VEINTICINCO

Observo a Hyo en su dolor, me parte el alma ver como llora a su hermana. Siempre la quiso, siempre pensó que ella podría sentir lo mismo. Pero hoy me ha bastado para comprender que muy a pesar de todo Misuk nunca podría. Nunca llegaremos a saber si su programación era más fuerte que su voluntad o sencillamente su voluntad era hacerles daño a los humanos. Pienso cómo habrían sido las cosas si la androide hubiera sido sincera desde el principio. Si realmente hubiera formado parte del Vínculo. Pero esa posibilidad ni siquiera existe, porque jamás habríamos hecho este viaje, jamás habríamos llegado a este punto. Todo habría sido demasiado distinto. ¿Habría sido mejor? Probablemente. Pero ahora ya no hay tiempo para pensar en lo que pudo haber sido y no fue.

Me agacho al lado de Hyo, le coloco la mano sobre el hombro y le hago saber que estoy ahí para todo lo que necesite. Suelta a su hermana y me abraza con fuerza, ahoga los sollozos en mi hombro y yo le acaricio el cabello castaño. Llora como nunca antes lo ha hecho, completamente roto y desconsolado. Arruga mi vestido ya raído entre sus manos mientras intenta calmarse.

Yo le susurro que era la única opción. Mi voz suena demasiado calmada. Es una calma artificial, pues por dentro mi corazón palpita con demasiada fuerza, aún sobresaltada por lo que acaba de pasar en estos pocos minutos. Sé que Hyo puede sentir mi desasosiego, sé que puede contar mis pulsaciones con simplemente tocarme la piel, pero se tranquiliza, sus sollozos van desapareciendo. En algún momento comienzo a tararear la nana que él una vez me cantó, no recuerdo la letra, pero sí la dulce melodía. Ya se acabó. Ya está todo.

Tras el llanto, nos levantamos. Recogemos las pistolas y caminamos lentamente por este pasillo de paredes blancas y de metal. El Eje es austero, sin ningún tipo de decoración más que una simple tira de leds blancos incrustados en la pared. No hay ningún guardia, al menos no en los pasillos. Hay puertas blancas que reconozco y que sé que no son las que nosotros necesitamos. Mis recuerdos que no son míos nos guían por el laberinto. Caminamos mancillando el blanco inmaculado, somos dos puntos oscuros que cumplen una misión que lo cambiará todo.

Mi vestido se ha manchado de mi sangre y la sangre de Dalir. Está roto en algunas costuras y por las rodillas. Mi muñeca dislocada que aún no ha sanado pide tregua, cuelga a mi costado inútilmente. Siento la cara sucia, por la sangre, el maquillaje corrido y las lágrimas. El aspecto de Hyo no es mucho mejor, está cubierto de restos de los drones que ha tenido que vencer, una quemadura ha rasgado parte de su jersey, dejando ver una fea herida que se cura lentamente. A nuestro paso dejamos un rastro oscuro, pisadas donde se mezcla sangre y el líquido de las máquinas. Nuestro caminar es lento, yo porque estoy demasiado cansada, Hyo porque apenas puede recuperarse de lo que acaba de vivir.

Me gustaría poder parar el tiempo y sanar. Esperar a que nuestro dolor se disipe, a que nuestras heridas se cierren, y no solo las físicas. La carga sobre nuestros hombros es demasiado pesada, tanto que podría doblegar nuestras rodillas. Pero no es el momento de parar, no ahora. Por ello, nuestra determinación aumenta a cada paso que damos, estrechamos nuestras manos y avanzamos.

Y finalmente llegamos a una sala con la puerta blindada. Una puerta inexpugnable, que nadie salvo los altos cargos pueden abrir. Pero sé que es esta puerta, lo siento muy dentro de mí, con una certeza que agobia. Introduzco el código y la puerta se abre para darnos paso a una sala enorme, demasiado blanca, con pantallas todo en derredor y un panel de control en el centro, donde dos drones vigilan cautelosamente. Ni siquiera tienen tiempo para reaccionar, nuestros proyectiles les alcanzan antes de que se levanten. Ya no hay dudas, tan solo actuamos.

