9° Chico chocolate & Niña hada.
Amor tu eres todo, amor tu eres todo,
tú eres todo lo que necesitaba.
Todo lo que necesitaba...
Nikki Reed & Paul Mcdonald — All I've ever needed.
Los meses pasan a tal velocidad que es casi atemorizante.
Diciembre llega a su fin y el año nuevo espera con impaciencia a que el reloj marque medianoche.
El templo parece vomitar gente. Amigos, familias y parejas reunidos para recibir el nuevo año con sonrisas en los rostros sin importarles el frío invernal, solamente para pedir sus deseos y compartir la alegría de quiénes obtuvieron "Excelente fortuna".
A quince minutos de que el año termine y con Yuri caminando a mi lado, nos alejamos de todo el gentío porque ya hemos pedido a los dioses salud y bienestar entre otras cosas. Incluso suerte y paciencia para comenzar nuestra nueva vida en Tokio.
Quizás hay quienes desean estar junto a un ser amado para siempre. Quizás fui una de ellos.
Las calles alumbradas por focos tintineantes y coloridos, copos de nieve cayendo danzantes desde el cielo para arremolinarse en las aceras y cubrir las copas de los árboles, música navideña y olor a frutas y pasteles. Todo el ambiente es digno de la festividad.
La mano de Yura sosteniendo la mía dentro del bolsillo de su chaqueta es cálida y nuestro andar lento. El año termina, pero nosotros no tenemos prisa por llegar a Yutopia.
Ya tendremos tiempo para felicitar a nuestros familiares, por ahora somos sólo nosotros caminando en la arena de la playa bajo una ligera Nevada; con un pan al vapor enfriándose en la mano y la voz de Yura tarareando una de mis canciones mientras sus mejillas se mueven al masticar cada bocado.
Es extraño e inevitable. Porque estamos tan acostumbrados a estar uno junto al otro, que de verdad no hay prisa por volver a nuestros hogares. Sin embargo, ahora es un poquito diferente.
Diferente porque será la última vez que podremos darnos el lujo de pensar "Más tarde, la casa está justo a la vuelta, subiendo los escalones. Cinco minutos más."
Una vez en Tokio, sólo seremos Yuri y yo. Nosotros dos.
Nuestras casas ya no estarán a unos pasos, ya no podré regresar corriendo a casa si tengo una pelea con Yurio. Ya no bajaré las escaleras de mi habitación a la cocina para darle un abrazo a mi madre porque simplemente recordé que no le dije ese día cuánto la quiero. No podré encerrarme con Mari en su habitación para escuchar música, ni sentarme junto a mi padre mientras él ve algún partido en la televisión. Tampoco saldré por helado con el tío Beka cuando Yuri esté ocupado y me sienta sola.
Una vez que la graduación pase y las vacaciones de primavera terminen, Yuri y yo estaremos en Tokio. Lejos, muy lejos. A casi 15 horas de casa.
Sé que yo lo decidí, así como también sé que podremos volver durante las vacaciones sin ningún problema, pero es difícil hacerme a la idea.
Es difícil decir adiós a todo lo que conoces, al calor familiar y a los amigos, para irte y afrontar la vida universitaria de forma independiente.
Voy a extrañarlos mucho.
Los amigos que hemos estado juntos durante los tres años de instituto, los que crecimos juntos, vamos a separamos.
Mila se irá a Rusia. Sala, Yuuko y Takeshi continuarán en Hasetsu. Phichit regresará a Bangkok.
Y aunque la tecnología da pasos agigantados y podremos comunicarnos siempre, será extraño y un poco triste.
Aun cuando sabía que el día llegaría tarde o temprano, jamás creí que el tiempo pasara tan rápido. En unos meses todo habrá terminado y tendremos un nuevo comienzo.
Pero aunque sea triste despedirse de mis amigos, aun cuando sé que extrañaré a mi familia y que deberé aprender a ser más independiente; no estaré sola.
Yuri Plisetsky estará a mi lado.
No muchas chicas pueden alardear, siquiera soñar, mudarse con su atractivo novio a otro lugar del país, muy lejos de casa sin supervisión adulta y completamente independientes.
Compartiremos un departamento en el centro de Tokio para que no nos cueste desplazarnos a nuestras respectivas escuelas, y la mamá de Yuri irá a finales de cada mes para supervisar que seguimos vivos y bien alimentados. Tomaremos responsabilidad de los gastos por partes iguales y seremos un apoyo mutuo.
