Capítulo 9. Parte 2
Aquella noche habían decidido encontrarse a orillas del lago, para que así tanto ellos como sus caballos pudieran refrescarse un poco. Ayla amaba la sensación de meter los pies en el agua, era como si toda preocupación y cansancio desapareciera de su cuerpo al instante. Cerró los ojos y alzando la cabeza, se permitió disfrutar. Hasta que algo chocó contra su gemelo. Abriendo los ojos, sacó las piernas rápidamente, asustada por si se trataba de alguna criatura marina que quería comérsela. Pero en su lugar, se encontró con una botella de cristal. Acuclillándose, metió las manos en el agua intentando atraparla, el movimiento del agua provocaba que ésta se meciera de dentro hacia fuera y viceversa. Vio que contenía lo que parecía un papel en su interior, por lo que puso más empeño en su tarea de cogerla. Se alzó un poco sobre la superficie del lago, haciendo que la falda de su vestido cayera sobre el agua, pero no le importó.
Su imaginación voló hasta la procedencia de aquella nota, y fantaseó con historias de las que le gustaría ser la protagonista. Como que era una joven enamorada que esperaba las cartas de su amado, al cual no le permitían ver ni tener contacto alguno. O que era una espía y que se intercambiaba grandes secretos con sus confidentes... Se había dejado llevar por sus elocuentes pensamientos, que no había notado que la botella ya rozaba las yemas de sus dedos. Pegó un grito ahogado cuando se dio cuenta, y la cogió con ahínco rodeándola con sus brazos como si se tratara de un bebé.
Miró a su alrededor para ver si alguien había sido testigo de su hallazgo, y sonrío cuando su mirada se encontró con ese par de ojos grises que tanto la acompañaban en su día a día.
—¡Duncan! —corrió hacia él sin soltar la botella —. Mira lo que he encontrado —la alzó y se la puso justo frente a su rostro, queriendo compartir su felicidad con él. Duncan le devolvió la sonrisa y la cogió entre sus grandes manos.
—¡Vaya! ¿Qué es? —la examinó cuidadosamente, girándola entre sus dedos.
—Una nota en una botella —le dijo sin que su entusiasmo desapareciera ni un ápice —. ¿La abrimos?
—Adelante —Duncan no podía borrar la sonrisa de su rostro, era muy difícil hacerlo cuando la veía así de ilusionada.
Agarrando el tapón de corcho, primero con los dedos y luego con la mano en forma de puño al ver que no lo conseguía, intentó abrirla poniendo todo de ella para conseguirlo.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó él intentando contener la carcajada que se moría por soltar.
—Un poco —ella le ofreció su preciado encuentro y esperó ansiosa.
Duncan, en cambio, la destapó con una facilidad que dejó a la joven con la boca abierta, y seguidamente le entregó el trozo de papel que conllevaba.
—¡Es un mapa! —exclamó cuando lo desdobló —. ¡Un mapa del tesoro, Duncan!
—Déjame ver —dijo él con interés, tomándolo de sus manos. Lo examinó cuidadosamente, mirando y leyendo cada parte del plano —. Pero... si parece que es de aquí. ¡De este lugar!
—¿Cómo que de aquí?
—El tesoro se encuentra en las tierras de mi padre —ella abrió aún más los ojos.
—¡Tenemos que buscarlo!
—Y ya sé dónde se encuentra —agarró su mano y la dirigió a la otra punta del lago, parándose junto a un árbol.
—¿Ahí? ¿Estás seguro? —preguntó ella con incredulidad. Nunca se había imaginado que un mapa del tesoro fuera tan fácil de descifrar.
—Ven y lo verás —agarrándole de la mano, caminaron junto al lago dejando a los caballos atrás. Cuando llegaron al árbol, ambos inspeccionaron la zona—. ¡Mira qué casualidad! —exclamó mientras agarraba algo tras el árbol—. ¡Una pala!
—Umm. Esto es muy raro, Duncan —comenzó a decir Ayla, apoyándose un dedo en la barbilla y frunciendo el ceño—. Todo parece demasiado fácil, ¿no crees?
Él levantó los hombros con desconocimiento y se dispuso a clavar la pala. Ayla se arrodilló junto al agujero que Duncan estaba haciendo, y con las manos apoyadas en sus rodillas miraba expectante por si el tesoro aparecía en cualquier momento.
Pasó poco tiempo cuando Duncan dio con algo duro, y se dispuso a sacar el pequeño cofre que había resultado ser. Ayla chilló en voz baja con emoción, y se acercó a Duncan dando brincos de alegría.
—¿Quieres hacer los honores y abrirlo? —le preguntó él.
Y ella que lo contemplaba todo sin pestañear, asintió decididamente con la cabeza, y agachándose frente al hallazgo, lo abrió con dedos temblorosos. Con un sonoro click, el baúl quedó abierto y Ayla levantó la tapa para dejar al descubierto un colgante de plata con forma de media luna.
—¡Es precioso! —exclamó ella, cogiéndolo con ambas manos y alzándolo frente a ellos—. ¿De quién sería?
—Es tuyo.
—No, en serio. Será de alguien y habrá que devolvérselo —lo volvió a meter en el baúl—. Puede que fuera el regalo de un hombre para su amada y nunca consiguiera dárselo. Tenemos que ayudarlos.
