20 || LA ÚTLIMA PARADA (PARTE II)
GEORGINA
Eran las cinco de la mañana.
A estas alturas del camino, Georgina sentía que su vida se había resumido a esa hora. Las cinco de la mañana, una y otra vez. Hacía calor, la ventana estaba abierta, sus tenis reposaban debajo de la cama de Charlotte y sus pies jugueteaban con los de su amiga torpemente. Sonrió cuando la escuchó murmurar algo como:
—Hueles a lodo.
—Pasa cinco días sin bañarte y olerás peor —respondió.
Charlie pasó una mano sobre su cintura y Georgina se sintió con la necesidad de aferrarse a algo, así que jaló las sábanas mientras le daba la espalda a la pelinegra e hizo un puño de ellas dentro de su mano.
Sentía como si sobre su pecho se hubiera sentado una vaca.
—Duerme un poco, Georgie, te hace falta —le susurró su amiga al oído.
—Ya lo intenté. No puedo dormir.
Escuchó un roce de mantas, y luego Charlie estaba sentada al borde de la cama. La observó por un segundo, hasta que tomó la decisión de que también debía sentarse.
—Hablaremos entonces.
Negó.
—No quiero hablar, Charlie. Estoy cansada.
—¿Entonces por qué no duermes?
—Porque pienso. Todo el tiempo. No he parado de pensar desde que salimos de la comisaría. Desde que mi mamá regresó a West Cloud sin dirigirme la palabra. Pienso y no puedo dormir por estar pensando, ¿sí?
Chalotte ladeó la cabeza y frunció, solo un poco, las cejas.
—¿En qué piensas?
Georgina miró hacia el techo e hizo una mueca con los labios. El sol apenas estaba empezando a salir, por lo que los pegotes fluorecentes se apreciaban mejor.
—En mamá. Yo nunca quise dejarla, pero en realidad ella ya me había dejado desde hace mucho tiempo, solo me hacía falta darme cuenta. —Apretó las cobijas con las manos—. En papá. En la persona en la que se convirtió al irse y en lo que yo me habría convertido si me hubiese quedado. En mi viaje hasta acá. Lo libre que me sentí mientras estaba lejos de todo lo que conocía. En ti...
—¿En mí? —Charlie inclinó su cuerpo hacia el de Georgina y la observó con sus ojos medio rasgados brillantes—. ¿Qué pensabas sobre mí?
Georgie sonrió y la miró también.
—Te vas a reír.
—Por su puesto que no. ¿Cuándo me he reído yo de lo que dices de manera seria?
—Nunca.
—Entonces dímelo si eso es lo que quieres.
Sus manos comenzaron a picar e incluso en su garganta se sintió el vuelco que dio de repente su corazón.
—Pienso en lo perfecta que creo que eres.
Charlotte abrió mucho los ojos, todo lo que podía, aún brillantes.
—Georgie...
—Me enamoré de ti por eso, por todo lo que creía de ti. Siempre me cuidaste, me escuchaste, me acompañaste, aceptaste las partes más estúpidas de mí. Me conoces, creo que mejor que nadie. —Su amiga abrió la boca, intentando hablar, pero Georgina siguió—. Pero yo no te conozco a ti, Charlie. Todo el tiempo me hice la idea de ti que nos convenía más a ambas, y nunca me dejé conocerte como te merecías. Ni siquiera tú.
—¿Yo?
—Sí. Tú. No te conoces. Siempre has intentado ser la versión de ti que crees que tus padres querrían.
Charlotte desvió la mirada hacia la ventana donde la luz del sol apenas se apreciaba por entre los edificios de la ciudad.
—Te amo, Charlotte Jay —dijo. Se recorrió en la cama para estar más cerca de la chica. Sus dedos rozaron los nudillos de ella—. Incluso si no te conozco. Te amo por todo lo que hiciste por mí.
