Capítulo 2. "Bomba de tiempo"

Cuando llego a casa, no tengo idea de la hora qué es, pero puedo predecir que es más tarde de lo que acostumbro a llegar. Enseguida de poner un pie dentro, casi todos pueden notar que algo malo ha sucedido, pues tienen las miradas sobre mí y eso sólo provoca que me eché a llorar mientras las piernas me falsean. Todos se preocupan de inmediato, pero cuando les explico que Michael ha terminado conmigo, se relajan un poco. No del todo, pero si lo suficiente como para intentar consolarme.

Mamá fue la primera en abrazarme y, cómo había dicho, mis tres hermanos sólo vieron de lejos la situación con una pequeña mueca de dolor. Como cuando se mira a algún animal herido y no se sabe qué hacer.

Mamá dijo que llorar era conveniente en estos casos, que no merecía guardarme todo porque, sería como una bomba de tiempo: en cualquier momento tendría que sacar mi dolor. Sin embargo, algo dentro de mí no quiere llorar. Es como si la noticia todavía no tuviera el efecto suficiente. Una parte de mí, cree que va a despertar de un mal sueño, que después lo volverá a verlo y todo será igual que en estos años. Una parte de mí cree que después de hoy, volveré a tomar su mano como si aún existiera amor entre nosotros.

Michael comenzó a ser parte de mi vida desde hace tres años y algunos meses. Recuerdo haberlo conocido en septiembre por mera casualidad, pues era conocido de Dustin, mi hermano.

Primer paréntesis: Josh es el hermano mayor con 25 años y el único que tiene un nombre que no podrás encontrar en un mapa. Con dos años menos, sigue Dustin, la primera víctima de la ingeniosa idea de papá que, básicamente consistía en nombrarnos como algún lugar en el mundo; tres años después fui la segunda víctima y la única hija de la casa: Grecia. Y por fin, cinco años después llegó la última víctima: Chad.

Como decía...

No recuerdo porque mi ex novio conocía a mí hermano, pero todo sucedió en una fiesta a la que Dustin invitó a Elizabeth (mi mejor amiga), y a mí. Recuerdo que era septiembre, era muy noche y el viento comenzaba a refrescar, yo llevaba un vestido porque creía que haría calor así que estaba temblando un poco. Había bebido mucho refresco y Elizabeth ya se había ido. Sólo me  quedaba esperar sentada a que mi hermano terminara sus asuntos para irnos. Estaba aburrida, sola y tenía frío. Hasta que apareció él. Se puso frente a mí y me habló como si me conociera de años.

—¿Dónde está tu hermano?—preguntó—dijo que podía llevarme a casa.

Puedo decir que cuando lo vi, me sudaron las manos y sentí que iba a vomitar las mariposas de mi estómago, pues por alguna extraña razón había quedado encantada con el pequeño hoyuelo que se le formaba en la mejilla cada que hablaba. Cuando lo vi, me di cuenta que era alto, tenía el cabello negro y lacio, una pequeña cicatriz en la ceja y unos ojos que se veían tan oscuros que podría jurar eran negros. Me quedé en mi lugar, entorpecida y sin una respuesta congruente.

—Hace media hora me dijo que lo esperara aquí—dije por fin.

Negó con la cabeza, como si supiera qué estaba haciendo en ese momento mi hermano. Soltó una sonrisa al aire que hizo que mi corazón se detuviera un segundo.

Se sentó a mí lado, pero parecía que mi presencia no tenía ningún efecto en él. Me preguntó mi nombre sólo para romper la tensión y hacer menos aburrida la situación. Después de eso comencé a temblar, no sé si era el frío de la madrugada o el hecho de tenerlo a mi lado, pero recuerdo que hizo una broma tonta sobre nuestra nula capacidad para recordar cargar un suéter. No me prestó su sudadera o alguna chaqueta, puesto que no llevaba ninguna, pero no me hubiera negado si me hubiera ofrecido un abrazo para entrar en calor.

