15 || PLÁTANOS ASESINOS

GEORGINA

Lo que quiero decir es que yo estoy...

Aquellas fueron las últimas palabras que Georgina escuchó antes de que su celular le vibrara en el oído. Cuando lo alejó para ver lo que pasaba, cayó en la triste realidad: se había quedado sin batería.

—¡No me puedes hacer esto!

Zarandeó el aparato, pero claramente no obtuvo ningún resultado.

Dejó caer la cabeza con los ojos cerrados contra el respaldo del auto, que llevaba algunos minutos estacionado. A su lado, un auto encendió el motor. No le prestó atención.

—Esto es tan injusto —sollozó.

La gente podía decir fácilmente: enamórate, nos morimos igual, Charlie entre ellos. Escucharlo estaba bien, pero hacerlo era todo un reto del cual salir viva no era del todo una opción.

Pensó en Charlie, en lo que estuvo a punto de decirle y en lo que pudo haberle contestado. Pero el hubiera no era algo real. No. La realidad era que no había perdonado a Charlie del todo, y que ahora se preguntaba muchas cosas sobre eso.

¿Por qué nunca habían peleado así? ¿Acaso era porque Georgina siempre la perdonaba? ¿O porque Charlie nunca hacía nada malo? Su mente siempre le decía: vamos, Charlie no hizo nada grave, ella siempre es amable contigo. En ese momento, la línea entre realidad y percepción comenzó a parecer menos difusa.

Sintió cómo Pasha se subía a su regazo, apoyaba sus patitas en su pecho y comenzaba a lamerle la cara. No pudo evitar reír.

—Oh, pequeña canalla, deja de lamerme.

Pasha ladró, se zafó de su agarre y corrió entre los asientos para sacar la cabeza por la ventanilla del lado del conductor y ponerse a ladrar.

Georgina se dio cuenta de que no estaba ladrando al aire, sino llamando su atención para que viera algo.

Ginna le estaba haciendo señas detrás de la puerta de los baños. Supuso que le estaba pidiendo que fuera, así que salió del auto, se asomó por la ventana y le dijo a la perrita:

—Será mejor que vaya, pero tú no te muevas de aquí.

Pasha se sentó sobre sus pequeñas patas peludas y movió la cola. Lo tomó un asentimiento, así que se alejó.

Georgina estaba consciente de que Ginna le estaba mintiendo.

En teoría, la mayoría de las cosas que le había dicho eran probablemente ciertas, pero también le estaba ocultando la mayoría de las cosas, lo cual era casi peor. Charlie lo llamaría mentira por omisión, sin embargo, Georgie lo llamaría desconfianza.

Al llegar a la puerta llena de rayones de los baños, dio dos golpes con el puño cerrado y escuchó la vocecita de la castaña decir:

—Pasa...

Georgina empujó la puerta y entró. Un pasillo corto la recibió. De un lado; los baños, del otro; una especie de lavandería donde Ginna asomaba la cabeza, escondida detrás de la puerta.

—Eres un asco como mimo —soltó de inmediato.

—Gracias —respondió la chica—. ¿Puedes ayudarme con algo?

Georgina arrugó la nariz mientras asomaba la cabeza para verificar el interior de la lavandería.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó, confundida y curiosa—. ¿No te ibas a cambiar?

—¿Cambiarme? —rezongó Ginna—. Solo me diste una camiseta y mis pantalones siguen teniendo un hoyo en el trasero.

—¿Y...?

—Y tengo qué quitármelos.

Georgina levantó las cejas y se recargó galante en el umbral, repentinamente interesada en el asunto.

—Ah, ¿sí?

Ginna, aún detrás de la puerta, ignoró el gesto de coquetería y señaló con un dedo fino y pálido las lavadoras en el interior.

—Consígueme ropa.

La rizada bufó.

—¿Me estás pidiendo que robe por ti? ¿Por qué no vas tú? Eres la delincuente de la relación.

—Porque ya me quité los pantalones

—De acuerdo.

