27. El fin de la tarde

Sus ojos pesaban, simplemente no quería ni pretendía abrirlos, pero la falta de luz solar lo alertó. Se habían quedado dormidos, pero más importante: se habían pasado de la hora acordada para que Nolan pudiera irse a su casa.

Paz sintió varias cosas cuando intentó moverse, un brazo de Nolan rodeándolo, una cierta molestia en su espalda baja que amenazaba con ser terrible y su cuerpo medianamente adolorido en sí, por el momento. Pero a medida que recordaba todo lo que habían hecho aquella tarde, su cara comenzaba a arder y el pensamiento de que había sido la mejor experiencia de su vida lo hizo sonreír tontamente.

—Hey, despierta —movió a Nolan un poco, no quería que su peor pensamiento pasara. Si su madre llegaba él no tendría ni idea de qué hacer.

Nolan no quería despertarse todavía y mucho menos levantarse. Estaba tan estúpidamente cómodo. Permaneció con los ojos cerrados mientras respondía con un flojo «¿qué pasa?». Acto seguido, lo único que hizo fue volver a acomodarse entre las sábanas, dispuesto a despertar hasta la mañana siguiente... Aunque Paz insistió con un «es tarde». Ahí recordó, sí, su madre vendría pronto y no podía quedarse más o de lo contrario todo se convertiría en un desastre de los grandes.

—Dame cinco minutos... Cinco minutos, me doy una ducha rápido y me voy. Mierda, estoy muy cansado —justo al terminar la oración, sonrió somnoliento. En serio Paz era completamente suyo. Y en serio él era completamente de Paz—. Creo —«creo» no era la palabra correcta, porque lo había sentido y todavía lo sentía. Rió por lo bajo—... que me arañaste la espalda.

Con una tenue risa Paz hizo el intento de sentarse y los sutiles insultos como «mierda» y «carajo», fueron la confirmación de que el después era la peor parte. Pero aquello no le impidió, tendría que aguantarlo hasta que se pasara.

—No eres el único que puede dejar marca —y aunque parecía seguro le preocupaba que tanto lo había arañado, después de todo no era Nolan el de los gustos peculiares.

Hablando de marcas, desde ahí Nolan veía el cuello y los hombros de Paz... Marcas nada sutiles sobre la piel clara, en realidad.

Paz estiró sus brazos, quería despertar por completo pero entre el dolor y la comodidad de la cama era imposible para Paz no querer quedarse así siempre, junto a Nolan, pensar en tener la libertad de poder vivir juntos sin esconder nada era como de esos sueños que se podían ansiar fuertemente de lo bueno que eran. Para quién nunca había amado tanto ni querido con todas sus fuerzas, ahora deseaba ser feliz con Nolan a su lado para siempre o al menos todo el tiempo que pudieran.

Nolan se sentó y luego solo buscó apoyar la barbilla en el hombro del rubio. Sonrió, como cualquier estúpido de luna de miel. Su chico rubio... «Su» lindo chico rubio. Desde ahí dio un rápido vistazo a la cama, hecha un desastre, ¿qué haría Paz con las sábanas? ¿O con las cosas que usaron? Empezaba a darle miedo. Un miedo raro. Tenía que irse pronto, de por sí ya tenía la sensación de que la señora Durand tenía sus dudas. El rubio miró a Nolan, tomó su barbilla y se inclinó a besarlo, diciéndole:

—En serio, no quiero que mi mamá se entere de que su hijo tiene novio y forme el mayor escándalo de la ciudad —pero incluso a pesar de sus palabras, Paz no quería dejar ir a Nolan. Entonces apartar su mano fue más difícil de lo que creía, dejar esa abertura a que pudiera levantarse e ir a la ducha, separándose del, era realmente difícil—. Yo me encargo del resto, ¿bien? Ahora ve antes de que quiera cambiar de opinión y me plantee mantenerte en cautiverio.

