14 || DÍSELO

CHARLOTTE

Verano.

Una estación que, cuando terminaba, Charlotte la extrañaba.

Cada verano salía de West Cloud y se dirigía a la casa de su abuela, en las afueras de Kansas City, aunque no tan lejos como aquel pueblo en el que había crecido, situado entre las carreteras que unían ciudad con ciudad.

La casa de su abuela no tenía nada de especial a simple vista, sin embargo, como todo, la belleza y singularidad la escondía en su interior. Estaba repleta de gatos chinos de la suerte, estatuas de buda y Caishen, el dios de la fortuna chino, varias tazas de cloisonné, dragones tallados en madera (aunque Charlie prefería las vacas), faroles alrededor de las lámparas y cientos de abanicos.

A su abuela le apasionaba todo lo que fuera chino o lo pareciera. Le encantaba reconocer aquella identidad que se mezclaba con la otra e indagar en ella, aunque nunca habían vivido en China.

Cuando Charlie no estaba en aquella casa, se olvidaba de esa parte de su persona, a pesar de que sus ojos medio rasgados podrían recordársela.

Amaba los veranos en los que podía explorar más de sí misma y lo que la conformaba. Lo que había conformado a su mamá también. Le gustaba saber más sobre su madre y su padre, pues en su memoria no se encontraba mucho.

Ahora se preguntaba cómo eran los veranos de Georgina sin ella en West Cloud.

Se acostumbró tanto a la presencia de Georgie, que cada noche esperaba oír su voz. Y cuando no la oía, despertaba con unas enormes ojeras.

No sabía cómo era que seguía intentando negar lo innegable.

—Charlie, deja de beber. Es jamaica, si bebes demasiado harás popó roja —dijo su abuela con las manos en el volante y la mirada hacia carretera.

Charlotte la miró de reojo.

Su abuela siempre se veía como si todo en el mundo estuviera bien y en control. Su cabello desordenado le daba un aire de despreocupación, su cara redonda y sus ojos rasgados eran la máxima expresión de tranquilidad, y su forma de vestir, pantalones de colores tierra con tirantes y camisas arremangadas hasta los codos, le daban el toque de controladora compulsiva.

Su abuela no era una controladora compulsiva, Charlotte puede que sí, aunque casi nunca se dejaba llevar por aquello.

Charlie ya había visto el mensaje que Georgie dejó en su chat, y por eso ahora ella estaba luchando contra todos sus impulsos para darle su espacio y no cometer la estupidez de llamarla. El agua de jamaica que compraron en Paramont ayudó a mantener su mente ocupada.

Le dio otro sorbo a la bebida.

—Oye, te dije que dejaras de beber. ¡Dame eso!

Sin quitar la vista de la carretera, su abuela le arrebató el termo de las manos y se lo llevó a la boca, sorbiendo por el popote.Ya era la décima vez que se lo quitaba.

—Me costó un dólar, no te la acabes.

Se estiró para intentar recuperar el termo, pero su abuela le empujó la cara con una mano y la regresó al asiento.

—Esto contamina mucho, la próxima pídelo sin popote —fue todo lo que le dijo antes de regresarle el agua.

A Charlotte eso le pareció algo que Georgie hubiera dicho cualquier día y a cualquier persona.

De pronto, la nostalgia la golpeó como un balde de agua helada vertido sobre su espalda. Extrañaba tanto a esa rizada.

—Ah, se nos acaba la gasolina —su abuela le lanzó una mirada rápida—. Vas a poder ir al baño.

—No quería ir al baño, pero está bien.

—¿Ya sabes dónde la vamos a buscar?

Charlie le lanzó una mirada de confusión. Subió las piernas al asiento y rodeó sus rodillas con los brazos.

—¿Cómo esperas que sepa dónde buscarla si dices que no debo llamarla?

—Oye —comenzó su abuela—, yo no te dije que no le llamaras, te dije que le dieras su espacio y que, si la llamabas, lo mejor era que fuera para disculparte. ¿O no quieres disculparte y por eso no la has llamado?

Charlotte señaló una clase de tienda de autoservicio con gasolinera.

—Para ahí —dijo, y luego—: Sí, quiero disculparme, pero no sé cómo hacerlo, abu.

—Espero que tenga baños... ¿Cómo que no sabes cómo disculparte? Eso te lo enseñan en el jardín de niños, Charlie. Si te hubiera educado yo... Bueno, si te hubiera educado yo, seguirías siendo igual de testaruda. ¿Sabes qué? Olvídalo. ¿A qué te refieres con eso entonces?

Charlotte se hundió en el asiento, mirando por la ventana mientras el auto desaceleraba para entrar en la gasolinera.

—¿Y si lo echo a perder todo otra vez?

—No has echado a perder nada, Charlie.

—¿No? —farfulló, empañando la ventana mientras hablaba—. Nunca había peleado con Georgie, además de todas esas peleas tontas donde no durábamos ni cinco minutos sin hablarnos. Tengo señal desde ayer en la madrugada y el único mensaje que tengo de ella es un sticker de una rata. A mí me parece que sí lo eché a perder.

