32. Y el mundo era tan pero tan bello

Helen se había colocado sobre su cabello rojizo uno de esos gorros de invierno, aunque no era tan necesario. Las lluvias estaban cesando, y el clima naturalmente se había vuelto más frío gracias al fin del verano. Además, eran las nueve de la mañana. Un sábado. Había poca gente.

—Por esta calle —dijo Mark, quien iba leyendo un trozo de papel con una dirección garabateada e iba caminando a un lado de Helen.

—Es un vecindario bonito... Hay muchos árboles.

—Ese tal Paz tuvo suerte de crecer aquí —estos últimos días, la responsabilidad de Mark había sido hablarle a Helen de cualquier cosa, incluso si no tenía mucho que aportar. Cualquier cosa que hiciera que la mirada de ella dejara de verse perdida—. Deberías mudarte cerca, yo creo que sí convences a tus padres de buscarte casa por esta zona. Eh, ¿estás sonriendo? Es porque sabes que eres una consentida.

De hecho, la sonrisa fue muy breve. Pero a Mark eso le servía.

—Aquí —sentenció ella cuando se detuvo frente a la casa buscada—. Gracias por acompañarme, en serio.

—Ah, no es nada... —hizo un movimiento de manos para quitarle importancia. Le dio el bolso que había estado cargando por ella—. Puedo entrar contigo si quieres.

—Oh, no. Es mejor así, no hace falta. No quiero que se sienta abrumado.

Hubo una pausa, Helen se veía nerviosa, y otra vez se estaba viendo muy angustiada. Había sido raro para Mark verla así todo el tiempo últimamente. La chica despreocupada pero de carácter fuerte se había ido de vacaciones, tal vez. Él puso sus manos suavemente sobre hombros mientras se acercaba:

—Helen... No tienes que hacerlo si no quieres. No es tu deber. Entenderé si ahora mismo quieres irte.

—No —negó con la cabeza reiteradas veces—, necesito hacerlo. Es muy importante y no puedo dejar que pasen más días.

Mark asintió con comprensión:

—Esperaré aquí.

Mark se quedó en la acera en lo que Helen avanzaba hacia esa puerta. Tocó el timbre, sostuvo una de sus famosísimas tartas de manzana con ambas manos, esperando a que abrieran la puerta. Se decidió a que ella iba a resistir con éxito todo, pero que en dado caso de que no le abriera la puerta, se daría permiso de vomitar en los arbustos y dejar que Mark la cargara de vuelta a casa.

No había pasado mucho tiempo desde el incidente bajo la lluvia, pero para el rubio había sido una eternidad. Porque esperaba volver a verlo lo antes posible, porque su cabeza se negaba a creer que Nolan lo había dejado atrás. Al mismo tiempo era incluso incapaz de moverse, su cuerpo carecía de fuerzas y su madre igualmente no le quitaba el ojo de encima, tanto como para tomar esas vacaciones que tanto había retrasado, casi de emergencia.

Podía catalogarse a sí mismo como inservible, o cualquier otro adjetivo que se encajara con la descripción de «incapaz». Ni él mismo entendía lo que estaba pasando. Las horas sentado en su cama mirando hacia la nada mientras que en una mano sostenía la gorra de baseball de Nolan y en la otra aquella pequeña piedra del viaje al lago, no lo llevaban a nada. No cambiaban nada, solo demostraba su incapacidad de siquiera reaccionar, se encontraba atrapado en un agujero que él mismo había cavado.

Cuando el timbre de la casa sonó no hubo sorpresas, instintivamente pensó en Clarke, que desde aquel encuentro nocturno había estado yendo a consolarlo y que para ese momento llevaba una racha de tres días seguidos por el declive de la situación.

Pero cuando pasó el tiempo y no escuchó su voz ni pasos extrañó el silencio del pequeño pasillo al frente de su habitación. Entonces, lleno de esperanzas sin fundamentos, se levantó para salir en busca de respuestas. Caminó lentamente y a medida que se iba acercando escuchaba la voz de su madre que se mantenía aún más inusual, baja. Y luego escuchó otra voz... La decepción de no ser quién esperaba lo alcanzó rápidamente, pero seguía inquieto por saber qué estaba haciendo Helen, la amiga de Nolan, allí.

—No necesitas hacer esto si es difícil para ti —las palabras extrañamente compasivas de Elizabeth provocaron más curiosidad en el rubio que finalmente se acercó.

—¿Mamá? ¿Qué ocurre? —inspeccionó la tarta en las manos de su madre y luego a la chica frente a la puerta.

El rostro de Helen palideció un poco, solo un segundo. Es que no lo había visto desde aquella vez que salieron junto con Nolan a dar una vuelta en la plaza, y de aquella otra vez que los recibió en su apartamento. No lo recordaba tan visiblemente cansado como estaba, y mucho menos entendía porque se veía tan angustiado.

—Hola... Cuánto tiempo —tartamudeó ella, intentó poner una bonita sonrisa como la que le daba Mark—. Ah, te traje tarta de manzana. Espero que te guste... La hice yo misma y... No sabía si traerte magdalenas, porque no sabía que te gustaría más pero... —estaba diciendo cualquier cosa, se sentía tonta. Tomó un respiro y bajó un poco la mirada a la vez que cruzaba los brazos sobre su abrigo—. Sé que esto es muy repentino, pero necesito hablar contigo. ¿Me dejas pasar?