Nolan respondió con un cómplice «no me quejaría» mientras salía de la cama e iba a buscar su ropa perdida entre tanto desastre. Después solo señaló a Paz y dijo con un falso tono de severidad desde el marco de la puerta:

—Que quedé bien limpio, muchacho.

Pero entonces... Nolan giró su rostro abruptamente a la puerta principal. ¿Había escuchado de más? Quizás sí. Simples pasos en la acera, no tenían porque significar algo... Pero entonces, escuchó el tintineo característico de las llaves. Y fue como si hubiera escuchado el sonido más aterrador del mundo, porque se apresuró a meterse de vuelta a la habitación y cerrar la puerta.

—¡Vístete, vístete! —gritó sin gritar, quizás a sí mismo o a Paz.

Entonces todo ese aire romántico fue reemplazado por desesperación, Paz se apresuraba a vestirse, tomando cualquier cosa suya que encontraba a medida que buscaba. Nolan buscaba ponerse la ropa interior con el corazón a mil, después miró la ventana y pensó en saltarla...

—¿Paz? ¿Estás aquí? —preguntó la vocecilla de afuera, Elizabeth.

Lo que eventualmente entorpeció a Nolan e hizo que corriera a la ventana en puro pánico. Aunque, ¿cómo iba a salir en ropa interior? Se dio la vuelta a recoger los pantalones torcidos, los más difíciles de poner en una situación del estilo. Levantó la mirada desesperada a Paz, diciéndole:

—¡La sábana! Mierda, tu cuello —sacudió la cabeza—. Todo.

Nolan nunca había sentido tanta desesperación como cuando escuchó que tocaban la puerta de la habitación y que decían «¿qué dijimos sobre asegurar la puerta? Abre». Entonces impulsivamente Nolan dio un tirón a la sábana, y con ella y el pantalón a medio poner se metió debajo de la cama.

—Estoy yendo —y aunque realmente la intención de Paz era parecer tranquilo, se esforzaba para aparentar aquello en su voz porque no se encontraba para nada tranquilo. Estaba vestido de la forma más inusual posible, pero al menos lo estaba.

Quitó el seguro, miró hacia atrás, esperando que Nolan no estuviera nada visible. Entonces abrió un poco la puerta, viendo a su madre a medias.

—¿Qué es esto? ¿Paz dónde estabas? ¿Tienes idea de lo preocupada que estaba? —abriendo un poco más la puerta para verle, el rubio se preparó para declarar cualquier cosa en su defensa.

—Lo siento, es que surgieron algunas cosas y-

—¡¿Cosas?! ¡Paz, por Dios! Creí que te había pasado algo —la reprimenda era algo que estaba preparado para recibir—. ¿Qué podría ser más importante? ¡¿Estás bebiendo de nuevo?! ¡¿Es eso tan importante?! —solo que esas últimas palabras lo tomaron por sorpresa. Eran demasiadas preguntas a responder, pero ciertamente sabía cuáles tenían su prioridad.

Dejando de esconderse con la puerta salió, cerrando la misma detrás del.

—¿Qué? ¡No! Mamá, escucha- —pero entonces la mirada de Elizabeth se vió reflejada con espanto.

—¿Qué te hiciste? ¡Paz Ian Durand! —un silencio totalmente amenazante robó parte del momento—. ¡No me he matado trabajando toda una vida para que llegues a mí casa de esta manera! —la severidad en sus voz era algo que él no solía escuchar con frecuencia—. ¿Una perforación? ¡Eso es del demonio! ¿Qué dirán cuándo te vean? ¡Y mira tu cuello!

La mujer histérica arropó el rostro de su hijo con sus manos, lista para examinar cada uno de los «detalles» que le adornaban a simple vista.