—Hay muchas formas de demostrar amor, quizás su forma de hacerlo es mandar ratas por mensaje.

Charlie se rio, y pareció que aquella sensación de malestar que se había apoderado de su pecho quién sabe cuando se disipó un poco.

El auto se estacionó justo al lado de esa cosa a la que Georgie solía llamar la manguera esa con la que surten la gasolina.

—Sí, a ella le gusta mucho mandar cosas raras.

—¿Charlie?

Se volvió hacia su abuela al escuchar el llamado. La observaba con las cejas hundidas, pero relajada, como siempre. Con seriedad y tranquilidad, dijo:

—Sé que te gustaría controlarlo todo a tu alrededor, como te hubiera gustado controlar que tus padres no murieran, pero no lo haces con nada. Con nada más que contigo misma, porque sientes que tienes ese poder —Estiró una mano hacia ella y Charlie la tomó con lentitud. Su abuela sonrió—. No puedes ser perfecta, Charlie, y está completamente bien. Georgie no se va a enojar contigo por no serlo, y disculparte solo es una forma de aceptar que cometes errores y que intentas corregirlos. Está bien aceptar que eres imperfecta. ¡Imagina que todos fueran perfectos! Serían todos como yo.

Charlie soltó una carcajada silenciosa mientras recargaba la cabeza en el respaldo del asiento, la cual terminó como una exhalación cansada.

—¿Y si le digo la verdad?

Su abuela no necesitó que le aclarara de cuál verdad estaba hablando.

—Es tu decisión.

—¿Entonces me disculpo y le revelo algo que le oculté?

—Se llama sincerarse, niña. ¿Crees que los baños estén muy ocupados?

Charlotte volvió a reír y le soltó la mano. Su abuela comenzó a abrir la puerta.

—¿Te hizo efecto el agua de jamaica?

—Te dije que no la compraras —farfulló y salió en dirección a la tienda de autoservicio.

El auto quedó completamente en silencio. Con las ventanillas arriba, Charlie no podía escuchar nada del exterior.

Sacó el celular de su bolsillo antes de que pudiese arrepentirse y se cambió al asiento del conductor. Rodeó el volante con su mano izquierda y apretó con fuerza mientras marcaba al número de Georgina.

Después de que sonaran los primeros cuatro pitidos y nadie contestara, Charlotte comenzó a pensar que así se iba a quedar, con el silencio al otro lado de la línea. Y entonces:

¿Charlie?

Al escuchar aquella voz, sintió que el alma le volvía al cuerpo. Miró al frente, aún apretando el volante, y ahora también los labios.

—Hola... —saludó, su voz titubeando—. Lamento no haber llamado antes. Mi abuela dijo que fui una estúpida y que debía darte tu espacio.

¿Solo lo hiciste porque tu abuela te lo dijo?

Había algo en la voz de Georgina que Charlotte no lograba distinguir del todo. No sabía si era enojo o miedo.

—No. Yo... Lo lamento, Georgie. Mi abuela tiene razón, fui una estúpida. Te presioné y ni siquiera tenías razones para hacerlo. Lo siento mucho.

Bueno...—contestó Georgie, luego su voz se alejó. Hubo un intercambio de palabras que no alcanzó a entender y la voz de la rizada volvió—. Eres una estúpida, pero así... así te quiero. Si te dijera por qué no podía hablar, te morirías.

El peso en el pecho de Charlie bajó otro poco.

—Fue algo peligroso y horrible, ¿no es cierto?

La rizada soltó una de sus carcajadas escandalosas, de esas que contagiaban a todo el mundo y aquellas que Marcus pretendía odiar pero amaba.

Ni te lo imaginas.

—Cuéntamelo.

No. No te gustará.

Tienes que decírselo, ¿qué tal que te mueres mañana? No se lo habrás dicho nunca, susurró una voz en el interior de su cabeza.

Suspiró y cerró los ojos mientras apoyaba la frente en el volante. Se echó el cabello tras la oreja.

—Cuéntame otra cosa, Georgie.

Por un segundo, solo escuchó su respiración, haciendo que su corazón galopara dentro de su pecho, luego dijo:

Espérame un segundo.

En el silencio, Charlie se permitió razonar todas las cosas malas que podrían pasar si decía la verdad. También se puso a pensar en todas la cosas buenas. Sus latidos se aceleraron mucho más.

Escuchó cómo el motor de un coche se hacía fuerte y luego se apagaba. Abrió un poco los ojos, unicamente para ver la melena marrón de una chica que salía del auto. La sudadera naranja que llevaba atada a la cintura le recordó a una que a Georgie le encantaba utilizar. Por el otro lado, alcanzó a ver a su abuela regresar y tomar la manguera de la gasolina.

Volvió a cerrar los ojos cuando la voz de Georgie regresó.

¿Marcus te contó que, a veces, en el verano, mientras no estabas, nos escapábamos a los karaokes de West Cloud en la madrugada?