Mila y Yuuko preguntaron, al contarles sobre mi mudanza, si no me sentía nerviosa por vivir sola con mi novio.
Y lo cierto es que no. Yura y yo hemos alternado entre su casa y mi casa cada semana desde los cinco años. Por supuesto que no será lo mismo porque, en caso de una pelea, ya no podré salir dando un portazo e irme a casa hasta que a Yura, o a mí, se nos baje la furia y pidamos disculpas.
Deberemos aprender a lidiar con nuestras diferencias antes de terminar ahorcándonos uno al otro.
El punto bueno es que nos conocemos lo suficientemente bien como para saber qué le disgusta al otro. Además de que tendremos cuartos separados por si las dudas y la furia atacan y nos dan ganas de no vernos la cara por unos minutos.
Todo es cuestión de confianza, paciencia y amor. Y tenemos mucho de cada cosa.
Yulia y mi madre no tardaron de suspirar soñadoras y decir sin reparos que seríamos como una pareja de recién casados.
Obviando el hecho de que ambas familias parecen muy tranquilas con el tema de que un par de jóvenes se muden juntos y lejos de sus hogares sin restricción alguna, se ven muy confiados.
Confiados porque saben que somos más o menos sensatos. O lo intentamos.
El matrimonio no está en la mente de ninguno de nosotros dos, aunque hemos hablado de estar siempre juntos. Es simplemente sabernos incapaces de amar a alguien más lo que nos lleva a la decisión y acuerdo silencioso por pasar el resto de nuestras vidas juntos.
Porque nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Nadie más soportará mis ataques de ansiedad y dramatismo y ninguna persona es afable a soportar el mal genio y groserías de Yurio. Así como nos equilibramos muy bien entre mi testarudez y la gran voluntad egocéntrica de Yura.
Sin que nada de ello sea un factor viable, ni siquiera un deseo pronto por ser padres a nuestra edad.
Estaremos bien juntos. Nos conocemos mejor que nadie y haber sido mejores amigos hará todo más interesante.
Pero todo ello no nos absuelve de las emociones que nos invaden por saber que pronto abandonaremos el nido en el cual crecimos, lejos del calor de las personas que nos han amado toda la vida y protegido por sobre todas las cosas. Si es por poco tiempo o no ya lo demostrarán nuestras decisiones, la vida misma.
—Haz estado muy callada, Cerda. —Yura habla con voz queda, como si temiera romper la tranquilidad a nuestro alrededor. O como si supiera que estoy tratando un asunto delicado en mi mente y puedo romperme en cualquier momento.
En la playa hay un par de parejas. Más alejados y en un lugar alto y seguro en comparación con nosotros que correteamos en la orilla cuando una ola besa la arena.
El aire frío mece los cabellos que escapan de los gorros con orejas gatunas que compramos a juego. Nubes blancas escapan de nuestras bocas al liberar aliento, el vaho elevándose para desaparecer en las tinieblas nocturnas.
— ¿Vas a decirme qué rayos te pasa o tendré que adivinarlo?
—Podrías intentarlo. —Mi respuesta es acompañada por una sonrisa. Dejándome caer en la arena fría, espero hasta sentir a Yuri recostándose a mi lado para ladear el rostro y enfrentar los cristalinos ojos verdes.
El rostro de Yuratchka permanece relajado, podría parecer incluso aburrido si no fuera por la ligera curva que eleva una comisura de sus labios. Está tranquilo, a gusto y feliz. Y me tomo tres segundos para saborear la envidia que provoca ver que él no parece tener preocupaciones o miedos al futuro. A lo desconocido.
Ojos esmeraldas brillantes. Mejillas, pómulos y nariz sonrojados al estar expuestos al clima helado, labios rojos y su mano calentando la piel de la mía.
Mis ojos siguen el movimiento de su boca. Absorbiendo la manera en que sus labios de separan y dan salida libre a su lengua satinada y húmeda para intentar quitar un poco de la sequedad en la piel carnosa, tomando aliento y hacer sonar una voz gruesa.
—Piensas, "Mierda. Mi novio es jodidamente sexy".
A veces, en situaciones como ésta, en las que yo parezco pensar de más solamente para alimentar temores infundados y atascarme en preocupación innecesaria, Yuri hace acto de aparición con bromas tontas. Tomándose esa molestia porque no soporta que la mente de su novia divague lejos de él.
