21. Lo que acecha afuera
En Roger's siempre pasan cosas... Interesantes. un brazo roto, confrontaciones con la chica que no quiere quedarse como un recuerdo fiesta y ahora... Bueno. Nolan amaba lo que seguía después de andar haciendo cosas de ese estilo; quedarse juntos y ya. Sin más. Solo por el mero hecho de quedarse así. Aunque ahora no por tanto tiempo.
—¿Qué dices si te quedas a descansar aquí y yo te cubro? Te despierto cuando sea hora de irnos —aunque por el tono de Nolan, sonaba más a instrucción que a una simple sugerencia.
—Está bien —¿Qué estaba bien? Pues todo, absolutamente todo estaba bien. Y Paz transparentó eso con la pequeña sonrisa que mantenía siempre en su rostro.
Así, Nolan se movió lentamente hasta arrodillarse enfrente de Paz y primero acomodó su camisa torcida, después los botones sueltos de la misma. Abrochó bien su pantalón.
Nolan era siempre ese reconforto que Paz tanto necesitaba, él siempre era tan amable y cuidadoso que llegaba a sentirse más «vulnerable» cuando de él se trataba. Y a pesar de todo lo que le habían enseñado, Paz sentía que siempre podía ser vulnerable ante Nolan porque él siempre lo cuidaría. Era un sentimiento contradictorio, lo socialmente correcto y lo que sus sentimientos le decían era totalmente opuesto el uno con el otro cuando de-un-hombre-se-trataba.
Nolan una corta pausa y se le quedó viendo, después dijo:
—¿Te lo tragaste o algo así? Es decir —de repente le daba un poco de vergüenza y gracia—, tienes un poco en... Bueno. ¿Me sobrepasé? Creo que me emocione de más.
No podía ni sostenerle bien la mirada mientras los decía. Paz negó, aún no sabía realmente que hacer o responder, por lo que con su mano limpió su boca:
—Es decir, no importa mucho, ¿sabes? Fue —su rostro estaba ardiendo—, increíble en todo sentido —rió con sus propias palabras. Tal vez era más fácil mirarlo cuando él casi no podía hacer lo mismo—. Además, puedo cubrir mi turno, solo necesito un poco de tiempo para recuperar algo de energía y bueno, un poco de agua.
—De acuerdo —susurró Nolan suavemente, a lo que terminaba de acomodarle la ropa—. Nunca había conocido a una persona que se sonrojara tan fácil como tú —se levantó e hizo una breve pausa en lo alzaba los brazos al techo para estirarse—. Es lindo, por cierto. Pero imagino que debe de hacerte pasar malos ratos.
Después de avisar que iría por el agua, Nolan salió de la trastienda. Silencioso. Mientras rebuscaba en las mochilas, pensó un poco en... Lorian. No porque la extrañara o una mierda de ese estilo. Solo que recordó lo horrible que era cuando llegaban a este tipo de situaciones, situaciones de enrollarse en las fiestas, en su auto, en el sillón. Nunca era bueno y siempre terminaba igual; con Lorian encendiendo la radio o fumando o durmiendo al instante, y Nolan haciendo algo similar. Casi como si se ignoraran mutuamente. Pura mierda. Hasta llegó a sentirse sucio y usado. Quizás eso era esa relación: usarse mutuamente...
Pero bueno, lo que sabía era que Paz era otra cosa. No solo porque Lorian fuera una chica y él un hombre. No. Con él había... Un interés real. Interés mutuo en una relación y en el otro. Lo podía percibir. Y por eso Nolan se sintió «feliz» cuando le pasó la botella de agua a Paz. Y feliz por recordar que eran novios. Y porque todo estaba bien. Perfecto. Tan perfecto que genuinamente ya creía que toda su vida entera tomaría ese rumbo. Y todo por Paz. Se recargó en la pared, preguntando justo después:
—Oye Paz, ¿soy tu primera relación, verdad? No es que me fastidie si no es así, solo tengo curiosidad.
Y con eso Paz casi se ahogó con el agua. Estaba dividido entre la sensatez de que no estaba mal el hecho de que Nolan fuera el primero y que como adolescente de diecisiete años, nunca había tenido una experiencia previa, en ningún aspecto. Respondió:
—Bueno, creo que es hora de aclarar que eres mi primera vez en la mayoría de las cosas, por no decir todas —sí, sonrojarse así de fácil siempre lo había considerado un problema y objetivo de burla para algunos, aunque nada que afectara mucho a Paz, eso a veces. Por ejemplo, en ese momento no creía que pudiera sonrojarse más de lo que ya estaba—. Así que sí.
