16. Sonrojo

Para la mañana del día siguiente, después de ese buen omelette para desayunar, ahí estaba Nolan viendo ese programa de tele estúpido donde amas de casa competían en un programa de trivias (que más bien parecía juego de adivinanzas) para ganar un par de miles de espinelas. Nolan estaba acostado en el sillón, con la cabeza apoyada en las piernas de Paz, quien estaba sentado y por supuesto que lo estaba acompañando a perder el tiempo gratamente. Y encima ahí estaban las bolsas de papas fritas, una buena forma de iniciar el día...

—Marte tiene dos lunas —comentó Nolan, respondiendo la pregunta del programa—. Sus nombres son... —llevó su mano hasta la bolsa de papas sabor queso—. Deimos y Fobos. ¿Sabías que el idiota que las descubrió estaba apunto de dejar de buscarlas? Solo que su buena esposa lo convenció de seguir intentado. Y al día siguiente las pudo encontrar.

Luego se volvió a dejar absorber por la tele, hasta que la mujer contestó erróneamente la pregunta, afirmando que marte tenía catorce lunas. Nolan se rió, luego echó una nueva cantidad de papas a su boca en lo que sonaba ese sonido de «respuesta erronea» y la mujer se llevaba una mano a la boca. Nolan agregó, divertido:

—Neptuno es el que tiene catorce.

Una sonrisa se reflejó en el rostro de Paz:

—Alguien sí le prestó atención a las clases —eso era algo que Paz raramente hacía, aún no entendía como lograba mantener sus notas en la media necesaria—. Felicidades —y estaba siendo bastante sincero, después de todo Nolan ya estaba graduado y Paz debería aguantar los meses restantes hasta poder decir «Chao escuela. Hola preocupaciones que vienen después», no sabía qué tan bueno o malo era eso.

Hacer caricias en la cabeza de Nolan se había convertido rápidamente en un nuevo pasatiempo para Paz, quien se entretenía completamente mientras veía sus dedos entrelazarse con los mechones de cabello más oscuros. Podría decir que era terapéutico. Ya había dejado de lado completamente la idea de intentar poner atención al programa.

—No le des crédito a la escuela, esa cosa no ha hecho nada por mi y tampoco hará nada por ti —contestó Nolan, con simpleza.

Cuando el programa entró en pausa comerciales y el anuncio de «tris-ti-mentas que frescas son» comenzó a sonar, Nolan se desvió la atención de la tele para girarse un poco hasta tener la punta de la nariz cerca del abdomen de Paz, diciéndole justo después:

—Sonará muy raro, pero cuando era niño me obsesionaba la astronomía. Mucho. Me gustaba la idea de esferas gigantes con la capacidad de extinguir a toda la humanidad, pero en su lugar siendo bondadosos como para no hacerlo y mejor dar espectáculos de vez en cuando —no podía evitar sonreír al contarlo. Es decir, de cierta forma lo avergonzaba, pero al mismo tiempo sabía que era algo demasiado suyo—. Por eso Helen me regaló una suscripción a una revista astronómica cuando cumplí catorce, siempre tan linda.

—Pareces recordar bastantes cosas... Me pregunto cómo es eso de interesarte de lleno en una cosa —Paz miraba pensativo. No recordaba tener una experiencia similar para comentar, pero Nolan parecía saber tanto del tema que sintió curiosidad de una imagen suya concentrado estudiando sobre. Continuaba con el cariño, ahora más entusiasta por conocer un poco más de Nolan. Se sentía incluso especial por recibir esas informaciones del mismo—. ¿Y actualmente? ¿Hay algún tema que te interese de esa manera?

—No realmente. Me gusta el hockey, pero nada me ha vuelto a interesar como la astronomía y las estrellas y esas cosas. Supongo que... Es por la edad. Envejeces y te vuelves un amargado de mierda... Aunque tú eres unos de esos y tienes apenas dieciocho —Nolan soltó una leve risa, más que nada porque podía sentir que ya lo miraba con el ceño fruncido—. Es joda. Por supuesto que sé que tienes diecisiete... Y que tu cumpleaños es en enero veinticinco... Y que lo odias porque siempre hace frío de ese que te llega a los putos huesos —los suaves movimientos en su cabello—. Cuando cumplas dieciocho... Te llevaré a algún parque de atracciones para que te subas a la montaña rusa hasta que te vomites. Y te regalaré un perro, porque te vendría bien un perro. A lo mejor y así te animas a salir de casa.