Esa fue la primera vez que lo vi y por supuesto, no fue la última.

Él es tres años mayor que yo, él estaba en la universidad cuando yo aún seguía en preparatoria, lo que complicó que volviera a verlo, pero ocurrió: dos semanas después, Josh me preguntó si quería que fuera a recogerme a la escuela, fue algo raro, pero accedí. Cuando lo vi llegar, me sorprendió muchísimo que no estuviera sólo; mi otro hermano y su amigo estaban en el asiento trasero. 

Dustin y Michael comenzaron a estar juntos más tiempo y, la razón era obvia pero también era algo que pasaba inadvertido... al menos para mí. No creía posible que él amigo de mi hermano tuviera ojos para alguien como yo.

Lo demás es historia; un día me dijo que era linda, otro día tomó mi mano y caminamos un buen tiempo, después me besó; más tarde me preguntó si quería ser su novia, poco después me confesó que jamás había estado tan enamorado de alguien. Por último, me dejó con el corazón destrozado.

Por la noche, cuando voy a dormir, tengo la cabeza llena de dudas ¿Qué fue lo que hice mal?, ¿cuánto tiempo fingió que todo iba bien mientras estábamos juntos?, ¿cuánto tiempo me besó pensando en alguien más? por más que cierro los ojos no puedo soportar la idea de haber estado tan cerca físicamente de él, cuando quizá estaba tan lejos mentalmente, pensando en alguien más. ¿Por qué espero tanto tiempo para decírmelo? 

La noche se pasa lenta, y no puedo descansar. Durante toda la madrugada las manos siguen sudándome por los nervios y una parte de mí quiere seguir despierta para evitar soñarlo. Parece una eternidad cuando la luz comienza a filtrarse por la ventana y el despertador comienza a sonar. Logro estirar el brazo para callar el sonido del celular y me froto los ojos con pereza, siento que mi cabeza es una pequeña bomba y noto el cansancio en mis hombros. Me cuesta un poco salir de la cama, pero lo logró después de un rato. Camino al baño y por el espejo, noto las ojeras resultado de los desvelos que he estado acumulado últimamente gracias a la Universidad y el trabajo; noto que mi cabello  está despeinado, la marca de la almohada en mi mejilla y los ojos un poco hinchados y rojos. Y eso, es sólo el daño exterior que se ve a simple vista, porque internamente y de manera metafórica, todo está aún peor.

Tomo una ducha, me cambio, desayuno en un extraño silencio, pues parece que todos se han puesto de acuerdo en estar de luto, y eso me inquita aún más. Nadie dice nada, nadie habla, parece que intentan ver si puedo controlar la situación y si sé manejar un corazón roto. Aunque vamos, para tener veinte años deberían saber que no voy a saltar de un tercer piso. Aún no. 

Me cepillo los dientes y Josh se ofrece a llevarnos a la escuela a Chad y a mí. Primero lo deja a él en la preparatoria y sigue el camino para poder dejarme a mí. No me sorprende la amabilidad de mi hermano, pero no digo nada, porque no quiero tocar el tema de mi ruptura.

Conduce lento, sin prisas. La vista no la despega del frente y yo sólo dejo caer mi cabeza en el respaldo, esperando llegar a tiempo.

—¿Cómo te sientes?—me cuestiona de la nada.

Detiene el carro en un semáforo y aprovecha para darme un vistazo rápido, pasa una mano por la corbata que parece se le ha enchuecado un poco y veo que tamborilea sus dedos en el volante.

Terrible, quiero llorar hasta que se me olvide porque lloro. Quiero gritar y golpear algo, quiero salir de la ciudad, quiero dormir mil años y olvidar el dolor de mi pecho. Quiero un poco de helado y también un poco de vodka para pretender estar bien, pienso.

—Normal—respondo.