Mientras tanto, Nolan hacía una pequeña mueca de dolor con cada uno de los gritos que, Dios, solo amenazaban con empeorar dentro de los próximos minutos. La ausencia, los extraños golpes en el rostro de Paz, las marcas que le había hecho, esa perforación... ¡Y el hecho de que había gastado un sueldo en dos días! Mierda. Parecía suicidio por parte de Paz. Pero en la cabeza de Nolan apareció la palabra «huye», e inmediatamente Intentó salirse tan rápido que se llevó un golpe en la nuca contra las tablas de la cama.

Estando afuera, se vistió completamente y echó debajo de la cama todo lo que era riesgoso; la sábana, las cosas que habían sido usadas. Después, abrió la ventana y salió, teniendo el presentimiento de que no habría viaje de carretera por un tiempo. El frío de la noche le dio un escalofrío, pero no lo detuvo de moverse deprisa para irse... Aunque... ¡Su mochila! Estaba en el auto. A paso sigiloso, se acercó a abrirlo. Y sintió una desesperación tremenda cuando la puerta no abrió porque estaba asegurada. Tanta desesperación que sin pensarlo dio un fuerte golpe en el cofre del auto.

Esa no era su noche. ¿Paz recordaría sacar las cosas de ahí? Como fuera, lo único que había por hacer era irse... Irse y despedir con una sonrisa a la vecina que había visto por la tarde, y que ahora estaba sentada en el pórtico de su casa desde quien sabe cuando, con la mirada puesta en él. Pero esta vez sin ganas de regresar saludos, al parecer.

Pero dentro de la casa esa conversación seguía:

—Dios... Solo mira tú ojo —la mujer pasaba cuidadosamente su mano bajo la cuenca. Paz estaba resignado a quedarse en silencio y escuchar todo lo que tuviera que escuchar. Estaba consciente de que su madre estaba en su derecho y pensó que si al menos no tuviera que ocultarle cosas, sería mínimamente más fácil para ambos—. ¿Quién te hizo esto?

La mirada de la mujer estaba cargada de tantas emociones. Pero entonces Paz sólo podría volver a mentirle:

—Un tipo quiso molestar, yo sólo me defendí... —pero de esa manera no tenía que mentir.

—¿Y tú cuello?

—Es, salí con alguien —de esa respuesta no estaba seguro, pero era la explicación más creíble.

—Paz, yo... —e inesperadamente, sin profundizar en el asunto, Elizabeth negó—. Espero que te estés cuidando. Pero lo más importante... ¿Por qué te perforaste? ¿En qué se supone que estabas pensando? ¡¿Sí pensaste en la repercusión que eso tendrá en tu vida futuramente?! ¡Sin mencionar que es totalmente... Inaceptable!

Y ahí estaban nuevamente. En las reclamaciones, los gritos. Aunque parecía tan mal cuando pensaba en que su única preocupación y la mayor era la estúpida perforación.

—No es nada. Además solo se vive una vez —su tono despreocupado era con todo el afán de irritar más a su madre—. Y me queda realmente bien.

Sabía que estaba haciendo mal, pero era como esa etapa rebelde dónde cuestionaba todo aunque ya tuviera su principio bíblico. Abruptamente su madre se separó de él.

—¿Sabes lo que creo? ¡Deberías renunciar a ese trabajo tuyo! Tú estabas bien y entonces aparece ese chico Nolan, y comienzas a tener esta vida totalmente promiscua.

Acusar a Nolan de sus acciones había marcado un límite de tolerancia que no tenía idea de que existía. Así que solo se puso más a la defensiva:

—No lo metas a él porque no tiene nada que ver en esto, yo incluso —más mentiras —, salí con otras personas. Así que no sé qué sea lo que pienses de Nolan, pero no puedes hacerlo sin darte la oportunidad de conocerlo.

—¿Enserio lo estás defendiendo? ¡Paz soy tú madre! ¡Sé lo que digo!

Pero Paz se negaba a escuchar y su paciencia estaba al límite:

—¡No lo conoces!

—¡¿Y acaso tú sí?!

