Shabná II
Shabná observa las gafas de sol del agente. El agente se queda de pie frente al ventanal, proyectando una sombra alargada en las baldosas blancas. Juguetea con las gafas de sol pasándolas de una mano a la otra.
—¿Ha visto el hermoso día que hace hoy? —se gira ligeramente hacia Shabná, quien se halla sentada en el sofá, tensa— Por favor, acérquese.
La mujer obedece, se levanta y observa a través de la ventana. El color azul del campo de fuerza baña ligeramente la ciudad. En la zona rica, los edificios son todos de mármol blanco, carecen de anuncios luminosos y en su lugar existen decenas de jardines en las azoteas.
—Sería más hermoso si la luz del sol bañara los edificios —refunfuña.
El hombre se ríe con ironía.
—Bien sabe usted que entonces el caos reinaría en la ciudad. No me voy a andar con rodeos con usted, señorita. Nuestra sociedad funciona gracias a las ciudades y a que sus habitantes creen todo lo que les contamos.
—Señora —le interrumpe Shabná algo molesta.
—Señora —el agente esboza una media sonrisa—, ¿así que prefiere seguir pensando que está casada?
—Lo estoy, de hecho, aunque no pueda sentirme orgullosa de mi marido —esas palabras queman la garganta de Shabná, pero necesita parecer molesta con él.
—Su marido ha estado evadiendo de una forma increíble las autoridades. Pero ya veo que se acabó el cuento de hadas. Imagino que se ha dado cuenta por fin de cuál es el bando correcto, ¿no es así?
—Yo no estoy de su parte, no se confunda. Pero tampoco lo estoy de la de mi marido.
—Oh, problemas familiares. ¿Han discutido? —se mofa el agente.
—Descubrir que esos nanobots no le hacen ningún bien a mi hija ha colaborado.
—¿De qué está hablando?
Shabná suspira, en parte de alivio, pero lo hace pasar por un bufido. Ha captado la atención del agente. Se está tragando el farol.
—Yadei no los necesitaba para sobrevivir, fueron tan solo un capricho de Daran.
—Entiendo. Ya me imagino cómo debe sentirse, traicionada por su marido, abandonada... Es una pena que algunos no sepan apreciar lo que tienen —el hombre alza las cejas.
Shabná hace caso omiso de ese comentario, el agente prosigue:
—¿Y ese rencor es mutuo? Porque, no le voy a mentir, es muy sospechoso que justo después de usted saber que iba a haber una redada, su marido decida enviarla a la cuarta.
—Deje de hablar como si yo fuera una marioneta. Decido qué hacer y qué no. Mi marido sospechaba que hablaba con usted. Pensó que lo más práctico sería alejarme del centro de operaciones del Vínculo.
—Oh Shabná —se acerca burlón a la mujer—, es usted un títere, una muñeca que se deja mover por varios hilos. Pero en el fondo usted se deja porque sabe que es la única manera de proteger a su pequeña, ¿verdad?
—Mi único objetivo es que Yadei salga con vida.
—Es una madre sensata.
El agente recibe un mensaje en su brazalete y se dispone a atenderlo. Se aleja hacia un despacho y Shabná se queda en los sofás. Sabe qué mensaje ha recibido el agente: no han encontrado a Daran. Y sabe que eso dificulta aún más su farol. Está atada de manos y pies, no puede hacer nada.
Le da otro sorbo a la copa de vino y se queda observando el líquido oscuro unos instantes. En esa parte del edificio, hay un inhibidor que impide mandar mensajes, pero no recibirlos. Así que sabe que el agente tendrá que salir de esa planta para comunicárselo a algún superior. O para convocar una reunión, ¿y si no pudiera hacerlo?
Cuando el hombre sale de la oficina, Shabná se acerca distraída y, fingiendo un tropiezo, le tira el vino encima.
—¡Disculpe! Iba a dejar el vino en la mesa y me he resbalado con estos tacones.
El hombre la agarra de la muñeca enfadado.
—Se cree que soy estúpido, ¿verdad? Una camisa manchada de vino no me impedirá marcharme —la sujeta por los hombros—. ¿Dónde está su marido? ¿Le avisó de la redada? ¡Traidora! Su hija morirá si no me dice ahora mismo dónde está Daran.
La copa se resbala de las manos de Shabná, cayendo al suelo y produciendo un estruendo que sirve para sobresaltar al agente por unos segundos. Shabná consigue zafarse a medias, agarra un trozo de cristal y lo hunde en la pierna del hombre. El agente suelta un alarido y deja a Shabná libre.
—Te crees muy lista, ¿eh?
El hombre se agarra la pierna mientras la herida empieza a sangrar. Shabná se levanta y busca en la habitación algo que le pueda ser útil. Agarra la cuerda que sirve de decoración en una de las lámparas, produciendo que las bombillas caigan y se resquebrajen en pedazos. Corre hacia el hombre, que masculla palabrotas, y le ata las manos con la cuerda.
—Creo que me ha subestimado —farfulla Shabná.
Con un pedazo de cristal corta el restante de la cuerda y lo usa para atarle los pies. Hace caso omiso de los cortes que tiene en las manos y empieza a rebuscar en los bolsillos del agente, quitándole y rompiendo todos los dispositivos.
—¿Qué quiere conseguir con esto? ¿Acaso piensa que voy a darle información?
Shabná directamente no contesta, se queda mirando al hombre unos instantes y sigue buscando por la habitación. No hay nada más que un ordenador y decoración. Se queda observando una estatuilla de madera, tal vez sirva. La agarra con las manos temblorosas y se acerca al agente.
—¿Qué piensa hacer con eso? —espeta burlón el hombre.
Shabná cierra los ojos y le golpea en la cabeza, lo suficientemente fuerte como para dejarlo inconsciente, pero no para producirle grandes daños.
El Vínculo son pacíficos, no hacen daño a nadie, se recuerda. Pero Yadei está en peligro, y ya estoy cansada de este juego.
Arrastra al hombre por el pasillo hasta las escaleras de emergencia y allí contacta con el Vínculo. A Daran no le gustara saber lo que ha hecho, pero no pensaba quedarse de brazos cruzados viendo como todo lo que hacía no llegaba a nada.
Se sienta en los peldaños metálicos, envuelve sus manos en un pañuelo y hunde la cabeza entre las piernas esperando a que lleguen para ayudarla.
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