—Entonces... Soy tu primera vez en casi todo —repitió Nolan estando seguro de que ese «casi» era en el primer beso. En realidad no estaba sorprendido, pues era evidente si prestabas atención—. Me alegra saberlo. Eso explicaría porque la primera vez que te besé no lo hacías tan bien. También explicaría porque no sabes bailar lento en pareja, y también porque te calientas tan rápido. Aunque de eso más bien me gusta suponer que es porque yo te gusto mucho —volvió a reírse, no lo estaba diciendo de mala manera—. Ah, no te voy a mentir, me excita saber que no has cogido con nadie.
—Bueno, confío en tu palabra Harper —Paz sonrió con sus palabras. El sueño que sentía se iba disipando aunque sospechaba que cuando llegara a su casa caería muerto. Recordó que no podían estarse más tiempo ahí atrás: —¿Cómo está mi cara? —necesitaba estar seguro de que no había nada sospechoso en ella.
Sí, tal vez habían pasado unas horas ya, pero Paz seguía pensando en que si más personas lo veían más sospechoso actuaría. Se sentía bastante nervioso y se miraba en cualquier reflejo que encontraba, si llegaba así a casa y su madre lo veía estaría en serios problemas, pero tal vez estaba alucinando demasiado, si Nolan había dicho que todo estaba bien, era porque todo lo estaba, ¿cierto?
«No tienes nada en la cara» «No estés nervioso» «Relájate» «Nadie sabrá nada». Cosas así eran las que Nolan dijo como quince veces desde que cerró la puerta de Roger's hasta que caminaban por la acera. Pero estaba bien, no se cansaba de repetirlo, así como no se cansaba de reírse por lo bajo cada que veía a Paz acercarse sutilmente a la ventanas de los coches estacionados o los reflejos de las ventanas. Las calles se estaban oscureciendo. Y cuando se acercaban a ese punto en el que se separaban, Nolan distinguió una figura familiar a la distancia; un tipo como a mediados de los veinte.
—Eh Paz, ¿ves ese de allá? Es Albert. Dice pura mierda. No le hagas caso.
Antes de que pudiera decir otra cosa, Albert saludó con un notorio movimiento de cabeza y se acercó con una sonrisa hasta detenerse enfrente de ambos.
—Ah, quién lo diría —dijo Albert mientras miraba el yeso—, pues los rumores eran verdad. Patrickson te rompió el puto brazo.
—Sí... Eso —Nolan miró a Paz y después a Albert—. ¿Quién te contó?
—Ya sabes como funciona —respondió, encogiéndose de hombros—, todo mundo se entera de esas cosas.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué dicen que pasó?
—Dicen que fue a estás horas, en donde trabajas.... Y que te orinaste encima —Albert alzó las cejas—. ¿De verdad te pusiste a gritar como imbécil?
—Si solo me vas a decir pura puta mierda mejor déjame irme a casa.
—No te pongas grosero, solo te pongo al día —sonrió como con diversión, después Albert miró a Paz abruptamente—, ¿y tú que? ¿Sabes también algo?
Paz dirigió su mano a rascar su nuca, su semblante tan desinteresado y algo ajeno de lo que el tal «Albert» tenía a decir. Mantenía bastante presente las palabras de Nolan «Dice pura mierda» entonces también podría agregar «y es muy inconveniente». Se encogió de hombros.
—No salgo de casa, ¿sabes? —respondió.
Albert hizo ese gesto de «¿eres estúpido o qué?», tan despectivo que daba algo parecido al miedo. Después volvió la atención a Nolan, con la misma sonrisa torcida de antes:
—Pero bueno «lisiada», ¿cómo te sientes ahora?
—Mira Albert —solo sabía que necesitaba sacar a Paz de ahí—. no estoy con ganas de escucharte.
—Es una pregunta simple.
—¿Estás drogado o algo así?
—Nunca sin ti, colega.
Definitivamente Nolan había perdido la poca paciencia que tenía. Le miró fijamente, intentando contenerse de decir alguna estupidez. Se limitó a sentenciar cortante:
—Te veo luego.
—¿Te urge irte con el escuálido este de mierda o qué? —sonaba a la defensiva.
