30. Un golpe en la ventana

Saint Bernard, San Bernardo para los vecindarios hispanohablantes, hogar de gente jodida. Con sus horribles edificios y sus horribles calles. Con su horrible gente, y donde en ciertos días había más hierba que niños en las calles. En alguna parte de ahí, de la ciudad más repugnante de toda Ibarra; no, de todo el país y de todo el mundo, estaba Nolan.

Nolan se había sentido terrible. Realmente horrible. Lo suficiente como para hacer lo único que podía hacer en esos casos: drogarse hasta literalmente, no saber en casa de quién despertaba. Lo suficiente como para usar todavía el uniforme de Roger's seis días seguidos sin incluso haberse presentado a trabajar en ninguno de esos días. En sus cortos momentos de lucidez, sabía que ya estaba despedido. Que seguro Vanesa ya había llamado a su casa y había informado todo a sus padres, y que seguro ellos lo echarían del departamento en cuanto lo vieran.

Esa mañana estaba aferrándose a la taza del baño porque mierda, estaba vomitando hasta lo que no tenía y el estómago le dolía cada que sentía una nueva arcada. Y Mark ya le había dicho que «se veía de la mierda, pero que ahora sí hablaba en serio», y Derek le había dicho que «ya conocía su problema con las drogas, pero que no pensaba que fuera tan duro».

Como fuera, Nolan no quería tener ni un momento de lucidez. No quería pensar ni un segundo en la cantidad de cosas que habían pasado por, ahora era totalmente consciente, su culpa. De hecho, ¡no quería sentir culpa! Ni tristeza, ni enojo, ni nada. Mucho menos quería que sus pensamientos fueran allá a dónde siempre iban: hacía un muchacho llamado Paz.

Pasaba todo el tiempo drogado, sí. Pero ahora la causa era diferente. Ahora no era para evadir algún asunto sobre su padre o su familia, era para evadirse a sí mismo. Así que ahora más que nunca, sentía que nunca tendría suficiente, y que siempre necesitaba drogarse más y más y más...

Cuando salió del baño por fin, Mark le lanzó una camiseta. Y le dijo:

—Cámbiate, Dios, y vete ya si no me vas a ayudar a recoger. Ayer fue un completo desastre...

Nolan no agregó nada. Solo, en movimientos pausados se sacó la camisa y se puso la limpia, porque al mínimo movimiento de cabeza, esta le dolía como si estuviera por estallar. Dejó caer la otra al piso sin más.

—Okay, de acuerdo, escucha —Mark hizo esa mueca que hacía cuando se ponía a pensar—. Viejo, ¿estás bien?

Nolan se le quedó viendo, y después contestó con ese tono de voz que solo adquiría después de fumar:

—Debería irme.

Pero entonces algo pasó. El timbre del teléfono resonó desde la cocina. El sonido era tan agudo y tan repetitivo que la jaqueca no se hizo esperar. Mark corrió al teléfono, lo alzó, y Nolan lo escuchó decir:

—¿Helen? ¡Ah, hola Helen! Sabes, justo estaba pensando en ti —Mark se hizo para atrás el cabello, como si Helen estuviera justo enfrente—. Es decir, no directamente. Solo estaba preguntándome por qué no viniste a mi fiesta. Fue estupenda, te hubiera encantado. Compré ginebra, de tu favorita. Es decir, no específicamente para ti... —Mark hizo una repentina pausa—. ¿Nolan? Sí, él estuvo aquí también, pero para mí que sólo vino por el jaspe, no habló con nadie y estuvo sentado en un rincón como idiota —lanzó una mirada acusadora a Nolan—... De hecho, él está...

Nolan agitó los brazos para que no le revelara a ella que estaba ahí. Dios, no podía encarar a Helen, ni siquiera por teléfono.

—Oye, pero hablando de Nolan, siempre he notado que te preocupas mucho por él. Sé que siempre has dicho que es como tu hermano desde que eran niños y parte de tu familia y esas cosas, pero algunas veces parece...

Gritos de Helen, entendibles únicamente para Mark, atravesaron el teléfono. La expresión de Mark cambió, y se ajustó mejor el teléfono:

—¿Qué dices? Si necesitas hablar con él prueba llamar a su apartamento —Mark cerró los ojos como si lo estuvieran regañando—. Sí, nunca está ahí, es verdad. ¿Pero qué te tiene tan...? ¿Qué?

