5. Ensueños de jaspe
Al separar sus labios de los de Robin, Paz esperó la peor reacción, pero ella sólo rió de manera muda y se volvió a acercar, diciendo alguna cosa, escuchando la mitad o un tercio, no sabía. Lo que sí sabía era que ella volvió a acercar su labios a los suyos.
Pero para Paz todo se volvía confuso. Quería aquello y al mismo tiempo no. El deseo estaba presente, pero era como llenar un río con cucharadas de agua, no imposible pero sí insuficiente.
Habían pausas, los besos eran tan lentos, como si quisieran imitar los besos apasionados, pero no les salía. Era solo hormonas, drogas y alcohol en el sistema nervioso de ambos. Pero eso no impedía que en momentos todo escalara a otros grados. Tal como hacían las intrusivas imágenes de Nolan en su cabeza, era demasiado enfermo para su raciocinio lógico.
—Robin... —su respiración era pesada, algo más estaba pasando con él.
—¿Sí? Paz —su voz parecía tan atenciosa, demasiado delicada.
—¿Volveré a verte, no?
—Todas las veces que tú quieras —susurró en sus labios—. Vayamos a...
Otra vez no escuchaba bien lo que decía, por lo que solo la siguió una vez más. Pasando por dónde habían estado antes, llegando a un cuarto vacío.
Todo daba vueltas y cuando cayeron en la cama de la extraña habitación, fue un impacto demasiado fuerte para su estado. Se mantuvo en trance intentando recuperar los sentidos. Robin ya no había intentado nada más, se mantenía a su lado, suponía que como él, sabían más allá de su estado que no era una buena idea intentar nada más.
—Búscame, Paz... —sosteniéndo de su codo sobre la cama, pudieron verse directamente, parecía que comenzaba a sentirse cansado, desgastado física y tal vez incluso emocionalmente, no sabía explicarlo. ¿El efecto de la droga se estaba pasando?—. Yo también te buscaré.
Y antes de tirarse en la cama nuevamente le dió un beso, uno que Paz no esperaba, tal vez estaba más consciente ahora, por eso.
—Lo haré... —luego de ver la sonrisa en el rostro de la chica, se levantó en busca de salir de allí sin saber por qué exactamente o hacia dónde—. Si llegas a recordar... Búscame en la tienda de donas cerca de la plaza. Estoy ahí la mayoría del tiempo... —era cortesía, solo eso o tal vez el hecho de que le había agradado.
Sin alargar más la situación, salió del cuarto, esperaba que estuviera bien. En el pasillo encontró la botella que le había dado tirada, casi sin nada. No quería pensar, así que sólo la tomó para beber el resto. Iría en busca de Nolan... ¿Pero por qué?
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Rostros muy cerca uno del otro, movimientos lentos, largos. Por muchos minutos enteros. Sabor a ginebra. Sabor a tabaco. La mano de Margaret contra la suya con demasiada fuerza. Nolan veía los pendientes coloridos de ella balancearse atrás y adelante, escuchaba cada chasquido que hacían sus labios y cada respiración; estaba demasiado «consciente», tanto que hasta empezaba a aburrirse y su mente comenzaba pensar en otras cosas. Pensar en su camisa quemada, en la punta de la navaja deslizándose, en lo caluroso de la tienda de donas, en un chico rubio con un estúpido uniforme azul.
Este tipo de situaciones, besarse porque sí, siempre aburrían a Nolan tarde o temprano, y ahora había sido extrañamente temprano. Bastante. Tenía la incómoda sensación de que podía aspirar a algo mucho mejor, que algo lo esperaba si dejaba lo que hacía.
¿Qué estaba mal? Margaret se veía «sexy» esa noche, ¿no? Quizás era otra cosa... Hizo que ambos se movieran hasta apoyar a Margaret contra una pared un poco más solitaria.
—Nolan...
Con esperanza de que le dijera que estaba aburrida también, se detuvo, pero con un apretón de mano Margaret le dijo que siguiera. Se sintió decepcionado. ¿Por qué? ¿Qué era lo que no funcionaba? No entendía. El perfume de chica. Las risitas tontas que soltaba Margaret.
Mierda. Nolan comenzaba a desesperarse de verdad. No sabía qué era lo que estaba mal. ¿Quizás necesitaba embriagarse más? ¿Fumar? ¿Otro sitio? ¿O simplemente hoy no era un buen día para estar con Margaret, como las otras veces? Sea lo que sea, Nolan comenzaba a odiar todo. A él. A Margaret. A Paz también por dejarlo en cuanto pudo. De todos modos, él siguió. Casi se lo tomó como un reto, como una prueba para convencerse a sí mismo de que las cosas no habían cambiado y que todo estaba bien. Pero sentía repulsión. Repulsión al poner una mano en su cintura como si de verdad estuviera sumido en el asunto. Repulsión al escuchar sus risitas tontas cuando él no podía ni dejarse llevar.
