7. Dilemas
Después de irse, Nolan apresuró el paso hasta meterse entre el callejón más cercano, abrir un contenedor de basura y meter la cabeza para vomitar como por doceava vez en el día. Estaba convencido de que las nauseas no se debían únicamente al alcohol, y que todo lo que había pasado tenía que ver con que se sintiera así. Paz, Robin, Paz, Robin. Nolan pensaba muchas cosas y a la vez no. Pensaba en esa mañana y la otra noche. Pensaba en sí mismo. En su forma de actuar. Pensaba en demasiadas cosas para los pocos segundos que llevaba con la cabeza metida en el contenedor.
¿Qué debía hacer? Aparte de lo que se puso a hacer después de vomitar, que fue apoyar la espalda contra el contenedor y sentarse en el suelo. ¿Qué haría con toda la mierda que sentía y nadie quería recibir? Pero para empezar, ¿qué era ese «algo» que sentía por Paz...? Mientras miraba a una rata pasar por delante suyo, la respuesta pareció más que evidente: ¿Y si quería, deseaba a Paz de la misma manera que debía querer a Margaret?
La idea le hizo clavarse las uñas en el rostro. Y de ahí en más no pensó en más. No se dio el permiso de pensar más. Mejor caminó directo a la casa de esa muchacha del edificio de enfrente a donde vivía, y le dio lo poco que quedaba en su billetera a cambio de jaspe.
Después Nolan llegó a casa y se encerró en su habitación, ignorando lo que sea que le dijo su madre cuando lo vio entrar. Tomó tiempo, pero al final todo lo que sabía era que estaba acostado en el suelo mirando al techo, apestando a droga, escuchando como si la persona de la radio de la sala le cantara personalmente a un lado.
Para la mitad del tercer porro, las cosas ya habían cambiado. La falsa sensación de tranquilidad y despreocupación le abrazaron por completo. Era como desprenderte de tus problemas de manera tan fácil como descargarte una mochila. Amaba, le encantaba el jaspe. ¿Cómo había podido estar tanto tiempo sin probarlo? ¿Cómo había tenido suficiente fuerza de voluntad? Ahora estaba hasta risueño, escuchando a Los Beatles interpretar «Lucy in the sky with diamonds». Todo lo que parecía real eran las sábanas revueltas de su cama que tenía debajo suyo. Y el tremendo cansancio que lo consumía por completo y al cual cedió.
Mientras su cuerpo se adormecía, Nolan pensaba en cosas chistosas, tales como que durante las semanas de abstinencia tuvo sueños y pesadillas donde fumaba hasta acabar así. Y también pensaba en que lo hizo bien, mejor que cualquier otra persona, que logró abstenerse más tiempo del que nadie lo hubiera hecho, pero que era hora de rendirse. Nunca lograría nada. Nunca lo dejaría, ¿a quién quería engañar? ¿A su madre? ¿A sí mismo?
No, espera. Tenía que dejar el jaspe. Tenía derecho a una cuarta oportunidad para dejarlo. Tenía derecho a volverlo a intentar. Quería cambiar, ser mejor persona. Quería volver a ser él mismo, el viejo Nolan de hace mucho tiempo, el que sabía de astronomía y jugaba en el parque hasta tarde con Helen.
Una pregunta intrusiva interrumpió su hilo de pensamientos y le hizo abrir los ojos por última vez. Y esa fue: «En estas condiciones, ¿besaría a cualquier persona solo porque sí, como hizo Paz?». Lo pensó, o eso intentó. ¿Besaría, por ejemplo, a Margaret? Quizás. ¿A Robin? Ni muerto...
Entonces, ¿aún tenía criterio mínimo como para decidir? Quizás no suficiente. Oh... siguiendo esa misma lógica, ¿besaría a Paz? Vamos Nolan, se dijo, estás solo, se honesto.
Nadie te escuchara. Nadie lo sabrá nunca. Esto es un experimento. Es tu momento. Ni siquiera lo recordarás bien al despertar, así que aprovecha y dilo fuerte y claro: «Por supuesto que sí», murmuró, «Sería la mejor cosa del puto mundo».
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Cuando finalmente cerraron, cuando Paz entregó la llave y dió la excusa del porqué Nolan se había ido un «poco» más temprano. Sintió un peso ir, pero aquella extraña situación continuaba, sus pensamientos partiéndose en pedacitos tan irreconocibles los unos con lo otros que sería imposible reunirlos y pegarlos de la deformación que sus bordes tenían.
