19 || LA ESTACIÓN DE POLICÍA

GEORGINA

Después de años de saltarse la barda del parque sin pagar para patinar, por fin estaba tras las rejas.

Oh, al vigilante del parque le encantaría saber eso.

Georgina deseaba tener una armónica, una guitarra o un maldito chelo. No le importaba qué, pero si iba a estar tirada en el suelo pensando en todas sus equivocaciones, necesitaba sentirse como una convicta decente.

Lo cierto era que, estando extendida en el piso frío de la celda a mitad de la noche, había tenido demasiado tiempo para pensar y procesar lo que le había pasado la última semana. Desde escapar huyendo de la policía, hasta terminar justo ahí, en la estación.

—¿Ya sabes a quién será tu llamada? —preguntó el guardia apostado al otro lado de las rejas.

—Un minuto más, por favor —respondió ella, levantando un dedo.

El oficial bufó.

—Llevas diciendo eso desde hace una hora.

Sí, era cierto.

Se había debatido toda esa hora entre llamar a Charlie o quedarse ahí hasta que su madre descubriera dónde estaba y fuera por ella.

—Déjela, está procesando sus actos estúpidos.

Arrugó la frente al oír la voz de Virginia.

—Claro, como confiar en ti —canturreó de vuelta sin ninguna emoción.

Virginia. Aún le costaba pensar en ella con ese nombre. En su cabeza quería prevalecer Ginna, con su rostro afable y su ropa bonita hecha mierda. La chica seguía usando su camisa de la banda de rock y los shorts que sacaron de la lavandería. Evitó analizar el hecho de que había estado jugueteando con las mangas de su sudadera naranja.

—Lo siento... —susurró la chica de cabello marrón rojizo desde afuera de la celda.

Georgina ignoró su voz. Seguía intentando pensar.

Cuando Virginia hizo algo mal, ella sintió ese pinchazo de decepción al darse cuenta de que no era como creía. Cuando Charlie también cometió un error, Georgina sintió que se le caía de un pedestal. Entonces comprendió que las había estado idealizando a ambas.

Eso no era justo para nadie.

Sin embargo, seguía un tanto molesta con Virginia. Sobre todo por el hecho de que, mientras ella estaba en la celda con las piernas y brazos extendidos en el piso, la castaña estaba afuera, sentada en un banco acolchonado junto al oficial que las había llevado ahí. Ya no por todo lo que había ocultado. A fin de cuentas, ella también le había ocultado muchas cosas a Charlie.

Observó los grumos del techo lleno de humedad. De repente le dio mucha calor. Se removió en el piso hasta que el frío le acarició las piernas.

Sintió algo húmedo en su mano izquierda. Frunció el ceño y, cuando giró su cabeza hacia ese punto, Pasha le estaba lamiendo la piel. Georgina no pudo evitar sonreír.

La perrita movió la cola de un lado a otro con orgullo hacia sí misma y se volvió a mirar a su dueña, que también sonreía. Cuando la castaña captó que Georgina la miraba, la sonrisa desapareció de su rostro ahora sonrojado.

—Lo siento —repitió—. De verdad lo siento. Si pudiera, haría que te sacaran de ahí.

—Intentó sobornar a un oficial de policía... —dijo la voz del primer oficial desde un lugar que no podía ver, pero se lo imaginaba frente a un escritorio—. Con un cupón de avena caducado. Y cuando le dije que no, intentó golpearme con él. Así que podrá salir cuando llame a alguien y vengan por ella.

Georgina se puso sobre sus codos.

—¡Que no estaba caducado!

No obtuvo respuesta por parte del oficial, pero Virginia sí que se acercó. Se bajó del banco, dejándose caer en el suelo, y estiró una mano entre las rejas hasta la de ella.

Georgina sintió que su estúpido y traicionero corazón comenzaba a palpitar de manera irregular. Se convenció de que era porque estaban siendo observadas por el guardia parado a unos pasos de ellas.

Sus manos quedaron a solo unos centímetros de distancia.

—Te voy a dar tu recompensa.

—No quiero un beso tuyo ahora —renegó.

Observó a Virginia mirar hacia arriba.