Paz miró por instinto a su madre, quien se miraba preocupada y eso lo alertó. Asintió a medida que dejaba espacio para que pudiera entrar.

—Yo... Estaré en la cocina, si necesitan algo solo llámenme —avisó Elizabeth, quién a pesar de sus palabras le costó dejar el lugar.

Paz guió a Helen hasta la pequeña sala de estar, con el mal presentimiento acechando. Su mente se obligaba a trabajar en las teorías del porqué ella podría estar allí y sabía que solo había una opción que envolvía a aquel chico que esperaba volver a ver. Pero la expresión de la chica no ayudaba a sus hipótesis, comenzaba a sentir la desesperación.

—Seré directo, ¿es sobre Nolan? —sus ojos suplicaban por respuestas, las mismas que no estaba seguro de querer saber realmente.

—Sí, es sobre Nolan —contestó, como queriendo hacer tiempo. Entrelazó los dedos de las manos, bajó la voz: —Paz, no sé si lo sabías pero él me contó lo que sucedió entre ustedes... Y primero quiero que sepas que sí estoy aquí es porque no los juzgo en absoluto. Y al contrario, entiendo lo que significas para él —su nariz se estaba tornando roja, al igual que sus mejillas. Ya no podía verlo a la cara—. Es como mi hermano. Por eso me tomé la molestía de buscarte, fui a Roger's a preguntar por tu dirección. Y tampoco sé si lo sabes, pero Nolan tiene... Un problema serio con las drogas... Con el jaspe.

—Sí, lo sé —aunque mantenía su confusión a transparecer—. Acaso... ¿Tuvo una recaída? Él... Tenía un tiempo que no, ya sabes, fumaba —aunque las cosas perdían la coherencia cuando recordaba que la policía en realidad estaba detrás del.

—Sí, realmente estaba tratando de dejarlo —contestó sin aliento. Se quedó helada cuando sintió la primera lágrima deslizarse por su mejilla. Rápidamente se la apartó—. Paz, hace cinco días, Mercedes, su madre... Lo encontró, y él no estaba nada bien. No estaba respirando —más lágrimas estaban cayendo—. Llamó a los paramédicos, pero no pudieron hacer nada, era tarde.

Helen levantó la vista en su dirección a la vez que negaba, sus lágrimas seguían apresurandose a caer:

—Paz, lo siento mucho, realmente lo siento. Sufrió de una sobredosis.

Tal vez Paz no estaba escuchando bien, o solo había entendido mal todo. Porque... Porque Nolan no podía estar muerto.

Entonces nerviosamente rió, una risa corta que rápidamente cambió a cortos sollozos:

—No, eso... No. Es mentira —sin fuerza de reacción se dejó caer de rodillas en el suelo—. Dime que es un mal entendido, confundiste las cosas, él no... —su mirada suplicaba, porque era la única expresión que podía ejecutar con claridad—. Nolan no...

Pero no hubo respuesta, no una que quisiera escuchar. Helen solo repetía la palabra «accidente», la única palabra que parecía darle un poco de sentido a lo que había pasado.

Paz bajó su mirada, viendo sus manos, intentando descifrar si aquella realmente era la realidad y no un sueño. Pero cuando las lágrimas comenzaron a caer sobre sus manos, se sintió tan real que fue su segundo mayor momento de choque. Y de repente ya no podía parar, sentía que ya no podía respirar, su pecho dolía tan profundamente.

Se sentía vacío, inexplicablemente vacío. No había nada más que quisiera hacer a no ser morir en ese instante, porque se declaraba incapaz de siquiera respirar. Nada tenía sentido.

Después de decir un último «lo siento», Helen se escapó por el marco de la puerta. Se apresuró a limpiarse las lágrimas sin mucho éxito. No tardó en encontrarse a Mark, sentado en la acera esperando pacientemente. Se acercó hasta que Mark se giró para verla, con una expresión que preguntaba: «¿todo bien?»

—Vámonos —murmuró ella.

—¿Estás bien?

—Sí —se abrazó a sí misma como si tuviera frío—. Solo... Fue terrible. Está devastado.

—¿Reaccionó muy mal? —Mark se levantó, y después de sacudirse un poco el pantalón, la observó asentir con la cabeza—. Parece que le tenía mucho aprecio para ser solo su compañero de trabajo. Pero tranquila, peor sería si no lo supiera.

Mark se quedó en silencio cuando está vez fue ella quien se acercó a buscar un abrazo. Pobre de su chica, pensó, pobre. Pobre de todos, pensó. Pobre de Nolan, ojalá se hubiese detenido a tiempo. Pobre de su madre, todavía había estado ofreciendo café en el funeral, con una voluntad sorprendente. Pobre de su padre, solo estaba sentado ahí como una sombra, tal vez lamentando la pérdida de su muchacho. Pobre incluso de Paz, que a ese no lo conocía pero por la forma en la que Helen se encogía enfrente de sí como una avecilla con la ala rota, debía estar mal también.

Levantó la vista a la casa. Al cielo, estaba de un azul tenue y sin nubes. Mark estaba mucho más reflexivo de lo usual, porque repentinamente el mundo le pareció tan pero tan cruel y a la vez tan pero tan bello que no supo si sonreír o llorar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top