Marcus le había contado muchas cosas, pero no eso...

—No.

Pues siempre quise llevarte a uno.

—¿A mí? —Charlie se rio por lo bajo—. Pero si yo no sé cantar.

No solamente cantábamos, Charlie —mencionó la rizada como si fuera una obviedad—. Bailábamos hasta que el corazón latía como canción de heavy metal. Boom, boom, boom, cada latido al ritmo de la música, de los pies, de la voz. Era increíble. Siempre quise ir contigo.

—Eso ya lo dijiste...

¿Y qué?

A veces a Charlotte se le olvidaba lo arisca que Georgina podía llegar a ser.

—¿Ya no quieres?

Silencio.

Sí, Charlie, todavía quiero.

—Quizás cuando estés en Kansas City podemos ir a alguno. Juntas. Solas.

Díselo, ahora.

—Georgie...

Charlie, ¿por qué me haces esto? —interrumpió la rizada.

—¿Hacerte qué?

Esto, Charlotte, por qué me haces esto. Me dices cosas bonitas, justo como lo que acabas de decir, y luego me dices que le hablas a tu abuela de nuestra hermosa amistad. No puedo entenderte. ¿A caso no te das cuenta?

¡Díselo ya! ¿¡Qué estás esperando!? Ahora, gritó la voz.

—De eso quería hablar contigo. No te culpo por no contarme cosas, hay algo que nunca te dije.

¿A mí? —Hizo aquella pregunta con verdadera confusión.

No mentían cuando decían que siempre solían contarse todo.

—Sí. Lo siento. Tenía miedo. Por eso creo que me porté como una estúpida cuando no quisiste contarme la verdadera razón por la que te escapaste...

Ve al punto, Charlie, por favor. No quiero hablar de lo que seguro ya sabes...

Los dedos de Charlotte aferraron el volante, sus ojos se cerraron con fuerza y su respiración se agitó.

No sabes cuándo vas a morir, la vida es una...

—¿Recuerdas aquella vez que me preguntaste si me había enamorado?

No contestó, así que Charlie continuó.

—Lo que quiero decir es que yo estoy...

Hubo un pitido y, luego, nada. Silencio puro.

Levantó un poco la cabeza, abrió los ojos y observó la pantalla de su celular. En ella había un letrero que decía: La llamada se ha cortado.

Charlie sintió que las lágrimas se le salían.

—Estoy enamorada de ti, Georgina Floyd —le dijo a la nada.

—¡Oye!

Dio un brinco en su lugar y miró hacia la ventana, donde su abuela tocaba el vidrio con el puño cerrado.

No llores, Char, no puedes controlarlo todo, incluso las llamadas telefónicas.

Bajó el vidrio.

—¿Qué ocurre? —preguntó su abuela.

Ella negó con la cabeza.

—Nada, se cortó la llamada. ¿Por qué me miras así?

—Tengo una idea.

—¿Qué idea?

—Vamos a conseguir pruebas.

Charlie regresó a su asiento mientras su abuela se metía en el del conductor.

—¿Pruebas de qué? —cuestionó con verdadera intriga.

Su abuela se limitó a dejar un volante en sus piernas mientras encendía el auto.

Charlotte observó la imagen. La cara de Georgie estaba en él, su nombre también, y un número que reconoció como el de la madre de la misma.

Miró a su abuela, quien sonreía con malicia.

—¿Qué vas a hacer?

Vamos —corrigió—. Tú me trajiste aquí. ¿Quieres ayudar a tu amiga? Entonces olvida su búsqueda, ella sabe a dónde ir, no está perdida y no necesita que la encuentres. Solo asegurémonos de que la policía también deje de buscarla. Tú eres la futura abogada aquí, ¿no? Deberías saber que habrá que conseguir pruebas para eso.

La idea era una mierda, pero Charlie, muy a su pesar, decidió seguirla.

El auto salió de la gasolinera y se alejó por la carretera en dirección a West Cloud, con destino al antiguo hogar de Georgina.






🏳️‍🌈🏳️‍🌈🏳️‍🌈🏳️‍🌈🏳️‍🌈🏳️‍🌈

Holis juju

Estoy mejorando con eso de hacer los capítulos más cortos jhcjds. Odio con todo mi corazón los capítulos largos, lo cual es medio contradictorio porque la mayoría de los capítulos aquí son bien largos. Cuando edite la historia ya sacaré todo el relleno y eso, ahora solo estoy enfocada en escribir y terminar jeje

Pobre Charlie, no se le hizo

¿Qué creen que esté pensando Georgina?

¿Qué creen que esté pensando Ginna? Ella iba con Georgie en el auto, so... escuchó las respuestas

¿Se dieron cuenta de lo que pasó aquí? ¿SE DIERON CUENTA?

jajajajaa

Eso es todo

Nos leemos luego, gracias por leer, les amo juju <3

*besito en su cuero cabelludo, ahre*

Cambio y fuera.

-🌼🏳️‍🌈

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top