¿Realmente Albert había dicho eso de Paz? Ese comentario fue la gota que colmó el vaso, porque con un movimiento ágil lo tomó del cuello del abrigo y al instante lo empujó a que se hiciera a un lado, hacia la pared. Casi en un parpadeo.
—Hoy no fastidies —murmuró en lo que empujaba suavemente a Paz con el hombro para que se moviera.
Albert los siguió con la mirada, todavía junto a la pared, hasta que finalmente dijo:
—¡Así le hubieras hecho con Patrickson! ¡Pero por lo que escuché, eres una puta sumisa con él!
«Me cae mejor cuando está drogado, me cae mejor cuando está drogado», en eso pensaba insistentemente Nolan, porque de no tomar en cuenta eso, estaba seguro de que haría una estupidez de las grandes. Se alejó deprisa, procurando que Paz fuera delante suyo y vigilando que a cierta persona no se le ocurriera seguirlos.
—Ojalá nunca te lo vuelvas a encontrar —comentó.
Paz asintió en respuesta mientras caminaban. Ese era un tipo de realidad al que no estaba acostumbrado a vivir, era todo tan nuevo y... aterrorizante para sí mismo. Paz era un niño de casa, que a pesar de cualquier dificultad había sido bastante mimado por su madre y abuelos, le habían inculcado valores de lo que la iglesia y Dios creían correctos y aún así...
Aún así bebía despreocupadamente en ocasiones, amaba locamente a un chico, se había drogado. Era como si cada paso que daba junto a Nolan era sinónimo de alejarse cada vez más y más de lo socialmente correcto, de la moral que debía seguir. Era un riesgo cada vez que se besaban, cada vez que se hablaban, cada vez que se miraban, cada vez que tocaban la piel del otro. Era extraño en todo sentido. Se sentía incorrecto. Pero aún así lo hacía.
—¿Siempre es así? —Paz dejó que el silencio se extendiera por un momento—. Digo, creo que realmente me he retraído mucho de lo que es «afuera» y todo lo que significa.
—¿Siempre es así qué? ¿Albert? A veces. Le gusta ser pesado con la gente, es todo. Pero hay otros días en los que es divertido, ¿sabes? —la distancia entre ellos y Albert le permitió relajarse de vuelta, y solo mirar al cielo. En busca inconsciente de la luna—. Pero así son las cosas. La gente es así. Todo es porquería sobre porquería. Y tienes que buscar haber si encuentras algo bueno, aunque sea pequeño. Y después tomas eso pequeño, e ignoras que estás parado entre pura mierda, ¿no?
Asintió, Paz repasó con cuidado sus palabras en su mente. No le gustaba, esa era su conclusión.
—Supongo —respondió. Las calles eran lo suficientemente silenciosas como para escuchar los pasos, que al detenerse indicaban el momento de separar caminos. ¿Por qué algo tan pequeño y común asustaba tanto?—Nos vemos mañana —con una sonrisa mal alumbrada por el poste, dirigió su mirada a Nolan.
Nolan por un instante lo dudó. Pero al final solo tomó suavemente la correa de la mochila del rubio, como un pretexto para acercarse. Murmuró algo como «te quiero», o fácilmente pudo ser un «te amo». Luego solo dejó un beso en su mejilla. Muy rápidamente. Así nadie que los viera podría deducir bien qué fue lo que hizo.
—Parece que lloverá, así que date prisa.
Sonrió por última vez. Esa extraña sensación... De no querer apartarte de esa persona. Aunque sabes que mañana lo verás. Y el día después de mañana también. Le gustaba, amaba sentirse así.
Entonces hizo un movimiento de despedida con la mano antes de cruzar la calle.
Esa misma noche
Después de un tiempo de caminata, Paz avistó el opaco color de su casa, a pesar de ser diferente al que verías normalmente en algunas otras, la suya resaltaba por ese aire triste y melancólico que cargaba. Entró sin muchos ánimos y con bastantes ganas de tirarse a su cama o... beber, tenía tanto tiempo sin hacer eso y es que a pesar de que se trataba de días, parecía que eran meses. Y le dolía la cabeza dar tantas vueltas a asuntos irrelevantes.
—¿Paz? ¡Ven a la cocina, hijo!
Escuchar la voz de su querida madre fue suficiente para dejar de pensar en cualquier cosa. Dejó su mochila en el sofá de la sala mientras caminaba rumbo a la cocina. Olía bastante bien, por lo que supuso que su madre estaba lo suficientemente animada y de buen humor como para cocinar algo después de llegar del trabajo.