—En los folletos se ofrecía una recompensa a quien me encontrara. —La chica bajó la mira, sus ojos marrones se encontraron con los de Georgie—. Tú me encontraste.

La garganta se le secó.

—No. No la quiero.

—Georgie... —comenzó Virginia—. Necesitas el dinero. Por mi culpa lo perdiste y todavía tienes que llegar a Kansas City. Cuando el Alcalde llegue, le pediré que te lo dé, y a cambio yo regresaré con él y su esposa a... Casa.

A la mierda el orgullo.

Georgina se volteó para quedar apoyada sobre las palmas de sus manos y rodillas. Se acercó hasta los barrotes, pasando por alto la mano aún estirada de la chica. Pasha gimió y corrió con ella hasta Virginia.

Miró directamente a esos pequeños y tristes ojos marrones.

—¿Y tu madre? ¿Qué pasará con ella? ¿No irás a verla?

Virginia se encogió de hombros.

—Te dije que te daría dinero por traerme.

—Pero aún ni siquiera hemos llegado a Kansas. Yo... yo...

De pronto, un pánico irracional se extendió por sus huesos. No era miedo de perderla, de algún modo, eso ya lo había asumido. Ellas eran solo extrañas que por circunstancias de la vida se habían cruzado, sin embargo, era consciente de que Virginia tenía una sola meta: Ver a su madre una última vez.

Georgina tenía la certeza de que ella no participaría en que esa meta no se cumpliera.

—No la quiero. No quiero tu dinero o el del Alcalde.

—No te estoy preguntando —soltó la chica—. Quiero que te vayas, Georgie. —Virginia pasó ambas manos entre los barrotes y tomó la cara de la rizada entre ellas—. Quiero que vivas, que corras, que bailes. Quiero que seas libre. Quizás o podré verte, pero colaboraré a ello de la forma que puedo.

—El dinero no lo es todo, Ginna.

Pudo ver cómo el rostro de Virginia adquiría esa parte de su naturaleza nostálgica. No todo en ella había sido una mentira, se daba cuenta, al final de todo, sí estaba llena de nostalgia y preocupación.

Georgina se dio cuenta en ese momento de que Ginna tenía la costumbre de poner siempre a los demás antes que a ella misma.

Sus manos volaron hasta posarse sobre las de la chica. Su piel oscura y la piel pálida de ella creaban un contraste que le gustaba.

—Tienes que ver a tu madre. Y tienes que contarle sobre la estúpida, impulsiva, loca y más increíble chica que has conocido en tu vida, ¿me entiendes? Esa imbécil que cambió tu verano.

Virginia sonrió y sus ojos viraron hacia el suelo, donde Pasha lamía sus rodillas descubiertas.

—De verdad puedo darte el dinero, Georgie. No es nada...

—Está claro que no me conoces si piensas que voy a dejar que desistas de ver a tu madre por mí. ¿Solo somos extrañas o no? ¿Por qué harías eso por una extraña?

Los ojos de la chica volvieron a subir, llorosos.

—Tú lo dijiste. Somos lo mismo en contextos diferentes. No necesito conocerte para querer tenderte una mano. Somos extrañas conocidas. Somos chicas que han tenido que crecer demasiado rápido. Creo que conozco lo suficiente de ti como para saber que quieres ser libre, y que el dinero te ayudará con eso.

Por alguna extraña razón, Georgina creía que el corazón se le rompería en mil pedazos al escuchar aquello, pero solo latió mucho más fuerte, como si una parte de él hubiera crecido, o revivido.

—¿Sabes qué? —dijo, pasando sus dedos por el cabello de la chica. Ahora que lo veía bien, comenzaba a preguntarse si en verdad no era rojo y ella todo el tiempo estuvo pensando que era marrón—. Siempre he pensado que el amor es como arrojarse al mar sin saber nadar. Yo estoy aprendiendo a hacerlo.

—A... ¿A amar?

—Sí, pero ese tipo de amor que no se siente por una segunda persona, sino por una misma. —Se acercó a la chica, con el corazón latiendo al ritmo de una canción de triple paso, y dejó un beso lento y suave contra la boca de ella. Las rejas le hicieron sentir frío en las mejillas, pero fue acallado por el calor de las manos de Virginia—. Creo que tú necesitas aprender un poco más de ese amor y pensar en ti, Ginna.

