Capítulo 12


Llegar al valle de Ugen había sido una de las cosas más fáciles que había tenido que hacer Emira, pero también debía decir que contó con la pequeña nómada. Se había convertido en una especie de parásito que no parecía querer alejarse demasiado. Una vez en el puerto, Emira había decidido tomar algún vehículo pequeño que pudiese llevarla hasta el valle donde pasaría la noche y finalmente tomar camino hasta Tongen.

El resultado había sido un hombre herido y otro arrestado, además de ella corriendo un placet, un vehículo pequeño con capacidad para dos personas, con motor de propulsión incorporado, un bonito estilo similar a una mantis y una cúpula de vidrio que protegía al conductor del frío de las montañas. Además de ello, Tami se convirtió en su guía de alguna manera. La chica señalaba la ruta que Emira debía tomar mostrándolo en el cristal de la pantalla.

—No tardaremos más de dos horas en llegar al Valle —espetó la chica. Emira asintió.

Alcanzada las horas, ambas se encontraron en el valle de Ugen, la puerta de salida hacia Tongen.

—¡Nos salvamos por los pelos! —gritó la muchacha eufórica.

Emira solo tocó tierra y observó el lugar. Revisó el cronómetro en su brazo el cual se extendió y mostró un holograma con el tiempo que hacía además de la zona.

—Tenemos que deshacernos de eso, no quiero que la guardia venga a buscarme por una chatarra —comentó.

—Vaya el genio que te cargas —Silbó Tami desde su lateral—, pero no te preocupes. Mi buen amigo Ferna es una máquina con estas cosas. Si lo deseas me puedo hacer cargo de ello.

—¿Cuál es tu precio? —preguntó la sibilante, cruzada de brazos y con el ceño fruncido pues finalmente había caído en sus redes aunque por justas razones.

—Considerando que perdí a mis clientes y que el cobro por salir en libertad es mayor a lo que me iban a pagar, además del valor agregado por ser guía... —murmuró meditándolo. Los parpados de Emira se abrían con cada nueva añadidura al costo—. 3500 lerines.

—¿3500? —inquirió con una mueca.

Tami asintió en reiteradas ocasiones.

—Te doy 2000 trepes. Con eso es suficiente —zanjó. Le dio una bolsita con lo acordado y echó a andar.

—¿Trepes? ¿De qué planeta son? Sabes que deberé cambiarlos en el puerto más cercano ¿verdad?

—Los nómadas son buenos para los trueques, Tami. Estoy segura que tienes tus métodos —exclamó en la distancia.

Cuando ella había querido replicar, Emira ya se encontraba bastante lejos como para escuchar tan siquiera sus reproches. La nómada observó la bolsita. Era pesada, todas monedas triangulares de color naranja. Bien sabía que las monedas triangulares tenían un alto costo así que no podía ser más que lo justo. Miró el placet a su lado, lo palmeó y fue directo a la edificación que tenía en frente. Se deshacería del vehículo rápidamente para volver con la sibilante.

Teber había hecho las averiguaciones pertinentes para emprender su salida luego de descansar una hora. Incluso se tomó el tiempo para entrar en una posada y comer algo. Sopesaba el vuelo estimado del duo que había dejado atrás, además de sus propios intereses: ser lo suficientemente leal como para estar al lado de su padre. Sin embargo la imagen de Cari Trent solía aparecer frente a ella con solo pensarlo.

El amplio lugar empezaba a llenarse de cuanto sujeto extraño pudiese. Desconocía que Ugen fuese tan abierta a los turistas, pero no veía razón para no serlo. Con calles amplias y empedradas, sus edificios grises se confundían con enredaderas de plantas amarillentas que brotaban desde el suelo, el domo proveía de un macro ambiente especial para permitir la vida de cualquier tipo de ser vivo. Pero aunque parecía un sitio idílico, algunos de los que la rodeaban dispuestos en otras mesas al son del estrafalario ruido de un instrumento de cuerda, no tenían la pinta de ser agradables. Tomó el último trago de un líquido rosa, echó hacia atrás el asiento y tropezó con alguien más.

