Capítulo 16. "Eres un idiota"

—¡Maldita sea!—levanto la voz, provocando que las chicas me miren preocupadas.

El aire me hace falta por unos segundos que parecen eternos. Me llevo una mano a la frente mientras analizo cómo es que lograré moverme por una ciudad que no conozco sólo para recuperar mis pertenencias. Dudo que, con ese temperamento que se carga, él acceda a venir al hotel a entregarme la maleta. Para empezar, dudo muchísimo que sea amable durante toda esta llamada. 

¿Nada me puede salir bien en esta vida?

—En mi defensa, ¡Es tú culpa!

Se ríe tan cínicamente, que me dan ganas de estampar mi mano contra su cara. 

—¿¡Mi culpa?! ibas tan distraída en tu mundo que no pudiste ver por dónde caminabas—recrimina.

Que mentiroso es. 

—¿Disculpa? por tu culpa casi me rompo la nariz, además fuiste tú el que empezó a maldecir al aire y el que tomó la maleta equivocada—me defiendo.

Casi puedo apostar, que el sonido que es escucha al otro lado de la línea es un gran portazo. Seguro está aún más desesperado que yo.

—No voy a discutir con turistas estúpidos—corta, lo que me ofende un poco. El tono de su voz parece menos molesto cuando habla de nuevo—. Supongo que te estás quedando en ciudad vieja, ¿no?

¿Es momento para admitir que su acento es algo sexy?

—No tengo idea de dónde es ese lugar—admito—. Sólo sé que el hotel al que llegaríamos estaba cerca de una plaza, pero no tengo idea del lugar en el qué estamos; nos han cambiado de hotel.

Dice algo en un idioma que no entiendo y lo escucho suspirar. Siento dos pares de ojos observándome, pero estoy tan preocupada por conseguir mi maleta, que no les hago caso. Me paso la mano por el cabello, llevándolo todo hacía atrás.

—¿Cruzaste algún tipo de puente de camino al hotel?

—No—respondo algo insegura.

—Okay, toma un taxi, dile  que te lleve a Strahovské, a la cervecería Strahov Monastery Brewey, te veo afuera en treinta minutos—ordena.

¿Qué? espera... ¿QUÉ? 

—¿CÓMO DEMONIOS DIGO ESO?—cuestionó—Para empezar, ¿crees que recuerdo la dirección que acabas de decir?

Lanza un grito al aire.

—¿Todos los americanos son así de estúpidos o sólo tú?

No respondo. Me está cansado su estúpida actitud intolerante y mis ganas de solucionar todo esto se están desvaneciendo. La línea se queda en silencio unos segundos y cuando habla, lo hace tan fuerte que no puedo evitar pegar un salto.

—¡Bien!—acepta—Te mando todo en un mensaje, sólo enseña tu tonto celular al taxista y deja que haga el trabajo.

Por alguna extraña razón, el estómago se me revuelve. ¿Quién lo diría? vagaría por una ciudad que no conozco, que no habla mi idioma, que está en otro continente y que tiene a gente muy grosera. Miro la puerta café de la entrada y cierro los ojos con fuerza, entonces tomo el valor de hablar. Mi lengua se niega a moverse después de su comentario.

—Una última cosa...¿Aquí se toman los taxis como en América?—mi voz tiembla un poco gracias al miedo.

—Averígualo.

Y cuelga.

Miro la estrellada pantalla de mi celular y sólo veo la foto de fondo: Lizzie y yo sonriendo, acostadas en el pasto de la universidad, con el sol alumbrando nuestras sonrisas. Que buen día era aquel; todo bien, Michael y yo éramos felices, aún no debía materias y las ojeras no se notaban tanto. ¿Cómo es posible que el tiempo se vaya tan rápido pero que los recuerdos perduren un poco más? 

De repente, me dan ganas de vomitar, de gritar y de patear la maleta que no me pertenece. Justo ahora, me parece encantador tirarme por la ventana. Y olvidarme de todo por una buena vez. 

No creo sea buena idea morir en Europa, es mucho papeleo e incluso después de tu muerte, sería imposible que descanses.

—¿Qué fue todo eso?—pregunta Lauren, quien se sienta en el borde de la cama. Ya no tiene sus tenis puestos y el cansancio se le nota en sus bonitos ojos caídos.

Señalo la maleta con enojo, como si esto fuera suficiente para hacerle entender qué pasa. 