Se metió en el interior de la lavandería y Ginna cerró la puerta detrás de ella. Georgina la observó de arriba a abajo, pero simplemente se encontró con la castaña apretando la sudadera naranja, el pantalón y el suéter contra su pecho. Estaba descalza y ya se había puesto la camisa que Georgie le había dado, esa misma que se quitó el día anterior en la cafetería.

Se metió las manos en los bolsillos.

—¿Para qué quieres más ropa?

—¿No lo ves? No llevo pantalones.

—¿Y qué? —La señaló con la palma de la mano—. Esa camisa te llega a las rodillas.

Ginna caminó hacia ella y la empujó del hombro para que comenzara a andar hacia las secadoras.

—¡En cualquier momento se puede levantar!

—Bien...

Se movió hasta uno de los electrodomésticos y abrió la puerta redonda para meter la mitad de su cuerpo dentro. No sabía por qué esas cosas eran tan grandes, o quizás ella era muy pequeña. Un segundo después, Ginna metió también la cabeza.

—¿Qué? ¿Qué hay? —preguntó.

Ambas observaron el interior casi vacío.

Georgina se sentía mal porque básicamente estaban robando, pero la lavandería estaba vacía y era muy poco probable que lo que estuviera ahí tuviese dueño. El lugar se veía desierto. Y, en su defensa, necesitaban la ropa.

Georgie estiró el brazo hacia el interior y removió las prendas que estaban dentro hasta encontrar unos pantaloncillos cortos de mezclilla.

—Ten.

Se los extendió y Ginna los tomó con una mueca.

—Esto no es nada higiénico... —murmuró la chica mientras se los ponía.

—Has pasado quién sabe cuántos días con la misma ropa, yo creo que puedes sobrevivir.

—Bueno.

Y a pesar de esas palabras, ninguna de las dos salió de la secadora.

El eco se hacía presente cada que hablaban, y el espacio de la puerta resultó no ser tan grande, pues con las dos asomadas dentro, sus cuerpos apenas cabían. Sus brazos se rozaban.

Cuando Georgina levantó la vista, Ginna le estaba sonriendo.

—Gracias —le dijo.

La rizada le sonrió de vuelta.

—No es nada.

Ginna acercó su rostro al de ella y, justo antes de que sus narices se rozaran, Georgie se echó para atrás. Fue un gesto tan involuntario, que incluso ella se preguntó por qué lo había hecho.

La castaña no dijo nada, pero Georgina era consciente de que la había cagado. La chica fue quien se alejó entonces. Solo un poco, como si no quisiese hacerlo pero de todos modos se obligara.

—¿Qué te dijo? —preguntó Ginna con los ojos mirando hacia abajo.

—¿Qué me dijo quién?

En ese momento la miró, con el ceño fruncido.

—No te hagas. ¿Qué te dijo Charlotte? Me fui para que pudieras hablar con ella a gusto.

Georgina sabía muy bien por qué lo preguntaba, pero le irritaba un poco que lo hiciera. No sabía qué hacer ni con Charlie ni con Ginna. Ya no sabía cómo se sentía al respecto de ninguna de las dos.

—No quiero hablar de eso.

—Pero...

—Voy a comprar un jugo.

Como siempre, hizo lo que mejor se le daba: huir.

—¡Oye! —se quejó Ginna—. Estábamos hablando.

—Tú lo dijiste —canturreó ella—: Estábamos.

Ginna gruñó detrás de ella y oyó cómo comenzó a seguirla fuera de la lavandería.

Si no le presto atención, no me hablará, si no le presto atención, no me hablará...

—Es: si no me muevo, no me ve —corrigió la castaña.

Un segundo... ¿Lo dije en voz alta?

—Como sea.

Jaló la puerta del pasillo y el sol de la tarde entró al lugar.

Una camioneta aparcó en la gasolinera y Georgina entrecerró los ojos al ver a la persona que salía de él. Un chico con una mochila con cuadros blanco y negro que le parecía muy familiar... Las alarmas en su cabeza se activaron sin rechistar.

