CATORCE

No sé si lo que me despierta es la luz tenue del sol llegando desde la ventana o la alarma de la cafetera y el posterior grito de Áster pidiéndome que la apague. Me levanto como accionada por un resorte, con el pijama de tirantes levantándose sutilmente por la brisa que entra desde la ventana del lavabo.

Cuando llego a la cocina, preocupada porque el café haya hecho un destrozo y se haya derramado por toda la encimera, Hyo está apoyado en ella con una taza de café en las manos. Sonríe divertido, imagino que al ver mis pelos de loca y mi cara de recién levantada.

—¿Qué haríais si no tuviera acceso a vuestro piso? —se ríe.

—Supongo que limpiar el café todas las mañanas —contesto divertida.

—Menos mal que estoy yo —me sonríe y me mira. Se acerca levemente y me acaricia la mejilla—, tienes lagañas, hoy has dormido bien, ¿eh?

—Un poco —me limpio las lagañas y me sirvo un poco de café. Me lo acerco a los labios y miro hacia la habitación de Áster—, ¿la niña no se ha levantado aún?

—Está medio despierta creo. Ella llega tarde a clase y tú al trabajo, no tenéis remedio —sacude la cabeza con una sonrisilla.

—Pero tenía entendido que eras experto en casos perdidos —me río y le guiño el ojo.

Se ríe y deja la taza en la mesa. Se dirige con pasos cautelosos a la habitación de Áster y yo termino de prepararme. Hyo tiene razón, siempre llegamos tarde... pero es que la cama está tan acolchadita... Además, siempre está él para despertarnos cuando ve que nadie apaga la alarma del café o que son las siete y media y aún no ha aparecido nadie por la puerta.

Me miro al espejo y sujeto el delineador con la mano derecha. Algo no me cuadra. La Yadei que hay frente a mí no es la misma que recordaba antes de ir a dormir. Mi cabello cortito, que ya llega justo por encima de los hombros, liso y oscuro, mi piel pálida y ligeramente sonrojada, las ojeras que siempre han adornado la parte inferior de mis ojos, mis pecas, la cicatriz del accidente... Todo ha estado siempre ahí, pero no lo siento como si fuera mío. Sacudo la cabeza, tal vez sean las pesadillas, tal vez hoy no he dormido lo suficiente...

Hyo me pilla por sorpresa apoyando su cabeza sobre mi hombro y mirándome a través del espejo. Sus ojos pardos recorren mi cicatriz hasta centrarse en mi mirada.

—¿Todo bien? —agarra el delineador y limpia con su pulgar una raya que me he hecho en el pómulo sin darme cuenta.

—He sentido como que algo no encaja —susurro.

Hyo me da la vuelta y me hace un gesto para que cierre los ojos. Siento cómo me dibuja la raya en ambos ojos mientras habla bajito.

—Yo tengo la misma impresión. Me levanto cada día vacío, sintiendo que hay algo que no encaja —cuando dice cada día intento pensar en la sucesión de estos últimos días, pero por mucho que lo intente, todo se entremezcla—. Como si una parte de mí me dijera que esta vida no me pertenece.

Me vuelve a girar hacia el espejo y abro los ojos.

—¿También notas tú eso? Yo es como si no recordara bien... no sé, las cosas. No recuerdo qué cené ayer ni qué hice antes de acostarme... ni tampoco recuerdo nada de... de antes. O sea —miro mi maquillaje y sonrío levemente, Hyo siempre acierta—, quiero pensar que es por el accidente de tren y eso... pero no sé, es muy raro no recordar siquiera cómo conseguí ese trabajo.

Y entonces me doy cuenta de que en toda esta mañana no he sido realmente consciente de cuál es mi trabajo. Trabajo... sí, en una tienda de videojuegos, en eso trabajo. Claro, de siempre, desde que terminé el año pasado de estudiar... ¿El año pasado? ¿Tanto tiempo hace? Hyo nota mi desconcierto y me coge de las manos para tranquilizarme. ¿Y él? ¿A qué se dedica? ¿Por qué no lo recuerdo? Respira Yadei, tranquila. Hyo trabaja como electricista, eso es, ¿cómo puedo haberlo olvidado?

