Capítulo 29. "Segundas oportunidades"
Dicen que el tiempo es relativo; que para cada persona tiene un ritmo y una diversa duración. Y cuando uno es feliz, parece que el tiempo corre deprisa a comparación de cuando estamos tristes, que todo pasa en cámara lenta. La vida resulta tan rara algunas veces, que las explicaciones científicas no suelen ser suficiente para algunos temas. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, a veces entendemos que la única opción que tenemos es vivir y dejar las dudas para después. Y para mucho después.
Siempre he creído que soy un persona que intenta vivir la vida, pero últimamente me he dado cuenta que ese es exactamente mi error; que intento vivirla en vez de hacerlo. Cuando Michael se fue de mi lado, creo que lo que más me dolió fue saber que él se había llevado consigo las mejores historias; me dolió saber que él era el dueño de los mejores momentos. Me daba miedo seguir construyendo mi vida, que nadie estuviera a mi lado y que las barreras de soporte tuviera que hacerlas a mi modo. Me asustaba estar sola.
Pero descubrí que es mejor así y que, inevitablemente nunca estamos tan solos como creemos.
Con toda la seguridad del mundo, puedo decir que las horas sin dormir, que las horas extras de trabajo y que todo el café barato que tomé en el pasado, valieron la pena. Valió cada maldito segundo de aquel sufrimiento. Y valió la pena porque me encontré a las mejores personas del mundo en mi camino. En primer lugar, están mis compañeras de cuarto: Lauren y Lu. Lauren terminó por ser aquella persona con la que es inevitable hacer conexión, puesto que es una persona dulce y que siempre tiene una sonrisa que regalar. Es la clase de persona que siempre te da la mano y que cada que tiene la oportunidad, corre a comprar a Starbucks. Y Lu, resultó ser la persona más alta y pecosa que he conocido en toda mi vida; es tan noble y dulce, dándolo un aspecto nervioso todo el tiempo. Pero Lu es tan valiente como pocos; siempre lucha por su verdad y por lo que quiere.
Ya decía que hay cuestiones en la vida que parecen no tener una respuesta, como el hecho de haberme cruzado con Julián. El primer encuentro fue extraño; primero está el hecho de haber quedado hipnotizada por su encanto y que después haya comenzado a insultar a diestra y siniestra. La segunda vez que estuve con él, pesé que casi me secuestraría, pero descubrí que era una persona demasiado amable y que sólo estaba teniendo un mal día, como cualquiera. ¿Quién diría que todos estos días él sería la persona que se encargaría de enseñarme todo el lugar y sus hermosos rincones? ¿Quién diría que tendría los mejores días al lado del extraño con el que intercambié maletas por error? ¿Quién diría que aquel extraño resultaría estar igual de perdido que yo? ¿Y quién demonios hubiera sabido que aquella persona me enseñaría muchísimas cosas?
Julián resultó ser la clase de persona que se convence a sí mismo de tener todo bajo control, de que la vida no es lo suficientemente buena para darse el lujo de buscar la felicidad en simples cosas y que el dinero es el motivo por el que el mundo no se detiene. En parte tiene toda la razón, pues ambos sabemos que el dinero es la clave del éxito en muchos asuntos, pero toda la vida ha sido tan influenciado por su familia, que no tiene una visión más allá de eso. Julián es la clase de persona que nunca busca problemas, que está tan bien con su vida que, cuando algo cambia, pierde el equilibrio. Y al final del día, resulta que es como yo: tiene miedo a probar la vida después de un corazón roto, tiene miedo a probar el mundo de una manera solitaria y que el dolor no se vaya jamás. Quizá aquello nos hizo conectar tan bien en poco tiempo o que ambos teníamos un sentido del humor algo parecido; tal vez nos hicimos tan cercanos por un dolor mutuo o sólo la vida nos dio una buena amistad.
En estos últimos días, creó que apenas y pise el cuarto del hotel. Ambos tuvimos la grandiosa de idea de aprovechar los días al cien y olvidar que las horas estaban contadas para mi regreso.
En un bar casi en los límites entre Ciudad Nueva y Ciudad Vieja, logré romper el record de mayor cervezas bebidas por una mujer, por lo que mi foto con una ebria sonrisa terminó pegada en la pared de aquel lugar. También la comida que había comido terminó embarrada en las paredes del exterior, puesto que terminé con la resaca de mi vida..., pero esa es otra historia.