—Deberías tener cuidado —lanzó.

—Eh, niña, será mejor que tú mires por donde caminas —respondió. Era una mujer de cabellos rojos como el fuego y mirada ferviente—. ¿Qué? ¿Acaso te has ofendido? ¡Oh, qué lástima! —exclamó en tono burlón.

Emira la observa irascible

—Oye no sé quién...

—¡Lo siento! —Lanzó su acompañante tomando a la mujer por los hombros—. Mi amiga está un poco ebria, por favor, no te molestes. Ella, ella es todo un caso cuando se le pasan las copas —espetó sonriente, esperando que ella desistiera—. ¡Ah! Mi nombre es Zel ¿La perdonarás?

Ella negó resoplando.

—Bien, evita que se meta en más líos si no quieren terminar en la jaula de Corceres —indicó.

—Lo haré y ella también ¿verdad, Yuri? —indagó palmeando su hombro.

Ella lo observó furibunda, pasó su mirada hacia Emira y asintió.

Emira los ve dubitativa, aquellas personas tenían un aura indiscutiblemente extraño como el resto en ese bar.

Decidió parar y ponerse en contacto con Nerit. Temía que estuvieran a la deriva en ese preciso instante aunque sus compañeros no fueran simples sujetos o algo por el estilo. Aquellos dos eran capaces de más cosas de las que ella pudiera imaginar. Luego de varios intentos se rindió, la conexión no se establecía. Eso la dejaba por su cuenta a lo que una sonrisa se relevó en su rostro.

Emira se lanzó en una de las camas y cerró los ojos momentáneamente. Escuchar que llamaran en ese momento le hizo gemir un improperio seguido de un «pase» altisonante. Tami llegaba al lugar con una sonrisa que no se borraba de su rostro. Era una chica curiosa, no parecía que algo le afectara, pero mientras no se inmiscuyera no le importaría saber nada acerca de la nómada. Mientras, su compañera saltaba sobre la otra cama probando el colchón. Miró a la sibilante por unos segundos en los que parecía haber caído en un profundo sueño.

—¿Por qué vas a Tongen? Nadie quiere ir a ese lugar, de hecho, dudo que alguien le guste Ugen —exclamó la pequeña entrecerrando los parpados.

—Las personas viven donde pueden —contestó Emira.

—¿Y? ¿Solo eso? No piensas decirme que haces aquí, ¿verdad? —Emira sonrió.

Debía admitir que la chica era bastante directa.

—¿Le preguntas a todas las personas lo mismo? —inquirió.

—Sí, y todos responden sin problemas —bufó.

—Necesito encontrar a alguien. Esa persona está en Tongen —respondió acomodándose en la cama—. Relájate pero no mucho. En una hora saldremos.

—¿Buscas a Narima Gasli?

Emira abrió los párpados de par en par. Se giró a ver a aquella chica de ojos blanquecinos.

—¿Cómo sabes de ella?

—Puedes preguntarle a cualquiera. Narima es una anciana muy conocida aquí en Ugen: la llaman "la bruja de las cuatro puertas". No creo que sea buena idea visitarla, pero si tanto necesitas verla por mi está bien —exclamó ella apoyándose con los codos.

—¿Bruja? Creí que era artista.

Tami se echó a reír sin contemplaciones. De Narima Gasli había escuchado infinidades de historias y todas ellas eran peor que la anterior, pero de ser artista jamás. Tampoco podía imaginarlo.

—Gasli tiene de artista lo que yo de ciega: nada, pero ya la conocerás y lo verás por ti misma.

Emira había escuchado con precaución lo que su acompañante decía. Al parecer aquella mujer era más de lo que imaginaba y debía andar con cuidado si no quería salir perjudicada.

Pasado una hora exacta, cuando la noche acaecía y la mayoría de las personas dormían, ella se levantó de la cama con miras a su objetivo. Se movió por la habitación esperando no hacer ninguna clase de ruido para no despertar a Tami. La chica había sido una buena guía, pero hasta ahí. Era necesario emprender aquel viaje sin ningún obstáculo. Tomó sus pertenencias y cerró la puerta detrás de sí. Se dispuso a salir de la posada notando el silencio del lugar. Tan solo quedaba el hombretón de la barra sentado en una de las mesas con un libro frente a él y unas gafas pequeñas y circulares. El sujeto la miró sin decir nada, ella hizo un ademán que él entendió.

