6 || DE DÓNDE AFERRARTE

VIRGINIA

Viento.

Había mucho viento. Una señal que para Virginia no traía nada bueno.

Se había caído muchas veces durante su vida, y había visto caer a mucha gente a su alrededor, niños, principalmente. Sus rodillas se rasparon demasiadas veces como para contarlas, las palmas se le arañaron un sin fin de otras contra la tierra, sus tobillos se doblaron en innumerables ocasiones.

Pero nunca había estado a punto de caer de más de ochenta metros de altura.

Una vez, una que recordaba muy bien, una noticia se había esparcido por todo el condado. Un hombre casi había caído desde un barranco, en un pueblo moribundo, cerca de la carretera cuando un tornado se acercaba. Y Virginia lo había visto. Aquella vez, Virginia lo vio pararse al filo del acantilado, y se paralizó. Sabía lo que estaba pasando, pero no sabía que hacer, ni cómo ordenarle a sus pies que se movieran, que lo ayudaran.

Unos días después, una segunda noticia se filtró. El hombre había fallecido. Un suicidio.

Había sido una decisión, pero Virginia no podía evitar pensar una y otra vez en qué podía haber hecho ella para evitarlo.

Un ¿Y si...? constante revoloteaba en su cabeza cada que recordaba aquel día, el cual se había quedado grabado en su memoria como una canción en un disco rayado, tortuoso y dolorosamente vívido.

—No me dejes caer —rogó con la voz completamente inestable.

El cabello de la rizada caía sobre ella, impidiéndole ver su rostro. Sabía que Georgie seguía escuchando a su amiga al otro lado de la línea, y también estaba consciente del esfuerzo que estaba poniendo en no dejarlas caer a ambas.

Virginia movió los pies, intentando pisar algo, lo que fuera, que le diera tan solo un poco de estabilidad.

No quería morir. No quería, se negaba. No sin ver a su madre una vez más. Pero al estar ahí arriba, colgando solo de una de las manos de una chica a la que apenas conocía, sin ningún soporte conocido y con los ladridos de Pasha, su única amiga, sonando a lo lejos, se sentía de nuevo como en aquel barranco. Paralizada, sin saber qué hacer.

Viento. Recordaba el viento y la forma en la que levantaba su vestido y movía su cabello, impidiéndole ver algo.

Una ráfaga volvió a chocar contra ella y sintió que la garganta se le cerraba.

—Por... Por favor —rogó Virginia.

—Mierda.

La castaña intentó levantar la cabeza, pero supo, por la manera en la que todos sus músculos se sentían, que no había manera de que pudiera hacer algo más.

Y aquella sensación la asustó, porque solo una vez la había sentido. Y estaba en el barranco.

—Mierda —volvió a decir Georgie—. Dame la mano.

—No puedo...

—¿Cómo que no puedes? Dame la mano, Ginna, necesito que me des la mano.

Virginia soltó un jadeó tembloroso al escuchar el sobrenombre que ella misma le había dado a la rizada.

—Tengo miedo —admitió.

—Sí. Y yo también. Tengo mucho miedo. Así que, por favor, te ruego que hagas un intento y estires tu mano hacia la mía.

Levantó la mirada, temblorosa.

—No me dejes caer —sollozó.

—No lo haré. Solo... —La morena soltó un quejido e intentó tirar de ella hacia arriba, más no pudo, no con una sola de ellas poniendo esfuerzo—. Solo dame la mano, ¿sí? Te prometo que no volveré a hacer algo así.

Su corazón palpitó.

No volveré a hacer algo así... Lo juro.

Ya había escuchado aquellas palabras.

Si de algo estaba segura, era que las promesas no servían de nada. Eran tan fáciles de romper como una botella de cristal, y tan difícil de mantener como una mentira.

Aún así, aquella esperanza de que fueran ciertas la embargó, al igual que la última vez que las escuchó.

—Dame la mano... ¿Confías en mí?

¿Qué pasa cuando has vivido siempre dentro de una burbuja de color rosa y de pronto se rompe? Te aferras a lo primero que te hace sentir segura. Y Virginia tuvo que aferrarse a la única persona que estaba a su alrededor. Literalmente...

—¿Confías? —insistió Georgie.

La castaña asintió, levantó la mano con lentitud, sintiéndola rígida y se aferró a la de la rizada, cuya piel oscura contrastaba con la palidez de la suya, y el calor de sus ojos, que pudo ver cuando el viento arrojó los alocados rizos tras su espalda, aplacó el miedo en los suyos.

Vio a Georgie apretar los labios en una fina línea recta mientras se echaba para atrás y metía las piernas entre los rieles de la atracción, usándolos como nudo para poder tirar de ella y no sentir que se caía.

Cuando Virginia sintió uno de los escalones, se apoyó ella misma y se empujó hacia arriba. Los brazos de Georgina la recibieron, y sus ojos asustados destellaron una pizca de alivio cuando se estrelló contra su pecho y hundió la cara en sus rizos.

Cerró los ojos, los cerró con fuerza y la abrazó. Deseaba no estar ahí. Deseaba estar en casa, con su mamá, bebiendo chocolate caliente con bombones, en la seguridad de un hogar que conocía, no en el peligro del mundo exterior donde todo era sinónimo de peligro.

—Estás bien... —murmuró Georgie, acariciándole el cabello—. Ya pasó. Estás bien.

—Estoy temblando. Así que absolutamente no estoy bien.