Entre estos días, Julián y yo nos quedamos encerrados en el elevador del edificio donde trabaja. Estuvimos tres horas encerrados en aquella caja de metal, yo con ganas de hacer pipi y el con ganas de vomitar el desayuno, pues la cantidad de cervezas que había bebido le estaban cobrando factura. Cuando fuimos liberados, cada uno se fue corriendo al baño ignorando las preguntas de los oficiales y de los paramédicos. A esa historia le puse una nota en plan "No contársela a mamá hasta cinco años después".
Otra historia graciosa es la del viaje en carro que hicimos; Íbamos por ahí sin ningún destino fijo hasta que nos detuvimos a recorrer a pie todo el barrio judío. Fuimos a lugares que quedaron pendiente en la última visita y descubrimos que el lugar sí que escondía lugares hermosos. Para nuestra mala suerte, aquel día amaneció un poco nublado, así que la lluvia nos atrapó a media caminata. Pero eso no nos detuvo, al contrario, todo se volvió un poco más divertido... hasta el momento en el que Julián creyó divertido lanzarme lodo directo a la cara. Debo de admitir que las carcajadas estuvieron acompañándonos en todo momento, incluso reíamos sin para cada que resbalamos por tener los zapatos llenos de lodo. Y he de admitir, que la mejor parte fue cuando íbamos de regreso al carro y la gente nos miraba raro ¿y cómo no? teníamos la cara llena de barro, la ropa estaba sucia, nuestro cabello era un desastre y olíamos a tierra. La felicidad terminó por esfumarme en la noche, cuando tuvimos que limpiar el carro y aspirar los asientos. Nos costó unas dos horas dejarlo como antes.
También salimos al cine, donde vi toda una película en checo. Claramente no entendí nada, pero ignorando aquello, la película parecía demasiado bueno y las palomitas no eran tan malas. Julián terminó dormida a mitad de la función y esa fue mi oportunidad para robarme las palomitas que dejó a medio terminar. Al final, a pesar de no entender nada, pude deducir que la película era una comedía romántica de esas en las que la chica principal conoce a un guapo hombre, se enamoran, tienen miedo de admitirlo, se separan y después ella va tras él para confesarle su eterno amor y ser felices para siempre. Una trama bastante utilizada en el cine y muy común en el día a día.
Y hace unos días, terminamos en Praga 20 buscando un departamento para su hermana menor. El lugar no parecía ser muy turístico, porque era muy parecido a la zona donde vivo: sólo había casa, parques y uno que otro centro comercial. Incluso había en el lugar una escuela de artes, que al parecer, esa era la razón por la que su hermana quería vivir ahí. Después de ver varios lugares y que los vendedores pensaran que Julián y yo éramos una pareja lista para dar el siguiente paso, terminamos por fingir que éramos una pareja de recién divorciados y que el departamento era para estar lo suficiente lejos. Después terminamos fingiendo que éramos una pareja de recién casados, pues dos vendedores comenzaron a coquetear conmigo de una manera muy desvergonzada... aunque me sentía internamente halagada por aquello, no era lo que pretendía al ir ahí. Al final del día, cuando íbamos de regreso, Julián creyó que sería una brillante idea enseñarme a manejar.
Y vaya que no fue buena idea.
La primera media hora fue interesante el saber que si sacaba el embrague antes de tiempo, el carro se apagaría; la segunda media hora fue estresando que el carro se me apagara en los topes. A la hora, me sentía demasiado abrumada con el hecho de tener que prestar atención para saber el momento en el que tenía que pasar de segunda a tercera o viceversa. Lo peor de todo, fue no saber con que fuerza era necesario presionar el pedal del freno, por lo que el cuello de Julián termino algo adolorido y con la marca del cinturón de seguridad. A las dos horas, después de unos gritos, del estrés y de terminar con las piernas temblorosas, Julián me mandó al asiento del copiloto y comenzó a explicarme aspecto básicos sobre manejar mientras íbamos de regreso. Me explicó que el pie con el que se pisaba el pedal para acelerar tenía que ser el mismo para pisar el freno, así que el pie izquierdo sólo era para pisar el embrague; que cuando el sonido del motor fuera estruendoso era momento para subir la velocidad y cuando el carro se sentía "torpe" era momento de bajar la velocidad. Me explico algunos trucos y otros detalles que, con práctica iba a lograr entender, ya que en mis diecinueve años de vida había manejado.
Y Julián no sólo me enseñó a manejar, también me enseñó a como conquistar a Tom. Al inicio fue algo extraño, después fue bastante divertido, pero al menos había aprendido qué pone nervioso a un hombre, qué les gusta y cómo comenzar a acércame sin parecer una loca. Ya después lo pondría en práctica, pero primero esperaría a saber sí había una oportunidad.
