3
Serían las doce pasadas de la noche cuando Marcos entró en la habitación. El sonido de la puerta me despertó. Se tumbó en la cama, móvil en mano; la luz de la pantalla iluminó su cara; sonreía mientras leía y respondía mensajes.
Poco después oí a todos recoger abajo y meterse en sus habitaciones. Fue cuando Marcos se metió en el baño. Salió directo hacia el armario, se cambió de ropa y salió al balcón.
No pensaba preguntarle qué estaba haciendo, no era idiota, sabía que se estaba fugando. Pegada al balcón había una celosía por donde crecía un jazmín trepador.
—Capullo —murmuré por molestarme.
Me levanté. Ya que me había despertado aproveché para echar la meada de media noche y luego para quitarme la ropa, porque me había quedado frito sin cambiarme. Me puse una camiseta de tirantes blanca y un pantalón de deporte bastante corto. Volví a dejarme caer sobre la cama y me volví a dormir.
No sé qué hora era en ese instante —las jodidas seis de la mañana—, cuando Marcos me despertó al golpearse contra el escritorio.
—Joder —exclamó, intentando no alzar la voz.
—¿Qué cojones haces? —pregunté mosca.
—Sigue durmiendo —ordenó, metiéndose en el baño.
—Imbécil —susurré, pensando que de no haberme despertado sí seguiría durmiendo.
Fue llegar Marcos y yo sentirme incómodo, por lo que di mil vueltas en la cama sin poder volver a coger el sueño. Así que los minutos pasaron y el capullo no salía del baño y yo volvía a mearme. Me levanté y llamé a la puerta.
—Eh, tengo que entrar, ¿tardarás mucho? —Silencio—. ¿Marcos? ¿Me oyes? —Silencio y luego un sonido de un objeto cayéndose—. Marcos.
En ese momento me planteé ir a por mi madre y joder al gilipollas, pero preferí no formar un conflicto entre Marcos y sus padres y luego de rebote de Marcos conmigo; si era un descerebrado no era mi problema. Así que, para evitar problemas, abrí la puerta y me lo encontré sentado sobre la tapa del váter, sobado, como si fuera normal o cómodo el lugar, y en calzoncillos. Lo que se le había caído el móvil.
Suspiré resignado. Me acerqué y lo zarandeé suavemente. Lo llamé un par de veces y seguía frito. Empecé a pensar en mis opciones y sólo había una que me complicaba menos la vida. Cogí al capullo en brazos y lo llevé a la cama. Olía a cubata que echaba para atrás. Cuando lo dejé en el colchón volví al baño y recogí la ropa, que la había dejado tirada por el suelo, y la metí en el cesto. No me gustaba el desorden.
Mi mayor alegría fue que por fin pude mear.
Como ya no veía posible dormir más, decidí hacer lo que no me había atrevido a hacer por la tarde; me puse le bañador y me metí en el agua de la piscina. Me hice unos largos con tranquilidad, disfrutando del amanecer. Cuando me cansé, salí, me envolví en la toalla y me senté en una de las tumbonas. No sentía tanta paz desde hacía tanto que ni podía recordar la última vez que había estado así de tranquilo.
Sentí el rugir de mi estómago clamando comida, así que me sequé bien y me metí en la cocina, topándome con Consuelo.
—Buenos días, Daniel —me dijo con amabilidad y una sonrisa alegre.
—Buenos días —susurré incómodo—. Si-siento lo de ayer —indiqué cabizbajo.
—No te preocupes —respondió sin rencor—. Diana nos ha contado que estás llevando mal lo de los suspensos.
—Aún así...
—No te preocupes más. Sólo te pido paciencia con Marcos; es buen chico pero está en esa fase rebelde...
—No se preocupe, es más culpa mía que de nadie.
—Pero tutéame —pidió alegre—. Ahora somos familia.
—Cla-claro —susurré, sintiendo que eso era lo que todos decían para convencerse de aguantar al niño raro.
—¿Quieres desayunar ya?
—No se... No te preocupes, sólo iba a picar algo y volver a la habitación; tengo que estudiar.
—¿Por qué no subes, te aseas y vistes, y yo te preparo algo?
—No es necesario. No quiero molestar.
—No me molestas, por Dios, qué tontería. Si hay algo que me mantiene viva es poder cocinar y ver disfrutar a mi familia con lo que les preparo.
Me sacó una sonrisa; realmente era una mujer encantadora.
—Está bien —acepté al final, no podía rechazar tanta amabilidad.
—Pues venga, sube que yo me encargo de todo aquí abajo.
No tardé mucho en volver a bajar, topándome con dos buenas tostadas con mermelada de melocotón y mantequilla, un poco de embutido, queso y zumo recién exprimido.
—Muchas gracias —indiqué sorprendido. Yo no solía desayunar ni la mitad de lo que me había plantado en el plato pero tras el ejercicio tenía bastante hambre y, con lo bueno que estaba todo, no dejé ni las migas.
Consuelo fue haciendo el desayuno para todos mientras yo comía en silencio.
—Tú no estás muy acostumbrado a tanta gente, ¿verdad? —preguntó mientras cortaba el embutido.
—¿Tanto se nota? —bromeé.
—Diana nos ha dicho que sólo estabais vosotros dos cuando sus padres fallecieron.
—Por suerte encontró a Carlos —indiqué, realmente agradecido a la vida por haberlos unido.
—Mi hijo está muy feliz desde que os conoce.
—Mi madre igual.
—¿Y tú? —me miró, analizando cada gesto que pudiera dibujar.
Yo bajé la cabeza, como siempre, huyendo de los ojos de los demás.
—Carlos me encanta —respondí con total sinceridad.
—Pero... —indicó, dándome pie a seguir, imaginándose que yo no estaba del todo bien.
—No hay ningún pero con él, lo digo en serio.
—Pero sí que hay un pero.
—Sí —suspiré—. Conmigo.
—¿Y eso? Carlos siempre dice que eres un hijo estupendo, y se ve que eres un buen chico.
—Yo... Lo siento —indiqué, poniéndome en pie—. Estaba todo muy bueno. Gracias.
Salí de la cocina sintiendo que de nuevo perdía otra batalla. No podía reconocer que yo era el problema, que no dejaba de darles dolores de cabeza y preocupaciones. Yo era el que fallaba en la ecuación de la felicidad.
Me subí a la habitación. Me salí al balcón y me senté en una de las dos sillas que montaban guardia eterna. Contemplé el paisaje, que cantaba con las golondrinas y el aire entre las ramas. Nunca me había imaginado lo mucho que puede arañar la paz dentro de un alma. Con tantos ratos para pensar más me culpaba, más lamentaba ser el freno que impedía que mi madre avanzara.
Abrazado a mis piernas me escondí del mundo, huyendo hasta de mí. Y acabé retirándole la mirada hasta a la nada.
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