10 || EN LAS NOCHES DE VERANO

CHARLOTTE

En el camino desértico hacia Paramont Ville, el pueblo que colindaba con Kansas City, el último que cierta chica rizada tendría que cruzar, la noche se comía cada rastro de paciencia en la mente de Charlotte, quien sentía los músculos de las piernas demasiado cansados.

El moribundo auto de su abuela era, por decir poco, una mierda.

Charlotte no había querido decirlo en voz alta, pero estaba segura de que ese auto tenía cien años existiendo en este mundo, no lo dudaba. Apenas se subió en él esa mañana, la carcacha había rechinado de una forma que a ella solo le pareció sospechosa, pero lo dejó pasar, y luego, cuando se adentraron en la carretera y estaban a pocos kilómetros de aquel pueblo, el auto simplemente decidió dejar de andar.

Su única opción, sin señal en medio de la nada: empujar el auto.

Tenía las piernas cansadas, no sabía cómo era que su abuela seguía empujando sin quejarse ni un momento. Charlotte ya estaba sudando, llevaba un rato haciéndolo, aún con esa brisa fresca de la noche. No iba a dejar de empujar hasta que su abuela lo hiciera.

El clima se le antojaba amargo y a la vez relajante. No hacía frío ni calor, estaba templado, justo como a ella y a Georgie les gustaba.

Recordó cómo se sentía dormir con ella, con su amiga, en las noches de verano. Cómo el cabello de la chica le acariciaba la cara mientras ella intentaba no observarla tanto al dormir, como una completa psicópata. Cómo el cuerpo oscuro de la rizada se amoldaba tan bien al suyo, dándole la espalda, cuando ella le pasaba disimuladamente un brazo por la cintura y se acercaba. Cómo el aroma a coco inundaba sus sábanas, su ropa, su habitación entera.

Sin comprender cómo ni por qué, la esencia de Georgie se había quedado impregnada en ella. Y no hablaba de su olor, si no... de ella, Georgie. Charlotte la sentía cerca aunque no supiera dónde mierdas estaba.

Solo un poco más, Georgie...

Aún recordaba el momento exacto en el que le había dicho esas palabras. Se arrepintió tanto de hacerlo, de animarla a ir tras el perro. Sabía que Georgie aún tenía pesadillas con ese día, que la atormentaba, aunque no se lo dijera.

A veces Georgie hablaba en sueños, y Charlotte sentía ese golpe duro y seco contra su corazón, quizás hasta contra su propia alma, si es que existía, cuando no eran solo palabras lo que salían de los labios de su amiga, sino sollozos silenciosos.

¿La había escuchado llorar? Claro, muchas veces.

¿Georgie la había escuchado llorar a ella? Sí, aunque eso fue cuando eran más pequeñas.

Cuando...

—Abu, podemos... ¿Podemos parar? —jadeó.

—¿Parar? ¿Ya te cansaste?

—¿No...?

Apretó los dientes, completamente consciente de que en realidad sí, ya estaba cansada. No le convenía forzar a su cuerpo a dar más de lo que podía, ya lo había hecho muchas veces en las prácticas de soccer, intentando ganarle a Georgie, y cada vez había terminado peor que la anterior.

—Charlie, ya casi llegamos...

—¿Ya casi? —se quejó—. ¡Eso dijiste hace dos horas!

—Fueron quince minutos, Charlie...

—No, no, fueron dos horas, eran las...

—Sí, sí. —La mujer dejó de empujar y Charlie lo hizo también, estaba jadeando, y le molestó ver a su abuela con el mismo peinado con el que salió de casa, recargada en su palma contra la cajuela del auto, mirándola—. ¿Te subes tú o me subo yo?

Frunció el ceño mientras se doblaba sobre su estómago y se sobaba las piernas.

—¿Subirme a qué?

—¿A qué más, Charlie? ¡Al auto!

—No me subiré a tu carcacha, Abu, lo siento, pero la odio.

Su abuela rodó los ojos y se arremangó las mangas de la camisa azul floreada que llevaba puesta. Sacudió la mano en su dirección y Charlie la vio moverse hacia el auto.

