Capítulo 15. "Un error"
Mi espalda duele al igual que mis hombros. Por mi mente no aterrizó la idea de que quizá, diez horas de vuelo serían tan agotador como lidiar con mis hermanos. Las rodillas me duelen ante la necesidad de estirarlas un poco y mi trasero se me ha entumecido un par de veces. No ha sido suficiente el ir numerosas veces al baño y obligar a que la chica a mi lado se mueva un poco para dejarme pasar, pues la desesperación crece dentro de mí y ya no es suficiente el escuchar música para tranquilizarme.
La chica a mi izquierda, la que va del lado del pasillo y que si no mal recuerdo se llama Lauren, duerme tan tranquila mientras se le salen suspiros por entre sus labios. Y la chica a mi derecha, la suertuda que le tocó ventanilla, duerme con el cuello algo chueco y con la boca entre abierta; podría jurar que le escurre un poco de saliva por la mandíbula. Que envidia. Me paso las manos por el rostro, algo frustrada, intentando aunque sea dormir una hora.
Claramente, no lo logró.
Las siguientes cuatro horas, lo único que hago es ir al baño, repetir una vez más mi playlist, escuchar pláticas ajenas, observar por la ventanilla y platicar un poco con Lauren, ya que la chica mi derecha sigue durmiendo y no parece ser muy amigable. He descubierto, que Lauren vive a casi hora y media de mi ciudad, que tiene mi edad y que estudia derecho al igual que mi mejor amiga. He descubierto que ella ha hecho esté viaje como resultado de sus buenas calificaciones y su gran esfuerzo, no por un tonto arranque; después de aquella conversación, me he sentido muy torpe y boba. Ni buenas calificaciones tengo y ni un gran esfuerzo he hecho.
Cuando llegamos a Francia, el sol presume sus primero rayos de sol dándonos una cálida bienvenida. Son las seis de la mañana y mi estómago pide comida, ya que han pasado tres horas desde el pequeño desayuno que nos ofrecieron en el vuelo. No estaba mal aquel emparedado, pero no era un sabor algo agradable, le faltaba algo de aderezo y el jamón no sabía a nada. No llevo ni un día fuera de casa y ya extraño la comida de mamá.
Saco el celular de la bolsa trasera de mis jeans y lo enciendo sólo para ver que tanto me he perdido. Tengo un mensaje de mamá, de Lizzie y uno de Josh. Respondo los mensajes y les prometo llamarlos cuando llegue, si es que no es de madrugada por allá. Salimos del avión con calma y la pesadez que siento, hace que la mochila en mi espalda pese un poco más. Me abrazo a mi misma, pues el ambiente gélido provocado por el aire acondicionado, me estremece un poco. El aeropuerto no es cosa del otro mundo: es grande, la gente va de aquí para allá hablando diferentes idiomas y parece que la tranquilidad no ronda por aquí.
El que parece ser el organizador del viaje, levanta la voz una vez que nos reunimos en el embarque por el que salimos. Intenta reunir a todas las personas que han viajado con su agencia, sólo para poder ir a desayunar con orden y no atrasarnos en la espera del siguiente vuelo, que es en un hora y fracción.
Somos quizá unas quince chicas y uno cuatro chicos, sin contar al organizador y a la chica que parece ser la traductora y la responsable de los itinerarios. La realidad es que no somos muchos, imagine que seriamos hasta cuarenta personas y que todo sería un pequeño desastre en lo que al orden respecta. Todos parecen casi de mi edad; un año más o un año menos, pero la mayoría parecen agradables.
Que tengan una mirada dulce no quiere decir que sea agradables.
Lauren y yo vamos directo a McDonald's por una hamburguesa con papas, rezando no vomitarla más tarde o que nos haga daño. En medio de nuestro raro desayuno, se nos une Lu; una chica de tez pálida y cabello tan naranja como una zanahoria, es un año menor que nosotros, pero podría jurar parece mayor gracias a su estatura. Hasta me atrevería a decir que es de la estatura de Tom.
Tom.
¿Ya he dicho que por una razón que desconozco, mi estómago se emociona al verlo? Después de nuestro último almuerzo juntos, antes de salir corriendo a buscar a Elizabeth, se despidió de mi y me deseó suerte. Me dio un largo abrazo, de esos que te hacen cerrar los ojos para disfrutar tranquilamente la cercanía de la persona. Me dio un pequeño beso en la frente que me sorprendió bastante, y con un poco de sarcasmo dijo:
—No sé si decirte que no hagas algo malo o sólo decirte que espero que tus locuras no sea tan malas.