—Es tuyo, Ayla —volvió a decir Duncan con voz firme—. Mandé que lo hicieran para ti.
Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Has sido tú? ¿Has preparado todo esto?
—Ha merecido la pena todo por verte así de feliz.
—Oh, Duncan —con el corazón cargado de sentimientos que no sabía bien identificar, volvió a coger el colgante —. Es realmente precioso.
—¿Te gusta? —él le sonreía con esa sonrisa que era capaz de derrumbar cualquier muro.
—¡Me encanta! Muchas gracias, no tengo palabras para agradecértelo, no sé ni cuánto te habrá costado, ni si alguien como yo puede llevar...
—Cállate y ven —la interrumpió él, levantando la mano al frente y pidiéndole así que se acercara a él.
Ella se mordió el labio y le hizo caso. Duncan le cogió el collar de las manos y dándole la vuelta le pidió que se recogiera el pelo. Cuando lo abrochó, se quedó así un instante, con Ayla entre sus brazos. Enterró la nariz en el cabello negro de Ayla y respiró.
—Hueles a hogar —cerrando los ojos, se permitió disfrutar del momento, y la joven dejó caer su espalda en el pecho de él, siendo el lugar perfecto para descansar. Para recargar energías—. Quería que fuera una media luna porque representaba nuestra historia. En la noche fue donde nos conocimos oficialmente, y donde hemos vivido cada momento juntos. La noche forma parte de lo que somos hoy en día.
—Cuánta razón tienes —suspiró ella, acomodándose más entre los brazos de él—. Miro hacia atrás, a lo largo de este último año y me doy cuenta de todas las cosas que hemos vivido y de lo rápido que pasa el tiempo.
—A tu lado, el tiempo pasa bonito —le susurró él en el oído lo que hizo que ella se estremeciera—. Me encanta esto.
—¿El qué? —le preguntó ella, agarrándole la mano contra su estómago.
—Esto. Estar aquí contigo, los dos solos bajo las estrellas, con la tranquilidad que todo ello nos aporta.
Y aunque no podía verla, la joven sonrió plácidamente.
—A mí también me encanta —confesó, provocando con ello que Duncan la abrazara aún más fuerte, sin querer soltarla jamás—. Ojalá fuera así siempre.
—Lo será, y mejor —suavemente, le pasó las yemas de los dedos a lo largo del brazo—. Porque no tendrás que estar sirviendo a mi padre, ni a nadie. Yo te daré la vida que te mereces.
Y ella quería creerlo, con todas sus fuerzas deseaba que fuera así.
—¡Malditos seáis! —exclamó una voz rompiendo la silenciosa noche, y Ayla lo sintió como si un rayo partiera el cielo, que representaba la forma en la que iba a terminar su corazón.
—¡Padre! —se asustó Duncan, levantándose de golpe y ayudando a Ayla a incorporarse. Sin dudarlo, la colocó tras de él.
Y Ayla sintió que había vuelto a fallarle a su hermana, que había hecho lo único que le había pedido que no hiciera: Meterse en problemas. Y no sabía cómo saldría de ésta. La temperatura de su cuerpo desapareció, y comenzó a temblar. Su corazón iba a mil por hora y podía sentir cómo martilleaba contra sus costillas sin descanso. La vista se le nubló, y se obligó a permanecer despierta, no era momento para desmayarse.
—¿Creíais que podíais engañarme? —les acusó el señor Ludovic, dirigiéndose hacia ellos con mirada dura y espalda erguida, como si se estuviera preparando para dar caza a su presa—. Me esforcé en dejarte bien claro cuál es tu lugar, pequeña rata de cloaca—. Ayla sabía que todo ese veneno que escupía era hacia ella, pero no se atrevía a mirarlo a los ojos. Por lo que, encogiéndose, se escondió más tras Duncan—. Y tú, hijo, no me esperaba esto de ti. Has avergonzado a tu familia haciéndote amigo de una criada, ¿es ese tu sitio? ¿Es eso lo que quieres?
Ayla contuvo el aliento esperando a su respuesta.
—Quiero poder elegir libremente —dijo Duncan en voz baja—. Quiero no tener que esconderme si elijo tener una amistad con una persona del servicio —continuó diciendo, con la voz más firme—. Ni tener miedo de hacerlo por si ella sufre las consecuencias.
Ayla, que no esperaba una defensa así, se agarró a su camisa.
—De cualquiera, menos de ella —y aunque no podía verlo desde su posición, la joven podía asegurar que esas palabras las había dicho con los dientes y puños apretados. Se podía imaginar al señor Ludovic con llamas de fuego sobre su cabeza y saliendo de su espalda y hombros. Debía de ser la reencarnación del mismísimo demonio.
—¿Por qué? —preguntó Duncan en nombre de los dos. Nunca había entendido porque a su padre le gustaba ensañarse con ella, pero había sospechado que era porque había descubierto el interés de su hijo sobre ella. Pero al parecer, se equivocaba. Había algo más en el trasfondo.
Su padre comenzó a reír a carcajadas, y tan solo con eso el vello de las nucas de ambos jóvenes se erizaron.
—Que ingenuo eres, hijo mío —comenzó a acercarse a ellos lentamente—. Siempre había dudado de tu capacidad para dirigir algún día nuestro legado, pero no había creído posible que fueras tan estúpido.
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