Actuando como un idiota sólo para distraerme.
Una vez mi risa suene él se sabrá victorioso, al ver que las sacudidas que provoca mi carcajada quitará tensión a mis hombros y habré recuperado mi sonrisa sin saber que la había dejado tirada en algún lugar de camino a la desesperación.
Y pasa, el primer timbre de mi voz suena al mismo tiempo que una bomba de color estalla contra el cielo, robando un poco de protagonismo a las estrellas con las chispas coloridas creando formas de luces brillantes antes de separarse y caer, débiles después de semejante espectáculo.
Entre bomba y chispas mis ojos volverían a buscar la mirada de mi novio y una vez el chocolate se mezcla con la menta en una creación dulce y deliciosa, nuestras manos también tantean el aire en la oscuridad hasta encontrar el rostro ajeno y acercarse con prisa.
Un gemido sale de mi garganta gracias al placer y gusto que se desencadena en mi pecho al sentir el calor y la humedad de la boca dulce y experta de Yura buscando beber mi aliento y mi alma con ese beso.
—Feliz año nuevo, Yuratchka... —Festejo, celebrando el comienzo de un año más a lado de mi mejor amigo. Iniciando como novios en espera de vivir juntos en cuatro meses. —Estoy a tu cuidado éste año también.
—Y el próximo, el que sigue, el siguiente a ese... Cinco más, diez, veinte, toda la vida... —Las palabras de Yuri se desplazan entre besos húmedos erizando la piel de mi cuello.
Acostados en la arena con el sonido de las olas rompiéndose contra la playa y las rocas siendo ahogado por los estallidos multicolor en el cielo nocturno, nos besamos.
Un beso mágico, con el poder de erradicar inseguridades y preocupaciones con amor y la delicada luz alumbrando nuestro porvenir.
Juntos podremos afrontar cualquier cosa que el futuro nos depare.
Si la ansiedad e inseguridad llega sé que Yura me abrazará, brindándome protección y alivio.
Cuando la paciencia de Yuri brille por su ausencia y él parezca odiar al mundo yo le haré frente, ayudándole a buscar una solución a sus problemas y un buen masaje en los hombros.
Cuando las notas no suenen en mi cabeza, él pasará la tarde tarareando mis partituras hasta que yo encuentre el error y lo corrija en las teclas monocromáticas del piano.
Cuando Yurio se frustre y sufra un bloqueo en algún diseño, yo tragaré mi vergüenza y haré una pobre imitación de modelaje con sus creaciones sobre la mesita a mitad de la sala hasta que él se relaje y encuentre inspiración entre telas, colores, brillos y la suavidad de mi piel expuesta.
Y si la añoranza por nuestras familias ataca, nos abrazaremos bajo las mantas, pondremos películas ridículas y nos empacharemos con comida chatarra entre besos y mimos. No permitiendo a la soledad entrar en nuestro hogar.
Apoyándonos, procurando el bienestar propio y el ajeno, nutriendo confianza, alentando sueños y decisiones pero, sobre todo, amándonos.
~*~
Es curioso, pero a veces creo que los pensamientos más hilarantes llegan en el momento menos indicado. O en el momento justo, según como se vea y la situación en la que se esté.
Tal vez las madrugadas tengan alguna clase de hechizo poderoso sobre los que permanecemos despiertos, poco intimidados por la oscuridad y más que emocionados por recibir un poco de su poder. Anhelantes de la sinceridad inusitada, inspiración pasajera y los secretos del mundo que se escapan del cosmos a estas horas.
No soy la excepción ahora, poco acostumbrada a permanecer consciente en altas horas de la noche porque, más que dormir, suelo caer en un pequeño coma.
Con Yuratchka completamente sumergido en su subconsciente, probablemente dando la quinta vuelta al mundo de los sueños, dormido sobre mis pechos porque fue el lugar donde su cabeza cayó y, encontrándolo suave y cálido, se durmió sin algún problema o consideración a mí, que debo soportar su peso sobre mi cuerpo.
Pero no me quejo, porque a través del cristal de la ventana empañada los copos de nieve caen presurosos para completar su tarea de cubrir la ciudad con un frío manto pulcramente blanco. Augurando el clima helado para las próximas horas, o días incluso. Siendo así, el calor gradual del cuerpo de Yuri es bienvenido y abrazado.