—El idiota del aeropuerto confundió su maleta con la mía y tengo que ir hacer el cambio—explico—.Tengo que ir hacer el cambio me ha dicho que lo vea en una tonta cervecería en treinta minutos.

—¿Cervecería?—la confundida Lauren me mira. 

La misma pregunta pasó por mi cabeza, pero creí que sería mejor no mencionar nada, sólo para zanjar el tema rápido. Además,  no quiero meter ideas innecesarias en mi cabeza.

—Sí, creo que está por aquí cerca—alzo los hombros y me agacho para poder cerrar la maleta—. No he sabido darle la dirección concreta del hotel.

Me froto las cienes cuando estoy de pie. Inhalo por la nariz todo el aire que puedo y lo dejo salir por la boca. Prendo la pantalla del celular para ver la hora. Faltan veinte minutos para las tres de la tarde.

—¿Crees tardar?—me cuestiona la pelirroja.

Me quito la mochila de los hombro y rebusco mi cartera entre tantas cosas que hay dentro.

—No tengo idea—murmuro.

—No es por querer estresarte más, pero salimos en diez minutos—Lu se muerde la uña del dedo índice mientras junta sus cejas en un gesto preocupado.

Cuando me dijeron que la vida es un riesgo y que a veces hay que asumir eso, no creí que se referían a esto.

Creo que la señal para detener a un taxi, es universal. Pues cuando he levanto el brazo con el pulgar arriba, un carro se ha detenido frente a mí, haciéndome sentir un poco triunfante. Le enseñé el mensaje que había recibido del ser humano más grosero y el chofer hizo una seña con la cabeza, diciéndome que podría subir al taxi. La experiencia no estaba siendo tan aterradora como creí.

Lauren y Lu se ofrecieron a acompañarme, pero no las iba a incluir en mi metida de pata. La primera visita sería al castillo de Praga, recorrerían el lugar y cerrarían el día yendo a cenar. No era justo que ellas se perdieron eso. Además, nos acabamos de conocer como para hacer de mi problema algo suyo. 

Durante todo el camino, no he podido dejar de morder mis labios. Juego con mis dedos y reviso constantemente mi celular, por si algún mensaje aparece. Estoy tan nerviosa, que no me he tomado el tiempo para observar por la ventana la arquitectura del lugar, mis ojos sólo se concentran en la maleta negra a mi lado, en memorizar la placa y el número de carro... y en no llorar. 

Cuando el taxi se detiene, el conductor me indica a duras penas que son veintidós euros por el viaje. No puedo quejarme por el precio, porque no tengo idea de las tarifas que ocupan aquí, así que sólo entrego el dinero y me bajo, con la maleta entre mis dos brazos. Observo el lugar; parece tranquilo, hay poca gente caminando por aquí y eso no me tranquiliza en lo absoluto. El lugar es bonito; tiene aspecto como de alguna iglesia de los suburbios rodeada de altos árboles que impregnan el ambiente a madera y resina. Las paredes son altas y blancas, con un tejado de color naranja que le da un sutil toque urbano. El empedrado le da un aspecto algo hogareño y el olor que sale de la cervecería, hace que mi estómago llore gracias al hambre. El último bocadillo que he probado ha sido la tonta hamburguesa que he desayunado y ahora necesito probar algo más.

Arrastro la maleta con algo de esfuerzo, pues las llantas se atascan entre tanta piedra incrustada en el piso. Llego a la entrada del lugar en el que hemos quedado y lo visualizó recargado en la esquina contraria a mí. Tiene los brazos cruzados, su pie golpea constantemente el piso y por su expresión, puedo adivinar que esta aburrido. Mi maleta reposa a su lado. Sólo espero que no haya rebuscado entre ella o que haya visto mi ridícula ropa interior. Cuando estoy frente a él, se me atoran un poco las palabras en  la garganta. ¿Nervios? ¿Miedo a que comience a gritar? tal vez.

—Aquí está tu maleta.

Mentiría si dijera que no estoy nerviosa, porque de verdad lo estoy. Estoy nerviosa por su presencia y por el cómo voy a regresar; y también tengo miedo de que algo pueda pasar.  Aunque intento no prestarle atención a eso último, porque quizá voy a terminar con un colapso mental y un ataque de ansiedad. Despega la espalda de la pared cuando escucha mi voz y da dos pasos al frente, casi aplastando mi pequeña presencia. Sus brazos siguen cruzados y sus ojos me escrudiñan mientras pongo la negra maleta entre nosotros. Una sutil marca para que no se acerque más. 