Y al ver los cadáveres metálicos me pregunto qué será de los otros drones. No tienen órdenes, ya no reciben las órdenes de Dalir. ¿Seguirán simplemente lo que Replika les dicte? ¿O se quedarán aletargados? Sacudo la cabeza para deshacerme de esas preguntas que ahora no me incumben y solo merman mi capacidad de pensar.

Me acerco al panel de control, desde donde miles de datos se reciben de todo el mundo. Se dibuja un mapa con los continentes delimitados de azul, con puntos rojos que designan donde hay drones y androides. Cientos, miles de puntos rojos todo en derredor. Un contador de muertes indica las bajas humanas, pero antes de poder leerlo lo cierro en mi mano. No quiero saber cuántos han perdido la vida.

Miro a Hyo. En su mirada de ojos pardos veo seguridad, determinación. La pena sigue presente, mucho más recóndita, pero ahora se ve sustituida por ese sentimiento del deber.

—Hemos estado esperando este momento durante mucho tiempo —me dice apretando mi mano.

—Hoy se acabarán las muertes. Hoy terminará todo al fin.

—Podremos descansar —Hyo sonríe y su sonrisa perfecta es lo suficiente para llenar mi corazón de esperanza.

—Quiero dormir bien de una vez —río un poco, no mucho, pues me duele la mandíbula.

Abrazo a Hyo con fuerza. Ya está todo. Suspiro.

—¿Sabes lo que has de hacer?

Asiento y él se aleja un poco para dejarme trabajar. Miro la pantalla, mis dedos se deslizan por ella como si siempre la hubiera utilizado. El programa se ejecuta con fallos, intenta alcanzar a todos los drones, pero no llega, el mismo error surge una y otra vez. El hecho de saber que yo podría arreglar esos fallos, que yo podría causar que toda la humanidad sea exterminada en cuestión de pocas semanas me hace estremecer. Pero en vez de ello comienzo a borrar fragmentos de este código mortal. Voy sellando poco a poco las puertas de esta Caja de Pandora. Y cuando por fin desaparece abro de nuevo el contador de las muertes, pero este sigue subiendo.

—No funciona —mascullo golpeando la pantalla, de lo cual me arrepiento al instante, pues mis manos heridas perciben el dolor de forma más aguda de lo normal.

Y compruebo de nuevo las órdenes que reciben los drones. Se repiten en bucle y las puertas que he sellado se han vuelto a abrir. Porque este no es el código que yo conozco, no es el que se halla en mi ADN, es una quimera que yo no sé cerrar. Miro a Hyo aterrada, sin saber qué hacer. Y temo que todo lo que hemos hecho no haya servido para nada.

No voy a rendirme ahora. Sacudo la cabeza y me pongo a pensar, deslizo mis manos de un panel al otro buscando lo que he de hacer hasta que doy con la solución. Debo desconectar la red, una información que también se haya en mi cabeza. Esa es la solución, cuando desconecte la red, dejarán de recibir órdenes, se borrarán todos los códigos erróneos y volverá todo a su estado inicial.

—Si acabo con la red que los mantiene a todos conectados y reinicio el sistema, todo terminará —digo mirando a Hyo con una leve sonrisa.

—Debe funcionar —él asiente—. Hazlo.

Así que comienzo a cerrarlo todo, preparo el cierre de la red. Esto afectará a todos los sistemas que están conectados, todos los que están construidos con hikario recibirán esa orden de desconexión y cierre, la red mortal por fin cederá. Y no solo afectará a las máquinas, sino también a las ciudades, los campos de fuerza caerán y por un tiempo gran parte de nuestra tecnología estará sin funcionar, al menos hasta que todo se reinicie. Así que mientras termino de escribir estas órdenes, programo un reinicio para todo.

Y es mientras el programa para cerrar la red se ejecuta irremediablemente cuando soy consciente de mi error. Hyo se apoya en la consola y entonces comprendo que la desconexión le afectará a él también. Sus sistemas están construidos por hikario, está conectado a la red, nunca llegó a desconectarse del todo. El programa que acabo de iniciar significa perderlo a él también. Suelto un grito ahogado y me dirijo a la consola, intentando parar lo que he iniciado, pero es imposible.