—¿Vamos por otro trago? —le dijo, separándose abruptamente, a lo que ella asintió.
Pensó que tomarla de la mano, separarse, y caminar un poco podría servir para hacerlo sentir mejor. Pero no duró mucho porque Margaret no se tomó la molestia de servirse en el vaso y mejor agarró la botella entera para darle tragos largos y después pasársela a Nolan. Y Nolan bebió deseando que lo que sea que estuviera mal esa noche, se arreglara.
Pero las cosas parecían seguir igual para cuando se acabó la bebida y no hubo otra cosa que hacer más que besarse otra vez, pero ahora Margaret estaba mucho más emocionada y aprovechó para sacarle la camisa ahí mismo, en la cocina.
Ni estar en esa jodida tienda de donas le frustraba tanto.
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Era extraño caminar, se tambaleaba demasiado al hacerlo. Las personas no ayudaban mucho, parecía que se estaban pasando la pelota de allá para acá; Paz era la pelota sin poder escoger, al final no podía casi sostenerse por sí mismo. Pero también no quería renunciar a su búsqueda. Estúpidamente quería verlo.
A pesar de que si seguía así se sentiría horrible, seguramente mareado, decidió meter el ojo en todo lugar que pudiera. No había nada o peor, había demasiada gente, no le importaba. ¿Dónde estaba Nolan en ese momento? Ni siquiera podía responderse el por qué de querer encontrarlo con tanta urgencia, tal vez sólo quería ver que siguiera allí, así poder pensar que él no lo había abandonado a su suerte en aquel lugar.
De tanto rebotar de aquí para allá terminó en la cocina, que donde ni muy bien entró ocasionó que dos botellas se golpearan entre sí. Cosa que no le importó tanto como ver a Nolan ahí... Con aquella chica.
—Nolan... —inconscientemente Paz mencionó su nombre.
Nolan se separó de Margaret y miró a Paz. En partes perplejo, en partes aliviado, y en el fondo, furioso. Se miraron sin decir nada.
Lo que siguió para Paz fue sentirse mareado, necesitaba salir de allí. Por lo que como pudo Paz buscó ir al exterior, al lugar más alejado que pudo. Tal vez vomitaría pero...
Nada, no salía nada. Solo un sentimiento extraño, uno que se sentía ridículo e injusto, seguramente ridículamente injusto.
—¿Y ese quién era? —preguntó Margaret a Nolan, fastidiada.
—Vino conmigo —le explicó rápidamente mientras levantaba su camiseta del suelo y se la ponía—. ¿Lo viste, verdad? Eso no es alcohol, algo se metió. Tengo que ir con él. Tú lo entiendes, ¿verdad?
—Sí, creo que sí. ¿Pero precisamente ahora?
—Lo dejamos para después.
Le dio un rápido beso y antes de ver su cara de disgusto, Nolan estaba yendo deprisa hacia afuera, siguiéndole el rastro a Paz. Aunque tampoco era como si se hubiera ido muy lejos en ese estado; lo distinguió enseguida al final de la calle. Y mientras más se acercaba, peor lo veía. De pronto se estremeció otra vez.
—¡¿Y tú eres imbécil o qué?! —de vuelta estaba furioso, de verdad. Odiaba verlo tan mal, odiaba haberlo traído solo para que se pusiera así, odiaba haberlo dejado solo, odiaba que de alguna forma, fuera su culpa—. ¡Paz!
Lo que hizo después fue acercarse y detenerse a unos pocos pasos de él. Dio una inspección rápida y comprobó que no se podía mantener de pie, lo tomó de un hombro y un brazo, y casi de un violento empujón, lo obligó a sentarse.
—Te haré preguntas y tú me vas a responder —intentó calmarse, pero no podía. Su mayor logró era no estar gritando tan alto—. ¿Escuchas como si mi voz se cortara? ¿Ves como si el piso respirara? ¿O ves duendes o algo parecido? O preguntaré algo más fácil, ¿sabes quién eres, quién soy y qué haces aquí?
LSD, mariguana, jaspe, los que fuera. Sabía a la perfección que de preguntárselo directamente, él no tendría ni puta idea.
Paz no esperaba verlo ahí, no esperaba que lo siguiera, pero se sintió tremendamente feliz cuando lo vió tan cerca, al oír su voz, no le importó las preguntas que lo mareaban, Nolan había venido...
