11 || EL ARTE DE LOS RECUERDOS (PARTE I)
GEORGINA
Willowhook era un pueblo de ferias, diseñado para los turistas sedientos de tierra, campo y un sentimiento hogareño. Parecían darle a toda esa gente justo lo que querían ver de Kansas, pero con la exageración y el dramatismo propio de los nativos.
La feria de los girasoles estaba en pleno apogeo, y Georgina se preguntaba si la había visto tantas veces antes de verdad, pues cada que volvía a verla, le parecía mucho más grande que todas las veces anteriores.
Siempre le parecía que crecía y tenía algo diferente, aunque fuese el mismo lugar.
Con Charlotte, asistían cada año, al menos lo hacían desde que se conocían. A los nueve años, todo les parecía gigantesco, por más pequeño que fuese en realidad.
Recordaba hacer correr a Charlie para colarse en la fila de la rueda de la fortuna, o hacerla arrojar un balón de baloncesto a una tina en algún puesto para ganarse un peluche gigante, y aunque bien podría hacerlo ella misma, pues los deportes eran lo suyo, prefería observar a su amiga hacerlo. Comían palomitas de maíz en la función del circo, al salir, cenaban perritos calientes mientras veían los fuegos artificiales alzarse sobre ellas —aunque a Georgina no le gustaban para nada, le recordaban al sonido de los disparos, y no le gustaba recordarlos—, después se atragantaban con algodón de azúcar y, al final, Georgina terminaba durmiendo sobre el hombro de Charlotte de regreso a casa o, en su defecto, la casa de Charlie, aunque ella siempre la sintió como propia.
Disfrutaba tanto de la adrenalina que le provocaba la montaña rusa y el viento azotarse en su cara con bravura. Le encantaba quedar en la punta de la rueda de la fortuna cuando se detenía porque así podía ver los inmensos campos de girasoles, o trigo, o mazorcas, lo que fuera, extenderse por todos los alrededores. Incluso de noche, desde ahí arriba, alcanzaban a verse las luces lejanas de Paramont Ville si volteabas hacia el sur, y si tus ojos se perdían en el norte, podías ver los faroles de West Cloud. De pequeña, podía jurar que incluso alcanzaba a ver su casa. Le gustaba el olor de Charlie. Amaba llevar el cabello suelto porque el viento lo mecía a libertad. Y adoraba el olor a tierra mojada cuando los sistemas de riego de las cosechas se activaban y ella corría junto a su compinche a mojarse mientras reían debajo del agua cayendo a chorros.
Amaba ser libre.
Su padre acababa de marcharse, y Georgina se sentía más libre que nunca así, con su amiga y nada más. No necesitaba ninguna otra cosa para ser feliz.
Pero no duró demasiado, pues cuando mamá no pudo resistir estar sola por más tiempo y comenzó a llevar hombres a su casa... Digamos que Georgina descubrió que las cosas siempre podían ponerse más feas de lo que estaban o estuvieron alguna vez.
La primera vez que uno de los hombres de su madre le puso una mano encima, fue a los once, cuando le pintó un bigote a Thomas Jefferson. En su defensa, el hombre era muy feo.
Su madre no le dijo nada al sujeto, al contrario, la reprendió a ella por rayar el billete.
La segunda vez, en el verano de sus doce, fue porque Georgina se había negado a pedirle prestado a los tíos de Charlie dinero. El novio de su madre quería comprar un arma. Aún recordaba cómo la había aventado al suelo y cómo su espalda chocó contra el cajón de una de las alacenas de la cocina, antes de que saliera por la puerta principal hecho una fiera.
Su madre no la llevó al hospital, así que la espalda le dolió durante un mes como consecuencia.
La tercera fue el verano de sus trece. El sujeto le pegó porque Georgina era demasiado quejumbrosa. ¿Él tocaba su ropa y ella se iba a quedar callada? Claro que no, nunca se le dio bien eso de no hacer nada.