Y es ridículamente tranquilizador pasar los dedos por las hebras de su cabello, desde las largas del flequillo hasta las más cortas sobre su nuca, aquellos cabellos que mis dedos apenas pueden agarrar, pero que dejan una sensación agradable bajo las yemas de mis dedos.
Mi descubrimiento nocturno consiste en una revelación de mente retardada.
Lo llamo así porque, como suele pasar en algunas o muchas memorias vagas, si nos tomamos el tiempo necesario para prestarles la debida atención obtendremos un hallazgo monumental.
Encontrando respuestas a incógnitas que ni siquiera sabías que tenías.
En mi caso el recuerdo comenzó al ver un coletero resguardado a capa, espada y cristal del polvo o posibles rateros que jamás verían el gran valor que semejante tesoro puede tener.
El coletero es pequeño y de color naranja, salpicado con motas negras asemejando manchas de leopardo y con una piedra dorada en forma de cabeza gatuna al centro de la liga.
Ese fue uno de los primeros regalos que Yuri me dio en nuestra tierna infancia. Semejante obsequio gritaba el gusto temprano de mí, en ese entonces amigo, por cualquier cosa relacionada al Animal Print.
En una bolsa pequeña de regalo venía un par de ligas para el cabello. Sí, el coletero tiene un gemelo. Tan resguardado en mi alhajero como el que Yuri guarda en la repisa de cristal bajo la mesita de centro, a mitad de la habitación, junto a sus plumillas para guitarra y otros regalos míos.
Y de ella derivan más memorias, de Yuri intentando peinarme para ponerme los coleteros, pero logrando sólo enredarme el cabello.
En una de esas ocasiones, también vendría la primera vez que me quedé a dormir en su casa y cómo Yulia Plisetsky, después de bañarnos y secarnos el cabello debidamente, haría una pequeña coleta sobre la cabeza de cada uno de nosotros. Formando sólo imitaciones de palmeras, porque ambos teníamos el cabello corto, pero sonriente porque los niños celebraban estar usando algo a juego. Acto que trascendería por años en busca de llevar algo idéntico para sentirnos más cercanos, pero esa es otra historia.
Esa noche, recostados en ésta misma habitación, acobijados hasta la nariz y con un peinado medio ridículo sostenido por ligas de Animal Print, la mamá de Yuri nos contó una historia.
Un cuento para dormir.
Y como cada cuento infantil, comenzaba de la misma típica forma. Sin embargo, ese "Había una vez", me marcaría a tal grado de recordarlo trece años después con mi amigo desnudo entre mis brazos en una noche fría después de haber hecho el amor.
La historia contaba que hace muchísimo tiempo, tanto que la fecha se perdió en el paso del tiempo cruel y cambiante, en algún lugar frío y perdido en los confines del extenso mundo, una casona hecha de piedra sólida por fuera, pero tapizada con madera crujiente en el interior, yacía solitaria en medio de algún bosque.
En aquella estructura habitaban personas que no tenían otro lugar en el mundo. Personas que habían sido abandonadas por corazones más helados que el invierno.
Abuelitos en la espera del sueño eterno.
Niños anhelantes por la llegada de padres que jamás volverían a poner un pie dentro de ese lugar por nada del mundo, ni siquiera por ellos.
Enfermos de distintas edades disfrutando de la tranquilidad que sólo la vegetación puede dar.
Todos y cada uno siendo cuidados por personas aún más solitarias que ellos, contratados por los dueños de la enorme casona. Dueños que también probaron la soledad en carne propia, que en algún momento tampoco tuvieron un lugar donde estar ni gente que los quisiera. Pero que ahora contaban con la solidaridad y el dinero suficiente para ayudar al necesitado.
Entre toda esa amalgama de curiosas personas, habitaba una niña pequeñita en sus cuatro años, a la que le pertenecía el nombre de una flor de olor inigualable.
Al contrario de sus compañeros tan infantes como ella, la niña no esperaba. No había nada ni a nadie que esperar y lo sabía. Así que mientras los demás niños pegaban las narices a los grandes ventanales, ansioso por ver de nuevo a sus padres, ella paseaba por el gran patio.
Caminaba lentamente sobre el verde césped, saltando entre los arbustos florales, saludando tanto a abuelitos como a los que disfrutaban de la tranquilidad. Quienes veían intrigados como la niña buscaba.
