VEINTISÉIS
Sigue adelante.
Su voz resuena en mi cabeza a cada paso que doy, es un recuerdo constante de su última voluntad. No sé cómo soy capaz de bajar por el otro ascensor y llegar hasta la salida. No recuerdo mi camino, ofuscada como estoy por tantos sentimientos que se entremezclan, siento pena e ira, pues una parte de mí no puede dejar de pensar que yo lo maté. Hyo murió por lo que yo hice, por mucho que fuera la única manera de salvar a la humanidad... El contador ya no subía cuando salí de la habitación fatídica.
Y al salir del edificio, los guardias de seguridad intentan sujetarme para que no caiga, pero mis rodillas son débiles y acabo en el suelo, me quedo paralizada, observando el pavimento, respirando, oyendo. Se oyen muchas voces confundidas, un mensaje que les insta a los ciudadanos a mantenerse en sus casas hasta que se comprenda qué ha ocurrido. Y enseguida se agachan a mi lado y tienen la decencia de no acosarme a preguntas. Solo una, ¿necesitas ayuda? Me gustaría abrir la boca, contestar que sí, pero mi garganta no produce ningún ruido.
Y entonces un hombre se acerca a mí y les pide que le dejen. Reconozco su voz, su piel oscura y su mirada dulce cuando se agacha frente a mí. Es Ogue, está vivo y libre.
—Hey pequeña, ¿has sido tú? —lo dice calmado. Yo asiento lentamente— Pudimos enterarnos de que habíais venido hacia aquí, el Vínculo siempre tiene contactos —el hombre sonríe y me gustaría poder compartir su alegría. Y su siguiente pregunta me desmorona— ¿Y Hyo?
Le miro con pesadumbre en los ojos. Mi mirada es tan oscura que incluso Og se sobresalta un poco. Bajo la cabeza y niego repetidas veces sollozando. El hombre lo comprende, suelta una leve exclamación y me abraza.
—Ya está, ya pasó... Ahora no tienes que preocuparte de nada, ya nos encargaremos nosotros... Tú solo descansa.
—Lo he perdido, lo he perdido —repito una y otra vez en bucle mientras tiemblo.
Ogue me coge en brazos y me tranquiliza. No usa ninguna palabra, solo deja que llore en su hombro mientras me lleva. Llegamos hasta una casa que según creo oír pertenece a una amiga del tiempo, pero yo sigo ofuscada en mis pensamientos. Me dejo en manos de la mujer, que me ayuda a cambiarme mis ropas raídas, a ducharme y curarme las heridas. Me tumbo en una cama mullida e intento dormir. Mis emociones al principio no dejan que mi mente se relaje, pero el agotamiento puede más y acabo durmiendo por varias horas, para mí se siente como un día entero.
Cuando despierto, mi estómago ruge del hambre. La mujer, en la cual no había reparado antes de dormir, está sentada a mi lado. Es de piel extremadamente blanca y con manchas todo en derredor. Tiene un ojo ciego y el cabello castaño con canas incipientes a pesar que no debe tener mucho más de treinta años. Me tiende una bandeja con lo que creo que debe ser un desayuno, aunque realmente no sé qué hora es. Devoro los huevos revueltos y el zumo de naranja. El pan de olivas me recuerda a casa y una punzada de dolor me recorre el corazón.
—¡Mis padres! ¿Dónde están mis padres? —mi voz es ronca y casi me atraganto con la comida.
—Según me ha explicado Ogue, fueron enviados a tu ciudad mientras ocurría el reinicio. Su aerodeslizador aterrizó sin dificultades y están ayudando a los pocos supervivientes que quedaron. En estas horas hemos intentado ayudarlos a todos. Arcad fue el sitio menos afectado debido a que tenemos nuestras propias fuentes de energía —habla lento, su voz es grave y algo rasposa. Aunque me está dando mucha información en muy poco tiempo, agradezco que lo haga, pues me distrae del remolino de mis pensamientos—. Se están estableciendo vínculos entre los Rechazados y los Pentágonos.
Una leve sonrisa surge en mi rostro. Las cosas están saliendo como deberían. Ha funcionado.
—Todo esto gracias a ti, Yadei. Tú nos has salvado a todos.
—A todos no —y a mi cabeza vuelve el cuerpo de Hyo sin vida.
—No te tortures por eso —dice Ogue, quien está apoyado en el marco de la puerta—. Él no lo querría.
Bajo la cabeza y asiento.
—Lo sé, pero... Es muy difícil no verle cada vez que cierro los ojos. Me cedió sus recuerdos —susurro.
