10. Dos mil espinelas

Limpiar el desastre. Bien, eso fue todo lo que le importó a Nolan en los siguientes minutos. Eso, y repasar recuerdos de hace apenas un rato pero que parecían ya recuerdos de una vida alternativa. De una vida alternativa donde las risas bajo la lluvia suceden a menudo, donde Paz estaría para siempre al alcance de su mano, donde todo importaba y a la vez no.. Y... Escuchó la campanilla. Decidió no darse la vuelta y mirar rígidamente al frente.

—Lo sentimos, cerramos a las ocho —murmuró sin levantar la vista del suelo humedecido.

Ya lo sabía. Lo presentía. Como un animal siendo consciente de la mirada del depredador. Así de drástico y de patético. Sin escapatoria. Intentar algo sería peor, incluso estúpido. Escuchó la puerta, luego unos cuántos pasos detrás suyo.

—A las ocho —repitió todavía más bajo, quizás con la esperanza de que se tratase de un cliente.

—¿Ves cámaras, Marcus? —preguntó la tan familiar voz... Patrickson.

—Un local con esta pinta nunca tendría cámaras. Adelante —respondió el otro, el tal Marcus.

Quizás si no se movía, quizás si contenía la respiración...Si controlaba el impulso de huir. Si..., no hacía escándalo, todo sería rápido. Deseaba no estar ahí, no ser Nolan Harper en ese momento.

—Hubo un cambio en los planes, Harper. Pero tú lo entiendes, ¿no? La situación es difícil. No podemos darnos el lujo de prestarte más tiempo —explicó Patrickson.

—¿Qué tal un día más? Hasta mañana. Lo tendré todo —Nolan no podía darse la vuelta—. Es una promesa... Por todo lo que es sagrado.

—Eso me lleva a la lamentable conclusión de que no tienes nada, ¿o sí?... —preguntó Patrickson fríamente—. Marcus, la mochila del mostrador

Nolan frunció los labios. Vio a Marcus, un tipo muy escuálido y alto, con una edad imposible de definir por lo demacrado de su rostro. Lo vio tomar su mochila, abrirla, y vaciar todo al suelo en sacudidas agresivas. Miró sus cigarros baratos, su billetera, su caja de mentas, su llavero en forma de ballena, su encendedor, el periódico. Todo resonando al caer contra el suelo.

—Bingo —dijo Marcus, tomando la billetera. Pero pareció más interesado en la identificación de Nolan que en lo otro, porque comentó: —Joder, ¿solo dieciocho? Mucho más joven de lo usual.

—Es mala hierba, como todos —la voz de Patrickson cada vez se escuchaba más cerca—. ¿Cuánto hay?

—Como cuatro espinelas y unos centavos —comentó Marcus lentamente, como si le costará trabajo contar las monedas de la palma de su mano.

Y justo ahí fue. Ahí fue cuando Nolan sintió un tirón del cuello de su camisa, y después un violento empujón que lo llevó hasta darse de cara contra un charco del piso. Patrickson apoyó ambas rodillas en su espalda, arriba de sus hombros, usando todo su peso para retenerlo. Luego, tomó el brazo derecho de Nolan hasta casi torcerlo hacia atrás.

—Habla, ¿qué propones? —dijo Patrickson, en un sutil murmullo.

Nolan abrió los ojos y con desespero llevó la vista a todos lados y por todas partes, como si mágicamente un fajo de billetes fuera a aparecer. No quería, pero estaba sollozando. El sudor se deslizaba por su frente:

—¡La caja registradora! —gritó como con alivio—. ¡Tómalo! Diré que he sido yo.

Patrickson y Marcus intercambiaron miradas.

—Hazlo —ordenó Patrickson.

Marcus fue directo a la dichosa caja, de la cual tiró con ambas manos como si quisiera romperla. Acto seguido, soltó un grito de frustración y la arrojó del mostrador, provocando un golpe estrepitoso por su caída contra el piso.

—¡Está cerrada con llave! —gritó Marcus—. ¡Nos está haciendo perder el tiempo!

—¡Espera, espera! —Nolan sentía la navaja rozando la piel detrás de su oreja. Estaba llorando. Lloraba a montones. Como un niño—. ¡Sé dónde está, la acabo de cerrar! ¡Colgada en un clavo, detrás del anaquel con detergentes!