La pelinegra volvió su mirada a ella. Sus cejas se hundían en su frente con dolor.
—¿Pero? —cuestionó.
—Pero no es justo ni para ti ni para mí.
Charlotte envolvió sus manos alrededor de las de ella.
—Yo también te amo, Georgie, incluso si no es lo que quieres escuchar en estos momentos. Siempre lo hice.
Georgina soltó un suspiro cuando Charlie se acercó. Su estómago se removió como si miles de hormigas caminaran dentro cuando la mano de la chica le rozó la mejilla. Su mente se despertó en ese momento.
Basta de bobadas del corazón, Georgie...
—Me voy mañana —soltó.
Charlie la miró como si no entendiera a qué se refería. Luego, cuando pareció captarlo, cerró y apretó los ojos con fuerza.
—¿Qué?
—Me voy... Yo no... No me puedo quedar aquí, Charlie.
La chica negó con la cabeza, como eso definitivamente fuera una tontería. Georgina tuvo que acariciarle el cabello para que dejara de hacerlo.
—Quiero ser libre. Nunca en mi vida había sentido el aire como lo sentí cuando venía hacia acá. Nunca me había detenido a ver lo que me rodeaba hasta que me alejé de todo. Necesito esto. Tú estarás en la universidad, yo estaré... por ahí.
—Vas a estar sola. Tú no sabes estar sola —renegó Charlotte mientras volvía a negar.
—¿Y no crees que es exactamente por eso que debería hacerlo?. Algún día tendría que aprender, ¿no?
—Pero...
—No voy a estar sola, Charlie. Voy a estar conmigo, y sabes que soy una excelente compañía.
Hubo un silencio que se propagó mientras Charlotte miraba las mantas que cubrían la cama, con el ceño fruncido, no en molestia, sino más bien en preocupación. Georgina sabía que su amiga no estaba de acuerdo con esa decisión, pero también sabía que no iba a impedirle nada.
—¿No vas a decir nada? —le preguntó, como para saber si no estaba equivocada.
Charlie levantó la mirada y, con los ojos tristes, sorbió por la nariz y dijo:
—No me pienso despedir, si es lo que quieres.
Ella no se lo reprochó, después de todo, tampoco quería decir adiós.
—¿Qué quieres que hagamos entonces?
—Dormir —respondió sin ninguna duda—. Dormir quizás por última vez contigo de colada en mi cama.
Inevitablemente, una sonrisa apareció en el rostro de Georgina. Abrió la boca para decir que estaba de acuerdo, y sin embargo, la cerró de inmediato cuando la cama se hundió. Charlie se acercó a ella y le tomó la cara con ambas manos.
—¿Te puedo besar antes de que te vayas?
El corazón de Georgina titubeó, creía que era una mentira, aún así, su cerebro, esta vez, pareció ser más inteligente y la hizo asentir con la cabeza. Un segundo después, los labios de la pelinegra acariciaron los suyos con lentitud. Algo, no supo qué fue con exactitud, le recorrió todo el tiempo. ¿Placer? ¿Añoranza? ¿Miedo? ¿Calma? ¿Todo al mismo tiempo? Sí, probablemente todo.
Nunca pensó que besar a Charlie fuera así. Tan calmado y caótico a la vez. Pero ahí estaba, con el pecho subiendo y bajando a una velocidad preocupante y los ojos cerrados bruscamente, justo como ella hacía con todo.
Todo excepto esto. Este beso no era brusco, era sensible.
Cuando Charlie se separó, la abrazó por la espalada y las tumbó a ambas en la cama. La chica enterró su rostro en los rizos de Georgina, quien sentía que le temblaba todo el cuerpo.
—No servirá de nada que te pida que te quedes conmigo, ¿cierto? —preguntó.
—No —susurró de vuelta Georgie.
Charalotte acercó sus labios al oído de la rizada y murmuró de manera suave, como sus risas vagas de madrugada:
—¿Me haces un favor?