Áster me saca de mis cavilaciones entrando en el baño.

—En 30 minutos he de estar en clase, así que agradecería que me dejarais mear tranquila —dice con su típica amabilidad mañanera.

Hyo se ríe y dejamos a Áster tranquila. Termino de preparar mis cosas y Hyo me acompaña a la calle. Antes de que coja el Trans, Hyo me sujeta del rostro.

—¿No vas a despedirte? —y me planta un beso en los labios. Yo no correspondo, de hecho, me estremezco. Él lo nota y se retira, pero no tenemos tiempo de hablar porque el tranvía emprende la marcha.

Me llevo los dedos a los labios y me doy cuenta que ese beso no era natural, no tenía sentimientos, era frío y automático... No entiendo nada. Me quedo mirando por la ventana mientras la silueta de los edificios pasa frente a mis ojos. Observo a un chico de cabello cobalto que se sienta delante de mí en una de las paradas.

Es un androide.

Espera.

Sacudo la cabeza y me estremezco. ¿A qué ha venido ese pensamiento? El chico nota que le estoy mirando demasiado y se revuelve en su asiento. Juraría que se lleva la mano al oído y mueve los labios levemente, fijando su mirada en mí. Aparto los ojos hacia la pantalla que indica la parada, aún quedan tres para llegar a mi destino, pero me levanto para salir en la próxima. Me siento tremendamente agobiada por el peliazul.

El tranvía para y una multitud baja, aprovecho para escurrirme entre el vaivén de personas y acabo caminando por unos callejones solitarios. Mi jefe me va a matar por llegar tarde, pero no puedo permitirme ir a trabajar así. Continúo mi paseo sin un rumbo fijo, no conozco estas calles y voy girando por donde me parece más conveniente. Esta zona parece olvidada, parece que nadie se preocupa lo más mínimo por adecentarla, papeles yacen por el suelo, ladas rotas, algunas que aún funcionan y reproducen vídeos que se repiten una y otra vez. La música y las voces de estos vídeos se entremezclan creando una melodía extraña y confusa.

Evito pisar los charcos de agua producida por los condensadores de aire y me fijo en las paredes grises llenas de grietas y humedad, paso mis dedos por grafitis de formas ondulantes y sonrío levemente cuando alguno se ilumina.

Después de caminar por distintos callejones, el sonido de una lada capta mi atención. Se oye la voz de una chica hablando. No soy capaz de identificar de donde viene así que rebusco entre los callejones siguiendo el sonido. Algo en su voz me es tan familiar...

Finalmente encuentro la lada tirada a unos metros de mí, junto a un contenedor. Me quedo paralizada al reconocer la voz: es mi propia voz. Camino lentamente hacia delante mientras escucho unas palabras que no recuerdo haber dicho:

"...que pretende erradicar de la faz de la tierra a todo habitante del Exterior. Y no solo eso, sino que también acabará con nosotros, con los que habitamos en las ciudades, los que pensamos que estamos protegidos. Todos seremos exterminados... en 62 horas la humanidad habrá desaparecido."

Agarro la lada con ambas manos, haciendo caso omiso de la pringue que mancha mis dedos y las rajas en la pantalla que amenazan con herirme. Observo una Yadei decidida que habla sobre un peligro inminente que acecha a la humanidad. Entonces es cuando una ola de recuerdos viene a mi cabeza, pero no soy capaz de ordenarlos.

La tableta se desliza entre mis dedos y cae al suelo, partiéndose en dos, corrompiendo el sonido del vídeo que se reproduce en bucle. Me sobresalto y por fin consigo reaccionar, me agacho frente a lo que queda de la lada y transfiero el vídeo a mi brazalete. Miro a mi alrededor y de repente siento que todas las sombras sinuosas reflejadas sobre las paredes me acechan. Echo a correr desesperada, el puzle se desmonta y los recuerdos se entremezclan. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?

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