—Estoy bien... Ya está pasando... —respondió Paz. Era cierto que no tenía los efectos de hace unos minutos atrás, al menos no con tanta intensidad, pero todo era más lúcido ahora. Y eso no quitaba todo los demás efectos. Aún así podía escucharlo bien—. Soy Paz, tú Nolan. Estamos en... ¿Una fiesta?
Lo pensó un rato, ¿qué hacía ahí? Esa pregunta la tomó más personal de lo que normalmente lo haría. Pues estaba ahí por Nolan, luego conoció a Robin... Y ahora estaba sentado en el piso.
—No lo sé... No sé qué hago aquí sinceramente... —pasó sus manos por su rostro, quería dormir, necesitaba alejar ese mareo, ese pitido fastidioso, la imagen de Robin sola, de Nolan besándose con esa chica de rizos—. Mejor me voy, creo que arruiné bastantes cosas hoy —¿Ahora por qué hablaba de Eso? Estaba totalmente perdido y agotado.
De pronto, mirarlo ahí sentado con la cara cubierta y la expresión de quererse morir, y diciendo esas cosas, sencillamente provocó en Nolan más culpa y algo similar a lástima. No quería sentir nada de eso, y menos si estaba relacionado a Paz. Más tranquilo, se sentó también en el suelo, a un lado suyo. Y con esa cercanía, le llegó un aroma familiar. El jaspe apestaba horrible, siempre. Frunció los labios.
—Si se te estuviera «pasando», como dices tú, te estuvieras quedando dormido como idiota. Aquí, en la calle. Porque así funciona, especialmente las primeras veces —murmuró lentamente, sin levantar la mirada del suelo—. No me extraña que en un rato más sea así. ¿Qué harías si estuvieras aquí solo? ¿Crees que el que se puso a fumar contigo te va a cuidar? Pues no. Les va a dar risa que te quedes inconsciente en el suelo.
Quedó en silencio un poco más. No podía entender nada para este punto. No podía entender en qué momento traer a Paz había parecido buena idea, o en qué momento había dejado a Margaret a un lado con tanta facilidad o por qué se sentía todo menos bien. Todo avanzaba deprisa... Pero lo que más le incomodaba era pensar que un poco más y a Paz pudo pasarle literalmente cualquier cosa.
—Eres un imbécil —concluyó, sin apartar la mirada del suelo—. Un imbécil que no sabe ni caminar bien y que se la pasa haciendo el ridículo... Mejor te llevaré a casa.
¿Era un imbécil? Paz le dio la razón a Nolan. Había sido totalmente imprudente, irresponsable consigo mismo, pensó en que lo único que le quedaba hacer era ir a casa, dónde probablemente su madre no estaría de nuevo. Conocía sus rutinas, los «salimos temprano hoy» eran en realidad «tengo que quedarme toda la noche en el hospital».
¿Pero cómo se iría si no conocía el camino? No quería molestar aún más a Nolan. Ahora era una carga, incluso para sí mismo.
—Disculpa que te pida esto. ¿Pero podrías guiarme hasta la salida? Yo me las arreglo después... No necesitas hacer más de lo que has hecho —sin fuerzas, pero con toda voluntad se levantó. Todo daba vueltas y sólo quería llegar a su cama, dormir.
A paso lento y ocasionalmente tambaleante comenzó a caminar. Paz se preguntaba porque parecía que los postes se estaban balanceando al ritmo de la música de fondo, estaba seguro de que los efectos de la droga estaban pasando...
Con cara de poker, Nolan observaba como Paz caminaba tan entorpercidamente que parecía que cada paso suyo, sería el último. Hacía delante, hacia atrás o a los lados, parecía que se caería hacia cualquier dirección. Se quedó procesando lo que estaba viendo, a la vez que se levantaba.
De repente pareció que Paz finalmente daría el golpe de gracia. Nolan se apresuró a sujetarlo de la camisa. Tenía muy buenos reflejos.
—Te llevaré hasta tu casa, por tu cuenta no llegarás lejos —le repitió Nolan mientras lo hacía apoyar su peso en él, con un brazo alrededor de su cuello—. Y esto pagará todos los favores que te debo y los que te deberé.
Quién sabe qué hora era ya. Todo lo que Nolan podía saber era que avanzaba por la acera con un tipo diecisiete que quedaría inconsciente como en diez minutos, con punzadas en la cabeza por la ginebra y una extraña sensación de comodidad. Y todo lo que sabía era que Paz no alzaba bien la cabeza y sus mechones rubios le caían por la frente y que tenía bonita nariz y que era la única persona en todo el jodido mundo que se veía bien con ojeras.
