Capítulo 2


Marian había dejado de bailar hacía ya varios minutos cuando el cuerpo le pedía un descanso y el extasis del momento no le dejaba más que una vaga sensación apoderándose de su cuerpo. Se sentó en uno de los banquillos dispuesto en los jardines, contemplaba el manto negro que se cernía sobre sus cabezas. Prefirió esconderse de Han Lion por unos segundos hasta que la encontrara de nuevo, como siempre sucedía.

Aquel día se estipulaba como la noche más memorable que pudiera haber pasado. Sentía el aire correr por sus pulmones y una llamarada arder en su fuero interno, una sensación que la envolvía como si fuera el viento. Aun así también cabía la tristeza. Hubiera sido aún más memorable haber recibido aquel día con su madre a su lado, sin embargo diez años habían pasado desde que murió. Recordaba poco de la mujer que la cargó en brazos, le dio de comer y jugó a su lado, aun cuando su padre se encargaba de que recordara la imagen de Amara Rigther.

—Marian...

Seren se acercaba a ella con paciencia, observaba el rostro apasible en la joven que le mostraba una sonrisa a su maestro.

—Hermosa noche —murmuró él.

Observaba los jardines siendo engullidos por aquel cielo estrellado.

—Si, lo es. —Cabizbaja la joven se aferró al banquillo y se meció—. Maestro, mi papá decía que días así los veía siempre, allá arriba y que ella los adoraba ¿A ella le hubiera gustado estar aquí?

—¡Por supuesto! —contestó efusivo—. Eras los ojos de Amara. No había día en que no se emocionara por cada pequeño logro que obtenías —rio—, desde cepillarte hasta vestirte por ti misma.

Ella sentía la emoción que causaba en su maestro recordarla. En algún momento escuchó decir de los labios de su nana que su madre era una mujer muy querida, no solo por su padre, también por todos quienes la rodeaban.

Seren notó la mirada enternecedora en su pupilo, la rodeó con los brazos e hizo que la chica se sintiera confortada y abrigada, ahí donde ella se debía sentir más segura. Rod Seren mantuvo la mirada en el horizonte donde una estela fluorescente iluminó el cielo, una imagen que le preocupó. Marian dio varios pasos hacia el lugar de donde provenía intrigada de aquella luz que había alumbrado la noche.

—¡¡Marian!!

Rod corrió hacia ella, tomó del brazo a la chica y haló consigo, sin embargo el campo de expansión de la estela los elevó varios metros hasta caer entre los arbustos finamente cortados.

Esa sensación que se movía por cada parte de su cuerpo era una que él la había vivido hacía mucho tiempo, el dolor de las magulladuras y las laceraciones eran algo que no podía olvidar, pero que quería dejar de sentir. Se movió por el suelo con el corazón palpitándole y un pitido sordo que aullaba en sus oídos. Abrió los ojos como pudo para buscar el cuerpo de Marian que estaba a varios metros lejos de él. Se levantó con rapidez y sintió el mundo a su alrededor moverse, hizo ademán de caminar, pero sus pies se movían en zigzag.

Como pudo caminó hasta la joven y se arrodilló una vez frente a ella. La rodeó con sus brazos y llevó hacia él. Había una herida sangrante en su cien, tenía varios moretones en partes estratégicas de su cuerpo, su corazón latía muy lento, pero estaba viva.

—Marian... despierta —murmuró.

Seren contempló el edificio donde la fiesta era celebrada. El humo salía de una de las alas, donde los escombros ahora se encontraban. El fuego se propagaba y, más allá, notó a varios soldados de La Avanza correr hacia el lugar en busca de sobrevivientes.

Como subalterno Han sentía la necesidad de ordenar la búsqueda de personas. El incidente los había tomado por sorpresa, pero en ese instante comprendió por qué el general Mirov había sido tan cuidadoso con la seguridad. Había dispuesto de un arsenal propio de una batalla, además de médicos que se encontrarían como simples civiles y uno que otro rescatista que estaría en las adyacencias al lugar. Para Han aquel despliegue era digno de un ataque, creyó que Mirov empezaba a volverse loco, no obstante no pudo agradecer más la presencia de aquellos hombres en el lugar.