La sonrisa disimulada de Paz se convirtió en una más notoria. Él como Nolan recordaba ese tipo de cosas aún sabiendo que eran datos que fueron soltados al aire casualmente.

—¿Para qué salir si se puede quedar uno en la casa tranquilamente? Justo como ahora. — pero a Paz no le parecía mala idea, de hecho, estaba con expectativas para su próximo cumpleaños ya. Pero no lo admitiría en voz alta—. Pero sí quiero a ese perro, siempre quise una mascota. Aunque es extraño imaginarme siendo alguien responsable.

—Es verdad. Mejor te compraré primero un pez dorado, y si logras mantenerlo vivo, te daré el perro. Será algo así como una prueba de que puedes cuidar de algo que no seas tú.

Ahora Nolan lo miraba de reojo, seguro y Paz tenía una buena visión de su rostro de perfil. Seguro y podía mirarle la nariz recta, y también la cicatriz del corte. Nolan rodeó la cintura de Paz torpemente con el brazo enyesado, y luego solo se acercó más hasta que parte de su rostro se perdió en la tela de la camisa. La tele y las amas de casa podían irse al diablo un rato.

—Aunque lograste hacerlo conmigo, ¿sabes? —añadió Nolan—. La otra noche, la de la tienda, tenía demasiado..., miedo como para pensar. Ni siquiera hubiera recordado el número de emergencias por mi cuenta. Y luego en el hospital, ni siquiera podía orientarme ahí. No sabía en qué piso estaba qué cosa. ¿Recuerdas que me tardaba en contestar cada que me preguntaban por mi nombre? —no pudo evitar reírse—. Haz hecho mucho por mi. Gracias.

—Está bien, es lo mínimo que un ser humano debería hacer por otro en situaciones así... Y era imposible dejarte allí —y entonces hizo algo que nunca imaginaría hacer, un puchero. Le pareció la cosa más extraña del mundo, tanto como para reírse de sí mismo—. Bueno, creo que sí puedo ser capaz de cuidar de otra vida... Creo.

Cuidar de otra vida... Parecía una cuestión difícil. ¿Sería parecido cuidar un pez o un perro, a cuidar a un humano? No, al menos no totalmente. Pero entonces, ¿A qué experiencia podría asociarlo? La pregunta de cómo su madre había podido aguantarlo tantos años sin un esposo que le ayudara, se acoplaba. Y no lo quería pensar, pero, si algún día se casara y tuviera hijos, ¿sería capaz de cuidarlos?

La sensación incómoda que Paz sintió con esos pensamientos fueron el aviso de que parara, pensar en el futuro dolía, porque lo quería negar. No quería un futuro, solo necesitaba de su presente para estar bien, para continuar feliz. Y es que la felicidad era tan adictiva cuanto cualquier droga lícita o ilícita, siempre querías más y vivías con el constante miedo de que se terminara, el futuro que su mente le proporcionaba demostraba ambas situaciones. Estaba inseguro de todo. ¿Pero como no estarlo?

—Mi madre debe de estarse preguntado que demonios me pasó —murmuró Nolan sin ganas—. La vi el sábado, le dije que llegaría para cenar. Debe de estar muy nerviosa ahora mismo... Así que creo que hoy me iré a casa. Pero puedo venir a verte después. Además, ¿sabes? No quiero aprovecharme mucho de la hospitalidad de tu madre, y tampoco quiero que sospeche nada. Si nos viera ahora mismo, o viera como traes el cuello... —dejó la idea inconclusa. Que cansancio pensar en las consecuencias—. Pero me gustó estar aquí. Excelente atención al cliente. Excelente personal. Le doy unas... Dos estrellas. Puede mejor en la decoración.