Buscando siempre. Encontrar algo era el deseo de la pequeña. Algo, cualquier cosa a la que aferrarse.
Días después de que la niña flor cumpliera cinco años de haber nacido bajo el solsticio de primavera, una nueva persona llegó a ese lugar aislado en medio de la vegetación. La diferencia entre ellos y el nuevo inquilino, consistía en que el hombre decidió llegar por su propia voluntad ya que era familiar de la casera, no porque alguien lo abandonase.
Durante la noche de primavera, despertó por dolores que sólo podían atenazarla a ella así que, limpiando sus lágrimas, bajó de la cama y salió presurosa de la habitación que compartía con otras niñas.
Buscó el consuelo de la noche entre las flores del patio trasero, deleitándose con los focos vivientes y parpadeantes de bichos que danzaban entre las hojas de los arbustos y copas de los árboles.
— ¿Eres un hada del bosque?
La niña saltó, sorprendida por la repentina voz suave y giró en busca del origen de tan misterioso sonido. Topándose con el hombre que había llegado esa misma mañana.
La niña consideró que no parecía estar tan viejo como escuchó cuchichear a los demás niños, y que el color de sus ojos el que podía a penas distinguir por la escasa luz de los faroles era del mismo tono café del chocolate caliente que les daban todos los sábados en las mañanas.
El hombre observó a la pequeña cuyos ojos bien podían opacar a las luciérnagas de luces intermitentes a su alrededor. Se veía tan frágil y preciosa con el cabello claro cayendo en una cascada de ondas sobre sus hombros y espalda hasta la cintura, mejillas ardiendo con tono durazno y bata vaporosa ondeando gracias a la ligera brisa nocturna.
— ¿Es usted un cazador de hadas? —Respondió ella.
Esa noche la luz de la luna bendijo una nueva amistad ante la atenta mirada de las estrellas, con las luciérnagas como testigos. Las flores aromatizaron ese primer encuentro donde la niña hacia muchas preguntas y él, dotado de magistral paciencia, respondía sincero como podía.
El chico chocolate era un viajero. Coleccionaba memorias, recuerdos y objetos de poco valor monetario, pero de gran fortuna emocional.
Esa noche le mostró una armónica decorada con intrigados diseños. El pequeño y extraño objeto dio vida a la noche con un sonido maravilloso y nuevo para la niña hada.
Él reveló la historia tras el pedazo de metal. Contándole sobre la ocasión que se perdió en una excursión y terminó varado en un pequeño pueblo que solamente podías encontrar si te desviabas del sendero de algún bosque. En aquel fatídico paseo se topó con aquella cabaña donde vivía el señor de la sonrisa más amable del mundo, quien se dedicaba a armar preciosidades como aquella armónica solamente con sus manos, paciencia e imaginación. Junto al hombre vivía su esposa de mirada sería, pero corazón bondadoso y creadora del pan más esponjoso y delicioso que él haya tenido la dicha de probar. De ese encuentro habían pasado un par de inviernos, según el chico viajero. Dos inviernos y cinco viajes. Pensó, en voz alta, que debería ir a Rumania pronto para visitarlos.
La niña hada no sabía dónde quedaba eso. Vaya, ni siquiera sabía que hubiese algo más que el pueblo cercano a la casona. Ese que está a tres horas de distancia.
Fue de esa forma que él le mostraba su extensa colección de reliquias y memorias viajeras junto con la historia de turno. Ella parecía beber cada palabra, absorberla y guardarla en un rincón de su mente, pero tendría que buscar otro lugar porque esa esquina parecía llenarse más y más cada vez que lo escuchaba hablar.
El chico chocolate tuvo que partir porque debía disfrutar de su forma de vivir, saltando de un lugar a otro, hasta que la juventud se le terminase y la edad le exigiera sentar cabeza y casarse con una bella mujer para hacer prevalecer su apellido.
Pero, como prometió en su última noche de historias, volvió meses después.
Grande fue su sorpresa al encontrar a la niña tan preciosa como la primera vez, pero con dos centímetros agregados a su altura y, como agradecimiento por esperarlo tan pacientemente, le mostró cosas nuevas y pasaron horas y días entre anécdotas y preguntas.