Lion hizo que varios grupos se movieran por todo el sitio, mientras otros hacían que las personas salieran a un punto clave donde los reunirían para llevarlos a la instalación médica más cercana de ser necesario. Emeral se unió a Lion, el corazón le palpitaba rápido así como su respiración. Había rebuscado por cada parte de la casa a Seren y Marian sin hallarlos. Le preocupaba no encontrarlos, no saber dónde estaban y que, probablemente, la razón de aquel ataque sea la misma que llevara a Mirov al muelle.

—Dime que has visto a Seren —exclamó afligida.

Han negó, apretó los labios. De entre todas las personas que había ayudado a salir, ninguna tenía los ojos de Marian, mucho menos su contextura. Perderla de vista era el peor error que había cometido, aún más después de que el mismo Velikoj Mirov le hubiese pedido mantenerse cerca de ella.

—Tampoco he visto a Marian y no puedo moverme de aquí hasta que el último invitado haya sido rescatado.

Emeral observó al hombre y palmeó su hombro.

—Yo me encargo de eso. Tampoco he visto a Kalisa y conociéndola debe estar tan loca como yo buscando al resto. Han, encuentralos y notificame de todo.

Seren daba todo de sí para levantarse y empezar a andar, débil y sin fuerzas, buscó entre sus pertenencias un móvil para llamar a Emeral o a Han. Se puso de pie, alzó la vista al horizonte, lejos de las llamaradas. Dio dos pasos hacia adelante donde su vista se agudizó.

Vio un resplandor.

Cuando pudo verlos mejor, el cuadro se completaba con un equipo de seis hombres y una mujer, quien iba al frente. Sus cabellos zafiro hacían sobresalir su piel tostada que se cubría tras un traje ajustado que marcaba su figura. Seren notó la funda del arma, un cinturón que abrazaba las caderas de la mujer y una pequeña pantalla táctil anclada en su brazo derecho. La dama tenía un tatuaje que sobresalía e iba hacia su cuello: Lomus.

—Cari Trent —escupió Seren.

La chica ladeó la cabeza, le generó intriga que alguien la reconociera.

—¿Te conozco? —inquirió acercándose a él—. No pareces alguien que haya visto antes.

—No es necesario que me conozcas.

La mujer entrecerró los ojos, frunció el ceño. Pasó su vista de Rod a Marian. La joven aun yacía inconsciente en los brazos del tutor. Cari sonrió al reconocer aquel rostro que Teber se había encargado de hacerle memorizar; aun con toda la sangre en su rostro y mechones de cabello sobre su frente, Trent podía ver en ella el delgado rostro de la hija de Mirov.

—Entrégala.

Lo amenazó, le apuntó con el arma que minutos antes estaba en su cintura.

—La única forma que lo haga es llevándome con ustedes —exclamó. La chica sonrió.

La petición de Rod era algo que no estaba dentro de los planes del grupo, por lo que, a su parecer, podían prescindir de él sin poner en riesgo la vida de la joven. Uno de los hombres que la acompañaban se acercó entregándole un intercomunicador con la forma de una gota. Trent pasó su dedo por la pequeña pantalla donde un texto apareció y finalizó apagándose al instante.

La fémina alzó la vista y lo contempló. Seren era un hombre de cabellos lacios y ojos negros como la noche. Una mandíbula fuerte y líneas de expresión que habitaban su facie. El hombre solía vestir de negro y, generalmente, solo cambiaba su camisa.

—Está bien —dijo ella girando sobre sus talones.

Hizo un ademán al resto del escuadrón quienes seguidamente se acercaron a Seren para escoltarlo junto con la chica.

—Bienvenido a bordo —musitó uno de ellos con un aroma pestilente emergiendo de su boca.

Mirov observó el lugar sin decir palabra alguna. Lo único que pudo preguntar fue «¿Dónde está mi hija?» y Lion, al no poder responder, hizo emanar su ira. No quedó lugar que no fuera perforado por su arma. Aunque no era su ira contra Han lo que había hecho que se comportara de esa manera, en Lion no cabía más decepción que esa.

Teber había arremetido contra su hogar y sus seres queridos. Pudo sentir alegría al saber que Seren, muy probablemente, también estaba abordo en El Marqués. Aunque ello era poco ante la realidad frente a sus ojos.