—Georgie... —llamó la castaña. Un segundo después, le estaba tomando la mano—. No te enojes, ¿sí? No te pregunté con mala intención. Sé que ella es tu amiga y yo solo...

Georgina le puso un dedo en los labios y la empujó un poco dentro del pasillo.

—Shhh, ¿ves eso de allá?

Ginna mantuvo la boca cerrada y miró en la dirección que Georgina señalaba.

—Es el chico que nos robó en la cafetería.

La castaña soltó un oh susurrado y levantó las cejas, para después preguntar:

—¿Qué hacemos?

Si le hubieran preguntado en otro momento de su vida, o a una versión de sí misma que se preocupara por razonar las cosas, Georgina habría dicho que se meterían en problemas, pero, evidentemente, la Georgina de ese momento no pensaba con raciocinio, así que respondió con una sonrisa malévola en los labios:

—Recuperar lo que nos quitó.

Ginna asintió, esta vez de acuerdo.

—Yo lo distraigo, tú atacas —le ordenó.

La castaña volvió a asentir y corrió de puntitas hasta el auto para dejar toda su ropa dentro.

Georgina se ajustó la cola de caballo que formaba su cabello y no esperó a que su acompañante volviera, entró a la tienda detrás de la rata que le había quitado su adorada patineta.

Al mover la puerta, la campanilla en la parte superior resonó con un tintineo.

—¡Oye tú, delincuente juvenil! —gritó mientras caminaba hacia el chico parado frente al mostrador—. ¡Devuélveme lo que me robaste!

—Jovencita, es mejor que te tranquilices —le susurró un hombre mayor que mantenía las manos en alto.

Ahí fue cuando Georgina analizó la escena. La cajera estaba vaciando el contenido de la caja registradora en una bolsa, el hombre tenía la cabeza gacha y las manos levantadas, y el chico que le robó estaba... robando.

—Levanta las manos y no te muevas —le dijo él.

Georgina soltó un gemido cuando vio que la apuntaba con una pistola.

—Yo solo venía a comprar un jugo... —murmuró.

Estiró una mano hacia la estantería a su lado, tomó una botella con jugo de naranja dentro y sonrió.

—¿Ya me puedo ir? —preguntó mientras daba un paso atrás.

—Ni en tus putos sueños. Te dije que no te movieras.

El arma hizo un sonido que Georgia reconoció perfectamente.

Estaba claro y decidido que odiaba las armas.

No entres en pánico, Georgie, se dijo, solo piensa en cómo puedes resolver esto antes de que empeore...

El chico se volvió hacia la cajera para gritarle algo y Georgina aprovechó para voltear a ver al hombre. Era castaño y con unas pronunciadas ojeras.

—¿Qué hacemos? —moduló en su dirección sin hacer ruido.

El hombre se encogió de hombros y apartó la vista.

Georgie rodó los ojos.

Volvió a intentar analizar la situación. El chico se veía como un vago común. Vestido de negro, con la capucha de la chamarra echada sobre la cabeza y una camisa de Blackpink, un grupo de kpop que...

¿Una camisa de Blackpink?

Georgina arrugó la frente y lo señaló con un dedo.

—¿Eres blink?

El chico dejó de gritarle a la cajera —quien, por el contrario, no dejó de meter el dinero en la bolsa— y se giró hacia ella con los ojos entrecerrados.

—¿Qué te importa?

Georgina recurrió a la cosa más grande que había visto mover masas, y no, no hablaba de la religión, hablaba del fanatismo.

—¡Yo soy blink! —chilló.

En realidad no lo era.

El chico pareció relajarse un poco y sacudió la pistola con pereza mientras una sonrisa aparecía en su rostro y dijo:

—¿De verdad? No he encontrado a muchos fans por aquí.

—Es porque la gente de aquí no sabe lo que es bueno. ¿¡Cuál es tu canción favorita!? —soltó con exagerada y fingida emoción.