—Es normal, pequeña. Pero pronto esa pena se convertirá en cariño. Siempre lamentarás su pérdida, pero no puedes dejar que te derrumbe. Y ahora lo tienes dentro de ti, seguirá vivo mientras le recuerdes —y cómo no hacerlo, teniendo a mi alcance todas sus vivencias.
Muerdo el interior de mi mejilla al borde del llanto y asiento.
—Él quería que yo fuera feliz.
Ogue se sienta al lateral de mi cama y me mira con una leve sonrisa.
—Oh, y lo serás, estoy seguro —me revuelve el cabello y parte de mi pena se disipa—. Por cierto, hay alguien que te está esperando desde hace mucho tiempo.
Ogue silba y un torbellino de pelo marrón y beige entra a la habitación. Larda y agita su cola con alegría. Se sube a la cama de un salto y empieza a lamerme la cara mientras ladra de felicidad. Fiko, mi pequeño Fiko.
—¡Fiko! —abrazo al perro con fuerza y me gano otro lametón.
Me hundo en su pelaje suave mientras él se mantiene estático, comprendiendo que estoy triste. Me mira con curiosidad y ladra de nuevo, un ladrido flojo, prácticamente un aullido. Y me derrumbo de nuevo cuando el perrete se pone a mirar y agitar la cola en busca de otra persona.
—No está, Fiko, no está. Hyo no está —el animal parece comprender mis palabras y suelta unos cuantos aullidos de pena mientras me lame la cara con cariño. El recuerdo de Yaroc viene de súbito a mi cabeza y pregunto atropelladamente—. ¿Y Yaroc?
—Despertó del coma, está recuperándose perfectamente —suelto el aire que estaba conteniendo y me dejo caer sobre Fiko.
Me giro hacia Ogue y, con una calma que no recuerdo haber conseguido le hablo:
—Deberíamos recoger los cuerpos, sé que son androides, pero... se merecen una sepultura.
—Androides... ¿quién más? —Ogue se sobresalta.
Me parte el corazón su mirada cuando contesto:
—Misuk. Se interpuso y Hyo tuvo que... —duele demasiado continuar la frase y simplemente le miro—, de todas formas, habría muerto después... He... he desconectado a todos los androides, he acabado con ellos...
—No con todos, —dice la amiga del tiempo—, algunos solo se han aletargado, otros se encuentran desorientados simplemente. Pero supongo que Hyo al ser el segundo después de Dalir... Los drones sí, han caído todos.
Y recordar a Dalir hace que me entren náuseas. Revivo la escena en mi cabeza, el terror de sentir que la muerte estuvo a las puertas, que podría haber terminado mi vida en ese pequeño recinto de cuatro paredes metálicas. El recuerdo de que yo la maté, de cómo me suplicaba clemencia mientras se desvanecía. Un escalofrío me recorre la espalda. Fiko restriega su hocico en mi brazo y me tranquiliza.
Respiro hondo y proceso la otra parte del mensaje. No todos los androides han muerto. No he terminado con todos. Aprieto los dientes deseando que Hyo hubiera sido uno de ellos.
* * *
Y entramos en el Centro de Mando. Visto unos tejanos ajustados y un jersey ancho que deja ver mi hombro. Las puertas están abiertas y el vaivén de gente llena el lugar de ruidos que me ayudan a obviar el dolor en mi corazón. A cada paso que doy me acerco más a un pozo oscuro que puede no tener fondo. Pero Ogue está a mi lado para ayudarme, para apoyarme y no dejar que me hunda.
Subimos por el otro ascensor, pues no quiero tener que enfrentar el cadáver de Dalir, sencillamente me derrumbaría. Aún no he hablado con Og respecto al desasosiego que siento por lo que hice y me pregunto si algún día seré capaz de hablar de ello. Debes hacerlo, sino algún día te hundirá.
Se me corta la respiración cuando llegamos al conocido corredor. Mi corazón late tan fuerte que siento que se va a salir de mi pecho. Ogue me aprieta la mano. Observa el cadáver de Misuk y se arrodilla junto a ella. Llora un poco y le da un beso suave en la frente. Yo observo la escena con el corazón encogido, recordando cómo Hyo también sostuvo a su hermana muerta.
—¿La amabas? —pregunto con un hilo de voz.
Ogue se encoge de hombros.
—No estoy seguro... Teníamos mucha confianza entre ambos, pensaba que era algo más que una simple amiga... pero ahora sé que ni siquiera eso era real —me mira con los ojos vidriosos mientras se levanta.
