2. Promesas de verano
Estaba demasiado caliente allí dentro, seguramente era uno de esos días nombrados «los más calientes del año». Pero para Paz, Nolan se veía demasiado tranquilo en ese lugar, podría verse caliente, no, sudado era la palabra correcta. Estúpido calor. Detallando a su compañero, podía verlo sudar y aún así mantenía una postura, por el contrario, él se estaba inquieto, se estaba asfixiando ahí.
—Tendré cuidado, al final tú estarás para guiarme, ¿no es así? —Paz abrió una gran sonrisa, su cabello rubio, ahora mojado por el sudor, había perdido su forma
—Ajá, estaré ahí para ver que no hagas ninguna estupidez. Confía en mí.
Mientras Nolan se echaba las mentas en la boca, volvió la vista a Paz. Era una cosa que pasaba a menudo: se miraban entre silencios. Independientemente de si Nolan estaba consciente de aquel «intercambio», siempre terminaba por corresponder. Y por ello ahora veía los mechones rubios de Paz, pegados a la frente, el sudor cayendo entre ceja y ceja, y que luego se resbalaba delicadamente hasta la punta de la nariz...
—¿Sabes? Tuve una semana jodida —dijo Nolan mientras volvía la vista a la gente pasar por la acera—. Basta con decirte que cierta persona anda con un humor de perros y que Taured perdió los cuartos de final del hockey. ¡Ay, Dios! ¡¿Cómo pudieron perder?! Te juro que si algún día me encuentro a Jean Barrett en la calle le voy a sacar los ojos. Un tipo sin brazos sería mejor defensa que él.
No podía evitarlo, Paz no entendía absolutamente nada del hockey, pero Nolan era un aficionado completamente. Lo poco que Paz sabía sobre el deporte era gracias a él y sin importar cuánto hablara sobre el tema siempre lo escucharía, sin exagerar podría pasar horas y horas. Y es que se veía demasiado entusiasmado, parecía un niño pequeño. Paz dejó escapar una risa:
—¿No me habías dicho que ese Jean había pasado de la selección oficial a solo ser un suplente? Por lo mismo de no dar los resultados esperados en los últimos partidos.
—¡Exacto! Ese bueno para nada incluso estaba rebajado a suplente. Nadie le tenía fe. Pero tuvo que entrar al campo porque a Lawrence casi le sacan un diente, y todo se fue al diablo desde ahí —Nolan hablaba con ese tono, ese tono tan suyo que inevitablemente te pedía que lo siguieras escuchando—. Me dio hasta vergüenza. Los del equipo de Irlanda literalmente pasaban al lado de Barret como si él estuviera dormido...
Dejó las palabras al aire. Había visto una pequeña cosa salir por la puerta de la cocina y luego escabullirse por detrás de la silla de Paz. Sin hacer mucho ruido, tomó el frasco de las propinas, vacío contenido y se acercó lentamente.
—¿Quieres una mascota, Paz? —le murmuró con una sonrisa.
Y entonces, dio una corta patada a la a una de las patas de la silla, lo suficiente como para hacer que se sacudiera. La rata salió a toda velocidad y corrió desesperadamente hacia el mostrador. Pero antes de que pudiera esconderse, Nolan le había puesto el frasco encima, capturandola. El muchacho soltó una risa:
—Mira, hasta se parece a ti.
Nolan era bastante rápido, demasiado rápido. Paz miró al chico desde ese ángulo y parecía curioso, dirigió su mirada hacia la rata, ya no quería meter su mano en ese frasco después de eso. Una mueca se marcó en su rostro:
—¿Acaso no me has visto bien la cara? Más que parecerse a mí desde mi punto de vista es como si fuera tú reflejo en un espejo —en el intento de acomodarse en la silla, tal vez Paz se movió demasiado y muy bruscamente, tal vez solo un poco demasiado. Pues no hubo señal de nada, sólo un «trac» seguido de él en el suelo adolorido y la silla sin salvación reteniendo su caída, una muy dolorosa. No intentó levantarse, solo se limitó en ver a Nolan con mala cara, hacía mucho calor como para enojarse—. Esto es realmente el colmo, solo falta que me atropelle un carro.
Nolan se quedó observando. La silla rota, Paz en el suelo... Primero con sorpresa, y después se le escapó una risotada. Era una de esas risas que te hacen perder el aire, y son difíciles de controlar. Se apoyó del mostrador mientras se controlaba:
—El mundo quiere matarte.
Entonces, le ofreció la mano para levantarse. Era un gesto simple, y obligatorio en una situación así. Pero... Se sentía diferente. Sus dos manos tomándose, en un movimiento tan aparentemente irrelevante, pero de alguna forma, no así para Nolan. Estuvo al pendiente de cada sensación y cada roce entre una piel y la otra. Era extraño, era abrumador. Más que nada considerando que no tenían casi nunca ninguna especie de contacto físico, y mucho menos una de esta clase. Cuando finalmente lo puso de pie, y soltó su mano, sencillamente Nolan se quedó en silencio unos instantes. Y luego volvió a reírse casi tan fuerte como hace apenas unos instantes.
El corazón de Paz se había acelerado por ese gesto tan simple que parecía demasiado, la sensación persistía incluso luego de haberse separado. Persistía en sentirse así, tal vez se sentía bien o solo responsabilizaria nuevamente a las altas temperaturas por su comportamiento extraño.
—Pues el mundo la tendrá difícil —luego de recomponerse a medias, Paz pensó en dos cosas, la silla rota que también debería pagar y llevar en a la basura, así como el dolor que venía escalando a paso fuerte. Ambas cosas eran un fastidio para ese exacto momento—. Luego de terminar el turno, ¿quieres ir por un helado? Mínimo después de tanto por hoy merezco ese gusto.
