VISITAS
Llegan inesperadamente para sorprenderte.
A muchos les gustan las historias antes de dormir.
De todos su alma era la más fina, dulce y magnífica, todos los días una dama de negro y blanco la visitaba tocaba su puerta tres veces, entraba junto a ella al pie de la cama, habría un libro rojo y comenzaba a leer.
La tenue mirada de miedo que salía al escucharlo, historias horribles de alguien superior subestimado a los demás, noche tras noche, las personas lo desafiaban, y anunciaba su llegada, esos tres golpes a la puerta como un gran complejo cotidiano y rutinario.
El jamás fue un héroe, pero si la esperanza de serlo, el bien lejos de la montaña.
Se sentaba ante los pies de la cama y comenzaba a leer, ella se hacía la dormida aunque al dejarla ir sentía que lloraba.
La seguía a su habitación como pequeños pasos al andar, sentía que lloraba, desconsolada y sola, sentía culpa todos los días, tal vez sabía y entendía lo poco que le gustaban esas historias, sin embargo seguía haciéndolo.
Quería dejar de escuchar esas historias, quería dejar de entender que era bueno para ella, no se quería forzar a algo que no quería, el oír de los otros amparos y lujosos, un pie en la nada creando más dolor hasta que esa niña creció y sola aprendió, lo que los demás le dieron a entender.
Mientras que la otra, la otra se perdió en la alucinación del tiempo y consigo se mato por si sola.
Tuve un sueño, una pesadilla que me despertó, entre un grito y un gran respiro, sin embargo no era yo, todo se desplazaba, al verme como alguien más, una ciudad se veía por afuera, lindas cortinas, música hermosa, mis pies eran flexibles ante la música que escuchaba, yo era la música y me veía al espejo, me seguía a cada paso era apasionada y me gustaba quería ser de esa manera.
Sin embargo todo caía a pedazos de un lado a otro cada vidrio se rompía, y simplemente dejaba de estar ahí.
-Aun no es tiempo- no para nada lo era,vsin embargo ella se marchó para dejarme sola.
Fui una historia triste y presagia, una carnívora envestida por el ruido y el gozo de la noche la recuerdo como una ley cercana, con los ojos abiertos y el llanto en la mirada.
Ella era una parte distante que sentí desde el inicio, sus ojos eran verdes y sus manos largas vieja como su rostro,
¿A caso la definía realmente?, me preguntaba.
En realidad no lo notaba y no tenía la intención de hacerlo, no se notaba ante los ojos de su hija, se despidió dejando una marca en la mutua visión de la soledad, tocó mi pelo vio mis ojos.
Cada marca que moldeaba mi cuerpo, como límite de impurezas todo en los ojos de ese cercano antaño de la nada, me alimento unos cuantos días, sonreía al verme, a pesar de decir que quería dejarme, le gustaba cantarme tal vez quería que recordara un poco de lo que ella era la lengua que tenía para iluminar las estrellas que brillaban en mis ojos.
Muy pronto entendí que jamás me quiso dejar, pero el mundo era demasiado fuerte para que ella luchará sola contra el.
Ellas eran tantas, como mis marcas, mis lunares y mis manos, como mis ojos simple y grande en la misma forma, el mismo nombre, se sentaba a mi lado leía y percibía dormida, moría.
-¿Cómo te llamas?
Mi cara goteaba, no tengo nombre o tal vez lo tuve, mi olvidó fue el desgaste de su ausencia que llegue a vivir, me deba miedo su poca forma.
Todos los días todas las noches siempre, entre los días de lluvia y los que no, días sólidos y noches tersas, todas las noches iba arriba de la azotea, los ruidos se escuchaban al igual que la música, hasta que el lugar se cubría de azul y el sonido de rojo.
Sus lágrimas se postraban en los campos del viento y ella se perdió como un pájaro tomando vuelo entre los cielos y nueves.
Las historias no siempre son luz también son fuego, dolor y cenizas la docencia de la música y el ruido de las viejas figuras de cristal acomodadas una a una hasta caer destrozadas, las manchas en la piel, no son nada más que la tersa palabra olvidada, así como su mismo cambio.
Cuando pierdes algo lo demás se vuelve más importante, solo escucha todos, absolutamente todos, se sentaba al borde de la cama junto a ese libro tomaba una hoja a lazar y comenzaba a leer historias aterradoras colmadas de muertes y sacrificios.
Palabras viejas y regidas tocaba tres veces la puerta burlando sus propias palabras, merodeaba entre la habitación de cada una y tomaba las cosas, como obras de caridad el silbido torpe que salía de su boca, el pánico que le aumentaba al mirar y al crecer que podía ganar odiaba la preeclampsia de su canto dividido, sentía como caminaba poco a poco solo para llegar a mi lado.
Yo no le tenía miedo a la sombra le tenia miedo al hombre y señor al que le pertenecía, llegó al pueblo siendo grande y buena persona, sin embargo las circunstancias de su inteligencia y conocimiento, lo hicieron tomar otras medidas y otras acciones, justificando con creencias suyas de su propio cielo.
Ese ruego de dar gracias por el echo critico de estar aquí, como pedía el más, cuando no había menos, como todo aquello que dejaba de entender.
Mis ojos se perdían mis manos se degradaron, como un dolor perdido, los huesos se me congelaban, el lugar era lluvia el olor a tierra húmeda siempre estaba, los arboles a su alrededor y el dolor ante mis muecas, una muñeca de porcelana acomodada en el aparador.
Era un lugar escondido entre viejas montañas y grandes cuevas, llanuras llenas de leyendas, se relajaba entre la cautela del tiempo.
Solo un pueblo que durante el verano se sostenía en escrituras sobre metros de tierra para crear cultivo, las grandes palmas o la plaga devorándose, los granos de maíz y hermosos huertos perdidos ante los bellos frutos.
Eso era pedazos de maíz escondidos entre el verde rugido de la milpa, no había tanto como las épocas pasadas y la decadencia de los trabajadores bajo el sol era incapacitado, su desolación el calor se alimentaba de nosotros y nos perseguía entre cada lado, no había transporte público, el tiempo no paso por aquí se detuvo se contuvo en una esfera de cristal.
Simplemente una pequeña bocina anunciando pequeños pasos a la realidad, ese pueblo en el que pocos salían y pocos entraban, el pueblo despreciaba a los nuevos y apreciaba a los que se iban con la promesa de jamás regresar, los pocos que salían era para conseguir dinero al mismo pueblo y aquellos que morían, aunque sus cuerpos se quedaban metros bajo tierra.
La piel se me secaba como la tierra ante la falta de agua, y al mismo tiempo esas negras sequías en la que los obreros lloraban.
Las largas lenguas de llovizna, los ásperos golpes y esas semillas que la volvían la madre del tiempo, la naturaleza del gozo y el cielo, de esos pequeños truenos, caídas en mis ojos jugando por mis mejillas.
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