—Así que mañana cumplirás veinte grandiosos años—la voz del checo me trae de vuelta a la realidad.
—No lo veo lo grandioso a cumplir veinte años—respondo con un suspiro—, es deprimente.
Escondo las manos en los bolsillos de la ligera sudadera gris y aviento con el pie una gran hoja del suelo. ¿Qué es lo bueno de cumplir veinte años y saber que estoy más próxima a la estresante y miserable vida adulta?
—Eso lo dices porque aún no tienes el placer de pagar impuestos, de hacer declaraciones, de pagar por vivir y respirar—dice con una enorme sonrisa, llena de ironía.
—Ojalá pudiera regresar a cuando tenía dieciséis—le digo con nostalgia—. Era más fácil todo, sólo me preocupaba por no llegar tan ebria a casa.
—Vaya, eso suena a una buena vida—dice burlón.
—Al menos el dinero no era la razón de tu felicidad.
—Bueno, no puedo argumentar nada ante eso.
Se acerca un poco a mí y me pasa su largo brazo por los hombros. Me acerca un poco a él mientras caminamos y reconozco las calles, falta poco para llegar al hotel.
—¿Ya tienes listas las maletas?
Sacudo la cabeza para responder que no. Todas mis cosas siguen regadas por la habitación y apuesto que no sólo las mías, también las de las chicas. En especial las de Lauren, que ha aprovechado los últimos días para estar a lado de Paul, por lo que supongo que en lo último que ha pensado es en arreglar sus cosas.
—Y no sé si pueda arreglarlas hoy—le confieso.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees?—lo miro— Seguro Lauren está muy ocupada besándose con Paul.
—¿Sigue durmiendo en el sofá cama?—se rie.
—Sí, así que espero que no quiera darle la despedida a todo cuarto.
—No quiero ser pesimista, pero estoy seguro de que lo harán—me mira—. Son jóvenes y las hormonas flotan por todos lados.
—Yo soy joven y no tengo la necesidad de...
—¡Ay, por favor!—comienza a reírse falsamente— no me hagas reír, Grecia. Si tuvieras al chico de tus sueños frente a ti lo estarías devorando a besos.
—¡Julián!—chillo algo horrorizada— Ósea sí lo haría, pero intentaría ser precavida.
—¿Quieres apostar que no?—levanta ambas cejas rápidamente.
—¿Qué clase de propuesta es esa?—le pregunto con los ojos entrecerrados.
—Sé que soy encantador, pero no te estoy invitando a hacer nada—me dice con una gran sonrisa socarrona—. Sólo estoy insinuando que cuando pase, no te va a importar nada... ¿O aquello fue una propuesta?
—En tus sueños, Julián, ya te dije que no eres mi tipo.
Finjo estar a punto de vomitar. Seguimos caminando hasta que llegamos a la entrada del hotel y nos detenemos, uno frente a el otro. El corazón se me hace pequeño, pues sé que es momento de separarnos.
—Así que...—comienzo.
—Te veo mañana—la afirmación de Julián parece pregunta.
Tiene las manos dentro de las bolsas de sus jeans y se balance sobre sus talones. Igual que la primera vez que me dejó en la entrada del hotel.
—Claro—le digo con un hilo de voz, pues el sentimiento me está ganando.
—O prefieres que no...
—No, no, no—lo interrumpo—, claro que quiero verte mañana. El vuelo sale algo tarde, así que todavía podemos ir a desayunar.
Asiente con la cabeza y mira sus pies. Parece que también le duele un poco el tener que despedirse. Julián hace un rápido movimiento, y en un segundo ya me encuentro entre sus brazos. Le regreso al abrazo con fuerza e intento reprimir las ganas de echarme a llorar. No quiero irme a dormir con el corazón hecho un desastre.
—¿Quieres subir—comienza a preguntar—o quieres pasar lo que resta del día conmigo?
—Creí que no te agradaban los turistas—bromeo mientras alejo mi cabeza de su pecho y echo la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—He estado fingiendo muy bien que me agradas—explica—. Te la has creído, ¿a que sí?
Le doy un leve golpe en el estómago.
—Vámonos antes de que me arrepienta de no arreglar mi maleta.
Me da un rápido piquete en las costillas y antes de que le pueda regresar un golpe, sale corriendo hacía el carro, que está estacionado a unos cuantos pasos.
Como voy a extrañar estas segundas oportunidades de volver a vivir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top