—¿Qué haces mamá? —con su pregunta el chico anunció finalmente su llegada, quedando sorprendido con la lasaña que lo esperaba en la mesa—. ¿Y esto? ¿A qué se debe el festín? —sorprendido y con bastante apetito admiraba el platillo merecedor de su total atención esa noche.
En respuesta recibió un encogimiento de hombros:
—Tal vez... tengamos un invitado esta noche, el señor Marley acordó venir a cenar un día de estos y bueno... —lo veía en la forma como apartaba la mirada y sonreía, era obvio para Paz que algo más pasaba allí.
—Ahora entiendo, por eso tan arreglada —entre cerró sus ojos manteniendo una sonrisa, señalaba el cabello recogido y peinado junto el bonito vestido azul que resaltaba y combinaba con el color de sus ojos. Verla tan radiante siempre lo dejaba feliz, ¿y cómo no estarlo?
Antes de que otra palabra pudiera ser dicha, el timbre de la casa sonó. Paz podría jurar que tenía una falla, pero no le parecía extraño, casi nadie iba a visitarlos. No le extrañaría si estuviera cubierto de polvo.
Su madre lo miró sonriente, entonces solo fue a recorrer todo ese camino para abrir la puerta y recibir la visita. Mientras tanto, Paz ayudó a buscar vasos, platos y esas cosas para poder comer. Escuchó voces aproximándose y luego estaba estrechando la mano del señor Marley.
—Es un placer, tu madre me ha contado mucho de ti, Paz. Por cierto, es un nombre bastante bonito —esta vez Marley miraba a la madre de Paz, claramente el halago era dirigido a Elizabeth por la brillante elección.
La cena transcurría tan bien y fluía bastante, al menos eso para los adultos, Paz admitía sentir celos de la atención que su madre le daba al señor Marley, pero entendía bien que su madre estaba feliz y que su única preocupación como hijo en el tema era que el señor siempre la respetara como merecía.
—Y dígame señor, ¿tiene hijos? —y para lograr lo que quería Paz debía interesarse en saber más sobre él.
—¿No te conté, Paz? Marley tiene una hija —esta vez fué su madre quién contestó.
—Así es, es solo unos meses mayor que tú de hecho. Se graduó con honores de la preparatoria el año pasado —parloteaba sin parar de su increíble hija—. Deberíamos reunirnos todos algún día.
—¡Oh, sí! Me parece magnífico, sería increíble que ustedes dos se conocieran —Elizabeth parecía tan feliz con la idea que Paz ya no sabía qué pensar con exactitud.
—Creo que está bien —comentó el rubio, con simpleza.
No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado ya, solo estaba seguro de que Lidia (la hija del señor Marley que ahora era sólo Marley) parecía tener varias cosas en común con Paz, con la diferencia de que a ella le gustaría estudiar derecho y eso esperaba hacer. Paz no tenía ni idea de qué responder cuando le hicieron la pregunta de qué quería estudiar. Ese momento fué el más silencioso de toda la cena.
Una vez que estaban compartiendo el momento de lavar los trastes, secarlos y guardarlos pudo ver que era eso lo que su madre quería y que vería con más frecuencia a Marley. Y ya incluso esperaba llevarse bien con Lidia, puesto a que sería incómodo si no.
Y cuando la hora de irse llegó Elizabeth acompañó a Marley a la puerta, Paz quiso darles su espacio junto con la necesidad del propio. Él también tenía cosas en las que pensar, como ejemplo, el alivio combinado con la decepción de una llamada de Robin que no llegó y que tal vez nunca deba llegar.
Cuando la puerta de su habitación fue tocada, Paz le prestó toda su atención a la mujer apoyada del marco de la puerta: Ella se veía sorprendentemente feliz, aunque también no podía evitar mantener una expresión preocupada.
—Está lloviendo y me parece que va a empeorar —comentó ella—. Puedo quedarme aquí si eso quieres.
Paz ahora lo entendía. Dejó escapar una risa con poca gracia:
—Creí que el acuerdo era que a partir de los trece las madres dejaban de dormir junto a sus hijos cuando algo les daba miedo.
—En ese caso, tómalo por lo que es, una madre preocupada que necesita de la compañía de su hijo —sin más palabras de por medio Paz hizo un espacio—. Te lo agradezco.
Cerrando la puerta detrás de sí, la señora Durand se acercó a la cama de su hijo, tomando espacio como si fuera suya.