El rubio nunca se había sentido así, una nueva sensación descubierta, una para nada agradable. Quería sonreír un poco, pero el peso de lo obvio lo alcanzó, la realidad estaba ahí de nuevo:

—Sí, entiendo de qué hablas —él también tenía una madre que se preocuparía por él, al final—. Y se agradece, pero de momento no recibimos nueva sugerencias.

Paz se esforzó, debía admitirlo. Pero nunca había sentido la necesidad de ocultar con tanta fuerza su descontento como lo hacía en ese momento. ¿Y si estaba haciendo muecas? ¿O si tal vez el tono de su voz? Bueno no importaba, eso no se interpondría en el curso de las cosas. Debía aceptarlo ya, además él había dicho que volvería a pasar por allí y aún trabajaban juntos. Era cuestión de tiempo acostumbrarse a eso para mantener esa, esa... ¿Relación?

—Nolan... ¿Qué se supone que somos? Es decir, ¿de qué manera podemos llamar esta situación? —tarde o temprano deberían hacerse esa pregunta.

La pregunta tomó a Nolan por sorpresa. Era una buena pregunta. Difícil. Porque su mente se puso a repasar todo lo relacionado a ella... ¡La respuesta sería muy fácil en una realidad alterna donde uno de los dos sea una chica! Pero la cosa es que no estaban en esa realidad alterna, pero los sentimos eran tan reales como si lo estuvieran.

Finalmente se levantó hasta sentarse en el sillón, sintió ese clásico mareo de cuando haces un movimiento brusco:

—¿Qué somos tú y yo? —repitió, mirándolo—. Escucha, amigos con derecho y ya, encuentros casuales... No es lo que quiero. Paz, lo que siento por ti no es exclusivamente ganas de tirarte, ¿lo sabes, no? —sonrió un poco—. Me sentiría mal con dejarlo así. Lo que quiero es más algo del tipo... Esto. Sentarnos en el sofá, ver programas de tele estúpidos, conversar; y que se sienta bien, cómodo, reconfortante porque al final es como decir que te quiero sin decirlo. Supongo que me entiendes —su expresión se volvió más sería—. Seamos como novios de los que mantienen su relación en privado, muy en privado en este caso. Supongo que estás de acuerdo porque de lo contrario no me lo hubieras preguntado en primer lugar, pero te lo preguntaré de todas formas...

Se puso de pie, sonriendo con diversión de nuevo. Luego se colocó enfrente de Paz y lo tomó por los hombros. Se aclaró la voz para dramatizar:

—¿Quieres ser mi novio, Paz? —y le acompañó una risa, porque decirlo se sentía extraño, mal dicho, casi como decir vulgaridades, pero también era genial, le provocaba cosquillas—. ¿O me vas a mandar al carajo?

Cada palabra había sido una creciente expectativa en Paz. En algún punto había sentido miedo, pero todo eso había desaparecido. Y luego lo último. Dios, lo último. Se moriría ahí mismo con todo lo que sentía. Tal vez su cabeza explotaría de lo caliente que sentía su rostro. Tanto como para desviarlo sintiendo que estaba agarrando diferentes colores para ese punto.

—¿Mandarte al carajo? Como si fuera una opción —era difícil verlo. Le miró de reojo, quería recuperar el control sobre sí mismo, parecía un momento demasiado especial como para después recordarlo como el día en que descubrió las diferentes tonalidades de rojo que podrían aparecer en su cara.

Tragó con fuerza seguidamente murmurando un «Sí», no sabía si había sido muy bajo o si Nolan le estaba tomando el pelo, pero al escuchar el «¿Qué? No escuché» se obligó a girar su rostro en la dirección del chico que sostenía sus hombros. Respiró profundamente cuando sus ojos se cruzaron.

—Que sí, sí quiero ser... tu novio —¿Ya podía tener su momento de descontrol? Juraba que sentía ganas de gritar contra la almohada solo de felicidad y lo haría, en algún momento cuando estuviera solo—. Mi respuesta es un sí —era como si a cada que lo repetía se sentía más y más real, porque lo era pero parecía un sueño.