«Sí», fue la única respuesta que podría darle, pero significaría mucho más, por lo que negó y entró a su cuarto nuevamente, dejando atrás a su madre y los gritos innecesarios para que abriera la puerta ahora cerrada bajo llave nuevamente.

«Sal de ahí», «Abre ahora mismo» y «No hemos terminado de hablar» fueron de esas frases que acompañaban el golpeteo de la puerta. Entonces tomó su preciado reproductor y dejó que sus oídos se inundarán con toda esa música que de alguna manera tenían ese efecto tranquilizante en él.

Lunes siguiente

Aquel había sido catalogado por Paz el lunes más raro de su vida y todo comenzó cuando tomó la decisión de quedarse en casa, para limpiar y organizar algunas cosas importantes de su habitación. Con aquello la mañana había pasado terriblemente lenta. Sin intercambiar muchas palabras con su madre porque la discusión del día anterior no había sido solucionada pero teniendo que comportarse porque tendrían visitas «importantes» por la noche.

Aunque al chico poco le importaban las visitas, mucho menos si se trataba de aquel Marley y su hija Lidia. Entonces cuando después del mediodía llevaba la mochila de Nolan que su madre había descubierto en el auto como la de alguien que ella no conocía, decidió que crearía cualquier situación falsa que le restará tiempo en aquella cena y que se lo sumara a su tiempo junto a Nolan. Quién en cuanto se reunieron en Roger 's no le faltaron oportunidades para los chistes por el increíble esfuerzo de Paz en aquel día para disimular los efectos de las decisiones que aseguraba, no se arrepentía.

Entonces ocurrió la segunda razón por la cual catalogada aquel día como el más extraño, la tarde simplemente se había pasado en un abrir y cerrar de ojos y mientras cerraban el lugar Paz sintió inmediatamente falta de esa privacidad que les otorgaba el local, y es que nunca habría pensado en querer más tiempo en el trabajo, porque no lo quería, sólo extrañaba estar cerca de Nolan.

Finalmente, luego de los pasos más lentos que lograron dar hasta que se separaran sus caminos, dijeron «Hasta mañana» verbalmente, a pesar de que en sus miradas contenían mucho más que una simple despedida, palabras que no podían decir en voz alta pero que prometían silenciosamente decirse al día siguiente. Y luego estaba el solitario camino a casa, Paz nunca hubiera entendido esas veces en las que Clarie afirmaba extrañar a su novio, si no hubiera conocido a Nolan o si no hubieran llegado a aquella altura del campeonato. Porque ahora entendía a la chica, esa sensación de que le faltaba un pedacito de sí mismo que no sabía que necesitaba o tal vez ese impulso de querer estar junto a él en cada oportunidad, de compartir siempre momentos juntos.

Estaba enamorado y lo sabía, genuinamente se sentía feliz porque sabía que lo vería al día siguiente y podría acercarse todo lo que quisiera, decir todo lo que pudiera y disfrutar de su compañía todo el tiempo que consiguiera. Pero el estar pensando en Nolan lo llevó a olvidar a su madre y su dichosa cena y cuando al abrir la puerta se deparó con su sala bastante llena se sorprendió.

—Buenas noches —alcanzó a decir mientras volvía a pisar tierra.

Fue recibido con un «Buenas noches» del trío de personas en la sala de estar de su casa, de las cuales reconocía a dos, al mítico señor Marley y... Robin. La segunda chica imaginaba que debía ser la famosa Lidia.

Con una rápida disculpa caminó a su habitación, ver a Robin allí no le agradaba, después de todo hablarle incluso después de lo del sábado y teniendo en cuenta lo que le había pedido Nolan, parecía bastante mal. Tuvo que mentalizarse con que la chica no hubiera interpretado nada de aquel día y que no se diera ninguna oportunidad para hablar de eso o que en general no se diera la oportunidad de dirigirse la palabra mutuamente. Nuevamente absorto en sus pensamientos, se llevó un susto cuando la puerta de su habitación fue tocada y luego abierta, dejando ver a una Elizabeth nada contenta.