Le dio un a bofetada con la mano llena de anillos y le habría dado más golpes si su madre no hubiese llegado a casa.
Siempre era lo mismo, los golpes sucedían cuando mamá no estaba presente, y cuando Georgina se lo contaba, ella la apartaba como si fuese una mosca, una molestia, y le decía que no volvería a suceder. Claro que no volvía a suceder con el mismo hombre, porque se iban, su madre los corría. Pero apenas llegaba el verano siguiente, llevaba otro hombre, y el ciclo se repetía.
Cuando cumplió los catorce y el nuevo sujeto llegó, se dio cuenta de que tenía problemas, porque su cuerpo había empezado a desarrollarse y, tristemente, él se había fijado en eso.
Todo fue horrible a partir de ahí, más horrible de lo que era siempre.
Su madre los corría cada vez que ella le contaba lo que ellos le hacían cuando se negaba a sus sugerencias. Pero hasta ahí llegaba su buena voluntad por Georgina, pues jamás la llevó a un hospital, o a terapia, de hecho, pocas veces le hablaba si no era algo estrictamente necesario.
Y así fue, hasta que llegó el turno de Rick.
Ese maldito era astuto. Era de aquellos que se conformaban con mirar, pero a Georgina le molestaba que la mirara, le molestaba todo de él. Odiaba que manipulara a su madre para que hiciera todo lo que quisiera. Odiaba que tratara de manipularla a ella también. Odiaba que mirara a Charlie cuando acompañaba a su madre a recogerla a la escuela, desde el auto entre los matorrales, sin que nadie supiera que estaban ahí hasta que el motor sonaba. Odiaba que él fuera astuto y que no hiciera nada para no ganarse el odio de su madre, pero a la vez lo hiciera todo.
No tocaba, pero sí miraba. No gritaba, pero sí insinuaba. No golpeaba, pero sí amenazaba.
Todo así, hasta que se compró a mamá, y todo eso de fingir le quedó demasiado corto.
Cuando le robó el dinero, la primera vez que la golpeó y su mamá lo vio y no hizo absolutamente nada, Georgina supo que las cosas no iban a cambiar, supo que tenía que actuar.
Y ahí estaba, observando embelesada la feria de los girasoles con un burrito vegetariano envuelto en papel ecológico en cada mano. La gente entraba y salía con enormes sonrisas plasmadas en el rostro, música sonaba proveniente de un cacharro musical en la entrada y los gritos eufóricos no se hacían esperar ni un segundo.
Georgiena siguió observando.
Camina. Ahora. Muévete. ¿Sabes caminar no?
—No me hagas preguntas intelectuales —se respondió a sí misma en un susurro.
No se había dado cuenta de lo mucho que su vida había cambiado en tan solo unas horas. ¡Horas! Dios, ¿cómo podía la vida cambiar en tan poco tiempo y sentirse como si hubieran pasado décadas?
Llevaba dos días fuera de casa, lejos de su madre, y por un segundo se le olvidó todo lo que había pasado antes de salir de ahí.
Le gustaba olvidar todo eso, pero no le gustaba mucho que el recuerdo de Charlie también desapareciera cuando olvidaba todo eso, todo lo feo, porque Charlie no era nada feo en su vida. Entonces, ¿por qué dejaba de pensar en ella cuando se olvidaba del pasado?
Sacudió la cabeza y giró sobre sus talones, obligando a sus pies a alejarse del puesto de burritos.
El atardecer estaba cayendo, con sus tonos rojizos, naranjas y rosados inundándolo todo. A Ginna, incluso, con su cabello entre marrón y rojo, la rodeaba un aura de colores cálidos.
Bastó un segundo, un solo segundo al verla para que la mente de Georgina volara al momento del beso. Y también bastó un segundo —o el pensamiento de una persona— para que el recuerdo se desvaneciera.
Tenía hambre, su estómago se lo venía recordando desde que se llevó a Ginna de la cafetería en medio de la carreta, y eso era lo único en lo que quería pensar.