Y ese fue el último contacto que tuve con él. Después fui a despedirme de mi mejor amiga y por último, fui a casa a esperar la hora para salir al aeropuerto. Se me revuelve un poco el estómago cuando pienso en Tom, y el recuerdo de Michael lo opaca. El recuerdo de su sonrisa hace que una pequeña corriente eléctrica me recorra la espalda. ¿Qué sería de mí en estos momentos si Michael siguiera mi lado? ¿Estaría en casa? ¿Me habría dado cuenta de la burbuja en la que vivo? ¿O esto ya estaba destinado a suceder? ¿quizá y nunca estuvimos destinados a ser el uno para el otro?
A pesar del tiempo que ha pasado desde que él y yo ya no somos nada, mi corazón aún se sigue estrujando cuando lo recuerdo. Mi corazón aún lo quiere, a pesar de que su desvelo y dolor sea por él.
El tiempo para el desayuno termina y todos nos vamos a la puerta de abordaje para nuestro siguiente vuelo. Observo los rostros largos de los presentes, gracias al cambio de horario y a las largas horas de vuelo, pero parece que la emoción nos mantiene despiertos a todos. La espalda aún me duele, pero el hecho de saber que ésta vez el vuelo es de sólo dos horas, me reconforta un poco.
—¿Crees poder dormir o te sedo el asiento si me toca en la orilla?—pregunta Lauren, con una sonrisa burlona. La voz de Lauren, es la clase de voz que siempre es tranquila y te comparte una clase de tranquilidad, casi como si supieras que es una persona gentil y dulce.
Las mejillas se me tiñen de color rojo y le pido una disculpa con la mirada.
—Prometo que haré un intento por dormir.
Por suerte, comparto asiento con Lauren, ahora ella va en medio. La suertuda chica que le ha tocado la ventanilla, no es la misma, es una chica que parece muy entretenida en el libro que reposa en sus manos. Ella si que parece un poco mayor que nosotras, pero no por mucho, quizá unos dos o tres años.
Todo el vuelvo me la paso dormida y me sorprendo cuando Lauren anuncia que estamos por aterrizar, pues se me ha pasado en un abrir y cerrar de ojos..., a comparación del vuelo anterior. Supongo que el cansancio logró vencerme, porque aún siento los ojos pesados cuando comienzo a bajar del avión, pisándole los talones a alguien que desconozco pero que también luce un poco cansado. El cuello me duele un poco gracias a la mala posición, me llevo una mano al lugar donde siento un pequeño tirón para intentar sobarlo. Choco con un chico delante de mí que se ha detenido abruptamente. O no he prestado atención para saber que yo también tenía que detenerme.
—Perdón—me disculpo.
El chico voltea con una pequeña mueca despreocupada y hace un gesto con la mano para restarle importancia al pequeño incidente. Es un chico lindo: tiene los ojos un poco rasgados, su cabello lacio está bien acomodado hacia una misma dirección y su delgado cuerpo parece lleno de energía. Luce fresco para haber pasado por un día agotador.
—¿Jet lag?—pregunta. Al ver mi cara de confusión se explica mejor—: Cansancio por el cambio de horario.
Asiento con la cabeza.
—¿Cómo le haces para estar tan despierto?—inquiero.
Suelta una pequeña risa y Lauren se posa a mi lado. También luce cansada y algo adormilada.
—La universidad se ha encargado de cambiar constantemente mis horarios de sueño.
Observo a mi nueva rubia amiga y sin pensarlo, paso mi mano por su mejilla para quitarle la mancha de cátsup que ha traído desde el desayuno y ha pasado desapercibida. Me sonríe agradecida.
—Creo que mis horarios se aferran a no cambiar—dice Lauren, con algo de gracia.
Estoy por abrir la boca para hablar, pero me veo interrumpida por una fuerte voz que intenta sonar por encima del ajetreado lugar.
—¡Hemos llegado, chicos! ¡Sean bienvenidos a República Checa!—celebra el hombre que es el organizador— No recuerdo si les comenté mi nombre, pero lo haré de nuevo: me llamo Chris, soy la persona que estará a cargo de ustedes durante el viaje y ella es Olivia, nuestra traductora. Cualquier duda o problema no duden en acercarse a nosotros—anuncia—. Les digo rápidamente lo que haremos: iremos a recoger las maletas, nos iremos al hotel y tendrán una hora de descanso, pues hoy haremos la primera salida turística, ¿dudas?