—Puede que sí lo fuera... No sabemos hasta qué punto fingía —y aunque en un principio lo digo para simplemente consolar al hombre, me doy cuenta de que hubiera deseado que fuera real. Que Misuk sí sintiera, pero no fuera capaz de comprender sus emociones.
Ogue me agarra de la mano y me hace avanzar, pues me he quedado plantada en mi sitio, incapaz de reaccionar, cada vez viendo más cerca el encontrarme con lo único que me queda de Hyo. Al fin reacciono y caminamos por el pasillo hasta llegar a la puerta que se ha mantenido abierta. Siento que me falta el aire cuando entro a la sala llena de pantallas y me dejo caer junto al cuerpo sin vida del androide.
Le sujeto del rostro y le acaricio el cabello. Voy a hablarle, aun sabiendo que no me puede escuchar, pero un súbito dolor me lo impide. No, dolor no, es un cosquilleo que recorre mis brazos. Allá donde se han posado mis manos, líneas oscuras surgen en la piel de Hyo y suelto un grito ahogado.
Ogue viene corriendo a dónde estoy.
—¿Estás bien? ¿Qué ocurre? —pregunta alarmado.
Pero no puedo contestar. Intento separar las manos del rostro de Hyo, asustada, sin comprender qué ocurre. Entonces mueve los brazos y me sujeta las manos. La miro sobresaltada y esperanzada, su mirada es fría, sus labios siguen curvados, no muestra ningún signo de vida. De hecho, las manos que se ciernen alrededor de las mías están frías, demasiado frías, tanto como el mismo metal.
—Hyo soy yo, ¿me escuchas? ¡Hyo por favor! —le suplico que me conteste, intento separar mis manos, pero su agarre es demasiado fuerte.
Ogue nos mira sin saber qué hacer. Tan solo observa la escena, tan anonadado como yo estoy. Y siento un calambre que me recorre los brazos y martillea mi cabeza, tanto que siento que va a explotar. Siento cómo todos mis órganos se contraen rápidamente. Las memorias de Hyo vienen a mí y lo veo desde el principio, desde cuando estaba confundido e intentaba comprender sus emociones a cuando observaba la guerra frente a él, veo cómo finge, cómo manipula a sus enemigos para luego traicionarlos, veo sus dudas, siento sus remordimientos, recuerdo a Mike, veo como intenta hacer el bien, cómo le despojan de lo que es y vuelve a infiltrarse en muchos lugares, en distintos tiempos; entonces llega la oscuridad, la incertidumbre, me encuentra, me ayuda, veo nuestras vivencias juntos.
Y es cuando me observa desde sus ojos marrones. Sus preciosos ojos marrones. Sus manos ya no son hielo, siento su calidez.
—Yadei —y mi nombre en sus labios es lo suficiente para que toda la oscuridad se disipe.
Le abrazo con todas mis fuerzas, con más de las que recuerdo tener y mi llanto es una mezcla de alegría y pena. Al principio está confuso y no comprende qué ocurre, pero luego sus brazos rodean mi torso y ríe. Ríe. Es una risa preciosa.
—Me has devuelto la vida —me susurra.
—¿Yo? —él sonríe ampliamente y me contagia la sonrisa.
—Tus nanobots, me has transferido algunos inconscientemente y al tener mis recuerdos... he podido regenerarme —hace una mueca cuando sin querer le aprieto en la quemadura—, aunque tus nanobots van más lentos que los míos a la hora de sanar.
—¡Perdón! —me separo rápidamente y rio.
Ambos reímos, de felicidad, de emoción. Hyo ha regresado. Está conmigo, ha vuelto a vivir, no se ha ido para siempre. Sigue conmigo. Sigue aquí. Ya no está este vacío dentro de mí.
—¿Ha funcionado? —pregunta mirando a Ogue y a mí.
Y entre los dos le explicamos atropelladamente que las muertes han terminado, que el Vínculo está ayudando a los habitantes de los pentágonos, que los habitantes del Exterior están colaborando también.
—¿Y tus padres? —pregunta mirándome.
—Están bien, en un campamento a las afueras de mi ciudad —sonrío tanto que me tira la piel.
—Bueno... ¿No crees que ya es hora de presentármelos? —eleva una comisura y se ríe.
—Oye... será presentártela, porque yo también necesito que me presenten a mi padre.
Y ambos nos reímos.
—Pues venga, en marcha —nos insta Ogue, y se dirige a Hyo divertido—. Por cierto, Fiko está aquí.
—Noooo, ¡el chucho no! —se queja Hyo.
Sacudo la cabeza y sonrío. No podría quererlo más.
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