Comer hasta morir, sí, le parecía adecuado.
Comer siempre era adecuado.
¿Cómo era que decía el dicho? ¿Mas vale barriga llena que camarón dormido? Algo así recordaba Georgina.
—No sé de qué lo querías, pero te compré un burrito vegetariano —anunció mientras tomaba asiento junto a la castaña.
Ginna le dirigió una mirada fugaz y sonrió, para después regresar la vista hacia el atardecer.
Georgina lo pasó por alto, pero estaba segura de que la chica le estaba dando demasiadas vueltas a algo que tenía demasiada explicación y sin embargo no estaba dispuesta a dar ninguna.
Subió las piernas sobre el banco, colocándose en posición de cazuela, y comenzó comer el burrito.
Habían dormido todo el día, o al menos lo intentaron, pues el hambre que se les había quedado a ambas era tan grande, que las tripas no dejaban de recordárselos. Y así fue como terminó pidiéndole su dinero a Ginna para comprar algo de comida.
Observó a Ginna por el rabillo del ojo, quien le sonreía a Pasha mientras le aventaba pedazos de tortilla que la perrita atrapaba con saltos bien premeditados.
Se chupó los dedos y tragó saliva antes de hablar.
—¿Quieres que regrese a comprarle algo a ella?
Ginna negó con la cabeza.
—Se nos va a acabar el dinero... —susurró.
En realidad, el dinero que les quedaba no alcanzaba para absolutamente nada más que no fuera comida. Dudaba que fuera suficiente para pagar un autobús.
—Podemos comprarle algo, igual tendremos que caminar hasta Paramont.
—No quiero caminar más.
Por la manera en la que lo dijo, Georgina supo que a su compañera ya se le estaban acabando las energías. Se le apachurró el corazón.
Se supone que no tenemos sentimientos, se recordó.
—No podemos hacer otra cosa, Ginna. Quizás desde Paramont sí nos den un aventón hasta Kansas...
—¡No! Aventones no.
Georgina rió mientras le daba un mordisco al burrito. Se acomodó sobre el banco de madera y se agachó para subir a Pasha a sus piernas. La perrita se acomodó moviendo la cola, dejando que siguiera alimentándola, esta vez con su propio burrito.
Ginna la miró con agradecimiento. Georgina evitó su mirada.
Un olor a tierra mojada le llegó de repente, y supo que las regaderas en los campos de cultivo ya se habían activado.
Soltó un suspiro mientras dejaba que su nariz se deleitara con el olor.
—Qué ganas de comer tierra... —murmuró.
Ginna se atragantó.
Georgina se puso alerta, creyendo que iba a morirse pero, después de unos segundos, se relajó al ver que solo se estaba riendo... Aunque quizás también se estaba atragantando, no lo sabía.
—¿Qué? ¿De qué te ríes? —interrogó.
—De ti —pronunció la castaña sin ninguna pizca de vergüenza.
—Ah.
—¿Cómo vas a comer tierra?
La castaña se pasó el dorso de la mano por la comisura de la boca, quitando los restos de comida de ella. Georgina tuvo que apartar la vista antes de que su mente recordara el beso.
—¿Qué? ¿Tú no la has comido? Todos los niños lo hacen.
—¡Claro que no! —respondió Ginna con una sonora carcajada que contagió a Georgina, quien sintió cómo las comisuras de su boca se elevaban lentamente ante el sonido ligero pero presente de la risa de su compañera—. Yo jamás he comido tierra. Mi madre no me hubiese dejado.
—Bueno, pues tu madre debió ser alguien con escrúpulos.
Omitió el hecho de que la suya no. O quizás sí, solo que no con ella.
Recordar a su mamá era como despertar y tener en el recuerdo un sueño borroso. Sabía que la había cuidado cuando era niña, pero solo lo suficiente para que sobreviviera. La había amamantado el tiempo suficiente. La había mantenido lejos del jardín de niños el tiempo suficiente. Y le había dado el dinero que necesitaba para la escuela el tiempo suficiente. Siempre fue solo lo suficiente. El dinero suficiente, la educación suficiente, el amor suficiente.