—¿Qué anaquel? —insistió Patrickson.

—¡Dentro de la trastienda! ¡Por la puerta detrás de ti, Marcus!

Después, transcurrió un escaso tiempo tenso en el que todo lo que Nolan sabía era que tenía un peso descomunal en la espalda, que el frío del piso en su mejilla le daba escalofríos pero no tanto como el frío de la cuchilla contra su piel. Todo lo que sabía era que Marcus daba vueltas detrás del mostrador, contando los billetes. Por alguna razón estaba tardando demasiado. Pero finalmente, declaró:

—Aquí hay trescientos como mucho. Buen intento, niño.

Patrickson comenzó a reírse, a reírse con cansancio, sin ganas.

—¿Es suficiente por ahora? —preguntó Nolan con la voz torpemente temblorosa.

—Niño, aquí no hay ningún «suficiente» que no sean los dos mil.

—Patrickson.... Yo siempre he sido un desastre —intentó aligerar todo con una risa, una risa que daba pena—. Trescientos ahora y mañana dos mil. ¿Qué dices?

La respuesta que recibió fue la navaja acercarse tanto que Nolan cerró los ojos con muchísima fuerza mientras las lágrimas se deslizaban. Que miedo. Miedo a la muerte. Paralizante.

—No tengo toda la noche —murmuró Patrickson.

—¡Espera! Por favor... Yo... —otra risa que daba pena—. Tengo a alguien, alguien que puede darme el dinero, todo. Los dos mil.

—¡Carajo, niño! ¡¿Crees que somos novatos en esto?! ¿Crees que empezamos ayer? —Marcus ahora se acercaba con algo en la mano, Nolan no podía distinguir qué. Veía borroso—. Conocemos a las escorias como tú. Escorias que no saben en lo que se están metiendo hasta que las cosas les explotan en la puta cara. Nadie les cree nunca porque para empezar, no entienden ni su propia situación.

Después Patrickson le bajó la manga del suéter del brazo derecho y lo sujetó con fuerza, Marcus lo sujetó de la muñeca. Nolan se sacudió pero no funcionó y por ello terminó gritando «Por favor» una y otra vez, pero de la nada sus «Por favor» se transformaron en gritos incoherentes y sollozos y mierda de ese estilo que nadie en situaciones como esa escucha nunca.

—¡Haz que deje de gritar! —dijo Patrickson—. Y rápido.

No supo ni cómo ni cuándo pero después Nolan tenía a Marcus diciéndole algo como «di A», como si fuera un dentista. Marcus le hizo tragar papel de periodico arrugado, su periódico. Fue tanto que le dio arcadas. Tosió como para morirse, y eso pareció indicarle a Marcus que era suficiente. Volvió a tomarlo de la muñeca y a estirarle bien el brazo.

—Que puta —Patrickson sonaba cada vez más impaciente—. Juro que todavía puedo escucharlo.

Nolan miró... Lo que sea que tenía Marcus en la mano, alzarse, elevarse por encima de la cabeza de Marcus, y fugazmente pensó, por un instante, en que... Quizás se lo merecía. Por idiota. Por escoria. Por mentiroso. Por no poder moverse. Por no poder defenderse. Por no haber dicho algo inteligente que pudiera salvarlo.

La cosa es que luego descubrió que su concepto de dolor siempre había sido erróneo. Descubrió que no conocía nada de dolor verdadero como creía. Descubrió que el dolor verdadero era ese que parecía despegarte de la realidad y que te gritaba, de manera incesante, que existía. Por un tiempo creyó que todo se había reducido a eso, a su brazo hundido y ahora torcido, como si todo lo demás hubiera desaparecido. Por más que se le acababa el aire y sentía que se asfixiaría por el periódico, no podía dejar de sollozar.

«Se orinó encima ja-ja. ¿Apostamos a que se desmaya?» dijo alguien, no tenía claro cuál de los dos. Sus voces se escuchaban lejanas, distorsionadas para Nolan. «Cállate. Ah, por cierto Harper, nos vemos pronto, la semana que viene. No hagas nada estúpido o ahora iremos a por tu madre. Tú sabes a lo que me refiero» «¿Está convulsionado?» «La gente solo convulsiona por un golpe en la cabeza, idiota. Además, mira, ya se está quedando quieto» «Vámonos ya, este hizo mucho escándalo» «¿En serio le escupiste? ja-ja-ja Eres un hijo de puta a veces».