—Al menos no estás muerta...

—Mira cómo me consuela —farfulló con la voz cortada todavía.

—Estás bien —afirmó Georgie.

—No.

—Bueno, mejor que yo no —le apretó la cintura y Virginia fue consciente hasta ese momento del lugar donde tenía sus manos—. ¿Quién en este mundo tiene estas caderas que me cargo? Pero creo que eso ya lo sabes.

Virginia se apartó, pero sus manos siguieron sosteniendo las caderas de la rizada. Tragó saliva.

—Lo puedo notar —admitió.

Georgina se mantuvo seria. Era como si algo estuviese pasando por su mente, pero Virginia no supo qué.

—¿Puedes bajar?

—Preferiría esperar un poco —admitió la castaña.

Vio a Georgie encogerse de hombros.

—Bueno, pero suéltame.

Virginia no pudo evitar que la decepción la inundara, pero al menos ya tenía otra cosa en qué pensar mientras su cuerpo dejaba de temblar.

Se sentó sobre los cilindros, justo como lo hacía Georgie, y dejó colgar sus pies. Se sostuvo con ambas manos de los rieles y se apoyó en ellas, centrándose solo en ver a la rizada, que la analizaba con un gato curioso.

—Si le temes a las alturas, ¿por qué me seguiste?

—No le temo a las alturas.

—¿Entonces? ¿Por qué parecía que te ibas a cagar del miedo mientras estábamos aquí? —cuestionó la rizada, ladeando la cabeza.

—¿Quizás porque lo hice?

Georgie chasqueó la lengua.

Virginia arrugó la nariz ante el gesto.

—No es una respuesta convincente.

—¿Me vas a decir quién te hizo eso en las manos? —rebatió Virginia, señalando sus brazos con la cabeza.

Georgie se encorvó y se cruzó de brazos. Lo hizo de manera tan natural, que Virginia supo que era un gesto que estuvo fingiendo durante mucho tiempo como para que se viera así. Lo que estaba intentando era cubrirlos.

—Touché —aceptó la rizada, apartando la vista.

Virginia miró hacia abajo, pero no hacia el piso, donde Pasha chillaba, preocupada, sino al nudo que las mangas de la sudadera formaban sobre sus caderas.

Sabía que se veía como un cordero triste y avergonzado, pero no le importaba.

—No lo hagas —pidió en un murmullo apenas audible.

—¿Hacer qué?

Virginia sorbió por la nariz, balanceó sus pies de adelante hacia atrás y se pasó la lengua por los labios resecos antes de hablar.

—Asustarme. Cuando te paraste aquí creí que... Creí que ibas...

—No —se apresuró a negar la rizada—. No, solo estaba jugando. No pasa nada.

La castaña sonrió con tristeza.

—Pero yo no lo sé. A veces alguien dice estar bien, y en realidad no lo está. Y no puedo saberlo, no si me mientes.

Silencio. Un silencio que a la castaña le asustó. Se ajustó el nudo de la sudadera y levantó la mirada.

—No sé si estoy bien. Pero sé que pasé la mayor parte de mi vida viviendo algo que no me merecía. Y quiero vivir la vida que deseo, no la que se me dio por casualidad. Así que no me voy a rendir hasta que esté fuera de aquí, hasta que tenga mi libertad.

—Charlotte no es un lugar, ni la libertad.

—Lo sé —respondió la rizada de mala gana, pasándose los dedos entre el cabello—. Pero es lo más cercano que conozco.

Virginia asintió, comprendiendo lo que quería decir. Su madre era su lugar seguro, y su vida había estado tan de cabeza los últimos meses, que necesitaba un segundo, uno solo, para desatar todos los nudos que se le acumulaban cada vez más dentro del alma.

Era agotador.

Lo más extraño era que, a pesar de entenderla, le molestaba la idea de que Charlotte fuera el lugar seguro de ella.

¿Qué? ¿Hacia milagros? ¿Cocinaba como su madre? ¿La cuidaba cuando estaba enferma? ¿Le había regalado una perrita para que le hiciese compañía? Porque si no, no entendía por qué una simple chica tenía aquel lugar, y por qué no podía tenerlo ella.

—¿En qué piensas? —preguntó Georgie.

—En nada.

—¿Segura?

—Absolutamente.

Georgie asintió, y ahí se quedaron un rato, esperando que el temblor en sus cuerpos desapareciera por completo.





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Wenaaasss <3

¿Cómo anda la banda?

El viernes fue mi cumpleaños, ah jajajja, no tiene nada que ver pero el egocentrismo me gana, pIdOpErDoN

Un capítulo cortito con muchas cosas ocultas y no tan ocultas. No se sabe mucho sobre Virginia, y no sé a ustedes, pero a mí eso me da miedo...

¿Qué tal el capítulo?

¿Qué les va pareciendo la historia?

¿Y los personajes?

¿Se identifican con alguna?

Yo con Marcus, ahre, no, mentira jajajajja

Se me acaban los capítulos de reserva, y si eso pasa, voy a entrar en pánico JAJA *ríe para no llorar*

Les iba a dejar aquí las ilustraciones que he hecho de las tres mosqueteras, pero mejor luego hago un apartado de "personajes" y los pongo ahí juju

Me voy, MUCHAS GRACIAS POR LEER, les amo

Muack

*beso en sus pestañas jsjs*

Cambio y fuera.

-🌼🏳️‍🌈

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