1. Un lugar llamado Roger's

Alguna parte de Ibarra, 

1982.

Ese sonido, tan molesto como todos los días.

Las cigarras anunciando la llegada del caliente verano.

Paz se preguntaba cómo las temperaturas podían ser tan extremas y opuestas a las del frío invierno. La respuesta quizás, era que él simplemente no se llevaba bien con la estación de las piscinas y playas, podría ser por la aglomeración innecesaria de las personas o los días más largos de lo normal. Como fuera, odiaba al verano.

Estar metido en aquel húmedo lugar lo estaba volviendo loco. Pensaba seriamente salir corriendo cuando la campana de la puerta sonó, avisando sobre la llegada de, tal vez, un cliente. Como se mantenía en la trastienda alias «cuarto de servicio», tuvo que levantarse y con su mejor expresión ir a atender a quien fuera que tuviera la desdicha o pérdida del juicio suficientemente como para salir en pleno medio día.

Pero quién había entrado a la tienda no era otro que Nolan. Quien vestía, al igual que Paz, el estúpido uniforme azul opaco. Camisa de polo, una tela gruesa que volvía más insoportable el calor para quien la llevaba. Nolan cerró la puerta de cristal detrás suyo.

—Si yo fuera un cliente, no te compraría nada —comenzó a decir Nolan mientras se dirigía tras el mostrador—. ¿Ya viste la cara que tienes?

Soltó una risa divertida, de esas que funcionan siempre para aligerar el ambiente. Sin mayor preocupación, dejó su mochila en el mismo rincón de siempre. Se quitó la gorra de béisbol, dejando al descubierto los mechones pegados a su frente por el sudor. Luego, utilizó la gorra como abanico:

—Y antes de que digas algo, sí. Llegué tarde. Mucho más de lo habitual, sí... Pero yo sé que tú eres de buen corazón y que no vas a reportar nada con la loca de la supervisora, ¿verdad que sí?

Paz chasqueó los dedos dando vuelta en busca de estar frente al único ventilador del lugar, a pesar de que este parecía emitir fuego y no un refrescante aire frío como prometía en el empaque. Después, con una mueca que aspiraba a ser indiferente, le respondió:

—No lo sé Nolan, me debes muchos favores —¿si se quitaba la camiseta tendría la desdicha de encontrarse con su supervisora? Seguramente. Tal vez si aumentaba al último nivel de potencia de aquel aparato haría alguna diferencia finalmente—. Dime, ¿cuál era la razón por la cual nunca se debe dejar esta cosa al máximo?

No recibió respuesta, tal vez Nolan se estaba haciendo el sordo o estaba pensando, en el caso de la última no tenía la paciencia para esperar un minuto más siquiera, así que solo lo hizo. Paz llevó el interruptor al último nivel... Nada. No había pasado nada, sólo había empeorado el calor:

—Ah, solo no qu- —un cortocircuito, había un cortocircuito en lo que era el enchufe del ventilador. Desesperado, la única reacción de Paz fue tomar cualquier cosa para intentar desenchufar el aparato e incluso eso estaba fallando—. ¡Mierda Nolan, ayúdame!

El ventilador hacía un ruido que Nolan calificaría como chistoso. Se giró, el enchufe sacaba chispas azuladas y blancas. Y ahí estaba Paz en pánico, como un patético niño asustado ante su mirada:

—Apártate de ahí —dijo con ese tonito medio severo.

A paso rápido y sin pensarlo mucho, Nolan fue hacia el almacén de la tienda, donde guardaban el mítico producto principal: donas, o donuts, o rosquillas, diles como quieras. Tomó uno de esos guantes para hornear y cuando menos se dio cuenta, había desconectado el ventilador. Sostuvo el cable todavía con la mano, mientras le dirigía una mirada de burla a su compañero.

—Bueno, favor devuelto —Nolan sonrió—. Y espero que la supervisora no quiera cobrarte el ventilador de tu sueldo. Aunque para ser sincero, esa cosa no debe valer más de quince espinelas.

—Aún me debes otros tres —después de la descarga de adrenalina, fue lo único que Paz pudo articular y pensar al instante: recordarle a Nolan que estaba aún en deuda. Miró el aparato, tal vez más que una deuda sería un favor renovar esa cosa—. Será mejor ir a trabajar, ya hablaré con Vanessa.

—Hablar con Vanessa me intimida hasta a mí. Esa señora te odia incluso antes de conocerte.

Sin más, Nolan abrió el exhibidor con las bandejas de donas, esa que quedaba en el mostrador. Se puso a contar mentalmente cuántas había de cada sabor y cada tamaño. Bueno, la venta estaba lenta. Muy lenta. ¿Quién iba a querer donas con tremendo sol? Y las donas incluso se veían más grasosas, más mal hechas de lo usual, como si su glaseado se estuviera derritiendo...

—¿Sabes que me dijo cuando me contrató? —contó Nolan—. Me dijo «si te llevas algo de la registradora o del frasco de propinas, me daré cuenta, Harper. Y te voy a despedir. Y verás que haré que nadie más te quiera contratar en ningún otro lugar».

—Esa mujer está loca, seguro es por eso que continúa soltera.