—Sencillo: kill this love.

—No. Puede. Ser. ¡La mía también!

Georgina ni siquiera conocía la canción.

El chico por fin bajó el arma y soltó una carcajada.

—¡Seamos amigos! —pidió él.

Ye entonces un plátano le golpeó la cabeza.

Todos voltearon hacia la dirección de donde había sido arrojado.

Ginna estaba parada ahí, con una penca de plátanos en las manos, esgrimiendo uno.

—Baja el arma o usaré la mía —le advirtió la castaña al chico.

Todos se quedaron quietos.

—¿Y tú quién carajos eres? —preguntó el ladrón mientras ladeaba la cabeza.

Ginna le aventó el plátano.

El chico soltó un quejido cuando la fruta le dio en la nariz, cerró los ojos cuando Georgina le aventó la botella de jugo a la cara y se desparramó en el piso cuando la cajera le atestó un par de golpes con la bolsa de dinero en la cabeza.

La pistola se le zafó de las manos en el proceso y se deslizó por el suelo hasta los pies del hombre, quien la juntó con las manos temblorosas y se alejó lo más que pudo del chico para que no pudiera quitársela.

—¿Está muerto? —preguntó Ginna mientras se acercaba.

Georgie le lanzó una mirada con los ojos entornados.

—No creo que muera por un ataque de plátanos asesinos.

—Voy a llamar a la policía —dijo la cajera antes de sonreírles y decir:— Gracias por su ayuda.

Ambas chicas compartieron una mirada.

—Nosotras ya nos vamos, tenemos prisa. Suerte con eso —dijo Ginna de manera apresurada y salió disparada hacia afuera.

Georgina no quiso quitarle la mochila al chico, a pesar de que era suya y quizás aún tendría su dinero en ella, así que siguió a la chica.

Al salir, lo primeo que hizo fue asomarse a la parte trasera de la camioneta del chico. Sacó su patineta de ella y corrió hacia donde Ginna se alejaba. Ya lo único que le importaba era tener su adorado medo de transporte favorito de nuevo con ella.

Cuando llegó al auto, Ginna ya se estaba poniendo el cinturón y le hacía señas para que fuera más rápido. Lo rodeó por enfrente y se metió en él.

Pasha se asomó entre los dos asientos con la lengua de fuera, feliz de verlas de nuevo a las dos.

—Si te da tanto miedo que nos encuentren, ¿por qué no dejamos el auto?

Ginna arrancó.

—El auto no tiene nada que ver, no me buscan por él.

—¿De qué estás hablando? Dijiste que la policía te buscaba por haber robado un auto.

—No —se excusó la castaña—. Yo dije que había robado un auto, no que me buscaban por eso.

—¡Me lo dijiste cuando te pregunté por qué te buscaban!

Georgina la vio apretar los labios. Esa era, probablemente, la mayor muestra de enojo que la chica podía dar.

—Te lo explico luego, ¿sí?

La rizada abrazó su patineta con fuerza, molesta, y miró por la ventana.

—Como sea. No le pusimos gasolina al auto, se va a quedar varado.

—No, no lo hará.

Y esas fueron las últimas palabras que compartieron antes de que el auto efectivamente se quedara varado.






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ANTES QUE NADA: Para quienes no sepan, les fans de Blankpink se hacen llamar "blinks", a eso se refieren Georgie y el ladrón en este capítulo. Luego la gente no entiende mis referencias jdgfshdaj

Bueno, bueno, bueno...

Una mentira confirmada, señores y señoras. ¿Llevan la cuenta que les pedí? ¿No? Puej io que ustedes la iba haciendo.

Que empiece la cuenta regresiva jiji. Quedan aproximadamente cinco capítulos para EL FINAL.

Y el siguiente va a estar potente wuuuuu

Empieza a irse todo a la mierda, como debe de ser...

Nos leemos luego, les amo, gracias por leer <3<3<3

*inserte aquí un besito porque se me han ido las ideas para besitos, pero BESITOOOOS*

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