Si la palabra "normal" puede encajar con todo el remolino de sentimientos que hay dentro de mi pecho, entonces me siento normal.

—¿De verdad?—me cuestiona— nadie ha querido decir nada pero, rompieron contigo y parece que no te duele.

Me paso una mano por el corto cabello que aún sigue húmedo y miro a mi hermano. A pesar de tener 25 años, sigue teniendo cara de adolescente sin remedio, su cabello lacio es idéntico al de papá y sus lunares son casi iguales a los de mamá, pero sus ojos parecen una completa combinación de ambos. Veo como la edad parece que no se lo come. Suspiro ante su falta de tacto y desvío la mirada a cualquier lado que no sea él.

—Creo que aún no lo proceso—respondo—, creo qué, tengo la esperanza de verlo hoy y que me diga que lo que dijo no es verdad.

—Gres...

—Ya sé que estoy mal—lo interrumpo—¿qué se supone que debo hacer?

—Tienes que empezar por lo básico: aceptarlo. Y después...—se queda segundos en silencio para murmurar—: no lo sé.

Se queda nuevamente en silencio y arranca el carro, reanudando el camino.

—Tu silencio no es un buen consejo.

Resopla.

—Esa es la gran desventaja de tener hermanos y no hermanas: somos torpes y no podemos pensar claramente—responde—. Además, doy consejos tontos, nunca fui la clase de persona que haya podido basar su vida para aconsejar a alguien.

¿Eso aplica para mis hermanos o los hombres en general?

—¿Nunca terminaron contigo?

—Un par de veces, sí—responde.

—¿Entonces? —cuestiono—, ¿No es aquí donde dices que la vida sigue y conoceré a alguien más?

—Eso es lo peor que pueden decir, lo que menos quieres es conocer a alguien, sólo quieres que esa persona se quede. O lo único que quieres es que esa persona te deje de dolor.

—Lo hiciste, me diste un buen consejo—le regalo una pequeña sonrisa—, tener hermanos no es tan malo como ustedes creen.

Josh guarda silencio lo que falta de camino, lo cual agradezco, pero después de su último comentario, atribuyo que algo ha hecho que su corazón se sacuda y se sienta un poco raro. Me deja en la entrada principal de la universidad, no sin antes desearme buena suerte en mi día y darme un rápido beso en la frente. Observo como el carro se aleja hasta que desaparece de mi vista y el corazón se me hace un poco pequeño al darme cuenta que tengo que enfrentarme a todo el desastre que está a sólo diez pasos de mí. Observo las rejas azules de la puerta principal y a las personas a cada lado, vigilando que todo vaya en orden. Observo a las personas moverse de un lado a otro, las personas que hablan por teléfono y como todo transcurre normal, pero no logro moverme para dar unos pasos. No estoy lista en lo absoluto para verlo; para ver aquellos ojos que en algún momento habían sido mi perdición, o que quizá lo son.

—¿Piensas quedarte ahí o entrar a clases?

Giro la cabeza confundida ante la conocida voz. Veo a Elizabeth, mirándome curiosa y divertida mientras se arregla la camisa que se le ha levantado debajo de su chamarra rosa. A lo lejos, observo a su madre despedirse antes de irse. 

—¿Por qué no respondiste mis mensajes ayer?—me reclama mientras cuelga la mochila en sus hombres— no supe nada de ti después de que te fuiste con el tonto ese.

Hago una mueca ante su reclamo. Creo que estaba tan enfrascada en mi dolor, que olvidé responder sus mensajes y llamadas, pero no quería estar cerca del celular y pensar que cualquier notificación fuera de él. De un momento a otro, siento que el aire que inhalo es muy poco y reconozco ese sentimiento raro que se siente momentos antes de llorar.

—Es que...—inicio, con un largo suspiro—ayer no fue un buen día.

—¿Qué pasó?, ¿los interrumpieron durante su noche de acción...?