—¿Un helado? Me parece bien —un helado y después una fiesta, sonaba bien. Al igual que Paz, contemplaba la silla en el suelo—. La silla... Técnicamente la rompí yo, así que le diré a Vanessa que lo descuente de mi sueldo.
Luego, Nolan se encargó de la rata, quien daba vueltas dentro del pequeño frasco de cristal. Lo levantó con un trozo de cartón debajo y miró la rata. El animal chillaba casi como si pidiera piedad. Nolan selló el frasco con su tapa. Y sin pensarlo mucho, «guardó» a la rata encima de la caja fuerte, escondida en el armario con los artículos de limpieza. Todo con la intención de que Vanessa fuera la desgraciada que la encuentre.
»»————- ★ ————-««
El turno se había pasado, con lentitud pero había pasado. Como ya habían planeado fueron por ese helado mientras caminaban un poco bajo el fuerte sol de la tarde.
—No está tan mal, no tenía muchas esperanzas en este lugar.
Sin importar el fuerte calor caminaban bajo la sombra de los árboles, sintiendo la leve y refrescante brisa pasar por ellos. Paz no quería que acabara ese helado, pasar tiempo en su compañía era refrescante. Todo eso a pesar de que estaba plenamente consciente de que luego se verían de nuevo.
A la distancia podía escuchar los ladridos de los perros, y también podía escuchar el insistente sonido de lo que parecía ser una alarma de vehículo. Y el lugar era un poco deprimente con sus casas descoloridas.
—He probado peores —murmuró Nolan con una leve sonrisa—. Por cierto, vivo cerca de aquí, a un par de cuadras. En el cuarto piso de un bloque de departamentos. Te lo digo por si algún día...
¿Por si algún día qué? ¿A qué venía comentar algo así? ¿Darle a entender que confiaba en él, quizás? Dijo lo primero que le vino a la mente:
—Por si algún día me encuentras apuñalado en la calle, puedes llevarme allá con mis padres. O dejarme morir. No me quejo. Ambas son malas opciones —concluyó riendo un poco.
—Te puedo llevar a mi casa, esa no parece una mala opción, igual no está muy lejos de aquí —Paz dejó escapar una risa baja—. Nos podemos encontrar por aquí para ir a aquella fiesta, que por cierto, ¿a qué horas dijiste que sería? —no faltaba mucho para que tuvieran que separar caminos. Aunque le pareció una actividad tan relajante la de ir por un helado junto a Nolan, que pensaba en repetirla en algún otro momento antes del otoño.
—Pues... A las diez tal vez. Si llego temprano van a querer que dé dinero para la ginebra —dijo Nolan un poco distraído—. Por cierto, ponte algo decente. No quiero que piensen que lleve al vagabundo local.
A un lado, en la calle, el semáforo se puso rojo. Y repentinamente Nolan decidió que era un momento perfecto para irse a casa. Arrugó la servilleta, la guardó en uno de los bolsillos, y dijo:
—Entonces, te veo a las diez —se quitó la gorra de béisbol y se la colocó a Paz, dando un tirón exagerado para hacerle bajar la cabeza—. Ni un minuto tarde o te mando al diablo.
Una sonrisa boba se plantó en el rostro del Paz, quien le siguió con la mirada. Lo miró cruzar la calle deprisa, entre los vehículos y a varios metros de lo que se suponía, era el cruce peatonal. Después lo perdió completamente de vista.
—Muy bien, a las diez —susurró para sí.
Al girarse el sol le dió de lleno en la cara, para estar a poco tiempo de ocultarse seguía tan fuerte como para que su rostro se sintiera caliente, no importaba si desde antes ya lo estaba, Paz no lo aceptaría debido a la falta de explicación.
Se dirigió a la que sería la cuadra que lo llevaría a casa, en aquel momento de soledad reflexionó en que la había pasado de largo mientras hablaba con Nolan. Su compañía era demasiado hipnotizante, de forma exagerada tal vez. Sus pasos fueron aumentando de velocidad, quería llegar lo antes posible a su casa para... Para que su madre no se molestara. A pesar de que la misma no estaría allí aún.
¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué de repente una fiesta le emocionaba tanto? Acaso era la fiesta o... La compañía tal vez. No paraba de pensar en Nolan... Era extraño, completamente extraño. Él estaba siendo extraño pensando en aquel chico.
Abrió la puerta de la casa, extrañamente la luz interior estaba encendida. Entró sin mucho cuidado dirigiéndose a la sala.
—¿Paz? —la voz de su madre hizo presencia, seguido de la misma. Su sonrisa era enorme—. Veo que ya llegaste.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —sus pensamientos pasaron de ser Nolan a la mujer frente a él. Las líneas de la edad hacían cada vez más presencia al pasar de los años.
—Hoy todos salimos más temprano. Estaba pensando en que podríamos cenar juntos, luego tener una noche de películas, tenemos mucho sin hacerlo. ¿Qué te apetece comer?
—Eh... Bueno, estaba pensando en ir a una fiesta hoy y no quisiera cancelar a última hora —era incómodo tener que rechazar algo así. Aún más cuando se trataba de su madre.
Por alguna razón el tiempo había pasado demasiado rápido, tanto que ni siquiera recordaba que conversaciones había tenido con su madre, o cuando salió de casa. Lo único que tenía en su cabeza era no llegar tarde y el dilema de si llevar o no la gorra, optando por dejarla en casa para no perderla.
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