Nos quedamos en silencio hasta que una mano se levante en el aire y Chris le da la palabra.
—¿Podemos ir al baño?—pregunta alguien.
—Claro, después de recoger las maletas vamos con tranquilidad.
Nadie dice más y comenzamos a caminar en dirección a las barras giratorias donde deben estar nuestras maletas. Comienzo a sentir un vacío en el estómago gracias a los nervios y no puedo evitar evitar tamborilear los dedos sobre mi antebrazo. Observo como las maletas pasan y pasan, y minutos después alcanzo a distinguir la mía al inicio de la barra giratoria. Con algo de dificultad la cargo cuando pasa frente a mí y la pongo en el suelo con un quejido. Creo que he empacado ropa para casi dos meses, pero no pude evitar pensar que era mejor que sobrara ropa a que faltara. Y Lizzie dijo que era buena idea, pero ahora no parece tan buena, pues mi maleta pesa casi lo doble que yo. Lauren recoge la suya, casi igual de grande que la mía, ya que suelta un pequeño gemido cuando logra colocarla en el suelo.
Mas vale prevenir que lamentar, diría mi madre.
Nos reunimos con el grupo de chicos y esperamos unos minutos a que todos estén listos, pues varios han ido al baño o siguen esperando sus maletas. Al poco tiempo, comenzamos a caminar a una de las tantas salidas del aeropuerto y el aire que entra a mis pulmones se siente tan diferente: parece caliente y un poco más pesado, que da la sensación de respirar un aire un poco más grueso. Definitivamente me siento fuera de casa. Me muerdo el labio para evitar llorar. Me siento muy feliz. Y ese sentimiento me invade todo el cuerpo, el cansancio pasa a segundo plano.
Aunque no dura mucho. Un segundo estoy de pie y al otro, estoy en el suelo.
Sucede tan rápido que parpadeo unos segundos intentando asimilar el golpe, pero lo único que logro, es darme cuenta de que si no hubiera puesto las manos en el suelo, mi cara hubiera dado con todo sobre la loza gris del lugar. Escucho una voz molesta, quizá lanzando maldiciones o insultándome. No tengo ni la menor idea de lo que dice, porque no hablo checo. Me intento poner de pie con la ayuda de Lauren y entonces noto al hombre con el que he chochado. Se está acomodando el saco negro que hace juego con su camisa blanca, noto que no lleva corbata y los primeros dos botones están desabrochados. Miro sus fuertes hombros, su cuello y quedo encantada con la forma en la que su mandíbula se marca, con sus rosados labios y aquellos ojos color azul. Noto su perfecta nariz y su claro cabello. Me quedo observándolo, hechizada por su encanto. Casi puedo oír una melosa canción de fondo y ver como caen pétalos de rosa mientras lo miro levantar su maleta y sacudir su camisa una vez más. No parece tan grande, quizá y tiene unos veinte siete años, o esa es la edad que le calculo gracias a las leves ojeras y los signos de estrés que carga.
Cierra la boca o consigue una servilleta para limpiarte la baba, me dice mi cabeza.
—¿Estás bien?—escucho que pregunta Lauren, pero para mi cerebro es prioridad observar al hombre checo frente a mí.
Pero la magia termina muy rápido; la canción es sustituida por el ruido del lugar y los pétalos de rosa dejan de caer. Ahora tengo al hombre frente a mí, diciéndome algo que no entiendo, señala algún punto y luego me señala. ¿Me está pidiendo perdón?
¿Sus gritos suenan a que te pide perdón?
No.
—No te entiendo—mascullo algo nerviosa y el agarre de mi amiga me aprieta. Está lista para huir.
Deja los ojos en blanco, claramente frustrado por algo. Mira su reloj, toma su maleta con fuerza y sus ojos me miran con fastidio.
—Fíjate por donde andas, ¿quieres?—dice por fin en mi idioma, con un raro acento que me parecería lindo. Si no fuera porque está casi gritándome.
Se me atora las palabras en la garganta. No sé que responder, pues creo que el de la culpa ha sido él. Quizá iba alucinando un poco, pero tenía los pies en la tierra, estoy segura que yo no he tenido mucha culpa.
—Creo que deberías de fijarte tú—mascullo mientras recojo mi maleta y la tomo de la manija.
—Malditos turistas—murmura con cansancio mientras pasa a mi lado, más malhumorado que antes.