—En la habitación queda la chica. Si pregunta, salí durante la madrugada —musitó con la vista del hombre sobre ella.

—¿Se refiere a la niña detrás de usted? —inquirió señalándola.

Emira bufó cuando la vio con mochila en mano y una sonrisa amplia en su rostro.

—No pretenderás deshacerte de mí tan fácil —exclamó.

Ambas salieron de la posada bajando por un callejón que las llevaría a una pequeña plaza donde Emira tomaría camino a Acarantos terp. Tami se había dispuesto a adelantar el paso con tal de encontrar una persona que no les cobrara una fortuna por acercarlas a Togen y, aún más, que desee viajar hasta el lugar. La chica se movía como un gusanillo por el lugar entre la multitud de personas, negociando, maldiciendo hasta que finalmente encontró alguien dispuesto a hacerlo por una suma considerable.

—Ese es el precio por mis servicios. Lo toman o lo dejan, después de todo no encontrarán a nadie más que quiera ir hasta Tongen —espetó el sujeto con ironía.

Tami giró a ver a la mujer, cabreada, no quería tener que viajar con un sujeto como él, sin embargo no le quedaba de otra. Para su sorpresa Emira no estaba a su lado, al contrario no parecía estar cerca.

Cuando el sonido de un motor la hizo volver a ver al sujeto, notó a Emira Teber dentro de un fraguet. Escuchaba los gritos del hombre detrás de ella mientras caminaba hacia el navío. Por alguna razón no se movía, pero no se detendría a preguntar por qué. Una vez dentro hizo el amago de quejarse, pero ella la detuvo.

—Luego podrás quejarte —susurró.

El camino hasta Tongen era largo. Luego de sortear el camino entre un muro de árboles, el sendero los llevó a un clima árido donde una tormenta parecía aproximarse. El sendero carecía de un camino, señal de que nunca nadie transcurría por ahí o que se había borrado con las constantes tormentas que se producían durante todo el año. Tami observaba el paisaje desde su asiento con desconfianza. El estar la mayoría del tiempo en el planeta le había bastado para saber que un clima como aquel no traía nada bueno, aunque Emira no podía detenerse. Las luces del fraguet apenas podían iluminarlo, desconocía qué tipo de alimaña podría encontrar en el camino y no estaba dispuesta cuando la estrella estaba en su punto álgido. El localizador titilaba con cada nuevo kilómetro recorrido sin dar muestras de que llegarían pronto.

Durante el viaje, Emira escuchó decir que pronto pasarían por el sendero de "los muertos" y luego llegarían a Tongen; sin duda cada vez que lo escuchaba tragaba saliva. Aparentemente Narima Gasli ocultaba más de lo que ella imaginaba. No era simplemente una vieja mujer que tuvo la fortuna de cruzar su camino con Clarence Tecket.

Cuando al horizonte notó una capa densa de tierra álgida, Tami le señaló el camino que debía tomar. En aquella zona el localizador simplemente era obsoleto. Teber recorrió el camino acercándose hasta verse envueltas por la densa capa. Poco podía ver, sin embargo no era necesario según la chica. La zona estaba libre de cualquier clase de obstáculos por lo que no debía preocuparse. Pronto, pasado aquella zona, ambas notaron una casucha con un frente de árboles secos y objetos guindados. Al verlo cerca Emira constató que aquello, más que objetos, eran animales muertos.

Más allá de aquella zona, una capa verde empezaba a observarse, pero Gasli nunca se había movido de ahí. Emira observó con desconfianza las paredes blancas con las tres puertas en su frente, un techo desprolijo, paredes de bloque con aroma a moho. La humedad se sentía en el aire.

—¿Sigues creyendo que se trata de una artista? —Se burló Agane.

Emira miró a la chica a su lado frotándose de las manos.