—¡Sólo una cosa te pedí! ¡¿Qué horas para llegar son estas?! —sus exclamaciones, a pesar de ser bajas, no perdían la esencia del enojo.

—Surgió un imprevisto y ya, no deberías hacer ningún drama —buscaba en su armario cualquier cosa, porque no necesitaba nada específico de allí.

—Escúchame bien, te pido que te comportes bien está noche, al menos Robin está aquí, así tendrás con quién hablar.

—No termino de entender cómo es que Robin sabía que eres mi mamá —pensaba en la situación y era bastante extraña. —De hecho, ¿qué hace ella aquí?

—¿No lo sabías? Es sobrina de Marley, está de vacaciones aquí —miró el reloj que poco abandonaba su mano—. Ya la cena está lista, ven a ayudarme a poner la mesa.

Y con aquello se marchó. Paz continuaba extrañado con las coincidencias con respecto a Robin, pero antes de que su madre se pusiera furiosa decidió atender su pedido.

La cena estaba siendo incómoda, al menos para Paz quién no mantenía ningún interés en los temas de conversación que los adultos se esforzaron en sacar.

—Y dime Paz, me di cuenta que los jóvenes tienen esta moda de usar aretes. ¿Es temporal, cierto? —la pregunta de Marley indicaba que ahora la cena llevaría un rumbo que no le agradaba, hablar de sí mismo.

—Eh, supongo. No le pregunté a la chica que lo hizo.

—¿Tiene algún significado en especial? —esta vez fue Lidia quién hizo sus preguntas.

—No lo creo, es solo estética —no era novedad que jugar con su comida era la vista más interesante.

—¿Lo hiciste este fin de semana, no? Es que ese día que nos vimos... Aún no la tenías.

Pero cuando Robin habló y pronunció exactamente aquellas palabras su corazón palpitó con tanta fuerza, nunca había estado tan asustado.

—¿Estuviste con él el fin de semana? —la curiosidad de su madre era su peor enemigo.

—Oh, no, no. De hecho solo nos vimos por unos instantes, Paz estaba con este amigo de él, el que trabaja en la tienda. Sinceramente él y yo no nos llevamos muy bien, así que fue bastante breve el encuentro.

«Hablas demasiado», eso era lo que quería decirle, tristemente solo podía resignarse a estar horriblemente tenso.

—Supongo que no quería que le robara a Paz, prácticamente lo arrastró hasta afuera del lugar —la risa por su comentario no se extendió a Paz y a su madre, por un lado Elizabeth estaba bastante silenciosa, sacando sus propias conclusiones y por el otro el rubio quería desaparecer—. Espero que no sea uno de esos raros que hay hoy en día, deberías tener cuidado Paz.

—Es cierto lo que dice Robin, escuché que un tipo de esos golpeó a una pareja joven que solo disfrutaba en un mirador, esos tipos están locos. Sólo traen enfermedades a este mundo. La pobre chica no sabía que hacer de lo asustada que estaba.

—Deberías alejarte de él si es cierto que es rarito, por tú propio bien.

—Nolan no es así —toda la atención estaba puesta en él, miradas curiosas que esperaban su justificación—. Lo debes haber entendido mal Robin, teníamos prisa en ese momento para reunirnos con algunos amigos.

—Ah, sí. Debes tener razón —la sonrisa que apareció en su rostro ya no era tan amigable como el chico había pensado en algún momento—. La comida es una maravilla señora Durand, en casa somos Lidia y yo quienes tratamos de cocinar, pero no somos tan expertas.

La cena transcurría nuevamente como si nada, pero aunque el foco ya no era Paz, sabía bien que su madre tenía mucho que decir luego.