Entonces Mark sujetó el teléfono de cable con ambas manos, mientras su semblante se volvía más cauteloso. Estuvo así varios minutos.

—Yo... No lo puedo creer. Es terrible. Y... Si lo veo te voy a avisar —Mark se veía cada vez más nervioso—. Helen, cuídate mucho. En serio, cuídate. Te aprecio, ¿sí? Eres una mujer fantástica, no te desgastes con esto, ¿sí? Te oyes en shock, debió ser muy duro para ti enterarte, y yo... —la voz de Mark se entrecortó—. Si necesitas hablar puedes llamarme más tarde... Adiós.

Entonces Mark colgó el teléfono. Y evitó mirar a Nolan, quien para ese momento estaba con el peor presentimiento del mundo desde que le rompieron el brazo...

—¿Tú sabías eso? —Mark rompió el silencio.

—¿Saber qué?

—Que la policía lleva varios días buscándote. Nolan —Mark retrocedió varios pasos, con precaución—, ¿por qué golpeaste a esa chica? ¿Perdiste el juicio? No sabía que eras esa clase de persona.

Las palabras no salían, solo estaba Nolan con esa mano excesivamente temblorosa que Mark no pasaría por alto. Mark se refugió detrás del sofá:

—Olvídalo, no me interesa saber. Solo te pido que no me involucres y que no involucres a Helen. Solo toma tus cosas y vete.

Hasta ese día, la lluvia había sido amiga de Nolan. Había estado presente la tarde en que salió con Paz del local, y se dejaron envolver por las frías gotas del verano. Esa había sido la tarde en la que Nolan aceptó que sentía algo real por Paz, algo intenso.

Y la lluvia también estuvo en la noche en que Paz permitió que se acercara y le besara por primera vez con el mismo sentimiento que los besos posteriores. En esos momentos, la lluvia fue realmente amable con Nolan.

A excepción de ese día.

Porque ese día, la lluvia lo azotaba como si estuviera furiosa con él, indiferente al hecho de que Nolan no tuviera donde refugiarse o ni la claridad mental para hacerlo. A la lluvia no le importaba que fuera muy entrada la noche y que hiciera frío. Simplemente lo golpeaba, mientras Nolan avanzaba por la calle vacía, sin nada en las manos porque había perdido literalmente todo, incluso las mochilas.

Estaba temblando, abrazándose a sí mismo pero sin detenerse, porque necesitaba hablar con Paz, necesitaba saber qué pensaba, si lo perdonaba. Porque nada más importaba qué estar ahí donde Paz pudiera verlo, donde Paz pudiera sonreírle. ¿No había sido ese el fundamento de su relación? A Nolan no le importaba lo que su madre, el vecindario o incluso Dios pudieran decir sobre su amor. Si para Paz ese amor era válido, entonces estaba bien para él. Y si Paz podía decirle que no lo consideraba un criminal, que sus ataques de ira eran perdonables y que incluso bajo esas circunstancias podía seguir amándolo, entonces Nolan podría decidir que en realidad no había perdido nada, que lo verdaderamente importante seguía con él, y que no había por qué preocuparse.

Esa era la lógica que lo había llevado a caminar hacia la casa de Paz, quizás la lógica más desesperada, o peor aún, la lógica de alguien bajo la influencia de las drogas.

Pero su corazón comenzó a latir rápidamente cuando, a través de la lluvia, distinguió la casa de Paz. Se apresuró, casi corriendo. ¿Por qué no había ido antes? Podría gritar su nombre, golpear la puerta, arrastrarse, ponerse de rodillas, lo que fuera si todo volvía a ser como antes.

Su respiración se descontroló cuando llegó al jardín, iluminado de vez en cuando por relámpagos. Se acercó a la ventana de la habitación de Paz, por la que había entrado y salido muchas veces en sus visitas furtivas. Después trató de mirar dentro, pero todo estaba demasiado oscuro.

Entonces golpeó el cristal de la ventana, como quien toca una puerta.