Con cada partida y retorno la niña crecía y sin que pudiera hacer algo más que observar cómo su belleza se acrecentaba y pasaba de ser un hada a una deliciosa ninfa del bosque, él seguía contando las historias de sus viajes.
Volvió a la casona una mañana de primavera, después de casi cinco meses lejos, y ella lo recibió con una abrazo, a él y el obsequio que le llevaba por su cumpleaños 16. Un gato.
Ella se entusiasmó muchísimo y exigió saber la anécdota del pequeño minino.
Esa noche ella se despidió temprano, alegando dolores que solamente podían aquejar a la mujer, así que él la dejó descansar y aprovechó para pasar la velada con su familiar.
La dueña de la casona y tía del chico chocolate le reveló esa noche que la pequeña hada la había acompañado hace unas pocas semanas al poblado vecino para hacer las compras semanales y que muchas personas quedaron encantados con la belleza de la pequeña que no debería estar lejos de la edad para ser desposada.
El viajero compendió que en efecto la niña ya debería haber asistido a uno que otro baile de sociedad, para exhibirse como un trozo de carne ante el mejor postor que la tomaría, con el único propósito dar a luz y criar a sus hijos.
Él era un hereje por no asistir a cosas como esas desde hacía muchos años, quizás desde la celebración a su mayoría de edad y bienvenida a la sociedad. Prefirió los viajes y gastar el dinero familiar de forma que él de verdad pudiera disfrutarlas.
Pensó que, si ella quisiera a un hombre ya maduro como él, la tomaría como su esposa. Después de todo se conocían desde hacía años y sería un honor crear un hogar al que asentarse con la niña hada siendo la madre de sus hijos.
Grande fue su sorpresa y desilusión al escuchar cómo su tía reventaba la burbuja de esperanza y sueños que comenzaba a inflarse sobre su cabeza.
Recordándole no sólo que ella era una huérfana en ese lugar, sino que también dio una información que él desconocía.
Ella, su preciosa niña hada que lo esperaba durante meses, escuchaba con atención sus historias y veía con embeleso sus objetos de valor sentimental, no era una pequeña que esperaba a sus padres cada día como el resto de los niños que abandonaban en ese lugar. Aunque también fue abandonada.
La niña de ojos verdes cuál luciérnagas, era como las personas que apreciaban la tranquilidad del ambiente que la vegetación otorgaba. La pequeña ninfa era como los abuelitos que esperaban pacientemente el sueño eterno.
Una enfermedad en su bello corazón amenazaba con quitarle la vida en cualquier momento.
Un corazón quizá demasiado grande para su precioso cuerpo.
Por ello, cuando él le pedía que lo acompañase en su próximo viaje ella simplemente sonreía y decía con voz de soprano y mirada brillante: "Después".
El dolor hizo estragos en el alma del chico chocolate.
Buscó a la niña, despertándola de su apacible sueño y le dijo que ya lo sabía todo.
Ella confesó que no era como si no quisiera que lo supiese, solamente que nunca hubo la oportunidad de hablarlo, porque prefería mil veces escucharlo a él hablando sobre lugares a los que ella solamente podría ir en sus sueños, a escucharse a sí misma hablando sobre su inminente muerte.
Y aunque él le dijo que se fueran, que le mostraría cada uno de sus lugares favoritos en el mundo, ella, como siempre, sólo sonrió. Pero esa vez no hubo un "Después".
El chico dejó de ser un viajero.
Decidió quedarse en la casona por tiempo indefinido, deseando pasar juntos cada segundo que le quedase a ella.
Él siguió alimentando sus sueños de viajes a los que jamás asistiría, de lugares que jamás conocería y de un amor que nadie más que él podría otorgarle.
Ella dijo que si bien cuando era una niña ilusa creyó que se curaría, ahora ya no cree en ello y que prefiere escuchar sobre historias de viajes y como podrían derrochar mucho dinero intentando curarla.
Ella se entregó a él una noche de invierno. Dejó que la voz que tantas anécdotas le había contado, le susurrara al oído sobre un amor que ella jamás pensó recibir.
Él la adoró y marcó su frágil cuerpo, instalándose en su maltrecho corazón.
Ella murió meses más tarde, dando a luz un bellísimo niño con ojos de luciérnagas y cabello tan oscuro como la noche en que sus padres se conocieron.
Ese niño fue llevado de la mano de su padre a cada rincón del mundo que el hombre chocolate deseaba mostrarle. A él y a su madre.