—Así me decía mi papá —susurró contra su boca.

—Deberías decirle a la gente que te llame así más seguido si te hace sentir como en casa. Por eso Charlie siempre me llama Georgie.

Sin decir más, se puso de pie, cerró los ojos, aporreó los barrotes y gritó:

—¡CARCELERO!

—¡No tienes que gritar, he estado escuchando su declaración de amor todo el tiempo!

Ella abrió los ojos y lo encontró mirándola como si se hubiese vuelto loca.

—Ya sé a quién quiero llamar —declaro con firmeza.

El sujeto asintió y caminó hacia el lugar donde el primer policía estaba esperando. Ella aún no podía verlo.

Regresó con su celular en la mano. Se lo pasó por entre los barrotes y ella no esperó ni un segundo para marcar el número de Charlie, antes de arrepentirse completamente.

El timbre de espera sonó tres veces. Cuatro. Cinco. Nadie contestó.

Georgina se tomó aquello como alguna clase señal. Así que marcó a su segunda opción.

En la vida, a veces tenían que hacerse sacrificios, y ella había hecho demasiados, unos cuantos más no le resultarían fatales.

El teléfono de su casa en West Cloud fue atendido en el cuarto timbrazo. Ella ni siquiera dio tiempo de que alguien contestara, simplemente habló rápido diciendo:

—Hola, mamá, soy yo, Georgie. Te llamó porque accidentalmente estoy en la estación de policía en Paramont Ville. ¿Qué loco, no? Ven por mí, por favor —y colgó.

Esta vez no tendría miedo. Estaba decidida.

—¿Qué acabas de hacer?

Georgina inclinó la cabeza y encontró a Ginna con Pasha sobre el regazo, también mirándola, ambas con la boca abierta. Tal para cuál.

—Lo que se tenía que hacer. —Soltó un alargado bostezo mientras estiraba las manos como un gato sobre su cabeza—. ¿Quieres entrar y dormimos un poco en lo que vienen por nosotras?

Virginia miró hacia el lugar donde seguro estaba el policía, a quien escuchó soltar un suspiro y sonar un montón de llaves, luego la vio a ella, sorbió por la nariz y sonrió.

—Bueno.

...

Cuando le avisaron que habían llegado por ella, Georgina estaba abrazando a Ginna con una mano y con la otra acariciaba la cabeza de Pasha.

La castaña había dormido plácidamente sobre su pecho, Pasha en su regazo. Ninguna de las dos se había despertado en toda la noche, lo sabía por dos razones; uno: el pecho de ambas subió y bajó con pesadez; y dos: ella no durmió ni un segundo.

—Oye —llamó mientras movía a Virginia con delicadeza.

La chica gimió y abrió los ojos un poco, su cabello seguía húmedo, pero su cuerpo estaba caliente.

—Ya me voy.

Inmediatamente, los ojos de la castaña se pusieron cristalinos.

—No llores —le ordenó mientras dejaba a Pasha acurrucada a su lado—. No me estoy muriendo, solo voy a casa.

—¿Me vas a olvidar?

—No si tú no me olvidas, ¿de acuerdo, vagabunda de mierda?

Virginia comenzó a llorar, pero no hizo ningún amague de retenerla. Se lo agradeció en silencio.

—De acuerdo. Cuídate.

La miró a los ojos y, con la más grande sinceridad que pudo juntar en su ser, dijo:

—Tú también. Espero que puedas ver a tu madre, y que tengas paz. También espero que te compren pantalones más resistentes, pero eso no se lo digas al Alcade, ¿bien?

La chica asintió y cerró los ojos.

Georgina supuso que era el momento de irse, así que dejó un beso sobre la frente de esta y salió de la comisaría con el guardia que había cuidado que no escapara por el inodoro detrás de ella.

Cuando salió, el aire libre le dio de lleno en la cara. Se tomó un momento para disfrutarlo, para sentirse libre por un segundo más, con su patineta enroscada entre sus brazos.

Abrió los ojos con lentitud, sin saber en qué momento los había cerrado. Frente a ella no estaba su madre, sino la única persona que podía hacer que su corazón flaqueara y sintiera que nada de lo sucedido en la última semana había ocurrido de verdad.