—Lo es —Ginna siguió diciendo—. Pero también es divertida.
—¿Ya me dijiste por qué quieres ir a Kansas?
Vio a la castaña darle un mordisco a su burrito mientras asentía.
—Sí, te lo dije. Voy con ella, con mi mamá.
—¿Y por qué te fuiste? —cuestionó, pero enseguida se dio cuenta de que quizás estaba siendo un tanto entrometida... Pero, bah, ni siquiera le importaba serlo—. Si tanto la quieres, por qué alejarte de ella.
—Porque estaban pasando... cosas en mi casa. —Ginna se removió sobre la banca, incómoda. Desvió la mirada y al poco tiempo, Georgina se dio cuenta de que había adoptado la misma pose que ella, con las piernas en forma de cazuela y se echó un poquito hacia adelante, como si eso hiciera que estuvieran en privado—. La gente creyó que eso no era bueno para mí. Decían que no era un ambiente apto para una niña así que me fui a una linda casa de vacaciones. Pero no iba a quedarme ahí, así que tomé mis cosas y me fui. Mi mamá es para mí, lo que Charlie es para ti. Mi ancla, y yo era la suya. Siempre estuvo ahí para mí, creo que lo más justo es que yo también lo esté para ella.
Georgie sabía que su mamá había estado presente en su vida, solo que le costaba bastante recordar exactamente un momento. Incluso cuando su padre le disparó y Georgina escuchó la conversación que ellos tenían mientras despertaba, su mamá solo le reclamó lo suficiente. Y luego su papá se fue, y entonces sí, su madre se lo reprochó hasta el cansancio.
—¿Para una niña? —preguntó entonces, recordando esa parte de la confesión.
—¿Qué?
—Dijiste que creyeron que era demasiado difícil para una niña, ¿hace cuánto fue que todavía eras una niña?
Acarició a Pasha, que al parecer ya se había quedado lo suficientemente satisfecha para dejar de pedir tortilla y acurrucarse entre sus piernas. Sin darse cuenta, el silencio ya se había propagado entre las dos chicas.
Levantó la mirada, solo para ver a Ginna moviendo la agujeta de sus zapatos negros, probablemente antes bien lustrados, ahora llenos de tierra y lodo.
—¿Eres mayor de edad, verdad? —El miedo en su voz la hizo darse cuenta de que, en realidad, y por más que intentase convencerse de lo contrario, quería volver a besarla, pero claramente no lo haría si estaba besando a una niña. Ella ya tenía 18, podía ir a la cárcel, y se negaba a hacerlo si no era por exceso de facha.
Ginna levantó el rostro, pero no la miró a los ojos cuando dijo:
—Sí, lo soy. Es solo que... la gente aún me veía como a una niña. Mi mamá ni siquiera me dejaba usar gel para que el cabello no se levantara...
Georgina soltó una carcajada burlesca que no pudo acallar.
—¡No puede ser! —soltó entre risas escandalosas.
—No te rías, estoy diciéndote que me tomaban por una niña.
—Y, ¿qué? ¿También te obligaban a ir a dormir a las seis de la tarde?
—Pues sí... ¿No es normal?
Georgina dejó de reír cuando supo que estaba hablando en serio.
—No me jodas. ¡Eras como un rehén!
—¡No era un rehén! Mis padres se preocupaban mucho por mí. Además, no era como que tuviera amigos.
—¿Por qué? ¿Tampoco te dejaban?
—No conocía a mucha gente. Tomaba clases en casa así que...
—Así que no sabes nada de la vida. Comienzo a preguntarme por qué quieres tanto a tu madre.
Ginna arrugó la nariz y volteó la vista hasta los últimos rayos del sol.
—La amo. ¿Acaso tú no quieres a la tuya a pesar de todo lo que hizo mal?