—Supongo que no —contestó—. ¿Qué más sabes de ella?

—Lo que todo el mundo sabe —comentó la chica empezando a caminar hacia la cabaña—. Ella nunca sale de este lugar. Los Antiguos la llamaran bruja, pero en esta era nadie cree en los brujos, sin embargo ese es su nombre.

—¿Los Antiguos?

Era la primera vez que Emira escuchaba de algo como eso, era incluso la primera vez que escuchaba de brujos. Tal como Agane comentaba hacía tiempo en que ellos habían quedado olvidados en el tiempo, siendo partes del folklore de la humanidad y nada más.

—¿Los primeros hombres en el universo? Es increíble que nunca hayas escuchado sobre ellos ¡De qué planetas eres! —se burló la chica negando.

—De Zaga, naturalmente —respondió sin poner cuidado en sus respuestas.

Las tres puertas se abrieron cuando estuvieron frente a la cabaña, ni siquiera hizo falta que Emira tocase cuando la luz del lugar se mostraba en la primera escalerilla.

—¿Por qué le dicen "la bruja de las cuatro puertas"?

—Créeme, no quieres saber dónde está la cuarta puerta —respondió Tami mirando el suelo que pisaban.

—Hazle caso a la niña, dice la verdad —escuchó desde el interior del lugar.

Narima había dejado que el tiempo se encargará de decir quién era ella. No le importaba, en todo caso, demostrar que sus intenciones en el pueblo no eran malvadas aun cuando ellos no le creían. Nunca tuvo la oportunidad de hablar por sí y, si nadie era capaz de escuchar, ella no los haría entrar en razón. Prefirió refugiarse en su hogar, en los alrededores, en lo que conocía y aún desconocía.

Gasli les dejó entrar en su casa donde el aroma a madera añeja se vertía por las rendijas del suelo que pisaban, el olor a comida a base de hortalizas y el del humo impregnado en su ropa. Con más de noventa años, Gasli parecía estar aún en sus cabales. Tomó de la larga pipa metalizada con una rejilla al final y se dispuso a fumarlo luego de acercarlo al calor. Vio a Emira Teber con los párpados entrecerrados y la comisura hacia abajo.

Tami Agane era una chica que conocía desde algún tiempo; hacía compras para ella cada vez que necesitaba algo del pequeño pueblo del valle, si la había traído había sido por dinero para su bolsillo. Siempre había sido así, aunque ella sacaba alguna tajada de los extraños trabajos que Agane hacía.

—¿A quién me has traído, Tami? —preguntó sentándose en un viejo sillón sucio y poco salubre.

—Una conocida. Ansiaba mucho conocerla, dijo que quería ver a la artista Narima Gasli —bufó la chica en tono confiado.

—¿Artista? —La secundó. Hacía tanto tiempo que no escuchaba que la llamaran de esa forma. Suspiró sabiendo el significado detrás, iba más allá de lo que la pequeña de Tami Agane podría comprender—. Tami, sal por favor —Pidió sin dejar de ver a Emira. La joven frunció el ceño y se aferró a una taza que llevaba rato en sus manos—. Ahora —indicó la mujer observándola.

Tami asintió sintiéndose dolida y desconfiada. Cuando estuvo detrás de la puerta, a las afueras, refunfuñó.

Narima se acomodó, abatida porque sabía lo que aquella mujer le pediría.

—¿Era necesario?

Gasli la observó, fumó y sopló.

—Lo era.

Caminó hacia un viejo estante donde los libros estaban llenos de polvo.

—Lo que tú quieres es el deseo de todos los tuyos —escupió—. Todos los sibilantes son iguales, guiados por el poder y la avaricia, son piratas al fin y al cabo, dudo que conozcan de honor aunque bien hablan de ella como si fuese una prenda más.

Emira contuvo sus deseos de defenderse. Había vivido mucho tiempo en el espacio con tripulantes del Marqués para saber bien qué clase de calaña eran y, aunque Narima podía tener algo de verdad, aquellos eran su familia a pesar de todo.

—Solo tengo que decirte que no tengo nada de Clarence Tecket.

