capítulo diez

—Tu padre y amigos son... Bastante extraños, ¿no?

La cena había sido agradable. Todos habían logrado conversar sin discusiones, con algún que otro insulto por aquí, alguna que otra broma por allá, pero sin problemas realmente importantes.

Cuando dieron las doce, el grupo comenzó a separarse. Lumine se acercó a Dainsleif y se marchó junto a él, dejando a sus amigos solos. Nilou decidió esperar a Kokomi para irse con ella y Cyno se ofreció a acompañar a Tighnari hasta su hogar. Aether, quien no tenía nadie con quien volver, se marchó junto al padre de su amigo y de paso, aprovechó para intercambiar información de su hijo.

—¿No me ves a mí? Era obvio que ellos no iban a ser mejores —su acompañante no pudo evitar sonreír.

—Eso me gusta. Son muy agradables.

—Pues claro. Son las mejores personas que pueden existir —a pesar de encontrarse en plena primavera, las noches eran frías. Cyno frotó sus brazos antes de preguntar—. Por cierto, ¿cómo supiste que hoy actuaba aquí? ¿Acaso fue Nilou? —aunque parecía una pregunta con respuesta obvia (pues Tighnari se había presentado junto a ella), la realidad era que la información había sido proporcionada por otra persona. Una opción incluso más predecible que la propia Nilou.

—Qué va. Fue mi hermana la que dijo que debía pasarme a verte —las sospechas de Cyno eran acertadas—. Precisamente hoy enfermó, pero no quiso que me quedase a cuidarla. Sabía que ir allí me relajaría.

—¿Qué le pasa a Collei? —quiso saber.

—Dolores menstruales. Siempre se niega, pero un día de estos voy a llevarla al hospital. Esos dolores no son normales —ya era costumbre que la joven tuviera dolores los tres, con suerte, dos primeros días una vez su regla bajaba. Estos dolores le impedían moverse, sufría náuseas y fatiga, vomitaba constantemente, de repente tenía antojos, luego empezaba a estresarse... Entre otras cosas.

—Ah, una vez me escribió diciendo que le había dado diarrea —Tighnari soltó una carcajada.

—También le suele pasar. Pero queda muy feo de su parte decirlo —Cyno se encogió de hombros.

—Soy su mejor amigo. Confía en mí —desvió la mirada—. Y, a ver... puede que yo sea peor que ella.

A sus palabras les siguieron varios segundos de silencio. Sin embargo, era un silencio cómodo para ambos. Disfrutaban del simple hecho de caminar junto al otro. Tighnari se sentía seguro, y Cyno se sentía feliz.

—Me alegro de que mi hermana sea amiga de alguien como tú —habló finalmente el estudiante de bioquímica, las palabras escapando en un susurro, como si temiese ser escuchado.

—Yo me alegro de tener a alguien como ella en mi vida.

—¿Tan buena es? Si es un desastre.

—Estás hablando con alguien que perdió a su perro una vez porque se cayó en un charco —su acompañante soltó una carcajada.

—¿Cómo pudo pasarte algo así?

—Pues a ver, resulta que lo había soltado para que corriera un rato y desgofara, pero justo el día anterior había llovido y el suelo estaba cheno de llarcos —aunque le avergonzaba tener tantos fallos seguidos, estos eran inevitables y no podía hacer nada por controlarlos—.  El caso es que vio a un cojeno a lo lejos y fue corriendo detrás de él. Al intentar perseguirlo, pisé un charco y me caí. Ni yo sé cómo cui fapaz de encontrarlo después.

Tighnari no supo si reír o preocuparse por sus horribles errores a la hora de hablar, así que simplemente se dejó llevar por sus sentimientos y prorrumpió en carcajadas. Cyno, algo más relajado, agarró su muñeca y lo atrajo hacia él.

—Te estás desviando del camino —avisó.

La plaza Gandharva era un lugar tranquilo, oculto en un pequeño pueblo considerablemente cercano al lugar donde Cyno vivía.

Esta plaza se encontraba situada entre dos enormes edificios, su única entrada siendo una puerta metálica que estaba abierta de siete a diez (exceptuando algunos días). Como todos los vecinos que habitaban la plaza poseían una llave para entrar y salir cuando quisieran, cada noche se turnaban para cerrar, y aprovechando que Tighnari solía salir temprano por las mañanas, le dejaban a él el trabajo de dejarla abierta.