»»----- ★ -----««

Paz corría, demasiado rápido o al menos eso intentaba. En el momento en que casi había llegado a su casa, notó el sobre con dinero, el dinero para Nolan, dentro de su bolso mientras buscaba sus llaves. Sin pensarlo dió media vuelta para volver. Ahora estaba perdiendo el aire intentando llegar antes de que Nolan se fuera, antes de no poder encontrarse hasta el lunes.

Cuando llegó lo suficientemente cerca notó las luces encendidas, a pesar de sentirlo demasiado extraño su único pensamiento fue «Nolan sigue aquí». Así que entró, solo para quedar sin reacción al final... Demasiadas cosas estaban tiradas por todas partes y entonces su pensamiento del momento había cambiado a un «¿Nolan estará bien?». Se había adentrado esperando no encontrar lo que temía y entonces... Entonces encontró algo mucho peor. La escena más cruda que podría haber visto alguna vez, la más violenta.

Paralizado sin poder moverse, Paz estaba ahogándose con el aire, horrorizado completamente. Finalmente, sin percibirlo sus piernas comenzaron a moverse en dirección al cuerpo en el piso sin despegar la vista del mismo. Estando lo suficientemente cerca se tiró al suelo, porque necesitaba, necesitaba verlo, comprobar que era él.

—N-Nolan... ¿Nolan? —no tenía reacción ni raciocinio más allá de querer escuchar su voz, de saber que estaba vivo. Verlo así, tan vulnerable, en esas condiciones le ocasionó terribles ganas de llorar, tantas como para no poder evitarlo. —Salgamos de aquí. Déjame llevarte a cualquier otro lugar —sus pedidos eran realmente súplicas disfrazadas de un pobre intento de cordura. No se atrevía a moverlo, tenía miedo de lastimarlo mucho más de lo que ya estaba lastimado. —¡Vamos! Vayamos a un hospital, a tu casa o a la mía...

Y entonces pensó en pasar su mano por su cabeza, recordando en cuanto bajaba a su cuello cómo tomar el pulso, saber si su corazón seguía latiendo con suficiente fuerza, no tenía idea de si estaba herido en cualquier otra parte y eso lo estaba volviendo loco, toda la situación lo estaba volviendo loco.

Nolan solo sabía que alguien le estaba hablando, y al abrir los ojos notó, en primer lugar, que los había tenido cerrados en algún momento. ¿Se había quedado inconsciente...? Lo primero que hizo fue retorcerse para sacar toda la porquería de periódico de su boca, toser, después tentar un poco el suelo e intentar entender donde estaba y con quién. Pero tardó un poco. Porque todo parecía tener un denso borde negro que lo mareaba y seguía escuchando como un zumbido... Un sonido insistente, que aturdía. Entrecerró los ojos. Ese alguien le seguía hablando. ¿Marcus? No... Era...

—¡Paz! —gritó casi sin aire, luego de unos segundos en los que no dijo nada su expresión pasó a un corto asombro. Después, fue como si continuara con la línea de emociones de antes de quedar inconsciente. Su expresión se tornó de puro miedo y nuevamente se echó a llorar. Mucho. No podía controlarse—. ¡No te vayas! ¡Por favor, no me dejes!

Lo que hizo después fue intentar acercarse todo lo que pudo, aunque sus intentos se quedaron solo en pegarse a Paz como si buscara calor, casi como si le diera un abrazo mal dado, uno que solo involucraba el brazo izquierdo porque el otro lo dejó tendido hacia el suelo. Cuando su rostro quedó escondido en el pecho de Paz, entonces ahí fue cuando su llanto empeoró de verdad. Sonaba más a como si se ahogara, o como si acabara de correr un maratón. No tardó en humedecer de nuevo la camisa de Paz. Y siguió aferrándose, como podía, aunque nunca sería suficiente...