—Que buenos modales—murmura sarcástico.

Bufo por lo bajo y ruedo los ojos. Como si el hubiera sido tan amable conmigo. Me quedo en donde estoy, esperando que me entregue mis pertenencias, sin embargo, no lo hace. Sólo me mira y su arrogante aura me dice que tendré que ir yo por ella. 

—No creo que merezca ser amable con un idiota como tú—susurro más para mí, que para él. 

Paso a su lado y, con cuatro pasos basta para acercarme a mis cosas. Leo la etiqueta que tiene en la manija de la parte superior y me tranquilizo cuando veo mi nombre escrita en ella. Me tranquilizo un poco, por lo que logro notar que el sol se ha ocultado tras las nubes grises y los árboles del lugar han hecho que refresque un poco. Y a pesar de que llevo puesta la cazadora que tanto le costo doblar a Lizzie, un escalofrío me recorre el cuerpo. El miedo comienza a darme la bienvenida.

—¿Cuánto te ha cobrado el taxi?—no logro adivinar si pregunta con algo de curiosidad  o burla, pues el acento con el que habla hace que su tono sea indescriptible.  Es algo difícil saber si habla en tono neutral. 

No lo miro cuando respondo, pues sigo revisando que la maleta esté bien.

—Veintidós euros. 

Su estruendosa risa hace que lo miro de reojo algo confundida. Se lleva una mano al pecho y entonces noto que lleva un saco entre las manos. Es el mismo que traía puesto cuando sucedió el incidente y con el que admití que se veía demasiado guapo para ser real.

—¿Ahora qué?—pregunto en tono frustrado—¿Soy un maldito chiste?

Aprieta los labios en una línea y después niega con la cabeza. 

—Es sólo que te vieron la cara de tonta—se encoje de hombros—. No tuvieron que cobrarte más de doce euros.

Aquel sentimiento amargo combinado con algo de pánico que sentí el día que me enteré que había examen de química, es lo mismo que siento ahora. A diferencia de aquella ocasión, no me dan ganas de vomitar, pues en algún punto del viaje, tenían que estafarme gracias a mi cara de turista. Además, no tengo nada en el estómago pueda salir. 

Me pongo de pie, lista para irme.

—Claro que no iban a desaprovechar la ocasión—respondo—, de la misma manera que no desaprovechas la ocasión para molestarme. 

Me acomodo el cierre de la chamarra y comienzo a caminar en misma dirección por la que he llegado. Quizá me encuentre un taxi en el camino que pueda llevarme... o logre perderme más.  

—Que seas lo suficientemente tonta para que mis comentarios salga a luz, no es mi culpa—dice, cuando paso a su lado—. Igual que ahora, ¿a donde demonios vas?

No detengo mi paso ante su confuso tono de voz. 

—De vuelta al hotel, ya perdí suficiente tiempo por tu culpa—respondo.

—Pues vas en dirección contraria.

Ay, Grecia, si que eres tonta, me regaña mi mente. 

Me detengo en seco y observo el camino frente a mí. ¿De verdad no he llegado por aquí? Me giro a observar en la otra dirección y me muerdo el labio al ver que ambos sentidos lucen igual, salvo por un letrero que indica que no muy lejos, hay una curva. ¿Y si voy en la dirección correcta y solo quiere molestar? 

—¿Y piensas llegar caminado?—me cuestiona—No hablas checo y no sabes la dirección del hotel en el que te has quedado. 

Es cierto, es muy cierto. ¿Qué diré cuando encuentre un taxi? Y si de milagro habla mi idioma, ¿cómo me llevará al lugar que quiero si no sé en dónde está? ¿Qué demonios estaba pensando cuándo me salí del hotel sin avisarle a Chris o a Olivia? Quizá ellos pudieron haberme ayudado o quizá hasta hubiéramos conocido aquí y hecho a un lado el plan de hoy. El labio me tiembla y tengo que mordérmelo, pues no quiero que vea el pánico que estoy sintiendo. 

—Estas varada en medio de la nada—comenta algo divertido, pero yo comienzo asustarme—. ¿Y sabes que lo hace peor? Estas con un desconocido, la red de tu celular no sirve y aquí no hay señal como para llamar a emergencias.