El resto de los movimientos quedó a cargo de un grupo de guardias, mientras, él debía tomar asilo en cualquier otra casa que se dispusiera o en una establecida por La Avanza. Mirov prefirió no estar entre la nobleza, necesitaba pensar, aclarar su mente. Necesitaba desahogar la pena que causaba la partida de su hija. Aquella niña era lo poco que le quedaba y lo poco que tendría el resto de su vida y, aun cuando tenía un trato con los Righter, no descansaría hasta devolverla a Riporld junto a él.

Velikoj se sirvió un trago que estrelló contra la repisa donde dos botellas de licor se encontraban vacías y una a medias. Si bien iría tras el "Marqués", debía tomar en cuenta que no podía abrir ninguna clase de búsqueda oficial. La Avanza se encargaba de los sibilantes, pero desconocían muy poco de la cantidad de naves de la cual hacían uso o los nombres de los mismos. Soltar aquella clase de información sería advertir su cercanía a ellos.

—"Una vez en silencio recordamos el pensamiento" —murmuró Emeral a sus espaldas.

Mirov sintió el peso de las palabras en su fuero interno deseoso asesinar aquel juego de frases que en algún momento se había atrevido a soltar imperioso.

—"Una vez entre polvo, agua y gravedad, siempre seremos susurros de un espejismo"...

—"Hasta el día en que Elaysa me lleve y el dios de las alimañas me reclame. Siempre en el espacio, surcando al tiempo, mi enemigo, nunca seré hombre de asentamientos y mis deseos siempre estarán junto a mis fieles".

—Si es que se le pueden llamar fieles a un par de salvajes —espetó Emeral, sacudió la cabeza—. ¿No haremos nada?

Mirov la observó con la mirada encendida, ella lo entendió enseguida. Haría lo posible, haría lo que creía necesario aun si debía hacerlo oculto de La Avanza. Cuidaría de aquella niña en la oscuridad de ser necesario.

—Quisiera creer que traerás de vuelta a mi niña —lanzó Kalisa detrás de la mujer. Mirov frunció el ceño y selló sus labios.

—Los tratos no se rompen, Kalisa. Siempre supimos que esto pasaría y que sería poco lo que podríamos hacer, pero no me quedaré de brazos cruzados aquí —clamó.

—Velikoj será el único que no rompe tratos, porque Teber lo ha hecho ¡Esto nunca estuvo dentro de los planes! —gritó la anciana.

—Pero nos ha dado una razón para buscarlo —musitó Blan cruzándose de brazos—. La Avanza ha hecho un par de requisas buscando el punto de donde salió la estela verde. Han tiene los detalles.

—Han, el pobre está muerto de culpa, no desea ni verte la cara. Cree que ha sido todo gracias a él.

—Lo ha sido—dijo Mirov monótono.

—¡¿Lo culparás de algo como esto?! La mujer abrió los ojos y golpeó el escritorio enardecida.

—¡Si, lo haré! —zanjó—. Siento pena por él, pero me temo que aunque desee quitar tal peso de sus hombros no puedo hacerlo. Lion pagará por sus errores de manera en que esto fuera completamente desconocido para nosotros.

—¡Pero...!

—Es lo propio cuando perteneces a La Avanza, Kalisa —refutó Emeral—. Mirov es un general de renombre dentro de la organización y Han ha sido puesto al cuidado de su hija, su ineficacia debe ser castigada.

Kalisa negó indispuesta de lo que había escuchado. Sabía que las leyes en La Avanza llegaban a aquellas latitudes, sin embargo nunca creyó capaz a Mirova de ponerlas a prueba. Su afecto por el hombre y sus acciones lo hacían valioso para ella, no obstante tal situación la había descompuesto por completo.

Lion era un sujeto que se había ganado su cariño con su personalidad y lealtad, en algún momento creyó prudente advertirle de lo que sucedería: la desaparición de Marian, pero Seren se había encargado de impedirlo. Siendo así, la mujer olvidó todo y dejó que su cariño y el de Marian crecieran hacia él.

La habitación se llenaba de humedad y un aroma que se filtraba por las fosas de Seren haciéndolo rezongar. Con el rostro abatido y las muñecas atadas por antiguos grilletes que se mantenían ancladas al techo metálico del lugar, Rod Seren no era más que un rehén en el navío. Sus ojos estaban hinchados de los golpes que había recibido al llegar, además que la sangre, ahora seca, viajaba por su mejilla hasta su cuello. Las laceraciones anteriores junto con los nuevos hacían que su cuerpo doliera. Estaba cansado, sin ánimo y con el profundo deseo de dormir, pero recordar el rostro de Marian en sus pensamientos lo mantenían alerta.