Pensó que, al menos, de esa forma podía ver esos preciosos ojos iluminarse por la admiración y que ese pequeño sí cumpliría los sueños de la mujer que amó. Conociendo el mundo.
Una historia muy triste para contarles a un par de niños de cinco años, ¿cierto?
En efecto, yo lloré mucho y el abuelito Nikolai regañó a Yulia por contarnos semejante cuento.
Personalmente, me gustó la historia, pero mi pequeño y frágil corazón no soportó la muerte de un hada a los diecisiete años.
Mucho menos que haya dejado un bebé solo con un hombre que la amaba demasiado.
No obstante, el paso del tiempo borró esa historia de mi mente como medio de auto protección infantil, hasta ahora.
Haciendo nota mental de preguntarle a la madre de mi novio de dónde sacó semejante tragedia, fue que llegué al pensamiento delirante de la noche.
De cierta forma yo era como esa niña. Quitando la enfermedad cardíaca y el abandono, yo disfrutaba en gran parte mi soledad cuando era pequeña. No tenía amigos, pero siempre parecía estar buscando algo. Algo que querer, algo que me quisiera.
Entonces una mañana llegó un niño revoltoso a mi clase de preescolar, contándome que se había caído al intentar subirse a un árbol para rescatar un gato, cuando me descubrió viendo con insistencia la férula que sostenía dos de los cinco deditos de su mano izquierda.
Yuratchka no parecía querer ser amigo de los demás niños, pero siempre estaba a mi lado. Jalándome de juego en juego durante el receso o regalándome los dibujos que hacía en clases.
Fue gracias a que siempre salíamos tomados de la mano que Hiroko y Nikolai se conocieron, y posteriormente Yulia se hizo amiga de mi madre.
Era un reto comprender a Yuri, por el escaso manejo del inglés de ambos. Pero a veces simplemente lo escuchaba, porque tenía una voz muy bonita.
Con el paso del tiempo pudimos aprender un poco más entre idiomas para comunicarnos, mezclando patéticamente el japonés y el inglés con un par de palabras rusas.
Yura hablaba mucho de su país natal en aquel entonces y prometió llevarme algún día. Fue así como comenzaron los sueños a lado de mi mejor amigo.
Yuri me sacó de mi burbuja de confort, porque a veces hablaba de más y se metía en problemas a los que yo debía encontrar paz. Porque muchas niñas se me acercaban para poder hablar con él, pero él solo hablaba conmigo y con las que sabía no tenían otro interés en su pequeña persona más allá de ser quién siempre estaba a mi lado. Otorgándome con ello amigas sinceras.
Sin darme cuenta, no había día en que no pensara, "¿Qué haremos hoy?" En plural. Porque en algún momento de mi vida no pude hacer otra cosa que pensar en nosotros como un equipo invencible.
Asumiendo que Yura y yo estaríamos juntos siempre, en las preguntas sobre el futuro, el nombre de mi novio brillaba latente en mi mente.
Porque así como la niña hada decidió ser ilusa y prefirió escuchar lo que ella deseaba, yo hice oídos sordos a quienes envidiaban mi lugar junto a Yura, quedándome con él.
Porque, por alguna fortuna del destino, Yuri también me ama y me eligió a mí en lugar de seguir su camino. Como el chico chocolate se quedó junto a la niña hada, renunciando a sus viajes.
Porque ambos decidieron amarse después de años conociéndose. Con un amor de valor incalculable infundado y acrecentado con el tiempo y la convivencia.
Y rogando porque no muera ninguno de los dos, deseo que nuestros sueños y anhelos juntos se hagan realidad.
Llegando a donde queramos. A cada rincón del mundo.
Parada: Tokio.
Y quién sabe, tal vez en muchos años más también tengamos un niño con ojos del color de las luciérnagas.
¿No es bonito el cuento?(?)
Se me ocurrió hace mucho y lo tenía rondando en la cabeza, pero no sabía cómo plasmarlo.
¿Hacerlo un fic? No, no, no. Puedo aceptar que, parece, gusto de escribir tragedias, pero creo que eso hubiera sido muy triste.
Igual quizás algún día lo hago un One-shot como historia original(?)😂
Bueno, pero gracias a ese invento mío vino la idea de éste fanfic.
Gracias por leer❤
ByeByeNya🐾
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