—Michael terminó conmigo—me adelanto a hablar antes de que termine su burlón comentario.

Elizabeth pierde la sonrisa, pero no parece creerme. Me mira atenta a cualquier reacción.

—¿Estás jugando?

Niego lentamente con la cabeza mientras chasqueo la lengua, intentando ignorar el nudo de mi corazón. Siento como si el aire que pasa a mis pulmones comenzara ahogarme, me muerdo la lengua como si eso fuera suficiente para tranquilizarme, pues la vista se me nubla gracias a las lágrimas.

—No sé si es el momento en el que recuerdo que te dije que era mala idea salir con personas mayores o es el momento en el que te pregunto cómo te sientes.

La castaña pasa una mano sobre mis hombros y comienza a caminar a mi inminente sufrimiento, comienzo a seguirla mientras ignoró mis ganas de salir huyendo. Cuando Michael y yo comenzamos a salir, ella no veía con buenos ojos nuestra relación ya que, ella creía que salir con alguien mayor era malo, pues podía corromperme o ser parte de sus malas intenciones. 

Y quizá estaba en lo correcto.

—Que ocurrente eres, West, pero creo que no quiero hablar de eso. Por el momento me gusta discutir el tema conmigo misma.

—Lo sé, dicen que tengo el humor de mi papá—me mira—, perdón.

Aleja su brazo de mis hombros, un poco apenada por su pequeño comentario, que en realidad, no me ha molestado. No he visto muchas veces a su padre, pero puedo decir que Elizabeth es más parecida a su madre, pues tienen el mismo cabello castaño y casi la misma estatura. Elizabeth podría ser su gemela, salvo por sus ojos azules, muy parecidos a los de su padre, igual que su lado sarcástico.

—¿Qué fue lo que te dijo?—me pregunta, retomando la plática.

Se detiene frente a las jardineras del edificio principal, donde hay árboles tan altos como el mismo edificio y pequeñas flores que me parecían muy curiosas en mi primer día de universidad. Hago una mueca, ignorando el retortijón en mi estómago y noto que tiene poco tiempo antes de tomar un rumbo diferente al mío.

—Dijo que había alguien más.

No da créditos a lo que digo.

—¿Y ya?—me cuestiona—¿es todo? ¿ni una explicación? ¿ni un último abrazo?

Miro al árbol detrás de ella, recordando la última vez que lo vi y cómo intentaba no mirarlo. Recuerdo la manera que no evitó que me fuera al sentirme herida.

—En cuanto me dijo todo me fui, no quería escuchar una explicación, pero tampoco fue como que haya dicho mucho, ¿sabes? —me abrazo a mí misma, recordando nuevamente el día anterior— sólo dijo que no se sentía cómodo y eso fue suficiente para mí.

Elizabeth niega con la cabeza y se muerde una uña.

—Pero, ¿eres consciente que estudian en la misma universidad y en algún momento se van a encontrar?

Asiento con la cabeza, algo cansada. Por eso, era buena idea el salir corriendo de aquí. De la ciudad, del país, quizá. Claro que había pensado en que iba a topármelo, sólo o con aquella persona que había robado su corazón y yo era la persona más consciente en que, si eso ocurría, podría destruirme.

—Espero que la vida tenga un poco de piedad y me ayude a nunca coincidir de nuevo con él.

Miro la punta de mis botas color vino e intento ahuyentar las lágrimas que nublan mi vista, y no la levanto hasta que siento los ojos curiosos de mi amiga y parece que ha pensado en algo que yo no. A veces, la mente de mi mejor amiga se va más allá de todas las posibilidades que el panorama suele mostrar, no sé si porque su madre le ha contado muchas historias o su mente no es tan cerrada como la mía.

— ¿Eres consciente de qué le falta poco para graduarse?—pregunta de la nada— es algo egoísta, pero ¿y si no hay alguien más? ¿y si tú no estás en los planes después de la universidad?

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