CUATRO
Caminamos entre los puestos de comida mientras termino de ajustarme el brazalete de información. Después de tantos meses sin conectarme a la red se me hace muy curioso ver cómo han cambiado algunas cosas. Lo primero es el hecho de que ya no puedo usar mi perfil por la sencilla razón de que, según el censo, estoy muerta. Ahora soy un bot, puedo navegar en los archivos sin tener que preocuparme por si me van a banear, pues no soy más que un programa informático de unos y ceros sin capacidad para pensar, al menos eso es lo que se ve desde fuera. Yaroc aún no utiliza un brazalete, pues tantas tecnologías nuevas son demasiado para él. Ni siquiera comprende al cien por cien qué es la red o qué es un programa informático.
Al pasar por uno de los puestos, el estómago me ruge exigiendo comida y me pido un bol de larvas con verduras y salsa de soja. Yaroc hace una mueca del asco al ver que comemos insectos. Yo me encojo de hombros.
—Mantener una granja de insectos es mucho más práctico que mantener a los animales como los cerdos o los pollos. Apenas comemos carne de otro tipo —me río llevándome una cucharada a la boca—. Deberías probarlo.
—Ehm... No gracias, estoy bien con la pasta —señala su bol lleno de tallarines.
Sonrío y asiento. Nos sentamos en uno de los bancos que hay. Los transeúntes pasan de un lado a otro con peinados estrafalarios y ropas demasiado extrañas que ni mi madre confeccionaría.
—Vale, tenemos que buscar alguna manera de parar todo esto —empiezo a decir, refiriéndome al proyecto Replika.
—Cómo si fuera tan sencillo —replica Yaroc, se agacha hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, con el bol de comida entre las piernas—. Lo más importante es el Centro de Mando, desde ahí lo controlan todo, menos el Túnel, claro. Pero tiene unas barreras o cómo se diga muy fuertes. Los hackers solo pueden rascar un poco de la superficie.
Asiento lentamente mientras continúo comiendo. Busco en mi brazalete algún esquema del Centro y, con ayuda de los proyectores que se encuentran situados en diversas partes del Túnel, formo una imagen tridimensional del sitio. Es un edificio de grandes puertas que se alza por varias plantas de la ciudad, con estatuas a la entrada en las que se muestran guerreros mitológicos que no sé reconocer. Una parte abierta al público muestra una sala de actos y un museo. El mapa no muestra más. Entro en la página web del gobierno y busco algo que nos pueda ser útil. Finalmente lo encuentro, proyecto el texto en el holograma.
—Ahí está, cada día de 16 a 19 se hace una visita guiada al público, con una conferencia-documental y un recorrido por el museo. Podríamos intentar aprovecharlo.
—¿Aprovecharlo cómo?
—Cómo has dicho antes, los hackers solo pueden rascar la superficie. Pues bien, tenemos que deshacernos de esa primera barrera —hago una línea subdividida que representa las diferentes barreras, indico la primera—. Desde el Túnel se encuentran con este primer tope, accediendo desde ordenadores externos al Centro. Pues bien —dibujo una línea roja que se adentra en la segunda barrera—, si pudiéramos acceder a una terminal del Centro nos ahorraríamos todo ello. Claro, luego sería cuestión de, una vez dentro acabar con la tercera barrera y buscar lo que sea que necesitemos.
—Me he perdido un poco —confiesa Yaroc.
—Fácil: entramos, conectamos y buscamos. Sin que nos pillen.
—Ajá, sin que nos pillen, ¿cómo hacemos eso?
Hago un gesto con el dedo para que me deje pensar y empiezo a darle vueltas. Tiene que haber alguna forma de pasar desapercibidos sin necesidad de utilizar los códigos de acceso. Descarto enseguida la idea de hacernos con algún trabajador, llamaría demasiado la atención y es poco ético.
Cuando apoyo la mano en el banco, la electricidad estática hace que un calambre me recorra el brazo. Entonces me viene a la cabeza el momento cuando encendimos el coche, me detectó como si yo fuera una inteligencia artificial. Sonrío triunfante.
—Creo que ya lo tengo —le digo a Yaroc—. Mis nanobots pueden jugar a nuestro favor.
—¿Qué? ¿Cómo?
Suspiro.
—Vale, a efectos prácticos soy un ciborg, un híbrido humano-androide —me río—. Una parte de mí es una máquina. Pues... imagino que habrá alguna forma de hacer que yo sea detectada como un androide.
—Y así tener vía libre por el Centro.
—¡Exacto!
Termino de comer mi plato y me levanto contenta, pasando la mano por el holograma para borrarlo. Yaroc termina también y se levanta, estirando los brazos.
—Quién me iba a decir a mí que iba a salvar el mundo —ríe.
—No cantes victoria tan pronto. Hay personas muriendo ahí fuera y aún no sabemos qué se supone que hay que buscar —suspiro.
—Un paso a la vez, primero hemos de conseguir acceder a los ordenadores, más tarde ya nos preocuparemos por el resto.