—Él le dejó el cuadro a su cargo...

—Ese maldito cuadro lo quemé a penas me dio la oportunidad —dijo la mujer abriendo un libro dispuesto a su mano izquierda—. Sabía que mi vida correría peligro al hacerlo y lo sigue haciendo. Cada día uno de ustedes se aproxima a mí, buscando las coordenadas del Sistema y de la Ciudad. Vienen intuyendo que se los diré, que les mostraré el camino y algunos han logrado hacerme hablar, pero niña, no llegan más allá del muro de Erogina.

La mujer, advirtiendo el desconcierto de Emira, saca a relucir una pequeña arma con un cañón de cuatro centímetros de diámetro.

—Eso no le servirá, Gasli —susurró.

—Saca tu arma y déjala en el suelo, sibilante.

Emira contempló la propiedad con que la mujer tomaba el arma. Dispararía de ser necesario. Tomó el arma en su cinturón y lo dejó en el suelo tal como ella había ordenado. Levantó la mirada observando cada movimiento de la anciana mujer que le hiciera creer que tenía una oportunidad.

—Lamento tener que hacer esto, pero...

El chillido de Tami alertó a la anciana. Emira corrió hacia la mujer y forcejeó con ella para quitarle el arma. Un certero golpe al abdomen y otro al rostro fueron suficientes para que Gasli cayera al suelo presa del dolor y la falta de aire.

—Hubiera sido más fácil, Gasli. No me agrada tener que golpear a personas mayores.

—¡Espera, por favor!

Alerta ante la posibilidad de que alguien más estuviera en la casa, la sibilante se acercó poco a poco con ambas armas en las manos.

—¿Hay alguien más? —preguntó antes de pensar en abrir la puerta.

–No. —Respondió Gasli aun el suelo.

Emira se posicionó justo a un lado y, poco a poco, se asomó al pomo para intentar abrirla, pero la primera puerta de la casa se abrió antes. En su lateral izquierdo Teber notó quienes entraban a la morada de Narima Gasli. Con una Tami en el suelo, adolorida por los golpes, Emira se encontró con el par de la noche anterior. Alzada en armas apuntó sirviéndose de un muro que dividía la casa como protección.

—Ustedes otra vez. ¿Quiénes son? —exclamó.

—Te vuelvo a ver —espetó Yuri acercándose—. Temí que fueran quienes vi salir del valle. Sibilantes, no queremos tener nada que ver con ustedes, pero sea lo que sea que te haya dado la anciana entrégalo y saldrás bien librada.

—No te acerques demasiado, Yuri — murmuró Zel en un tono audible para Yuri.

Emira bufó negando.

—¿Bien librada? No sabes con quien estas tratando o, de hecho, nunca has tratado con un sibilante, pero tú sí ¿No es así? —exclamó viendo al hombre al lado de la pelirroja—. Lo has confirmado.

—No le tengas miedo —murmuró la chica dándole un codazo—. Eres una simple mujer.

Apuntó con su arma a Emira. Ella se lanzó al suelo luego de que el rayo de energía estuviera a tan solo centímetros de tocar su mejilla. Disparó varias veces llevándose de por medio cuanto artefacto adornara la casa con tal de alcanzar al par de mercenarios.

Tanto Gold como Zel se ocultaron uno lejos de otro, se alcanzaban a mirar entre ellos pues muy cerca de él se encontraba Gasli escondida tras una mesa y un par de artefactos. Fumaba su pipa con bastante paciencia aunque reprimiendo improperios por su hogar.

—¡Emira!

Los gritos de Agane se escucharon en el lugar.

Cuando los disparos cesaron, Gold se acercó con sigilo escudriñando el lugar con la mirada, Emira parecía haberse desvanecido. Se movió con cuidado para no pisar ningún tipo de escombro que pudiera resonar y alertar. Zel, que se había movido hacia la anciana, observaba a Yuri caminar por la casa sin encontrar rastro de nadie, peor aún, Agane ya no estaba a la salida de la puerta. Siseó y llamó a Gold en un murmullo que se volvió el simple movimiento de sus labios y que la mercenaria bien pudo interpretar.