Entonces mientras su madre despedía a los invitados el rubio se apresuraba a guardar las cosas, quería evitar lo que sea que le esperara escondiéndose en su cuarto. Faltaba secar los vasos pero rindiéndose de hacer las cosas bien dejó todo en su debido lugar sin secar. Al girar en dirección a la puerta se llevó un susto viendo a su madre en la puerta de brazos cruzados.

—Sé sincero conmigo... ¿Qué es eso que tienes con ese chico?

Nunca se había sentido tan amenazado, tan confundido, tan asustado.

—No entiendo. ¿De qué hablas? —podría jurar que su voz había fallado en algún momento mientras hablaba. Sentía náuseas, quería salir corriendo de allí.

—¿De qué hablo? ¡¿Cómo de qué carajos hablo?! ¡Paz yo no soy estúpida y mucho menos ciega! ¡He aceptado que dejaras de ir a la iglesia con frecuencia! ¡He aceptado darte más libertad luego de lo que ocurrió con Clarke! ¡He aceptado demasiados errores tuyos! —cada palabra era como una puñalada para ambos—. Pero nunca, escúchame bien, nunca más aceptaré que permitas que tú vida se vaya al carajo. ¿No te bastó con casi morir por ser un puto alcoólico?

Y aquello había sido el golpe más bajo. Repentinamente era difícil respirar y los ojos picaban, hace tanto que no ocurría que no entendía el porqué. Por qué dolía tanto si eran solo palabras...

—Lo supe Paz, desde el momento en que los vi en la sala... Lo que ustedes hacen no es normal. ¡¿Acaso quieres ir al infierno?! ¡¿Acaso quieres arruinar así tú vida?! ¡Paz ya detente! ¡Deja de arruinarlo todo! —y ahí estaban, los gritos que fallaban por los jadeos acompañados de lágrimas que parecían interminables.

No podía defenderse, estaba perdido, porque sus propias lágrimas habían confirmado lo que nunca diría en voz alta frente a su madre, lo que aún no quería aceptar.

—Quiero que renuncies mañana a tu trabajo y que nunca más veas a ese muchacho, espero que quede claro. Basta de salir, te quedarás en casa a partir de ahora, no necesitas continuar trabajando. E irás al campo con tus abuelos en vacaciones.

—No... —porque perder a Nolan de esa manera era tan lamentable—. Tú —¿Pero qué debía decir? ¿Había perdido todo instinto de supervivencia? —No puedes hacerme esto. No lo entiendes...

—Es enfermo...

—¡No! ¡No lo entiendes! Yo... Yo lo amo —y nunca creyó que vería aquella expresión en el rostro de su madre, no ella.

—¡Por Dios, escuchate!

—Mamá por favor —se acercó arrodillándose ante ella, suplicando—. No tengo ninguna clase de enfermedad, no soy diferente al resto... Ninguno de los dos lo somos. Es como el amor que sentías por papá... Es como cualquier amor. Nunca me había sentido tan vivo como ahora y que me arrebates eso... Ye suplico que no lo hagas.

Solo que estaba claro en su mirada. Ella no lo entendía, nunca lo haría. Hubo tanto silencio, un debate silencioso. Repentinamente Elizabeth tiró de sus manos, apartándose de Paz.

—Ya hice lo que pude.

Entonces se fue, dejando atrás al chico. Quién se cuestionaba tantas cosas, quién lloraba sin consuelo existente en el momento, quién creía que todo estaba perdido, porque no sabía sí sería capaz de aceptar el odio de su madre pero mucho menos el separarse de Nolan.

Paz se levantó, apagando la luces mientras se acercaba a la habitación de su madre.

—Mamá, yo sí te amo sin importar qué —con ello, entrando en su habitación después de pronunciar las palabras que marcarían un antes y después. Era como un limbo de tantas preguntas, voces que no podía callar.

Se acercó a su armario, buscando dentro para finalmente encontrar algunas botellas que en vano había creído que no usaría más.

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