—Esta bien, entonces yo me subo a intentar echarlo a andar mientras tú empujas...

—¡No! —Se apresuró a tomarla del brazo. Sonrió mientras su abuela la miraba con las cejas alzadas—. Yo me subo y tú empujas.

—Bien, pero enciende la radio, me aburro sin ruido.

—De acuerdo.

Caminó hasta abrir la puerta del conductor. El interior del auto blanco era todo lo contrario. Los asientos negros, con las paredes verde olivo y ese peculiar olor a hiedra.

Charlie se acomodó en el interior del auto, encendió la radio y colocó una mano en el volante mientras la otra se dirigía hacia las llaves.

Hace unos meses —pronunciaba la voz de una reportera en una de las emisoras de la radio—, el alcalde junto a su esposa tomaron la decisión de asistir a un asilo de niños huérfanos, donde se encariñaron de uno en especial. Ad...

La noticia había estado volando por cada canal informativo en la televisión. En los comerciales, en los inicios de cada programa y telenovela que su abuela veía, ahora incluso en la radio. Charlie sabía que el caso era grave, pero estaba harta, así que cambió de emisora. Mr. Blue Sky comenzó a sonar, y cuando su abuela no se quejó, dejó que la música inundara el auto.

—¿Aún no la encuentran?

Charlotte dio un brinco sobre el asiento cuando la voz de su abuela se escuchó justo a su lado. Se giró con los ojos muy abiertos solo para ver a su abuela observarla, recargada sobre la ventanilla con el vidrio bajo, con las cejas alzadas.

Se encogió de hombros.

—Supongo que no si siguen pasando la noticia. ¿Enciendo en auto?

—A mi señal.

—De acuerdo.

Su abuela regresó a la parte trasera a paso rápido.

Charlotte levantó la mirada hasta el espejo retrovisor, intentando ver a la mujer dar la bendita señal, sin embargo, se perdió en su propio reflejo. Sus ojos medio rasgados y verduscos le devolvieron la mirada, por alguna razón, no se veían como antes. No se veían como cuando llegó a Kansas City, con el sueño creciente en la mirada de cambiar. De ser alguien mejor.

Cerró los ojos con fuerza para apartar el horrible pensamiento.

Es por Georgina. No te da paz.

No. Georgina no era el problema. Ella no era un problema. Y Charlotte no era más feliz sin ella.

Sin embargo, no podía evitar pensar en por qué no se le había pasado ni una sola vez por la cabeza la pregunta que todos se hacían cuando amaban tan intensamente a alguien: ¿qué haría sin ella?

No. Charlie no se lo había cuestionado ni una sola vez, se había alejado a la primera oportunidad que tuvo. Y le daba miedo, porque a veces creía que eso significaba que quizás no quería a Georgie tanto como pensaba. Quizás su corazón la engañaba.

—¡Charlie, maldita sea, te estoy hablando!

Charlotte parpadeo y abrió los ojos para ver a su abuela por el espejo con las cejas arrugadas.

—¿¡Es qué estas pensando!? ¡Enciende el auto! —le grito por segunda vez.

No lo pensó, fijó la vista al frente y encendió el auto.

El motor chirrió y su abuela comenzó a empujar. Nada, no arrancó. Volvió a girar las llaves y el motor volvió a hacer eco por toda la desierta carretera. Lo intentó una vez más, pero no funcionó.

Dejó caer la cabeza sobre el volante y resopló.

—Mierda, mierda, mierda —recitó, como si de un mantra se tratara.

—Toc, toc.

Charlie levantó la cabeza, pero no miro a su abuela, de nuevo recargada sobre la ventanilla, se concentro en apretar con fuerza el volante en sus manos y mirar al frente con las mejillas sonrosadas.

—Te dije cinco veces que arrancaras el auto. ¿En qué pensabas que no lo hiciste?

Charlotte chasqueó la lengua.

Abrió la puerta y su abuela se hizo a un lado con los brazos cruzados y las cejas alzadas mientras ella salía del auto.