Paz negó, negó porque no podía creer que por un momento pudo pensar en que Nolan estaría... Ni siquiera podía imaginarlo de nuevo. Negó porque era imposible dejarlo, abandonarlo allí. No cometería ese error esta vez... Entonces pensó, ¿y si se hubiera quedado? Tal vez, tal vez Nolan estaría bien, estaría en su casa haciendo cualquier cosa, si no lo hubiera dejado solo estaría bien.

—Aquí estoy... Aquí estoy —el rubio no tenía idea de que decir, porque junto a él, junto a sus lágrimas lo acompañaba en todo lo que no podía sentir en su lugar. Porque estaba luchando por no quedarse estático, porque Nolan necesitaba ayuda, su ayuda. Porque ahí estaba rodeando parte de su espalda brindándole apoyo. —Nunca te dejaría. No de nuevo, te lo prometo.

Su mano acariciaba su cabello, en busca de tranquilizarlo, ¿pero de qué manera eso ayudaría? Lo que él necesitaba era un médico, necesitaba que trataran su brazo, antes de que se lastimara y le doliera, necesitaba algo para el dolor, ¿cómo Nolan podría soportar ese dolor?

—Salgamos de aquí, ¿sí? Yo te ayudaré, iremos al hospital y entonces... Entonces te pondrán anestesia y ya no te dolerá. ¿Qué dices? —la voz de Paz era tan baja que ocultaba el desespero y miedo que sentía.

Nolan siguió entregado a eso, a llorar, a aceptar una vulnerabilidad. Quizás no estaba lo suficientemente consciente todavía como para intentar fingir una compostura, o quizás no había nada de malo en verse tan desesperado y patético porque se trataba de Paz. Escucharlo decir esas cosas, esas promesas de que no lo dejaría, era todo lo que necesitaba, por lo menos para calmar el llanto y para hacerlo notar que no se estaba muriendo... Para sentir que todo estaba «bien» ahora, y que aquel momento con Marcus y Patrickson ya era cosa del pasado.

—Un hospital... Sí —contestó lentamente, con los labios casi pegados a la tela de la camisa—. No entiendo porque volviste...

Se quedó ahí, muy cerca, un poco más. Por lo menos unos instantes más hasta que el miedo se disipó lo suficiente como para confirmarle que necesitaba anestesia porque en efecto, su brazo dolía como el infierno. Incluso era obsceno a la vista. Nolan dio un pequeño mal movimiento, lo que lo hizo separarse abruptamente con los dientes apretados y una mueca de dolor puro. Con su brazo sano sostenía el otro, a lo mejor servía de algo.

—Carajo, carajo, Paz, mi brazo... Lo rompieron —cerró los ojos con fuerza. Dio un respiro pesado y fue descubriendo otras sensaciones raras como que sentía mucha fiebre y que el corazón le iba a estallar y la cabeza le daba vueltas. Después volvió la vista al rubio, el que debía de tener todas las respuestas, con los ojos bien abiertos de miedo: —Paz, ¿qué hago ahora? —trago saliva sabor periódico— .¿Y si se rompe más?

¿Qué debía hacer? Esa misma pregunta se hacía Paz a él mismo, y entonces recordó, debía haber un teléfono en ese lugar, uno para llamar a emergencias y entonces también... Entonces llamar a la policía también.

—¿Qué fue lo que ocurrió aquí? —miró con detalle el lugar, luego miró la caja registradora en el piso—. ¿Fue un asalto? —justo después se dió cuenta de que no era hora de hacer preguntas. Eso lo haría después, cuando tuviesen que explicar todo, cuando el brazo de Nolan no doliera más y él estuviera bien. Negó alejando las preguntas innecesarias, buscando enfocarse solo en Nolan y su bienestar. —Necesito un teléfono... No te muevas, ¿sí? Así no te dolerá tanto.

Paz se levantó y miró alrededor, intentando recordar dónde. Pero ahí estaba el teléfono fijo, no muy lejos de la puerta de entrada. Se acercó con rapidez, marcando el número que nunca podría olvidar.

Una vez su llamada fue atendida, con desesperación comenzó a tirar informaciones, repitiendo algunas veces las palabras «Brazo», «Roto» y «Delicado», por último pasó la complicada dirección. Después solo había que esperar a que llegaran... Paz se detuvo a pensar en las respuestas a todas las preguntas, sin saber siquiera qué ocurrió o quién había hecho aquello. O tal vez sí, un "click", así se escuchó en su cabeza cuando todas las piezas encajaron. «Es urgente» «persona» «impaciente» «sin advertencias» «sin llamadas» «antiguos clientes» «se arrepienten» «última vez» «cicatriz».