—Me agradó el señor Marley, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Conocer a la famosa Lidia?
—Tal vez, eso lo veremos más adelante.
El silencio se hizo en la habitación y el sonido de la lluvia inundó la misma poco después. Eso quería decir que la lluvia solo aumentaría gradualmente y los destellos que iluminaban la habitación casualmente afirmaba que sería una de esas noches que no le agradaban a Paz.
—Mamá... ¿Estás feliz?
—Claro que sí —una respuesta tan rápida como para ser inusual—. ¿A qué viene esa pregunta, hijo?
—Es solo que... Me preguntaba, ¿crees que puedas amar a Marley?
Unos instantes silenciosos llenos de reflexión se pasaron, antes de que alguno de los dos se pronunciará.
—Eso no lo sé, yo... no había pensado en eso —respondió la mujer.
—Creo que estoy enamorado —soltó Paz abruptamente, y el silencio se hizo nuevamente. Sentía que estaba llegando muy cerca de esa línea que separaba lo socialmente aceptable y lo que no—. Nunca había pensado en eso y solo pasó... ¿Crees que te pase a ti?
—¡¿Qué?! Paz, espera —ella se acomodó inmediatamente para verlo mejor entre tan poca claridad—. ¿Cómo que enamorado? ¿De quién? ¿Desde cuándo?
El rubio aceptaba que había sobrepasado cualquier advertencia clara de que ese era un camino peligroso:
—No puedo decirte... Porque es complicado, pero, sí puedo y quiero decirte que está bien. Si tienes dudas o miedos, enamorarse está bien.
—No entiendo tú punto, Paz. Solo me confundes cada vez más acaso... ¿Acaso has estado bebiendo o algo? —esta vez su voz dulce ahora era más severa.
Una mañana de entre esos días
—¿Y tú estás loco ya o qué? —fue lo primero que dijo Albert al abrir la puerta de su apartamento.
Pero la cosa es que Nolan no le contestó y solo lo empujó del marcó de la puerta con el hombro. Para Nolan, el apartamento de Albert era de los lugares más repugnantes que te podías encontrar en todo Saint Bernard. Asqueroso. Con platos sucios hasta encima de la tele y orina de perro por ahí. De todos modos entró y saludó al perro de la sala con un movimiento de cabeza como si le fuera a entender.
—Te estoy hablando —Albert cerró la puerta detrás suyo—. Responde o te vas al diablo.
Pero Nolan mejor encendió la televisión y luego fue a la cocina a abrir el refrigerador. Y mierda, ahí no había nada. Lo cerró. En ese momento intentó volver a respirar con normalidad, y para lograrlo se apoyó en la encimera.
—¿Entonces? ¿Qué te metiste? —volvió a insistir Albert.
Nolan negó con la cabeza para indicar que nada. Después, puso una mano en el hombro de Albert. Y abrió la boca, pero en lugar de explicar, se le escapó una ruidosa risa. Llevaba riéndose desde que entró. Albert, sin entender ni nada, comenzó a reírse también. Luego eran carcajadas. Luego eran ambos riéndose descontrolablemente en la cocina. Como locos. Tanto que el perro ladró.
Al final era Albert quien sostenía a Nolan por los hombros porque como que la risa te entorpece, especialmente cuando te ríes demasiado. Se balanceaban un poco, adelante y atrás, hasta que la risa se transformó en búsqueda de aire.
—¿Cuál es el chiste? —dijo Albert con una sonrisa.
—Fui a pagarle a Patrickson.
—¿Y? ¿Salió bien?
Nolan asintió. Aunque luego pareció que se acordó de algo divertido porque la risa le amenazó de nuevo. Se sentó en una silla del pequeñísimo comedor:
—Cuando contó el dinero, me dijo que faltaban doscientos —se cubrió el rostro enrojecido con las manos—. Albert, debiste ver la cara con lo que me lo dijo. Y Marcus estaba a un lado. Me dio un miedo tremendo. Mierda, pensé que era hombre muerto.
—¿Qué hiciste?
—De todo. Le supliqué. Le dije que pensara en mi madre. Me puse de rodillas. Y al final...
—¿Al final qué?
—Se rieron y me dijeron que el dinero estaba completo. Solo me querían ver la cara —su tono era incredulidad pura, hablaba muy fuerte—. Después me dejaron ir. Ese es el chiste.
—Es que son un par de hijos de puta, lo esperaría de ellos —concluyó Albert después de un breve silencio —. Tuviste suerte.
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