Después Nolan hizo una breve pausa, una pausa que no necesitaba pero que quería tomar. Sonrió, con todas las ganas del mundo, como si le fueran a pagar por ello. Y después solo se inclinó rápidamente a abrazarlo casi con desespero. Cuando estuvieron bien juntos uno del otro, Nolan solo deslizó su mano por la espalda de Paz en repetidas ocasiones, como si no encontrara donde estaba el agarre perfecto. Luego solo lo abrazó con fuerza, tanta como para sacarle el aire. Seguía sonriendo, y como queriendo reírse pero sin hacerlo...

—Joder, tengo de novio a Paz Durand. Tengo de novio a... —que emocionado estaba. Se notaba. A mil kilómetros. En su tono, en sus movimientos, en su rostro, en su tono de voz.. Su tono iba deprisa, como queriendo decir una docena de cosas a la vez. Se separó un poco, lo suficiente para mirarle de vuelta y tomarlo de la barbilla y casi rozar su nariz con la suya—. Tengo de novio al imbécil más considerado, cínico, amable y sexy de todo el país. Esas perras se pueden morir de envidia si quieren.

Después la urgencia le marcaba darle un beso, uno... Rápido pero tan detallado como besos de otros momentos importantes. Y después se apresuró a darle una veintena de besos en las mejillas con los ojos cerrados, hasta que la risa le ganó y tuvo que detenerse. Paz no pudo evitar sonreír y luego reír. Se sentía amado, y seguramente lo era. Y toda esa seguridad de siempre flanqueó por un momento, sintiéndose como un niño que solo quería mantenerse a la sombra de su padre, sintiéndose bien a pesar de ser bastante vulnerable. El rubio se esforzaba por mantener la vista y no ocultar su rostro entre sus manos.

—Pero que extraña combinación de palabras, imbécil pero considerado, ¿eh? —y esa seguridad estaba en Paz de vuelta. Sus rostros tan cerca, era totalmente tentador—. ¿Qué fue lo otro? ¿Amable y sexy? —rió con ello, se acercó dándole otro beso, uno rápido de igual forma—. ¿Así me ves?

—Así te veo. Eres de las personas más amables que conozco, solo que lo disimulas tan bien que ni tú te das cuenta. O quizás no te gusta admitirlo.

Y luego lo que hizo Nolan fue acercarse, subir una rodilla al sillón, medio subirse arriba de Paz, para tener toda la facilidad del mundo para besarle. Quizás Nolan nunca se cansaría de buscar el contacto físico y de ingeniarselas para conseguirlo; quizás nunca sería suficiente. ¿Pero como sería suficiente, si se trataba de Paz? Ese «imbécil» lo tenía tan enganchado como lo estaba a la porquería del jaspe. ¡Por él se rompería su otro brazo!

—Y eres muy sexy. No me digas qué no —continuó—. Tienes... Bueno, no me encargaré de subirte el ego, solo confía en mi. Pero... me llama la atención esto... —tocó los mechones rubios de cabello—. Esto también —tocó suavemente desde la clavícula hasta su hombro—. Y otras cosas que no voy a nombrar, esos son mis argumentos.

—Realmente es alagador oír esas palabras de ti, si fuera cualquier otra persona, seguramente lo mandaría al diablo —comenzaba a hablar con demasiada sinceridad ahora, eventos extraños existían en el mundo. Su mirada se encajó en los labios ajenos y luego viajaron a sus ojos. Mirarlo hacia arriba parecía obsceno—. Pero eres tú Nolan y con solo estar cerca tienes mi corazón latiendo fuerte por ti.

Comenzaba a sentirse más seguro de decir ese tipo de cosas un par de veces, no le haría mal hacer que su contrario escuchase un poco de eso:

—Y por favor no me hagas repetir mis palabras —volvió a mirar sus labios, nunca admitiría lo que quisiera exactamente pero en ese momento estaba siendo demasiado obvio para su propio gusto—. Acércate más, Nolan —susurró listo para hacer lo mismo.