Sí. Amaba a su madre, pero a veces pensaba que era solo porque se supone que es lo que haces con las madres, ¿no? Los niños amaban a sus mamás, y Georgina no era la excepción. La seguía amando, y deseaba que, allá en su casita medio desecha y calientita, su mamá entendiera que irse era lo mejor que había podido hacer en sus precarias condiciones, y deseaba que entendiera, que supiera alguna vez, que no había sido por ella. Que Georgina no la culpaba por culparla, por dejarla a su suerte en el mundo. Que Georgina aún esperaba que ella también se salvara, aunque no estuviese ahí para verlo.
Aún sentía el peso de haberla dejado atrás, pero así era mejor.
—Claro, amo a mamá —aceptó, comenzando a rascar la madera del banco donde aún tenía las piernas apoyadas, escuchando la respiración pesada de Ginna. Se dobló hasta que su cabeza quedó apoyada sobre Pasha—. A veces pienso que ella me odiaba, pero luego recuerdo cosas como que me enseñó a bailar para ir con Charlie a la graduación del colegio, o...
—Un segundo —interrumpió Ginna—. ¿Sabes bailar?
Georgina se puso recta y soltó una tenue risa.
—Claro, perrear es mi especialidad.
Y mientras Ginna reía, un anunció comenzó a sonar por los parlantes dentro de la feria de los girasoles. Georgina lo reconoció como el mismo anunció que se transmitía en la mañana en la cafetería, aquel al que no quiso prestar atención por tratarse del alcalde, sin embargo, ahora que recordaba, Ginna había dicho que le robó un auto al alcalde...
Ates de que pudiera prestar completa atención, Ginna habló.
—¿De verdad sabes bailar?
Asintió con aire distante, todavía intentando escuchar lo que se decía por los parlantes.
—¿¡Escuchas eso!? —aquel grito hizo que Georgina perdiera el hilo del anuncio y se concentrara en la castaña que frente a ella se ponía en pie—. ¡Amo esa canción!
Cuando esos ojos marrones encontraron los ambarinos de Georgina y le tendió la mano, no pudo evitar entrelazar sus dedos con los de ella. Su piel era suave, justo como recordaba que se sentía contra su propia piel. Le gustaba sentirla y, por primera ves después de mucho tiempo, deseó que alguien la tocara.
Eso, hasta que Ginna dijo:
—Demuéstrame que sabes bailar.
—Yo... Yo solo conozco el... el arte del perreo intenso. Pero qué cara... ¡AAAHHH!
La jaló con brusquedad para ponerla de pie. Georgina tuvo que desdoblar las piernas lo más rápido que pudo para no irse de bruces contra el suelo. Pasha se levantó y saltó al piso al mismo tiempo que Georgie plantaba sus pies en la tierra. Y entonces las tres corrieron hasta una clase de gramola que Georgina recordó haber visto cuando fue a comprar los burritos, justo en la entrada de la feria.
Ginna la soltó, y por la velocidad con la que Georgina había corrido, dio un par de traspiés hasta lograr detenerse.
De la gramola salía una melodía que Georgina reconoció como algo entre jazz y hip hop. Cuando volteó hacia atrás, pudo ver cómo Ginna sonreía de oreja a oreja, con las manos juntas sobre el pecho y las cejas alzadas. Supo que no se estaba burlando de ella, sino que de verdad le emocionaba verla bailar.
Una sonrisa traviesa se apoderó del rostro de Georgina.
Rebuscó entre los bolsillos de sus licras y sacó una liga con la que se ató el cabello en una alta coleta de caballo. Varios risos oscuros se le escaparon, formando una especie de copete extremadamente rizado sobre su frente. No le importo, tampoco se fijó en las personas que la vieron acercarse de manera digna hacia el frente de la rocola.
En el centro del terregal, donde la gente no pasaba, donde Ginna la podía observar desde casi cualquier ángulo, Georgina cerró los ojos y comenzó a memorizar el tap tap que marcaban los sintetizadores en la canción. Una retahíla de aplausos se unieron al ritmo y los memorizó también.