No ha avanzado mucho cuando me giro a mirarlo.
—Idiota—digo lo suficientemente alto como para que escuche.
¿Quién rayos se cree?
¿Alguna vez se han sentido engañadas cuándo hacen compras en línea? Les muestran una imagen del producto a comprar y cuando les llega, es algo completamente diferente y ¿comienzan a sentirse estafadas?
Estafados. Esa podría ser una buena palabra para describir el momento y para describir toda la situación. Estamos parado frente al hotel que no es el hotel en el que deberíamos quedarnos, ¿por qué? porque al parecer, quien hizo el registro de nuestra estancia lo hizo un poco mal, pero sólo un poco... ¡Ya que hizo las reservaciones para el siguiente año!
Olivia estuvo durante treinta minutos hablando con el gerente del hotel, para intentar arreglar la situación. Pero no se llegó a ninguna solución... salvo la de regresarles el dinero o volver hasta el otro año.
Y ahora estamos aquí, parados en un nuevo hotel. El único con cuartos suficientes para nosotros y que no pide hacer reservación con anticipación. El lugar no es feo, en lo absoluto; el verdadero problema es, que parece tan pequeño que podría explotar con nuestra presencia. Es un pequeño edificio de tres pisos y casi igual de angosto que mi casa. Tiene una fachada entre moderna y algo antigua que, he de admitir me gusta un poco. Le hecho un rápido vistazo a la bandera de Republica Checa, reposando con calma a un costado de las puertas principales de cristal.
—Por lo que he escuchado, ahora todo nos quedará treinta minutos más lejos—comenta un chico a mi izquierda. Su cabello es rubio y tiene unos bonitos ojos verdes que hace juego con su sudadera—¿Eso será un problema?
—¿Es totalmente seguro que nos quedemos aquí?—pregunta Lauren, cansada, impaciente y algo interesada.
El chico a mi lado se encoje de hombros y regresa su mirada al hotel. El sonido de los autos a nuestro alrededor, parece ponernos más nerviosos a todos. Y a mí, solo me ayudan a que mi estrés se haga cada vez más grande.
—Creo que sí, Olivia ya tardó mucho para sólo pedir informes—suelta el agarre de su maleta para poner una mano frente a la castaña—. Me llamo Paul.
—Lauren—responde, regresándole una amplia sonrisa.
Se esconden unos segundos en su burbuja; no dejan de sonreírse y aún no sueltan sus manos. Parece que se admiran el uno al otro y el recuerdo de cuando conocí a Michael, me ataca. Es tan lejano el día en el que lo vi por primera vez, pero puedo recordar con exactitud cómo los nervios me invadieron y cómo no quería dejar de admirarlo.
Maldita sea.
Intento no prestarles atención y observo los árboles que están en la acera, observo el bote de basura a unos metros y las farolas bien distribuidas por el lugar. Paul parece que repara en mi presencia, pues me sonríe mientras extiende la mano en mi dirección. La estrecho levemente mientras sonrío algo educada, pero incómoda por interrumpir sus furtivas miradas.
—Grecia—me presento.
A pesar de que su atención está en mí, no deja de mirar de soslayo a Lauren. Definitivamente han hecho un clic. Que suertudos.
—¿Creen que tarde...?
—¡Chicos!—la voz de Olivia interrumpe a Paul—. Debido a los pequeños inconvenientes que hemos tenido, esté será el hotel en donde nos quedaremos el resto del viaje. Ya hemos sido registrados, sin embargo, sólo tienen treinta minutos para descansar antes de salir. Por desgracia, los lugares nos quedan un poco lejos, así que los horarios planeados serán modificados. —explica con su delgada voz—. Por motivos de logística, se quedaran tres personas por habitación, así que les doy tiempo para decidir y después vendrán conmigo para recoger la llave de su habitación.
Enseguida me muerdo el labio, rezando al cielo que Paul no se quede con nosotras en la misma habitación, ya que sería muy incomodo ser el mal tercio o tener que dormir en el corredor para evitar escucharlos hacer sus cosas.
Tranquila, sólo conocen sus nombres.
Me golpeo mentalmente. No han pasado ni cinco minutos de conocerse y ya los ando emparejando. Aunque no dudo que llegue a ese punto.
Paul se despide de nosotras y Lu, la chica de cabello color zanahoria, se acerca con una tímida sonrisa.
—Ya sé que no nos conocemos mucho, pero ¿puedo...?