La ignoro, caminó hasta la cajuela, se subió en ella hasta llegar al techo del auto y se paró de puntillas con el celular elevado en lo alto. La señal no llegó.

De todas las llamadas que le había hecho a Georgie a lo largo de la mañana, ninguna la había contestado. Su abuela le había dicho que dejara de llamar, que le diera su espacio, y Charlotte se avergonzó porque, si no hubiese sido porque la señal dejo de entrar en su rango, habría seguido llamando.

—Mierda... —soltó una ultima vez.

Sintió que la barbilla le temblaba y tuvo que dejarse caer sobre la lámina del auto. Recogió las piernas contra su cuerpo, rodeó sus rodillas con sus brazos y hundió la barbilla entre ellas. Cuando miró al cielo, las estrellas brillaban, tanto que se mareó un poco.

Odiaba ver las estrellas. Lo odiaba porque se acordaba de sus padres. Lo odiaba porque le hacía sentir que todo estaba dando vueltas, y que no podía controlar nada.

Charlie siempre había sabido que no podía controlar todo a su alrededor, y lo que no estaba en sus manos, no intentaba ordenarlo, pero eso no significaba que no le molestara no poder hacerlo.

—¿Estás bien? —preguntó su abuela desde abajo.

Se limpió la nariz con la manga de la chamarra amarilla y volteó hacia abajo.

—No.

Su abuela ladeó la cabeza mientras la observaba con calma, sin presiones.

—¿Quieres hablar?

Ni siquiera tuvo tiempo de pensar, pues su cabeza se le adelantó y asintió.

Vio a su abuela caminar hacia la parte trasera del auto y cuando su mirada la perdió, sintió que el metal debajo de ella se hundía un poco más de lo que ya estaba.

El cabello espeso, con hebras combinadas de blanco, gris y negro, le cayó sobre el hombro cuando la mujer recargó la cabeza justo en ese punto. Ella recargó la suya contra de su abuela.

—Háblame —pidió.

Charlie se removió, pero hizo caso.

—Tengo miedo.

—¿Miedo de qué?

—De Georgie.

—Está grande, Charlie, estoy segura de que sabe cuidarse.

Soltó una risa nasal bastante ruidosa. Estaba bastante segura de que Georgie no sabía cuidarse sola, aunque esperaba que lo hiciera.

—No la conoces —fue todo lo que dijo.

—Me has contado bastante, creo que conozco lo suficiente. ¿Qué es lo que más te asusta?

—¿Todo? No lo sé, abu. Georgina tiene luna en piscis, lo cual la hace bastante sensible a... bueno, todo. La última vez que ella vio a su padre, le disparó en una pierna, ¿y ahora? Ahora una persona de la cual no tenía ni idea de su existencia intentó volver a dispararle. Tengo miedo de que ella se sienta mal y yo no esté ahí para apoyarla, ¿me entiendes?

Sintió que su abuela asintió.

—Pero no puedo estar con ella si no la encuentro, y no puedo encontrarla si no me contesta.

—Le gritaste cuando te dijo que esperaras, Charlie, solo por celos.

—No fueron celos —lo negó más que nada para sí misma—. Georgie me ha ocultado cosas y... es raro. Creí que nos contábamos todo.

—¿Tú le has contado todo?

Charlie sintió que su corazón daba un vuelvo.

No, no le había contado todo.

Un recuerdo se le pasó por la cabeza.


¿Alguna vez te has enamorado? —le había preguntado Georgie.

Estaban acostadas debajo de la cama de Charlie. La luz de la luna bañaba la habitación, menguada solo por los haces cálidos de una lámpara de aceite extraña que compró en una feria de los girasoles unos años antes. Georgie se había robado un bagre de un restaurante porque le dio pena que se lo fueran a comer, y en ese momento lo observaban dentro de una pecera que Charlie consiguió. El agua se volvía naranja bajo la luz de la lámpara, mientras el pez aleteaba de arriba a abajo y de un lado a otro.