Cuando la voz del cantante se hizo oír, Georgie ya se estaba moviendo, con una enorme sonrisa plasmada en el rostro y el corazón latiendo como una bomba contra reloj.
Su mamá sí la había enseñado a bailar para ir con Charlie a su graduación, por más pequeña que fuese, sin embargo, la razón principal por la que sabía bailar, eran las estrafalarias tendencias de Marcus por escaparse a las dos de la madrugada para ir al karaoke del pueblo. Y para su buena o mala suerte, a Georgina le había gustado.
Le gustaba cualquier cosa que hiciera a su cuerpo moverse y hacerla sentir que su corazón seguía latiendo. Como el soccer, el cardio, atletismo... el baile.
Sus pies marcaban los compases, sus manos guiaban su cuerpo y sus caderas le daban el toque de ligereza y fluidez que se necesitaba. En algún momento, el gorro que estaba en su cabeza había caído al suelo, pero Georgie ya no estaba concentrada en nada más que el atronador latido irracional de su corazón, la sensación del viento en sus oídos mientras giraba y el sonido de la tierra ser bailada bajo sus pies.
Jamás se había sentido tan libre. Llena de adrenalina causada por algo tan sano como el baile. Por unos grandes instantes olvidaba lo increíble que era estar con Marcus dentro de una cabina a prueba de ruido, bailando y cantando hasta que sus pulmones le permitían. No quería volver a olvidarlo. No quería dejar de ser libre.
Cuando abrió los ojos, no supo recordar en qué momento los había cerrado, pero sí supo que lo único que pudieron percibir, fue el rostro pálido de una chica de cabello marrón rojizo con una enorme sonrisa plasmada en sus rasgos. Ginna aplaudía y saltaba, también gritaba algo como: ¡Sigue bailando! ¡Sigue, no pares! Pero Georgie solo estaba concentrada en que sonreía por ella. Por nadie más que ella.
No lo pensó, solo corrió hasta ella con la mano estirada. Ginna la observó con los ojos muy abiertos, sin dejar su sonrisa brillante de lado, titubeó, entonces Georgie dijo:
—¿Confías en mí?
Ginna miró a sus costados, observando algo que Georgina no podía ver, pues su mirada estaba puesta solo en la figura de la castaña. Cuando sus ojos se volvieron a encontrar, Ginna dijo algo que de alguna forma le calentó el corazón.
—Solo en ti.
Y sin más, la jaló hasta la improvisada pista de baile.
La hizo girar sobre sus talones, dejando que su cabello volara por doquier, alejándola de su cuerpo para después atraerla de vuelta. Ginna ladeó la cabeza mientras trataba de seguir el ritmo y la hacía girar. Jadeante, le susurró a Georgina:
—Atraes la atención de todos. —Aunque quizás no fue un susurró, pues reverberó en cada parte de su cabeza.
—Solo quiero la tuya.
La soltó y corrió, huyendo de lo que acababa de decir, hasta una de las bancas fuera de la feria, sin importarle la gente y lo que pudieran decir, y se subió en ella, moviendo las caderas y alocando su cabello con las manos, recorriendo su cuerpo con ellas.
Estás chiflada.
Sí, lo estaba, pero le reconfortaba encontrar sentido a aquella locura o estupidez.
Se bajó de un brinco ruidoso de la banca, al tiempo que un centenar de aplausos se escuchaban en la canción. Sus ojos se encontraron con los de Ginna a unos metros, que seguía bailando y riendo. Corrió hasta ella y volvió a estirar una mano en su dirección, esta vez, Ginna no dudó ni un segundo, amoldó su palma a la de Georgina y dejó que le diera un vuelta que hizo a la sudadera atada en su cintura parecer una falda y su cabello una capa.
En el último aplauso, aquel que marcaba el fin de la canción, Georgina atrajo a la chica hacia sí, enredando su brazo en su cintura, sus rostros a solo un par de centímetros, haciéndolas quedarse a ambas muy quietas.