Paz solo podía estar volviéndose loco, no se comprendía a sí mismo. Estaba totalmente perdido, demasiado. Era una sensación tan sofocante. No aceptarlo, no aceptar lo obvio estaba fragmentando su visión de lo bueno o lo malo. ¿Y si fuera como la noche anterior? ¿Qué tal si solo como aquella droga, necesitaba aceptarla un poco para poder saber y sentir lo que está le ofrecía? ¿Por qué otra razón habría besado a Robin? Si no hubiera visto a Nolan con aquella chica... Entonces no habría hecho lo que hizo.
Algo le estaba pasando con respecto a Nolan, sentí algo que acabaría con la vida de ambos. Pero él... Era como el jaspe, tan adictivo, con aquellos picos de sensaciones increíbles y que al final solo traía resaca y tristeza. Así funcionaban las cosas y no sabía por cuánto tiempo podría dejar de doler esa realidad.
Paz vagaba por las calles sin tener certeza de estar llegando a casa o no, era un montón de preguntas sin una sola respuesta clara, o eso pensó hasta llegar a su casa, ver las luces encendidas. Tal vez su madre... Ella no debía saber detalles, solo la información necesaria como para resolver algunas de sus dudas, o eso esperaba.
Entró y escuchó sonidos provenientes de la cocina, se dirigió ahí consciente de que se encontraría con una mujer bastante cansada, pero tenía las esperanzas de poder hablar con ella.
—Hola má.
Luego de un sobresalto se giró, la mujer se giró. Rubia, ojos azules, cansada:
—¡Paz! Casi haces que me dé un infarto —pensaría que era exageración, si no fuese por la faceta que mantenía—. ¿Cómo te fue hoy? —volviendo a hacer lo suyo le dió la espalda.
—Complicado, demasiadas cosas ocurriendo... Demasiadas preguntas también.
—Oh, ya veo. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar?
Esa era la oportunidad, Paz prosiguió:
—No lo sé, pero últimamente he tenido una duda. ¿Cómo surgió la relación tuya y de papá?
Hubo un pequeño silencio y luego un suspiro:
—Fue... Bastante romántico debo decir, él y yo nos quisimos desde el primer momento. No hubo muchos contratiempos hasta poder casarnos. Fue como un cuento de hadas.
Claro, ¿qué podría esperar de un casamiento tan feliz como lo fue el de ellos?
—Ya veo...
—Pero... ¿Sabes una cosa hijo? —parecía haber terminado de cocinar—. No para todos es así, para muchos es costoso aceptar las cosas. No solo en todo eso que es el amor, si no en muchas situaciones del día a día.
Le miró atentamente, cada palabra parecía encajar perfectamente con todo el manojo de emociones y pensamientos que tenía en ese momento.
—El tiempo que he pasado en el hospital, he visto gente que no consigue aceptar una enfermedad o la muerte de algún familiar. Entonces se estancan como el agua de las represas —dejaba los platos en la mesa lista para servir la comida—. ¿Sabes qué ocurre con esa agua estancada cuando las represas se rompen? —Paz negó. —Destroza todo a su paso, si antes era su curso normal, ahora toda esa cantidad de agua deberá crearse un camino nuevo, sin importar que destruya en el proceso.
—Pero... ¿Qué tiene que ver con todo eso?
—Sí bien las represas están hechas para no romperse, las barreras emocionales no, en cualquier momento cederán y de una forma u otra tendrá sus fatídicas consecuencias. En conclusión, si no aceptas el rumbo natural e inexplicable de las cosas, solo lo vas a retener hasta más no poder y entonces, causará un daño que no podrás controlar.
Cuando Paz miró a la mesa, la comida estaba lista para comer. Y algunos cuestionamientos estaban respondidos.
—Ahora comamos, es bastante tarde ya.
La noche podría haber sido bastante larga y estresante, pero en realidad había sido bastante tranquila y silenciosa. Fue tan fácil conciliar el sueño que Paz no podía creerlo cuando despertó por la mañana. Una mañana que prometía tranquilidad para él, demasiado como para comenzar a sospechar.
Recordó lo que le había dicho a Nolan... Dos mil espinelas, todo lo que había ahorrado en dos meses se lo entregaría. ¿Realmente hablaba en serio cuando le dijo aquello? ¿Qué podría hacerle aquella «persona» a Nolan si no recibía ese dinero? Prefirió negar, alejando cualquier posibilidad terrible de sus pensamientos.