—Si vomitas encima mío, juro que te romperé la cara —pero todavía estaba molesto. Con muchas cosas.
En respuesta Paz solo negó. La verdad es que concentraba toda su energía en continuar caminando, con mantener los ojos abiertos para llegar a su casa. Pensó en poner resistencia contra Nolan, pero él era todo lo que necesitaba en ese momento, se estaba entregando a todo lo que mínimamente se esforzaba en negar.
Tal vez estar drogado fuera la excusa perfecta para mantenerse tan cerca. Ya no quería resistirse en ese momento.
Los postes comenzaban a bailar, era gracioso. Paz también quería bailar, pero comenzaba a tener demasiado sueño. Sus ojos amenazaban con cerrarse.
Paz comenzaba a pesar. De verdad. Casi como cargar peso completamente muerto, casi como irlo arrastrando por completo. Aún así Nolan no se quejó, pues sabía perfectamente lo que Paz estaba experimentado y que lo último que ocupaba era escuchar más regaños que no detendría en absoluto o que ni siquiera escucharía nítidamente. Lo miraba por momentos, y él no dejaba de verse más somnoliento, hasta que llegados a un punto, simplemente Paz estaba cediendo al cansancio. Por un momento Nolan pensó algo obsceno. Algo sobre que era... Interesante... ¿Tenerlo así de vulnerable? Casi como si dependiera de él.
—Hey, todavía tienes que decirme por donde vives... Paz... —pero lo único que pasaba es que Paz hacía menos fuerza y menos fuerza hasta estarse cayendo—. Paz... No me dejes todavía...
Nolan se detuvo, y se dio cuenta que tenía que cambiar de estrategia.
Unos minutos más tarde estaba cargando a Paz por completo; con un brazo debajo de sus piernas y otro debajo de su cuello. Parecía un muñeco de trapo, pero no pesaba como un muñeco de trapo, y de hecho temía que en algún momento se fuese a ir de cara contra el suelo.
—Paz... Dime por dónde —el rubio se veía... Curioso. Entre sus brazos. Casi lo hacía olvidar lo furioso que había estado con él—. ¿Tienes llave, no?
Paz lo escuchaba a lo lejos, a pesar de sentirlo demasiado cerca. Debía despertar, debía... Abrió los ojos un poco y lo primero que tuvo a la vista fue el rostro de Nolan, un ángulo diferente, era tan... Tan, tan bonito. Siempre lo había sido. Tuvo el impulso de levantar su mano y tocarlo, sentir que era real, no tenía una excusa, sólo lo había hecho.
—Nolan —cuando recibió la atención de este, apuntó una calle—. Casa verde... Llaves bajo el tapete.
Poco a poco Paz iba cediendo completamente al sueño. Necesitaba dormir. En serio quería dormir, pero no podía hacerlo por completo, no cuando todos sus sentidos se dirigían a Nolan. A escuchar su corazón latir, su respiración, sentir los brazos que evitaban que cayera.
En algún punto sintió cómo todo eso había sido dejado de lado, ahoraestaba apoyado en alguna pared, pensando en que debió de aferrarse a Nolan en lugar de dejarse dominar por el sueño. Era patético cómo sentía un vacío.
Nolan abría la puerta.
—¿Dónde estás? —el rubio estaba somnoliento, apenas articulaba bien las palabras, las arrastraba.
—¿Hay alguien en casa? —contestó su pregunta con otra pregunta, a lo que creyó escuchar un no.
Y esperó a que Paz entrara, ¡pero qué estupidez! Él ni estaba al tanto de nada. Nolan volvió a hacer que uno de sus brazos le rodeara el cuello para, literalmente, arrastrarlo por el pasillo. Buscó por las pocas puertas hasta entrar a lo que era una habitación. Esperaba que fuese la suya y no la de su madre. Dejó a Paz en la cama y él se quedó apoyado en un borde, con la respiración agitada y sudor en la cara.
—Paz... No puedo creer que te haya arrastrado hasta aquí —se le escapó una risotada, y luego se le acercó para intentar acomodarlo porque había quedado torcido—. Te recordaré esto por el resto de tu vida, ¿me oyes? El día en el que Paz Durand se humilló delante de un motón de desconocidos por tener la fuerza de voluntad de un idiota.
Le estaba hablando muy de cerca, riéndose. Muy de cerca para que le entendiera, ¿verdad?