Emira al igual que Tami, estaban detrás de un muro cerca de alguna vieja habitación que la anciana cuidaba con recelo. En aquel recóndito lugar pudo ver un fragmento oculto bajo un libro que no le daba la seguridad merecida, era un pedazo de un cuadro que no había podido ser destruido por el fuego o que, por el contrario, había sido extraído de él. Le hizo señas a la chica indicándole que mantuviera la vista en aquellos dos, ella se movería hacia el fragmento.

Ambas intercambiaron roles en pocos segundos: Tami fijó la espalda al muro y se movió con cuidado observando al par. Sintió palidecer al ver a Narima Gasli en manos de ellos. Narima tenía momentos muy contundentes con una personalidad fría que salía cuando ella menos lo esperaba, no se sorprendería que en meno de aquel pequeño altercado saliera para ser el centro de distracción. Sin embargo, como lo veía: ella solo estaba dejando que ambos bandos hicieran lo que quisieran.

Aun así, no deseaba ver el hogar de Gasli destruido por un sibilante o un par de desconocidos. Emira le agradaba, pero su completo afecto era para la anciana. En un instante que creyó conveniente pues Gold había bajado la guardia, corrió hacia ella y como si fuese un sujeto de más de cien kilos, Tami tacleó a la mujer cayendo al suelo.

El aire escapó de los pulmone de Yuri, sentía su cuerpo adolorido después de aquel golpe. Vio a Tami levantarse con rapidez pero no la dejó escapar. La agarró del pie y haló de ella, logró llevarla al suelo. Aferró ambas manos de Tami contra su voluntad, y amarró luego de que Zel le lanzara una vieja cuerda.

—No la lastimen —espetó Gasli quien tomaba con fuerza del brazo de Zel. Observó a la chica forcejear, el simple movimiento de su cabeza en negación hizo que ella desistiera.

Emira maldijo la imprudencia de la chica. Con el arma en mano recorrió el lugar lejos de la vista de Zel, buscando un ángulo perfecto para disparar sin herir a la anciana.

Zel lo notó y se agachó antes de recibir el disparo. Dejó a Narima caer a su lado, mientras su compañera corría hacia el arma que había volado por el aire luego de haber caído. Emira disparó varias veces hasta conseguir un alarido proveniente del hombre, dos disparos dejaron a Zel en el suelo sangrando. Se movió hasta Tami y apuntó a la cabeza de Gold.

—Un buen compañero buscaría a su aliado y se retiraría.

Emira vio a Tami y le hizo un ademán. La chica se movió rápidamente alejándose tanto como pudo. Yuri bufó.

—Un buen sibilante dispararía sin alardear, pero quien soy yo para decir cómo debe actuar un pirata.

La mujer se movió con rapidez tomando desprevenida a Emira. Golpeó el arma lejos de ella e intentó golpear su rostro, pero Teber la detuvo. Aun así un disparó alcanzó su brazo.

Y después de breve segundos, varios disparos despedazaron parte de la puerta. Gold se agachó rápidamente y empezó a gatear encontrándose con la anciana tratando de parar la herida de Zel a unos metros entre muebles y y tablas destruidas. Por otro lado Teber recorrió el lugar agachada hasta dar con la pared sobre la cual una ventana circular sin ventanas le daba una panorámica de lo que sucedía fuera de la casa. Notó las siluetas de dos hombres.

Miró hacia atrás buscando a Agane, la niña se había escondido detrás de un muro muy cerca de la tercera puerta al final de la entrada principal. Le hizo señas para que se moviera hacia ella. Sigilosa, Tami se acercó hasta verse a su lado, su mirada se iba en buscar a Narima, cuando vio sus ojos amarillos y el leve asentimiento, se sintió presa del pánico.

Tanto Nerit como Gonk se acercaron a la casucha. El primero terminó por destrozar la puerta de una patada, con el arma en mano apuntó a su derecha observando el desastre que había dejado la oleada de disparos. El segundo fijó la mirada a su izquierda viendo a la hija de Teber agachada con una pequeña herida en su flanco derecho. La mujer le hizo señas de silencio y le señaló el lugar donde, aparentemente, se había ocultado Gold.