Habían sido días difíciles de digerir para Paz, dónde las noches de insomnio eran su repentina y nueva rutina. Tal vez porque en aquellas horas podía llorar sin que su madre se preocupara por él, o tal vez porque esperaba por algo que nunca ocurría.

Al final la mayoría del tiempo estaba en su habitación, poco comía y gastaba más energía de la que ganaba. Se sentía cansado todo el tiempo.

Entonces aquella noche dónde parecía que todas sus pesadillas habían planeado un complot contra él (afuera había una gran tormenta), el sonido del cristal golpeado fue una luz de esperanza entre toda la oscuridad que lo rodeaba, tanto como para olvidar el miedo que sentía o la tristeza acumulada. Tan desesperado por creer en que su cerebro no lo estaba engañando, el rubio se levantó rápidamente y en un instante nuevamente lágrimas corrían por su rostro, pero estas eran de alivio.

Estaba frente a él y... Dios, verlo así le partía aún más el alma.

—Nolan —no dudó en acercarse, pero no era suficiente, necesitaba abrazarlo, sentir que estaba bien. Entonces terminó de abrir su ventana haciendo espacio para su siguiente acción: usarla para salir. Sin importar que en cuestión de segundos se encontraba empapado, aquello no se comparaba con estar frente a quién más amaba después de largos días que parecían años—. Perdóname, en serio yo no... Yo debí haberte escuchado, perdóname por ser alguien horrible y huir. Te juro que no lo volvería a hacer, yo te amo. Nolan realmente te amo.

El viento frío, el agua que los mojaba, la iluminación escasa, aquel encuentro podría haber sido mejor y más favorable, solo que no podía posponerlo. Era la oportunidad.

Nolan pensaba, ¿cómo podía haber siquiera pensado qué de Paz no volvería a escuchar un «te amo»? Había sido un completo idiota. ¿Cómo había podido dudar? En su rostro se dibujó una sonrisa, pero después la sonrisa se transformó en llanto también. Llanto repentino, inexplicable. Antes de decirle nada, se lanzó a abrazarlo. Se aferró a él, lo envolvió con sus brazos, llevó su mano a su nuca, como si quisiera fundir su cuerpo con el suyo.

—Amor...

Cerró los ojos, podía sentir el pulso de Paz. Y entonces decidió que en ese momento, el paraíso, entre los relámpagos y los truenos, sintió la tranquilidad más hermosa de toda su vida:

—No te disculpes, yo fui el que hizo todo mal. Perdóname, por todo. Por no haber venido antes, por gritarte, por asustarte —Nolan le comenzó a decir, todavía aferrándose a su ropa, como si se le fuera a escapar—. Paz, no puedo vivir si no me perdonas. No puedo vivir en ningún lugar donde tú no estés. Te necesito. No necesito nada más. Solo a ti. Te amo solo a ti.

Oír sus palabras era justo lo que Paz más extrañaba. Su cariño, su amor...

—Nolan... Por favor, no volvamos a separarnos así —aquel era el miedo volviendo a él, miedo a perderlo nuevamente.

A él no le importaba nada en ese momento, la necesidad de estar seguro de que siempre estaría allí lo recorría. Cómo si no pudiera permitirle siquiera pensar en algo así. Tomó un poco de distancia para mirarlo, apreciar que era real, las pequeñas sonrisas mutuas entre el desastre que eran y luego... Algo no se sentía bien.

Era Nolan, él estaba allí, pero también estaba ese innegable olor del jaspe.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo? Debes de saber que... —no era de sus temas de conocimiento favoritos, pero era una situación grave—. La policía está buscándote.

Ante la pregunta, Nolan no quiso dar ninguna respuesta. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué había estado haciendo todo lo que le había prometido que jamás volvería a hacer? ¿Qué otra vez había vuelto al juego y se estaba drogando todo el jodido día? No se lo iba a decir.