Georgina asintió.
—Vete antes de que despierte, ¿sí? O me va a soler más de que puedas pensar.
Evitó decirle que ya le dolía a ella lo suficiente por las dos, así que solo asintió y se durmió unas cuantas horas, disfrutando de la cercanía conocida de Charlotte, y esperando que cierta chica de cabello marrón rojizo llegara a su destino.
Despertó cuando el sol ya había salido por completo. Salió a hurtadillas de la cama, se puso sus tenis, tomó una mochila de deportes que estaba tirada por ahí, dejó un beso sobre la frente de la bonita chica de cabello negro con rayos blancos que dormía gustosa y salió del cuarto. Pensó en llevarse ropa de su amiga, pero de todos modos no iba a quedarle. Cuando salió a la sala, la abuela de Charlie parecía estarla esperando.
Se preguntó si las paredes tenían oídos.
O cámaras...
¿Y si las había visto besarse? Bueno, una humillación más.
—¿Ya te vas? —preguntó la mujer.
A Georgina le recordaba a ese tipo de abuelas que habían ido a la guerra o algo parecido. Demasiado regia como para verle a la cara por mucho tiempo. Apartó la mirada mientas soltaba una risa nerviosa.
—Solo venía de pasada. A despedirme.
La mujer, con el cabello envuelto en un moño, levantó las cejas.
—Te hará falta dinero, ¿o no?
Georgina se apoyó en el marco que daba hacia la puerta de entrada o, en este caso, su salida.
Chasqueó la lengua.
—Bueno, no cago dinero, así que sí, pero junté un poco mientras venía para acá. Me servirá para un autobús, es todo lo que necesito por ahora.
—¿Ya sabes a dónde irás?
Georgina sonrió.
La mujer no solo parecía ruda, también era inteligente. Quería sonsacarle la información sobre a dónde iría para así decírselo a Charlie. Odiaba a la gente inteligente... Pero la abuela de Charlie le agradaba.
La rizada se puso un dedo sobre los labios y siseó, para luego sonreír como un gato a punto de atacar.
—Son secretos de estado.
La mujer suspiró y se encogió de hombros, como si no le importase saber.
—Espero que te vaya bien.
—Gracias.
La mujer se apartó del camino y Georgina se dispuso a salir, pero antes de hacerlo, la mujer volvió a hablar.
—¿No esperarás a que llegue tu recompensa por haber encontrado ala hija del Alcalde?. Los policías me llamaron poco después de que llegamos y me preguntaron si podían traerla. Les dije que sí, pero puedo mandarles una nueva dirección para que te la entreguen a donde sea que vayas.
Georgina quiso reír. La mujer sí que era astuta. Le agradaba. De hecho, le recordaba demasiado a... a Ginna.
Abrió la puerta y dijo de manera serena:
—Quédensela. Una vez le dije a alguien que el dinero mueve al mundo, pero es en parte mentira, porque el dinero no me mueve a mí. No lo necesitaré en mi vida después de aquí, así que... Quédeselo. —Tomó su patineta del lado de la puerta, justo donde la había dejado cuando llegó—. Y dígale a Charlie que la quiero y que cuando al vuelva a ver le contaré todo lo que hice en mi camino para llegar aquí.
La mujer asintió, como si entendiera sus acciones, o quizás no las entendía, pero las respetaba.
Así que cerró la puerta, bajó las escaleras del porche, echó la patineta al suelo y la impulsó para andar. Ese objeto la había sacado de su antigua vida, y la llevaría a la siguiente.
Esa mañana, Charlie despertó acariciando las mantas, buscando un cuerpo que ya no estaba, y lloró, pero en el fondo sabía que así estaba bien. Así era mejor.
Georgina no lo hizo. No lloró. Salió de Kansas City con una sonrisa en el rostro, sintiendo el último viento de verano acariciarle el rostro.
Libre.
Georgina ya era libre.
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