—Vives en un lugar bonito. He estado varias veces aquí con Collei y es bastante tranquilo —comentó Cyno al ver cómo su acompañante abría dicha puerta—. Bueno, siempre y cuando no haya extranjeros.

—Sí, normalmente son muy ruidosos y no dejan de sacar fotos. Probablemente me hayan sacado alguna en mi balcón sin que me diera cuenta —Tighnari se echó a un lado, permitiéndole el paso a Cyno, quien dudó antes de entrar—. Muchas veces tenemos que cerrar por las tardes para que nos dejen respirar.

—Qué coñazo, oye.

—Y que lo digas —cerró la puerta—. Pero al final te acabas acostumbrando. Además, es un lugar muy agradable, así que realmente no tengo quejas.

—¿Qué tal los vecinos?

—Todos muy agradables. Unos más que otros... Y hay uno en específico que es bastante ruidoso. Pero tampoco pasa nada, son algunas cositas puntuales —ambos caminaron a paso lento hasta el portal de Tighnari.

—Mejor que los míos. Hay uno que probablemente se fume dos porros diarios y un poco de marihuana, porque no veas cómo apesta.

—Bueno, como estudiante de artes, deberías sentirte agradecido —abrió la puerta de su hogar. El interior emitía una calidez que vencía al frío exterior. Una sola luz se encontraba encendida, lugar donde probablemente estuviese Collei—. ¡Ya llegué! —anunció. Su perro llegó corriendo para recibir a los recién llegados.

—¿Qué tal ha ido? ¿A que Cyno toca de puta madre?

—Ese vocabulario, niña —intervino su mejor amigo, imitando a propósito la voz de un hombre de tercera edad mientras acariciaba al animal.

—¡Cyno! —aunque la joven extendió sus brazos, sus pies quedaron postrados en el mismo lugar. Su mejor amigo se acercó para abrazarla.

—¿Qué tal te encuentras? —le preguntó Cyno.

—Mucho mejor. La pastilla ya debe haber hecho efecto, hace un rato que no me duele.

—Eso me alegra. Aunque es una lástima que no hayas podido venir —acarició su cabeza.

—La próxima vez será —esta vez abrazó a su hermano—. En fin, Nari, ¿qué tal ha estado?

—No me arrepiento de haberte hecho caso —fue una respuesta simple, pero suficiente para hacer feliz a Cyno.

—Qué respuesta más sosa.

—¿Qué más quieres que diga? "¡Me ha parecido genial!" "¡Increíble!"

—Pues sí. Un poco más de vida.

—Para mí es suficiente saber que lo ha disfrutado. Aunque lo exprese a su manera —Collei decidió guardarse el comentario que quería hacer por el bien de su mejor amigo—. Como sea, yo debería regresar a casa de una vez.

—Mnn. Te acompañaré hasta la salida —de todas formas, debía abrir y cerrar la puerta.

Cyno asintió, y tras despedirse de su mejor amiga, caminó junto a Tighnari hasta la entrada de la plaza Gandharva.

—Ha sido un placer tenerte hoy entre el público. Me gustaría que vinieses la próxima vez —confesó Cyno una vez cerca de la puerta. Su acompañante enrojeció.

La iluminación de las farolas no fue suficiente para exponer este pequeño sonrojo: —Lo intentaré —sentir que era requerido en un lugar fuera de su casa hacía que Tighnari se sintiese feliz, lo hacía sentirse aceptado.

La llave fue introducida en la cerradura. Al abrirla, un sonido chirriante hizo saber a todos los seres circundantes que la puerta de la plaza Gandharva había sido abierta.

—Bueno, hasta la próxima, etnonces —Tighnari asintió, una pequeña sonrisa adornando su rostro.

Cyno comenzó a caminar en dirección opuesta a la plaza. Tighnari, por su lado, volvió a cerrar la puerta.

Fue entonces cuando una luz iluminó la mente de Cyno. Fue un segundo de inspiración, donde toda vergüenza desapareció y se armó del valor suficiente para girarse y decir: —Por cierto, ¿podrías darme tu número de teléfono?

Tighnari lo observó en silencio y sacó su móvil, mostrándolo a través de los huecos de la puerta. Cyno anotó cuidadosamente cada número, asegurándose de no haber escrito nada mal.

Y separados por la puerta metálica de la plaza Gandharva, ambos dieron aquel paso que les permitiría acercarse cada vez más a la puerta que los separaba. Una puerta que algún día finalmente sería abierta.

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