Ahora todo se sentía tan cómodo para Paz. ¿Cómo podía estar despierto aún teniendo lo que tanto quería? Simple, sentía que faltaba algo más. Estaba pidiendo demasiado, pero si tenía suerte nadie recordaría nada al día siguiente, solo era cuestión de fe, ¿No? Era ese tipo de cosas las que los adultos decían antes de cometer una estupidez.
Por última vez en esa noche Paz abrió sus ojos, la luz de luna entraba por la ventana, aquella cortina siempre había sido demasiado clara como para evitar la luz externa. Bajo la mística iluminación, pudo distinguir a Nolan; su cabello, sus cejas, sus pestañas, sus ojos que vaya que eran lindos e hipnotizantes, su nariz y por último, su boca, sus labios que parecían imanes atrayendo los suyos.
Paz se inclinó hacia arriba, acortaba distancia y mantenía su mirada viajando de un punto a otro, sus ojos, sus labios, sus ojos, sus labios, sus ojos... Era uno de esos instantes, momentos, en los que no hay tiempo para preguntas ni para respuestas, solo tiempo para estar ahí. Y para intentar captar, con todos tus sentidos, cada fibra de lo que componía el momento.
—Supongo que, demasiado idiota en realidad —murmuró Paz. Pero se quedaba sin tiempo, los párpados comenzaban a pesar demasiado, debía hacerlo—. No lo olvides —¿Qué no debía olvidar, sus palabras o lo que estaba a punto de hacer?
Nolan solo sabía que Paz acortaba la distancia, centímetro a centímetro, hasta sentir su respiración mezclarse con la suya. Hasta ser incapaz de apartar la mirada de sus ojos. Porque Paz le decía en ese momento que no había nada que temer, que él también lo deseaba tanto como él, que el mejor de los finales eran sus labios contra los suyos...
Al siguiente instante, Paz se encontraba lo suficientemente cerca como para rozar ambos labios, pero demasiado tarde como para convertirlo en un beso. Sus ojos se cerraron, Paz no había llegado a más allá del roce y ahora estaba completamente dormido. Sin sueños ni pensamientos para esa noche.
Nolan se quedó... Esperando... Pero nada nunca pasó. Tardó en moverse, en reaccionar. Quizás tenía la esperanza de que tal cosa se repitiera, quizás estaba incrédulo. Pero finalmente se fue levantando poco a poco sin apartar la vista del muchacho. Luego lo que hizo fue tomar la manta que permanecía doblada a los pies de la cama, y cubrirlo.
Después se marchó en silencio, con el rostro impasible pero con ojos que delataban una profunda inquietud. Caminó fuera, cerró la puerta, y luego se quedó de pie en la acera. Mirando la noche estrellada de esa noche.
—Ten una buena noche —murmuró.
Repasó lo único que parecía claro en su cabeza: Paz Durand. De diecisiete. De Ibarra. Sí. Definitivamente no podría olvidar nunca ese nombre, ni ese rostro, ni esa noche.
El camino a casa esa noche fue largo para Nolan, desolador, como irte de vuelta al jodido infierno después de deslumbrar una breve brecha de paraíso entre las puertas semiabiertas. Cuando llegó a casa, todo estaba oscuro. Silencioso. Y se puso a pensar y a sentir cosas raras; eran ideas contradictorias. Primero pensaba en que quería más, en que necesitaba más de Paz. Después pensaba en que era asqueroso y degenerado querer más, y que él era un maldito imbécil. Comenzaba a desesperarse. A odiarse de verdad. Tanto que al poco tiempo terminó abriendo el refrigerador, tomando todas las cervezas que encontró y comenzando a beber indiscriminadamente. Y por ello terminó acostado dentro de la fría tina vacía, como hacía siempre en situaciones tan estúpidamente jodidas como esta.
Le había prometido a su madre por todas las cosas que consideraba sagradas que dejaría de «consumir cosas fuertes», y después de lo que pasó con Patrickson, estaba dispuesto. Pero ahora le resultaba imposible. El alcohol no era suficiente. Lo que quería era perderse entre un centenar de colores brillantes y una sensación inhumana de relajación. Pero, ¿con qué? No tenía nada a la mano.
La tina estaba muy fría. El alcohol le revolvía el estómago. Cerró los ojos entre el puñado de latas vacías y aplastadas. Se abrazó a sí mismo y se acostó de lado. «¿Por qué?», se preguntaba, «¿Por qué ahora? ¿Por qué un chico? ¿Por qué Paz?»... ¿Por qué todavía, a pesar del tiempo transcurrido y de la cantidad enferma de alcohol en su sangre, seguía anhelando sus labios contra los suyos...?
¿Y si eso no significaba nada, y solo Paz estaba muy drogado y él muy confundido? Ojalá fuera así. Por el bien de todos.
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