—¡Tengo que pararlo! —exclamo desesperada.

Hyo se acerca a mí con una sonrisa triste, me sujeta las manos, las separa del panel, me obliga a girarme hacia él y me abraza.

—Has hecho lo correcto —me dice en un tono dulce pero triste.

—¿Te va a afectar? —pregunto con lágrimas en los ojos, con la esperanza que su respuesta no sea la que ya sé.

Él asiente lentamente con la mirada rota.

—Estoy conectado a la red —su voz es apenas audible y su rostro se desencaja por la pena. Toda mi esperanza se desmorona.

—No Hyo... No, no, no. No puedo perderte —sollozo.

Ambos lloramos. Hyo intenta contenerse, tal vez para que yo no me sienta tan triste, pero su mirada me rompe el corazón. Es consciente de que aquí se acaba su camino, este es el final. Estos son nuestros últimos instantes juntos.

—Estoy aquí, estoy aquí —su voz me desmorona—. Lo siento, no he podido cumplir mi promesa de llevarte a casa.

Sacudo la cabeza y lo abrazo con fuerza.

—No Hyo, no digas eso, has cumplido tu promesa —le cojo del rostro y le miro a los ojos—, tú eres mi hogar, tú eres mi casa. Allá donde estés, si estamos juntos, me sentiré en casa —y me tiembla la voz al decirlo.

La pena es tan grande que me oprime el corazón. En mi mente no cabe un mundo sin Hyo. Él es mi mundo. Él me ha impulsado a seguir adelante, siempre ha estado ahí animándome, siempre ha estado a mi lado para ser mi amigo, mi confidente, mi compañero... Y pensar una vida sin él es pensar en una vida vacía, consumida por el dolor.

—Por favor, sigue adelante —me suplica—. Vive una vida feliz, no dejes que esto te quite la felicidad. Abraza a tu madre, dile que la quieres, rodéate de la gente que amas y vive una vida tranquila. Hazlo por mí. Recuérdame con cariño, con alegría, no con pena.

Nos abrazamos y siento ese calambre de cuando se unen nuestras mentes. Las emociones de Hyo pasan a ser mías, y las mías suyas. Siento el miedo a la muerte que acecha al androide, siento culpa por no llevarme a casa, siento su amor y su cariño, su esperanza, su felicidad al saber que voy a estar bien. Y entonces siento sus recuerdos, sus vivencias y hasta sus sueños. Pero poco a poco siento como la oscuridad se va apoderando de él, su vida se escurre entre mis manos. Él me está entregando su conciencia, todo lo que es. Para que él siga vivo en mis recuerdos.

Fundo mis labios con los suyos en un último beso sentido y triste, donde las emociones de tristeza y amor se entremezclan, le repito que le quiero, que se quede conmigo.

Pero la arena del reloj deja de caer. Hyo se arrodilla y yo junto a él. Me mira una última vez a los ojos y me sonríe. Dibuja un te quiero con sus labios un instante antes de morir.

—Yo también te quiero, por favor no te vayas —sollozo, mi voz es una mezcla de dolor y desesperación.

Lloro y le abrazo, abrazo el cuerpo de Hyo sin vida, que mantiene los ojos pardos abiertos y su mirada hacia mí. Y me quedo hecha un ovillo a su lado, llorando. Hyo ya no existe más que en mi cabeza. Sus recuerdos están dentro de mí, pero él ya no está, ya no existe. Hyo se ha desvanecido. Siento un enorme vacío dentro de mí.

Y continúo llorando y sollozando hasta que se me secan los ojos. Me entra frío, mucho frío de repente y nada tiene ya sentido, así que decido desconectar.

Cierro los ojos.

Y duermo.


Mientras terminaba de escribir este capítulo he llorado demasiado... Nunca matéis a protagonistas, es mejor para vuestra salud mental...

Por cierto... Lo siento mucho de veras, lo siento, lo siento, intentaré compensaros :(

Y como dice la canción:

Por favor no te escapes,

porque mi corazón no puede soportarlo

No dejes que este sea el final

No dejes que este sea el final

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