul. Abel suspiró, se desesperezó luego de estar por largo tiempo sentado. Le aterraba ver a Maxiliam tan callado, tan poco alegre y sin ánimos ni siquiera para buscar un par de piernas como solía hacer. Palmeó su hombro al notar su mirada severa e hizo una mueca que hizo pasar por una sonrisa.

—Vamos, hombre. Esto va viento en popa.

Él estaba de acuerdo. Claro que sí, pero su preocupación iba más allá. Justo al futuro incierto que los abordaría en cualquier momento.

—Seguro, sí. No falta nada y no es por eso que me siento tan terrible. —respondió—. Ellos se irán —susurró.

Tomó un sorbo que pasó como un trago amargo. Abel negó resoplando.

—No se puede esperar menos de ellos. Se trata de tu tío —Recordó.

—Sí, pero se trata de mi madre. Sé que mi padre puede lidiar con eso —espetó señalaba el cielo con la mirada—, pero mamá es distinta.

Abel abrió los párpados sorprendido.

—Tu madre, la señora, la propia: Sarasay, es capaz de dejar muerto en la lona a cualquier tipo que se le atraviese ¿Y dices que es distinto? —carcajeó—. Aunque te entiendo, no me gustaría ver a alguien que aprecio metido en todo esto. Después de todo trataremos con "joyitas del espacio".

—Quizá me esté haciendo de ideas absurdas —Resopló—. Todo por recuperar a mi querida prima.

Abel enarcó una ceja con la jarra en sus labios.

—¿La conociste?

Él asintió con la cabeza, no pudo evitar mostrar una sonrisa sincera en sus labios.

—Era una chiquilla de nueve años la última vez que la vi. Hacía toda clase de preguntas; era decidida, muy decidida. Decía que cuando ella alcanzara status haría de mí su segunda mano porque confiaba en mí y en Han Lion. Ese día llegamos demasiado tarde. Mi tío sangraba demasiado y su expresión daba miedo. El lugar se había reducido a nada. Ese día mi madre supo que él haría lo que en años no hizo: volver al espacio.

Maxiliam se desperezó y suspiró. Las últimas líneas de aquel cielo terminaban de desaparecer en su panorámica.

—Ser tripulante de una nave donde el Capitán sea mi tío va a ser difícil de llevar. Mi madre me decía que él era un tipo duro, respetado por todos y temido por igual. —Recordó.

—Estaré listo cuando la ocasión llegue —respondió Abel.

Maxiliam sabía bien por qué lo decía. Abel no desistiría de su decisión. Estaba hecha y por más que alguien quisiera hacerlo cambiar de opinión no lo haría. Maxiliam había lanzado su última carta tras aquellas palabras. Conocía la terquedad de su amigo así como sus deseos. No podía hacer más que afirmar y sentirse tranquilo pues tendría una mano derecha inigualable.

—Yo espero que lo estés, porque amigo, con sinceridad te digo que vamos justo a la muerte.

Con el paso del tiempo las horas que abarcaban para la llegada al planeta habían terminado. Un rosáceo cielo los sorprendía e invitaba a quedarse. La cantidad de escultura de mujeres con bellezas exóticas dejaba perplejo a los hombres que acompañaban a Mirova. El sendero de piedras amarillentas, los arbustos florales en los frentes de los locales y la calidez con la que las personas conversaban entre sí los tocaba de manera en que deseaban quedarse allí. Habían sido hipnotizados como todo aquel que llegase al planeta por primera vez. Mirov había nacido allí, en un callejón donde las casas de colores celestes recibían los primeros rayos del sol. Con el tiempo, sus padres adquirieron tanto poder como para tomar otro lugar como su nuevo hogar.

Al final del camino, los hombres bajaron por una intersección donde las casas y locales quedaban atrás para dar paso a grandes estructuras. Luego de un largo recorrido el primer avistamiento hizo suspirar a Velikoj. Llevaba muchos años lejos del planeta, creía haber olvidado cómo era el lugar donde su padre solía llevarlo y, para su sorpresa, el sitio seguía estando ahí, pero con ciertos cambios que no dudaba fuesen gracias a su hermana. Sabía que tan pronto ella lo tomara haría del recinto su segundo hogar y así era. La amplia entrada de varios metros de largo por ancho en tono perla ocultaba detrás la razón de su llegada. Inesperada, claro está, pero necesaria.

Entró en el complejo para contemplar el colosal que, sin duda alguna, pronto estaría en el aire. El viento fresco del exterior sobresaltó a Sarasay, aún más el sonido de la puerta al abrirse y ver a aquellos hombres entrar. La imagen familiar, sus ojos severos, las líneas de expresión alrededor de su mirada y las líneas plateadas en su cabellera mostraban, a pesar de todo, al hombre que alguna vez siguió por todo el sistema. Mirov estaba inmutable hasta que su vista se desvió hacia ella. Una sonrisa genuina se mostró en sus labios y rápidamente corrió hacia ella para abrazarla.

—Hijo de Elaysa, ¡¿por qué no me has avisado que vendrías?! —Resaltó ella alegre.

—Fue una decisión repentina, Sary. —dijo.

Ella miró a la decena de hombres. Los trajes negros y el armamento en sus caderas mostraban de donde provenían.

—Son mecánicos. Los mejores en Riporld. Aprovéchalos, necesito que eso esté en el aire pronto —comentó señalando al navío.

Sarasay se incorporó, caminó hacia los hombres con una sonrisa vil en sus labios.

—Espero que sean tan excelentes como dicen —susurró.

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