—¡Claro que sí!—interrumpo a Lu, antes de que se acerque alguien más. No es que no quiera estar con los demás, sólo siento que sería más cómodo estar con ellas.
Lauren le da un pequeño abrazo para calmar a la chica noto que, de verdad es alguien muy dulce; incluso la mirada que tiene la castaña transmite tranquilidad... aunque no dudo que tenga su propio infierno. Una vez que Olivia nos entrega la llave del cuarto, corremos al último piso a buscar la habitación treinta cuatro, que es la del fondo. La chica rubia abre la puerta de la habitación con gran emoción y su sonrisa se hace algo corta un vez que a mirado hacia dentro. Lu y yo nos asomamos, algo curiosas y entendemos el porqué de la situación: sólo hay una cama matrimonial y un sofá cama, justo debajo de la gran ventana que, abarca casi toda la pequeña pared. El mueble de la televisión está tan pegado a la cama, que el angosto espacio para pasar en dirección al sofá cama, me hace pensar que podríamos tirar el mueble con todo y aparato. El baño está del lado contrario a la ventana y agradezco en voz baja que el diminuto espacio tenga al menos puerta. Aunque dudo que dos personas puedan estar al mismo tiempo en ese cuarto.
En resumen, la habitación es más pequeña de lo que creíamos. Mucho más pequeña.
—Al menos viene incluido el desayuno—Lu intenta animarnos mientras mira nuestras caras largas.
Inevitablemente, nos miramos entre nosotras con un gesto algo triste. No es como que esperamos un hotel cinco estrellas, pero sí un espacio en el que al menos pudiéramos caminar sin chocar con los muebles. Le lanzo otra rápida mirada al cuarto antes dejar caer los hombros, abatida por la situación.
—Al menos tenemos donde dormir—digo después de un rato de silencio.
Lu mueve la cabeza, encontrándole algo positivo a esto.
—Buen punto—admite Lauren mientras arrastra su maleta al lugar.
Las chicas entran a la habitación primero que yo; Lauren coloca su maleta en encima de la cama y enseguida hace lo mismo Lu. Cierro la puerta a mi espalda y entonces noto lo han hecho.
—¡Que tramposas!—me quejo—me dejaron el sofá cama.
Se lanzan miradas cómplices. Me sonríen como si no hubieran hecho nada malo. Pobre de mi espalda. Cuando quiero decirles que al menos estoy más cerca de la ventana, mi celular suena.
—Demonios—murmuro.
Me he olvidado completamente de llamar a mis padres y a Lizzie, de avisarles que he llegado sana y salva; se me ha olvidado si quiera revisar la hora. Responde rápidamente y comienzo a rezar para que mamá no comienza a gritarme. Observo que mis compañeras de cuarto comienzan a ponerse cómodas: la castaña prueba la cama y la pelirroja busca los enchufes para poder cargar su celular.
—Hola, mamá—saludo—. Perdón por no haberte llamada, es que acabamos de llegar y...
Un raro, enojado y conocido acento, me interrumpe. Habla tan rápido que no entiendo nada y no sé si es algún número equivocado. Despego el celular de mi oreja para ver si es una broma de alguien conocido o sólo tengo mala suerte.
—¿Qué?
Al otro lado de la línea, se escucha lo que supongo que es una maldición. Sabrá Dios qué habrá dicho.
—¿Hablo con...—guarda silencio unos segundos, como si estuviera revisando algo—, Anderson Grecia?
¿Por qué demonios sabe mi nombre?
—Sí—respondo insegura.
—Bueno, pues tienes mi maleta, y si no te importa tengo al de prisa y la necesito.
Esto debe ser una broma.
Cierro los ojos, intento respirar tranquilamente y procesar lo que ha dicho. Ahora entiendo porque aquel acento era algo familiar. Es el tonto checo del Aeropuerto y no tardo en ponerme de malas ante su autoritaria voz, preguntando si no he colgado.
—Imposible—digo al fin.
Lo escucho chasquear la lengua mientras recuesto en el suelo la maleta y giro con rapidez los cierres. Recargo el celular entre mi hombro y mi cabeza para abrir la tapa de la maleta. Y confirmo que tiene toda la razón: esta maleta es de él. Lo primero que veo son camisas de vestir perfectamente dobladas, pantalones negros y lo que creo que son dos sacos.
Casi puedo escuchar su voz en mi cabeza diciendo nuevamente:
—Malditos turistas.
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