La música cesó, y por un momento, no escuchó nada. Nada, excepto el sonido irregular de sus respiraciones, aquellas que lograban que sus pechos se tocaran cada tantos segundos y que su corazón diera repetidos vuelcos asustados pero gloriosos.
Y entonces lo escuchó. La oleada de un ruido que palpitaba en sus oídos, algo que creyó escuchar mientras bailaba. Aplausos. Pero aplausos que se dio cuenta no provenían de la canción, sino de personas. Personas reales.
Tragó saliva.
Tuvo miedo de voltear, así que centró sus ojos en los de Ginna, lo cual fue una idea estúpida, pues eso solo la hacía querer besar a la chica.
Malditas hormonas...
Escuchó también los ladridos de Pasha, así que prefirió voltear la mirada en su búsqueda. La encontró a un lado de su gorro, tirado en el suelo. La perrita tenía el hocico pegado al suelo, con la lengua de fuera, moviendo el trasero en círculos, agitando la cola y dando pequeños saltitos de vez en cuando.
Georgina soltó una risa, fue ahí cuando su mirada se perdió en el gorro, y en la gente que pasaba y dejaba caer cosas dentro. Levantó la vista, y esta se perdió entre el mar de gente que formaba una media luna a su alrededor, aplaudían y reían, observándolas.
—Pero... ¿Qué hice? —soltó a la nada, todavía con la respiración pesada.
—¡Conseguiste dinero! —chilló Ginna, enredando sus brazos en su cuello.
Georgie no se quejó, le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí.
—Fue una locura, Georgie —le susurró la castaña al oído—. Te pusiste a bailar y la gente empezó a quedarse a verte, y entonces ¡boom! ¡Comenzaron a dejar dinero en el sombrero!
—Pobres ilusos, si superan que los he estafado...
Ginna se separó lo suficiente para que se pudieran ver a los ojos, tomó su cara entre sus manos con movimientos dubitativos, cuando vio que esta no le reprochaba nada, relajó las manos sobre sus mejillas.
—No los estafaste —le dijo—. Lo que hiciste fue increíble.
Georgina se encogió de hombros, con sus manos aún sobre la cintura de la castaña.
—Me gusta el deporte, y el baile lo es, requiere de bastante resistencia. Es una suerte que también sea arte... Y que a la gente que viene a este lugar le guste el drama.
Cuando las personas se dispersaron, Georgina fue a recoger el gorro del suelo. El blanco estaba completamente lleno de tierra, y el negro que representaba las manchas de una vaca no se salvaba.
Incluso cuando se sentaron en la banca sobre la que Georgie bailó, Pasha seguía eufórica, corriendo de un lado a otro, deteniéndose solo para menear el trasero y causar las risas más escandalosas —si es que era capaz de reírse de manera escandalosa— de Ginna.
—¿Y? —cuestionó de manera desesperada la dueña del can—. ¿Alcanza para un autobús? ¿Ya no tendremos qué caminar?
Georgina levantó la mirada. Sus ojos observaron a Ginna con tristeza, casi con lástima.
La sonrisa de Ginna desapareció.
—¿Qué? ¿Qué pasa, Georgie?
—No nos alcanza para un autobús. —Casi creyó que Ginna iba a echarse a llorar tras esas palabras, entonces decidió agregar, con las cejas alzadas y una sonrisa creciente—: ¡NOS ALCANZA PARA CINCO PUTOS AUTOBUCES!
Ambas chillaron. Georgina guardó el sombrero con rapidez en la bolsa de la sudadera que Ginna llevaba aún atada a la cintura. Se pusieron de pie, se abrazaron y comenzaron a dar saltos. Era seguro una escena ridícula, digna de capturar para un albúm con momentos con los que se podrían sobornar a Georgina. Ella pagaría para que Marcus no se enterase de aquello, y Marcus seguro pagaría para poder verlo y burlarse después en su cara.
—¡Estoy tan feliz! —sollozó Ginna.