Para Nolan, quizás eso era tan bueno como escuchar Lucy in the sky with diamonds mientras estás en el suelo y con jaspe hasta en las orejas. Quizás era mejor. ¿Quién iba a imaginar a Paz diciendo cosas siquiera similares a esas en la puta vida? Nadie. Por eso Nolan sintió que la cara se le ponía caliente a lo estúpido y que no había más remedio que en efecto, acercarse. Acercarse hasta besarle. Hasta poner sus manos, incluso la entorpecida con el yeso, en el rostro de Paz. Paz lo tenía a él y él tenía a Paz, ¿verdad? Nolan ni siquiera podía imaginar una realidad donde las cosas no fueran de ese modo. Así debían de quedarse. Era lo único que pedía a ese desastre de mundo.

Pero abrió los ojos de golpe cuando escuchó ese «click» que hace la puerta cuando la destrababas. Murmuró algo como «puta mierda», y con esa velocidad de reacción que siempre lo caracterizaba, terminó por bajarse de Paz y dejarse caer a un lado en el sillón en un parpadeó, como si hubiera estado holgazaneando ahí toda la mañana. Miró fijamente la tele y luego solo movió la mano para saludar a la mujer con una leve sonrisa.

—Los horarios del hospital son muy irregulares, ¿verdad? —comentó él.

En un principio la señora Durand se mostró con una sonrisa ante el saludo y así se mantuvo, pero en su mente martillaba la cuestión del por qué Paz se veía tan sonrojado. Pensaría que tal vez podría ser fiebre, pero notaba un tono similar en el otro chico, entonces esa pequeña inquietud se instaló nuevamente en su mente.

—Demasiado, creo que para solucionarlo deberían cerrar temporariamente el hospital —contestó ella, dejando escapar un suspiro acercandose más a la sala—. Del resto, nos masacran con la carga horária —rió sin muchas ganas. —¿Que hacían?

A pesar de que la pregunta no le quitaría sus dudas, Paz también no tenía muy en claro qué contestar. Hasta que mirando la televisión recordó el absurdo programa de amas de casa o lo que sea que fuera, respondiendo preguntas:

—Criticabamos los programas tontos de la televisión... muchos no hacen el mínimo sentido —finalmente resumió sus pensamientos.

Por primera vez Nolan estaba odiando ese clásico sonrojo de Paz. Dios mío, ¿por qué tenía que notarsele tanto? ¿Por qué aunque pasaban y pasaban minutos se seguía viendo rojo como los jodidos foquitos del pino de navidad? Ah, que ganas sentía de cubrirle la cara con una almohada para que...

—A está hora pasan basura barata en la tele —concordó Nolan, mostrando la faceta más relajada posible—. Justo le había comentado a Paz que me iría a casa, así que aprovecharé para despedirme de usted, que ha sido muy amable —se levantó, a darle la mano izquierda rápidamente, dirigiéndo por una fracción de segundo una mirada a Paz, mientras la mujer no veía, como de esas miradas nerviosas y tensas que intercambian dos personas copiando durante el examen—. Pero en serio, me ha salvado la vida. Ustedes dos. Sé que es muy fastidioso hospedar a alguien en casa, así que significa mucho para mí —¿Por qué sentía como que la mujer ya intentaba leer entre líneas? Sonrió con falsa calma—. Iré por mis cosas.

Así fue como tras una breve pausa, desapareció por el pasillo.

Mientras Nolan no estaba más en la sala, Elizabeth se acercó a su hijo, ahora los cuestionamientos serían más afilado:

—¿Tienes fiebre? —tocaba su frente como cualquier madre lo haría si su hijo estuviera enfermo.

—¿Qué? No, no. Estoy bien —insistió esperando a que se separara.

Ella aintió con los ojos entrecerrados. Se notaba una tensión sofocante en ese lugar. Y entonces, lentamente los ojos de la mujer pararon en su cuello. Maldita sea, su puto cuello. Y así Paz pudo sentir la mirada acusadora de su madre la que pedía una explicación religiosamente aceptable.