Así que desvió la mirada y asintió; lo estaba buscando la policía. Esa era la verdad y la cumbre de todos los problemas en los que se había metido. En movimientos lentos, y podría decirse dudosos, levantó las manos y tomó el rostro de Paz para acercarlo al suyo:

—Por eso mismo, me voy a ir de aquí —sus ojos parecían demasiado opacos cada que caía un nuevo relámpago—. Me voy a ir, y quiero que vengas conmigo. Hoy o mañana. Quiero que... Subamos a un autobús, nos larguemos de Ibarra y vayamos a donde sea, a donde tú quieras. Eso dijimos que íbamos a hacer antes, ¿no? —de sus labios salió una pequeña risa, una que se debatía entre ser una risa nerviosa y una risa como las que sueltas cuando dices incoherencias. Pasó sus dedos por allá donde caían los mechones rubios. Siguió sonriendo, aunque de una forma más tímida—. «Eso» fue un accidente. Yo... Yo nunca te haría daño. Nunca te levantaría siquiera la mano, no soy esa clase de persona. Pero eso tú ya lo sabes. Y... Mierda, no quiero ir a prisión. Solo ven conmigo.

Por un momento Paz sintió alivio, por un momento creyó que diría que sí. Pero no podía olvidar todo lo que su madre le había dicho, mucho menos dejarla atrás tan repentinamente. Entonces tal vez tardó demasiado para finalmente responder, más de lo que habría tardado días atrás:

—Nolan, te amo. Realmente te amo, sin ti me siento perdido —debía asegurase de que lo entendiera—. Pero no puedo... No puedo irme, ya no. No puedo dejar todo atrás tan fácilmente, estos días he pensado demasiado —no quería decepcionar al chico frente a él, pero la sensación de estarlo haciendo le generaba una gran ansiedad y entonces también... Temía su reacción—. No es prudente, ¿qué haríamos? ¿Cómo viviríamos? Y la policía... Dios no puedes huir de ellos, eso empeoraría la situación... No puedo, no podemos. Es demasiado drástico.

—No juegues conmigo —le dijo mientras acercaba su rostro al suyo, todavía con las manos levantadas. Negó con la cabeza con una sonrisa que parecía estar conteniendo las lágrimas—. Tuve una semana muy dura... No puedo soportar ese tipo de juegos, no ahora. Por favor, háblame en serio —las líneas de agua helada se deslizaban violentamente por su rostro. ¿Por qué no estaba escuchando la misma respuesta que había recibido hace apenas unos días? Ahora la necesitaba más que nunca. ¿Paz no podía verlo? ¿No era evidente?—. Yo estoy hablando en serio, ¿por qué tú no?

La expresión de Paz fue cambiando de a poco. Nolan... No estaba entiendo su punto:

—Amor, Nolan —se forzaba a mantener sus ojos sobre los de él, a pesar de lo incómoda que era la lluvia o los relámpagos que hacían que su piel erizarse—. Si huyes, todo se va a acabar, entiende. No puedo permitir que hagas algo así, debe haber otra forma. Puedo hablar con Robin, hacer que cambie la declaración. Puedo hacer cualquier cosa que necesites... No estoy jugando, necesito que te quedes. Yo sé que si hablo con ella puede cambiar de opinión, me escuchará.

Nolan nunca se había golpeado con pared tan fuerte como esa noche. Quería creerle, mierda, quería que lo que Paz decía fuera verdad, que hubiera una posibilidad de que las cosas fueran de un modo diferente. Pero no era así:

—Ella nunca te ha escuchado —dijo, con ya una expresión de súplica—. No lo hizo con las cosas simples... ¿Qué te hace pensar que ahora será diferente? —miró al suelo, entonces de repente encontró lo que exactamente quería decir: —¿Qué te hace pensar que me va a ayudar a mi? ¡Tú mismo has visto cómo eran las cosas entre ella y yo! Paz... ¡Abre los ojos! ¡No hay otro modo! —ya había gritado, pero es que tenía que hacerle entender. Todavía sentía que podía hacerle entender. ¡Él siempre lo entendía! Desde el primer día... Desde toda la vida—. No la vas a convencer, este no es el tipo de cosas en las que la gente cambia de opinión —nada cambiaba que la había lastimado de esa forma—, y no es el tipo de cosas de las que te escapas cambiando la versión. Y aunque lograras convencerla, mis padres también saben lo que pasó.

