Alicia a través del espejo
Alicia traspasó el espejo. Todos los comediantes, repletos de afeites, exhalaron un grito unánime desde sus rostros pintarrajeados.
Al otro lado, en el país de las pesadillas, fue llevada por el vendaval de las almas rotas. Cruzó con ellas sombrías gargantas, coronadas por altos farallones desde donde oscuros monjes encapuchados exigían las virtudes teologales.
Los torturadores de la reina martirizaron en el yunque sus delicados dedos, pidiendo explicaciones de los sueños, retratos de la carne, un frasco de lágrimas hirvientes. Ella desgranaba un rastro de soledades que conducía hasta su espíritu.
Jirones de piel quedaron en cada espina de los bosques. Los pájaros abatieron el vuelo, cansados de aquella tierra extraña. Unos ojos desconcertados se perdieron entre el caos de la bruma, buscando la puerta maravillosa.
El ángel de la guarda se había retirado a la montaña, por encima de todos los males. Luego su corazón se quebró, volvió su mirada a la blanca figura vacilante que trepaba por las faldas y desplegó sus alas.
Más allá de todos los reflejos infinitos, el espejo termina. Las mariposas conocen la salida. Ellas guían a los ángeles extraviados y a sus acompañantes.
Lejos, en el valle, gimen los olvidados, siguen girando en su torbellino gris. Aquí arriba, cerca ya del vano luminoso, Alicia mira al ángel y sonríe.
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