* * *
Hacerme pasar por androide no es labor sencilla. Mi aspecto es uno de los problemas, mis nanobots otro. El programa que los controla está directamente insertado en mi cerebro, en unos implantes que ni siquiera sabía que tenía. Al final, Número tan solo consigue crear una máscara muy débil, lo suficiente para pasar desapercibida en un detector sencillo. Al mínimo fallo, todo se irá al traste. Cosa que debemos evitar.
Respecto a mi rostro, me tienen que maquillar para ocultar mi cicatriz y perfeccionar mi piel, ocultan mis trenzas bajo una peluca de media melena verde claro. Me visto con un mono verde oscuro y unas botas militares. Cuando me miro al espejo no parezco la misma persona. De hecho, parezco un maniquí salido de una tienda de ropa o una modelo de una revista, me río.
Revisamos el plan de nuevo. Los androides llevan todos estos siglos viviendo entre los humanos, mezclándose entre nosotros, sin que nos demos cuenta. Tanto Yaroc como yo entraremos como si nada al Centro, y una vez en la sala de actos yo me levantaré e intentaré buscar una terminal desde la que Número podrá acceder. En teoría, al ser un androide, no tendrían por qué ponerme ninguna pega los guardias de seguridad. Pero como digo, solo es en teoría.
Lo cierto es que ninguno confiamos en el plan. Hay demasiadas incógnitas que no están resueltas. Una vez en el Centro, ¿seré capaz de localizar una terminal? ¿Estarán accesibles? Lo más seguro es que nos acaben descubriendo y al final todo se vaya al garete, pero es mejor que estarse sin hacer nada. Al menos así, no me carcome tanto la conciencia.
* * *
Yaroc y yo avanzamos hacia el edificio que ocupa varias plantas. En la entrada hay unas cuantas personas haciendo cola. Las grandes puertas se alzan unos cuantos metros, no demasiados. Parecen estar preparadas para sellarse en cualquier momento. No son puertas bonitas, y las estatuas que se alzan a los lados parecen fuera de lugar. Los guardias de seguridad visten sus uniformes negros, en sus ojos se dibujan visores holográficos. Por un momento temo que midan mi temperatura y vean que no soy un androide, pero entonces recuerdo el calor de Hyo. Los androides están hechos para imitar a los humanos, su temperatura corporal debe de ser la misma.
Y ese recuerdo ahora mismo no me hace ningún bien, pues tuerzo mis labios en una mueca triste. Yaroc me da un leve codazo para llamarme la atención. Suspiro. Echo de menos a Hyo. Cojo aire con fuerza e intento que mi pulso no se acelere en exceso a medida que nos acercamos al fatídico edificio. Cuando me doy cuenta, Yaroc me sostiene la mano con fuerza, quizás con demasiada fuerza. Le miro, en su rostro se dibuja una expresión neutra, de fingida tranquilidad, solo su agarre me demuestra lo nervioso que está. Ojalá tener yo esa capacidad para no mostrarme tan nerviosa.
Por fin entramos y seguimos al cúmulo de gente hacia la sala de actos. Hago amago de morderme el labio inferior, pero recuerdo mi deber y me mantengo quieta, jugueteando con la manga de mi chaqueta. Nos sentamos en una esquina, justo en la última fila, cerca de una de las salidas, donde no hay nadie.
Una familia se acerca a nosotros. Los observo con los ojos muy abiertos. Que no se sienten aquí, que no se sienten aquí... Yaroc se gira hacia mí, rápido y acerca mi rostro al suyo.
—Sígueme el juego, si les incomodamos se marcharán —me susurra.
Yo asiento, no sin hacer una mueca, y llevo mi mano a la nuca del chico. Observo de reojo a la familia, veo como la mujer sonríe, le dice algo al marido. Yaroc me pregunta si se han marchado y yo le susurro al oído que siguen ahí. Hablan un rato, buscan un lugar donde sentarse, pero continúan obstruyendo el paso a la salida. Empiezo a ponerme nerviosa. Si las puertas de la sala se cierran, adiós al plan. Miro la hora, quedan pocos minutos. Yaroc vuelve a preguntarme y yo sacudo la cabeza. Aprieta su mano en mi brazo mosqueado y masculla un insulto.
Cuando ya lo doy por perdido, la familia decide marcharse hacia la otra punta de la sala. Suspiro y me separo de Yaroc. Le miro.
—Qué incómodo —digo en voz baja—. Me voy —señalo la puerta con la cabeza.
Él asiente y me desea buena suerte. Yo cojo aire y avanzo nerviosa hacia la salida. Activo el parche que me hace pasar por androide y cruzo la puerta. Si pudiera cerraría los ojos, pero he de mostrarme neutra. Una lucecita azul aparece, indicando que soy un androide, los guardias no hacen caso apenas, permitiéndome entrar en el edificio sin problemas.
El corazón me late muy rápido. Caperucita ha entrado en la boca del lobo, ¿será devorada?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top