Ahí Nolan hizo una pausa, misma donde bajo las manos y su silencio se volvió por primera vez, reflexivo. Cuánta culpa, otra vez. Así que solo se volvió a acercar lentamente, agachando la cabeza y abrazando a Paz de tal forma que puso su oído en su pecho, como buscando su latido. Susurró:

—Ellos ni siquiera me llamarán su hijo, ¿sabes? Y Helen... Ella también. Ella me tendrá miedo. Paz... Los perdí. Aunque lograras convencerla, no puedes cambiar las cosas. No puedo quedarme. Está todo roto.

—Nolan, por favor quédate aquí... Conmigo. Lo resolveremos tú y yo, encontraremos una manera —el silencio hacía con que la fuerte precipitación se tornara protagonista de la situación. Aferró sus manos a la camiseta ajena mientras su cabeza se apoyaba de su hombro—. Te amo, realmente te amo y no sé cómo podría vivir si no estás conmigo. No puedo irme pero no puedo perderte... A ti no.

Mientras Nolan observaba a espaldas de Paz, allá donde estaba la hierba crecida... La hierba crecida del patio. Hierba que se sacudía de un lado a otro y que parecía ser odiada por la lluvia. En ese momento cayó en cuenta que así eran las cosas, que todo era un «no lo haré». Con pena, su mirada siguió allá donde la hierba.

—Si tú... Me amas tanto como dices...

No supo cuándo ni cómo, pero su respiración bajaba y subía violentamente, como cuando alguien resiste las ganas de llorar allá hasta donde no puede. Se apartó, dio un paso atrás:

—¡¿Si tú me amas tanto como dices, por qué no quieres venir conmigo?! —fue lo primero que soltó—. Te lo dije, no me puedo quedar. ¡Todo se va al diablo si me arrestan! Soy mayor de edad. No hay advertencia, no hay fianza, no hay reformatorio. ¡Es la puta cárcel! ¡¿Y sabes qué más?! Descubrirán que uso drogas. ¿Y qué pensarán entonces, eh? ¡Que lo que hice fue porque soy un puto adicto y ya! Porque ni siquiera voy a poder decirles que estaba defendiendo mi relación, porque eres un chico, ¿se te olvidaba? —estaba hablando como si Paz estuviera diez metros más lejos—. ¿Y qué después? ¡¿Crees que serán solo semanas, meses?! ¡¿Eso crees?! ¡No puedes decirme que me quede, y menos me digas que lo arreglaremos porque eso no es verdad y tú lo sabes!

Cada palabra era como recibir una puñalada o tal vez un golpe. Era verdad, cada punto que Nolan apuntaba era verdad y repentinamente se sintió miserable, se juzgó a sí mismo de egoísta. Carajo lo sabía y aún así continuaba lastimando a quien amaba. Entonces bajó la cabeza cuando comenzó a sentir que no había verdaderas razones para negarse:

—Lo siento, perdóname Nolan —intentó acercarse—. Tienes razón, no sé dónde tenía la cabeza, yo... Iré contigo. Claro que iré contigo.

—¿Qué estás diciendo Paz? —escuchar la voz de su madre y recordar que estaba bajo una terrible tormenta fueron dos cosas muy similares. Ambos lo asustaron, lo agarraron desprevenido. Seguramente había percibido su ausencia en la habitación o incluso sabía que estaban allí desde antes. Entonces ahí estaba ella, bajo la lluvia con una mirada feroz—. ¿En serio me harás esto? ¿Me abandonas a mí?¡¿Qué ha hecho él por ti?! ¡Paz yo soy tú madre!

—Mamá no... Yo, yo...

—¿Tú qué? ¡Míralo Paz! Él no tiene futuro, ¿qué crees que te va a esperar con ese adicto? ¿Qué te asegura que no está drogado justo ahora? ¡Él golpeó a esa chica! ¿Qué lo detendrá de no hacer lo mismo contigo cuando se enoje? —para Paz el golpe fue incluso más fuerte cuando a pesar de la fuerte lluvia pudo notar las lágrimas de Elizabeth—. ¿Dónde estaba él hace unos días cuando no podías ni siquiera comer? —entonces sus palabras se dirigieron a Nolan, quien no podía procesar lo que estaba ocurriendo: —¡¿Dónde carajos estabas cuando mi hijo pasó noches enteras sin dormir?! ¡¿Cómo te atreves a venir aquí después de tanto tiempo?! ¡Cobarde! ¿Por qué no lo dejas tranquilo y haces algo bien por primera vez en tú vida entregándote a la policía?