Si quería lograr que entrara en pánico, lo ha logrado de maravilla. El aire me falta cuando la idea de que ha cambiado la maleta apropósito sólo para abusar de mí, cruza por mi cabeza. Los ojos se me llenan de lágrimas cuando mi mente me dice que me haga a la idea de que es mi fin. Las manos comienzan a temblarme y no sé  si es buena idea comenzar a correr lejos de él. Un sonido gutural se escucha en el lugar,  pero sólo soy yo, llorando. ¿Y si este hombre es un asesino serial? Sigo congelada en mi lugar cuando su voz me trae un poco a la realidad.

—Así que, ¿cómo vas a regresar?—en su voz, aún sigue sonando la mofa que se carga.

Me tiembla tanto la mandíbula como para responder, pero tampoco es como que tenga una respuesta que darle. Me paso la mano por las mejillas para limpiar las gotas que escurren por ahí, y me sorprendo al notar lo mucho que tiemblan mis manos. Ni siquiera he llamado a mamá para decirle que he llegado y ya me están ocurriendo estás cosas. Comienzo a llorar  ante el miedo que siento, el estrés, el sueño y el hambre. En teoría, todo lo que siento comienzo a liberarlo en gotas saladas y no me importa mucho si la gente me ve. Es mi fin y no he aprovechado nada de este viaje. 

—¿Estás llorando?

Sorbo un poco por la nariz y las lágrimas ponen borrosa mi visión hasta que parpadeo. 

—Soy una tonta—admito—¿es aquí el momento en el que me duermes con cloroformo y me secuestras?

Estoy tan nerviosa, que no he notado cuando se acerca a mí. Las lágrimas no me dejan observar su expresión confundida, pues sólo veo su silueta algo borrosa. Miro mis botas color vino e intento controlar mi respiración para hablar un poco claro. 

—Hazlo rápido, y si mi mamá llama dile que la quiero...

—Espera, espera, espera, ¿qué tonterías dices?—me interrumpe y se acerca un poco más a mí, es cuando logro ver que me observa confundido y quizá algo alerta—No voy hacerte nada, sólo estaba haciendo evidente el hecho de que eres un total fracaso y qué haces las cosas sin pensar.

La esperanza regresa a mi cuerpo y por un segundo, me encanta su estúpido tono de voz. Por un segundo, comienzo amar todo lo que hay a mi alrededor. 

—¿No vas a matarme?—pregunto en un hilo de voz.

Niega con la cabeza, sin quitar su confundida mueca.

—Creo que los americanos si están demasiado locos—murmura.

Por un segundo, abrazo a esas ganas de vivir que tengo. Muchas veces, he deseado morir para calmar el dolor o apagar por un segundo los problemas que hay en mis hombros, pero jamás creí que en el momento de "muerte" llegaría y descubriría que vivir es lo mejor que podemos tener. 

—Julian—se presenta y observo unos segundos la mano que ha estirado.

Su mano es mas grande que la mía, tienes dedos largos que lucen elegantes. Me limpio vagamente las lágrimas que se han quedado atoradas en mis ojos y termino por aceptar su saludo. Ya he dejado de temblar cuando siento el calor de su mano y su fuerte apretón. Tiene el porte de alguien que saluda a tantas personas, que ya tiene medida la fuerza y elegancia requerida para el saludo. 

—Grecia.

—Lo sé.

Resoplo ante su comentario. Me seco todas las lágrimas que han quedado en mi rostro y cierro los ojos unos segundos para recomponerme del susto. Ya imagino el buen regaño que estaría dándome  mamá y como Josh llegaría a abrazarme para hacerme sentir bien, como todo un hermano mayor.

—¿Has comido algo?—su tono de voz es ahora más amable de lo que era la primera vez que cruzamos palabra.

Niego con la cabeza mientras me abrazo a mi misma. Una parte de mí sólo quiere darle las gracias e irse, pero la otra parte de mi tiene hambre y quiere probar la comida del lugar. Huele demasiado bien.

—¿Quieres pasar?—señala el lugar detrás de él.

Lo miro en silencio, buscando al chico grosero que me ha gritado desde el primero segundo de conocernos. Intento buscar al mismo chico que me ha hecho llorar porque tontamente he creído que, quería matarme. Sin embargo, veo una sonrisa amable y unos ojos culpables, su expresión ha cambiado y ahora me da menos miedo.