Gonk hizo un ademán pidiendo que saliera, ella asintió consciente, Gonk palmeó el hombro de Agius dos veces y le señaló una habitación envuelta en la oscuridad. Nerit se movió hasta el lugar buscando a quien quiera que estuviera allí. Se detuvo ante una columna, respiró, y se movió esperando cargarle todo el cartucho a esa persona. No había nada.

La habitación estaba vacía, cada puerta que abría le parecía una perdida de tiempo, hasta que vio al par: Zel y Gasli.

—Si me matas, no recibirás nada de Tecket —exclamó convencida.

—Confío en que la chica tenga lo necesario.

—Agius, déjalos.

Gonk observó a la mujer y al hombre quien ya había cambiado de color, dudaba de que siguiera vivo aunque las heridas no parecían de riesgo.

Nerit miró por encima de su hombro y negó con la cabeza.

—¡Pero incendiaremos esto! No debe de quedar nada en este lugar —dijo agitado, salía de la casa con plena intención de empezar el bombardeo aun con Gonk dentro.

—Vi a la chica, seguro les ayuda a salir. Del otro lado hay un pequeño fraguet —comentó.

—No eres sibilante —afirmó.

—Ni usted artista, o ladrona, ni vendedora. —Declaró.

—Soy el medio en el tiempo. Ella lo tiene, lo sé, la vi cuando lo tomó. No les traerá alegría ni fortuna si es lo que esperan, mucho menos a ella. —siseó. Él asintió, entendía la advertencia.

—Suerte, bruja del tiempo.

Gonk salió de la casa justo antes de que Nerit hiciera arder el sitio.

—¡¿Qué hiciste?! —Gritó Tami con el rostro lleno de lágrimas y hollín—. ¡Ella está allá dentro! ¡Suéltame!

—Dudo que queden ratas ahí dentro —exclamó Nerit divertido

—Suéltala, Teber. Si quiere arder que lo haga. De igual forma, no encontramos nada adentro, es muy posible que siga viva —comentó Gonk.

—Ellos la tenían... ¿Quiénes son? —murmuró afligida con la mirada en el suelo.

—Mercenarios, asesinos, embaucadores. Nómadas. Llámalos como quieras, no interesa ¿Obtuviste lo que necesitábamos? —preguntó Nerit una vez frente al trío.

Emira asintió con la cabeza y con pena volvió a ver a la chica.

—¿A dónde iras? —preguntó Teber

—A Frome. —respondió Gonk quien se acercó a la chica intimidándola con tan solo su presencia—. Busca a Circut y dile que vas de mi parte, él entenderá.

Teber frunció el ceño con desconcierto, aún más Tami a quien solo le importaba ir en busca de Gasli.

—Yo buscaré a...

—No sabes usar un arma, mucho menos podrás viajar sin dinero. Eres solo una mocosa con mala suerte. Si quieres que eso cambie, has lo que te digo. —exclamó sin dar paso a que la chica refutara.

—Él tiene razón. —farfulló Nerit

Lo sabía, no faltaba que alguien llegara para hacérselo saber. Sabía que era simplemente una mocosa que de alguna manera había conseguido como sobrevivir en el vasto Valle de Ugen, pero la suerte cambiaba, era como una moneda y si quería que fuera para bien debía actuar. Narima era incansable con ello, se lo recordaba como si fuera su mantra, más nunca hizo caso de sus consejos. En aquel paso ella tenía lo que quería. Comida, techo, un trabajo de medio tiempo. No sabía defenderse más para lanzar unos cuantos golpes con una navaja de usos múltiples oxidada, pero nunca había sido necesario hasta ese día cuando había olvidado que estaba en su bolsillo y que ni siquiera alcanzó a asestar un golpe la mujer de cabellos rojos.

—¿Tú qué harías? —Le preguntó indecisa a Emira.

—Yo iría a Frome —respondió, le guiñó el ojo con una sonrisa complaciente—. Adiós, Tami Agane. Fue un placer conocerte.

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