Nolan era un cobarde... Elizabeth lo había gritado. Y era, sabía él, otra de sus más grandes verdades. Era un cobarde. Otra vez lo estaba siendo porque no estaba contestando. Porque seguía sin darse la vuelta para encararla. Porque no quería entregarse a la policía. Porque antes de venir se había drogado toda la semana. Porque no iba a soltar a Paz por más que ella tuviera razón. Todas esas cosas lo hacían un cobarde.

Su pánico se incrementó cuando descubrió que no tenía respuestas. Que no tenía nada lógico para ofrecer a Paz como mejor argumento. Y ahí estaba su novio, esperando para escucharlo. ¿Qué podía decirle? ¿Qué podía decirle, además de la única cosa que le había ofrecido desde que se conocieron? Baratijas, tal vez. Intentó comenzar:

—Toda mi vida ha sido... ¡No, acercarte, tienes que escucharme! —lo tomó del rostro, tenía que darse prisa—. Toda mi vida ha sido un montón de porquería, de problemas. De cosas de las que me arrepiento. ¡Siempre he sido yo intentando hacer que toda esa mierda funcione! No soy idiota, sé que últimamente no ha estado funcionando por mi cilpa. Pero créeme que lo volveré a intentar una y otra vez, las veces que tu quieras. Puedo intentar que esa porquería funcione incluso si no quiere —tuvo que tomarlo más fuerte cuando Elizabeth se acercó con todas las ganas de quitárselo. La escuchaba gritar, pero no entendía que decía—. Puedo tomarlo y obligarme a arreglarlo. Pero lo único que necesito es que tú estés ahí.

Entonces ella gritaba más históricamente. Más fuerte. Solo como las madres pueden gritar.

Y era un forcejeo en vano. Porque mientras los ojos de Paz se mantenían en los de Nolan, en la cercanía seguía escuchando a su madre y eso no lo podía evitar. Porque en el fondo él realmente creía en las palabras de ella, pero estaba tan enamorado que podía obligarse a creer en cualquier cosa que él le dijera. Confiaba tan ciegamente.

—¡No lo mereces! —las exclamaciones se le dificultaban a medida que su voz se quebraba—. Paz... Paz, escúchame hijo...

Por un momento él se detuvo. Bajó su mirada. Pero inmóvil y sin reacción cerró sus ojos, entre toda la confusión estaba siendo el mayor inconveniente para ambas partes. Y cuando el pensamiento de que el alboroto podía haber alarmado a cualquiera lo alcanzó, pensar en que la policía podía estar buscando a Nolan, lo asustó. Lo suficiente como para tomar cuidadosamente sus manos y susurrar.

—Debemos irnos.

—¡No! ¡No voy a permitir eso! —eran las palabras que hacían eco, pero sin ser lo suficientemente fuerte como para llamar su atención.

—No podemos retrasarlo más... —y aunque no quisiera Paz estaba nuevamente llorando.

—¿Qué pensaría tú padre de esto? —fue justamente la pregunta de ella lo que lo detuvo antes de dar el primer paso—. Lo prometiste... Prometiste que siempre serías su mayor orgullo, ¿crees que él querría esta vida para ti?

—Hace mucho que les fallé a los dos, ¿Qué podría cambiar ahora? —estaría, por primera vez, aceptando la culpa por sus decisiones.

—Todo, Paz no me importa si amas a un chico, Paz no me importa si te haces perforaciones, tatuajes nada de eso importa —el discurso de la mujer levantó su curiosidad, girándose para mirar a los ojos de su madre nuevamente. Un dolor repentino en el pecho lo llenó—. Yo aceptaría todo por ti, porque sé que eso nunca te mataría, porque sé que eso nunca te haría infeliz. Pero Paz, ¿Qué podría traerte de bueno todo esto?

Miró como su madre se acercaba lentamente:

—Aquí me tienes a mí, tienes un techo, comida, sé que no es mucho... —la pausa a causa de los sollozos eran como un pedazos de sí mismo que se iban rompiendo. —Pero es mucho mejor que cualquier otra cosa, así que por favor, hijo, quédate aquí, entra en razón. Tú padre querría lo mismo para ti, yo lo sé.

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