Rick avanzaba a paso firme por el estacionamiento. Todo el cuerpo de Georgina se congeló por un segundo, hasta que fue consciente de sus manos envueltas con esposas y un oficial guiándolo hacia la entrada de la comisaria.

Cuando pasó junto a ella, ni siquiera se dignó a mirarla.

Georgina frunció el ceño, y cuando volvió a mirar hacia delante, su corazón definitivamente cayó cien metros.

Dio un paso al frente, sintiendo las rodillas flaquearle. Avanzó un poco más, hasta que estuvo convencida de que lo que estaba frente a ella no era una visión.

—Charlie... —se escapó en un suspiro entrecortado.

Dejó caer la patineta al suelo y corrió el tramo que le faltaba hasta los brazos abiertos de la chica. Su cuerpo se estrelló contra el de ella. Enrolló sus brazos alrededor del cuello de Charlotte y hundió el rostro entre su cabello.

No supo en qué momento se volvió más difícil respirar.

Era ella. Con su cabello negro lacio y mechas blancas. Su escaso copete, sus ojos verdes rasgados, sus piernas delgadas llenas de picaduras de mosquitos. Era ella.

—Charlie, yo... yo... —hipó—. Tengo qué... tengo qué decirte...

—Está bien, Georgie —le tranquilizó ella, acariciando sus rizos y su espalda—. Ya lo sé, ¿si? Tu mamá vino a hacer una denuncia en contra de su ahora expareja. Y está dispuesta a colaborar en otra... si es lo que quieres.

Georgina siempre se había sentido avergonzada. Nunca supo definir por qué exactamente. Pero sí sabía que su cuerpo se sentía extraño, triste y dañado, alejado completamente de su alma, la cual también se sentía tambaleante.

Jamás le había puesto nombre, pues jamás se había querido detener a pensar demasiado en ello.

Abuso. Su cuerpo y su vida propia habían sido abusados. Y eso la enfurecía y entristecía a partes iguales. A veces una más que otra, pero siempre ambas.

¿Vergüenza? Sí, la sentía. Seguía sintiendo vergüenza de que todos supieran las insinuaciones, golpes o toqueteos que había tenido que soportar a tan corta edad. Sin embargo, siempre había tenido presente que nada de eso era su culpa.

Y hasta ese momento se dio cuenta de lo válido que era sentirse avergonzada. Tener miedo a hablar. Querer llorar. Tenía todo el derecho a hacerlo sin ser juzgada o sentirse juzgada.

Ella no era culpable, pero eso no significaba no hubiera alguno.

Georgina había nacido con voz. Se le había otorgado aquella arma de la que todos eran poseedores. No se refería al habla, se refería a la expresión. Tenía voz y haría uso de ella, quizás por primera vez y hasta el día en que no tuviera consciencia propia.

—Charlie —llamó, con la voz más firme que se había escuchado a sí misma jamás.

Charlotte movió la cabeza, como signo de que la escuchaba. Eso solo le dio la convicción de seguir.

—Quiero denunciar.

Charlie se alejó solo para verla a los ojos. Sonrío, mientras en sus ojos se formaban lágrimas.

—Te acompaño. Y estoy completamente orgullosa de ti.

Orgullosa.

Georgina también estaba orgullosa de sí misma.






Perdónenme la tardanza, pero he llegado jsjs

Es súper tarde aquí, but, escribo esto rapidín.

¿Les gustó el capítulo? A mí me encanta el final <3

Sepan que si están o han pasado por situaciones similares a las de Georgina, no están soles, hablar siempre es difícil, y sepan que tengo la convicción de que son las personas más valientes del mundo. Les amo y aquí me tienen, que quizás no soy muy buena dando consejos, pero soy excelente escuchando <3<3<3

Mañana el último cap juju. Pongan las alarmas. probablemente lo anuncie en mi instagram (@herlliiiiith) y también por aquí e el tablero, ese quizás sí lo subiré más temprano jajaja.

Mushias gracias por leer y por llegar hasta aquí. Les amo con todo mi cora <3

Cambio y fuera <3

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