Con aquella pregunta, Charlotte no pudo pensar en nadie más que en su amiga, acostada en ese momento a su lado, con sus manos juntas, una sobre la otra, debajo de su mentón, analizando con anhelo el movimiento del pez dentro del agua. Pensó en lo mucho que le gustaba su cabello, oscuro como el tronco de un árbol, en cómo su corazón se agitaba extrañamente cuando Georgie le tomaba la mano para hacerla correr cuando estaban en problemas. Se imaginó, por un mínimo momento, besándola. Pero no, no podía, porque tenían quince años y eran amigas. Las amigas no se besaban debajo de las camas de sus amigas a las doce de la noche mientras esperaban que los dueños molestos de un restaurante las encontraran.

Las amigas no querían besare entre sí. Había visto muchas películas como saber que eso no terminaba bien. Así que dijo:

—No. —Su voz carecía de convicción, así que se obligó a decir también—: ¿Y tú?

Contuvo la respiración más de lo que esperaba. Sabía que su rostro estaba enrojecido bajo la luz lunar del verano, y estaba agradecida de que Georgie no estuviera mirándola. Esperó la respuesta, con un miedo creciendo en su interior.

—Sí.

Cuando escuchó esa respuesta. Sintió que su corazón caía veinte pisos.

—¿De quién?

Georgina volteó la cabeza hacia ella. Sus gigantes ojos la observaban sin vacilar, brillantes, vivaces como siempre.

Abrió la boca para contestar, y entonces alguien abrió la puerta de golpe.

—Georgina, nos vamos a casa —había pronunciado la madre de la rizada.

No había esperado a que contestara, se agachó hasta tomar a Georgie del brazo y se la llevó a rastras.

Georgina no se negó en ningún momento. No forcejeó, no lloró, no gritó. Solo se dejó arrastrar mientras Charlie observaba.

Escondió la pecera bajo la cama para que al día siguiente pudieran dejarla en libertad, en el mar, justo como Georgie quería. Charlie se prometió a sí misma que, si su amiga le volvía a hacer aquella pregunta, esta vez no iba a mentir.

Pero Georgie nunca le volvió a hacer la pregunta...


No se lo he contado todo —aceptó entonces.

—¿Por qué? —preguntó su abuela.

—No lo sé.

—Pues quizás ella tampoco lo sabe, así que dale su tiempo, Charlie, que agarre la confianza para decírtelo si es eso lo que quiere. Y si no, entonces respeta que así sea. Si la quisieras, lo harías.

—Yo no la quiero.

—¿No?

—Yo la... la amo mucho. Tanto que a veces duele. Duele ahora que no sé nada de ella.

—Lo sé.

Se preguntó cómo era que su abuela lo sabía.

¿Era tan obvia? ¿O era que ese amor iba más allá de todo? Porque aunque dejaran de verse, Charlie sabía que seguiría amándola, porque ya no era solo por la amistad, ni siquiera de manera romántica, era un amor que nunca había sentido antes. Extraño pero que calentaba el alma.

Se odió por pensar así.

Odió volver a ver las estrellas y volver a pensar en sus padres. Odió no poder recordar cómo se sentía ser amada por ellos de la misma manera en la que ella amaba a Georgina.

Odió no recordar nada.

—¿Abu? —llamó, su voz se oía como si estuviese en un transe. A veces Charlotte se recriminaba el ser tan sentimental en ocasiones donde no tenía el tiempo de serlo. Pero, qué va, estaban varadas en medio de una carretera, tenía el tiempo aunque no lo quisiera—. ¿Aún recuerdas... cómo eran?

Hubo silencio, y temió que su abuela no supiera a quiénes se refería.

—Sí —fue la única respuesta que obtuvo de su parte.

—Yo no...

—Charlie... —pronunció la voz de su abuela, entre una súplica y un consuelo.

Aún mirando las estrellas, Charlotte sintió que la veían, y cuando habló, sintió que se le venían encima.

—Tengo recuerdos tan borrosos de ellos, que a veces pienso que fueron solo... un sueño.