—¿Contigo?—no puedo evitar preguntar con un tono más serio del que pretendo.

—Pues al parecer, no hay a quién más escoger— hace una mueca, como si estuviera buscando a alguien más—; sólo estoy yo.

—¿Dejarás de echarme en cara que estoy una tonta sin remedio?

Lo veo sonreír por primera vez. Y definitivamente tiene una bonita sonrisa.

—Sólo si no vuelves a llorar—acepta el trato.

Durante la comida descubro que en realidad es buena persona; amable y gracioso. Descubro que en eso de tener un mal día, puedes llevarte a las personas menos esperadas al mismo hoyo que tú. Su vuelo se atrasó cinco horas, los de la aerolínea tuvieron un error con su asiento; la persona que iría por él al aeropuerto nunca llegó, tropezó conmigo, se perdió una importante junta y su padre lo regañó por eso. Y para hacer un peor día, se dio cuenta que tenía la maleta equivocada y que había dejado su cartera dentro de ella al igual que su pasaporte.

Y no es por justificar su mal trato, pero yo también he explotado con quien no debería, sólo porque la vida me pone difícil el camino.

Cuando terminamos la comida, no me deja pagar. Dice que es parte de la manera en la que me pide perdón. Después de eso, me lleva de regreso al hotel gracias a mis vagas explicaciones, las avenidas que recuerdo haber visto y la forma de algunos edificios. Cuando llegamos, me doy cuenta que el taxi sí que me estafó de una manera tonta, pues el lugar estaba a tan sólo unos veinte minutos en coche y unos cincuenta minutos caminando. Así que si Julián resultaba ser de verdad un cretino y yo ya hubiera comprado una tarjeta SIM que funcione aquí, hubiera llegado al hotel sin problemas. 

—Tu mamá te va a matar cuando te llame—dice una vez que se pone mi maleta frente a mí.

—Lo sé—acepto—, tendré que decirle que andaba muy ocupando peleando con gente del lugar en vez de llamarla. 

—Creí que me habías perdonado después de invitarte la mejor cerveza del mundo—alcanzo a ver una media sonrisa en sus labios.

Levanto ambas cejas, fingiendo un poco de indignación y sorpresa.

—¿Crees que con una cerveza olvidaré que me gritaste?

He de admitir que la cerveza era muy buena. Aunque la hamburguesa se llevó el protagonismo, no sé si porque tenía demasiada hambre o en realidad estaba buenísima. El pan sabía un poco dulce, la mostaza sabía un poco más fuerte y la carne con queso parecía de otro mundo.

—Quizá con seis logres olvidar el asunto—sugiere.

—¿Quieres embriagarme?—pregunto mientras entrecierro los ojos—¿Este es el momento en el corro a la embajada a pedir protección?

—Si fuera el caso, no sabrías llegar—sonríe de la misma manera que alguien que sabe que tiene razón y ya no hay argumentos para pelear. 

Chasqueo la lengua. Lo miro unos segundos antes de notar que la conversación se ha terminado. Mete las manos en las bolsas de su pantalón y se balance sobre sus talones. Es hasta ese momento que noto el olor de su perfume; algo dulce como la vainilla pero algo fuerte como el olor del café tostado. Cuando levanta la mirada nuevamente, me atrapa observándolo, es entonces que creo sería buena idea despedirme. 

—¿Qué harás mañana?—pregunta sin rodeos. 

La saliva se me queda a medio camino y abro los ojos por la sorpresa. 

—¿Por qué?

—Has tenido un mal día por mi culpa—confiesa—, no sería mala idea llevarte a los lugares que visitaron hoy.

Muevo la mano sin pensarlo, sólo para restarle importancia al asunto. Todavía hay más días para salir a conocer todo.

—Sólo fueron al castillo de Praga—le digo—. No me he perdido de mucho, a demás, pagaste mi comida. Todo está bien.

—Fingiré que no has dicho eso—dice mientras hace girar las llaves del auto en su dedo índice—. Te veo mañana a las nueve.

No digo nada porque la sorpresa se ha comido mi lengua y tampoco se me ocurre una excusa para darle. Boqueo uno par de veces, pero no logro formular un frase concisa. Me regala una sonrisa y se da la vuelta para poder subir a su mercedes, listo para ir a casa. Y me deja aquí, con la palabra en la boca.

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¡Feliiiiiiz añoooooooooo!






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