—¿Qué te pasó aquí? —ella apuntaba al causante de su creciente enojo.

—Es... ¿Recuerdas la fiesta? Bueno... —dejó que sus dudas se respondieran con su silencio. Y volvió a sentir paz cuando su madre suavizó la mirada.

—¿Pero tantos días para mantenerse así?

—Eran peores —¿Y cómo perdería el tono sonrojado? Si de solo recordar el como ganó esos chupones le erizó la piel—. Y también no he echo nada por mejorar eso.

Elizabeth asintió notandose pensativa, pero no tenía como recriminarle nada, Paz era joven y tenía que vivir su vida. Lo único que pedía era que fuese de la forma normal, que su hijo fuera normal. Y también no tenía como saber si realmente eso había pasado o no, porque no había detallado a su hijo hasta ese momento, pero es que con el trabajo...

—Hoy me encontré con una amiga tuya, nunca me la habías presentado —a medida que tomaba distancia la mujer mantenía una sonrisa agradable, aparentemente recordando el encuentro.

—¿Sí? ¿Quién? —Paz estaba bastante confundido, el único "amigo" que su madre no había conocido era Nolan, y ahora hasta había dormido unos días en su casa.

—Si mal no recuerdo, su nombre era, ¿Lorie? No, no. Robin. Su nombre era Robin.

Nolan ordenó su mochila, prestando especial atención el dinero que le habían dicho que era suyo, el cual ya estaba mezclado con el de Vanesa en un mismo sobre. Después, se colocó el cabestrillo, el cual le habían indicado que tenía que usar todo el día, pero que solo estaba usando cuando le daba la gana. Y antes de salir de la habitación... Miró su propia gorra de béisbol colgada en un perchero de la pared, medio escondida con abrigos. Sonrió un poco. ¿Quién lo diría? Aquel gesto de darle la gorra a Paz tenía toda la obviedad del mundo mirado en retrospectiva. Y Nolan decidió que quería llevarse algo también. Algo como un soldadito de plástico del marco de la ventana.

—Te regreso tu ropa luego, ¿vale? La lavaré y esas cosas —dijo cuando llegó a la sala, quedando bajo la mirada de ambos. Y tuvo la repentina noción de que la madre de Paz ya no le miraba con buenos ojos—. Te veo en Roger's. Llegaré temprano esta vez. Y...

Miró a Paz un instante. ¿Sentiría Paz también esa extraña sensación? ¿Esa sensación que decía que esa no era la forma correcta de despedirse?

—Tenga buena tarde, señora Durand —acortó con una relajada sonrisa. Luego se fue a la puerta principal para escapar de ahí. Escapar, aunque desde afuera no se interpretaría como tal.

—Adiós —apesar de que ambos habían mencionado la misma palabra, había una extensa diferencia y significado tanto para la señora Elizabeth y Paz. Y ambos lo presentían, pero nadie diría nada, porque ambos de igual forma lo querían negar.

—Iré a mi habitación —Paz se había levantado para irse, pero en el mismo momento su madre se lo impidió—. ¿Ocurre algo?

—Quiero que me cuentes de tu amiga, me pareció una chica muy amable. También bastante linda, no paraba de hablar de ti —esa sonrisa y ese tono eran indicadores de segundas intenciones.

—Ah, bueno. Nos conocimos en la fiesta y luego hablamos un poco desde ese día, nada además realmente —no tenía cabeza para pensar algo en que no fuera en el como Robin sabía quien era su madre.

—Deberías traerla aquí a la casa... estoy segura de que le gustas —esas palabras no eran necesariamente las que quería escuchar.

—Mamá, apenas y la conoces así como yo... ¿No sería extraño?

—A Nolan no lo conocía hasta el sábado. Y se quedó aquí a dormir todo este tiempo —contraatacó inconforme—. Anda Paz, será solo una cena.

El muchacho no tenía cómo refutar, ella tenía razón, pero también no quería decir que sí. Estaba contra la espada y la pared.

—Es diferente, de él ya te había hablado... pero lo pensaré —aseguró antes de irse de la sala.

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