Sus padres habían muerto hace demasiado tiempo. Un accidente de tráfico que sucedió mientras la alarma de tornado hacía eco, incluso hasta las afueras, donde la carretera se cernía. Salían de Paramot Ville, estaban arreglando la carretera, y nadie se dio cuenta de la gravilla suelta en exceso, hasta que el vehículo derrapó, perdió el control, chocó contra las vayas de contención innumerables veces y se volcó antes de detenerse. Ella iba en el auto. Charlotte fue la única sobreviviente. Tenía ocho años. Ni siquiera se acordaba de eso, su memoria estaba borrosa, todo el tiempo antes de eso, en su cabeza, era borroso. Por eso no recordaba muy bien a sus padres, solo pequeñas partes, pequeños retazos de su vida antes del accidente.

Recordaba el sonido de la gravilla cuando el coche perdió el control. Recordaba el horrible sonido de la alarma de tornados. Recordaba cómo se sentía la tela de los asientos contra la piel de sus palmas. Recordaba cosas, pero en su mente no había imágenes, solo olores, sonidos, texturas...

No sabía si prefería recordar el momento del accidente y poder recordar a sus padres, su vida, su infancia, o estaba feliz de no tener grabado en su mente el cómo el automóvil se volteaba con ella y sus padres adentro. Después de diez años, ella aún no sabía qué era lo que prefería.

Quizás era mejor así.

—Como sea —continuó—. Georgina me acompañaba a terapia cada día. Cuando en invierno me dolía demasiado la rodilla, ella se encargaba de frotarla con el ungüento. Me escuchaba hablar durante horas sobre todo lo que recordaba de antes de ello. No nos conocíamos en ese entonces —aclaró, aunque su abuela lo sabía—. Y cuando no quedaban más recuerdos qué contar y Georgina me pedía que le contara más, empezaba a contarle mis sueños. Hizo tanto por mí.... Y yo la abandoné para ir a la ciudad mientras ella sufría en silencio en su hogar. En el que pensé que era nuestro hogar y ahora siento que ese pueblo es solo sufrimiento para ella. Tanto que estaba desesperada por salir de ahí que estuvo ahorrando en secreto el dinero que guardaba en la panadería por demasiado tiempo.

Su abuela levantó la cabeza y sintió que la observaba.

—Solo querías cumplir tus sueños, Charlie...

—Fui egoísta.

—Pensaste en ti, eso no está mal, Charlotte, y estoy segura de que si tu amiga escucha que dices eso, te aventará al río en cuestión de segundos, justo como quiero hacer yo ahora mismo.

Charlie quiso reír, pero no pudo, en vez de eso, sintió un nudo en la garganta al pensar en Georgie y en lo horrible que le había hablado la última vez.

—Solo quiero encontrarla.

Su voz sonó tan rota, que apenas pudo controlarla.

Y cuando su abuela la abrazó, lloró.

Lloró mientras pensaba en todas las cosas horribles que Georgina había pasado y ella seguía sin saber.

Lloró aún más porque ni siquiera sabía cómo ayudarla.





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Wenas juju

¿Qué tal el cap?

Este maldito fue el que me causó un bloqueo, que ustedes probablemente no notaron porque tenía capítulos de reserva que, por cierto, ya se me acabaron jaja

Cagué

Ammm... Quería hacer a Charlie sufrir porque ella era demasiado feliz y creo que eso fue lo que me causó el bloqueo, ah jajaja. NO, no creo que sea por eso jaja, pero cuando lo reescribí y le metí drama, me salió más natural. Juro que escribí los primeros párrafos como veinte veces y de ahí no pasaba, no podía, y era horrible.

Peeeroooo ya no hablemos de cosas feas.

¿Qué opinan de Charlie?

Traten de no juzgarlas tanto, todos la cagamos de vez en cuando, y aunque no estén de acuerdo con ellas en muchas cosas, no sean tan duros. Equis somos chavos JAJAJJAJAJA

Georgina robándose un bagre fue lo mejor del capítulo, ¿o no?

¿Ya puedo preguntar qué team son?

Pónganles nombre porque yo ahorita no ando pensando bien jajajaj

Gracias por leer, les amo, nos leemos la semana que viene, espero que sí en domingo jsjsjj

*Beso en su ceja derecha, muak*

Cambio y Fuera.

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