—¡Yo también! ¡Podría volver a besarte!
—Oh, mierda. No puede ser.
Georgie arrugó la nariz y se separó.
—Oye, sé que no huelo muy bien ahora, ¿si? Acabo de sudar el burrito que me comí, pero no es necesario que me rechaces así...
—No. No me refiero a eso —la calló la castaña. Incluso Pasha se quedó en silencio—. Me refiero a eso.
Ginna la tomó por los hombros. Le sorprendió que, siendo tan chiquita, fuera capaz de voltearla sin esfuerzo. Aunque quizás fue porque Georgie comenzaba a ponerse blandita cada que ella la tocaba.
Cuando estuvo en el ángulo que Ginna quería, la chica estiró una mano sobre su hombro y señaló un auto a la lejanía.
—¿Qué? ¿Quieres una carcachita de esas? No nos podemos comprar eso con el dinero, Ginna, no seas...
—¡No, Georgie! ¡Es el auto!
—¿Qué auto?
Casi creyó sentir cómo Ginna se jalaba el cabello con frustración.
—¡El auto! ¡El que te dije que robé!
—Un segundo —interrumpió, con el ceño más fruncido que nunca—. Te robaste un auto, pero... ¿El auto ahora está aquí?
—No, no, no —corrigió la castaña—. Robé un auto, lo dejé aparcado mientras hacía pis y, cuando regresé, alguien se estaba llevando el auto.
—Ah, ladrón que roba ladrón. Agarra a Pasha.
—¿Agarrarla para qué?
Era notable que no le importaba mucho, pues sin esperar respuesta, hizo lo que Georgina le decía.
—Pues para ir a recuperar el auto. Si esa persona no tiene temor de Dios, pues que le tenga temor a una lesbiana que está hasta la puta madre de caminar.
Tomó la mano de Ginna y la arrastró por el camino de tierra hasta donde el auto descansaba aparcado.
Incluso desde lejos, pudo ver que alguien estaba tomando una siesta en el lugar del conductor, con el asiento reclinado tanto como se podía. Ginna susurraba no's constantes, los cuales Georgina se pasaba por el culo.
Apretó la mano de Ginna con la suya, intentando que aquel gesto transmitiera confort, más no supo si funcionó.
Aporreó la ventanilla con el puño.
—¡Oye, pedazo de mierda no biodegradable! ¡Despierta!
El hombre que estaba dentro se levantó como si le hubiesen prendido una mecha en el trasero. Se quitó el gorro que había estado cubriendo su rostro y miró a Geogie.
En ese instante, se quedó paralizada.
Supo lo que era sentir que el tiempo se detenía a su alrededor.
La ventanilla bajó, y el hombre dijo:
—Georgina...
Ella sin embargo, tartamudeó:
—¿Pa... papá?
🏳️🌈🏳️🌈🏳️🌈🏳️🌈🏳️🌈🏳️🌈
TIN, TIN, TIN, TIIIIIN
(imaginen que eso fue una música de suspenso, porfa jaja)
¿Qué tal?
¿Cómo andan?
Espero que bien, y si no, les mando super buenas vibras y que todo en sus vidas se ponga mejor <3
¿Qué les pareció el capítulo?
Esta es la canción que yo escuché mientras escribía la escena de Georgie bailando:
https://youtu.be/o9kXBXGY6Yk
La historia está llegando a la mitad, será cortita, ya lo había dicho, así queee... Si quieren ir rezando, adelante jaja
¿Alguien más se une al club de "progenitor de Georgie tieso porfa"?
¿Cómo creen que Georgina reaccionará?
¿Y Ginna?
¿Algo extraño que hayan notado hasta ahora?
Yo ya he ido dejando pistas juju, están ahí, relean kshfdjxska
Graciaaas por leer, les amo, nos leemos la próxima semana. Lamento no haber actualizado la pasada, pero ya, me estoy poniendo las pilas, lo prometo <3
*besitossss*
Cambio y fuera.
-🌼🏳️🌈
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