Guardó todo en el sobre. Se centraba en pensar que tenía más de lo previsto. Guardó aquello en su mochila y luego salió a la sala.
Cuando aceptó trabajar un extra el fin de semana nunca imaginó que le sería de ayuda, ahora solo debía pensar en cómo agilizar el proceso de conseguir el resto de dinero, quizás haciendo trabajos por otros o... ¿Por qué se estaba tomando tan en serio el asunto? Por Nolan... Recordó, para que esté bien. No, no. ¿Por qué? Por... Porque, debía permitir que el agua siguiera su curso sin construir represas y él no tenía porqué saberlo.
»»----- ★ -----««
Cuando Nolan era un niño, alguna veces se preguntaba si un huevo podría cocerse al ponerlo sobre la acera. La acera estaba hirviendo con el sol. A lo mejor sí podría cocinarlo. ¡Y Nolan justo así se sentía ahora! Como si se hubiera sacado el cerebro y lo hubiera puesto sobre la acera y se hubiera sentado a observar como lentamente hervía. ¿Esa comparación tenía sentido? ¡En su mente sí!
Acaba de despertar, veía la luz del día entre la ventana. Pero, ¿qué hora sería ya? ¿Sería viernes todavía o sábado? ¿Cuánto había dormido? Cuanto sea, lo sintió como un chasquido, un parpadeó. Se levantó, todo estaba en su sitio excepto su cerebro que se seguía cociendo en la acera.
—Mamá, ¿estás aquí? ¿Fuiste a hacer las compras? —deambulaba por el pasillo—. ¿Quieres que vaya a la lavandería por ti? Mamá... ¿Estás molesta?
Se detuvo detrás del sillón donde estaba su madre enfrente de la tele, cubierta de las piernas con una manta y tejiendo alguna cosa con sus agujas de crochet. Nolan se acercó hasta asomarse a un lado suyo por el borde y sonreirle un poco:
—Má, ya casi me pagan. ¿Quieres que te regale algo? ¿Chocolates? ¿Un perfume, tal vez? ¿O flores? Para que se las des a la Virgen, ¿qué dices?
—Que la Santa Virgen no quiere tus flores —dijo abruptamente ella sin mirarlo.
—Ahg, no seas así, vamos —rió un poco, era mejor así—. Le compraremos un ramo enorme. De rosas, como siempre quisiste. Será tan bonito que dejarás a las monjas con la boca abierta..
—Nolan...
—Será precioso. Me pondré corbata, como los viejos tiempos, te acompañaré y...
—¡Cállate por el amor de Dios! —chilló ella tan de repente que Nolan se calló—. ¡¿Crees que no puedo oler que apestas a jaspe, Nolan?! ¡Sé que estuviste fumando otra vez, así que déjame sola!
Luego de descubrir que se había dormido un día entero hasta las once y media de la mañana del sábado, Nolan aceptó que no había mucho por hacer. Más que darse una ducha, comer cosas recalentadas y llamar por teléfono a Helen para preguntarle si todo estaba bien después de la fiesta. Un poco tarde. Ella le dijo que sí, que todo estaba bien a excepción de que había tenido que bajar a alguien de la mesa porque estuvo a punto de romperla. También le dijo que esperaba ir a otra fiesta esta noche en casa de Josue.
—¿Vas a ir tú también, Nolan?
—Seguro —contestó, sosteniendo el teléfono con el hombro y comienzo ese arroz medio frío—. Voy y tomamos unos tragos, si nos aburrimos nos vamos a dar una vuelta.
—Va, te veo más tarde, entonces.
Así fue como esa tarde nublada del sábado Nolan llegó temprano a Roger's. Su cerebro continuaba doliendo por lo que no pensaba en nada. Nada. Intercambió turnos con la muchacha gorda de la mañana e hizo lo que debía, trapear la entrada. Limpiar el cristal de la puerta. Estaba incluso más productivo de lo que estaría nunca. Que raro, porque debajo de su clásica sonrisa despreocupada, el cuerpo le pesaba y la claridad le lastimaba. Pero no importaba. Porque él era Nolan Harper y esa mierda... Y mientras pasaba la franela por el cristal, le dio una mordida a la dona glaseada que había tomado del escaparate.
—Ojalá no vengas —susurró muy bajo, solo para sí.
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