Aunque el dolor no disminuía en ningún momento, Nolan se quedó ahí, sentado en el suelo y con la espalda encorvada. Intentando pensar, recordar, entender... Pasó la lengua por los dientes y después escupió un nuevo trozo de periodico. Paz en ese momento lo era todo para él. Era calidez, seguridad, salvación, consuelo y... La «paz» después de la tormenta ja-ja. Su rostro mostró una pequeña sonrisa a pesar de todo.

Paz se acercó de nuevo a Nolan, debían hablar antes de que no pudieran hacerlo con tranquilidad de nuevo. Sentía esa sensación de que era su culpa, por lo que mientras pudiera ayudaría a quitarle el peso de toda la situación:

—Independientemente, de lo que fue y quién lo haya hecho, será un asalto. Solo un asalto...

Al escucharlo, Nolan lo miró de nuevo a los ojos, como con complicidad, como entendiendo que ambos sabían que no se trataba de un asalto...

—Solo un asalto —repitió en concordancia. Un sutil aroma a orina le hizo bajar la vista a sus pantalones. Alzó las cejas. Ahora, respuestas, Paz se las pedía con la mirada: —Paz... Yo... ¿Recuerdas la deuda que te mencioné? Es eso. Le pedí prestado a alguien de apellido Patrickson. Era el único que le prestaría dinero a un imbécil como yo sin preguntar para qué...

Dilo. Dilo. Dilo. Dilo. Dilo. Dilo. Lo único que podía darle a Paz en recompensa eran respuestas. Ojalá tenerlo más cerca. Como hace unos momentos... Tan cerca.

—Estaba... Estoy enganchado al jaspe y a otras porquerías —finalizó con dificultad, apartando la mirada—. Hace unos meses era peor, cosa de todos los días. Me gustaría decir que necesitaba el dinero para algo serio, pero era... Solo para eso. Tú sabes, cosas de adictos—cerró los ojos, ya no podía ni mirarlo bien a la cara. —Siempre supe que esto terminaría así, ¿de acuerdo? Todo el mundo sabe quién es Patrickson y el tipo de cosas que hace. Se cansó de esperarme y cumplió con su parte del «trato», es todo. Así funcionan ese tipo de negocios —hizo una pausa abrupta, sintiendo un escalofrío recorrerle toda la columna—. No puedes contarle esto a nadie. Él sabe donde vivo. Sabe quien es mi madre. Esto es entre él y yo... Es mi culpa. Yo me lo busqué. Yo pedí esto.

Se sentía extraño de nuevo. Estaba dejando caer la cabeza hacia el frente hasta encorvarse más y más hacia adelante como si no tuviera fuerzas.

Paz tenía una idea no exacta del porqué de toda la situación, pero saber exactamente el «por qué», era tanto para digerir. La cuestión era... no había tiempo, no para cuestionar más, con todo lo dicho era suficiente. Y Paz solo sabía una cosa: su prioridad era Nolan. Había notado como las últimas palabras le costaban más y más, y antes de decir nada lo tomó del hombro de su brazo sano, acercándose para no dejarlo caer.

—Está bien, no te esfuerces demasiado... —necesitaba que la ambulancia llegara cuanto antes, por mucho que se esforzara en ocultarlo, era demasiado inquietante que tardaran tanto en llegar.

Un par de minutos se pasaron y las sirenas comenzaron a escucharse, después un paramédico entró y luego de ver a Nolan llamó a otros dos quienes entraron con una de esas camillas. Lo subieron y aseguraron su brazo de manera que sabía, debía ser un infierno para él. Paz tuvo que alejarse por mucho que no quisiera.

—Tengan cuidado —pidió sin resultado.

Salió, manteniendo su distancia de la ambulancia, solo veía si Nolan está bien.

—Oye niño, ¿Te piensas quedar ahí o qué? —cuestionó uno de los paramédicos, arriba de la ambulancia, haciendo un gesto con la cabeza que decía «sube».

Sin tener idea de dónde estaría la llave del local, Paz solo asintió y subió a la ambulancia también.

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