Paz se giró para ir a la parte de la caja registradora. Tal vez ningún cliente vendría, dudaba que alguien saliera de las comodidades de su casa en busca de lo que sea que ese pobre lugar pudiera ofrecerles. Después, dijo:

—Estoy planeando renunciar a este lugar, según una conocida de mi mamá dentro de un mes los supermercados comenzaron a buscar más gente para contratar —una vez se sentó en una de las viejas y rechinantes sillas que se les dejaba usar, se inclinó hacia atrás—. Tal vez la paga no sea mucho más que esta, pero mi madre espera que yo prospere en alguno de esos lugares y según con el tiempo pueden darte un aumento.

—Así que te irás... —Nolan no sabía por qué, pero aquello le sonaba mal—. Pues este lugar es un agujero, cualquier sitio es mejor que este. Me alegro por ti —se quedó en silencio nuevamente. Luego, dio un suspiro—. Me da un poco de lástima, no cualquier compañero accede a no delatarte. Así que, supongo que me harás un poco de falta. Yo no puedo cambiarme tan fácil de trabajo, este lugar me queda cerca de casa y aún así llego tarde. Así que... Así que nada, es eso.

¿Por qué de repente se veía triste por ello?

Paz sintió el impulso de decir que sólo bromeaba, pero no tenía un mínimo de sentido hacer algo así. Dejó escapar una risa por lo bajo, de esas que cortaban el silencio inminente, de esas nerviosas, desesperadas:

—¿Ya me extrañas? —tal vez una sonrisa era la solución para ese momento—. Aún somos amigos, así que nos seguiremos encontrando por allí. Pero es una lástima que ya no podrás retrasarte.

Nolan lo miró, y gradualmente su pequeña expresión de angustia se convirtió en una ligera sonrisa cómplice. Quizás lo que le había hecho sonreír era la mueca lastimera de Paz, o quizás la promesa de que «seguirán encontrándose por ahí». Bajó la vista y puso su atención en sus manos sobre la superficie del mostrador, una encima de la otra. Manos un poco morenas.

De pronto, al levantar la mirada y ver la tienda monótona, aburrida, con sus patéticas decoraciones con cuadros que a nadie convencían, Nolan tuvo la perfecta noción de que ese era, sin dudas, una mala mañana. Pero no un mal día, porque todavía tenía algo para decir. Un as bajo la manga:

—La otra noche, mientras estaba viendo la televisión, tú sabes, de esas veces que miras la tele sin verla realmente, me puse a pensar. O no sé si llamarlo pensar... La cosa es que llegué a la conclusión de que el inicio de tu verano no parece especialmente prometedor, Paz. Mírate, estás en Roger 's, en una silla que no tarda en caerse, con ese uniforme que te queda dos tallas más grande... ¿Este es un buen inicio del verano? No. Así que decidí que tenía que hacer algo por ti —sonrió ligeramente—. Primero pensé en conseguirnos una cita doble con esas muchachas rubias que pasan a diario en bicicleta. Luego, pensé en que podría colarnos en un bar, pero lo descarté por diversas razones.

»Luego recordé que una amiga mía me invitó a una fiesta, por el tema de las vacaciones. Así que me dije, ¿por qué no? Es lo que necesitas y sirve que te devuelvo los favores. Y será mejor decirle a tu madre que irás a una fiesta que decirle que irás al bar, ¿qué dices? Esta noche.

Esa noche. Salir, a Paz le gustaba salir, beber a pesar de no tener la edad aún. Eran cosas que no hacía seguido pero le gustaban. Y es que Nolan tenía razón, o tal vez el calor le estaba afectando demasiado como para no tener nada que contradijera las palabras del chico.

Así que Paz se apoyó en sus piernas para inclinarse hacia delante, no tenía nada que perder, ya había aceptado que Nolan estaba en lo cierto, era una rutina agotadora y él aún era joven:

—Bien, está bien. Me convenciste —una sonrisa ladina se marcó en su cara, esa llena de ojeras que acusaban su mal horario de sueño. La culpa podría atribuirla a las botellas de licor que su madre coleccionaba y su increíble buen sabor. Ese ardor en la garganta que hacía todo más ameno—. Iré a esa fiesta, ya me hace falta socializar con más gente, de lo contrario comenzaré a hablar con las donas.

Igualmente Nolan le regresó la sonrisa. Y por un instante, realmente un pequeño instante, se preguntó cómo diablos alguien podría verse bien aún teniendo ojeras, y bien marcadas. Misterios de la vida, pensó.

—Mi talento natural es convencer a la gente.

—Como diría mi tío, tienes madera de estafador, ¿no te interesa intentar? —reclinándose hacía atrás, apoyado del espaldar de la silla, Paz ladeó su cabeza. —. Tienes total razón.

—La fiesta no será muy lejos de aquí. Podemos vernos e ir juntos andando, no sé. Es un vecindario un poco peligroso, tú sabes, gente un poco ida y agresiva, pero mientras no mires a nadie con mala cara todo irá bien —se llevó la mano al bolsillo del pantalón y sacó una cajita con pastillas de menta—. Intenta no ponerte tan ebrio. La última vez, yo lo hice así y desperté en la tina sin camisa. Y me habían robado la billetera.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top