Hacía varias horas que las puertas se cerraron y nadie más que un par de hombres se acercaron para reírse, burlarse un rato y darle una buena azotina que no pudo contrarrestar. Jadeante, Rod recordaba los sucesos uno por uno. La sonrisa burlona en los labios de Teber, los hombres que tomaron a Marian de sus brazos. También recordaba la cantidad de vueltas que dieron y el pasillo por el que había llegado a su celda.

El sonido de la puerta al abrirse hizo que Seren intentara levantar la cabeza para ver a su visitante, no obstante era tal su dolor que poco podía hacer. En cambio notó la ropa ajustada, con zapatos altos que llegaban bajo sus rodillas. Supo entonces de quién se trataba.

—Te han tratado de lo lindo —escupió sonriente.

—Si... —esbozó Seren a duras penas—. Estoy... algo acostumbrado...

Cari acercó su rostro a él, hacía que la mirara. Seren vislumbró los bonitos ojos de la chica, unos que estaban escondidos detrás de aquella aparente armadura de mujer dura y regia. Trent resopló irguiéndose, volteó mirando sobre sus hombros a un par de sujetos de contextura fuerte, piel tostada y tinta desperdigada por sus brazos. Él los observó con el deseo de zafarse sin lograr nada más que un golpe en su rostro.

—Quédate tranquilo —resopló—. Sé que quieres verla. Si te portas bien podrás hacerlo.

Seren escuchó atento. Sí, quería ver a Marian; quería saber si estaba bien, si ya había despertado. Dejó que los hombres lo guiaran con la silueta de Trent frente a él. Los pasillos volvieron a él, esta vez, enfocó su mirada sin perder dato alguno.

El lugar resultaba ser más amplio de lo que antes había sido, El Marqués había crecido. Completamente solo, los pasos podían escucharse como ecos al resonar contra el metal. Luego, el pasillo se abría hacía una sala común donde, detrás de una puerta, llegaban al ascensor. Lo había visto luego de que alguien la abriera al colocar su huella dactilar sobre una pantalla, sin embargo siguieron a su izquierda y bajaron por una rampilla hasta un pasillo lleno de puertas cada una con una pantalla. Al seguir derecho y luego cambiar rumbo, un letrero se mostraba sobre una entrada amplia.

Una pared dividía la celda de la oficina del doctor abordo. Cari entró en la celda con la vista fija en Teber, se recostó de la pared y aguardó a que ambos hombres dentro del lugar dejaran de murmurar.

Teber notó la presencia de los otros, aún más la de Seren, quien apenas podía mantenerse en pie por sí mismo. Sonrió gustoso de lo que tenía frente a él. Había aceptado la presencia del profesor a bordo más no había dado detalles de cómo sería tratado. Gustaba de la idea de enviar una imagen a su antiguo compañero de viajes, aunque tal imprudencia no podía ser si quería evitar tener a La Avanza detrás de ellos.

—Mi querido profesor —farfulló con animadversión—. Espero que le haya gustado su celda —exclamó riendo, misma risa que siguió el rest de los presentes.

Seren se obligó a callar, postró sus ojos en la tierna chica que yacía dormida sobre una camilla dura. Erna fijó su mirada en ella y luego en él, mostraba la felicidad que le causaba el estado de la chica.

—¿Despertó? —inquirió Seren.

Un golpe se clavó en su mandíbula, hizo que trastrabillara. Con un gesto Teber impidió que continuaran.

—Sí, lo hizo —respondió.

Rod volvió la mirada haciaél, jadeante.

—Despertara de nuevo y preguntará. Debo estar a su lado cuando lo haga —lanzó. Teber carcajeó con malicia acercándose a él.

—Sí, lo hará, pero no preguntará por ti o por "Smog" o quien sea que haya estado a su lado —dijo con tono ensombrecido—. No, no, no. Para la fortuna que nos regala Elaysa, Marian Mirova ya no existe —exclamó tajante—. Ahora se llama Emira Teber y es mi hija.

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